Disclaimer: Esta historia está basada en personajes y situaciones creadas y pertenecientes a JK Rowling, Little Literacy Agency, Scholastic Bloomsbury, Arthur A.L. y Warner Bros., Inc.
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Capítulo 1: El regalo de un desconocido
Oscuridad.
Por más que se esforzaba no lograba distinguir nada alrededor, ni un hilo de luz que pudiera ayudarle a saber dónde estaba. Solamente esa oscuridad que le envolvía en un manto negro de inquietud. Y no era una sensación agradable. Intentó adelantar la mano para palpar algo, una pared, una puerta, algo, que le pudiera orientar. Pero no podía moverse. Estaba atrapado en esa negrura.
Momentáneamente escuchó una voz, como un silbido lejano que apenas dejaba distinguir las palabras. No estaba solo. Pero ese leve susurro parecía indicar que quien estuviera hablando no se encontraba en esa misma habitación -si es que era una habitación- sino más bien al otro lado de esos muros invisibles que no podía llegar a tocar.
Intentó afinar el oído para entender las palabras, pero solo alcanzaba a escuchar trozos incoherentes. Sintió un leve roce en su brazo derecho. Había alguien más con él. Giró la cabeza inquieto, intentando localizar a quien fuera que estuviera a su lado. Oscuridad. Y entonces el eco de las voces llegó a sus oídos.
– Pero ni siquiera sabemos dónde se ocultan, señor – dijo una voz nerviosa.
– Eso no importa – respondió una voz fría como el hielo –. Sabemos dónde está la llave. Con ella los encontraremos uno por uno.
– ¿La…La llave, señor? – preguntó la primera voz.
– La llave que abrirá de nuevo la cámara – repuso la fría voz arrastrando las palabras.
Harry se despertó en ese instante. Su corazón latía como si acabara de atravesar media ciudad corriendo y la sensación claustrofóbica que había sentido en el sueño fue reemplaza por un bonito dolor de cabeza. Jadeaba confuso, intentando asimilar que sólo había sido un sueño. Otro de esos sueños. Cada vez eran más frecuentes.
La pálida luz de la mañana se filtraba entre las cortinas de la ventana, iluminando débilmente la habitación. Harry buscó a tientas sus gafas en la mesilla de noche.
Tras haber tomado aliento, se incorporó. Se acercó al espejo del armario y echó un vistazo.
– Tienes un aspecto horrible – dijo con la vista fija en su reflejo, en el que un muchacho de pelo negro enmarañado le devolvía la mirada –. En fin, bienvenido al mundo real.
Dicho esto, empezó a vestirse, dispuesto a pasar otro día más en el aburrido "mundo real" en el que se encontraba. Aquel verano había sido, como de costumbre, monótono en el número 4 de Privet Drive. Sin sus amigos, sin poder hacer magia, haciendo los deberes a escondidas… y pasando largas horas fuera de la casa -cuantas más mejor- para no tener que oír a tío Vernon y tía Petunia hablar de su anormalidad y de la desgracia que les había caído encima con Harry.
El batir de unas alas junto a la ventana interrumpió el hilo de sus pensamientos.
– Qué raro – dijo Harry acercándose a la ventana –. No espero correo de nadie.
Al otro lado del cristal, una regia lechuza de plumaje oscuro trataba de llamar su atención. Harry no la había visto nunca en anteriores ocasiones; no era ninguna de las lechuzas que usaba la familia Weasley y difería bastante de las lechuzas comunes que se utilizaban en Hogwarts. Por otro lado, ya hacía tiempo que había recibido la carta del colegio con la lista de libros y la información para el sexto curso que estaba a punto de comenzar.
Harry dejó entrar a la lechuza y se apresuró a recoger el paquete que estaba atado en su pata, sospechando que quizá se tratara de malas noticias, aunque rogaba porque no fuera así. Tras haber dejado su carga, el animal se apresuró a emprender el vuelo de nuevo.
Bastante inquieto, rasgó el papel marrón que tenía entre las manos, descubriendo una pequeña caja de madera oscura y un trozo de pergamino. Tomó el pergamino y lo desdobló. Era una carta bastante escueta, escrita con una letra alargada y fina que Harry no reconoció.
