Hola a todo el mundo!!!!

Hoy no voy a contestar revs porque tengo un poco de prisa, solo voy a decir dos cosas:

1 - dalloway, has ganado el concurso de reviews, así que ya puedes ir diciéndome de qué quieres que trate tu historia y qué protagonistas quieres que tenga. Ten en cuenta que será una historia corta, de uno o dos capítulos y si es posible que no sea otro Draco/Hermione, por aquello de no repetirme, pero lo que quieras.

Y

2 - o.O DarkHerm O.o, tienes razón en lo de los reviews, resulta que hubo un tiempo en que me dejaban reviews y éstos no me aparecían, pero me los dejaron igual!!! En la página aparece que llevo ahora mismo 712 revs, y en mi ficha personal me aparecen 698, pero voy a hacer caso a los de la página porque como ya he dicho se cuentan revs que ya se me enviaron aunque nunca los pude leer, y además no sería justo que me guiase por los de mi ficha porque podría hacer tranpas si que os enteraseis y tampoco me gusta eso, mejor los de la página que todos podéis verificar que el ganador esta correcto, ok?

Y eso es todo, os dejo con el capítulo de hoy, con parte censurada incluída por aquellos que no querían ver a Snape en acción, aunque es muy light.

Siento que el capítulo anterior sea tan malo y que este no sea mejor.

Ah, aviso, hay un ligero Slash que espero que no moleste a nadie. No lo he señalizado, pero si a alguien molesta o escandaliza me lo decís y lo señalo para que nadie caiga si no quiere, ok? (esque no me ha parecido tan fuerte como para censurarlo, sorry)

Y sin más, el capítulo.

VACACIONES DE NAVIDAD

Cap. 39

Harry Potter, el niño-que-vivió, el chico de oro de Hogwarts y el consentido del Director despertó gritando de su agitado sueño y se llevó ambas manos a la cicatriz que marcaba su frente y le hacía tan popular en el mundo mágico.

- ¡Harry! ¡Cálmate! – creyó oír la voz de Ron entre sus gritos, pero le dolía tanto que creía que se le partiría la cabeza. Escondió la cabeza entre sus rodillas tratando de respirar y de reprimir los sollozos.

- ¡¿Es que ese tío nunca duerme o qué?! – gritó desesperado y enloquecido, frotándose la cicatriz con furia. Ya no dolía tanto como segundos atrás, pero aún notaba un molesto escozor en ella. Realmente esta estaba resultando la noche más larga de su vida.

- Harry...

La voz de Ginny. Levantó la cabeza, repentinamente avergonzado por su comportamiento histérico y miró a la chica que le observaba asustada, con lágrimas en los ojos.

- Perdona Gin, parece que esta noche le apetece torturar hasta el último mortífago – dijo el chico con media sonrisa amarga, frotando con los nudillos el rayo de su frente.

La chica se limitó a arrodillarse sobre el colchón y abrazarlo con fuerza. Harry lo agradeció, necesitaba algo real en esos momentos, y el cuerpo de la pelirroja contra el suyo era bastante real. Tanto que se "despertó" por completo y procedió a agradecerle el gesto por medio de pequeños besitos a lo largo de su pálido cuello.

- Eh, delante de mí no, por favor – se oyó decir a Ron. Ginny soltó a su novio y miró a su hermano de una manera muy poco amistosa. Fue entonces cuando Harry se dio cuenta de que algo no estaba bien allí... las cortinas de su cama eran de terciopelo verde en lugar de rojo. ¡Estaban en Slytherin! ¿Cómo pudo olvidarlo? Pero entonces...

- Ginny, ¿qué haces aquí? – preguntó desconcertado.

- Vaya, ¿tú que crees? – preguntó la chica con media sonrisita provocativa, que provocó un sonrojo en el moreno.

- Si te encuentran aquí... – dijo un poco inseguro, recordando que la anterior vez que se había despertado habían estado allí McGonagall y Vector cuestionándose sobre si avisar a la enfermera y pedirle consejo.

- Parecías haberte calmado – explicó Ron sentado en su cama – Ni siquiera Pomfrey pudo hacer algo por ti, así que respiraron todas muy aliviadas cuando te quedaste inconsciente y pensaron que descansabas así que se marcharon.

- ¿Qué hora es? – preguntó Harry confundido.

- Deben ser cerca de las siete – informó Hermione desde al lado de la puerta, con la capa de invisibilidad en una mano – Hemos estado sentadas en la sala común por horas con la capa puesta esperando a que dejasen de subir y bajar las escaleras totalmente histéricas. ¡Imagina si se hubieran tropezado con algo invisible!

- Pensé que irías con Malfoy – dijo Harry, sorprendido de verla allí.

- Oh, iré, pero quería ver cómo estabas – dijo ella acercándose a la cama para mirarlo detenidamente - ¿Qué pasó?

- Creo que eran mortífagos rezagados. La madre de Malfoy y el tipo que nos dio tanto trabajo controlar – el gesto de Hermione al conocer el destino de Narcisa fue de preocupación -. Ella estará bien, creo que es una de sus favoritas – aseguró Harry viendo lo pálida que se había puesto su amiga.

Antes de que Hermione pudiera decir nada más escucharon un alboroto proveniente del pasillo.

Las habitaciones de Slytherin tenían pequeñas ventanas cuadradas, lo suficientemente grandes para dejar pasar una lechuza y lo bastante pequeñas para no permitir el paso de un alumno, cuestiones de seguridad al quedar los dormitorios a poca altura del suelo del exterior. Dumbledore había conjurado bolas de luz sobre los terrenos de Hogwarts para que la oscuridad no pudiese esconder a posibles atacantes que planeasen un avance campo a través.

Sin duda esto era una suerte, ahora mismo, pues gracias a esa luz inesperada podía contemplar con tranquilidad al chico que reposaba entre las sábanas de raso negras sin tener que esperar a que la pálida mañana hiciese acto de presencia en la oscura habitación. La claridad procedente de las dos ventanas más cercanas, una a cada lado de la cama adoselada, caía sobre el chico haciendo que su piel pálida le hacía destacar sobre las oscuras sábanas, dándole cierto aspecto sobrenatural. Sus largas pestañas acariciaban sus mejillas dándole un aspecto inocente que despierto nunca tendría. Su pelo, desordenado en mechones, caía descuidadamente sobre su frente lisa, y sus labios entreabiertos se veían jugosos y húmedos, demasiado apetecibles para resistirse.

Ernie Mcmillan, sentado al borde de la cama de Blaise Zabini, observaba con detenimiento a su perdido amante mientras este, ajeno a todo, dormía con placidez, con una mano bajo la almohada, como solía, y otra sobre su estómago, encima de las sábanas, sus dedos delicados levemente cerrados sobre ellas, la cabeza vuelta, dejando expuesta la tersa piel de su cuello, esa que tantas veces había besado con devoción.

Lo echaba de menos. Las caricias de Blaise sobre su cuerpo habían sido adictivas y siempre había terminado volviendo a él a pesar de su amor por Justin, que decía corresponderle pero nunca se lo demostraba de la manera en que lo hacía el Sly. Blaise le había querido, le constaba, y por eso no comprendía su repentino alejamiento, su desdén y sus intentos de ignorarle, como esa misma noche, en la sala común. Había intentado acercarse y él le había dado la espalda, como si no lo hubiera visto, cuando era evidente que no había podido pasarlo por alto.

