10. El Baile

Sin que apenas se dieran cuenta, el tiempo fue empeorando conforme el invierno se aproximaba. Pronto se encontraron firmando las listas de los que se quedaban por Navidad, que eran casi todos, ya que además del Baile de Navidad, la mayoría de los padres pensaban que Hogwarts era más seguro que sus hogares en esos tiempos difíciles. Cada día había noticias de muertes y torturas.

La situación exterior no mejoraba, y el ambiente era algo triste. De vez en cuando, algún alumno era informado de la pérdida de algún familiar, y pasaba unos días fuera del colegio. La madre de Seamus quería que volviera a casa, aunque él se resistía. Últimamente el chico estaba siempre de mal humor.

Las clases terminaron, y Harry aún no tenía pareja para el Baile. Su popularidad había aumentado mucho ahora que todos sabían que decía la verdad, y muchas chicas le pidieron que las llevara al Baile, pero él siempre se negaba. Empezaban a perseguirle, y Harry estaba un poco cansado. Una mañana se levantó decidido a pedírselo a la primera chica que fuera capaz de soportar. Con este pensamiento en la cabeza, se levantó y fue a desayunar, mirando atentamente el Gran Comedor en busca de presas.

Llegó a preguntar a Katie Bell y a Miriam McLaggen, que le caían bien, pero ambas tenían ya pareja.

Salía del Gran Comedor, sin rendirse aún, y se separó de Ron y Hermione para ir al baño. Cuando volvía, distraído, chocó con Luna Lovegood, que iba leyendo el Quisquilloso por el pasillo.

-¡Luna! Lo siento, no te había visto.

Se agachó para recoger el periódico y se lo devolvió a Luna, que sonrió.

-Gracias –se le quedó mirando con sus grandes ojos claros, y Harry se sintió algo incómodo. Siempre le daba la sensación de que los ojos de la chica podían ver a través de él.

-Bueno, hasta luego –dijo, intentando escabullirse de su mirada.

-Hasta luego.

Harry no había dado ni dos pasos cuando recordó su decisión de la mañana. Se quedó mirando a Luna un momento, y luego la llamó.

-¡Eh, Luna! –ella cerró la revista y se giró para volver a mirarlo-. ¿Tienes pareja para el Baile? –la chica abrió mucho los ojos, y Harry pensó que parecía un gran búho. Casi se arrepintió de haber dicho eso, pero ya era tarde.

-No. ¿Por qué lo preguntas?

-Por si tú… ya sabes, querrías venir conmigo.

Luna se quedó paralizada un momento, sin dejar de mirarlo.

-Es una broma¿verdad? Porque no tiene gracia. Ya sé que todos creen que estoy loca, pero no deberíais molestarme tanto con esas estupideces.

-¡No! No, Luna, no es una broma, de verdad. Me gustaría mucho ir al Baile contigo. Como amigos, claro.

Luna lo evaluó con la mirada y sonrió, esperanzada.

-¿En serio?

-Claro.

-¡Sí¡Por supuesto que me gustaría ir al Baile! Nadie me había invitado nunca a… bueno, a nada. Aunque habrá que tener cuidado, he oído rumores de que Dumbledore quiere traer unos cuantos humpcracks para animar la fiesta…

Harry sonrió, sin poder evitarlo. No sabía lo que eran los humpcracks, y no es que le interesara.

-Bueno, pues ya nos veremos.

-Sí, adiós.

Harry se encaminó a la Sala Común, no muy seguro de haber hecho lo correcto. Al menos se libraría de las chicas al acecho que lo perseguían por todas partes… "Algo es algo¿no?", se dijo, más animado, mientras entraba por el agujero del retrato y se sentaba con Ron y Hermione.

-¿Luna¡De todas las chicas del castillo has tenido que ir y pedírselo a Lunática Lovegood?

-Bueno, las únicas libres eran ella y Eloise Midgeon, así que…

-¿Cómo que las únicas¡Harry, al menos veinte chicas te han pedido que las llevaras al Baile!

-Preferiría ir con alguien capaz de aguantar durante 30 segundos sin reírse como una tonta. Esas sólo quieren ir con el Niño que Vivió, ni siquiera me conocen.

