Capítulo XII

Encadenada a tu corazón

Cuando Kagome pidió que l liberara, algo dentro de su corazón se entibió, un recuerdo, la nostalgia por la sonrisa y las palabras de una pequeña niña de no más de cinco años, la Kagome que debía llegar para ser su esposa, no se puso de pie de inmediato, la contemplo unos segundos más, escrutando la forma de su rostro, intentando descifrar si aquella muchacha que debía llegar días antes, sería tan hermosa como esta.

En la distancia estás, pero presente
sigues en mí. Tus ojos no se han ido.
Fijos, me dicen: "Calla. No hay olvido.
Te engaña el viento, el horizonte miente".

-InuYasha…- insistió ella con suavidad, sintiéndose inquieta por las mirada dorad que no dejaba de recorrerla.

-Lo siento…- respondió él finalmente, mientras que se ponía de pie, entendiendo su mano hasta ella para ayudarla, Kagome la recibió, sin comprender por que no se sentía invadida ante lo que acababa de suceder, era como si lo hubiera soñado muchas veces, sacudió un poco su cabeza, sabía que era imposible, ella no lo conocía… ¿o quizás si?... después de todo ella venía a este pueblo por algo ¿no?...

Estás aquí, debajo de mi frente,
cerca del corazón y su latido.
Tu aliento va en mis venas escondido
como un secreto, generoso afluente.

InuYasha la observó cuando ya estuvo frente a él, el cabello algo desordenado, de pie acomodando su vestido que estaba completamente mojado, se ceñía con violencia a su figura, obligándolo a tragar, no es que jamás hubiera visto las formas femeninas, al menos había acompañado una vez a Miroku a uno de esos antros que su amigo visitaba y había estado demasiado cerca, para su gusto de una de las muchachas que trabajaban en el lugar, ella le había tomado la mano y la había puesto en su cadera desprovista de ropa, en aquella oportunidad pudo sentir el calor y la suavidad de la piel femenina… ahora se preguntaba, ¿cómo se sentiría la piel de Kagome?... la vio luchar con su cabello, los rizos comenzaban a definirse al ser oreados por el aire.

-Permíteme…- le dijo sin pensarlo demasiado, y es que ya nada lo pensaba, al menos con Kagome todo era espontáneo, sacó del bolsillo de su pantalón un pequeño envoltorio humedecido, y rescató de su interior la peineta que le había entregado aquella anciana en el mercado, y lo puso en la manos de Kagome.

-Que hermoso…- fue todo lo que ella pudo decir y es que era realmente una hermosa pieza – a mi madre le gustaba el agua marina…- susurró ella, refiriéndose a las piedras que adornaban el objeto, y luego elevó su rostro sorprendido hasta el de InuYasha, encontrándose con los ojos dorados que la observaban expectantes.

-¿Cómo lo sabes?...- le preguntó tan inquieto como ella.

-No lo sé…- respondió con los ojos llenándosele de lágrimas.

-Ya tranquila…- le dijo mientras que recibía en su dedo una de las cristalinas gotas que liberaban sus ojos – es bueno que recuerdes detalles, significa que poco a poco recordarás más…

-Gracias…- dijo ella suavemente, mientras que sentía como los dedos de el comenzaban a escarmenarle el cabello, buscando unirlo desde los costado, como recogiéndolo un poco para que no le molestara en el rostro. Los movimientos eran tan suaves y envolventes, que Kagome por un momento olvido su tristeza, su soledad y el desamparo en el que se sentía cada minuto del día al no tener una idea clara de quien era… parecía encerrada en un celda con paredes nebulosas que debían de ser sus recuerdos, pero que mientras no se mostraran ante ella con claridad, jamás vería la salida.

-Dame eso…- escuchó la voz de InuYasha que sonaba algo más profunda, y forzada, le extendió el peine para que él lo acomodara en su cabello.

InuYasha estaba intentando respirar con calma, sentía el aliento de Kagome en su cuello, mientras que extendía sus manos, para recoger el suave terciopelo de sus cabellos azabaches, los rizos se le adherían a los dedos acariciando sus falanges, era un roce tan pequeño y sin embargo la una sensación era tan plena.

-Ya esta…- dijo, una vez que el peine estuvo en su lugar, posando ahora las manos en los hombros de Kagome, que aún permanecía algo fría a causa del chapuzón, pero en ese momento en que los ojos castaños de la muchacha se osaron en los suyos, abriéndole un mundo desconocido que sin saber en que momento había decidido invadir, acaricio con manos temblorosas el contorno del pálido cuello y le tomó el rostro- hermosa…- suspiró

En la ceniza está oculta la brasa
y el fuego en cada pecho que suspira,
que el gozo besa y que el dolor traspasa.

