Capítulo 9: Reencuentro
Se sentó en una mesa apartada, algo escondida en el restaurante. Pidió una copa de vino tinto, y permaneció allí, quieto, esperando. Sabía que ella estaba ahí. Tenía que estar ahí. Pronto la encontraría.
La gente caminaba tranquila por las calles de aquella poblada ciudad, vistiendo colores llamativos. Nadie parecía interesarse por aquel muchacho que miraba detalladamente cada uno de los rostros de las personas que pasaban por esa calle.
Se pasó una mano por los cabellos negros despeinados. Los ojos verdes brillaban con fiereza en aquel rostro de expresión cansada. El descuido era notable. La camisa estaba abrochada a mitad de camino, y la barba estaba algo crecida, dándole una apariencia de mayor edad. Bebió un trago de la copa de vino. Y entonces, la vio.
Llevaba puesto un lujoso vestido, en tonos que iban desde el amarillo hasta el rojo. Llevaba el pelo atado en un bello rodete, del cual se desprendían algunos mechones rojos fuego. Su piel estaba delicadamente maquillada, y sus ojos negros brillaban tal como el los recordaba. Iba del brazo de un caballero mucho mayor que ella, el cual vestía muy elegantemente.
-Disculpe-Harry detuvo a un mozo que pasaba por allí.
¿Sí, señor-preguntó el joven muchacho, con la típica sonrisa de compromiso.
¿Quién es ese caballero y la mujer que lo acompaña-preguntó, fingiendo desconcierto.
-Son en
señor Lournes, y su prometida, la señorita Valery Marshall.-le respondió el
mesero, todavía sonriente. Harry asintió con la cabeza, y el hombre se alejó.
Los vio sentarse en una mesa reservada. El señor Lournes miraba con extremo
cariño a la joven mujer que estaba sentada frente a él. Harry reconocía esa
mirada. Era la misma mirada que él había tenido, tiempo atrás, antes de casarse
con aquella traicionera pelirroja. Esa mirada, mezcla de deseo y amor. Esa
mirada profunda, brillante y única. La mirada de un hombre que está dispuesto a
dar todo por la persona a la cual está mirando. El señor Lournes debía ser nada
menos que una presa más. Potter tenía que reconocer que la pelirroja tenía un
encanto único e inigualable, capaz de seducir a cualquier hombre.
Potter permaneció largo rato allí sentado, mirando al futuro matrimonio,
esperando pacientemente. Y finalmente, terminaron de comer. El hombre, quien
tenía largos vigotes, y quien comenzaba a sufrir de la calvicie, llamó al
mesero con un movimiento elegante, y pagó la cuenta. Vio como salían del
restaurante, e inmediatamente, Harry se puso de pie, dejó varios galeones sobre
su mesa, y salió detrás de ellos. Siguiéndolos con prudente distancia, los vio
entrar en el costoso hotel de Embrujo Palace.
Se quedó unos segundos allí parado, y luego comenzó a caminar tranquilo por las calles de la poblada ciudad, con las manos en los bolsillos, sintiendo que acababa de sacarse un gran peso de encima. Incluso, notó que a medida que caminaba, una sonrisa se dibujaba en sus labios.
Giró en una esquina y entró en una extraña pensión. Ignorando a la dueña del lugar, se dirigió hacia el cuarto 14. Abrió la puerta sin siquiera tocar.
-La encontré-dijo orgulloso de si mismo, cerrando la puerta detrás de él. Samuel se levantó sobresaltado de la silla en la cual se encontraba sentado, escribiendo una especie de carta.
¿Dónde-preguntó ansioso. Harry levantó las cejas.
¿Por qué tanta intriga?
-Sabes muy bien, James. Soy Auror, y está en mi deber encarcelar a Hedda Foxer-respondió Samuel tras dudar unos segundos.
¿Y cuándo pensabas decírmelo-preguntó Harry enojado.
-Pensé que tu ya lo sabías-murmuró Fernández, volviéndose a sentar.
-No puedes encarcelarla. No sería justo.-dijo Harry, sentándose también en otra silla.
¿Y qué sería justo, James-preguntó el auror casi al azar, sin levantar la vista de la carta que había estado escribiendo hasta entonces.
-Que muera-respondió Potter espontáneamente. De hecho, fue tan calmo su tono que un leve escalofrío recorrió todo el cuerpo de Samuel, quien levantó levemente la mirada.
¿Quieres matarla-quiso saber Fernández.
-Sí-dijo cortante el pelinegro. El auror pareció pensar unos segundos, luego de los cuales sonrió de lado.
-Debe de haberte dolido mucho lo que te hizo-
-Ya sabes lo que se dice... del amor al odio hay un solo paso-
-Está bien-concluyó Samuel, poniéndose de pie.-Haremos lo siguiente. Descansaremos esta noche, y mañana, mas tranquilos, decidiremos lo que haremos. ¿Te parece bien-sugirió finalmente. Potter permaneció durante un rato en silencio.