-Y Lunática Lovegood sí que te conoce¿no?

-¡No la llames así, Ron! –interrumpió Hermione-. Al menos es posible hablar con ella, y es muy graciosa. La pobre está muy sola y nadie se junta con ella. No te vendría mal dejar por una vez los prejuicios¿sabes? Me parece muy bien que la lleves al Baile, Harry.

-Gracias, Hermione –contestó Harry, echando una mirada de reproche a Ron, que hizo una mueca, pero no contestó.

-¿A quién lleva al Baile? –preguntó una curiosa Ginny, sentándose al lado de Hermione. A Harry le pilló por sorpresa su aparición, y por un segundo se quedó embobado, mirándola, pero logró controlarse.

-A Luna Lovegood. Harry se lo ha pedido.

-¿En serio¡Muy bien, Harry! A ver si Luna tiene un poco más de confianza en sí misma con esto…

Harry no consiguió más que una sonrisa falsa.

El dichoso Baile le iba a dar aún muchos quebraderos de cabeza.


-James…

La voz de Lily sonó extrañamente débil, como si se estuviera mareando.

-¿Qué pasa¡Lily¿Estás bien?-James la cogió por los hombros y la miró a los ojos, preocupado. Sirius se quedó aparte, observando la escena. James no pareció notarlo, pero su voz también era más débil, incluso para los susurros que emitían.

Entonces, Lily Potter sonrió amargamente, y miró, segura y decidida, a los ojos de su marido.

-¿No lo sientes, James?-este, tras unos segundos, asintió lentamente, y las lágrimas acudieron a sus ojos.

-¿Sentir qué¿Qué ocurre?

Lily se giró y miró a Sirius, atravesándolo con sus ojos verdes.

-Lo siento, Sirius. Hemos tenido tan poco tiempo para volver a estar juntos… Pero no se puede hacer nada. Nos vamos.

-¿Os… vais? -fue como si una mano de hielo se cerrara alrededor de su corazón. Se dio cuenta de que los cuerpos de sus amigos se iban difuminando… Ya no se apreciaban los contornos… -. ¡No¡No os podéis ir ahora! Tengo que contaros tantas cosas… ¡Tenéis que esperar a Harry! No… -lágrimas cristalinas empezaron a resbalar por sus mejillas y, al estrellarse contra el suelo, crearon un pequeño charco donde se formó un arco iris. Muchos fantasmas se quedaron mirando, ya que hacía tiempo que no veían los colores vivos que se estaban formando.

Pero Sirius no se dio cuenta. No podía apartar los ojos de sus amigos. James dio un par de pasos, inseguro, y luego lo abrazó con fuerza.

-Volveremos a encontrarnos, Canuto –aseguró-. Y todo será mejor. Hasta pronto, viejo amigo.

Sirius, sin dejar de abrazar a James, extendió una mano para coger la de Lily, y ambos se miraron en silencio, diciendo más con la mirada que con cuantas palabras pudieran existir.

Y así se desvanecieron los dos, dejando a Sirius solo… más solo de lo que nunca lo había estado.


Harry era un manojo de nervios andante mientras bajaba por las escaleras. La cercanía del Baile le ponía nervioso, y no sabía bien por qué.

Su vieja túnica de gala –hechizada por Hermione para que se ajustara a su talla- emitió un leve frufrú cuando dio un salto para esquivar el escalón falso y aterrizar cerca de la entrada del Gran Comedor. Allí lo esperaba Luna, que lucía una túnica dorada hasta los tobillos y una sonrisa radiante hasta las orejas. Si se pasaba por alto el hecho de que tenía un colgante con un enorme boniato al cuello y una diadema de color verde pistacho que despedía un olor extraño, la chica parecía de lo más normal.

Harry llegó a la entrada y sonrió, mientras Ron y Hermione pasaban a su lado y entraban.

-Estás muy guapa, Luna –ella se ruborizó y agrandó la sonrisa.

-Gracias. Bueno¿vamos?

Harry asintió y ambos entraron en el Gran Comedor, decorado por todas partes con flores y globos flotando por el techo. Una banda de música ocupaba el lugar donde solía estar la mesa de los profesores, mientras que estos se sentaban en las mesas redondas, de seis plazas, que había en el resto de la estancia.