"Este año las cosas en Hogwarts no van a ser fáciles. Si nadie lo impide la Leyenda se alzará de nuevo con peligrosas consecuencias. Será mejor que permanezcas alerta. El objeto que te envío te será de mucha ayuda en tu camino. Es de extrema importancia que no lo pierdas de vista."
– ¿Leyenda? – se preguntó Harry –. ¿Qué leyenda?
Miró ambas caras del pergamino. Ni siquiera tenía firma. Quienquiera que fuese el que le había enviado esa nota no había querido darse a conocer. Releyó el texto una y otra vez, pero no encontró ninguna pista al respecto.
Dejando la nota a un lado, se dispuso a examinar aquella caja. Era pequeña y cuadrada, con una madera excepcionalmente suave al tacto. Tenía una cenefa tallada con suma precisión alrededor de su apertura, y un pequeño cerrojo dorado en uno de sus lados. Harry levantó el cerrojo y lo que vio le dejó literalmente con la boca abierta.
Entre paredes de seda blanca se encontraba un anillo plateado que brillaba como si la luz irradiara de su mismo interior. Harry lo cogió con sumo cuidado, temeroso de que se pudiera romper con solo tocarlo, y lo examinó más de cerca. La circunferencia estaba formada por dos serpientes enroscadas la una en la otra, de modo que a cada extremo del anillo la cabeza de una de ellas se cerraba sobre la cola de su compañera. Sus ojos eran pequeñas esmeraldas de un tono verde muy oscuro y brillantes cristales de plata formaban cada una de las diminutas escamas que recorrían sus pieles de metal.
Harry lo estuvo observando durante varios minutos antes de decidirse a volver a guardarlo en la caja y ponerse a buscar un lugar seguro donde esconderlo. Si sus tíos o su primo lo veían, intentarían quedárselo. Después de todo parecía una joya extremadamente cara.
Durante el resto del día no pudo quitarse de la cabeza la extraña joya ni lo que decía la nota que la acompañaba. ¿A qué leyenda se referiría? En esos momentos deseaba tener a su lado a Hermione y Ron. Quizás ellos conocieran esa leyenda o al menos podrían ayudarle a descubrir que se escondía tras aquellas palabras. Bueno, tendría ocasión de preguntárselo. Después de todo, era la última semana de agosto. En un par de días el señor Weasley le vendría a buscar para llevarle de nuevo a La Madriguera. Sonrió.
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Aquella mañana La Madriguera parecía haber despertado en pie de guerra. Todos se movían de un lado para otro, subiendo y bajando escaleras, llevando libros y ropa, moviendo muebles… Tan sólo faltaban tres días para el comienzo del nuevo curso y las maletas debían estar listas para entonces. Ginny y Hermione se ayudaban mutuamente a colocar la ropa en las maletas, mientras Ron tenía una pelea con su pequeña lechuza Pig. Fred y George, por su parte, seguían inmersos en la preparación de un nuevo "sortilegio Weasley" que pretendían vender a los alumnos de Hogwarts.
Abajo, en la cocina, la señora Weasley repasaba por cuarta vez la lista de libros de Ron y Ginny. En ese momento aparecieron en la puerta el señor Weasley y Harry, que acababan de llegar a la casa utilizando los polvos Flu.
– Ah, hola Arthur – dijo la señora Weasley con una amplia sonrisa –. Hola Harry, cielo. ¿Qué tal has pasado el verano?
– Bien, gracias – respondió Harry, devolviéndole la sonrisa.
– ¡Harry! – exclamó Ron, que acababa de aparecer en lo alto de las escaleras. Muy pronto se le unieron los demás, y Harry se vio rodeado por sus amigos. Los aburridos días de verano en casa de los Dursley le parecían ya muy lejanos.
Las siguientes horas las paso escuchando a Ron y Hermione relatando cómo habían pasado las vacaciones. Hermione acababa de volver de un viaje a Holanda donde había encontrado información muy variada sobre la cultura de los magos en Europa y no paraba de hablar de todas las cosas que había aprendido allí. Ron, por su parte, había pasado el verano en La Madriguera jugando al Quidditch con sus hermanos.
