Preludio de Una Guerra
¿Cuántas veces acercaste la varita a tu sien, Tom? Era fácil, sólo dos palabras. Más fácil que acercar aquel cuchillo a tu muñeca en el orfanato, más fácil que preparar una cuerda. ¿Cuántas veces viste su rostro esperándote, mientras murmurabas la primera palabra? ¿Cuántas veces viste su cabello tan parecido al tuyo meciéndose en tus manos al acariciar tu muñeca con el filo? Muchas veces, ¿no, Tom? Y muchas veces viste también sus ojos. Ella te miraba, justo a ti, a nadie más, y te rogaba que te alejaras.
Imaginaste mil veces su rostro. A veces sus labios eran rojos y carnosos como una fruta madura. Otro como los tuyos, pero más bellos. ¿Cuántas veces te imaginaste besándolos?
¿Cuántas veces viste esos mil labios en tu cuerpo después de los castigos?
Imaginaste mil y una veces su nariz. Generalmente era pequeña y pecosa. A veces soñabas que era afilada y recta, tan blanca como la tuya.
Pero siempre la imaginabas hermosa. Ella era tu miel dulce, tus flores. Ella había sido tu sangre por tanto tiempo...
¿Cuántas veces buscaste sus brazos en la oscuridad, Tom? Consolándote con flores marchitas y putas disfrazadas de madre. ¿Cuántas veces viste tus sueños romperse ante una palabra?
Y lloraste. Corriste hasta estar solo, y acercaste tu varilla a la sien, tu túnica se segunda albergando entre sus pliegues risas cínicas. Tu cabeza latía fuerte; pronto la verías. Y entonces la descubriste. En esos ojos rojos de rubí viste los suyos. Y en los suyos estaban tus ojos. Caíste en un letargo que nunca había conocido, y te dejaste llevar. Le hablaste suavemente, y de tu boca un susurro salió.
Dos palabras pronunciaste, y no desapareciste. Salazar Slytherin. Sonaba tan dulce como ella. Y aprendiste a amar tus lágrimas.
Pero seguías tentando tus manos, y seguías temblando al pronunciar la primera palabra. Aunque no buscaste consuelo en putas disfrazadas de madre, las rosas marchitas fueron tus amantes. Aunque no acariciaste tu muñeca con el filo, seguiste viendo su cabello.
¿Cuántas veces ignoraste su llamado sólo para soñar una vez más con sus mil labios? ¿Cuántas veces confundiste su llanto con el tuyo, Tom?
Buscaste en mil mujeres sus labios, para verlos al fin y poder decir esas dos palabras. Pero no los encontraste. Buscaste su nariz y sus cabellos, y sólo hallaste mentiras piadosas de amor. Y tuviste ganas de destrozarlas.
Desgarrarlas. Romperlas. Matarlas.
Todas esas mujeres sin ojos ni voz se reían cínicamente de tu inteligencia.
Ellas no te comprendían. Ni a ti, ni a ella. ¡¿Cómo podrían comprender el significado de una serpiente deslizándose por sus cuerpos, de tal magnificencia y beatitud! ¿Cómo podrían esas mujeres que no tenían ni sus ojos ni su sangre comprender la poderosa belleza que fluye por dos palabras mortales, devastadoras y atrapantes? Claro, podían gritar. Y tú ahogarías sus llantos con rosas marchitas.
Y todo comenzó...