Dumbledore, con una túnica plateada que destacaba mucho, se había sentado con un grupo de chicos de primer curso, todos los cuales parecían muy incómodos. De vez en cuando, la profesora McGonagall le lanzaba una mirada de desaprobación desde la otra punta del Comedor.

Harry y Luna se sentaron en una mesa con Ron, Hermione, Dean y Ginny.

Poco a poco, las mesas fueron quedando vacías mientras que el espacio en el centro de la sala reservado para bailar se iba llenando de parejas. Ginny y Hermione convencieron pronto a sus respectivas parejas para que las llevaran a bailar, y Harry, agradeciendo que a Luna no le gustara bailar, se dedicó a reírse de lo torpes que eran sus amigos en la pista, ignorar las miradas asesinas de Ron e intentar mirar a cualquier parte excepto a Ginny, que bailaba con una gracia hipnótica.

Harry no lo pasó tan mal como esperaba. Luna, a pesar de creer en todas las tonterías que su padre publicaba, era muy simpática, y no paró de reír en toda la noche con sus comentarios. Cuando estuvo segura de que no había ningún humpcrack rondando el Gran Comedor, se relajó y consintió en quitarse el boniato del cuello, aunque se dejó la diadema, por si acaso.

Cuando llegó un momento en que Harry no podía pasar un minuto sin bostezar descaradamente y el salón de Baile empezaba a vaciarse, el chico decidió que podría terminar gustándole aquello de los bailes. Ginny había convencido a Luna para salir a la pista, y ahora ambas bailaban un atrevido tango sin parar de dar vueltas, caerse y reír. Ron y Hermione habían salido a dar un paseo por los jardines, mientras que Harry y Dean conversaban animadamente, riendo al ver a sus parejas bailar.

-Entonces¿cómo te va con Ginny? –dejó caer Harry casualmente.

-Oh, bien... Es una chica estupenda.

-Sí, ya lo creo que lo es. Tienes suerte, no se encuentra a alguien como ella todos los días.

-Lo sé. Aunque la verdad es que últimamente está un poco más distante.

-¿En serio¿Y eso? –Harry se mostró preocupado, intentando acallar el grito de euforia que pugnaba por salir de su interior.

-No sé… -Dean miró con tristeza a la pelirroja pasar por entre las piernas de Luna, y se mordió el labio-. Desde el verano, está muy tensa. Me preocupa.

-Estamos en guerra, Dean. Todos estamos preocupados por lo que pasa ahí fuera.

-Lo sé, pero no es exactamente eso.

Hubo un corto silencio, roto sólo por la música y el parloteo incesante de los alumnos.

-¿La quieres? –Dean se puso tenso.

-¿Por qué preguntas eso?

-Por nada… Es como una hermana para mí, ya sabes, me preocupo por ella –mentiroso, dijo una voz en su interior. Dean frunció el ceño.

-No sé. Antes creía que sí, pero ahora… Ya no lo sé.

Otro silencio. Dean abrió la boca para decir algo, pero se contuvo. Pareció decidirse, y volvió a abrir la boca.

-Pero tú sí¿verdad?

Fue como si hubieran echado un cubo de agua fría sobre Harry.

-¿Qué?

-No es como una hermana para ti, Harry. No soy tonto, he visto cómo la miras. Somos amigos, y no quiero estropearlo, pero estás loco por ella. Y, la verdad, no sé cómo tomármelo.

Harry no supo qué decir. Al menos, Dean no se había enfadado mucho…

-No tengo oportunidad con ella, Dean. Dejé de gustarle hace años.

-Venga, Harry, eres el Niño Que Vivió, el favorito de Dumbledore. Puedes hacer lo que te dé la gana –había un tono de amargura en su voz que a Harry no le gustó nada.

-¿Qué? Vamos, no seas idiota. Ginny no caerá tan bajo, no saldrá conmigo sólo porque soy famoso.

-¿Ah, no¿No sabías que casi todas las féminas del castillo han formado un Club de Fans de Harry Potter¿Acaso no te habías dado cuenta de que hoy todas intentaban fulminar a Luna Lovegood?