Los tres días en La Madriguera pasaron tan rápidamente que a Harry apenas le dio tiempo a saborearlos. El primer día habían hecho una visita al Callejón Diagon para comprar los libros y materiales que necesitaban para el nuevo curso, y al día siguiente habían estado jugando a Quidditch y a Ajedrez Mágico durante todo el día. El treinta y uno de agosto ya había llegado y tan sólo quedaban unas pocas horas para subir de nuevo al Expreso de Hogwarts. Durante todo este tiempo ni siquiera había vuelto a acordarse del extraño paquete que había recibido tan sólo unos días antes.
Fue en ese momento, mientras terminaba de colocar un par de libros en su baúl, cuando vio de nuevo la cajita de madera, que había guardado cuidadosamente entre un par de camisetas. Recordando de pronto la referencia a aquella "leyenda", se apresuró a buscar el trozo de pergamino para enseñárselo a sus amigos.
Ginny y Hermione estaban sentadas en la cama de Ron, acariciando a Crookshanks, que saltó sobresaltado cuando Harry se acercó apresuradamente hacia ellas.
– Ron, acércate – dijo Harry –. Hay algo que quiero enseñaros.
Ron se sentó en el suelo, al lado de Harry, y miró con curiosidad el pequeño objeto que éste sostenía entre sus manos.
– Una lechuza lo trajo hace unos días, junto a una nota – continúo –. No tengo ni idea de quién me lo ha enviado, pero decía algo muy extraño sobre una leyenda, y… bueno, será mejor que lo veáis.
Con mucho cuidado, abrió de nuevo el cerrojo dorado y tendió el estuche a sus amigos, que soltaron exclamaciones de asombro al ver su contenido.
– Es… es precioso – dijo Ginny, conteniendo el aliento.
– Pero¿quién puede haberte enviado esto? – preguntó Hermione, con cara de preocupación –. Quiero decir, parece una joya muy valiosa¿no crees?
– ¿Bromeas, Hermione? – exclamó Ron con una sonrisa a medio camino entre el asombro y la ironía –. Con esto podrías comprar la mitad del pueblo de Hogsmeade y todavía te sobraría dinero.
– Pues más a mí favor – repuso ella –. ¿Quién iba a enviarle algo tan caro a Harry sin ni siquiera decir quién es?
– Oh, no. No empieces otra vez – dijo Ron con visible desesperación.
Hermione le echó una mirada de reproche, y continúo dirigiéndose a Harry.
– Dijiste que también había una nota…
– Sí – contestó Harry, tendiéndole el trozo de pergamino –. No tiene ninguna firma y no reconozco la letra. Pero lo que más me preocupa es lo que dice; parece una especie de advertencia, pero es muy imprecisa. Esperaba que vosotros supierais a qué se refiere.
Hermione leyó con detenimiento el escrito, mientras Ginny y Ron echaban miradas furtivas al pergamino por encima de su hombro.
– ¿La leyenda se alzará de nuevo? – leyó Ron. Harry se encogió de hombros.
– ¿Alguna idea? – preguntó por fin cuando sus compañeros alzaron de nuevo la vista. Los tres negaron con la cabeza.
– Al menos parece que quien lo envía trata de ayudarte – dijo Ron.
– O eso quiere hacernos creer – añadió Ginny.
– ¿No conocéis ninguna leyenda que pueda tener relación con Hogwarts? – preguntó Harry algo decepcionado –. ¿Hermione…?
– A excepción de la de la Cámara Secreta…ninguna. En "Historia de Hogwarts" no viene nada relativo a una leyenda, ni tampoco en los otros libros que he leído. Aunque también puede ser que no se trate de una leyenda referente a Hogwarts; en la carta no lo dice claramente.
– Pero sí que dice que tiene que ver con Hogwarts – repuso Ginny –. Sino para qué lo iba a nombrar….
