Holaaaa!!!!
Siento muchísimo haber tardado tantiiiiisimo en actualizar. Me siento increíblemente culpable. La culpa ha sido de dos cosas: primera mi legendaria falta de tiempo y segunda, un pedazo de bloqueo del que no sabía como librarme. Me ponía delante del ordenador y no se me ocurría qué escribir!!!. Nada de lo que hacía me daba ideas, así que finalmente una noche eché mano de todos mis recursos. Me senté frente al teclado a medianoche, con un vasito de crema de Whisky, mi pulsera, anillo y colgante de amatista y uan buena provisión de Cds de U2. Debí haber imaginado que U2 me ayudarían, siempre lo han hecho. El capítulo no es ni remotamente bueno, pero oye he conseguido escribir, que de eso se trataba!!! Ahora de aquí al infinito y más allá!!!
Bueno, en este capítulo sale más Lucius del que debería. Este hombre siempre se me cuela en la historia por los sitios más insospechados, claro que como sabe que no le negaría el paso se aprovecha.... Más conversacion absurda de Skye y Sirius. Severus cabreadillo, Draco jodidillo y patosón y más cositas.
Sinceramente no tengo idea de cuánto falta para el final. Sé lo que quiero que pase, por supuesto, pero ni sé cuanto me llevará escribirlo ni tampoco sé las cosas que se van a colar sin que las haya previsto. Eso es lo que más me gusta de escribir, que siempre me sorprenden las escenas que salen expontáneamente, no porque sean buenas (que no lo son), no porque sean raras (que sí lo son) sino porque son inesperadas para mí. Aún así la historia hasta ahora sigue bastante la línea que había trazado al principio, aunque de la idea primitiva a lo que está quedando hay bastante trecho. Lo pensaba un poco en abstracto, y según va cogiendo forma se van añadiendo cosas que no había pensado. Eso me gusta, aunque tal vez quede descuadrada la historia en muchos aspectos, pero me gusta eso de que surjan cosas que no había ni siquiera considerado meter. Claro que otras se pierden por el camino, sigt.
Bueno, que no me enrollo más. Como esta vez creo que ha sido la que más he tardado en actualizar esta historia, para variar no contestaré aún los reviews, que por cierto nos acercamos DEMASIADO peligrosamente a la barrera de los 1000. La verdad es que tengo un poco de pánico, ¿y si se jode la historia? ¿Y si pierdo los revs acumulados? Pero bueno, dejando a un lado todo eso quiero agradeceros muchiiiisimo vuestro apoyo, porque os habéis molestado en dejarme toda esa cantidad de revs, bien para animarme, bien para apoyarme, bien para amenazarme de muerte dolorosa y lenta si no actualizaba.
En serio, muchísimas gracias a todos, hacés que me sienta cada día más culpable por no actualizar a tiempo, no contestaros apropiadamente y no daros una historia cuando menos algo buena para compensar vuestra atensión. También me hacéis sentir inmensamente feliz al hacerme saber que escriba lo que escriba estaréis allí para leerlo.
Y voy a dejar ya de hablar de esto, porque he cometido el tonto error de ponerme sentimentaloide cuando estoy escuchando "Total Eclypse Of The Heart" y estoy a punto de ponerme a llorar como una idiota sobre el teclado!!!.
Mil Gracias.
VACACIONES DE NAVIDAD
Cap. 44
Sus párpados se agitaron levemente antes de alzarse del todo y dejar al descubierto sus iris azulados. Su mente registró cuidadosamente cada uno de los pequeños dolores que se hacían presentes en su cuerpo antes de tomar la decisión de incorporarse y mirar a su alrededor.
Se sintió inmensamente confundida al descubir los exquisitos muebles de su cuarto en la mansión Malfoy. ¿Qué hacía ella allí? Debería estar junto a Voldemort, recuperándose lentamente de los daños que él mismo le había producido.
- Lucius – musitó, curvando los labios con desagrado, mas se sobresaltó al recibir respuesta desde el otro lado del cuarto.
- Sí, querida.
Su voz sonó más fría que nunca.
Narcisa intentó otear entre las sombras para saber su situación exacta, pero su esposo sabía muy bien cómo desaparecer cuando se lo proponía. Debía de estar en algún lugar entre la pared del fondo y las cortinas que cubrían el ventanal.
- Te ha costado bastante recuperarte, aún con las mejores pociones médicas de Severus que hay en nuestras reservas.
La mujer no contestó. Prefirió guardar silencio y buscar sus zapatillas junto a la cama para ponerse en pie con toda la dignidad que era capaz de reunir, que era bastante.
- ¿Qué hacemos aquí? – demandó saber, sin preocuparse del frío que sentía estando únicamente vestida con una fina prenda de seda marfil ni del aspecto desaliñado que debía presentar su largo pelo, suelto y enredado.
Lucius no contestó inmediatamente, pero eso no quería decir que no fuera a hacerlo. Era una de esas cosas que había ido aprendiendo con el paso de los años, y a estas alturas conocía lo suficiente a su esposo para saber que lo que estaba ocurriendo era de cierta gravedad.
- Han pasado demasiadas cosas en tan poco tiempo – reflexionó el hombre, aún manteniéndose en sombras.
Narcisa supo por su voz su orientación aproximada. Seguramente estaba sentado en el diván de terciopelo vainilla con su típica postura de señor del mundo que Draco había heredado o aprendido directamente de él. Su olfato captó, además, dos olores que no había reconocido en un primer momento. Lucius estaba bebiendo absenta y fumando sus carísimos cigarros.
- Te agradecería que no fumases en mi cuarto – dijo un poco temerosa. Nunca en su vida había oído a Lucius hablar tan fríamente estando bebido. Normalmente se volvía muy festivo y chispeante, nunca estaba tan lúgubre como ahora. Y Narcisa sabía que estaba bebido. De echo, seguramente estaba MUY bebido. La absenta era algo que reservaba para ahogar sus penas en silencio. Para las visitas y los amigos ofrecía siempre sus más añejos licores, los más caros y exquisitos, pero el ritual de la absenta se le antojaba algo más íntimo y siempre abusaba de él.
Puede que tuviera que ver con la tanquilidad que le proporcionaba la mecánica del terrón de azúcar sobre la cucharilla y el verter el agua poco a poco para que el líquido verde tomase el conocido color lechoso. O puede que se tratase más bien de esperar tranquilamente a que el Hada Verde le hiciese una visita trayéndole la visión de un mundo más amable.
El caso es que Lucius fumaba indolente mientras bebía su brebaje esperando que le hiciese efecto en las entrañas, y no parecía muy dispuesto a hacer caso a la petición de su esposa, a juzgar por la risa amarga que lanzó desde las sombras.
- Querida, que ensucie tus preciosas cortinas con el humo de mi tabaco es el menor de tus problemas en este momento.
Ella, sin saber qué decir, se volvió nerviosa hacia el descalzador a los pies de su cama, donde siempre descansaba una fina bata para ella. Solo que la bata no estaba allí esta vez.