Se inclinó sobre su rostro, elevando con sus manos la boca de Kagome, esos labios rosados y acariciables, que lo estaba matando con solo probarlos, necesitaba beber de ellos… demasiado… sintió como las manos de ella apoyadas en su pecho, que parecían querer mantener la distancia entre ambos, se cerraron sobre la tela de su camisa, aferrándose a ella, arrancándole un suspiro, y la piel comenzó a arder en ese momento, como si jamás hubiese estado húmeda, la sangre se agolpaba en sus venas, y le entregaba un vendaval de sensaciones que nunca había experimentado de este modo tan violento.

Kagome sentía que se iba a derrumbar en ese mismo lugar, cuando la lengua de InuYasha buscó dentro de su boca, se sintió en la necesidad de aferrarse a algo, y él parecía lo único cercano, no había nada más, ni río, ni hierba, ni sol, ni cerezos, que en este momento les estaban regalando la nieve rosa más hermosa que pudieran imaginar, la sangre le recorría el cuerpo a una velocidad que parecía poder percibir sobre la piel misma, y el corazón alocado como estaba le golpeaba el pecho sin clemencia… la asustaba… pero se sentía rendida ante todo lo que InuYasha le provocaba… ¿habría sentido esto antes?... se preguntó, y por alguna razón sabía que no…

Le costaba tanto respirar, y el aire salía forzado por su nariz, y su cuerpo buscaba de forma instintiva el roce con el de Kagome, que parecía tan entregada a aquel beso, que estaba fuera de sus conocimientos, la calidez de su boca lo embriagaba de deseos, de pertenencia, de protección… de ella… y sintió como la muchacha parecía languidecer, la aferró con fuerza, abrazándola desde la cintura, obligándose a romper el beso con algo de violencia, lo que le removió a Kagome un suspiro.

-¿Estas bien?...- le preguntó algo confundido, quizás tanto como ella.

-Mareada…- le respondió sin adornos, y es que así se sentía, borracha de amor…

InuYasha se sonrió percibiendo recién que él también lo estaba. Contempló el rostro sonrojado y bello de Kagome, sosteniéndola aún con fuerza, embelesado por sus propios sentimientos, ¿dónde estaba Kikyo en esos momentos, y todo su sentir por ella?... perdido en algún paraje, junto a los recuerdos de Kagome…

-¿InuYasha?…- dijo ella, queriendo preguntar algo, sintiendo de pronto algo de temor ante sus propias conclusiones.

-Dime…- pidió él, sintiendo los dedos de Kagome enroscarse y soltar la tela de su camisa, notó la calidez de sus ojos castaños, una sinceridad y simpleza que recordaba haber visto, sin poder saber aún cuando, ni con quien.

-¿Es esto… amor?...- preguntó algo temerosa.

InuYasha se quedó en silencio un instante ante la pregunta, era tan inocente, y tan certera, tanto que no sabía como responderle… ¿era esto amor?...- se lo preguntó a sí mismo antes de responder.

-Yo creo que sí…- dijo sonriendo con suavidad… no sabía de que otro modo podía ser, sentir que el corazón se te escapaba del pecho por solo poder abrazarla, debía de ser amor… ¿no?...

La miró mientras que ella sonreía, y no se espero recibir el beso suave que ella le dejó en los labios, fue apenas un roce, que llenó de regocijo su alma… el sonido del río volvió, la brisa le acarició nuevamente el rostro, los cerezos susurraban a su alrededor y algunos copo de nieve rosa se adherían al cabello de Kagome.

-Ven volvamos a casa…- le tomó la mano mientras que comenzaban a caminar por la hierba, recogiendo antes su pertenencias, el calzado iba aún tomado en las manos, los pétalos rosados bañaban el lugar, y se les pegaban a los pies, se sentía feliz… extrañamente feliz…

Llegaron casi al final del parque, las palabras no habían sido necesarias, se miraban de tanto en tanto, y se sonreían mutuamente, era un sentimiento hermoso, antiguo, arraigado en lo más profundo de sus corazones, era como su hubieses encontrado algo que amabas mucho y que estaba lejos… el reencuentro con un sentimiento madurado por el tiempo… amor… se repetía en la mente de InuYasha, sin poder terminar de creer que lo que sentía por esta muchacha, que había llegado de forma tan accidental a su vida pudiera reemplazar lo que creía sentir por Kikyo…

Una vez que se encontraron en la salida del parque, observaron la calle principal, Kagome oprimió con fuerza la mano de InuYasha y él de pronto pareció arden el cólera, una hilera de personas, con vestimentas roídas y sucias, caminaban la mayoría descalza, los grilletes en sus pies los unían por cadenas que los obligaban a caminar a la par y las cuerdas que ataban sus manos, uno tras otro, dejaban rojas marcas en la piel… Kagome ahogó un sollozo cuando notó que entre ellos había un niño pequeño, no debía de tener más de seis años, una criatura de cabello rojizo, con el rostro sucio un marcado por las lagrimas… las personas alrededor contemplaban el espectáculo, cuchicheando entre ellos y evitando la mirada directa hacía estos nuevos esclavos, muchos de ellos irían a parar entre la servidumbre de sus casa y de sus campos… era una injusticia solapada por las apariencias… y como odiaba eso, pensó InuYasha…

-Maldito Naraku…- masculló entre dientes, sintiendo que la sangre le hervía, solo que esta vez de un modo diferente, la ira que sentía contra ese hombre superaba a cualquier emoción…

-Buenas tardes InuYasha…- se escuchó una voz tras de él, se giró de inmediato en cuanto reconoció el timbre, y pro un segundo se olvidó de Naraku.