– Lo único que tenemos claro – dijo Hermione, lanzando una dura mirada a Ginny –es que sea la leyenda que sea, aún no ha ocurrido nada. Y este anillo debe tener alguna relación importante con ella.
Durante un momento nadie más dijo nada. La habitación se vio rodeada de un inmenso silencio mientras cada uno de sus ocupantes se perdía en sus pensamientos. Hermione repasaba una y otra vez el trozo de pergamino que tenía entre sus dedos, intentando encontrar sentido a aquellas palabras. Ginny apoyaba la barbilla sobre sus rodillas, rodeándolas con sus brazos, su mirada perdida fija en el suelo. Ron lanzaba miradas huidizas a Harry, sin saber qué hacer o qué decir. Harry por su parte observaba sin mucho interés el anillo, haciéndolo rodar sobre sus dedos. Esperaba una reacción distinta; quizás una historia que hubieran escuchado en algún lugar, o una cita en uno de los múltiples libros de Hermione. Cualquier cosa. Pero estaba igual que al principio. Dejó escapar un suspiro de decepción.
Un fuerte golpe en la puerta le hizo dar un brinco. El anillo resbaló de sus dedos y sólo sus reflejos como buscador le permitieron recuperarlo antes de que tocara el suelo. Fred y George habían abierto de repente la puerta y estaban entrando en la habitación.
– ¿Qué estáis tramando? – preguntó Fred con una sonrisa.
– Sea lo que sea nos apuntamos – añadió George.
Por un instante ambos se quedaron quietos mirando algo que relucía en las manos de Harry. Sus rostros pasaron de la curiosidad al asombro en sólo unos segundos.
– ¡Hala! – gritaron al unísono – ¿Qué es eso?
Harry se dispuso a contarles toda la historia. Según iba hablando los rostros de Fred y George se iluminaban, como si alguien les hubiera dicho que se adelantaban las Navidades. Cuando terminó, los dos tenían una sonrisa que no parecía albergar muy buenas intenciones y se miraban el uno al otro con complicidad.
– ¿Sabéis de que leyenda se trata? – preguntó ansiosamente Harry, con un brillo de esperanza en sus ojos.
– Pues no… – dijo Fred.
– …ni la más remota idea – terminó George.
Harry dio un resoplido y volvió a dejarse caer sobre el suelo. Se había echo ilusiones demasiado pronto.
– Pero – continúo George – puedes contar con nosotros para descubrir de qué se trata.
– De hecho no nos lo perderíamos por nada del mundo – dijo Fred.
– ¿Y cómo pensáis hacerlo? – preguntó Ginny, queriendo entrar en la conversación –. Ahora ya no vais a la escuela y se supone que vais a estar en la tienda de artículos de broma…
– Ah, hermanita, a ese punto es al que queríamos llegar.
– Como el negocio va tan bien, se nos había ocurrido montar una pequeña sucursal en Hogsmeade – señaló George.
– Para así estar más cerca de nuestros futuros clientes…
– … y de paso ampliar nuestro mercado…
– … así que literalmente, vamos a estar a un tiro de piedra de la acción – concluyó Fred con una mueca de satisfacción.
– Eso es genial – dijo Harry entusiasmado. Por un momento se olvidó de todo lo referente al anillo.
– De hecho, veníamos para daros esto – dijo Fred sacando un trozo de papel bien doblado de su bolsillo.
– ¿Qué es? – preguntó Ron con curiosidad.
– Una lista con los nuevos y maravillosos productos de los hermanos Weasley – entonó George con voz cantarina –. Para que los pongáis en el tablón de anuncios de la sala común.
Hermione volteó los ojos, aunque el gesto pasó inadvertido. Una voz interrumpió la conversación. Desde la escalera, la señora Weasley les estaba llamando para cenar. Harry se apresuró a guardar de nuevo la pequeña joya y siguió a sus compañeros hasta la cocina.
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El reloj estaba a punto de dar las once en la estación de King's Cross. En el andén nueve y tres cuartos una gran multitud de brujas y magos se reunían alrededor de un tren de vapor de color rojo intenso. Era el 1 de septiembre y los alumnos del Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería se disponían a comenzar un nuevo curso.