-Esas no son Ginny.

-Harry, Ginny nunca ha dejado de quererte. Por eso no es feliz conmigo, ni lo fue con Michael. Está tratando de olvidarte, pero no puede. Así que llévatela ya y déjame en paz.

Harry estaba aturdido. Cierto que eso era lo que quería oír desde hacía mucho, pero la forma en que lo había dicho Dean… Entonces lo entendió. Estaba tan claro que no sabía cómo no lo había visto antes.

-Lo que pasa es que tienes envidia¿no?

-¿Yo¿Envidia¿De qué, de una cara rajada?

-Si estuvieras en mi lugar, serías bastante desgraciado, Dean. ¿No entiendes las consecuencias de mi fama? He pasado diez malditos años con unos imbéciles que sólo deseaban mi desgracia; mis padres y mi padrino, mi única familia, están muertos y Voldemort me quiere bajo tierra. Pero eso no es todo¡no: si quiero sobrevivir tengo que dedicarme a aprender a matar y convertirme en un asesino. ¡Y tú tienes envidia de mí!

Ya le daba igual que se conociera la profecía. Quería hacerle comprender lo que era su vida. No soportaba que la gente lo envidiara, creyendo saber lo que era estar en su piel, marcado para siempre por aquella maldita cicatriz.

Pero Dean, para su sorpresa, sonrió con una mueca extraña.

-A ver si lo he pillado. Has tenido una vida muy dura y desgraciada, eres la persona más infeliz del mundo y, claro, eso te da derecho a creerte el mejor por aquí y llevarte a mi novia¿no?

Harry estaba empezando a hartarse de aquello. ¡Dean era su amigo¿Qué estaba pasando ahí?

-Mi padre me abandonó poco después de nacer –soltó de pronto-. Nos abandonó, a mi madre y a mí. Sin decir nada, sin dar explicaciones. Mi madre lo sigue queriendo, pero yo lo odio. Nos dejó solos. Ni siquiera sé si era un mago.

Harry no supo qué decir a esto. No tenía ni idea.

-Pero yo no voy anunciándolo por ahí¿sabes? No presumo de ello.

-Yo nunca he presumido de que mis padres estén muertos, Dean. Nunca he querido ser famoso, nunca he pedido la vida que me ha tocado.

-No, qué va. Vas siempre saltándote las normas, te dan igual los puntos que quiten a tu casa o lo que pueda pasar, con tal de llamar la atención. ¿El gran Harry Potter siguiendo las normas¡Ni pensarlo¡Estás por encima de esas cosas!

Harry empezaba a enfadarse.

-Dean, por favor… -su supuesto amigo no le hizo caso, y alzó la voz.

-¿Que te apetece salir a dar una vuelta en plena noche? Venga, como si algo te lo impidiera. ¿Que está prohibido salir del castillo¡Qué más da, eres el Niño Que Vivió¿Que te da por llevarte a tus amigos de paseo a Londres¡No importa, no se le puede prohibir nada al ojito derecho del director¿Que quieres llevarte a la chica de otro¡Pues adelante, eres el Gran Harry Potter!

Harry se levantó y sacó la varita, apuntándola a Dean.

-No quiero hacerte nada, Dean.

-¿Ah, no? Pues es una pena, porque a mí no me importará hacerte daño. Estoy harto de ti, Harry, ya es hora de darte una lección de humildad –empezó a pronunciar algún hechizo, pero Harry, viendo que no había otra opción, se adelantó:

-¡Impedimenta! –Dean salió despedido hacia atrás y chocó contra una mesa. En el Gran Comedor, las risas se apagaron y algunos profesores se levantaron y se dirigieron hacia Harry y Dean. Estos no se dieron cuenta.

Desde el suelo, Dean alzó su varita y, con una mueca de odio, la apuntó hacia Harry.

-¡Expelliarmus! –esta vez fue Harry quien salió despedido, mientras contemplaba, impotente, cómo su varita salía de su mano e iba a parar a la de Dean.

Cuando vio que Dean iba a lanzar otro hechizo, Harry olvidó momentáneamente que no tenía la varita en la mano. Fue instintivo; levantó el brazo derecho y apuntó los dedos hacia Dean, permitiendo a su magia salir libremente.

