Ángel Demoníaco

Por: Tiff

Yo siempre fui de la idea de que las personas realizan los actos por alguna razón. Si una persona se hubiera detenido alguna vez a mitad de su travesía a entregar una moneda a un pordiosero desconocido, hubiera pensado al instante que lo hacía por alguna razón específica. Todo acto tiene su causa, su justificación. En el caso que te planteo, pensaría primero que aquella persona que a primera vista se le nota caritativa y samaritana, estaría buscando con aquel gesto algo para su beneficio personal. ¿Qué beneficio personal obtendría, me preguntarías tú, que lo has hecho tantas veces?

Para contestar este cuestionamiento, primero tendríamos que analizar cada uno de los motivos que nos orillan a realizar tales actos. Uno de los que yo nombraría sin equivocarme talvez, sería el de la lastima. Sentimos lastima por las personas menos afortunadas a nosotros, sentimos lastima de verlos echados en un rincón, harapientos y sucios, pidiendo una limosna para sobrevivir.

¿Qué pensamos en el momento en que les vemos, que nos provoca ese árido sentimiento lastimoso?

En mi caso, diré que la razón de mi aparente generosidad, era aquella ideología que solía aplicar: "Recibirás todo lo que des." Ese era mi motivo para llevar acabo tantos actos caritativos, nada más.

Llegué a sentir por algunos instantes, que en cualquier momento podría llegar a ser yo ese ser humano andrajoso, que pondría la misma mirada incitadora de compasión; que maldeciría al notar al opulento adinerado metiendose las manos en los bolsillos repletos de monedas tintineantes, sin despertar en él una pizca de compasión. Frustración, debilidad, enojo y después resignación. No quería sentir esas emociones jamás.

Mis creencias religiosas también me guiaban por el mismo sendero. Lecciones del libro sagrado que se repetían una y otra vez, resumidos en aquella famosa predicación usada por todos los profetas, Cristo incluido en ellos: Ama a tu prójimo y trátalo como quisieras que te trataran a ti...

Ahora mi creencia se ha modificado. Cuando uno se convierte en un ser inmortal, comprende muchas cosas. Las causas altruistas que antes defendía a capa y espada, no son más que recuerdos obsoletos para mí, refundidos en cajones polvorientos en la memoria. Ahora que puedo ver el transcurrir de los hechos a través de centenarios incontables, y el paso de las vidas humanas con todas sus sorpresas y deslices, comprendo que una pequeña causa filantrópica como la que describo, no ayuda en nada a cambiar la vida de aquel desdichado sujeto.

Sí, le ayudará a comer una hogaza de pan salida del horno esa noche, y le dará la tranquilidad de la idea de la merienda enmohecida los siguientes dos o tres días., para después regresar a su esquina pestilente a seguir recolectando centavos que le ayuden a la supervivencia. Al realizar esos actos, uno le ayuda a sobrevivir, no a vivir, y mucho menos de una manera decente. Le condena a ese ser humano a vivir en la esperanza de ese pedazo de pan ó de ese bote de pegamento, sin aspiración a nada más. Esa limosna jamás le servirá para comprar una prenda decente para el frío, ó para alquilar aunque sea un pequeño cuarto en un callejón oscuro... ¿Qué buena acción estás realizando, si después de esa hogaza, el estomago del hombre queda con un vacío aún más insoportable, con la incertidumbre llenándole la cabeza, al no saber si al siguiente día habrá otro como tú?

No me malentendáis... no es mi intención ofenderos con mis amargas palabras... simplemente expongo mi punto de vista con respecto a estos desamparados. Por supuesto que existen casos contrarios a estos desafortunados seres, que de las cenizas resurgen como un hermoso fénix, logrando resarcir sus errores para transformarlos en triunfos inimaginables...

Pero no era mi intención aburriros con tontas filosofías de fantasiosos inmortales. Supongo que talvez me he formulado teorías estúpidas a falta de cosas que hacer antes de la llegada del amanecer, cuando uno se sienta a ver los últimos vestigios de las estrellas en esa bóveda multicolor. Cuando la melancolía inunda lo que queda del cuerpo del mortal, sin entender su existencia en el mundo, en esas horas de soledad amarga para después irse a dormir con aprehensión de despertar a la siguiente puesta de sol...

Inicie esta reflexión para tratar de que comprendierais mis sentimientos aquella fría mañana de Enero. Después de no sé cuanto tiempo de oscuridad total, plagada de sueños en los que me desangraba hasta los bordes de la muerte, desperté sobresaltado en mi hermosa habitación adornada de caoba y terciopelo. Un fuego hogareño brotaba crepitante de la chimenea encendida a los pies de la enorme cama, inundándolo todo de un olor a lavanda, un aromatizante muy conocido entre los de nuestra sociedad que a mi prometida le gustaba comprar, y que a mí me desagradaba bastante.

Recuerdo casi a la perfección que miré a mí alrededor buscando a alguien familiar, a alguien a quien pedir un vaso de agua para dejar de sentir esa pastosidad sofocante en la boca, y para quejarme de aquel intenso dolor en el cuello que me carcomía por dentro. Pero no me encontré más que con soledad. Una soledad inquietante. Como si alguien escondido detrás de las cortinas te vigilara con ojo atento y respiración lenta y acompasada, una presencia fría e inhumana que abría un hueco en el estomago con la misma facilidad que una mano desgarra la tranquilidad del aire.

Pero, antes de que despuntara el primer rayo solar, el sentimiento desapareció, dejando la habitación sumida en el silencio absoluto y la más profunda pasividad.

Y, cuando me estaba preguntando quedamente que había sido aquello, los recuerdos de la noche anterior (o eso pensaba yo) habían regresado a mi memoria de golpe. Aquel hombre castaño que me había recogido del callejón ocupó el espacio completo de mi visión, tan nítidamente como si lo tuviera de nuevo frente a mí. De repente sus ojos ambarinos que habían recorrido mi cuerpo tan sutilmente, se habían posado nuevamente en los míos, brindándome una seguridad inexplicable.