"Blaise me quiere" pensó, tocando con las puntas de los dedos el frágil cuello de su ex-amante, notando su pulso tranquilo bajo las yemas. "Sólo está enfadado, eso es todo"

Ernie era consciente de haber despertado en la enfermería lleno de magulladuras, producto de alguna paliza propinada recientemente. Tenía vaga consciencia de haber intentado concertar una cita para hablar con Blaise, pero no estaba muy seguro de lo que había ocurrido a continuación, ni siquiera de sí había acudido a ella. Tenía la sospecha de que el causante de sus lesiones era el mismo chico que ahora dormía con abandono ante sus ojos, pero no podía conciliar la idea de que hubiera sido capaz de un acto tan burdamente agresivo, no él, que era la elegancia personificada. No él, que cualquier gesto que realizaba estaba lleno de una absoluta gracia, hasta cuando cortaba la carne con cuchillo y tenedor, con trazos limpios y delicados. Su manera de hacer las cosas sólo podía compararse con la de Draco Malfoy, la misma naturalidad en sus movimientos.

Al principio, al observarlos, había pensado que debían ser familiares. Draco y Blaise tenían el mismo físico, delgado y ágil, de músculos poco marcados, piel lechosa, aristocrática y dedos largos, de pianista. No le habían gustado, en absoluto, parecían un par de críos esmirriados con exceso de mala leche y mente criminal. Tal vez había acertado. Aunque su percepción de Blaise cambió con el tiempo. El chico no era igual a Draco, quien siempre debía ser el centro de atención con sus comentarios crueles y sarcásticos. Blaise siempre se quedaba al margen en la exhibiciones de ingenio de su amigo, nunca alzaba la voz contra nadie ni se metía en peleas de ningún tipo. Daba la impresión de ser un chico reflexivo y silencioso, fácilmente manejable.

Ernie pensó que en lugar de un Slytherin, que tiraban todo abajo a su paso y todo había que hacerlo a su manera (buen ejemplo era Malfoy, tan Sly que parecía increíble) debía ser un Ravenclaw, quienes se mantienen al margen de rencillas entre casas y en lugar de cuestionar a voz en grito las normas (como los Slytherin) o saltárselas directamente (como los Gryffindor) las razonaban, encontraban lógicas y adecuadas, y las acataban de buen grado, no como los Hufflepuffs que lo hacían resignadamente y quejándose por lo bajo para evitar problemas.

Los Ravenclaws eran tan imparciales que resultaban aburridos. No tomaban una decisión hasta haber cuestionado todos los puntos y nunca intervenían en una situación si podían quedarse y observar lo que ocurría. Blaise parecía de éstos.

Ernie nunca se había fijado mucho en él, como el resto de Hogwarts. A pesar de ser amigísimo del popular Malfoy, casi la mitad del colegio no sabía el nombre de Blaise, y sin duda él lo prefería así porque nunca hizo nada para llamar la atención de la gente. Ernie ni siquiera lo hubiera creído gay (ni interesado por el sexo) de no ser porque fue testigo de una cierta escena entre Zabini y Malfoy que le subió los colores, la temperatura y otras cosas.

El comienzo de su relación podía considerarse casi un accidente. Habían coincidido a principios de ese verano en una playa poco frecuentada por magos. Ernie se había sentido tan sorprendido de verle allí que se había acercado a él de inmediato, a pesar de no haber intercambiado palabra alguna en los cinco años en lo que habían compartido colegio. Blaise, tumbado sobre su toalla, deliciosamente expuesto a las miradas de todos y rodeado de varios moscones, todos muggles, sin duda, se había mostrado encantado de ver una cara conocida. No así el grupito que le rodeaba. Le habían dado miradas asesinas al tiempo que competían por deshacerse en atenciones con el Sly.

A Ernie le había divertido la escena, viendo a Blaise coquetear descaradamente con todos ellos pero sin centrar su atención en ninguno. En un principio se había preguntado cómo el chico podía tener tantos admiradores si no era la gran cosa, comparado con Justin por ejemplo. Después de una inspección superficial había concluído que tenía cierto atractivo a pesar de su aspecto anodino. Tras un "inocente" roce con uno de sus admiradores, Ernie se vio obligado a reconocer que era desinhibidamente sensual. No pasó mucho tiempo hasta verse atraído por él. Blaise le seducía de una manera tan sutil que Ernie no se percató de lo que ocurría hasta que una noche se encontró en una discoteca lamiendo la lengua del chico con verdadero deleite.

Ernie era inexperto en relaciones con otros chicos. Si bien estaba enamorado de Justin, nunca había mantenido ningún tipo de contacto sexual con él, por lo que se vio desbordado cuando Blaise lo empujó hasta un cubículo del cuarto de baño, se encaramó sobre él y le hizo disfrutar del mejor rato de su vida. Decidió que no podía dejarle marchar.

Blaise demostró ser lo mejor que pudo pasarle en mucho tiempo. Gracias a él no solo contaba con un "adiestramiento" envidiable, sino que Justin, viendo que su atención estaba puesta en otro, dejó fluir sus celos y consiguió arrastrarlo a su cama. Como si Ernie necesitase que le arrastraran.

Para él el Slytherin no era más que un bonito pasatiempo. Le encantaba ver la devoción con la que Blaise le trataba, como si fuese algo muy preciado para él. Ernie también lo apreciaba, a su manera, y trataba de compensarle como podía, declarándole casi su pareja oficial frente a su casa y quitándole importancia a sus deslices con otros chicos, que Blaise se tomaba a la tremenda, peor que si el infiel hubiera sido el mismo Ernie.

Justin no estaba contento con esta situación, claro. No soportaba la competencia y el que el Slytherin le robase a su admirador casi a tiempo completo le ponía de muy mal humor. Para que Ernie le compensara, dijo, necesitaba que hiciera algo por él. Justin estaba obsesionado con Hermione Granger desde hacía cierto tiempo y deseaba conseguirla. Ningún problema. Nadie nunca se enteraría de que Ernie robó la fórmula de una poción errónea del baúl de su amante. ¿Y qué si tenía que pasarse un castigo suplantándole? Era por compensar a Justin, valía la pena. Todo con tal de verle feliz. Le dolía un poco tener que ayudarle con lo de Hermione, pero como Justin decía, si él se acostaba con Blaise no podía pedirle cuentas a él.

Y en un tiempo record, de un plumazo, Ernie se había quedado sin sus dos amantes. Justin expulsado, su vida como mago borrada de su futuro. Sería un muggle más, y Ernie ya no tendría posibilidad de estar con él. Le quería mucho, pero no deseaba vivir en el mundo muggle. ¿Él sin magia? No pensaba arriesgarse a algo así, era un mago de sangre limpia desde muchas generaciones atrás, no estaba acostumbrado a la vida sin magia. Además, él no había sido expulsado de Hogwarts.

Sus compañeros Hufflepuff le habían repudiado, por traer mala fama al nombre de su casa, costarles puntos y ser la vergüenza del colegio. Y Ernie estaba solo. No soportaba estar solo. Y Blaise no podía abandonarle en estas circunstancias. Él comprendería, porque le quería, ¿verdad? Solo estaba un poco dolido, eso era todo. Ni siquiera sabía nada de Justin.