- No es necesario que te cubras – dijo él con un tono un tanto indiferente.
Narcisa, cansada de su actitud y terriblemente nerviosa, hizo un gesto con la mano para que se hiciera la luz en su cuarto. Lucius estaba, como había presupuesto ella, sentado en el diván, medio recostado contra él, con un tobillo sobre la rodilla opuesta, sosteniendo el cigarro con sus largos dedos, con la copa de absenta en la mano y la botella bien cerca, sobre el tocador. Tenía la mirada turbia y el cabello le caía en mechones sobre el rostro como si prefiriese esconderse tras él. Sin embargo con un gesto de impaciencia se quitó las plateadas mechas para enfrentar claramente su mirada. La observaba apreciativamente, evaluándola centímetro a centímetro como si no llevase puesto su camisón. La bata que le hacía juego a la prenda estaba a su lado, sobre el diván.
- Todo se va al diablo, ¿lo sabes? – le preguntó con voz lejana.
- ¿Qué ocurre, Lucius?
El sonrió de medio lado, sin ganas de hacerlo realmente.
- Que vas a dejarme, ¿no es eso?
Narcisa no se sorprendió al oírlo, pero sí al recordarlo. ¿Cómo había podido olvidar a Harkin y su acuciante necesidad de rescatarlo de una muerte segura? Se obligó a quedarse quieta, como si avanzando un paso en cualquier dirección tentara al destino a ensañarse con ella, intentando que la necesidad de salir corriendo varita en mano a rescatar a su amante se ahogase por el momento, hasta un futuro más seguro.
- No puedo permitirlo – dijo Lucius cortésmente, intentándole hacer entender -. Mi esposa no puede fugarse con un patético mortífago de segunda condenado.
- Lucius...
- Él intentó robarte. No vas a irte con él – dijo Lucius mirándola serenamente, seguro de tener la fuerza y la razón de su parte -. No vas a dejarnos en evidencia a mí y a Draco. Vas a quedarte aquí y cumplir tu papel de esposa y madre.
Narcisa tragó aire, intentando pensar en una salida.
- No puedo dejarle allí – dijo llanamente, derrotada. Sabiendo que tendría que quedarse. Sabiendo que nunca podría dejar a Draco, por mucho que Harkin fuese el amor de su vida -. No puedo dejar que le mates.
Lucius la miró calculadoramente entre las espirales de humo de su olvidado cigarro. En otro momento Narcisa se hubiera preocupado porque la ceniza manchase su alfombra oriental, pero estaba más ocupada tratando de adivinar qué pasaba por la cabeza de su esposo. Porque él ya había previsto esta conversación. Sabía exactametne a donde se estaban digiriendo y era perfectamente consciente de qué paso darían ambos en qué dirección. Solo estaba haciendo una pausa dramática en deferencia a ella. Fingiendo calcular una oferta que llevaba presente en su mente quien sabe desde hacía cuanto.
- Nuestro Lord quiere otro Malfoy – dijo el hombre finalmente.
Narcisa ladeó la cabeza pretendiendo estar confundida.
- ¿Vas a llevarle a Draco? – preguntó con la esperanza de que se tratase de eso.
- Querida, Él ya tiene a Draco – le recordó Lucius con una sonrisa paternal -, y tú sabes perfectamente a qué me refiero, ya lo hablamos. Dame lo que te quiero y tendrás lo que deseas.
- No me pidas eso – rogó la mujer, tocando su estómago por encima de la tela de su camisón -. Por favor, todo menos eso.
- No soy yo quien te lo pide, es Nuestro Lord – dijo Lucius un tanto molesto por su ruegos -. Y todo saldrá bien.
- Daira...
- ¡Fue un error de cálculo! – se enfureció Lucius, como cada vez que tocaban el tema -. Pero Draco está vivo, y está bien. Eso es lo que importa.
Se detuvo, furioso, acelerado, y dio un enorme trago de su bebida. Solo entonces se dio cuenta de que Narcisa se había puesto a llorar. Incluso había tenido que sentarse sobre la cama porque las piernas no la sostenían.
- Todo menos eso, ¡por favor!
- ¡Basta! Sabes que no tienes elección.
Pero ella no dejaba de llorar. Lucius, presa de una ira eufórica dejó sobre el tocador su bebida, aplastó su cigarro contra la laca del mueble para apagarlo, dejando en él una marca que nunca se podría borrar, y se levantó amenazante para alcanzar a su esposa en tres larzas zancadas.
Narcisa lloraba boca abajo y no se movió al sentirle junto a ella. Lucius ni quiera lo pensó, con un gesto brusco le dio la vuelta y cogió sus finas muñecas para tirar de ella y ponerla en pie.
- Haz-tu-trabajo – le dijo venenosamente, recordando su acuerdo de boda, su compromiso arreglado, su promesa vanidosa de darle cuantos hijos pudiera -. Él vivirá, ¿no te basta? Lo arriesgaré todo porque estés contenta, ¿no es suficiente para ti? ¡¿No te basta que ofrezca mi vida por la suya para que accedas a tener un hijo mío?!
Ella solo lloraba, con el rostro bajo, el rubio cabello cubriéndola casi por completo, sin protestar por la fuerte presión que parecía querer partirle las muñecas.
- Sabes que no podrías resistir mi Imperius – le siseó Lucius obligándola a levantar la mirada aterrada.
- ¡Lucius, no me hagas odiarte!
- ¡Pues entonces no me obligues! – le grió él fuera de sí, dejándola caer sobre el colchón sin ceremonia alguna.
Narcisa le miró temerosa un momento y después, lentamente, asintió.
- Haré lo que me pides – logró decir reuniendo un poco de dignidad para no parecer una pobre mujer acurrucada en su lecho de sedas.
Lucius se pasó una mano por el pelo tratando de tranquilizarse.
- Es un acuerdo. Después podrás hacer lo que te plazca con tu vida – dijo mirándola friamente, tal vez despreciándola por su acto de debilidad.
Narcisa respiró hondo, se irguió en toda su estatura y levantó el mentón orgullosamente, aceptando con un simple asentimiento, aunque lamentándose a gritos en su interior, porque sabía muy bien que eso solo significaba que él la repudiaría si elegía un camino distinto del suyo.
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Severus aún estaba abochornado y el tenue sonrojo de sus mejillas no se aclaraba por muy rápido que caminase por los pasillos de Hogwarts alejándose de los estudiantes. Vale, vale, igual se había comportado como un cobarde huyendo de esa situación y dejando a Meriel tras él teniendo que dar algunas explicaciones a una muy risueña Sprout, ¡pero él no podía soportar las sonrisitas burlonas de esos críos! ¿Ahora cómo se enfrentaría a ellos como un vampiro de carácter revenido si le habían visto besuquearse como un adolescente con su novia? Humillante, definitivamente había sido una experiencia humillante.