¿Qué nombre me había proporcionado para que lo llamase? En aquel momento, en ese lugar de mi recuerdo, se hallaba una laguna enorme, de la que no pude recordar mucho. Y, aunque estaba seguro de poder recordarlo con un poco de esfuerzo mental, me vi interrumpido por un discreto clic proveniente de la puerta principal de la habitación.

Al alzar mis cansados ojos, me encontré con una mujer en un batín provocativo que no le alcanzaba las rodillas, dejando ver su delineada cintura y sus anchas caderas esculpidas deliciosamente. Con sus pies descalzos se adentró en la habitación con un sigilo sorprendente. Cerré los ojos a medias, y me hice el dormido. A pesar de que su compañía era exquisita en muchas ocasiones, en esos momentos me provocaba un hastío indescriptible.

Me voltee para darle la espalda, y lance un largo suspiro.

-¿Mi amor?- susurró con su incitante voz a las sombras que proyectaban las cortinas sobre mi figura, pero no obtuvo más respuesta que las acompasadas respiraciones de un humano cansado.

A mi espalda, percibí movimiento. Y, al sentir su cuerpo aferrado al mío, comprendí que se había acostado a mi lado. Me rodeó con sus blancos brazos por la cintura, y posó su tersa frente en mi cuello, lanzando largos y pausados suspiros de deseo. Se acercó más a mí, y pude sentir sus pechos en mi espalda, redondos y firmes., que se frotaban de manera pausada, poniéndolos más calientes y erectos con cada nueva sensación. Estoy seguro que su calor humano era exquisito. Estoy seguro que aquella impresión al sentir sus pezones sobre mi piel desnuda hubiera desencadenado un deseo animal salvaje en cualquier hombre. Pero en mí, no provocó la más remota reacción. Mi cuerpo permanecía relajado, como sumido en un sueño profundo, sin que despertara en mí el más leve estremecimiento.

No sabría precisar porque, pero sentí repugnancia hacia aquella mujer. Algo que jamás había experimentado con ninguna otra. Me repugnaba la idea de su cuerpo contra el mío... un asco indescriptible a pesar del calor que sus curvas le habían infundido a tantos y tantos hombres. Y, sin pensarlo dos veces y para librarme de su horrible presencia, me levante de golpe, con la respiración agitada y los ojos inquietos, como despiertan los niños después de una agotadora pesadilla.

Mi prometida se sobresaltó ante mi reacción, y olvidó completamente sus propósitos carnales, propiciándome suaves caricias consoladoras y palabras dulces y ensayadas, figurándome a una madre. Me recargue en su pecho tibio y redondo, cerré los ojos y me hundí por un momento en es embriagador aroma a lavanda. Un olor dulzón y anticuado que me recordaba a esas señoras voluptuosas aferradas al pasado con sus perlas gastadas, sudando gramo a gramo esa grasa acumulada con los años, en esa larga fila del supermercado.

¿Cómo una mujer así podía traerme recuerdos así de desagradables¿O era sólo esa reacción tan natural del humano cuando se a enfadado de su compañera, de encontrar defectos en esa persona indiscriminadamente?

¿Por qué me había comprometido con alguien por quien no sentía más que un deseo fugaz, en primer lugar?

Ah, ya recuerdo... mi madre manipuladora. Hice todo lo posible por desaparecer de su alcance sin que eso significara la perdida de mi fortuna, (porque, si debo aceptarlo, no estaba preparado para vivir sin tantos lujos) y la única forma era tener a una mujer de su agrado... Por eso, cuando me insinuó a esta fastidiosa mujer pelirroja, vi mi oportunidad de oro para escapar de ella y sus garras.

De lo que sí le puedo dar gracias a aquel Dios, fue que no seguí sus consejos de casarnos enseguida, o hubiera significado mi ruina como persona, ya que las dos condenaban a muerte el divorcio... En mi familia, eso no era una opción viable.

Ahora eso no importa mucho. El matrimonio mortal se me figura una farsa total. ¿Cómo se le puede llamar amor eterno a una persona que está destinada a morir¿Qué pasa con ese voto sagrado después de que uno de los dos muere, y el otro encuentra en el mejor de los casos, a otra persona con quien consolarse¿Es esa también un alma gemela? Y en caso de serlo ¿Cuántas de ellas tiene cada persona en el mundo¿Para que atarse entonces a una sola persona toda la mortalidad, cuando la naturaleza del hombre no se resume en monogamia?

Ahora he aprendido que la correspondencia exclusiva a una persona, es casi imposible. Y aún más para los inmortales.

Yo he tenido encuentros con muchos de los de mi especie simplemente por su belleza o por placer. He tenido a hermosas mujeres y a gallardos caballeros por igual, sin que uno me deleite más que el otro. Pero ya casi no comparto mi sangre con otro vampiros, al estar la raza antigua casi extinta, producto de la guerra de Caín. Encontrar inmortales con más de 200 años, es casi una proeza que todos los neonatos desean realizar. Después de esa titánica batalla, en la que murieron casi todos los líderes de cada clan, ahora sólo quedamos mi ángel, Shaoran, unos cuantos aislados que vagan solitarios por la tierra, un antediluviano y yo...

Sin embargo, nosotros los antiguos modernos, conservamos ciertas reglas de la Camarilla (una asociación vampírica omnipotente que regulaba a los clanes que formaban parte de ella) que son primordiales para conservar nuestra existencia, y evitar una nueva batalla. Iré hablando de cada una de ellas conforme avance mi relato, por ahora, os dejaré con una que nos pareció de la mayor importancia: No mezclar sangre de antiguos con neonatos.

Esta regla fue nueva en mi clan: El Clan Trémere, el de los brujos.

