El caluroso verano dio paso poco a poco al solemne otoño. En la isla, la vida social no se desvanecía, pero cambiaba de rumbos: Las alegres fiestas en los jardines, daban lugar a elegantes recitales, donde, al caer la tarde se encendían antorchas y se paseaba a la luz de estas, tornándose el ambiente más íntimo.

En la mansión Hiiragizawa, una de las casas más concurridas de la colonia inglesa, se celebraban fiestas con bastante frecuencia. Primero que nada en honor de la visita de su dueño; y que el joven noble, ofrecía para festejar por centésima vez el compromiso de la única prima que tenía y que era como su hermana pequeña. Los otros primos; hermanos de Sakura no eran tan cercanos a él como ella; y por eso estaba decidido a obsequiarla hasta que ella decidiera regresar a Londres.

Por esa razón, Eriol estaba siempre ocupado, entre fiestas, cacerías y banquetes, el joven se ocupaba solamente de su diversión, y muy poco recordaba el asunto de la jovencita que había comprado hace algunos meses.

Hasta aquella tarde..

Había salido de caza con varios de sus compatriotas; exceptuando a Shaoran, que había acompañado a su prometida a una recepción en casa de Lady Allistair.

Como creía que estaría todo el día fuera, había otorgado un permiso especial a sus sirvientes de pasar el día libre, cosas que no era nada común en aquel tiempo, pero, de hecho, Eriol nunca había sido común.

Sin embargo, se había aburrido sobremanera entre los comentarios poco inteligentes de sus camaradas y optó por regresar a su residencia.

Cansado como estaba por la cacería, hubiera llegado a dormir toda la tarde, seguro que tenía la casa para él sólo, exceptuando al mayordomo que lo recibió y a dos jóvenes que cuidaban los jardines.

Pero su seguridad no duró mucho tiempo, porque al atravesar el salón para dirigirse a las escaleras, llegó hasta él, el aroma dulce y embriagante de un platillo desconocido.

Pensó que Thara se habría quedado en casa a prepararle un refrigerio para cuando volviera, y como se le abriera el apetito ante aquella fragancia, decidió darse una vuelta por la cocina.

Pero, poco antes de llegar, alcanzó a oír una voz aún más dulce que el postre, y que cantaba una melodía triste.

Se detuvo en seco, tratando de reconocer la voz. Descartó de inmediato a Thara y a Leyva. Tampoco podría tratarse de alguna recamarera, ya que no asociaba aquella voz con sus rostros.

Podría ser..

Pero no..

¿Aquella muchacha que había traído hace algunos meses?

Ahora la recordaba, aunque le pareció imposible; de hecho, también recordaba que le habían dicho que era muda..

Reconoció entonces que la curiosidad lo venció; cosa que no le pasaba con frecuencia y lentamente se acercó hasta la puerta, decidido a no interrumpir.

Y entonces la vio..

De espaldas, con el cabello largo hasta la cintura, y tan sedoso que invitaba indecentemente al tacto; vestida con la típica ropa malaya, de un color apenas más blanco que la inmaculada blancura de su piel.

Después de un tiempo, su cuerpo había ganado peso, acomodándolo en los lugares justos para lucir, por demás, deseable.

¿Deseable? ¿En qué estaba pensando? Era una joven que ya había pasado por demasiadas cosas para que él encima, le dedicara malos pensamientos. Pero era cierto; aceptó muy en el fondo. La veía moverse suave y lenta como un riachuelo, con el mismo poder hipnotizador del agua. Había tal delicadeza en sus maneras, que Eriol no pudo si no preguntarse ¿Cuál sería su pasado? ¿Cómo habría acabado siendo vendida?

Deseo entonces desesperadamente verla, apreciar los rasgos de su rostro...

Apenas recordaba el color violáceo de sus pupilas, vistas casi por accidente el día que la compró.

La compró...que extraña sonaba la frase en su cerebro.