Aún había tenido la compostura suficiente para regruñirle a Sprout que enviase a los estudiantes a sus cuartos asignados antes de salir como una tromba de Slytherin. Al menos le había dejado el camino despejado a ese estúpido de Black por si se le ocurría bajar en algún momento. ¿de qué demonios debería estar hablando con Skye que le tomaba tanto tiempo?
Con la sangre hirviendo se dirigió hacia Gryffindor, que era donde McGonagall había llevado a Draco y los otros, necesitando desquitarse de alguna manera.
Al entrar encontró a Draco de nuevo fumando con toda la tranquilidad del mundo mientras pretendía fingir que miraba por la ventana. En realidad, Severus lo sabía muy bien, miraba de reojo las piernas de Hermione Granger. Fantástico.
- ¡Señor Malfoy! – espetó.
Draco reconoció su voz colérica nada más escucharle y el muy iluso intentó tirar el cigarrillo por la ventana antes de que lo viera. No contó con que ésta estaba cerrada, así que el cigarro calló sobre la alfombra donde empezó a humear peligrosamente. Draco se asustó, previsiblemente, y alcanzó el vaso más cercano para echar el contenido en la alfombra. La llamarada que surgió de ese punto les dijo a todos que el vaso no era precisamente de agua.
- ¡Señor Malfoy! – gritó esta vez McGonagall con los ojos más humeantes que la hoguera. Con la ayuda de su varita logró apagar el fuego, pero atravesó con la mirada a un Draco con cara de inocente.
Snape contó hasta diez para calmarse, aunque contó muy deprisa para poder hablar antes que la profesora de trasfiguración.
- Vamos a hablar de su castigo.
Se hizo el silencio en la sala. Los estudiantes le miraron asustados. McGonagall y Lupin tampoco parecían muy contentos que digamos.
- ¿Castigo? – preguntó Blaise horrorizado. Severus le miró por un segundo apartando los ojos rápidamente para desconcierto del chico.
- Usted estará excluído, señor Zabini, tenemos que hablar.
- ¡Ah, muy bien! ¿Y por qué él está excluído y yo no? – se quejó Draco totalmente ofendido.
- ¿Tal vez porque él no le ha prendido fuego a la alfombra? – preguntó Snape peligrosamente. Eso le recordó al joven Malfoy que había veces en las que era mucho mejor mantener cerrada la boquita.
- ¿Y por qué nos castiga? – habló entonces Potter, que parecía haberse olvidado un poco del mundo a su alrededor, tal vez porque Ron le estaba echando miradas sospechosas cada cinco segundos.
- ¿Por dónde quiere que empiece, Señor Potter? – todos jurarían haber oído rechinar los dientes de Snape en este punto - ¿Por cuando salieron del colegio sin permiso? ¿O mejor cuando atacaron a mortífagos experimentados? ¿o por tener bebidas alcoholicas, que están categóricamente prohibidas, en su Sala Común? – dijo señalando el punto chamuscado de la alfombra como evidencia de que lo del vaso no era agua precisamente -. Elija la razón que más le guste, de todas maneras están castigados, y el castigo lo decido yo.
- Severus, no me opongo a que castigues a tus Slytherins, pero los Gryffindor son mi responsabilidad y debería ser yo quien elija su castigo, ¿no crees? – dijo Minerva envarada, sinceramente ofendida porque se metiese en su territorio. Tuvo que reconocer que se hubiera quedado calladita de haber sabido que iba a recibir una mirada como aquella de parte de su siniestro colega.
- Yo salvé sus "valientes" culos, Minerva, así que seré yo quien los castigue – dijo Snape fríamente. Mantuvo unos segundos su intimidante mirada sobre ella haciéndola sentir verdaderamente incómoda y luego añadió: -. A menos que tengas algo en contra, claro.
Harry, Ron, Ginny y Hermione le rogaron mentalmente a su profesora que tuviese algo muy bueno en contra, porque en esos momentos Snape no parecía de un humor muy benevolente y seguramente sufrirían las penas del infierno si quedaban a su cargo.
Draco rogaba totalmente lo contrario, no quería ser él solo el que se jodiese. Si lo iba a pasar mal al menos que Potter lo pasase peor que él, sería un buen consuelo.
- No, no, por supuesto que no – dijo finalmente la mujer intentando no parecer intimidada y fallando estrepitósamente. Nunca había visto a Snape así y prefería no meterse en su camino.
Los Gryffindor suspiraron decepcionados. Draco casi salta de alegría malsana.
- A todo esto – saltó Lupin luciendo bastante preocupado - ¿No os parece que Sirius tarda demasiado en volver del baño?
- Pues sí – dijo Draco pensativamente -, considerando que solo tiene que salir afuera y levantar la pata contra un árbol...
- Oh, cállate – dijo Harry fastidiado, pero también tremendamente preocupado por su padrino.
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- Pero aún no lo comprendo – dijo Skye rodando por la cama para ponerse boca abajo y apoyar el mentón en sus manos, mirando a su recientemente descubierto padre ex-presidiario largamente perdido con curiosidad -, ¿cómo pudiste hacerlo? ¿cómo pudiste escapar?
Sirius sonrió perrunamente (N/A creo que "sonreír lobunamente" es propiedad de Remus) y se miró las uñas repentinamente interesado.
- ¡Vamos cuéntamelo! ¡Es algo que tu hija tiene derecho a saber! ¿No confías en mí lo suficiente? – la adolescente hizo un pucherito encantador que encandiló a Sirius, pero decidió ser fuerte y mantener su secreto oculto por el momento. Casi se puso a silvar volviendo su atención a su manicura, que era atroz, pero un almohadanazo en la nariz le hizo regresar a la realidad.
- ¡Cuentameloooooooo! – insistió Skye chillonamente - ¡Algo tan importante como eso debería saberlo! ¿Cómo demonios escapaste? ¡Si es prácticamente imposible!
Sirius la miró largamente sosteniendo una ardua lucha interna. Finalmente suspiró derrotado.
- Vale, te lo contaré, pero tienes que prometer por tu padre guardar el secreto – dijo seriamente.
Skye levantó una ceja ante la petición pero alzó la mano izquierda.
- Prometo solemnemente guardar hasta la muerte tu secreto, aunque amenacen con despedazar mi cuerpo y echárselo a los cocodrilos, metafóricamente hablando – dijo pomposamente. Sirius entrecerró los ojos ante su promesa.
- Estás jurando con la mano equivocada – apuntó.
- En Slytherin se hace así – sonrió ella con candidez.
- Por eso siempre lo contáis todo.
- Por supuesto.
Sirius suspiró una vez más.
- Hay una regla en Gryffindor que dice: "Nunca le cuentes a un Slytherin algo que no quieres que sepa nadie"
- Te lo acabas de inventar – dijo Skye molesta, aún con la mano en alto.
- Sí, pero eso no quiere decir que no sea rotundamente cierto – dijo Sirius muy serio. Skye le sacó la lengua.
- Una regla de Slytherin dice: "Guarda los secretos de los demás celosamente, así solo tú tendrás poder para usarlos en su contra"
Sirius parpadeó sorprendido y soltó una carcajada escandalosa.