Ernie deslizó los dedos desde el pálido cuello de su ex-amante hasta la abertura de su pijama, apartando las sábanas y la mano sobre éstas para desabrochar el primer botón. Ahora más que nunca necesitaba el consuelo que suponía el cuerpo de Blaise. El roce de sus dedos contra la suave piel del pecho lampiño del chico le hizo estremecer y pasarse la lengua por los labios. Con rapidez desabotonó la chaqueta del pijama (raso verde, tan suave como Blaise) y la apartó para contemplar su torso desnudo.

El aliento salió trémulo de entre sus dientes, anhelante de degustar bajo su lengua el sabor conocido y excitante de Blaise Zabini. Con cuidado de no despertarlo, Ernie se puso en pie y se sacó la túnica dejándola a los pies de la cama, sobre el baúl donde también reposaba el regalo de Navidad que había comprado para su ex-pareja, envuelto en papel brillante y rematado por un lazo esmeralda. Con movimientos suaves, acariciándose el torso mientras lo hacía, saltó uno a uno los botones de su camisa y la dejó caer al suelo con descuido, entrándole la urgencia al ver a Blaise agitarse en sueños, suspirar quedamente y volverse de costado, una mano sobre la almohada, cerca de su pálida mejilla, las rodillas encogidas, los labios entreabiertos.

- Te necesito – le susurró, inclinándose sobre él, casi sin atreverse a tocarlo.

Se sentó de nuevo en la cama apoyándo un brazo a cada lado del durmiente para poder quedar sobre él. Acercó sus labios al cuello pálido y lo besó con dulzura. Blaise gimió entre sueños, frunciendo ligeramente el ceño. Un reguero de besos fue dejado en su camino desde la oreja hasta la mandíbula. La respiración de Ernie, agitada debido a la excitación, rozaba la piel delicada del chico dormido haciéndole estremecer.

Tal vez si Ernie hubiera tenido paciencia y hubiera continuado con sus caricias casi tímidas todo hubiera resultado de otra manera. Pero Ernie estaba demasiado ansioso para andarse con delicadezas y no bien estuvo seguro de que Blaise respondía adecuadamente a sus toques se metió bajo las sábanas, dejando el resto de su ropa por el camino y dio la vuelta a Blaise para dejarlo boca arriba. Sin muchos miramientos tomó su boca con voracidad y sus manos inquietas tantearon con lujuria entre los pantalones del Sly, quien al verse asaltado tan abruptamente despertó asustado para encontrarse bajo el peso mayor de Ernie Mcmillan.

Blaise se asustó. Su boca era invadida por una lengua que no era bienvenida, su cuerpo era acosado por manos que no deseaba que le tocasen y todo él estaba presionado contra el colchón por alguien más fuerte que él, que no parecía hacer caso de sus quejidos de incomodidad.

Ernie se dio cuenta de que Blaise había despertado cuando éste empezó a tirarle del pelo desesperado, a empujar con su lengua a la intrusa fuera de su boca y a retorcerse bajo él como queriendo escapar de su contacto.

- No te preocupes, todo está bien – murmuró Ernie con voz ronca. Estaba convencido de que Blaise no le había reconocido, por eso no fue doloroso para él oír a su juguete sexual imprecarle de manera bastante escandalosa - ¿Pero qué te pasa? ¡Soy yo! – dijo Ernie poniendo una mano sobre la boca del chico para silenciarle. Echó una mirada nerviosa a la cama de Draco, recordando de repente que él no había traído su varita para conjurar un hechizo de silencio y que el rubio dormía justo ahí al lado. Y no estaría nada contento de encontrar a un Hufflepuff en su habitación a esas horas (ni a ninguna otra, en realidad).

Como Blaise no se calmaba intentó volver a besarle, pero el chico giró el rostro con una mueca de desagrado.

- ¿Qué como va a estar bien? ¡Quítate de encima, Mcmillan! – espetó, arqueando el cuerpo para intentar librarse del otro chico.

- ¡Blaise! – exclamó Ernie sorprendido de saberse reconocido... y rechazado - ¡Tú me quieres! – le recordó.

La carcajada de Blaise fue bastante desagradable. Bien sabía el Sly que no estaba en buena posición para demostrarle todo su desprecio a Ernie, pero sinceramente no podía creer que ese sujeto creyese firmemente que él podía seguir queríendole después de lo que le había hecho. Y además, a pesar de haberle borrado la memoria para que no le delatase como el culpable de su paliza, no podía ser tan estúpido como para no atar cabos y saber qué había sido él el que le había enviado a la enfermería.

- Si estás caliente vete con Finch-Fletchley, pero a mí déjame en paz – siseó. Ernie abrió los ojos hasta el máximo. ¡Blaise sabía lo de Justin! ¿Cómo? Él había planeado darle una explicación que creía muy coherente sobre que Justin le había obligado a traicionarle, pero se suponía que fuera de eso no debía saber nada. ¿Qué sabía Malfoy y cuánto le había contado a Blaise?

- Vamos, no te pongas así – murmuró desconcertado, sujetando inconscientemente las manos del chico más dábil sobre el conchón para que dejase de arañarle y tirarle del pelo -. No hay nada entre Justin y yo – mintió con descaro -. Y además te deseo a ti – le aseguró, lamiéndole ansiosamente la línea de la mandíbula. Blaise se estremeció del asco.

- ¿No te das cuenta de que no quiero saber nada de ti? ¡Deja de tocarme! – chilló el Sly empezando a ponerse histérico. Tenía la varita bajo la almohada, pero justo al otro extremo de la cama. Con Ernie encima de él nunca lograría llegar hasta allí.

- Vamos, sé que te gusta – dijo el Hufflepuff como si no se creyera lo que estaba oyendo.

Sujetó las dos finas muñecas de Blaise con una sola de sus grandes manos y la otra se escabulló buscando su miembro bajo el pantalón de raso. Se decepcionó un poco al encontarlo mustio, pero lejos de desanimarse o pensar lo más obvio (que era cierto que no quería tener nada en ese momento) se dedicó a masajearlo con el convencimiento de que sus caricias harían que Blaise se convirtiera de nuevo en el voraz amante al que estaba acostumbrado.

Pero el chico no reaccionó de la manera esperada. Lejos de eso le mordió una oreja con bastante saña y siguió gritando que le dejase en paz.

- Vamos, Blaise, sé lo que quieres – dijo Ernie tremendamente excitado al verle gritar y retorcerse bajo él. Aumentó el ritmo de su masaje sobre el miembro del Sly de tal manera que blaise gritó de dolor.

- ¡Sueltamé de una puta vez! – aulló desesperadamente el chico, sin ninguna esperanza de que el otro le hiciera caso, pues podía percibir una dureza sobre su muslo que con cada forcejeo se hacía más evidente. Al ver la mirada nerviosa que Ernie lanzó a la cama de Draco Ernie comprendió que no había ningún hechizo de silencio en su lecho. Pensó que si bien tal vez Draco se había aíslado para no escuchar ruidos del exterior, tal vez podía hacer que Ernie dejase de tocarle para taparle la boca o mejor aún, hacerle huir del cuarto - ¡MALFOY! ¡ AYÚDAME!

- ¡CÁLLATE!

- ¡MALFOY!