Al iniciarse un neonato en nuestra camarilla, solía hacérsele beber la sangre de siete antiguos, ligándolos a ellos y conservando así su lealtad. Sin embargo, en estos nuevos tiempos, comprendimos a través de esa gran batalla, que los neonatos son ambiciosos y desean la supremacía al primer momento. Tener a tantos neonatos con sangre antigua, fue un grave error que no estábamos dispuestos a repetir. Los antiguos podíamos beber sangre de quien deseáramos, pero no se nos permitía regalar ese sagrado don a ningún recién iniciado y mucho menos a un ser humano.

Esa sería la única forma que yo encontraría para la fidelidad entre los antiguos de nuestra especie, después de haber poseído a millones de seres como nosotros. Regalar nuestra sangre a sólo unos pocos. Yo sólo estoy ligado de esa manera a mi ángel y a mi protector. Y ellos a mí. Nada más.

¿Sabéis algo mi querido lector? He descubierto ahora mismo que poseo una manía implacable por interrumpir mis relatos para explicaros todo lo referente a mi raza. Supongo que es algo humano que aún conservo. ¿No os habéis dado cuenta como un pensamiento salta a otro de manera indiscriminada¿Y como la mayoría de los sueños cambian de forma sin poseer sentido y concordancia alguna? Es algo que me pasa con continuidad.

Recuerdo que, después de permanecer unos minutos así con esa mujer de cabellos de fuego, me hice a un lado con brusquedad, arrancando una exclamación de sorpresa de su parte.

-¿Cómo llegué aquí?- pregunté sin hacer caso a su rostro herido.

-Un hombre te trajo hace tres días, estabas inconsciente y en muy mal estado. Tuve que llamar al médico.- dijo mi joven prometida con su dulce voz, cubriendo con pudor su cuerpo casi desnudo con las sabanas de nuestra cama.

-¿Un hombre?- Vaya, no pensé que su piedad llegara a ese grado. -¿Y que pasó con él?-

-Lo he invitado a quedarse en nuestra casa. Ha dicho que no tenía parientes en la ciudad y que estaba buscando un hotel en las cercanías. –

-¿Le has invitado a quedarse?-

-Sí amor. Pensé que te daría gusto invitar unos días a nuestra casa a tu benefactor. Te trajo hasta aquí como buen samaritano. He notado que es cristiano.-

-¿Por qué lo dices?-

-Ora mucho, y siempre carga su hábito y un rosario alrededor del cuello. Parece que es un cura que esta de visita en la ciudad. Y que tiene mucho trabajo también. No regresa a casa hasta que se pone el sol, y se va antes del amanecer.-

¿Un cura¿Ese hombre? No recuerdo haberle visto ese característico en su vestimenta. ¿En donde trabajara¿Por qué sus jornadas son de sol a sol?

Mis pensamientos se vieron interrumpidos por un ligero toque proveniente de la puerta. Mi prometida se levantó de la cama y se metió al baño con rapidez, cubriendo su cuerpo con las manos. Supe al instante de quien se trataba. Esa manera discreta de tocar la puerta, era característica de una figura exquisita. De la única mujer que, hasta ese momento, me había brindado felicidad. A la única que había amado. Mi hermana.

Aún antes de que entrara, su suave aroma juvenil a cerezos me lleno completamente, opacando por mucho ese desagradable perfume de lavanda. La puerta se abrió con delicadeza, y una mujer de jeans, botas y una blusa blanca, entró en la habitación. Le sonreí al instante y la invite a pasar.

-Pensé que estabas con Kaho.- mencionó en una voz tímida bastante rara en ella, ya que siempre se le escuchaba alegre y extrovertida.

-No.- le dije, haciendo una mueca de fastidio hacia el baño, gesto que ella comprendió de inmediato.

-Oh.- dijo entre una sonrisa apagada, cubriéndose la boca con las manos. Ese gesto lo había tenido desde que era pequeña. Recuerdo como lo hacía cada vez que nuestra madre nos descubría haciendo alguna travesura, o llegando sucios y cansados después de jugar toda la tarde cerca del río. Esa sonrisa cómplice siempre me causaba una alegría inusitada en los peores momentos.

Le sonreí sin pensarlo, y ella se acercó a mi cama y se sentó en una orilla como siempre que estaba preocupada por algo. Un débil rayo de luz matutina la iluminó, y yo pensé que un ángel había entrado en mi habitación y se había sentado a mi lado. De verdad que jamás vi en otra persona de nuevo, la pureza que ese ser tan perfecto reflejaba. A pesar de su vestimenta entallada, para mí parecía solamente una inocente niña. Su largo cabello castaño le alcanzaba la cintura, descansando placidamente sobre sus delicados hombros pequeños. Había heredado los ojos de mi madre. Grandes y de color esmeralda, que reflejaban cada una de sus palabras, cada uno de sus sentimientos con claridad absoluta, muy contrarios a los fríos y calculadores de mi progenitora. No tenía semblante perfecto, decía ella, gracias a una pequeña imperfección en la nariz, resultado de una caída cuando niña. Pero a mi se me antojaba adorable. No parecía más que una delgada línea de pecas adornando su semblante de porcelana...

De ella recuerdo cada detalle. Recuerdo su sonrisa aperlada adornando sus rasgos infantiles. Recuerdo su dulzura al hablar y al pronunciar con seguridad y ternura ese 'hermano' que me decía siempre... Toda ella era dulce, fragante, refinado... como su nombre: Sakura.

-¿Cuándo llegaste?- le pregunté interesado, sabiendo que ella era una persona muy ocupada. Su residencia estaba en Venecia, Italia, dándole la habilidad de un fluido italiano. Era una educadora de primaria que enseñaba a sus pequeños alumnos, con destreza y paciencia, el inglés.