- Déjame adivinar, ¿te lo acabas de inventar? – preugntó quitándose una lagrimilla del ojo.
- No – dijo la chica con absoluta seriedad -. Es una norma que existe de verdad. De echo, creo que es originaria del Clan Malfoy, ellos tienen un montón de reglas que son útiles para la vida.
Sirius la miró impresionado durante unos segundos.
- Me estás tomando el pelo, ¿verdad? – preguntó casi con miedo. Esperaba que Skye se echase a reir y le confirmase que todo era una broma, pero la chica no parecía en absoluto estar bromeando.
- Casi todas las reglas de la casa han sido estipuladas por los Malfoy. Su código de conducta es verdaderamente interesante. Me gusta especialmente aquella que dice: "Nunca patees al hombre caído porque puede levantarse. Mejor convence a alguien de que lo haga en tu lugar y haz que crea que fue idea suya" – esbozó una sonrisita angelical – y estoy totalmente convencida de que la favorita de Draco es: "Jamás interrumpas cuando estés siendo halagado". De echo, la sigue a rajatabla.
Sirius siguió contemplándola perplejo en silencio hasta que al fin pudo decir:
- ¿No pudiste haber sido una Hufflepuff?
Skye lo miró con la boca abierta.
- ¡Oye, no me insultes! ¡claro que no podía ser Hufflepuff! ¡Ni en un millón de reencarnaciones! En todo caso Ravenclaw, pero estar en Slytherin es muchísimo más divertido e interesante – replicó totalmente ofendida.
- Lo siento, quise decir que hubiera preferido cualquier casa antes que esta – se disculpo rápidamente el animago, pero no parecía estar arreglando las cosas porque ella pareció ofenderse más aún.
- ¿Qué crees? ¿qué me voy a echar a perder? ¿qué voy a salir de aquí con máscara blanca, túnica de terciopelo y un tatuaje en el brazo? – casi se puso en pie en la cama para subrayar sus palabras -. Mis ideas no son como arcilla para que cualquiera las moldee a su gusto, tengo mis convicciones y mis ambiciones, y entre ninguna de ellas está la posibilidad de besarle los bajos de la túnica a un tío que es tan inhumano que ni siquiera puede bajar a pasear al perro.
Sirius sonrió ante la diatriba de su hija, pero no pudo evitar corregirla en un punto.
- En realidad no tiene perro, sino una serpiente que debe pesar unos ochenta kilos – Skye puso los ojos en blanco ante la información que no le servía absolutamente de nada -. Mira, Skye, no estoy cuestionando tus convicciones, pero no me gusta que estés rodeada de retoños de mortífago que pueden meterte ideas raras en la cabeza. Pueden inclinarte a pensar como ellos sin que ni siquiera te des cuenta – dijo preocupado. Skye se ralajó sobre el colchón mirándole con media sonrisa.
- No voy a ser sirviente del Lord Oscuro – informó – a menos, claro, que me ofrezca algo que no pueda rechazar.
Sirius no pudo dejar pasar por alto el detallito de que sólo los mortífagos llamaban "Lord" o "Señor Oscuro" a Voldemort, como tampoco pudo ignorar el escalofrío que le recorrió la espina dorsal, por muy en broma que pareciera estar hablando la chica.
- Pero bueno, acepto tus sinceras disculpas por insultarme de esa manera – prosiguió Skye con una sonrisa malvada – siempre que me cuentes el Gran Secreto. ¿Cómo demonios escapaste?
- Con habilidad – dijo Sirius misteriosamente, intentando recuperar la naturalidad tras su mal presentimiento.
- Y esa habilidad es... – apremió la chica impacientemente. Sirius sonrió de manera prepotente y mantuvo la tensión unos segundos.
- El cantaje.
Skye se quedó con la boca abierta.
- ¿Chantaje?
- Así es.
- ¿Cómo?
- Tenía fotos comprometidas de Snape – reveló Sirius, impresionando aún más a la chica.
- Pero... ¡eso es increíble! ¿Lograste escapar de la ira de Severus Snape con fotos? ¿Incluso después de teñirle el pelo de rosa por tres semanas? – respiró profundamente y pareció meditarlo seriamente -. Tienen que ser jodidamente comprometidas – especuló.
- Te aseguro que lo son – afirmó Sirius.
Skye se sentó al estilo indio en el colchón para pedir con carita de buena:
- ¿Puedo verlas?
- Oh, temo que las perdí – dijo Sirius con indiferencia.
- ¡¿Perdiste algo tan valioso?! – casi gritó Skye visiblemente escandalizada.
Sirius sonrió malvadamente antes de decir:
- No te preocupes, sé dónde encontrar copias en caso de extrema necesidad.
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A Severus Snape no es que le gustasen especialmente los suelos resbalazidos que los alumnos pudieran utilizar para patinar después de coger impulso con una carrerita, pero solo por joder les mandó encerar el suelo de los tres últimos pisos de Hogwarts, que incluían tantos tramos de escaleras que era imposible llevar la cuenta. Claro que después del venerable castigo lo aprenderían muy bien.
Por supuesto, Filch no podía desaprovechar la oportunidad de agobiarles con comentarios mordaces que revolvían el delicado estómago de Draco, quien estaba acostumbrado a tanta tosquedad y prefería los insultos más refinados y con un poco más de inteligencia. Además, Snape les había privado del o único bueno que podía salir de la combinación "cera para el suelo Argus Filch", que no era otra cosa que ver patinando patéticamente al conserje intentando guardar el equilibrio sin elegancia ni destreza hasta acabar con el culo en el suelo tras espectaculares piruetas. El maestro de pociones había previsto todos los inconvenientes y había hechizado los zapatos del desagradable hombre para evitar resbalones, así como también las patas de su gata. No había tenido la misma delicadeza con ellos, ni tampoco les había enseñado la manera de hacerlo, así que quienes acabarían con el trasero amoratado por caídas serían ellos.
Draco, que nunca había encerado, se había llevado la peor parte y a pesar del berrinche que montó cuando se dio cuenta de su situación nadie accedió a cambiarle el puesto. Tampoco a Ron. Hermione y Harry, por tener más experiencia en las labores de limpieza se apuntaron inmediatamente al grupo de encerado, que en un principio había parecido el más pesado y por ello no había preocupado demasiado a Draco y Ron, aunque se olieron que algo raro había cuando Ginny se unió al primer grupo nada más mirarlos.
Al pelirrojo y al rubio les tocaba pulir. Habría parecido facilito, pasar la mopa y listo, pero el problema consistía en que tenían que pisar la cera recién puesta para poder pulirla y les costó más de un resbalón que dejó toda la dignidad de Malfoy a la altura de las patitas de la Señora Norris. Al estar solo con cuatro Gryffindors supuso un castigo demasiado duro para él, y ni las piruetas atroces del Weasley para recuperar el equilibrio, totamente faltas de gracia, le hicieron subir un poquito el ánimo.