Él sabía perfectamente que jamás la consideraría esclava. Pero ella no lo sabía; tal vez era el momento de decírselo, y de paso, preguntarle el porque no había hablado hasta ahora..

Se encontraba tan ensimismado en sus pensamientos que no se dio cuenta que ella había dejado de cantar, postrándose en el suelo al descubrirlo, tal como un siervo ante su amo.

Cuando el peso del silencio le advirtió, el joven, sin pensarlo realmente se dejó ir hacia ella, levantándola con suavidad.

-Por favor..- En un segundo se dio cuenta de la pureza y perfección de su rostro, y aquella imagen se introdujo en su torrente sanguíneo como un fuego desconocido hasta entonces.

-Por favor- Repitió, soltándola; turbado por las sensaciones que de repente se le escapaban de control. -No tienes que hacer eso..no..- Iba a decir "No me llames amo", pero de repente, la idea de que ella se considerara "suya" le pareció casi necesaria.

-No te lo he pedido. Jamás, ¿me entiendes? Jamás te inclines ante alguien- Obviamente habló perfectamente en malayo.

Ella lo miró, con la expresión aparentemente inmutable; más él, acostumbrado como estaba a leer hasta en los ínfimos movimientos y gestos de las personas, reconoció el desconcierto en los bellísimos ojos lavanda.

Y trató de huir de aquella mirada, pero sobre todo, trató de huir de sus irreconocibles sobresaltos. Así que se dio la vuelta, mirando sobre la mesa una especie de pastel de arroz.

-¿Esto era lo que cocinabas?- Le preguntó sin mirarla, y como ella no respondiera, dedujo que trataría de seguir callada; por lo que la enfrentó, y, sonriéndole de la manera exasperante que sólo él sabía, donde expresaba claramente que era conocedor de cualquier secreto, le dijo:

-Era una linda canción la que interpretabas hace un momento..¿es una canción nativa?-

Entonces ella desvió la cara, tomando un poco de aire, y respondió con una voz que no defraudó las expectativas de Eriol.

-No Amo...yo la inventé-

El joven lord ensanchó la sonrisa, pero no pudo sentirse completamente victorioso.

-No me llames Amo- Pidió sonriendo, preguntándose que haría ella entonces.

-¿Quiere una rebanada de pastel, señor?- Preguntó ella, mirándolo.

-Me encantaría, creo que jamás había probado un platillo así-

Se sentía satisfecho por la forma en que ella había contestado, pero, estando habituado a poner a prueba a cualquier persona, no pudo evitar seguir cuestionándola.

-¿Es un platillo que tú inventaste?- Inquirió sin dejar de mirarla, sintiéndose dueño nuevamente de la situación.

-No señor..-

-¿No? ¿Entonces?-

-Lo hacia mi madre-

Considerando la curiosidad que Eriol sentía por los orígenes de aquella muchacha y siendo un experto en encerrar a las personas en una trampa psicológica de preguntas sutiles, del que sólo podrían escapar cuando le hubieran dado la información que requería, fue bastante inesperado que no se hubiera sentido siquiera con el ánimo de empezar a jugar, y no sólo eso, sino que el tono que ella usara al decir "mi madre" lo hizo sentirse casi avergonzado de intentar hacer otra pregunta.

En ese momento entró por la puerta de la cocina Thara, la ayudante y la Sra. Hudson, ama de llaves de la mansión Hiiraguizawa, seguidas de un joven lacayo.

Rápidamente se incorporaron a sus deberes, preguntándole al señor si deseaba algo.

-Sólo un trozo de ese postre; y que lo suban a mi estudio- respondió Eriol, saliendo con paso apresurado de la cocina.

No le gustaba la forma en que su conciencia había empezado a trabajar...

...y había perdido por completo el cansancio.









N/A:

¡¡¡Mil gracias por sus reviews!!!

Este capitulo se lo dedico a todos los que se tomaron la molestia de escribirlos, esperando sinceramente que les guste..

Y también pido una disculpa por haberme tardado tanto.

¡¡¡¡Gracias!!!!