Undécimo
Entró furioso al salón, tardando un poco encontrar ese ki tan característico por la última eventualidad. Cuando lo hubo enfocado la vio apoyada en la muralla, estaba sonriendo mientras sostenía una copa en su mano en ese vestido que le compró cinco años atrás. Caminaba hacia ella cuando entró en estado catatónico: un tipo joven y atractivo que no vio antes, oculto tras el pilar que de lejos impedía su visión completa, le coqueteaba descaradamente con el campo totalmente libre.
Fue allí, parado en ese punto que entendió tantas cosas. Por primera vez sintió unos celos que le consumían el alma; ella era suya y nada más que suya y ningún hombre siquiera podría mirarla con otros ojos y menos tocarla como él lo hacía, aunque sólo fuera parte de la mímica de un tema de conversación. También entendió por primera vez los sentimientos de su esposa contra Ayra y para con él; experimentando esa oscura bruma que si eras de episodios sanguíneos, terminaba nublándote el sano juicio.
Aunque la única voz que escuchaba era 'hazlo pedazos' se tranquilizó. Ya basta de hacerle caso a esa pasión y terquedad, convencido ahora de actuar más 'sabiamente' o por lo menos hasta que ese Saiyan nuevamente se manifestara. Ocultó totalmente su ki segundos antes que Dana lo percibiera y comenzara a otear su panorámica.
-¿Pasa algo?- Preguntó ese hombre de 1.80, guapísimo, corpulento, lustroso cabello negro y voluminoso, destellantes ojos pardos.
-No, creí ver a alguien.-
-¿A quién?-
-No, a nadie, no te preocupes.- Le contestó con una sonrisa de cortesía.
-Bueno, entonces sigamos con nuestra charla… dime, ¿te interesaría ver los diamantes para tu maquinita milagrosa ahora?-
-¿Qué los tienes aquí?- Dana expresó en sorpresa.
-Sí, en mi yate de lujo que está en el muelle, vamos, ven conmigo, te haré un excelente precio si encontramos el diamante de alta pureza que necesita tu compañía.-
-Ah…- Dana bajó la cabeza dudando. Sintió el clásico recato a una invitación de un hombre soltero estando ella sola, además algo no calzaba: si él vendía diamantes debería ser un hombre seguro de su stock. Pero también sabía que no iba a hacer algo malo, y en su ingenuidad pensó que esta podría ser la oportunidad de conseguir lo que tanto necesitaba.
-OK; espera un segundo, iré al tocador un momento.-
El estupendo hombre sonrió maliciosamente al verla aparatarse y admirar de punta a punta el posterior de su femenina figura, fantaseando miles de cosas que casi se frota las manos. Dejó su copa mientras pasaba un camarero con una bandeja y enfiló al baño, ignorando completamente que alguien lo perseguía muy de cerca y estaba consciente de todos sus planes.
Silbaba de alegría frente a un orinal ubicado al fondo del baño mientras el Saiyan se acercaba al lavamanos más cercano a la puerta. El silbido ahora repicaba en el lavamanos del extremo final cuando súbitamente sonó su celular. Agitó violentamente sus manos para sacarse el exceso de agua y atendía el teléfono después de maldecir la inoportunidad.
-¿Hola, ¡AH, Socio, prepara el yate y tira la cama abajo, ¡una rubia espectacular viene conmigo!…- Pareció detenerse a algo que le decían al otro lado del aparato. -… ¿qué si me aseguré si viene con alguien? ¡qué se yo! no preguntes estupideces, y si fuera así el pobre diablo tendría que ser un imbécil para dejar sola a ese pedazo de muj…-
Fue llevado de golpe a la pared más cercana y alzado por el frente de su camisa varios centímetros sobre el piso. Trunks casi se mata de la risa a su pataleo y gritos de niña exploradora; sólo faltaba que llamara por su mamá.
-¡Por favor Señor, ¡piedad! ¡¿Acaso lo conozco! ¡¿Por favor dígame qué le he hecho!- Gimió agitado entre el bollo que se había formado cerca de su boca por el puño de Trunks enrollado entre la ropa.
-Mírame mejor a ver si sabes quién soy, pedazo de basura.- Le contestó presumido y chispeante, dejando vislumbrar sus dientes blancos y sus ojos fulminantes entre la chasquilla peinada al impulso.
-AH, UD., UD. ES EL GERENTE DE CAPSULE CORP, POR FAVOR, ¡NO PENSABA HACER NADA MALO!-
Trunks lo despegó de la pared y lo azotó aún más violentamente, haciendo al sujeto gritar del dolor al choque de su cabeza.
-¿Que tan cierto es eso de los diamantes en tu yate?- Preguntó perverso a ese experimentado Don Juan, sabiendo que tenía el poder completo.
-Aaaahhh,… sólOo… sOolo teNgo unas cuAAntas pIedritAs.- Respondió atropelladamente entre su acobardada voz de inflexiones agudas.
Trunks se quemó por traspasarlo con el puño y sacarle las tripas. Lo bajó al nivel de sus ojos y le habló en uno de sus tonos más amedrentadores.
-Escucha esto y escucha bien maldito miserable, la 'rubia espectacular' es mi esposa y la próxima vez que siquiera te atrevas a mirarlayo mismo te clavaré de los cojones al asta de tu yate de lujo.- Lo soltó sin antes engancharle un sendo combo en el estómago que lo dejó sin aire y tumbado en las cerámicas. Se volvió a lavar las manos como si hubiera tocado algo repulsivo y estaba de salida cuando apenas escuchó.