Ya era de noche cuando parecía que casi terminaban el trabajo. Draco estaba cansado, dolorido y humillado, así que no acogió con mucho humor la maniobra de despiste de Ginny para poder hablar con él en privado cerca de una de las ventanas.
- ¿Crees que este es el mejor momento para pedirme la puta poción? – dijo cabreado dándole una mirada intimidante a la pelirroja.
- Pues sí, están todos distraídos – dijo la chica cándidamente con una sonrisita adorable, intentando fingir que no se daba cuenta de su malhumor. La mirada de Draco no fue precisamente amistosa. Se frotó el puente de la nariz con dos dedos, en un gesto tan típicamente Snape que hasta daba escalofríos mirarle.
- Vamos a ver, ¿qué sabes de esa poción?
- Que está en el libro que tienes en tu cuarto – otra sonrisita aún más adorable que la anterior. Draco consideró seriamente la posiblidad de coserle los labios con un buen hechizo de costura para que dejarse de hacer eso, pero considerando que no tenía ni puñetera idea sobre hechizos de costura se tuvo que quedar con las ganas.
- Verás niña, si hubieras investigado un poquito más de lo que lo has hecho sabrías que ese brabaje tarda dos meses en prepararse, ¡dos meses! Y si hubieras leído la lista de efectos secundarios no querrías ni olerlo – dijo casi masticando las palabras.
Ginny se quedó blanca por la noticia, pero ese color cambió súbitamente cuando Vernon entró por la ventana abierta como un rayo dejando caer una rata muerta práctimente sobre su cabeza. La chica se puso a gritar como una loca por el susto y saltó hacia atrás con tan mala suerte que perdió pie y casi calló por la ventana abierta. Pero allí estaba el héroe de Hogwarts, Harry Potter, quien capa al viento y varita en ristre se abalanzó sobre su novia para tratar de salvarla... y la chica se salvó sola sujetándose al marco de la ventana. Con la aceleración que llevaba Harry y una ayuda extra de la cera recién puesta no pudo frenar a tiempo y acabó calléndose él por la ventana.
Ginny gritó.
Hermione gritó.
Ron gritó.
Draco se revolcó por el suelo de la risa.
Filch llegó corriendo con cara de pánico, pues se había escondido poco disimuladamente tras una puerta para echarle un trago a su petaca en lugar de vigilarles y les mandó conjurar lucecitas para ver qué es lo que había pasado. Todos esperaban que Harry se hubiera agarrado a alguna cornisa, sobre todo Hermione que había visto demasiadas películas en la tele, pero Harry al parecer no había visto las suficientes y lo único que pudo hacer mientras caía fue conjurar un almohadon de plumas de dos metros cuadrados para amortiguar la caída. Como no era muy hábil con este hechizo las plumas que le salieron fueron de mala calidad y el ostión que se pegó fue impresionante, aunque teniendo en cuenta que se había caído de un séptimo piso tenía un aspecto bastante aceptable.
Todos miraron impresionados y confusos la forma algo abstracata de un Harry Potter desparramado en el suelo y moviéndose ligeramente.
- Ay – dijo bajito la esperanza del mundo mágico.
El grupo entró en pánico.
- ¡Harry no te muevas! ¡Vamos a buscar ayuda! – gritó Ginny al borde de las lágrimas - ¡Y tú, Malfoy, deja de reirte!, ¿quieres?
- ¡Señor Weasley, vaya a buscar a la Señora Pomfrey inmediatamente! – ordenó Filch aún pálido por el susto -. ¡Señorita Grager, vaya a buscar a Dumbledore, debe de estar en su despacho!. ¡Señor Malfoy, deje de reirse de una condenada vez!, ¡resulta muy desagradable!, ¡Señorita Weasley, acompáñeme abajo!
Todos se movilizaron en el acto. Draco siguió al conserje y la pelirroja escaleras abajo, trotando divertido y sin tener ni por asomo la idea de perderse el espectáculo más de cerca. Vernon, habiendo recuperado su rata con una actitud muy ofendida por la reacción de la pelirroja, voló tras él preguntándole a Draco si le había complacido su caza.
"Oh, sí, y más aún la entrega", contestó el chico mentalmente a su familiar, que hizo un par de piruetas en el aire encantado con la respuesta.
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Tímidos toques en su puerta hicieron a Skye levantarse de mala gana del lugar donde estaba sentada y abrir una rendija de la madera.
- ¿Sí? – preguntó interesada, reconociendo al instante la preciosa mirada ambarina y abriendo la puerta de par en par al instante - ¡Profesor Lupin! ¡Qué honor! – dijo con una sonrisa realmente adorable.
A Remus le recordó una barbaridad a un Sirius jovencito intentando convencerle de gastarle una broma a Snape o copiar sus apuntes de Historia de la Magia.
- Señorita Hidden – dijo formalmente con una semi inclinación ligeramente burlona -, me informaron que en su compañía se encontraba cierta persona que busco.
Skye sonrió de una manera muy estudiadamente natural que sabía que le marcaba los oyuelos de las mejillas y le dejó pasar a su cuarto dándole una mirada apreciativa. Sus ojos azul medianoche se cruzaron con los de su querido papá, que no parecía muy amigables en ese momento, y con un alzamiento de cejas muy Sly se colgó prácticamente del brazo de Lupin.
- Pero profesor, si usted es casi de la familia, me puede llamar Skye.
- Oh, claro, entonces tú llámame Remus – dijo el licántropo amigablemente. Vamos, como siempre.
- Bueno, bueno, bueno – rezongó Sirius poniéndose en pie -, tampoco hace falta tanta familiaridad, ¿verdad? – prenguntó dándole una mirada retadora a su hija a la vez que tiraba de ella disimuladamente para que soltase de una vez a su amante.
- Bueno, es casi mi madrastra, ¿no? La familiaridad está totalmente justificada – Skye se dejó separar de Remus, pero solo porque su padre tenía mucha fuerza el cabrón.
- ¿Madrastra? – el licántropo alzó una ceja entre intrigado y asustado y miró al animago interrogante - ¿Lo sabe?
- Sí. Por Snape, si me preguntas – dijo Sirius casi escupiendo el nombre -. Ese maldito...
No pudo terminar de pronunciar las palabras porque Skye tenía una pinta realmente amenazante en esos momentos, y eso que sólo le limitaba a mirarle enfadada. Ahora sabía lo que era estar al otro lado de esas miradas que él repartía todo el tiempo.
- Cuidado con lo que dices, Sirius – dijo Meriel a sus espaldas, haciéndole respingar por lo inesperado de su aparición -. Tiene defensoras.
Meriel y Skye se miraron por unos momentos fríamente, sin demostrar ningún tipo de reacción la una para con la otra. Después, Skye avanzó unos pasos y se refugió entre los brazos de su madre como una niña pequeña.
- Te tendría que explicar... – empezó la mujer, pero la chiquilla la cortó.
- No hace falta, lo entiendo.