-Mi avión llegó en la madrugada. He llegado aquí a eso de las seis.-

-¿Y a que debo el honor de tu visita?-

-Kaho me ha avisado desde que llegaste aquí malherido. He puesto algunas cosas en orden en el trabajo y he venido inmediatamente.-

-¿Y vienes sola?- Recuerdo que el semblante de mi hermana se oscureció de repente.

-Sí. Takeru ya no volverá a acompañarme.-

Takeru era, en ese entonces, el esposo de Sakura. Ella era dos años menor que yo, otorgándole veintitrés otoños, pero ya había contraído matrimonio hacía un año aproximadamente. Takeru era un hombre mayor que yo, exitoso para los negocios, que circulaba en Italia. Era rubio y de ojos azules, un estereotipo de esa época que denotaba gallardía. Era obstinado y orgulloso, cualidades que le agradaron a mi madre en sobremanera, pero que a mí nunca me gustaron del todo. Por eso supe aquella vez, que Sakura por fin había decidido separarse de él.

-Estoy en tramites de divorcio. Peleábamos muy a menudo, y pasábamos semanas sin hablarnos... Vivir con él era ya un martirio. No te enojes, pero tu accidente fue una muy buena excusa para salir de esa casa.-

-¿Entonces no piensas regresar?-

-No. Mandaré desde aquí los papeles del divorcio. No te preocupes, no quiero importunarte, me quedaré con nuestra madre.-

-No Sakura, insisto en que te quedes aquí. No será ninguna molestia, y mi madre no tratara de emparejarte con el primer viejo rico que se le atraviese. Créeme, tu presencia será una buena forma de escapar del aburrimiento.-

Mi hermana bajó la voz, hasta convertirla en un susurro audible solamente para mí. -Las cosas con Kaho no van bien ¿verdad?-

Recuerdo que lance un suspiro de derrota. –Nunca han ido bien, ya lo sabes. Padezco de un aburrimiento mortal cuando estoy en esta casa.-

-Te dije que esa mujer era bastante aburrida, y ya sabes que los contactos que poseo son muy confiables. Lord Harvenheit fue su amante, y él sabe que nunca fue muy agraciada para la plática. Es una mujer con muy poco cerebro, no me sorprende que tú te aburras de estar con ella.-

-No tienes una idea.- le sonreí con complicidad, como aquellos días de antaño. Y en eso, la puerta del baño se abrió, dejando pasar a una pelirroja arreglada y con ropas decentes puestas.

-¡Sakura!- exclamó con fingido entusiasmo. Nunca se le daba bien el fingir, y era de todos saber, que a mi prometida, no le agradaba mucho mi hermana, sentimiento recíproco.

-Hola Kaho.- saludó Sakura con una pequeña inclinación de cabeza, sin tratar de esconder su cara de aburrimiento.

-¿Cómo estuvo tu viaje?- preguntó Kaho acercándose a nosotros.

-Bastante bien, las primeras clases siempre me han quedado como anillo al dedo. Las clases altas sabemos de esas cosas.- comentó Sakura casualmente, sin volverle a dirigir la mirada. Yo sabía muy bien que Sakura consideraba a mi prometida como una mujer vulgar y corriente, y solía hacer esa clase de comentarios en su presencia, aunque sus palabras siempre quedaban como un secreto entre nosotros dos.

-Que bien. Iré a preparar algo de té. Cielo¿Ya puedes levantarte?-

Le respondí afirmativamente con una inclinación de cabeza, observando su sonrisa radiante antes desaparecer detrás de la puerta.

-Pues sí, es bastante irritante la muchacha.-

Me reí al lado de Sakura, saboreando ese momento tan íntimo. Me inundo su risa cálida, su presencia armoniosa, su sonrisa tierna... inundó toda la habitación sin que ella hiciera ningún esfuerzo. Y recuerdo que inundó también toda la casa el tiempo que estuvo en ella.

-Bueno, iré a acompañar a mi futura cuñada.- se burló mi hermana, sabiendo que ese era mi tormento, y salió de la habitación para dejar que me preparara para el día por venir.

No quiero presumir, pero siempre fui un mortal elegante. Jamás salí a la calle sin estar ataviado con algún Armani y con los zapatos relucientes. Y en mi casa, al salir de mi alcoba, nunca me deje ver con un cabello fuera de su lugar, con los lentes desacomodados, con una camisa arrugada. Las personas que me conocieron como hombre, podrían haber asegurado que era la persona más pulcra y elegante que jamás hubiera tocado piso Londinense.

Así que, después de un baño bien merecido después de tantos días, y de arreglarme la corbata color vino sobre el traje negro, me dispuse a salir de la habitación para unirme a mis dos damas.

No puedo reproducir con exactitud lo que se habló esa vez en presencia de mi pelirroja. Nunca podré saber si fue de mucha importancia, o simplemente pasó a ser una conversación más. Recuerdo solamente que tomamos el té en el jardín, con los cálidos rayos del sol iluminando la mañana adormecida. Sakura y yo hablábamos de quien sabe que cosa, mientras Kaho nos miraba con anhelo, intentando entrar en la conversación. Se rindió después de un rato, y se levantó de la mesa, retirándose disimuladamente para dejarnos a nosotros dos a solas.

-Eriol¿Qué te pasó en aquel callejón?- preguntó mi hermosa hermana, con su gesto característico de curiosidad.

Y entonces, la misma duda me asaltó de repente. ¿Qué recordaba de aquella noche¿Por qué había quedado en ese estado tan deplorable que me había obligado a guardar cama y me había tenido casi al borde de la muerte? Mi prometida me había dicho acerca de aquel cura que me había ayudado a llegar a casa tan bondadosamente, más no que me había sucedido.

-No lo recuerdo con exactitud. –le contesté, notando como su curiosidad se transformaba en preocupación.