-Acepto-dijo finalmente.
-
Se despidió finalmente del anciano en la puerta de su dormitorio. El muy obstinado le había pedido de entrar con ella al dormitorio. Pero ella era demasiado inteligente, y rápidamente logró convencerlo de que no era correcto hasta que no se casaran.
Cerró la puerta con pesadumbres. Estaba tan cansada...
Se quitó el vestido elegante que había usado esa noche para salir con él, y luego se puso un camisón blanco. Se sentó frente al gran espejo que tenía en el dormitorio. El espejo se encontraba sostenido sobre una mesa en la cual ella tenía sus cremas, perfumes y maquillajes, entre otras cosas.
Se sentó en un banco, frente al espejo, y comenzó a peinarse delicadamente los cabellos pelirrojos, absorta en lejanos pensamientos... su cuerpo estaba allí, pero su mente todavía permanecía en una isla pequeña y paradisíaca, donde había pasado los mejores días de su vida. Tan absorta estaba que no sintió el ruido producido por una puerta cuando se abre con mucha delicadeza.
Sintió repentinamente algo filoso sobre su cuello, y vio en el espejo el reflejo de sus peores pesadillas.
-No te muevas... Hedda-susurró una voz a su oído.
-Harry...-dejó escapar ella, sorprendida y asustada.
-Yo confié en ti. Te di todo lo que tenía. Yo te amé... y así me agradeciste, maldita-continuó hablando Potter, apretando cada vez más el cuchillo contra el cuello de la joven.
-Puedo explicártelo, Harry, lo juro...-empezó a decir ella, temerosa, mientras leves lágrimas se acumulaban en su rostro. Harry sacó el cuchillo del cuello de la pelirroja, y la giró con brutalidad, haciéndola caer al suelo.
-Explícate.-le dijo, todavía apuntándola con el cuchillo.
-Nunca imaginé que las cosas fueran a ser así, Harry. Cuando planeamos todo con Jacques en el barco, jamás imaginé que serías tu la víctima...
-Esa no es una buena explicación. No quiero tu lástima, Hedda-la interrumpió Potter, acercándose peligrosamente.-Me engañaste. Me hiciste creer que me amabas.
-No fue así, Harry. Es verdad, te estafé. Pero no quería hacerlo. Jacques me obligó.-trató de defenderse Hedda, con los ojos llenos de lágrimas. Potter la tomó fuertemente por el cuello.
-Te obligo, eh-se burló el pelinegro.
-Si...-dijo ella, casi sin aire, y varias lágrimas rodaron por su rostro.-Yo me había enamorado de ti, y no quería hacerte esto. Pero él me amenazó con matarnos a ambos.-
-Mentirosa-murmuró Potter, apretando todavía más fuerte el cuello de la chica.
-Tienes que creerme. Es la verdad. ¿qué no te das cuenta que él no está conmigo-dijo desesperada la chica.-No quería que murieras, Harry. Yo... te amo-
El joven sintió aturdido. Escuchar esas palabras de la boca de la mujer que amaba lo había confundido. Sus dedos dejaron de apretar el cuello débil de Hedda, permitiéndole respirar. Harry la miró fijo a los ojos, y entonces leyó la verdad. Ella lo amaba. Ella realmente lo amaba. Potter la soltó, y se puso de pie, dándole la espalda. Hubo un largo silencio, y luego, el pelinegro giró a mirar a la muchacha que seguía tumbada en el suelo.
-Desde ahora en mas, tu te llamarás Melanie, y serás mi esposa.-comenzó a hablar Harry- Y todo lo sucedido quedará en el pasado. Nos iremos de ac�, y empezaremos nuestra vida de nuevo, lejos de todo y de todos.-le ordenó finalmente. Melanie se puso de pie, y lo miró unos segundos. Luego, se le acercó lentamente, y le acarició el rostro. Harry ya no soportó más, y tomándola fuertemente en sus brazos, la besó apasionadamente, como solo a ella la había besado. Y Mel cayó nuevamente en el encanto del hombre al que tanto amaba.
Harry la tiró contra la cama que había junto a ellos, y rápidamente se sacó la remera que llevaba puesta. Tomó a Melanie por la cintura, y la acercó a él. Acarició con cuidado sus piernas, acercándose lentamente a esa zona prohibida. Con una mezcla de dulzura y brutalidad le arrebató la poca ropa que llevaba puesta, y comenzó a besarle el cuello. Melanie dejó escapar un leve gemido, incapaz ya de contener tanto placer. Desesperada, empujó a Potter contra la cama, y se sentó sobre él. Ambos se miraron unos segundos. Estaban cambiados... y sin embargo, no podían evitarlo. La lujuria era más fuerte. El deseo. El pecado.