A Skye le habían calado las palabras que Snape le había dirigido, aún más que los gritos de su madre a través de la puerta cerrada, pero digamos que todo se había juntado en contra de ella y sus ganas de seguir enfurruñada, eso y que echaba mucho de menos a su madre, sobre todo en un momento como aquel.
Meriel suspiró y acarició cuidadosamente el cabello negro de su hija, pese a estar recogido. Después miró a Remus y Sirius, quienes sentían que sobraban en ese momento.
- Bueno, será mejor que os lo cuente y que arméis el escándalo en una habitación insonorizada. Además, en diez minutos seré la comidilla de Hogwarts, así que... – tomó aire, más por hacer una pausa dramática que porque lo necesitase, y lo soltó de sopetón - . Sev y yo vamos a casarnos.
Silencio absoluto.
- ¿Sev? – preguntó Skye en shock.
- ¿Severus Snape? – preguntó Remus alzando las cejas sorprendido.
- ¡¿El grasiento ese?! – casi gritó Sirius, esquivando a duras penas un hechizo dirigido exclusivamente a él.
- ¿Os vais a casar? – Skye seguía en shock, pero no parecía disgustarle la idea del todo - ¿Va en serio?
- Totalmente. Nunca verás a Severus bromear sobre una cosa así – confirmó Meriel.
- ¡Ni sobre ninguna otra, es un amargado! – soltó Sirius, saltando con agilidad a un lado para torear un nuevo hechizo.
- ¿Y cómo habéis decidido casaros? – preguntó Remus, que no podía visualizar la escena de petición de mano, con Severus arrodillado, una rosa en la boca y una cajita de joyería en la mano, sin que le entraran escalofríos.
- Decidimos tener hijos – dijo Meriel, esquivando la respuesta con una media verdad.
- ¿Voy a tener hermanos? – Skye oficialmente lo estaba flipando.
- ¡Qué horror, Snape reproduciéndose! – gritó Sirius a la vez que corría para ocultarse tras una silla evitando otro hechizo hacia su persona.
- Bueno, también parecía un horror que tú te reprodujeras y mira, ha salido bastante bien – dijo Remus diplomáticamente, lo que le valió una gran sonrisa coqueta y un batir de pestañas de Skye y una mirada asesina de Sirius.
- Sí, pero el cretino ese...- comenzó el animago, pero tuvo prácticamente que esconderse bajo la cama para que el nuevo hechizo no le diera de lleno - ¡Skye ya vale! ¿Esa es manera de tratar a tu papi?
- Te dije que no le insultaras delante de mí – dijo la chica con paciencia, depsués pareció caer en la cuenta de algo y miró a Meriel confundida -. Entonces, ahora ¿quién voy a ser? – preguntó.
- ¿Qué quieres decir? – preguntó su madre lamentando que ninguno de los hechizos de su hija hubieran dado al animago -. No te entiendo.
- Bueno, creo que está claro lo que pregunto, ¿quién soy? ¿Skye Hidden, Macallister, Black o Snape?
Su madre la miró pesarosa por unos momentos.
- Legalmente estás registrada como Hidden – le informó -. Pero si quieres cambiarte el apellido estás en todo tu derecho.
- Yo no recomendaría que eligieras llamarte Black – dijo Lupin, hacieno que Sirius protestase airadamente -. Sirius, eres un fugitivo peligroso y el apellido Black en el mundo mágico es bastante conocido.
Skye abrió la boca para hablar, pero vio la mirada herida de Sirius y como componía un puchero al decir:
- ¿Te vas a llamar Snape?
Skye sintió una molestia en el estómago bastante desagradable, así que reprimiéndose de poner los ojos en blanco dijo:
- He sido Skye Hidden durante demasiado tiempo. Ya estoy acostumbrada.
A lo que Sirius pareció visiblemente aliviado y algo más contento porque no fuera a ser más hija de Snape que suya.
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Blaise esperaba pacientemente sentado en la incómoda silla del despacho de Snape a que éste le dijera lo que tuviese que decirle. Llevaban allí demasiado tiempo para su trasero, que estaba resentido de estar sentado en una superficie que parecía diseñada para torturar alumnos, y no dudaba que éste fuera su propósito, pues Snape no acostumbraba a invitar a sus estudiantes a su despacho para tomarse una tacita de té.
El oscuro hombre había salido dejándole solo un momento, pero de eso hacían más de quince minutos y el Slytherin se estaba impacientando, mirar las llamas de la chimenea podía resultar un poco monótono después de un rato. En contra de toda prudencia se levantó de un salto de la silla y transformó una pluma desgastada y roñosa en un cómodo cojín en el que poder posar sus nalgas con alivio. Ni bien se hubo sentado con un suspiro de satisfacción la puerta del despacho se abrió bruscamente y Snape en dos zancadas llegó hasta su escritorio y se sentó en una silla que tampoco parecía muy cómoda que digamos. Dejó sobre la mesa, cuidadosamente, una varita que Blaise reconoció al instante, no por nada había sido castigado muchas veces con ella. Se preguntó un poco ausente por qué demonios tenía Snape la varita de su padre, pero no tuvo tiempo alguno de hacer conjeturas, pues el profesor reclamó toda su atención.
- Señor Zabini, como sin duda sabe, ya que estuvo directamente involucrado, hubo un ataque a Hogsmeade por parte de un numeroso grupo de mortífagos – dijo con formalidad. Blaise le miraba sin pestañear, con seriedad, y a Snape por un momento le engañó la vista y creyó verle con el aspecto que traía al entrar a Hogwarts, con once añitos, blanquito y frágil y con una mirada un poco acosada.
- Está muerto, ¿verdad? – preguntó Blaise desapasionadamente volviendo a mirar la varita que imponía su presencia sobre el escritorio.
- Lo siento – dijo Snape a modo de respuesta. En verdad lo sentía, aunque no por Malcom, quien nunca le había caído bien, sino por Blaise.
El chico asintió ausentemente sin quitar la vista de la varita.
- ¿Por qué la tiene usted, profesor? – preguntó con curiosidad.
Snape tal vez palideció tras la pregunta, pero el despacho no estaba lo suficientemente iluminado para poder decirlo con seguridad.
- La requisé – dijo escuetamente.
- Estuvo en Hogsmeade – dijo Blaise, no a modo de pregunta si no de afirmación -. Es la varita ilegal, ¿la legal la tiene usted?
- No.
- Ya veo – dijo Blaise suspirando cansadamente -. No voy a preguntar qué hacía él en Hogsmeade, porque ya lo sé, ¿pero puedo preguntar qué hacía usted?
Snape enfrentó la mirada de esos ojos miel temiendo que le juzgasen duramente.
- Estaba cenando con la madre de la señorita Hidden cuando comenzó el ataque – dijo sinceramente.
- No es eso lo que he preguntado – apuntó Blaise. Snape lo sabía, pero no sabía qué terreno pisaba Blaise y no quería perderle, cosa que podía suceder según la respuesta que diese.
- Estaba con los aurores – dijo finalmente. Suspiró hondo, pesadamente, antes de añadir: -. Le maté yo, Blaise.