-Eriol, sabes que tienes muchos enemigos en tus negocios, no deberías de andar por ahí a esas horas de la noche ¿A dónde fuiste?-

-A Amethyst World. Es un bar que está cerca del centro.-

-¿Y a que fuiste tú solo?-

Un largo silencio le siguió a esa pregunta. ¿Cómo decirle a mi pequeña hermana la verdad¿Cómo decirle que había ido en busca de una desconocida, para calmar la frustración que sentía en compañía de mi prometida?

-No te voy a mentir Sakura.- le conteste de manera derrotada, conociendo ese don de espanto que ella tenía para saber cuando mentía en algo. –Fui con Kaho una vez a ese lugar, y sin querer, me encontré con mi destino.-

-¿Cómo dices?-

-Sí. Encontré a la persona de mis sueños Sakura.-

Mi hermana se quedó boquiabierta. Supongo que no se esperaba una revelación como aquella.

Pero vos no entenderías esta parte de mi relato si acaso continuara con él sin explicároslo... Hasta ahora, es algo que sólo mi hermana menor y mi ángel conocían, pero para que vos comprendáis mi obsesión, lo dejaré al fin al descubierto...

Desde que inicié mi adolescencia, de manera inexplicable, siempre me encontré en las noches con el mismo sueño. Noche tras noche, sin excepción. Sueños de una hermosa mujer de alas y largos cabellos negros. Recuerdo ese sueño con exactitud. Recuerdo cada detalle que mi confusa mente me permitía observar, cada imagen borrosa que fabrica el subconsciente.

Mi sueño siempre transcurría cuando caía la oscuridad sobre la ciudad. En un callejón oscuro, maloliente, sin salida, en el que sólo se dejaban ver ventanas abiertas sin cristales y tuberías rotas. Todo sumido en un silencio sepulcral que helaba la sangre y hacía la respiración y los latidos del corazón cada vez más agitados. Algo que te hacía sentir desesperación y soledad infinitas... me encontraba ahí, en el cuerpo de un adulto, parado a mitad del callejón mirando a su final, esperando quien sabe que cosa. Hasta que de pronto, una ráfaga de aire sin procedencia levantó papeles blancos por todos lados, haciéndolos volar sin orden, arremolinándose a mí alrededor, metiendose en las ventanas abiertas, volando al cielo... Y fue cuando la vi. Siempre descendiendo de manera graciosa al final del callejón, desplegando sus majestuosas alas negras a todo su ancho. La observe maravillado. Era una criatura casi fantástica, irreal. Ella (porque era la silueta de una mujer, aunque jamás alcance a ver su rostro) se posaba allá a lo lejos sin nunca tocar un rayo de luz. Recuerdo que la observaba con avidez, mientras ella se quedaba inmóvil, esperando. Y, cuando daba el primer paso para acercarme, otro fuerte viento empezaba a arreciar, para revolver sus cabellos con furia. Levantaba la mano hacia mí, mientras rojas lagrimas de sangre brotaban de sus ojos para formar un largo camino rojo por sus mejillas... y siempre despertaba de mi pesadilla sudoroso y con espasmos nerviosos, recordando ese rostro negro, visiblemente solamente por ese carmesí reluciente en sus lágrimas.

-No puede ser.- me dijo mi querida hermana con un gesto de asombro muy pocas veces visto en su rostro. Le había contado ese sueño hacia mucho tiempo, y siempre le había dado mucha importancia quien sabe porque. Siempre estaba dispuesta a escucharme sí acaso tenía algún detalle nuevo que me hubiera pasado desapercibido en un principio. Pero todas y cada una de las veces, hacía sido igual. Nunca se le sumaba ningún detalle nuevo, y siempre empezaba y terminaba en el mismo lugar...

Creo recordar que esos sueños terminaron cuando empecé a vivir con Kaho. Desde entonces no había despertado en la noche ni una sola vez y, si debo confesarlo, por un momento creí que esa joven de cabello rojo, era esa mujer de alas negras de mis sueños. Pero ella nunca me inspiró un sentimiento tan intenso como aquel sentido en el inconsciente, jamás me provoco pasión tal como aquella angustia de ver llorar a ese ángel lágrimas de sangre...

-Estoy casi seguro que es ella Sakura.-

-No puede ser Eriol. Nunca viste el rostro de esa mujer¿Cómo puedes aseverar una cosa así?-

-Lo siento. Siento que conozco a esa mujer desde hace mucho tiempo, que la he visto en algún lugar remoto... juro que incluso puedo sentir su calor en mis manos, casi sé lo que piensa, casi sé quien es... pero nunca he estado con ella. ¿No sentiste eso cuando encontraste a Takeru?–

Las dos grandes esmeraldas que me veían con atención, de pronto se fijaron en el suelo inundados de una inmensa melancolía.

-No. Talvez fue por eso que lo nuestro no funcionó.-

-Entonces yo también debo estar cometiendo un gran error con Kaho. No siento nada así con ella.-

-Pero Eriol, es una extraña nada más.-

-No Sakura. Siento que ya he estado con ella, que, aún fuera de mi sueño, la conozco de algún momento, en algún lugar en el pasado.-

-Talvez de tu otra vida hermano.- Una risa un tanto burlona escapó de mis labios sin querer.

-Vamos Sakura, sabes que yo no creo en esas cosas.-

-Vamos, si crees en la reencarnación ¿porque no creer en lo que te digo?-

-Creo en la reencarnación hasta el final de los tiempos, cuando los muertos se levanten para el día del juicio final.-

-¿Cómo explicarías entonces todas las experiencias que han tenido muchas personas, que aseguran haber vivido hace muchos años, y pueden describir casi con exactitud su aspecto, las cosas que le rodeaban, los lugares en los que habitaba?-

-Sakura, hay un montón de charlatanes que engañan a personas ingenuas.-

-Talvez, es algo a lo que se atienen todas las religiones y creencias. Pero talvez no todas son charlatanerías. Tú que has estudiado un poco más sobre estas cosas¿No eran ciertos los estigmas de algunos religiosos¿No era sangre verdadera la que lloraba aquella virgen de Sao Paulo? Dirás lo que quieras, pero hay cosas que no tienen explicación, y que no por ello dejan de tener tanta credibilidad.-

La respuesta a estas interrogantes quedó en la punta d mi lengua, al sentir, como una ráfaga de viento helada, una mirada que me traspasaba la carne, que me provocaba un escalofrío inaudito. Sakura calmó su rostro exaltado al notar mi expresión, cambiándolo por uno más serio y preocupado.