Harry, Ron, Hermione y Ginny terminaron de colocar su equipaje en el compartimento que habían escogido y salieron a despedir a la familia Weasley.
– Cuidaos mucho – les pidió la señora Weasley mientras les daba un fuerte abrazo –. Y sobre todo no os metáis en problemas.
– Nos veremos en Hogsmeade – dijo Fred arqueando las cejas.
– Sí, ya os enviaremos una lechuza para quedar con vosotros en vuestra primera excursión – recalcó George.
Un fuerte silbido sonó en la estación, y se apresuraron a subir de nuevo al vagón, mientras los guardias iban cerrando todas las puertas del tren. Siguieron despidiendo a los padres de Ron y a los gemelos con la mano mientras el tren comenzaba a alejarse dejando un rastro de vapor a su paso.
Tan pronto como el expreso dobló la curva, caminaron por el pasillo hacia su compartimento. Alumnos de todos los cursos se cruzaban con ellos, algunos llevando aún maletas y baúles. Ron y Hermione se separaron para dirigirse al compartimento de los prefectos, mientras Harry y Ginny entraban en el suyo y se dejaban caer en los asientos.
– ¿Dónde tienes el anillo? – preguntó Ginny después de un rato.
– ¿Eh? – a Harry la pregunta le había pillado desprevenido –. ¿El anillo? En su caja, dentro del baúl.
– ¿Y crees que ese es un lugar seguro? – dijo ella –. En la nota decía que no lo perdieras de vista.
– Nadie más sabe que lo tengo. ¿Quién iba a querer quitármelo?
– Yo misma. En cuanto te descuides – dijo Ginny sonriendo. Harry le devolvió la sonrisa –. Bueno, ahora en serio: creo que deberías llevarlo encima. Sólo por si acaso.
– Pero si lo llevo puesto llamará mucho la atención – repuso él.
– Puedes decir que es un regalo de alguien o un recuerdo de familia – sugirió Ginny –. Y será más difícil que alguien te lo quite si lo llevas puesto.
– No sé – contestó él pensativo –. Quizá tengas razón. Me lo pensaré.
La puerta del compartimento se abrió. Ron y Hermione habían vuelto de su reunión.
– Qué poco habéis tardado – dijo Harry mirando a Ron, que acababa de sentarse a su lado. El pelirrojo asintió con la cabeza.
– No había mucho de qué hablar este año – repuso Hermione –. Sólo tenemos que hacer lo mismo que el año pasado.
– No soporto hacer patrullas por los pasillos – dijo Ron de mala gana hundiéndose más en su asiento. Hermione dejó escapar un suspiro.
Al poco unas figuras aparecieron en el umbral de la puerta. Harry resopló cuando vio de quién se trataba. Crabbe y Goyle, que parecían haber crecido varios centímetros cada uno durante el verano, miraban al interior con sus caras bobaliconas. Detrás de ellos estaban Draco Malfoy y Blaise Zabini.
– Eh, Draco – dijo Crabbe, dirigiéndose al chico rubio que estaba detrás de él –. Mira quienes están aquí.
– Os he dicho que no estoy de humor – contestó de mala gana, mientras seguía caminando pasillo arriba –. Sólo quiero ir a dormir un rato.
Los otros intercambiaron una rápida mirada y se apresuraron a seguir sus pasos. Harry y Ron se miraron el uno al otro con la boca abierta.
– ¿Me lo ha parecido a mí o Malfoy acaba de pasar de largo sin meterse con nosotros? – preguntó Harry con un gesto de perplejidad en el rostro.
– Algo estará tramando – contestó él.
– De hecho – interrumpió Hermione –antes, en la reunión de prefectos, tampoco nos ha insultado como siempre. Ha estado callado todo el tiempo.
– Podríamos ir y echarle una maldición – sugirió Ron –. Sólo por si acaso.
– ¡Ron! – exclamó Hermione echándole una mirada de reproche.
– ¿Qué? Sólo aporto ideas.
– A mí no me parece tan mala idea – comentó Harry.