Para alivio del Sly las cortinas de terciopelo de la cama vecina se descorrieron al instante, haciendo que Ernie maldijera antes de tener tiempo de taparle la boca a Blaise. Draco, varita en mano, pelo revuelto, mejillas sonrojada, frente perlada de sudor, apareció entre las sábanas y dijo bastante enfadado:

- ¡¿QUÉ COÑO ESTÁ PASANDO AQUÍ?! ¡Si no dejáis de gritar el conejo púrpura no volverá y necesito las margaritas para la sopa!

Acto seguido cayó de narices al suelo y allí se quedó, sin moverse. Blaise miró a su salvador boquiabierto, Ernie, que estaba a medio camino de buscar la varita de su ex-amante estaba tan desconcertado que no se dio cuenta de que había dejado suelto a Blaise. Este aprovechó la confusion para empujar al otro chico, hacerlo desequilibrarse y poder plantar un pie en su pecho, con lo que pudo quitárselo de encima de una buena vez. Subiéndose los pantalones del pijama rescató su varita en entre los dedos del Hufflepuff y le envió un hechizo que le hizo llegar de culo hasta la puerta. Blaise la abrió de un tirón con los ojos brillándole de furia.

- Largo de aquí y espero que no se te ocurra volver a acertarte a mí o lo pasarás muy mal – espetó, no precisamente en voz baja.

Ernie lo miró desafiante mientras se levantaba.

- ¿Me estás amenazando, Zabini? – dijo con burla, creyéndole incapaz de hacer daño alguno, guiándose tontamente por las apariencias y la dulzura que el chico había demostrado hacia él, tomando todo ello como debilidad y falta de carácter.

- Oh, lo siento, ¿no te ha quedado claro? – preguntó el Sly con falso desaliento -. En ese caso: sí, te estoy amenazando, ¡vuelve a tocarme y te la corto! – gritó, atrayendo a todo el mundo al pasillo.

Al parecer la mala suerte de Ernie aún no había desaparecido, porque a parte de ser rechazado de una manera que no creía que fuera posible estaba plantado desnudo en medio del pasillo de los domitorios Slytherin, donde los estudiantes de las cuatro casas lo miraban con estupor y, justo frente a él, subiendo las escaleras, el relevo de Vector y Flitwick; McGonagall y Sprout, su jefa de casa. Lo miraron incrédulas y escucharon lo que Blaise estaba gritando, comprendiendo al instante la situación.

- ¡Señor Mcmillan! – gritó escanladizada Sprout, pensando qué habría hecho ella para que su casa estuviera adquiriendo tan mala fama esas navidades (N/A ¿dejarla en mis manos? Muajajaj) – Venga conmigo inmediatamente, ¡y póngase algo decente, por lo que más quiera! – se dio la vuelta enfadadísima, casi arrollando a McGonagall que echó un vistazo crítico a Harry y Ron, que se asomaban a la puerta de su cuarto. Sin embargo Sprout no fue muy lejos porque se volvió como un rayo, una idea cruzando su mente – Lo he pensado mejor, vayase a dormir, su castigo se lo aplicará el profesor Snape mañana – dijo con maldad, haciendo palidecer a Ernie, que trataba de taparse de miradas críticas como buenamente podía.

Blaise casi podría haberse relamido de satisfacción, no solo porque Ernie era ahora mismo el hazmerreír de las cuatro casas sino porque Snape sería especiamente cruel con el chico, estaba seguro. Sin embargo, tanto el miedo que había pasado al saberse indefenso como la preocupación sobre qué le ocurriría a Draco le hicieron entrar en su cuarto tan pronto como McGonagall bramó que todo el mundo debía estar en su cama en menos de cinco minutos. Aunque aún no se había acercado a Draco cuando la puerta de su habitación se abrió de nuevo y de debajo de la nada salieron Ron, Ginny, Harry y Hermione. Ésta al ver a su amorcito en el suelo corrió hacia él de inmediato.

- ¿Qué ha le ha pasado? – preguntó casi histérica al ver que el chico estaba ardiendo en fiebre, totalmente desnudo y tiritando - ¿Le ha hecho algo Mcmillan? – había cierto tono peligroso en su voz que hizo a Blaise considerar la idea de mentirle para que fuera a apalizar al Hufflepuff como venganza adicional, pero la pobre chica le dio lástima porque estaba verdaderametne preocupada por Draco.

- No le ha tocado, se ha caído él solito al suelo, de narices, al intentar ayudarme.

Entre los dos y con ayuda de un reticente Ron consiguieron levantarlo y ponerlo sobre la cama mientras Ginny miraba para otro lado ruborizada y Harry pegaba el oído a la puerta al escuchar pasos acercarse a la habitación. Abio una rendija y espió.

- Bueno, ¿y tú que haces aquí? – cuchicheó, pero Skye no se dignó a responderle hasta que estuvo en la seguridad del cuarto.

- Lo mismo que vosotros, mirar a ver qué ha ocurrido.

Ron se giró a ella desconcertado.

- ¿De dónde vienes? – le preguntó sorprendido de verla allí. La chica se encogió de hombros sin darle importancia, pero Ron se acercó a ella aún espectante – De tu cuarto no, los profesores te habrían visto pasar.

La mirada hosca de la chica le hizo saber que no diría una palabra, sin embargo ya se había dado perfecta cuenta, aunque un poco tarde, de la respuesta.

- Has ido a ver a Stan – dijo, sonando herido, tan bajo que solo Skye le escuchó, aunque fingió no haberlo hecho. Pasó por su lado haciendo cujir su bata para ir a ver qué tanto atendían Hermione y Blaise en la cama de Draco.

- Esto es por la poción de la señora Pomfrey, estoy segura – rezongó Hermione, buscando entre las ropas del chico al pie de la cama para sacar un frasco de uno de los bolsillos – Míralo, le advirtió que se lo tomara, que se daría cuenta si no lo hacía. Evidentemente se refería a esto – mostró el frasquito a la luz que entraba por las ventanas, revelando que el contenido estaba intacto.

- Se le debe de haber olvidado – defendió Blaise, porque la mirada de Hermione era ciertamente peligrosa.

- Si, ya – contestó la chica con incredulidad. Se acercó a DRaco y procedió a echarle el contenido del frasquito por la garganta, apretándole las mandíbulas para evitar el acto reflejo de escupir el líquido. Draco tragó medio ahogado, tosió escandalosamente y abrió los ojos alucinados para clavarlos en su chica.

- Hola, Herm, que guapa estás – medio murmuró con una sonrisa boba que la chica no tuvo más remedio que devolverle.

- Tienes que dormir, ¿vale? – le puso una mano en la frante – Estás muy caliente.

- No sabes cuánto – dijo él casi mecánicamente, sujetando la muñeca de Hermione con dedos helados – No te vas, ¿no? – hizo un pucherito – Anda, quédate conmigo.

- Vaaale – concedió ella, como si no hubiera pensado quedarse a velarlo desde un principio – Pero las manos quietas y a descansar – dijo autoritaria. Draco le sonrió torcidamente, pero sin fuerzas para replicarle se fue amodorrando bajo las sábanas sujetando aún la muñeca de la chica contra su pecho.

- Te quiero – medio murmuró antes de quedarse dormido del todo.

Aún así todos lo escucharon y miraron a Hermione divertidos. La chica había enrojecido hasta las raíces del pelo y se hizo la desentendida, desasiendose de la mano de Draco tiernamente.