-¿Eriol?-

Pero no le hice caso. Me levanté de mi lugar de inmediato y, como una bestia que a olido a una presa, me eche a correr en dirección a unos arbustos sin pensarlo. No sé que impulso repentino me hizo correr con tal desesperación, pero sí recuerdo que mi deseo por llegar a ese lugar lo antes posible, se convirtió en mi objetivo ciego. Era esa sensación que había sentido en el estomago noche tras noche desde mi llegada a ese bar. Desde que había posado mis ojos en aquella criatura que tanto se asemejaba a mi ángel de ensueño. Corrí como nunca antes, aún en mi estado de convalecencia. Sentía que debía llegar ahí para encontrar la respuesta a lo que había ocurrido los últimos días, y sobre todo, a aquellos sueños sin explicación que me habían atormentado desde la adolescencia.

Pero, al llegar a mi objetivo, y rebuscar esa respuesta esperada entre las hojas y las ramas retorcidas, simplemente encontré una ola de desilusión. Nada había ahí, y mi sentimiento al empezar a correr hacia ese lugar había desaparecido por completo.

-¡Eriol!- Sakura llegó a mi lado casi desfalleciendo, debido al esfuerzo de correr en esas botas de tacón alto. -¿Qué a pasado¿Por qué te echaste a correr así?-

-¡Ella estaba aquí!- le contesté frenéticamente, sin dejar de buscar mi objetivo inexistente. -¡Lo juro¡La sentí aquí, estoy seguro!- y pasé otro largo rato atorado entre los matorrales, esperando que ella saltara de pronto hacia mis brazos, sin esconderse más. Más no fue ella con sus blancos brazos la que me detuvo, sino mi hermana. Me sujeto con fuerza de la cintura, y me arrastró con esa debilidad de niña que le conocía, sin forcejear más.

-Creo que necesitas guardar reposo otro rato Eriol. No te preocupes, veré que tus negocios estén en orden mientras regresas.- me dijo con dulzura y, sacudiendo mis ropas llenas de savia y lodo, me condujo de nuevo a la casa, estando confundido y desilusionado... Incluso pensaba que me estaba volviendo loco.

Fui conducido a mi habitación con ayuda de mi prometida. Eso es algo que jamás me veré en el derecho de reprocharle. Me trató con un cuidado y cariño dignos de admiración. Jamás dejó que me faltara nada en aquellos momentos de enfermedad o cansancio, siempre se mostró como una compañera servicial y cordial, impecable. Recuerdo que, mientras Sakura se retiraba a cumplir con su promesa, ella se sentaba en un sillón del rincón para hacerme compañía. Ahí, caritativa y cuidadosa, me había cuidado como una buena madre hasta que me había vencido el sueño a mitad de la mañana.

Dormí sin pesadillas esa vez, quien sabe porque. La tranquilidad me envolvió por completo, como nunca antes. Y me sentí cobijado por los brazos de Morfeo y la profunda paz que siempre debía inspirar. Y así la tarde transcurrió. El cielo se tiño de hermosos anaranjados y violetas a temprana hora, para anunciar la llegada de la oscuridad. La oscuridad del invierno, del Diciembre terminante. Recuerdo que me despertó un ruido que a mí me pareció muy fuerte. Al abrir los ojos, sentí la habitación helada, debido a la corriente helada proveniente de la ventana abierta. Los meteorólogos estaban empezando a anunciar las primeras nevadas de las temporadas, y supuse que aquel alboroto se debía a una de ellas.

-No te levantes Eriol, yo cerraré la ventana.- esa voz grave me sobresaltó. En esos momentos yo no tenía sirvientes ni amigos de sexo masculino. O al menos no que se tuvieran la molestia de ir a visitarme en mis ratos de enfermedad. Voltee a ver rápidamente al rincón más oscuro, de donde había oído que provenía la voz, pero no encontré a nadie.

–Podrías pescar un resfriado en estas fechas si dejas esto sin seguro.- Y, al voltear hacia la ventana, descubrí a un hombre ataviado con un largo habito negro de sacerdote, cerrando la ventana de la habitación. Tenía el cabello castaño, y se me hacia vagamente familiar.

-¿Qué hace usted aquí? No recuerdo haber pedido un sacerdote.-

-No, no me has llamado. Pero has dejado que entre libremente a tu hogar.-

-Yo no haría eso.-

-¿No¿No fuiste tú el que me prometió ayuda, si te traía a tu casa sano y salvo aquella noche?-

Y el sacerdote volvió hacia mí su rostro, y entonces lo reconocí. Era ese hombre de negro que me había ayudado aquella noche en que había quedado inconsciente. Ahora que lo volvía a ver, recordaba a la perfección su largo cabello castaño, que ahora llevaba recogido a la espalda, y sus intrigantes y profundos ojos ambarinos.

-Yo... -

-No te preocupes Eriol, no he venido a hacerte daño. Estoy aquí para que cumplas con tu parte del trato. –

-¿Qué trato?-

-Yo salvé tu vida. Ahora debes ayudarme en algo que necesito.-

-¿Y que sería esa cosa tan importante... padre?-

-Necesito que me ayudes a conocer los propósitos de esa mujer. De esa a la que has estado persiguiendo todo este tiempo.-

Lancé una risa lacónica. -¿Para qué querría un sacerdote a una mujer como esa¿Ya no le hace feliz su celibato?-

-¿Y a ti no te hace feliz tu prometida?-

Ah, muy astuto.