-¡Tarantallegra! –las piernas de su compañero empezaron a temblar y moverse de un lado a otro sin control alguno, y su propietario cayó al suelo. Levantó la varita de nuevo, pero…

-¡Petrificus totalus! –dijo una voz detrás de Harry, y Dean cayó hacia atrás, inmovilizado, aunque sus piernas siguieron temblando.

Al instante, dos voces empezaron a gritar, ambas en el mismo tono. Harry se dio la vuelta y vio a la profesora McGonagall y a Ginny, rojas de furia.

-¡…se os ocurre hacer esto en medio del Gran Comedor¡Veinte puntos menos a Gryffindor por cada uno…!

-¡…no me esperaba eso de ti, Dean, creía que eras más maduro¡Desde luego no quiero salir con alguien así…!

Las dos siguieron gritando un buen rato. Dean estaba paralizado por el hechizo de Ginny, y Harry por la sorpresa. Cuando recuperó la movilidad, Ginny se había ido a la Torre de Gryffindor, con Dean detrás intentando detenerla, y McGonagall, tras citarlos para el castigo el lunes a las siete, había vuelto a su mesa.

Luna se acercó a Harry y le ayudó a levantarse, y ambos decidieron salir al jardín un rato. El chico se movía como en un sueño, y agradeció la presencia de su amiga.


Severus entró en el Gran Comedor por la puerta trasera y caminó hacia la mesa de los profesores, arrastrando su túnica de gala (negra, por supuesto) y barriendo el suelo con ella. Se sentó entre Filch y madame Pince, la bibliotecaria, y se dispuso a observar con expresión de asco a los estudiantes que se lo pasaban bien.

Dumbledore estaba con unos alumnos de primer curso. Era una gran persona y todo eso, pero al pobre le encantaba hacer el tonto.

El único que se dignaba a hablar con él allí era Filch, y con él no tenía mucha elección, así que el tema de conversación oficial de la noche fue "Los grandes métodos del pasado para castigar a los alumnos".

Severus estaba ya pensando en irse a dormir, cuando Dumbledore se dignó a acercarse a gente de su talla.

-¿Me disculpas, Argus? –preguntó amablemente, y acto seguido arrebató la silla a Filch para sentarse al lado del profesor de Pociones-. ¿Cómo va la noche, Severus?

-¿Es que no es obvio? Me lo estoy pasando en grande. Y, por lo que veo, usted también se ha divertido, asustando a esos chiquillos.

-¿Asustarlos, yo?

-¿No ha visto sus caras, profesor? Estaban aterrorizados. Los pone nerviosos.

Dumbledore simplemente sonrió. Abrió la boca para decir algo más, pero un estruendo al otro lado del Comedor hizo que ambos volvieran las cabezas.

En cuanto localizaron la fuente, Severus no pudo evitar que una sonrisa mal disimulada cruzara su rostro. Cómo no. Potter.

Después de todo, pensó el profesor, mientras veía cómo el chico era lanzado hacia atrás por un hechizo, quizá la noche no sea tan aburrida como la había planeado.


El fresco aire de la noche despertó un poco a Harry, que fue consciente entonces de lo que había pasado. No se esperaba eso de Dean, ni mucho menos. Habían sido amigos durante cinco años; incluso el año anterior, cuando Seamus se peleó con Harry, Dean había mantenido amistad con los dos chicos. Nunca se había parado a pensar que sus amigos pudieran tener envidia de él.

Entonces se preguntó si Ginny cortaría con Dean por su culpa. Tal vez ella odiara a Harry después de eso… Aquel pensamiento le dolió tanto que decidió no planteárselo más.

Se dio cuenta de que Luna y él estaban paseando por un camino bien iluminado con una especie de hadas de apenas tres centímetros de altura que emitían una luz suave anaranjada e iban revoloteando por allí, batiendo lentamente sus pequeñas alas. El camino llegaba hasta el lago, donde había una barquita en la que Harry creyó reconocer a Cho Chang con un chico que no era Michael Corner. No les prestó mucha atención, de todas formas, porque algo le llamó más la atención.