- Toma, utiliza uno de sus pijamas – aconsejó Zabini, tendiéndole un pijama parecido al suyo pero gris plateado, sacado del arcón del rubio. Parecía nuevo y sin duda lo estaba, pues Draco acostumbraba a dormir sin nada encima (N/A pero con unas gotas de Varon Dandi... jajaja, es broma!) y Hermione lo tomó con un poco de aprensión para ir al cuarto de baño a librarse de sus ropas de calle.

Skye, que era la única de las tres que se había molestado en ponerse un pijama (era la única que tenía uno a mano) se deshizo de su batín verde para revelar un ajustado camisón negro con un escote generoso. Ron tragó saliva emocionado con el modelito y después recordó, para su frustración, que ella había ido a ver a Stan Adams así vestida, ¡o así desvestida!

Pero un momento, estaba allí ahora, ¿no?

- ¿Y qué pasó con tu novio? ¿Discutísteis? – preguntó con un poco de burla, pero sin poder reprimir el tono celoso que se imprimió en sus palabras. Skye lo miró duramente un momento.

- Creo que no es asunto tuyo – replicó, antes de darse la vuelta y meterse en la cama de Blaise.

Ginny le echó una mirada de fastidio a su hermano, ¿cómo podía ser tan bocazas? Suspiró apesadumbrada y miró las camas de la habitación. Habían cuatro camas, una de ellas ocupada por Draco y presumiblemente Hermione. Otra por Blaise y Skye, según veía. Otra más por Ron. ¿Y ella? Miró con timidez a Harry, que dándose cuenta de la situación enrojeció ligeramente y la miró como diciendo qué-vamos-a-hacerle. Ginny también enrojeció, pensando en pedirle a Harry que volviesen al cuarto que tenían asignado. Sabía muy bien lo que ocurriría si se quedaban los dos en una sola cama, y no es que no deseaba que ocurriese, de eso nada, sino más bien que sabiendo que estaban allí todos los demás le daba un poco de corte...

Pero Ron no parecía tener intención de moverse de ese cuarto, en el que estaba Skye Hidden, y Harry era demasiado tímido para proponérselo delante de su hermano, que sin duda les armaría un escándalo cuando se enterase. Así que Ginny se encogió de hombros y aceptó el pijama que Blaise le tendía para poder pasar la noche con comodidad. Menos mal que el chico tenía algo más de gusto que Harry, que con su pijama de snitch doradas no parecía muy adulto precisamente.

Cuando Hermione salió del cuarto de baño, llevando solo puesta la camisa del pijama de Draco (los pantalones se le caían y la camisa le vanía lo bastante larga para no necesitarlos) Ginny agradeció mucho la generosidad de Blaise, porque su amiga ofrecía un aspecto sexi y a la vez elegante que sin duda no habría podido conseguir con un pijama de snitchs.

Minutos después Harry también agradecía a Blaise.

Mientras Ron daba vueltas y mas vueltas en su cama sopesando la idea de asomarse a ver qué hacía Skye, ésta pensaba en lo que Blaise les había contado poco antes de acostarse. Había que estar muy mal de la cabeza o muy desesperado para hacer lo que Ernie intentó. Se giró a mirar a su amigo en la intimidad de las cortinas de terciopelo.

- ¿Te encuentras bien, Blaise? – preguntó con tacto. Sabía que no estaba dormido porque él tampoco dejaba de moverse de un lado a otro.

Al descubrir las ropas de Ernie a los pies de su cama, había echo una hoguera con ellas dentro de la papelera de la habitación. Allí, a la luz del fuego, les había contado lo ocurrido con vergüenza y rabia, consciente de estar hablando con Gryffindors pero pensando que después de lo que habían pasado juntos podía confiarles ciertas cosas. Hermione le había abrazado con ternura, Ron le había dado un golpecito amistoso en la espalda de una manera muy "masculina", Harry le había mirado con comprensión y Ginny se había llevado las manos a la boca, aterrorizada por la idea de ser asaltada a la fuerza en mitad de la noche. Y Skye se había mordido la lengua con rabia recordando la advertencia que había dado al Hufflepuff horas y horas atrás y prometiendo que las cosas no se quedarían así. Hablaría con Snape si fuera necesario para asegurarse de que el castigo fuera una pesadilla que no olvidaría en mucho tiempo. Aunque no habría que decir mucho, alguien que atacaba a un Slytherin era hombre muerto en el territorio de las mazmorras.

"Oh, espera a que Crabbe y Goyle vuelvan", pensó la chica perversamente.

Pasó una mano sobre el pelo oscuro de su amigo al advertir que este no quería contestarle.

- ¿Por qué no estás con Stan? – preguntó éste a su vez - ¿Te ha rechazado acaso?

- ¡No se le ocurriría! – replicó ésta, haciéndose la ofendida – Estaba durmiendo com un bebé. No pude despertarle – se encogió de hombros -. Él se lo ha perdido.

- ¿Y el Weasley? – preguntó Blaise con una sonrisa divertida que la chica pudo captar a través de sus palabras.

- ¿Qué pasa con él? – intentó sonar indiferente, pero no lo consiguió del todo.

- Eso quisiera saber yo...

- No hay nada que saber... Estoy con Stan... Y eso es todo – contestó Skye dubitativamente. Pensar en Ron, en la cama de al lado, solo completamente, le hacía sentir cosas extrañas.

- Y eso es todo... ¿Te lo crees, Skye? Por que yo no – contestó Blaise, volviéndose de costado para enfrentarla. La chica suspiró ruidosamente y miró detrás suyo, como si a través de las pesadas cortinas pudiera ver la cama de al lado.

- Yo tampoco – murmuró, medio derrotada – Cada vez que intento rechazar lo que siento por él... el sentimiento crece. ¡Esto es un asco!

- Sí que lo es – aseguró Blaise, siendo esta vez el turno de él de acomodarle un mechón rebelde tras la oreja – Pero, ¿sabes? Negándolo no vas a conseguir nada, ya lo has visto.

- También siento algo por Stan – intentó defenderse ella.

- ¿Lo mismo? – Al no obtener contestación, Blaise suspiró -. Lo imaginaba.

- No quiero hacerle daño – dijo Skye con voz dolida.

- ¿A cual de los dos?

- A ninguno de ellos.

Suspiro doloroso.

- En ese caso te aconsejo que decidas pronto.

Toc-toc-toc

Meriel se levantó de la cama completamente molesta, arrastrando su huraño humor de las mañanas hasta la puerta de la antesala de las habitaciones de Snape. Abrió la puerta con los ojos entornados tanto por el sueño como por la antipatía que le causaba quien fuera que estuviera llamando a esas horas.

- ¡Hola, Sevvie! Yo... – Sinistra cayó de golpe al ver a la extraña recargándose en la puerta, vestida tan solo con una camisa de pijama de hombre que, sin duda, pertenecía a Snape.

- ¿En qué puedo ayudarla? – preguntó Meriel desagradablemente. Eso de "Sevvie" no le había gustado pero nada.

- ¿Está Severus? – preguntó la mujer, sus animos de costumbre aplacados repentinamente por la presencia de esa supuesta rival.

- Duerme – anunció Meriel secamente. Esbozó una sonrisita malévola -. Tuvo una noche muy movida, no creo que despierte pronto.

Casi se relamió al ver la expresión de disgusto de la otra mujer.

- ¿Le puedes decir que he pasado a buscarle? Tengo algo muy importanta que discutir con él – el tono de Sinistra tampoco fue precisamente de amabilidad.

