Bueno aquí les dejo el capitulo 5 reeditado ya que el anterior presentaba algunas fallas (la pagina no me dejo editar algunas cosas cuando subí el capitulo �)

En fin gracias por todos los comentarios y los consejos, los aprecio mucho... -

Y como es costumbre antes de iniciar ahí les va la retahíla que todos conocemos ya hasta el cansancio...

Saint Sella no me pertenece (que más quisiera yo � ) y no gano nada al hacer este fic... así que no me demanden por que de nada serviría, sería como quererle sacar sangre a una piedra... o'

Saludos Rowan

Capitulo Quinto El regalo de Atenea.... del Tártaro a la Resurrección...

"La muerte es algo inexplicable, pero la vida...

La vida es un autentico milagro... "

"Todo lo que sé, de todo lo que he visto, nada es absoluto, en medio de tantas lagrimas y tantas mentiras, quisiera irme sabiendo que fui feliz, y no solo intentando serlo"

Del Testamento de Atenea

Esquela a los Santos.

La estación de Trikala estaba completamente vacía, en cuanto el tren se alejo silbando a la distancia fueron los únicos en habitar el anden, Hyoga deposito en el piso las dos pequeñas maletas que constituían todo su equipaje, mientras Gabrielle se colocaba el abrigo, no habían pronunciado palabra desde que él había despertado, aunque el silencio entre ambos distaba mucho de ser incomodo, sus miradas recorrieron la plataforma sin descubrir presencia alguna, solo el viento frío arremolinaba en la base de concreto.

Vas a enfermarte... — dijo por fin ella tomando el abrigo de Hyoga y colocándoselo al chico sobre los hombros, incitándolo a ponérselo completamente— y yo no quiero eso...

No hace falta Gabrielle... te lo aseguro... — dijo él sin resistirse a que ella le ayudara a meter los brazos por las mangas — nunca me aceptaras un "no" como respuesta ¿verdad? — Gabrielle le sonrió sosteniendo su mirada —

¿Tú dejaras de cuidar de mi algún día? — contesto sabiendo de antemano la respuesta —

Gracias Gabrielle

Ni lo menciones Hyoga, será mejor que nos movamos, aun falta encontrar al doctor Mamoru y eso no va a ser nada agradable... —.dijo poniendo cara de circunstancia — no le gusta que lo dejen esperando...

¡Oh Gabrielle! Él te esperaría hasta el fin de los tiempos... — sonrió tratando de quitar el hierro a la situación... " aunque sabes que Mamoru me detesta y que no le hará gracia que hayas vuelto conmigo..." pensó para sí reforzando la sonrisa —

No digas eso Hyoga... el doctor no... — trato de defenderse, sabía muy bien de los sentimientos que Akira Mamoru le profesaba y de los celos irrefrenables que sentía hacia el ruso por su cercanía con ella—

No importa Gabrielle, mira ahí viene... hablando del rey de Roma... — dijo señalando el final del anden donde se encontraba la puerta que daba a la cafetería—

El doctor Mamoru se veía cansado, su rostro lucía una expresión de tristeza que Gabrielle no le había visto en mucho tiempo, con él venía otro hombre que ninguno de los dos reconoció, pero que dado el carácter del doctor (que rehusaba toda compañía que no fuese Gabrielle) su presencia era intrigante... la chica sujetó su maleta y comenzó a caminar tomando a Hyoga de la mano, gesto que sorprendió no solo al rubio, el rostro de Mamoru sufrió una transformación radical al percatarse de la identidad del acompañante.

Buenas noches doctor, disculpe el retraso... — saludo la chica ignorando el gesto de repulsión que evidenciaba su rostro — pero ha habido muchos cambios en Bari y llegar a Epiro no ha sido todo un lío...

Si ya lo veo... Alice me explico todo... buenas noches, es una sorpresa verle de nuevo Hyoga — mintió el doctor en un tono fingidamente amable —

Gracias doctor, sabía que le daría mucho gusto... — contesto irónico el aludido, sintiendo como crecía la tensión en el ambiente —

¡¿Usted es Cygnus Hyoga?! — la expresión de Hyoga cambio por unos segundos, lo que hizo que el acompañante de Mamoru reaccionara en que aun no se habían hecho las presentaciones entre ellos y que sin quererlo acababa de cometer una gran imprudencia dejándose llevar por el asombro y la fascinación que Hyoga despertó en él, escucho hablar sobre ellos muchas veces, alguna vez se detuvo a ver cintas del torneo galáctico, pero tener frente a él a uno de los hombres que custodiaban a Saori Kido, aquel del cual decía su expediente era el mejor guerrero de los hielos eternos, el alma mas férrea nacida y entrenada en medio del frío perpetuo... el silencio que se levanto en aquel instante lo apresuró a enmendar el error agregando — soy el doctor Yarobe Tsukiba, mucho gusto...