En un banco, iluminados por la luz de un par de hadas que se perseguían la una a la otra, había una pareja que no parecía percatarse de que tenía compañía. Se besaban apasionadamente, como si les fuera la vida en ello. Las hadas se alejaron pronto, pero Harry ya lo había visto todo. Luna se quedó parada, con los ojos aún más abiertos de lo normal y la vista fija en aquellos dos, que no se dieron por aludidos hasta que ella habló, momento en el que se separaron y se dignaron a mirarlos.

-Hola, Ron. Hola, Hermione.

Ambos la ignoraron, con la vista fija en Harry. Hermione abrió la boca para decir algo, muy incómoda, pero terminó mordiéndose el labio y bajó la vista. Ron se quedó un momento mirándolo, con expresión culpable.

-Harry…

Este, mientras tanto, estaba paralizado. No sabía exactamente porqué, pero se sentía traicionado. Ron y Hermione eran sus mejores amigos y, aunque sabía que no tenía sentido, que tenían todo el derecho de hacer lo que les diera la gana, le dolía mucho que no hubieran confiado en él y no le hubieran dicho nada. No podía evitar pensar que si ellos se juntaban, Harry se quedaría muy solo. Sospechaba que nunca sería lo mismo si sus dos mejores amigos estaban saliendo, y se rebelaba contra la idea de perderlos. Además¿y si no salía bien¿Y si cortaban, y terminaban odiándose¿Sería Harry un intermediario de los dos para siempre?

Harry sólo veía inconvenientes a esto y, abrumado por todo lo que había pasado aquella noche, salió corriendo, sin dar tiempo a sus amigos a reaccionar. Oyó la voz de Ron que lo llamaba, y se giró un momento para ver a Ron de pie, dudando si seguirle, y a Hermione detrás de él, mirando al suelo. Luna parecía sentirse fuera de lugar, y se quedó detrás, sin saber qué hacer.

Harry no paró de correr hasta que llegó a su dormitorio, y Ron no le siguió. Se tiró en la cama y, de pronto, pensó en Sirius, en lo mucho que lo echaba de menos, y algo en su pecho estalló.

Sin poder evitarlo, las lágrimas empezaron a caer por sus mejillas. Probablemente había perdido esa noche al amor de su vida y a sus dos mejores amigos. ¿Quién le quedaría si ellos no estaban? No estaba preparado para perder a nadie más. Tal vez fuera egoísta, tal vez Dean tenía razón y se creía el ombligo del mundo, pero en ese momento no le importó. Sólo era consciente de lo solo que estaba, y de que el futuro no le auguraba nada bueno.

Se le formó un nudo en la garganta, y empezó a sollozar, hundiendo la cara en la almohada, desahogándose lentamente. Era demasiado para él. Lo habría dado todo por ser uno más, por no tener la dichosa cicatriz en la frente, por no haber oído hablar nunca de Voldemort. Deseó dormir, deseó olvidarlo todo y darse cuenta de que era un sueño, y despertar abrazado por su madre.

¿Por qué todas las personas que quería tenían que abandonarle¿Por qué la dichosa profecía no podía haber escogido a otro?

Pero no servía de nada lamentarse, quejarse no le ayudaría. No había nada que pudiera hacer para evitar su destino, para dejar de ser quién era. Ese pensamiento se colaba en su mente y le hacía sentir aún más desgraciado.

Era demasiado para él, era más de lo que podía soportar. Si sólo tuviera a Sirius a su lado, aconsejándole, tratándole como a un hijo, queriéndole… Si pudiera verle otra vez y abrazarle, y decirle cuánto lo había echado de menos, cuánto lo necesitaba…


Sirius levantó la cabeza, extrañado. Esa sensación…

Con una mano fría, sin color, se secó las lágrimas, y miró a su alrededor. Los fantasmas se habían acercado a él y se habían puesto en círculo, pero ninguno le había dicho nada ni había intentado consolarlo. Lo miraban con curiosidad, como si no entendieran la desesperación que le hacía sentir la pérdida de sus amigos. Pero no, no era eso lo que había sentido.

