Duodécimo
-¿Estás segura que eran todos los pretendientes al puesto?- Preguntó con una última luz de esperanza.
-Así es Señor Briefs, ya no queda nadie más.- Contestó su consagrada secretaria de unos 50 años en su habitual tono profesional y humano.
El gerente de Capsule Corp apoyó pesadamente los codos en el escritorio y hundió el rostro en sus manos. Volvía al principio y peor que antes, sólo consiguiendo balances negativos: la mala fama que adquirió con una importante compañía por no cerrar el trato, la postergación de su trabajo que ahora lo ahogaba y la separación de su esposa. Maldijo su poca visión y no haber escuchado a su cónyuge por su estúpido orgullo.
El timbre del teléfono que se volvió infernal en los últimos días lo sacó de su oscura mañana; se encendió la luz del anexo de Biotecnología y contestó '¡Dana!' pensando con la médula.
-Lo siento Señor Briefs, pero la Señora Sterling aún no aparece ni se ha puesto en contacto con nosotros.-
-¡No es posible, el evento terminó hace días!- Le reclamó como un cliente molesto de un producto al cajero que no tiene nada que pintar en el asunto.
-Lo sé Señor, pero no era para eso que lo llamaba… debe coordinar una reunión con el Ministerio de Salud y Medicina lo antes posible por el proyecto de Mitosis Celular. Como la jefa aún no llega quizás deba acompañarme al ser la segunda al mando.-
-¿Ah, Ministerio de Salud y Medicina… pero yo no puedo i… (¡MALDICIÓN!) espera, tengo otra llamada del departamento de mecánica en línea.-
-¡Dana!- Gritó otra vez al ahora timbre del celular que atendió en su otra oreja sin siquiera ver la pantalla de cuarzo.
-Ah, amigo siento desilusionarte pero soy Dan…- Sonó en ese típico tono metálico al otro lado del auricular. Trunks saltó en su puesto y vitoreó feliz al enterarse que estaría de vuelta antes de lo esperado y que todo había salido bien con su hijo. Se paró enérgico con la última buena noticia, sin embargo, una desazón disminuyó el dinamismo de sus pasos.
… la extrañaba tanto.
8 PM…
Abría la puerta de su casa cuando sintió la presencia de alguien. Siquiera se molestó a analizarla cuando sacaba la llave del cerrojo y gritaba ansioso ese nombre de cuatro letras. Alguien se asomó por el pasillo, pero no era la hermosa rubia que había desposado.
-Señor Briefs, llegó justo cuando había terminado. Dejé todo limpio e impecable.-
-Ah, qué bien.- Dijo sin ocultar su pesimismo con un prestado agradecimiento. -¿Cuánto es?-
-No se preocupe, está todo saldado. Tenga Buenas Noches.-
Hubiera pensado más en ello cuando sintió el pesado silencio de una casa vacía y un exótico aroma a velas aromáticas. Quizás la empleada de la limpieza tenía gustos extravagantes.
Comenzó soltándose la corbata, dejando una huella de ropa que marcaba su paso al baño sobre el piso alfombrado. Qué importaba el orden, de todas formas iba a pasar otra noche solo. Tomó una ducha y vistió esa camisa blanca que su esposa siempre terminaba de quitarle, alabándole lo irresistible que se veía en ella.
En un reflejo automático fue a la cocina, ella siempre estaba allí esperándolo a cenar pero ahora no había nada más que muebles, desierto y malos recuerdos. Abrió una de las alacenas buscando algún bocadillo cuando vio esa botella de wisky que Sergi le había regalado en su despedida de soltero y que aún conservaba sellada. Sonrió al recuerdo y decidió tomar un poco, a ver si el cauterizante amargor del alcohol igualaba el suyo.
Fue a su estudio y rebrotó otro resabio al ver aquellas carpetas de la discordia. Prendió la chimenea a gas y comenzó a tirarlas una a una, perdiéndose en las llamas y deseando que con ellas ardiera también ese viejo enemigo que parecía no irse. Regresó a su escritorio y se sentó en el sillón para revisar los cajones inferiores, quizás había algo más de lo que debía deshacerse.
Maldijo el corte de luz que le impedía seguir revisando, culpando a la ampolleta y enderezando su columna. Pensó que era su falta de sueño, el excesivo trabajo o que se estaba volviendo loco viendo algún fantasma cuando distinguió una silueta de mujer que era dibujada por la lumbrera de la hoguera.
Quedó estupefacto, sin poder mover un solo músculo. Vio que esa mujer se acercaba soltando lentamente su largo cabello sostenido por una varilla, vestida solamente por una camisa que era muy grande para su contextura y que reconoció como suya. Caminaba cruzando una pierna antes de la otra con tal de otorgarle más voluptuosidad a su andar, finalmente alcanzando el sillón. Simplemente lo volvía loco cuando era ella la que tomaba la iniciativa, apoyando la mano en la cabecera para empujar el sillón hacia atrás hasta encontrar el suficiente espacio para sentarse sobre sus piernas.
Los papeles se intercambiaban, ahora ella fue la impetuosa que se entregaba por entera en ese ósculo que no tenía nada que envidiar al de dos amantes. Entre su aliento le mencionó que ese fue uno de los besos más sexys que le había dado, fundiendo sus anhelantes bocas al calor del licor. Tomó de esas manos tiesas de la sorpresa y las hizo deslizar por su curvilínea figura bajo la camisa. Sonrieron en su beso al sentir que ambos llevaban la argolla puesta.
No lo aguantó más, la acostó sobre el escritorio que era tan grande como el de la compañía y que barrió ampliamente con el brazo para echar todo abajo.
-¡OH Dios! ¡Tiré el computador al suelo!… ¡¿Hace cuanto que no hacemos esto!- Le preguntó sugestivo y jocoso en lo agitado de su respiración, posándose sobre ella en la insistencia de esos brazos que le exigían cubrirla entera.
-Dos meses exactos… ¿que tenga yo que tomar apuntes de todas las fechas?- Respondió entre jadeos y risas causadas por las cosquillosas caricias y el roce de esas piernas anchas que ella desnudaba con sus pequeños pies.
-Tu eres la de mente metódica, yo soy el de decisiones impulsivas.- Dijo en ese matiz tan petulante, sensual y terminado que le dieron ganas de hacerlo pedazos en lujuria, alternando risillas cada vez menos frecuentes con esos dulces quejidos de placer que su esposo le provocaba al tocarla.
-¿Como todo Saiyajin no?- Apenas soltó entre sus ronroneos que se acompasaba al ajuste de sus caderas y de pronto rió a todo pulmón, le habían arrancado la única prenda que vestía de un jirón.
-¡¡¡TRUNKS, ERA TU CAMISA FAVORITA!-
-Silencio, no discutas las acciones de tu superior y menos en su puesto de trabajo.-
Rió por última vez para rodearlo con sus brazos y compenetrarse con él en el rito amoroso, quizás en uno de sus anocheceres más inolvidables como marido y mujer.