El chico le miró impresionado, pero eso fue todo lo que demostró. Asintió pesaroso y bajó la mirada, tal vez para esconder las lágrimas, quién sabe.
- Bueno, no voy la culparle – dijo con la voz más firme de lo que Snape hubiera esperado -, después de todo ese cabrón se lo merecía.
Snape le miró en silencio, con los dedos cruzados por encima de su escritorio, evaluándole de nuevo.
- La varita es tuya – le hizo saber.
Blaise lo entendió, correctamente, como un ofrecimiento a vengar la memoria de su padre descargando su ira en el profesor. Pero Blaise no tenía ira que descargar, solo la amargura de saber que lo último que había hablado con ese hombre había sido una mentira. Tomó la varita con algo de inseguridad, maravillándose al ver cómo le temblaba el pulso. Nunca pensó que su reacción ante algo así fuera a ser esa. Él odiaba a su padre, aunque claro, seguía siendo su padre. En el fondo lo que lamentaba no era su muerte, sino haber perdido la oportunidad de hacerle saber de una vez por todas que nunca podría ser como él esperaba y hacerle comprender su manera de ser y de ver las cosas. En otras palabras, había perdido la oportunidad de hacerse querer por ese hombre.
Miró la varita entre sus dedos, preguntándose qué se suponía que debía hacer con ella. Una cosa si tenía clara, y era que no deseaba quedarse con un objeto que le había hecho tanto daño en tantas ocasiones. Casi sin pensarlo mucho la tomó con ambas manos y la partíó limpiamente, dejando al descubierto el pelo de unicornio de su interior. Se volvió hacia la chimenea y arrojó los trozos en ella, viendo como al contacto con el fuego la magia se convertía en un humo violeta que se disipó en un momento.
Se sintió más relajado después de aquello.
- Tiene algo más que decirme, ¿verdad? – preguntó después de un rato de silencio espectante. El profesor asintió calmadamente.
- Tu situación ahora mismo es muy delicada, Blaise – dijo llanamente dejando a un lado las formalidades de su apellido, puede que más calmado tras el acto del chico.
Blaise apartó la mirada del fuego, tratando de enfucarla en su maestro. Por supuesto durante unos segundos solo vio manchas, pero cuando se aclaró la visión pudo comprobar que Snape tenía un semblante realmente grave. No se habían acabado, ni de lejos, las malas noticias.
- ¿A qué se refiere? – preguntó el Sly con firmeza. Lo que fuera que tuviera que decirle quería saberlo ya.
- Tu madre... al conocer la noticia de la muerte de tu padre... – empezó a decir Snape.
Blaise le miró alucinado, y a pesar del titubeo del maestro se dio cuenta de lo que quería decir, aunque se negó a aceptarlo.
- No es verdad – dijo negando con la cabeza con una sonrisa comprometida.
- Se ha suicidado, Blaise – dijo el hombre sintiéndose muy viejo, muy cansado y muy ruin por ser el causante de las desgracias de su alumno.
- No es verdad – repitió el chico -. No-es-verdad.
- Blaise...
- ¡Que no es verdad, coño! – gritó levantándose tan repentinamente que la silla calló hacia atrás con estruendo.
Snape también se levantó, calmadamente, vigilando atentamente a su alunmo que había empezado a respirar agitadamente y parecía realmente furioso.
- ¡Dígame que es mentira! – exigió a la vez que un aire frío se colaba en la habitación, procedente de ningún sitio, y hacía volar los papeles del escritorio.
- Blaise, cálmate – pidió Snape.
- ¡No necesito calmarme porque nada de eso es cierto! – gritó el chico, con lágrimas de rabia empezando a correr por sus mejillas.
El aire se había cada vez más violento, provocando que bajase la temperatura ya no muy alta del cuarto y tirando incluso objetos de sus estantes. La magia descontrolada de Blaise reaccionaba como siempre cuando el chico se sentía acosado y no tardó demasiado en empezar a nevar sobre sus cabezas, provocando que Snape se acercase a él como buenamente pudo en medio de la ventisca que empezaba a cegarle al empujar la nieve contra sus ojos.
- ¡Blaise! – llamó, pero su alumno abrió la puerta sin tocarla y salió corriendo de allí, dejando a Snape solo intentando hacer parar la tormenta que se había generado en su cuarto.
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Blaise siempre había adorado el frío. Siempre era agradable tumbarse en el sillón frente a la chimenea con un libro de aventuras en el regazo y tomar chocolate caliente a sorbitos cortos. También era especialmente placentero el pequeño capricho de quedarse en la cama bajo una tonelada de abrigadas mantas hasta tarde, en lugar de permitir que su madre le arropase con hechizos calefactores y saltándose perezosamente todo protocolo respecto al desayuno establecido en la mansión Zabini. Su padre nunca le decía nada al respecto, pero claro, tanto él como su madre parecían tener discursiones silenciosas a través de la mirada. Blaise asistía a ellas en calidad de espectador, siendo aún demasiado joven para entender el mudo reproche en los ojos de madre y la calmada ira en los de su padre.
Su relación con ese hombre nunca había sido especialmente buena en sus cinco años de vida. Blaise creía que había algo mal con él, pero no acertaba a comprender qué podía ser. Su padre parecía tolerar su presencia a duras penas, como si fuese una fuente de decepción por algún motivo. Tal ver era porque no le picaban los dedos por usar su magia contenida. Puede que fuera porque era pequeño, pálido y se deslizaba por la casa como un fantasma, sin apenas hacer crujir las tablas del suelo. O puede que fuera porque no paraba de ser comparado con el heredero de Lucius Malfoy, un niño oscuro que parecía haber nacido con una varita en la mano, si uno se creía todo lo que contaba su padre sobre él. Y al parecer, Malcom Zabini se lo creía. Lucius Malfoy siempre había sido su mayor rival, desde que ambos asistían a Hogwarts, y su aparente amistad no era más que una fría fachada para odio que se inspiraban el uno al otro. Verlos juntos en un mismo cuarto era respirar tensión.
Blaise había visto en una ocasión a Narcisa Malfoy, escondido detrás de una puerta que no debería haber abierto. Era tan distinta de su madre como se pudiera imaginar. Era de esa clase de mujeres que pueden congelar océanos con la mirada, y tal vez por ello podía asistir a las reuniones privadas de su padre y sus "amigos". Amina Zabini nunca había tenido tal privilegio. Era una mujer del tipo dulce y maternal, en ninguna manera el lugarteniente eficiente que parecía ser Narcisa. Blaise nunca las había visto cruzar una palabra que no fuera de pura cortesía.