- No estoy aquí por ser su recadera, precisamente – dijo Meriel, puñetera.

- Ya... ya veo lo que haces aquí – murmuró Sinistra mirándola de arriba abajo con disgusto para enfatizar sus palabras.

- Pues entonces no creo que necesites a "mi Sev" para nada. Buenos días – dijo venenosamente Meriel antes de cerrarle la puerta en las narices.

Soltó una corta risita. Bueno, tal vez "su Sev" se enfadase mucho por lo que acababa de hacer, pero no había podido evitarlo. Al ver a esa morena totalmente disfrazada para seducirle casi se había echado a reír. Pintura por todas partes, su mejor túnica ajustada en las partes precisas, el empalagoso olor que flotaba a su alrededor... ¿Quién se había creído que era esa mujer? Bien sabía ella que a Severus no le tentaban todos esos artificios; ella misma los había usado en alguna que otra ocasión y no habían servido de nada.

Se estiró como una gata satisfecha y entró de nuevo en el dormitorio. Y allí estaba el objeto de sus desvelos, tumbado boca abajo, con solo los pantalones del pijama puestos, todo piel blanca y mala leche, su Severus medio roncaba con abandono, sin darse cuenta de que su brazo se cerraba sobre vacío en el espacio que ella había ocupado minutos antes.

La noche anterior (¿O debería decir la mañana?) habían estado tan rendidos que ni siquiera habían tenido ocasión de discutir quién dormiría en el sillón. Lo que no había sido malo, precisamente, porque Meriel no había pensado permitir que él se marchase de su cama ni se hubera ido ella tampoco. Se habían limitado a dormir abrazados tan pronto tocaron el colchón. Pero ahora Meriel estaba despierta. Y juguetona.

Se sentó en el borde de la cama y miró al hombre detenidamente. Nunca había sido guapo, ni siquiera ahora cuando descansaba pacíficamente y el gesto hosco de costumbre había abandonado sus facciones. Meriel nunca pudo precisar qué era exactamente lo que tanto la atraía de él, si era por ese carácter oscuro que se empeñaba en exhibir, si era por su presencia imponente, en túnicas negras, miradas hostiles y altura que cohibía. Si tal vez fue la pasión con la que se dedicaba a todo lo que le interesaba, pasión que un día le dedicó a ella, antes de que sus ideales les llevasen por caminos diferentes.

Meriel reflexionó que tal vez su casi-obsesión por él podía deberse a que nunca habían llegado a ser amantes. Tal vez era el "reto no logrado" que tanto solía acicatear a Sirius en otros tiempos, ese "aún no lo he hecho" que la impulsaba a seguir pensando en Severus com si fuera una presa que debía cazar.

Pero no era eso, Meriel lo sabía. Ni siquiera por Sirius Black había sentido nunc alo que sentía por Severus Snape. Tal vez fue por su cúmulo de imperfecciones por lo que se vio atraída por él de manera irremisible. Meriel suspiró, pensando que nunca lo sabría a ciencia cierta.

Casi sin darse cuenta sus dedos habían empezado a trazar símblolos incomprensibles en la espalda del hombre, haciéndole revolverse ligeramente por las cosquillas que le provocaba el contacto. La mujer sonrió perversamente.

Se levantó con movimientos ágiles, tremendamente despierta de repente, y se encaminó al armario de ingredientes de Snape. Como imaginó, estaba provisto de un montón de cosas y no le haría falta asaltar su despacho para conseguir lo que deseaba. Aceite de almendras dulces, un excelente espesante de pociones que además de suavizar la mezcla endulzaba ligeramente. Y además, era últil para otras cosas.

Volvió a la cama, destapando el frasco y echando algo de contenido en sus manos para pasarlas después delicadamente por la espalda del hombre dormido. Este gimió ligeramente ante su toque y trató de apartarse, poco acostumbrado a ese tipo de contactos. Eso hizo que quedase completamente bocabajo en la cama, con los brazos a los costados y la cabeza inclinada sobre la almohada. Meriel no podía desaprovechar esa posición. Con delicadeza pasó una pierna por cada costado del hombre para acomodarse sobre él, sentándose sobre su trasero. No cabe duda que ante este desacostumbrado peso sobre él Severus despertó por completo.

- ¿Pero qué...?

- Buenos días, Sev. Te voy a dar un masaje. Relájate, por favor – dijo Meriel, y empezó con ello, utilizando al aceite a conciencia, hundiendo las manos en su espalda, deshaciendo los nudos de nervios que proliferaban en el cuello del hombre y haciendo caso omiso de sus quejas.

- ¡No necesito un masaje! – gruñó Snape intentando levantarse, pero las manos de Meriel le empujaron hacia abajo.

- Estate quieto o acabaré en el suelo. Y sí que necesitas un masaje, estás muy tenso.

- ¡Estoy tenso porque tú estás encima! – casi gritó Severus.

- Oh, ¿preferirías que estuviera debajo? Por mí no hay problema, Sev, solo tienes que pedirlo – casi ronroneó la mujer, llevándose el inesperado placer de ver enrojecer al profesor más temido de la escuela.

- No quería decir eso – murmuró él enojado.

- Pues no digas cosas que pueda malinterpretar – reprochó ella – No me dejes hacerme ilusiones por nada.

A Snape casi se le atragantó el aire en los pulmones, y algo entre sus muslos le dijo que ya era hora de terminar con aquel masaje indeseado. Se giró sobre sí mismo desequilibrando a la mujer y haciéndola caer sobre el colchón, chillando indignada. Severus se levantó para poner distancia entre los dos.

- ¡Aún no había terminado! – se quejó ella, incorporándose sobre sus codos.

- ¡Suficiente! – cortó Snape. La miró allí sentada, sobre la cama, llevando su camisa del pijama, bonita como siempre había estado, con el pelo color cobre calléndole sobre los hombros como una cascada y con unas increíbles piernas desnudas – Es hora de que hablamos – consiguió decir después de tragar saliva unas cuantas veces.

- ¿Hablar? – preguntó Meriel decepcionada – Oh, bueno, venga.

- ¿Qué es lo que quieres, Meriel? – preguntó Snape a bocajarro, esperando desconcertarla y hacerla dudar. Pero ella no se amilanó.

- A ti – dijo con total sinceridad. Eso consiguió desarmar al hombre, que se dejó caer sobre una butaca, ciertamente conmocionado al oir algo tan surrealista – Quiero que seamos amantes – aprovechó ella su ventaja, levantándose de la cama para acercarse a él – O tal vez algo más, pero por ahora con eso me basta – se agachó frente a él y le puso las manos en las rodillas, mirándole intensamente -. ¿Tú que quieres, Sev?

- N-no lo sé – logró decir Severus.

Realmente, que la mujer de tu vida diga que te desea es para dejar trastocado a cualquiera. Sobre todo porque él no había creído en serio que ella pudiera desearle. Vale que lo hubiera pensado en un arrebato fantástico, y bien que lo de ayer fue bastante real como para ignorarlo, pero Snape habia llegado a la conclusión que aquello fue fruto de la tensión del momento, de la adrenalina propia de los instantes de riesgo que había acudido en su ayuda para hacerla suya por un segundo glorioso.

