Capítulo I. Golpes en la noche

Hermione estaba tumbada, mirando al dosel sobre su cama. Eran las 3 de la mañana, y no podía dormir. No tenía sentido intentarlo, así que decidió hacer algo útil. Se incorporó y su puso la bata y sus zapatillas favoritas, suaves calientes. Estaba sola en la habitación. Era Enero y casi habían terminado las vacaciones de Navidad. Como otros años, se había quedado en Hogwarts con Harry, Ron y Ginny. Pronto volvería a haber otras cinco chicas con ella, pero de momento disfrutaba de la paz que suponía tener la habitación para ella sola.

Se acercó al escritorio y se sentó frente a sus libros cuidadosamente ordenados. Naturalmente, hacía tiempo que había terminado los deberes que les habían mandado para las vacaciones (se preguntaba por qué entonces lo llamaban vacaciones) y ahora estaba trabajando en algunos proyectos para subir nota e investigando. Presentaría "Muggles y el Ocultismo" a la profesora McGonagall al principio del trimestre para ver que pensaba de él. Hermione creía que era un buen trabajo, pero necesitaba la confirmación de otra persona para convencerse.

Tras media hora de hojear "Prácticas Ocultistas Muggle en el Medioevo", sus ojos empezaban a estar cansados y a perder la concentración, haciendo que se fijase en una revista que había en el suelo, cerca de la pared. SerBruja, sin duda era de Lavender. Con cierta curiosidad la cogió y le echó un vistazo a la portada, sin poder creer lo que veían sus ojos. 'Los deseos de los Magos – lo que los magos realmente buscan en una bruja'. 'Transformación – La nueva tú'. '¡Encantador? Cómo identificar a un patán' . Notó que estaban en letras grandes, con purpurina. ¿Por qué una chica iba a querer ponerse así por un chico? Se sonrojó ligeramente, no era que no le gustasen los chicos, bueno, al menos los que conocía, pero no tenía ninguna intención de emperifollarse para ellos. Excepto, quizás, en ocasiones especiales. Si no les gusto tal y como soy, ellos mismos. Y en cualquier caso, eran sus amigos, no sus novios.

Bostezó, se notaba somnolienta y volvió a la cama, llevando consigo la revista – sólo para echarle un vistazo – se dijo. Entonces se paró en seco, mirando fijamente frente a ella. ¿Cómo había llegado allí la revista? Después de que Lavender y las demás se fuesen a casa, había limpiado y ordenado la habitación. Y había puesto todas sus cosas sobre sus escritorios. La revista no estaba en el suelo antes, ¿verdad? Debe haber estado, suspiró. Era tarde. Con un movimiento de su varita apagó las luces. Se metió en la cama arropándose con el edredón. De una atada lo ahuecó, y moviendo los dedos de los pies, dejó que el edredón volviera a asentarse sobre ella. Era una sensación cálida y agradable, de seguridad. Estúpida revista. Debía haber estado ahí. Sus ojos se cerraron y el sueño comenzó a apoderarse de ella.

El sonido de un ligero golpeteo la despertó. Todavía estaba oscuro, aún no eran las cuatro. Los golpes venían de la puerta. Eran lentos, cadenciosos y cada vez más suaves. Hermione encendió la luz y escuchó, con el corazón a mil por hora, como el sonido desaparecía gradualmente. Se empezó a oír el sonido de unos arañazos, muy claros al principio, que poco a poco se fueron apaciguando. Y entonces el anillo de hierro que hacía de picaporte empezó a moverse, lentamente, poco a poco. Alguien estaba intentado abrir la puerta. El corazón casi se le salía del pecho y cogió su varita. El anillo empezó a girar lentamente, y luego, igual e despacio, volvió a su posición original. Después... Nada. Hermione quería correr hacia la puerta, abrirla de golpe y mirar en el pasillo, pero no se atrevía. Se quedó allí sentada, temblando, con la varita apuntado hacía la puerta. Cualquier ruidito, por pequeño que fuese, la aterrorizaba. Le dieron las cinco de la mañana antes de que el agotamiento pudiese con ella y volviese a quedarse dormida.

Se despertó en una habitación bañada por el sol. Volvieron los recuerdos de la noche anterior, pero, por algún motivo, le parecían tonterías. Debió haber sido un sueño, un estúpido sueño. Se giró para mirar su nuevo despertador. "¡Cielos, las diez!" Ya había terminado la hora el desayuno. Sonrió al mirar el despertador. Era un regalo de Reyes de Harry. Y de verdad que era despertador. Si no te levantabas en cuanto sonaba la alarma, se subía a la almohada y empezaba a gritar: 'DESPIERTA, DESPIERTA, ALARMA, ALARMA' justo en el oído. Cómo había tenido oportunidad de comprobar.

Al lado del reloj, había una pequeña figura de un dragón. Si le apretabas la nariz, se iluminaba durante un rato. Ese era de Ron. Nada práctico. Y junto al dragón, una enorme rana de chocolate con un disfraz de Santa Claus, para acompañar al dragón, le había dicho Ron. Prometo no comérmela, le había contestado. Y no lo había hecho. Estiró la mano y cogió el dragón, lo puso sobre su pecho y le apretó la nariz. Se quedó allí, tumbada, sonriendo, mientras desprendía un raro resplandor verde.