Años después a Blaise se le ocurriría pensar que tal vez por eso Malcom no estaba orgulloso de su familia, quería que ellos fueran como los Malfoy, algo de todo punto imposible. La primera vez que escuchó discutir a sus padres fue despues de una de esas reuniones especiales. Al parecer Lucius Malfoy había anunciado pomposamente que su hijo, de la misma edad de Blaise, había empezado a recibir instrucción de su parte en magia negra. Amina ni de lejos iba a permitir que Blaise se metiese en algo así a tan temprana edad, así que discutió acaloradamente la idea en cuando Malcom sugirió adelantar su adiestramiento. Esa fue la primera vez que Blaise los escuchó discutir, aunque ya tenía bastante experiencia en disimular que no apreciaba las marcas en el rostro de su madre. Nunca podía esconderlas o curarlas completamente con magia, tal vez por ello recurría cada vez más a menudo a maquillajes muggles más oscuros de lo que deberían ser.
La primera vez que vio marchar a su madre estaba nevando fuera. Ella vestia un largo vestido de terciopelo borgoña y un abrigo de pieles castañas. Se había dejado el cabello oscuro suelto y reveloteaba al viento al salir corriendo sin despedirse, con sólo un pequeño bolso de mano. Era un punto bien visible entre la blanca nieve, pero aún así Blaise no pudo alcanzarla con sus cortas piernas y terminó callendo al suelo, gritando enfadado y pataleando impotente, sin pensar en llorar por esa mujer que le dejaba atrás, al cuidado de un hombre como su padre.
Casi murió de pulmonía, y tuvo que estar dos semanas completas en cama, bajo las mantas calentitas, tomando chocolate, con sus libros que se leían solos en voz alta y completamente aislado del mundo. Su padre no fue a verle ni una sola vez a pesar de estar solo a cinco metros de distancia. Cuando recuperó las suficientes fuerzas para levantarse de la cama y no depender del cuidado constante de su agobiante niñera y los elfos domésticos empezó su instrucción.
A partir de entonces Blaise siempre salía afuera cuando nevaba. Tal vez intentaba morir congelado. Tal vez creía ver a su madre vestida de oscuro vagando entre los árboles. Tal vez solo esperaba volver a la tranquilidad de la cama acogedora y las mantas calientes, ignorado por su padre por el tiempo suficiente para que se olvidase de él. No sabía bien por qué lo hacía, pero la nieve se convirtió en un refugio para él, le traía paz y relajaba sus sentidos. Le envolvía el silencio y todo, por un momento, era perfecto a su alrededor. El aire era limpio, la vida se detenía, como suspendida de un hilo y podía volver a respirar profundamente en lugar de contener el aliento con miedo.
A pesar de su fascinación por la nieve no se hizo inmune al frio. No le importaba mucho tampoco. Sus manos rojas por tocar esa blancura, los labios resecos a punto de cortarse, los pulmones casi doloridos y las punzadas en su piel cuando volvía al calor junto a la chimenea, hasta todo eso le agradaba y hasta lo esperaba. Muchas veces se sacaba los gruesos guantes para mirarse las manos y hundirlas en un perfecto montón de nieve sintiendo el delicioso entumecimiento de sus dedos y dolor que acompaña al exceso de frío.
Su padre creía que estaba loco, pero a él no le importaba lo que pensase. Hiciera lo que hiciese nunca era bastante para él, nunca sería tan perfecto como el hijo de los Malfoy, a quien ningún Zabini había tenido el honor de conocer todavía, así como Malcom no mostraría a su hijo hasta que lo considerase adecuado, lo cual podía ser nunca.
Contrariamente a lo que esperaba, su madre volvió en un día soleado. A Blaise no le gustó el contraste. Ella se había ido con nieve, y si no era con nieve no volvería. Tal vez fuera una estúpida lógica para un niño, pero demostró tener razón. Puede que la primavera interfiriese en los instintos maternales de Amina, pero no lo suficiente pues al cabo de una semana se había vuelto a marchar, de noche, huyendo de la mirada de reproche de su hijo. Había vuelto para llevárselo, pero siendo el único heredero Zabini eso no podría suceder jamás. A Blaise no le hizo falta alguna esconderse cerca de la puerta para saber la amenazas que debían haberse cruzado, y Amina, que apenas disponía de poder familiar en cuanto a relaciones políticas se llevó la peor parte en ese intercambio.
Su madre huyó, dejándolo atrás una vez más. Aunque después siguieron tratándose con frecuencia, Blaise nunca pudo perdonarle el abandono. Conocía sus motivos, los entendía y hasta podría decirse que los apoyaba, pero se trataba de su vida y no podía perdonarlo. Su padre se lo había hecho pasar bastante mal y el rencor era demasiado grande para olvidarlo.
Y ahora ella había vuelto a abandonarlo.
El primer hechizo que Blaise aprendió con la varita ilegal que le consiguió su padre, a los seis años, fue un complicado conjuro para hacer nevar en espacios cerrados, ya que en los abiertos era muy dificil dominarlo. A los elfos domésticos no les hizo ninguna gracia, pero era lo único que podía calmarle cuando las cosas se ponían realmente duras. En la mansión Zabini lo había utilizado con frecuencia. En Hogwarts escasamente, después de todo tenía compañeros de cuarto, pero Blaise ahora necesitaba el consuelo que le ofrecía la nieve.
Así que, secando sus lágrimas, corriendo casi ciegamente, ahogando un grito anguastiado en su garganta, fue al mejor sitio donde podía conjurar una nevada. Su madre le había abandonado de nuevo, esta vez para siempre, y eso era más de lo que podía soportar. Necesitaba que el frío entumeciera sus sentidos y le hiciera dormir profundamente durante mucho tiempo.
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Bueno, lo siento muchísimo por este capítulo. La verdad es que toda la historia tiene unos cambios de ritmo que no quedan nada bien, pero ni puedo estar todo el rato con el drama ni sin él, aunque intento ser lo menos dramática posible, entre otras cosas porque se me da aún peor que la cursilería.
Bueno, todo este capítulo está escrito de madrugada, en unas cinco horas o así, así que si no tiene mucho sentido, si no encajan las frases, si está atrozmente mal redactado... ya sabéis por qué es.
Ah, unas cositas de última hora, voy a intentar actualizar TODOS mis fics activos lo antes posible (ahora que por fin salen palabras delas puntas de mis dedos hay que aprovechar!!!), el de Fred... bueno, ahí está, el capítulo es malísimo y aún no está terminado, pero pronto lo estará. Sé que prometí.... no es lo que quería hacer, y como siga así se va a quedar en más capítulos de los que quería hacer en un principio. La historia de Blaise no podrá ser publicada hasta el final de Vacaciones por lo menos. La nueva historia de Draco/Blaise... bueno, en realidad es complicado, porque hay dos a cada cual más rara situadas después de Hogwarts. No es lo que parece... no tengo escrita ni una coma!!! Pero todo se andará, no os preocupéis.
Ah, un detallito curioso, Scarlett O'Hara, de Lo que el viento se llevó, originalmente se llamaba Pansy O'Hara, ¿horrible verdad?
Ah, y hay una moto se Suzuki llamada "Marauder", es preciosa y la podéis encontrar en la página de Suzuki (aunque no me sé la dirección exacta)
Y ya más nada. Gracias una vez más por tener la paciencia suficiente de leerme, yo sé que es complicado!
Besitos mil.