– ¡De verdad! No sé quién de los dos es peor – contestó Hermione fijando su mirada en el Libro reglamentario de hechizos, curso 6º que acababa de coger.
La tarde pasó rápida y sin incidentes en el expreso. Ron y Hermione hicieron varias patrullas por los pasillos a pesar de las protestas del muchacho, mientras Harry y Ginny se quedaban en el compartimento recibiendo las visitas de sus amigos y compañeros de curso.
Tan pronto como el tren llegó a la estación de Hogsmeade, se apresuraron a recoger sus bultos y salir antes de que se formara el barullo acostumbrado. En el andén se encontraba ya Hagrid, haciendo señas a los de primer curso para que lo siguieran. Le saludaron y continuaron el camino hacia las diligencias.
La noche creaba sombras siniestras entre los árboles mientras los coches avanzaban a través de su espesura. Muy pronto apareció ante ellos la silueta de un suntuoso castillo bañado por la luz de la luna; las pequeñas luces que ahora flotaban sobre el lago parecían luciérnagas iluminando su camino. Las regias verjas de hierro que flanqueaban la entrada les dieron la bienvenida, y con gran velocidad los carruajes subieron por el empinado camino hasta su destino.
Tras bajar de las diligencias, la multitud se apiñó ante las puertas de roble y atravesó el vestíbulo hacia el Gran Comedor, donde cuatro largas mesas les esperaban. Poco a poco, fueron tomando asiento y el murmullo de miles de voces se elevó en la sala.
Cuando se hubo acomodado, Harry echó un vistazo a la mesa de los profesores, dispuesta al fondo del comedor. Reconoció enseguida a cada uno de sus miembros, que estaban bien entretenidos hablando entre sí. Pero cuando llegó al final de la mesa el estómago le dio un vuelco al ver quién se encontraba allí.
– ¡Ron¡Hermione! – exclamó Harry sin apartar ni por un momento los ojos –. Mirad quién está aquí.
– ¿Quién? – preguntó Ron siguiendo su mirada.
– ¡El profesor Lupin! – señaló Hermione con una gran sonrisa.
– ¿Y qué hace aquí? – preguntó Ron –. ¿Creéis que va a volver a dar clases?
– Ojalá que sí – proclamó Harry bajando un poco más la voz. La profesora McGonagall acababa de entrar en el Gran Comedor seguida por los alumnos de primero, y en toda la sala se hizo el silencio.
En un momento comenzó la selección. Los nuevos alumnos se fueron incorporando a las mesas tras oír la decisión del Sombrero Seleccionador. Muy pronto todos estuvieron sentados y el director se incorporó para dar el pequeño discurso acostumbrado.
– ¡Sed bienvenidos a un nuevo curso en Hogwarts! – dijo con una gran sonrisa –. Estoy seguro de que todos estáis ansiosos por empezar nuestro banquete, pero antes me gustaría comunicaros algunas noticias. – se aclaró la voz y continúo –. En primer lugar, el señor Filch, el conserje, me ha pedido que os recuerde que no se puede hacer magia en los pasillos entre clase y clase y que está terminantemente prohibido salir de vuestras salas comunes de noche. Así mismo, quiero recordaros que el bosque es una zona prohibida para todos los estudiantes. – hizo una pequeña pausa –. Por otro lado, es un placer para mí dar la bienvenida de nuevo a este colegio a alguien a quien muchos de vosotros ya conocéis: el profesor Lupin, que se encargará de enseñar Defensa Contra las Artes Oscuras este año.
La sala estalló en aplausos al oír esta noticia. El profesor Lupin había sido con diferencia uno de los mejores profesores de Defensa Contra las Artes Oscuras que había pasado por Hogwarts en los últimos años.
– Bien, bien – prosiguió Dumbledore –. Espero que prestéis mucha atención a sus clases. En estos tiempos oscuros que se acercan estos conocimientos os serán de gran ayuda. Y ahora, sin más dilación¡que empiece el banquete!
Los platos y fuentes que recorrían las mesas se llenaron de repente de comida y bebida y los alumnos se apresuraron a servirse.