-No recuerdas nuestra conversación de aquella noche ¿verdad?- me preguntó el hombre, acercándose al borde de mi cama, sin dejar de posar su mirada en mi... algo que me puso sumamente incomodo.

-Pues... no estoy muy seguro. Lo que sí recuerdo es que dijo que vendría a visitarme, no a quedarse en mi casa.-

El sacerdote se rió genuinamente, algo que me pareció un sonido hermoso y escalofriante a la vez. –Eso es una libertad que me tome. No podía preguntarte si estabas inconsciente ¿No es así? Además, tu doncella es una mujer en verdad agradecida.-

-Lo sé. Sobre todo con los cristianos.-

-Pero yo no soy cristiano.-

-Pues su apariencia de padre, dice todo lo contrario.-

-Es una manera sencilla de viajar y de conseguir asilo y comida. Además, me gustan mucho estos crucifijos y rosarios, y así puedo cargarlos conmigo sin parecer un devoto empedernido.-

-¿Y no le piden credenciales en ningún momento?-

-Ah, pero claro. Y no por no ser cristiano significa que no las tenga. De hecho, soy sacerdote principal en una iglesia muy cercana del Vaticano.-

-Déjeme ver si entendí. Carga su hábito a todos lados, sus crucifijos, tiene una iglesia con miles de feligreses, y pertenece a la orden del Vaticano... ¿Y dice que no es cristiano? Discúlpeme, pero a mí me parece un conflicto existencial muy fuerte.-

-Así somos los humanos ¿no?- Y por su rostro pasó una sonrisa irónica que no comprendí muy bien. –Bueno Eriol, lo que me trae a tu habitación esta velada, en lugar de buscar mi cena... es el mismo asunto que intenté discutir contigo la otra noche.-

-¿A sí, y cual era ese asunto?-

-¿Cómo está tu cuello?- y por primera vez, alcancé ese lugar de mi anatomía. -Ya no te duele ¿o sí?-

-Creo que no. ¿Por qué debería dolerme?-

-Déjame ver.- y el padre se acercó a mí con paso ligero y grácil, que apenas era percibido por la alfombra, y posó sus manos en mis hombros, echándome hacia atrás, para dejar el cuello al descubierto. Le vi a los ojos sorprendido, pero él jamás los posó en los míos. Me sentí nervioso por primera vez ante un hombre. Algo tenía esa persona que me inspiraba un deseo de tocarlo irresistible. Tocar nada más su mano, su cabello, ese rostro blanco... sólo pasar las yemas de los dedos por esa piel tan extraña, para sentir su textura, para palpar algo que parecía irreal, y darme cuenta que no estaba sumido en otro sueño raro. La presencia de ese extraño, el choque de su aliento contra mi cabello, me daba una paz insólita, que nunca antes había sentido ni un momento. Algo que me brindaba una protección desmedida.

Pensé que talvez ese hombre era un santo de verdad, y la gracia de Dios estaba siempre a su lado.

Y, cuando sentí el primer roce de sus dedos contra mi piel, y una descarga eléctrica de placer recorriendo mi columna, el castaño se alejó de mí lentamente para mirarme de una manera casi misericordiosa.

-Es una experta, ni siquiera un hematoma minúsculo.-

-¿Estás diciendo que mi condición de aquel día fue debido a una mujer?-

-Sí.-

-Quisiera recordarla al menos... -

-Yo creo que sí podrías. Es alguien a quien has estado siguiendo.-

-Yo... no he seguido a nadie.-

Y el sacerdote lanzó una risa burlona y lacónica. –Vamos Eriol, puedes engañar a tu prometida, pero no a mí. Hace ya varios meses que vigilas a una desconocida en un bar. Hace mucho tiempo que deseas ser tú ese al que se lleva cada semana., y ¿sabes? Lo lograste hace tres noches.-

-¿Qué?- le pregunte asombrado, incorporándome de la cama.

-Sí. Tú fuiste el afortunado de esta semana.-

-Eso no puede ser. Yo recordaría una cosa así. Lo he estado intentando por mucho tiempo, y si me hubiera escogido, lo recordaría todo con mucho detalle.-

-No querrás recordarlo ahora, créeme. Pero escucha, ahora no he venido a darte un sermón moralista sobre lo que estabas haciéndole a tu prometida. Vine aquí a solicitar tu ayuda con respecto a esa extraña. Necesito que me averigües todo lo que puedas sobre ella.-

-¿Quieres que yo lo averigüe¿Por qué no contratas a un detective o algo así?-

-Sé que has preguntado a las personas del bar acerca de ella, y sé también que a estado en constante investigación policíaca sin que nunca se le comprobase nada. Es una mujer muy escurridiza. Imagina, lleva cinco años en el mismo bar, y nadie conoce su nombre.-

-No creo que yo te ayude mucho en tu investigación. Talvez sea como los demás, y no pueda sacarle más que una noche a su lado.-

-No Eriol. Hay algo que te hace diferente a ti de todos los demás que se a llevado. Estoy casi seguro que te necesita para algo, y necesitas averiguar que, antes de que pase.-

-Es una mujer padre, no podrá hacer nada contra mi y... – y antes de que terminara, el sacerdote me interrumpió con una revelación bastante increíble.

-No es una simple mujer. Es un vampiro.-

-Creo haber vivido esto alguna vez. ¿De verdad crees que voy a aceptar esa absurda teoría?-

-¿Por qué no? Me ves y me respetas, y eso significa que estás regido por las leyes de Dios, aunque nunca lo has visto. ¿Por qué crees en Dios, y no en los vampiros?-

Simplemente le miré con recelo, sin responderle a su pregunta. No creía que iba a tragarme esa historia así nada más ¿o sí? Y sobre todo después de haber cuestionado mis creencias.