-Kikyo…- su voz sonó sorprendida, Kagome que estaba junto a él aún, observó a la mujer perfectamente ataviada con un traje de color azul cielo, con largos guantes que le cubrían hasta el codo, una sombrilla guarecía su pálida piel de los rayos solares, el cabellos largo y liso recogido en una especie de coleta baja, que permitía que parte de él enmarcara su rostro.

-¿No vas a presentarme a tu amiga?...- dijo ella sintiendo que los celos la corroían, jamás había experimentado una rabia tan enorme contra alguien.

Kagome sintió como InuYasha soltaba de pronto sus manos, se liberaba de sus dedos con rapidez y algo en su interior se ahuecó, como si le estuvieran extirpando parte del corazón.

-Ella es Kagome – dijo mientras que intentaba hacer las presentaciones, no estaba seguro de cómo debía de tomar esta situación, durante toda esa tarde Kikyo había estado completamente fuera de sus pensamientos, todo había sido llenado por Kagome, pero aún así había cosas que debía de ordenar.

-¿Kagome?...- repitió Kikyo, recordando de inmediato el nombre de la novia que InuYasha debía de aceptar, pero él ignoró el tonó de la muchacha que tenía enfrente. Volvió a mirar tras de él, en la dirección que los ojos de Kagome habían tomado, para enfocarse en la hilera de esclavos que desaparecía en dirección a el "imperio"… el lugar en el cual se hacían efectivas las privaciones de libertad, para esas alma que ahora caminaban como si fueran al patíbulo.

-Mucho gusto Kagome…- dijo la muchacha ignorando lo que preocupaba a ambos jóvenes, extendiendo su mano enguantada cuando Kagome se giró ante sus palabras – yo soy Kikyo… la novia de InuYasha…

El joven se giró de inmediato, las palabras que había escuchado le advirtieron que la cosa estaban tomando un matiz demasiado complejo… sintió ira al ver que a Kikyo lo único que le interesaba era aplacar sus celos haciendo notar que ella ocupaba un lugar importante y reservado en su vida.

Kagome sintió por un instante que la sangre se enfriaba su cuerpo, era como si literalmente le hubieran dejado caer un balde de agua fría… las piernas se le aflojaron, pero no estaba dispuesta a demostrarlo… a nadie… se sonrió, con el rostro pálido, como pudo comprobarlo InuYasha, que se quedó con sus dorados ojos clavados en la muchacha, y devolvió el aludo, sin tomar la mano que le ofrecía Kikyo.

Déjame, amor, al menos la mentira
de este espejismo dulce que no pasa
como un leopardo de humo que se estira.

-Mucho gusto…- mencionó con la voz fina, y modales delicados, su corazón había terminado de abandonar su pecho, sabía que se había unido en solo una tarde al de InuYasha, parecía como si un grillete la anclara a él, tal como los esclavos que ya se habían perdido de su vista, y pensando que finalmente, para él… no era amor…

Continuará…

Disculpen la tardanza, pero lo cierto es que en ocasiones las ideas se me concentran demasiado en el fic que me come la neurona, y por el momento estoy en uno que me tiene en ese estado. Espero que disfruten de este capítulo, sé que quizás le he dado un matiz diferente a nuestra antagonista, pero es que la mujer no me puede terminar de gustar… ¿de quién hablo?... pues de Kikyo… no me gusta ponerle apelativos, como los que algunas les ponen, pero simplemente no es para mi InuYasha, y aquí debía demostrar su naturaleza despiadada… pro que la tiene… no hay que negarlo… en fin, son teorías que he ido adquiriendo por analizar la serie… me encanta InuYasha… quizás este poniéndolo un poco más suave en su carácter, pero en esta historia él no tiene un pasado tan tormentoso, no hay modo de que tengo rencor en el alma al punto de no demostrar sus sentimientos un poco más…

En fin, espero que puedan dejar sus comentarios ya que me guían para saber que opinan…

Siempre en amor…

Anyara

P.D.: Debo decir que me siento muy contenta de haber llenado las expectativas de la autora inicial… sé que mi forma de escribir se basa más en sentimientos que en acciones… pero ni modo ¿no?... la poesía de Carmen González Huguet "En la distancia estas, pero presente"… hermosa…