Si, el doctor Tsukiba va a apoyarnos en la parte final de la investigación, Gabrielle... — aclaro Mamoru mientras su memoria trataba de recordar donde había escuchado aquel nombre "¿Cygnus Hyoga?" Ahora que lo pensaba Hyoga jamás le dijo su apellido, solo una vez cuando Gabrielle no estuvo para firmar el cheque del chico pudo comprobar que el ruso en cuestión usaba un apellido francés "Camus" — ella es la doctora Gabrielle Duncan, mi mano derecha y la columna vertebral en esta investigación, sin sus conocimientos no habría avanzado ni la mitad de lo que hasta ahora llevamos en la investigación... y él es Hyoga Camus el ayudante y guardaespaldas de la doctora... aunque sinceramente creímos que la crisis de seguridad que sufrimos hace unos meses había pasado y ya no ameritaba que usásemos guardias personales, pero supongo que Hyoga se ha vuelto indispensable — agrego con toda la mala intención que pudo dirigiéndole una fugaz mirada de desprecio —

Gabrielle apretó la mano de Hyoga evitando que este la soltara, aunque las intenciones del chico estaban muy lejos de ello, por ahora su atención estaba centrada en el doctor Yarobe... "Cygnus"... nadie lo había llamado así en 10 años, y la ultima vez que lo escucho fue de labios de ella, justo antes de cometer el crimen que atormentaba el alma de Hyoga todos los días... desde ese miserable instante, ahora este desconocido lo llamaba así... y parecía conocer parte de su historia...

" ...y la Orden de los caballeros dormirá con al diosa, los nombres de sus caballeros más fieles serán velados en el más profundo de los secretos, para dejar que los hombres que los encarnan vivan libres y en paz... "

Saori... — musito para si lleno de dolor, al recordar parte de su testamento... —

¿Estas bien Hyoga? — pregunto Gabrielle notando como un escalofrío sacudía su cuerpo —

Creo que será mejor irnos doctor Mamoru... el frío se intensifica y los autos están listos, tenemos que llegar a Athenas antes del amanecer — volvió a intervenir Yarobe — estoy seguro de que podremos hablar con mas calma dentro del vehículo

No fue necesario intercambiar mas frases tensas o notar expresiones desagradables, los cuatro salieron de la estación, frente a esta ya se encontraban listos un grupo de automóviles negros, los cuales escoltarían hasta la ciudad de Athenas a la lujosa camioneta que transportaría a las científicos.

Podía oírlo claramente, los latidos de un corazón, tranquilos y acompasados, hasta que una placentera calidez inundo todos sus sentidos... dejándoles libres... ¿Saori? Juraría que era su cosmoenergía, esa bendita aura que lo protegió siempre, esa inmensa paz, pero sobre todo la hermosa mujer de la que se enamoro pese a todo.

Sus lagrimas, su rostro... ¿por qué no le dijo lo que sentía? ¿por qué fue tan cobarde y se guardo aquel sentimiento? Si tan solo le hubiera dicho cuanto la amaba el hombre, lejos de la relación caballero-diosa, si hubiese sabido todo lo que ella representaba para él, tal vez Saori no estaría...

Pero ella estaba ahí ¿o no?

La había visto...

Y sentido...

La habitación seguía sumergida en la penumbra, pero él pudo distinguir las molduras que adornaban el techo... de su habitación en la mansión de los Kido... y esa energía seguía ahí, pendiente de él, cuidándole, arrullándole... Seiya se levanto del lecho en silencio haciendo a un lado las mantas que lo cubrían, y agradeció la sensación de sus pies descalzos al tocar el tibio piso de madera pensando que aquello ero lo primero que su cuerpo percibía como real, no podía saber si era de día o de noche, las gruesas cortinas de terciopelo rojo cubrían todo los vanos, pero podía notarla la luz proveniente del sillón junto a la chimenea apagada, ese tenue resplandor plateado, esa calidez y el sonido imperceptible para un humano normal de su respiración acompasada, ¿a caso sería posible? Su corazón no supo que sentir Seiya había dejado de creer en los milagros mucho tiempo atrás, diez años atrás para ser precisos... camino lentamente sintiendo como la piel se le erizaba de tan solo concebir aquella idea, su corazón se desboco al comprobar que a un lado del enorme y mullido sillón sobresalía una sandalia de mujer y el encaje de un fino vestido de seda... alguien dormía en aquel lugar...