Pero ahora resultaba que no era así. Ella lo deseaba de verdad, por tiempo indefinido, y Severus Snape se encontraba tan asustado que no sabía como reaccionar ante ello. ¿Y si no estaba a la altura de lo que ella esperaba? ¿Y si se decepcionaba y la abandonaba? ¿Podría él soportarlo? Pensaba que no, pues ya la había perdido una vez y no creía ser capaz de volver a pasar por ello. Sin embargo, allí estaba Meriel, esperando una respuesta, ¿y no valía la pena arriesgarse a probarlo? No tendría otra oportunidad como esta. Pero que´ria eque ella estuviera segura de lo que se iba a encontrar.

- No esperes palabras románticas ni grandes gestos – dijo él, intentando recuperar su aplomo. Meriel negó con la cabeza con una sonrisita naciéndole en los labios – No esperes tampoco efusivas muestras de afecto en público.

- No las espero – aseguró ella, que sabía cómo era Snape de reservado, incluso en sus tiempos de estudiante.

- No sería algo fácil, Meriel. Se acaba de descubrir mi tapadera como espía y los mortífagos ahora me tienen en su punto de mira – avisó.

- No tengo miedo por eso – aseguró la mujer, cada vez más decidida.

- Podrían utilizarte en mi contra.

- Lo asumo – tranquilizó ella.

- La gente te mirará mal – dijo Snape, intentando hacerla desistir de ir por ese camino.

- Eso no me importa – rió Meriel, cada vez más contenta.

- A Skye puede que no le siente bien – insistió el hombre.

- Estará encantada – garantizó la mujer.

- ...

- ¿Ya te has quedado sin excusas? – preguntó ella con una sonrisa amplia.

- Estoy seguro de que encontraré unas cuantas – dijo él medio gruñendo.

- Y yo las refutaré – aseguró Meriel, abandonando su posición para sentarse sobre las rodillas del oscuro maestro de pociones – Y ahora, Sev, ¿me vas a hacer el amor de una vez o vamos a seguir charlando?

*** CENSURADO ***

Antes de que Snape pudiera contestar cualquier cosa, ella selló sus labios con un beso que podría calificarse como voraz, pues había estado esperándolo demasiado tiempo como para contenerse un poco más. Snape le rodeó la cintura con las manos y la atrajo hacia sí, hundiendo la lengua en su boca para saborearla como si de un helado de crema se tratase. Meriel gimió por la inesperada reacción del hombre, apretándose más contra él y pasando sus dedos entre los mechones del pelo negrísimo, acariciando el cuero cabelludo y haciéndolo estremecer. Él pasó sus manos sobre las piernas desnudas de ella, levantando la camisa del pijama en el proceso para tantear con delicadeza su estómago, que con el paso de los años y el embarazo había adquirido una ligera redondez que a Snape le pareció deliciosa.

Para cuando ella comenzó a acariciarle en pecho, Severus estaba tan excitado que se creía incapaz de contenerse por más tiempo. Aün sin despegar los labios de los de ella, respirando dificultosamente por la nariz, se levantó asiéndola firmemente, Meriel rodeándole con sus piernas y brazos sin querer separarse de su cuerpo. Severus la depositó gentilmente en el lecho, sobre las sábanas arrugadas, y separó sus labios para bajar besando su mandíbula y permitiendo que ella soltase pequeños gemidos de placer ante cada punto descubierto; detrás de la oreja, la base del cuello, un delicado roce de la lengua en el trazado de la mandíbula.

Meriel tironeó de su camisa para sacarla por encima de su cabeza, dejando escapar a Snape brevemente del abrazo de sus piernas para que él se quitase los pantalones de un solo gesto violento. Severus besó el revés de sus brazos, la curva de su pecho, la breve cuesta que era su estómago, hundió la lengua en su ombligo una y otra vez de tal manera que ella solo podía gemir, pedir más y enredar los dedos en la masa negra que era su cabello, siendo imposible corresponderle de otra manera que no fuera arqueando el cuerpo ante sus caricias o suspirando su nombre contra las almohadas.

Él parecía tocarla en todas partes a la vez, y eso la sobrepasaba. No recordaba haberse sentido nunca tan sensual, sexual ni seductora, seducida. No recordaba que con Sirius hubiera sido nunca así. Claro que Sirius no la había querido nunca, al contrario que Severus Snape, que demostraba su añoranza en cada gesto, cada roce sublime, cada susurro en su oído. Meriel se retorcía de placer bajo sus caricias y cada vez que intentaba devolverle alguno de los besos perdidos en su cuerpo, él hacía algo que la mantenía pegada al colchón, jadeando su nombre y tirando de su pelo débilmente.

Severus dejó la exploración del cuerpo de su amante cuando creyó que moriría de impaciencia. Subió hasta sus labios para devorarla lentamente al tiempo que acariciaba el hueco entre sus piernas, haciendo que ella se abriese como una flor para él. Se acomodó entre sus piernas y lentamente la penetró. Meriel pareció robarle el aire de la boca, o tal vez fue su supiro demasiado prolongado, porque se quedó sin aire y se vio obligado a boquear para recuperarlo. Ella le envolvió de nuevo la cintura con las piernas, acunándolo, hasta que pudo tranquilizarse lo suficiente, decidir que aún no estaba al borde del colapso y embestirla con delicadeza arrancando un gritito de sus labios.

Tras unos cuantos empujes ambos estaban empapados de sudor, demasiado excitados para seguir siendo delicados y ansiosos de convertirse en uno. Aceleraron el ritmo hasta casi hacer que Meriel se golpeara contra el cabezal de la cama, gimiendo a la vez, arrancándose besos furiosos y caricias deshinibidas y explotaron escandalosamente, agradeciendo en silencio su ubitación en las mazmorras, arqueándose Meriel contra el colchón, apretándose Severus contra ella con desespero, gritando el nombre del otro en un quejido satisfecho que les hizo desplomarse exhaustos entre las sabanas arrugadas y mojadas con su sudor.

*** FIN DE LA CENSURA ***

Se tumbaron uno junto al otro, respirando agitadamente y mirándose ruborizados.

- Y ahora es cuando me pregunto – dijo Meriel jadeante, inclinándose sobre Severus para robarle un beso - ¿por qué fuimos tan imbéciles de no hacerlo antes?

El maestro de pociones no encontró una respuesta coherente. Abrazó a Meriel Mcallister sin acabar de creerse lo que acababa de ocurrir entre ellos. No que no lo hubieran estado deseando durante demasiados años para contarlos, pero había precido suceder tan de repente que le había dejado un poco descolocado, sobre todo teniendo en cuenta el pasado que arrastraban ambos.

En la intimidad de los brazos de Snape, Meriel por fin, al princuipio titubeante y después con más confianza, desgranó la historia completa para él, aunque había ciertas partes que Severus ya conocía por haberlas vivido directamente o por haberlas sospechado. Otras ya se las había confiado ella con anterioridad, a través de cartas o conversaciones a media voz. Pero ahora, por primera vez, pudo tener una visión completa de todo lo que había pasado.