-Ella, ella…- Se detuvo jadeando por aire. Trunks aunque ya no quería verlo ni en pintura sintió curiosidad por saber qué podía decirle ahora.
-…ella no llevaba argolla de matrimonio, yo, yo- Se tomó del estómago paras seguir.- yo no me meto con mujeres casadas, sé que son un lío…-
-¿Qué dices, ¿no llevaba argolla?-
Le habían dado un golpe bajo, sus expresiones cambiaron marcadamente a una profunda melancolía. Prometieron nunca jamás quitarse ese símbolo que los uniría hasta la muerte; salvo que necesitaran tener sus manos libres. El tipo rió vengativamente en su dolor.
-…Increíble, todo se sabe en este mundo…-
Sería su último error. La tristeza del Saiyan fue mutada a una rabia incontenible que pateó al sujeto de donde amenazó clavarlo.
De sorpresa a rabia, de rabia a celos, de celos a venganza y de venganza a un sentimiento que no pudo describir al quedar parado en medio del salón, mirando en línea recta a esa mujer que parecía buscar a alguien. Mantuvo su vista inmutable hasta que ella lo advirtiera.
Cada arruga, cada torcimiento del arco de las cejas, cada punto de luz venido de sus irises los traspasaron como una espada. Dana quitó la vista en desprecio de ese hombre que se veía increíblemente incitante en su facha sutilmente desordenada respecto a los smokings y vestidos de noche, un desprecio que no causó en él más que una inflamación pletórica en todo el campo de sus instintos como jamás la había sentido.
Con esa sola mirada supieron del hervidero de emociones ahora extremas y que él iba a tomar represalias inmediatamente. Pero esta vez no le daría en el gusto.
Se dirigía a paso raudo fuera del salón, tomando como ventaja su sello de puesto importante y cabellera lavanda e insinuó entre la gente '¿No es ese el presidente de Capsule Corp?' para que fuera reconocido y cortaran su paso para saludarlo. Fue corriendo a tocar el timbre de llamada del ascensor mirando hacia atrás. Una ola de calor intensificó el vértigo de su estómago, tratando de ignorar el sexto sentido que le decía que no podría escapar. Tres segundos era demasiada espera; corrió a la escalera de emergencias y se quitó los zapatos de tacón para subir sin obstáculos.
Aceleró su paso y jadeó en desesperación al sentir tres pisos más abajo el golpe metálico de la puerta, concentrándose en la meta de abrir la próxima y esconder su ki mientras se perdiera entre los pasillos. Tomó la fría barra metálica, pestañeando al encandilamiento a medida que abría la puerta y la que inexplicablemente volvió a su posición de origen. Inexplicablemente hasta que vio su mano grande y fuerte, volviendo en reflejo para confirmar que era quién más temía...
Lo rechazó confundida en su torbellino de emociones, sólo consiguiendo que él reafirmara su territorialidad en su vulnerado instinto de varonil dominio y la atrapara contra la pared. Era tan difícil resistirse a ese hombre que sabía perfectamente cómo y con qué intensidad tomarla, sobre todo cuando era llevado por su pasión. Era tan difícil y tan perfecta la oscuridad del lugar, el eco del mar tras las ventanas, el sonido de su excitación que ahora opacaba el de ella entre sus inconsistentes 'no' cuando regresaba de sus sexuales vaivenes y posesivos masajes bajo la ropa.
Hubiera sido todo demasiado perfecto si no asomara como la gran ganadora de sus sentimientos encontrados la intensa rabia por todas las cosas que sucedieron antes.
-¡Suéltame, ¡estoy furiosa!- Decidió estoicamente anteponerse a su placer que aumentaba proporcionalmente a la ceguedad de su esposo de reclamarla como de su exclusiva y completa pertenencia.
-¡Suéltame Trunks! ¡ALÉJATE!- Gritó entre alteradas lágrimas mezcladas con el sangramiento de viejas heridas, impotente de ser ella tan débil y él tan fuerte, de desearlo desmesuradamente y de aborrecerlo al mismo tiempo.
-¡TE ODIO! ¡SUÉLTAME!-
…
Dio el resultado esperado; se detuvo al segundo y se quedó apoyado en ella hasta concluir en base a sus recuerdos que nadie le había dicho aquellas palabras. Dana por su parte, aterrada de que aquello fuera cierto y con el corazón por salírsele del pecho. La dejó caer y retrocedió un paso, agitado, escéptico y terriblemente perturbado; enfocando sus ojos que en la oscuridad se veían negros.
-¡¿Quién te crees que eres! ¿Después de todo lo que me hiciste pensaste que iba a correr a tus brazos? ¿Crees que todo es así de fácil? ¡Estos cinco años te consideré un hombre diferente, pero veo que eres como cualquier sinvergüenza!- Volteó para abrir la puerta que estaba salida del umbral y arrastrarla con gran dificultad, gimiendo a sus rabiosos esfuerzos. Dejó de insistir y comenzó a subir las escaleras para abrir la del siguiente piso.
-Tenías razón.- Se escuchó fuerte y claro mientras ella subía los escalones, deteniéndose al mensaje.
-Todo el tiempo tuviste razón…- Declaró tristísimo al tiempo que se apoyaba en la baranda y alzaba su vista para encontrar la de ella. -… y finalmente cometí el error por tercera vez, quizás no merezcas a un hombre que aún hiere a las personas que más ama y que no puede superar sus trancas.- Desvió su mirada al piso y así hasta abrir la puerta atrancada y perderse de su vista.
Dana cayó en sus rodillas y bajó su cabeza en rendición. Por segunda vez en su vida no supo qué hacer.