Con mucha delicadeza coloco su mano derecha sobre el hombro de la mujer que dormía, sintiendo como el desengaño y el desconcierto hacían presa de él por igual... aquella calidez era sumamente parecida a la de su amada Saori, pero aquel cabello sedoso y bello distaba de la hermosura que destilaba la melena lila de Saori... aquel pecho cubierto por el peto de Odín se movía al compás de una respiración tranquila, su rostro lleno de paz permanecía sereno e inmóvil mientras sobre su regazo descansaba un libro de pastas rojas y letras doradas, su cosmoenergía permanecía encendida, como si de una tea humana se tratase, los ojos de Seiya se nublaron en un reflejo por sucumbir a las lagrimas, aun dormida mantenía su aura activa para protegerlo, y a pesar de todo aguanto el llanto, muy despacio tratando de no despertarla, Pegaso retiro el libro de las manos de Hilda, no importaba en ese momento que su razón buscase el motivo de su presencia, a pesar de la desilusión, el corazón de Seiya se alegro por el simple detalle que ella le había tenido... "el primer gesto amable de alguien desde que ella se fue" pensó el chico... de pronto lo recordó todo, el estado en que se encontraba cuando llego a la mansión, su tropiezo con el árbol y su arribo al planetario, donde confundió la energía de Polaris con la de Atenea...

Cerro el libro tratando de leer en la oscuridad el titulo grabado en el lomo... "Las Memorias de Dios"... leyó notando el paso del tiempo sobre aquel volumen... un raro presentimiento de familiaridad se instaló en él por unos segundos... hasta que unos pequeños sollozos llamaron su atención ¿Cómo no lo había notado antes? De las manos de Hilda resbalo un portarretratos que Seiya alcanzo a tomar antes de que cayera al piso... era una foto vieja, de adolescencia, tomada en un hermoso paisaje nevado... un joven apuesto, de mirada limpia, rodeaba discretamente con sus brazos el talle de la joven y femenina reencarnación de Odín...

Seiya lo reconoció al instante aquel joven era Sigfrid... el dragón nórdico, el amor imposible de Hilda.

Esta noche ha durado demasiado... — murmuro el maestro de Libra observando el firmamento, mientras una visión se apoderaba de su mente mostrando los tormentos del tártaro que alguna vez fueron para él... y la tibia paz de unos ojos amorosos y una cabellera lila y abundante sacándolo de los infiernos... — ¡Atenea! — exclamo el "joven" guerrero al terminar la visión —

Maestro Dohko... — el aludido volteo mirando como el arquero de sagitario terminaba de subir las escalinatas de la terraza en donde se encontraba —

Aioros de Sagitario... hijo mío... — suspiro en un tono tan paternal que parecería extraño en un hombre con su juvenil apariencia, pero en el fondo era un hombre que había sido testigo del transcurrir de casi tres siglos y todos aquellos muchachos que yacían convalecientes en la habitación escaleras abajo eran sin lugar a dudas como sus hijos — verte con vida nuevamente es un regalo... — su voz cambio denotando la sinceridad de sus palabras tomando entre sus brazos al muchacho que tanto arriesgara por salvar la vida de la diosa y cumplir su misión... — Aioria debe estar...

Creo que nunca le vi tan frenético de gozo maestro, aunque trata de contenerse... — aseguro devolviéndole el abrazo y regalándole una sonrisa —

No debemos confiarnos, este ha sido un misterioso regalo... los doce fuegos están encendidos pero...

Usted también lo ha sentido maestro...

Desde que desperté la visión se ha repetido una y otra vez... su rostro dulce y amoroso... — susurró como si hubiese caído en trance de tan solo recordarlo —

La calidez de su pecho resguardándonos del fuego del martirio eterno, sus suaves brazos... sacándonos del Tártaro... — completo Aioros... — sus ojos, su rostro, no puedo borrar su imagen de mi mente... si esto no ha sido obra de ella... ¿entonces de quien maestro? — pregunto con azoro, como el resto de los caballeros no soportaba la idea de que su diosa no estuviera mas en la tierra, un sentimiento de desazón permanecía anclado a su animo... ella por muy ingrato que fuera el precio por estar a su lado y protegerla lo representaba todo para ellos y él que la había tenido entre sus brazos, que la había salvado de la muerte cuando era tan solo una bebé—

Yo tampoco lo entiendo Aioros, están misterioso, como esta noche que parece no ceder al amanecer por mas cerca que estuviera... — respondió escudriñando nuevamente el firmamento —

Maestro, Aioros, el Patriarca los espera en el salón del Coliseum, lo demás caballeros dorados han sido convocados ya... — les llamo Marín —

La mujer permaneció junto a la escalera a una prudencial distancia de los dos santos, a diferencia de unas horas antes, la guerrera lucía ahora su armadura del Águila y aunque su rostro permanecía oculto bajo la mascara, Dohko podía adivinar el gesto de preocupación que pugnaba por salir a flote, Libra y Sagitario se dirigieron a la cámara del Patriarca, aun había muchos cabos sueltos por atar.