Capítulo 12: Confesiones

-Y esa es toda la historia, padre.-le confesó ella. El sacerdote la miró con pena y lástima. La pobre muchacha vestía harapientamente con esa túnica de prisionera color marrón, esperando a una condena ya conocida.- Él está vivo¿sabe? Si... sobrevivió. Pero creo que nunca volveré a verlo-la chica se acercó melancólicamente a la pequeña ventana con barrotes. El sacerdote la miraba, con un rosario en la mano, sentado sobre un banquillo.-Padre¿cuánto cree que tardaré en morir en aquel lugar?-le preguntó, y el temor se reflejó en su voz.

-La gente enloquece con rapidez en Azkaban, señorita. Y al tiempo mueren. Pero creo que usted es una mujer fuerte. Durará-le dijo el cura.

La joven bajó la mirada, y unas débiles lágrimas surcaron su rostro. Giró sobre sus talones. Se arrodilló en el piso, frente al cura, y se quitó la capucha de la túnica, dejando ver su cabellera pelirroja, alguna vez hermosa, pero ahora sucia y enmarañada. Unió sus manos en plegaria.

-Yo nunca creí en Dios. Pero padre Francisco, por favor, rece conmigo. Implore por mi, por él, y por nuestras almas, si algo queda de ellas. Rece para que Dios perdone nuestro pecado. Para que perdone nuestro deseo, nuestra lujuria, nuestros engaños y mentiras, nuestro odio y nuestras venganzas. Por favor padre, enséñeme a rezar.-le rogó ella, llorando desconsoladamente.

Los ojos del padre también se llenaron de lágrimas. Él era joven, y comprendía las penas de ella. Se puso de pie, y se arrodilló frente a ella, tomando las manos de la muchacha entre las suyas, y bajando la cabeza. Enredó el rosario entre las manos de ambos.

-Padre nuestro que estas en el cielo, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo, danos hoy nuestro pan de cada día, y perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden, no nos dejes caer en la tentación, líbranos de todo mal. Amén-rezó el cura. La pelirrojas se dejó caer al suelo, débil y desconsolada.-No llore, señorita Lee. Dios está con usted.

-Ayúdeme, padre. Tengo miedo.-le confesó ella, abrazándolo fuertemente.

000000000000000000000000000

La puerta del calabozo se abrió. Tres aurores entraron en el mismo. Arrodillada, de espaladas a ellos, estaba la prisionera, vistiendo su túnica marrón de prisionera, con la capucha sobre la cabeza.

-Levántate. Es hora-le dijo uno de los hombres, sin rastros de piedad. No hubo respuesta. El hombre cruzó una mirada extrañada con los otros dos. Los tras asintieron con la cabeza y caminaron hacia la chica. El que había hablado la tomó del hombro y la obligó a levantarse. Pero cuando la miró a la cara, descubrió algo que no esperaba. Debajo de la harapienta túnica marrón, con un rosario enredado entre sus dedos, estaba el cura Francisco.-USTED!-gritó el auror, sorprendido. Las miradas de desconcierto cruzaron los rostros de los tres aurores. Y entonces, comprendieron lo que había sucedido.-AVISEN A TODOS QUE MELANIE LEE HA ESCAPADO!-gritó, soltando al cura del hombro, y los tres salieron corriendo de la mazmorra.

000000000000000000000000

Cuatro hombres finamente vestidos estaban sentados en una mesa redonda, con cartas mágicas en sus manos, y gran cantidad de dinero mágico situado en el centro de la misma. Uno de ellos tenía el cabello negro azabache, la piel clara, los ojos de color verde brillante, y una sonrisa entre divertida y altanera. Los otros tres eran hombres mayores que él, verdaderos jugadores de poker mágico.

-Tu turno, Maxwell.-le dijo el muchacho de ojos verdes a su compañero de la izquierda. Éste dejó las cartas boca abajo.-Nada. Bueno, es una pena.-habló nuevamente, pero en su rostro había una sonrisa divertida. En eso, una hermosa muchacha, usando un vestido negro elegante sea cercó a la mesa. Su cabello rojo relampagueaba como si fuera fuego. Sus labios carnosos estaban pintados de color rojo oscuro, y sus ojos finamente delineados. En su cuello se lucía un bellísimo collar de diamantes. Tenía una botella de champaña en sus manos, y caminaba alrededor de la mesa, sirviendo en las copas de los cuatro jugadores, y a su vez, espiando las cartas de los mismos.

-Dime, Harry¿cómo es que conociste a alguien como Melanie?-le preguntó el hombre sentado frente a él. Harry sonrió.

-Te asombrarías de lo extraña que es nuestra historia, Rupert. Pero desde el primer momento en que la vi, supe que la quería, y que sería mía-dijo Harry sonriéndole a la muchacha. Melanie también le sonrió. Era el turno de Potter para jugar. Sigilosamente, ella acercó su mano a el collar de diamantes, como si quisiera comprobar que todavía estaba ahí. Sin que ningún jugador, excepto Harry lo notara, hizo que su dedo índice atravesase el cuello en línea horizontal. Ningún jugador tenía nada. Harry le sonrió de lado.

00000000000000000000000000000

Bueno, este es el final de la historia. La verdad que la tuve que acortar bastante más de lo que me hubiera gustado, pero prefería hacerlo así antes que dejarla sin ningún final. Espero al menos que les haya gustado un poco. Perdón por la demora.

Saludos mágicos,

Mirlaure