A su alrededor, todo parecía estar igual. La tierra se extendía muchos kilómetros en todas direcciones. No había color en ningún sitio, no había alteraciones en el terreno, sólo aquella inmensa llanura en medio de ninguna parte, llena de fantasmas.

Pero él sabía que lo que había notado no estaba allí, sino que venía de otro mundo.

Entonces volvió a sentir un nudo en la garganta, y su corazón se llenó de aquellas extrañas emociones de antes: desesperación, rabia, soledad, amargura... Sí, era lo que él mismo sentía por la pérdida de James y Lily, pero… no eran sus sentimientos. No sabía cómo estaba tan seguro, pero no tenía dudas: estaba sintiendo las emociones de otra persona.

Y entonces, de pronto, notó que algo tiraba de él, que lo llamaba desesperadamente, que necesitaba su presencia.

Se dio cuenta de que su cuerpo había empezado a difuminarse, igual que los de James y Lily, y se preguntó si no iría con ellos de nuevo. Pero algo en su interior le decía que era imposible, que no estaba preparado para eso, que no era allí adonde iba.

Aquel lo-que-fuera seguía llamándolo, y sintió que su ser se hacía cada vez más ligero y que desaparecía ante las miradas de extrañeza de los otros fantasmas.

Sintió que aquellos sentimientos anteriores desaparecían, y se sintió cansado, muy cansado. Después, desapareció por completo de aquel lugar, y ya no supo nada más.


Harry se llevó la mano al pecho, respirando entrecortadamente. Seguía en su habitación, tirado en la cama, con lágrimas resbalando lentamente por sus mejillas, pero sentía que no estaba ahí. A su alrededor, todo estaba borroso, y no podía reconocer nada de lo que veía. La información no llegaba correctamente a su cerebro y no era capaz de asimilarla. Sintió que se asfixiaba, que le costaba un mundo respirar.

Entonces, notó como si le hubieran quitado un tapón, y ya no pudiera mantenerse dentro de su cuerpo. Su energía empezó a salir, a borbotones, como un torrente desbordado, y se sintió impotente y débil por no poder hacer nada por evitarlo. Supo que aquello era su magia, que lo estaba abandonando, que brotaba incontroladamente y se iba para siempre. Se sintió muy cansado, y pensó que tal vez no sobreviviría; necesitaba aquella magia para vivir, era su energía, la fuerza que lo alimentaba.

Se tiró en la cama y se encogió, atravesado por el dolor. Después cerró los ojos y se abandonó al sueño que lo reclamaba como suyo.


Severus entrecerró los ojos y apretó los dientes al sentir una quemazón en el brazo, un agudo dolor que conocía muy bien. Se le puso la carne de gallina y sus músculos entraron en tensión, y Dumbledore se dio cuenta de que le pasaba algo.

-Severus¿te encuentras bien?

-Él me llama, profesor.

-¿Qué¿Tan pronto?

-Lo sé, no es normal. Tal vez ya hayan sacado a los de Azkaban…

-No, me habrían avisado. Los aurores están doblando la vigilancia estos días, y mantienen contacto constante con el Ministerio y conmigo. Esto me huele mal…

-Pero debo ir, profesor. Si no, sospecharán de mí, y no puedo permitirme el lujo de que Voldemort me descubra.

Dumbledore suspiró y asintió.

-Está bien. Pero ten mucho cuidado, Severus. No me gusta nada esto.

-Ya somos dos, profesor.

Sin una palabra más, se levantó y salió del Gran Comedor. Entró a la primera clase vacía que encontró, y desde allí se transportó al cementerio, preguntándose qué tripa se le habría roto a Voldemort.


Siento haber desaparecido tanto tiempo... Bueno, aquí estoy otra vez, por si a alguien le interesa . Por la enorme afluencia de reviews obtenidos últimamente, yo diría que no, pero no me rendiré tan fácilmente.

Tenía este capítulo bastante planeado, y me gusta cómo ha quedado. Me dicen por ahí que tiene mucha intriga, aunque la verdad es que creo haber sido bastante clara... A ver si alguien opina y me levanta un poco la moral, jeje.

Bueno, un besazo a todos. Aunque no lo creáis, sigo escribiendo.

amandablack13