-Escuche padre, le agradezco mucho que me halla traído a mi hogar después de verme en esa situación tan horrible, y le invito a que permanezca en esta casa hasta que usted lo desee... Sin embargo, no voy a permitir que insulte mis creencias, y quiera obligarme a profesar otras completamente descabelladas.-

-No vendría aquí por mi propia cuenta, eres una persona que no me interesa en absoluto. Pero le interesas a esa mujer, y eso es muy importante para mí. Así que no me iré hasta que me ayudes con este asunto.-

-No haré nada. No puede obligarme.-

-No. Lo harás por tu propia cuenta, a menos que quieras que se inicie un chisme enorme en tu círculo social.-

-No lo haría.- le aseguré, con la completa certeza de que tomara su juramento como el de una confesión.

-Sí lo haría Eriol. Imagínate, tú en boca de todos los aristócratas, protagonizando la historia de un caballero inglés llevado por las redes de una obsesión enfermiza por una mujer en un bar de baja categoría, y sobre todo, a pocos meses de su matrimonio con una joven de sociedad. ¿Crees que eso influya en tus negocios o en tu vida¿Que dirá tu madre sobre eso?- y una sonrisa casi diabólica se dibujó en su rostro, sabía que no podía enfrentarme a mi madre, y mucho menos a las habladurías de los de nuestro entorno.

Y toda la admiración que había sentido por ese hombre al acercarse a mí se convirtió en repulsión. ¿Sería él otro de esos estafadores que buscan sacar dinero por no revelar los secretos oscuros de las altas clases?

-No soy un estafador, si eso es lo que estás pensando, no quiero tu dinero.-

-¿Qué demonios quieres exactamente?-

-Sabía que no te rehusarías. Necesito que sigas yendo a ese bar, y que consigas entablar una relación con esa mujer que tanto persigues. Necesito saber algunas cosas de ella. –

-¿Qué cosas?-

-Cosas que sabrás a su debido tiempo. Por ahora, debes saber que es una mujer muy peligrosa. Debes tratar de no estar con ella a solas, o podrías acabar como hace tres noches o peor. Ella no te matará nada más o ya lo hubiera hecho, pero podría transformarte en uno de los de su raza, que es mucho peor.-

-Haré lo que me pides. Pero no creeré todo lo que me dices. No creo en los vampiros, y no empezaré a creer ahora. –

-Esta bien, no es necesario que lo hagas, tú te darás cuenta con el tiempo. Pero tendrás que seguir mis consejos al pie de la letra, para que estés a salvo.-

-¿Por qué te preocuparías por mi bienestar?-

-Eres el único contacto que a sobrevivido a esa mujer, en ti a encontrado algo que no le ofrecieron todos los demás. Además, un contacto muerto no me serviría de nada, si acaso dices o haces alguna estupidez.-

En ese momento, alguien tocó a la puerta, impidiéndome continuar con mi conversación por esa noche. La delicada y hermosa cabellera de Sakura se asomó con audacia por la puerta, dedicándonos una hermosa sonrisa a los presentes.

-¿Eriol, no quieres cenar con no...?- y la pregunta quedó inconclusa al ver que no estaba sólo. –Oh, lo siento ¿interrumpo?-

-No Sakura, no te preocupes. Este hombre es la persona que me trajo a casa. Se está quedando con nosotros por un tiempo.-

-Mucho gusto padre.- y mi hermana, cortés como siempre, se acercó al cura con paso gracioso, dándole su mano con delicadeza. Juro que nunca se había visto más exquisita. Llevaba un hermoso vestido rosado entallado, con listones de igual color en su largo cabello castaño. Parecía una pequeña niña con esos ojos esmeraldas llenos de inocencia.

-Usted debe ser la hermana de Eriol.-

-Así es. ¿Nos acompañará a cenar padre?-

-O no, ya he tomado mis alimentos. Gracias de todos modos señorita. Nos estaremos viendo por aquí de todos modos.-

Y ella asintió, mostrando una sonrisa amplia y se retiró de la habitación, dejando a su paso un hermoso perfume de cerezos.

-Que hermosa mujer.- susurró mi acompañante, creyendo que tenía un oído menos desarrollado.

-Siempre a atraído muchas miradas masculinas padre. Más no creo que usted deba de preocuparse por eso.-

El castaño me sonrió irónicamente. –No. No creo que deba toparse con alguien como yo, jamás.-

-No lo hará, no se preocupe.-

-Bien Eriol, me iré ahora, pero vendré mañana por la noche para decirte lo que harás. Mañana mismo empezaras a ayudarme. Y no salgas de noche aún y mantente en compañía, yo te protegeré mientras pueda, pero ella es mucho más poderosa que yo. Suerte Eriol.-

Y sin ruidos, y como una rápida sombra alumbrada solo con débiles candelabros titubeantes, se marchó de la habitación, dejándome a solas con mis pensamientos. ¿A que clase de cosa me estaba enfrentando?

Continuara...

Hola! Ja pues primero que nada, gracias por la paciencia que me han mostrado, pero sobre todo por los comentarios que siempre se molestan en dejar y que me dan tantos ánimos de continuar. Este capítulo fue más largo, y espero que la inspiración continúe así, también espero que no se hallan aburrido, recuerden que así son los principios. El próximo capítulo espero incluir algunos encuentros entre nuestros dos protagonistas y uno que otro SS.

Por cierto, tengo un nuevo sitio dedicado exclusivamente a Harry Potter, direccion que podrán encontrar en mi profile

ahora no está en servicio :P jaja pero la sección de imágenes está bastante completa, y pueden echarle un vistazo y servirse con ellas a su gusto. Cuando termine la página, ya les dire a los que les interese. Gracias a las personas que me han enviado mail, recibiran su respuesta pronto.

Ah, se me olvidaba, ya recupere mi antigua dirección así que mis contactos, espero que no me hallan borrado! mi nueva dirección también esta disponible, así que a donde gusten 

Gracias por todo! Me despido por ahora.

Tiff.

Clan Trémere.