Habían sido amigos desde pequeños. O al menos todo lo amigos que podían llegar a ser un Slytherin y una Ravenclaw que compartían trabajos de clase y se picaban por los pasillos en los partidos de quidditch por su aficción común por este deporte. En algún momento de los siete años en los que compartieron vivencias en Hogwarts, Severus se enamoró. Tal vez fue porque la creía demasiado para él, porque eran buenos amigos o por la amenaza que suponía la hija de un auror para un futuro mortífago. El caso es que Severus nunca se lo dijo, a pesar de sospechar que ella podía sentir lo mismo. Las muestras de intimidad que podían haber significado las sonrisas de Meriel, el Slytherin las cortó de raíz dejando que un espacio se abriese entre ellos. Y fue en ese espacio donde se coló Sirius Black, conquistando a la Ravenclaw bajo la nariz aguileña de Snape.

Y cuando podía haber hecho algo, cuando aún había estado a tiempo de luchar por recuperarla, Severus se hundió y dejó que el Gryffindor se la llevara. Pero, ¿qué podía él contra Black? Era el rompecorazones de Hogwarts, con una sonrisa matadora, unos ojos brillantes y personalidad chispeante. Por mucho que le pesase, el Sly tenía que reconocer que para una chica cosas como el ser guapo o popular podían ser importantes. Y él no era ni lo uno ni lo otro. Sus sonrisas parecían muecas, sus ojos eran pozos sin fondo y su personalidad era tan amarga como sus pensamientos de derrota. ¿Qué podía contra Sirius Black?

Se distanció de Meriel. A finales de séptimo curso la chica era una más del grupito de Gryffindors que incluían a Potter, Lupin, Evans, Pettegrew y Black y ya que Severus seguía decidido a mantanerse alejado de ella lo aceptó con resignación y siguió con su vida. Snape en ese entonces rondaba los preparativos de su iniciación como mortífago y por nada del mundo hubiera dejado que ella lo descubriese, la hija de aurores no podría evitar asquearse de él por llevar la marca en su brazo, y ya antes habían discutido al respecto de sus opiniones políticas en cuanto a los muggles, sabía exactamente lo que Meriel pensaba sobre Voldemort y sus ideales.

No perdieron del todo el contacto. Principalmente a causa de la chica, al salir de la escuela mantuvieron correspondencia regular que se interrumpió definitivamente un tiempo después de que Meriel se fuese a vivir con Black. Por aquel entonces fue cuando el animago descubrió que Snape era un mortífago y, por supuesto, no tardó ni dos minutos en contárselo a su novia. Nunca le había gustado que ella y Severus fueran amigos, y aquella oportunidad no pudo pasarla por alto.

Desde entonces no habían tenido más que noticias vagas el uno del otro. Severus, demasiado ocupado actuando como espía para la Orden del Fénix, no tuvo demasiado tiempo de analizar bien los rumores que llegaban hasta él y cuando quiso darse cuenta Meriel había abandonado a Black y había desaparecido del mapa. No fue mucho después de enterarse cuando aconteció la traición por parte del animago a los Potter y la derrota de Voldemort a manos de su hijo, Harry. Y Severus no pudo evitar sospechar que su amiga había presentido que ocurriría algo parecido y que por ello había huído.

Solo años después, con la llegada de Skye Hidden a la escuela, empezaron a encajar las cosas. Snape se figuró de quién podía ser hija la niña en cuanto la vio por primera vez. Era el vivo retrato de Meriel, claro que tenía que haber heredado los malditos ojos de Black. Y pensar en ello le revolvía el estómago, porque le daba por pensar que Skye podía haber sido su propia hija.

Precisamente fue con motivo de que el animago, convertido en asesino por la muerte de Pettigrew, se había fugado de Azkaban y los dementores le buscaban por todas partes que Snape pudo reunirse nuevamente con Meriel.

Ella ya había sabido por Skye que él daba clases en Hogwarts, y su hija había hecho un muy buen trabajo manteniéndola al tanto de todo lo que ocurría con el hombre. Sin embargo no se encontraron precisamente en las mejores circunstancias. La aparición de los dementores afectaba hasta tal punto a Skye que Meriel tuvo que acudir al castillo con urgencia.

Y le reveló toda la historia a Snape.

Había vivido con Sirius Black por espacio de tres años. Y tres años terribles, según ella, pues se daba perfecta cuenta de que Black amaba a otra persona. Claro que él intentaba ocultarlo, pero Meriel tenía la sensación de que llevaba ocultándolo desde Hogwarts. Nunca había sido una relación fácil, sobre todo porque él era auror y en cualquier momento podía ocurrirle algo, vivían siempre alerta, casi a la espera de algún ataque aún en su propio domicilio. Pero en los últimos meses Sirius Black se volvió insoportable. Y misterioso. Y también terriblemente iracundo. Meriel empezó a temer que su novio fuera un mortífago. Puede que fueran pensamientos estúpidos al principio, pero fueron reforzándose con pruebas sólidas, como túnicas de mortífago, que él disculpó diciendo que eran parte de su trabajo, o cuando desaparecía por horas y nadie parecía saber donde estaba, siempre volvía de mal humor, o sumamente triste, negándose a dar explicaciones.

No eran tiempos como para fiarse de cualquier cosa. Meriel, sin poder evitarlo, empezó a temerle. Y lo peor de todo, esa sensación de estar a su lado casi como adorno. Él no la quería, ¿qué hacía ella allí? ¿Por qué no se marchaba él con el amor de su vida? Meriel sabía quien era, por supuesto. Por las noches Sirius pronunciaba su nombre en sueños, en lugar del de ella. Y de alguna manera siempre lo había sabido, pero había tenido la esperanza de que aquello cambiara.

Al descubrir su embarazo, con el miedo en las venas y las pocas ganas de enfrentar a un niño con aquella insoportable situación, Meriel hizo las maletas y puso rumbo desconocido. Sus padres la acogieron después de unos meses de vagabundear por el mundo, con una hija en sus brazos y el asombro pintado en el rostro al conocer la noticia de la muerte de Voldemort y la no menos impactante revelación de que Sirius Black, su Sirius Black, había traicionado a los Potter, asesinado a Pettigrew y un gran número de muggles y estaba recluido en Azkaban de por vida.

Meriel le había amado, de verdad y profundamente, y después le había detestado. A partir de ese momento todo lo que pudo sentir por Black se troco en frío odio. Y le dio por pensar qué demonios habría hecho el hombre de haberse enterado de que era padre de una hija. De su hija.

A sus padres no les agradó nada que su relación con el mayor traidor del mundo mágico hubiera tenido sus frutos, pero lo aceptaron. La niña no tenía la culpa, dijeron. (N/A Cínicos)

Se inventaron un marido, Jack Hidden, un auror que era padre de la hija de un mortífago. En la pequeña comunidad en la que vivían, Bainbridge Place, nadie había tenido noticia de que ella hubiera sido amante del famoso asesino, así que pasó desapercibida y su historia se dio por cierta sin ningún tipo de duda.

Y la misma Meriel se esforzó en creerla.

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Y fin por hoy. Espero que la historia de Meriel no os haya decepcionado demasiado. Me imagino que sí, porque parecía más emocionante antes de escribirla, pero bueno, que le vamos a hacer. Lo único que me ha gustado de éste capítulo (aparte de que sale Blaise, claro) es la conversación Meriel/Severus. No sé porqué me ha gustado como ha quedado.

Ah, no os preocupéis por Draco, no le ocurre nada, era solo para evitar dos escenas de sexo en el mismo capítulo y par que Blaise se viera obligado a enfrentarse solo a sus problemas. ¡No me matéis por eso, plis!

Ah, el siguiente es capítulo de regalos!!!! (y de confesiones)