El tontorrón de Ron. Apuesto a que a Lavender no le han regalado un dragón por Reyes.

Por fin se levantó. La luz en la habitación era extrañamente luminosa y cuando se asomó a la ventana vio el porqué. Había nevado durante la noche, los terrenos de Hogwarts estaban cubiertos por un manto blanco de nieve, y con el sol brillando desde un claro cielo azul, el efecto era casi cegador. Se lavó y vistió con su blusa favorita y una falda y bajó a la sala común.

Allí pudo ver dos pares de piernas estiradas desde dos sillones puestos frente al fuego. Uno de ellos llevaba puestos unos horrorosos calcetines de lana verdes y amarillos. Era uno de los regalos que la Sra. Weasley le había hecho a Ron – parecía que los jerséis ya no se estilaban. Se sentó en la silla junto a él.

"Buenos días, dormilona." Dijo el dueño de los calcetines. Era Harry.

"¿Por qué llevas puestos los calcetines de Ron?" Preguntó Hermione.

"Ahora son míos. Echamos una partida a las cartas."

"¿Y ganaste y le quitaste los calcetines a Ron? Eso es horrible. Espera a que se lo diga a la Sra. Weasley."

"No gané." Dijo Harry con una mueca. "Perdí."

"¡Ron!" Dijo Hermione. "¿Cómo has podido? Ahora si que se lo voy a decir a tu madre." Suspiró mientras los dos la miraban con una enorme sonrisa en sus rostros. "Supongo que nadie me guardó algo del desayuno."

Ron sonrió y, con una floritura, sacó un sándwich de tostadas y bacon.

"Oh, perfecto, gracias." Dijo Hermione, extendiendo la mano.

"Hay condiciones."

"Ron, tengo hambre."

"Primero: vas a salir con nosotros a tirar bolas de nieve."

"Por favor, me ruge el estómago."

"Segundo." Dijo Harry. "Hoy no estudiarás ni nada que tenga que ver con las clases."

"Y tercero..." Siguió Ron. "¿Cuál era la tercera, Harry?"

"No nos poníamos de acuerdo. Pero de todas formas era dolorosa."

"¡Dame!"

Ron le acercó el sándwich. "Gracias." Dijo Hermione, sonriéndole. Se sentía halagada de que hubiese pensado en guardarle algo de desayuno.

El retrato se abrió y entró Ginny, con las mejillas brillantes. Llevaba un ramo de florecillas.

He conseguido rescatar estas." Les informó. Ron y Harry hicieron muecas.

"Espero que no vayas a poner la sala común en plan cursi." Dijo Harry, guiñándole un ojo a Ron.

"Pues sí." Contestó Ginny, cogiendo un jarrón de la mesa. Colocó las flores en él, lo llevó hacia donde estaban ellos y lo colocó sobre la repisa de la chimenea. "Así está mejor." Dijo Ginny, sacándole la lengua a Harry.

"¿Qué tal se está fuera?" Preguntó Harry, cogiendo una revista sobre Quidditch.

"Genial. La capa de nieve es muy profunda." Contestó Ginny.

"Estupendo." Dijo Harry. "Me encanta la nieve."

Ginny dio un paso hacia él. "Eso creía. Por eso te traje esto..."

Harry alzó la mirada, extrañado. Ginny metió la mano en su abrigo, sacó una bola de nieve y se la dejó caer en la cabeza. Harry, se levantó de un salto, sacudiendo la nieve en todas direcciones. Ginny estaba riendo a carcajadas y enseguida salió corriendo hacia el otro lado de la sala común y salió por el agujero del retrato, mientras Harry rugía y corría tras ella.

Ron casi se cayó del sillón de la risa. Hermione negó con la cabeza, haciendo sonidos desaprobatorios mientras sacaba la varita y, con la ayuda de un hechizo Amontonador, recogió toda la nieve de nuevo en una bola de nieve. Entonces una sonrisa apreció en su rostro. Haciendo botar la bola de nieve en su mano miró a Ron.

"Ni se te ocurra." Dijo Ron, con tono cansino.

"¿Qué?" Río Hermione.

"Ya sabes el qué."

"¿Yo?" Contestó Hermione, inocentemente. "Vamos, haría yo algo así." Inclinó la cabeza hacia un lado y miró a Ron. Que le devolvió la mirada, sonriendo. Hermione trató de mantener la mirada, pero por algún motivo, de repente se sintió avergonzada. Apartó la mirada, echó la bola de nieve al fuego y observó mientras silbaba y se convertía en vapor.

"Sabia decisión." Dijo Ron. Se acercó a ella y le dio un golpecito en el hombro.

Hermione se giró y le sonrió, vacilante.

"Venga." Dijo Ron. "Vamos a buscarlos."

"Prométeme que no os uniréis todos contra mí. Parece que siempre acabo cubierta de nieve en Navidad."

"Por supuesto que no. Y ellos se unen contra ti, me pondré de tu parte. Podemos sorprenderlos. Hace tiempo que no he convertido a Ginny en un hombre de nieve."

"Vale." Aceptó Hermione. "Pero no voy a salir ahí fuera con falda. Tengo que cambiarme. Ahora te alcanzo."

"Vale, no tardes." Ron sonrió y se fue.