- ¡Joder, si es que cuantas más rodeos le doy, más estúpido me siento! – Sin dejar de caminar nerviosamente en círculos por todo mi estudio, lo que comienza a enervarme, el caballero de Capricornio redunda por enésima vez en el monotema que parece abarcar todo su universo desde hace dos semanas. Si no lo considerara prácticamente como a un segundo hermano menor, ya lo habría enviado a hacer puñetas desde hace casi el mismo tiempo.
- Shura - después de media hora en silencio, soportando estoicamente todo un aguacero de imprecaciones contra el caballero de Acuario, me decido a hablar. Me observa, expectante -, vas a terminar por horadar un surco en mi habitación.
- ¿Qué¡No estoy de humor para bromas estúpidas, Aioros, hablo en serio!
- Tan sólo pretendía quitar un poco de hierro al asunto. –justifico mi pequeña broma, que no parece haberle resultado muy graciosa. En fin, tendré que repetirle lo que ya desde hace varios días viene siendo una constante- Ya lo hemos hablado muchas veces. Si terminó¿Por qué no lo dejas correr de una vez? Han pasado ya dos semanas.
- Eso es fácil de decir para ti. ¿Cuántos años lleváis vosotros dos juntos? Nunca habéis tenido problemas - recapacita estas últimas palabras tan pronto salen de su boca, y antes de que sea yo quien le impela a ello, es él mismo quien rectifica, avergonzado y entristecido. – Bueno, casi… Lo siento, Aioros, hablé sin pensar.
Al igual que Saga, todavía se culpa por lo sucedido hace trece años, pese a que ya he perdonado a ambos, por activa y por pasiva. No obstante, prefiero omitir cualquier alusión a ese tema, no es un recuerdo agradable.
- No pasa nada… - por fin se detiene, más calmado en apariencia, aunque intuyo que, bajo su expresión ahora de serenidad, oculta la culpabilidad por su reciente salida de tono y el dolor por el rechazo del caballero de Acuario. Toma una silla aledaña, y le da la vuelta, hasta dejar el respaldo delante. Se sienta, recostando en éste su torso, y desliza su mano por sus cabellos. Permanecemos durante el transcurso de unos cuantos minutos en un incómodo silencio, él con expresión mustia, la mía grave, aunque curiosa. Finalmente, son sus labios quienes rompen con la enmudecida elipsis que inunda todo de una molesta tensión.
- No lo entiendo, Aioros…
- ¿El qué?
- Nada de lo ocurrido. Hay varias cosas que no cuadran en la actitud de Camus. – ahí vuelve otra vez.
- ¿Por qué? El no mintió, por lo que me has contado. Nunca te dijo nada que pudiera dar a entender que te correspondiera de igual manera. Comprendo que te sientas "estafado" en parte, pero siendo ecuánimes, no tienes motivos fehacientes en el fondo para ello.
- No todo lo que se siente es lo que se dice, del mismo modo que no todo lo que se dice es lo que se siente. Y en ocasiones, a pesar de que generalmente su actitud no era muy diferente a como había sido siempre, parecía…no sé, soltarse. Algo en sus reacciones, su sonrisa, o tal vez la forma en que me miraba. Pero, tan pronto parecía darse cuenta de esto, sus facciones se templaban de nuevo.
- Tal vez eso fuera tan sólo lo que tú creías, o querías, ver.
- Es posible. Quizás, aunque no di mucha importancia al hecho de que no manifestara su afecto abiertamente (ya sabes que tampoco yo soy precisamente un dechado de efusividad), sí me hubiera gustado una reacción así.
Su rostro se reviste de un ropaje melancólico, anhelante. El enfado por la impresión del desengaño cede ante la tristeza de la ausencia del caballero francés. Debo confesarme impresionado por mi compañero, a quien tan bien creía conocer. Nunca antes lo vi tan afectado por nada, con la excepción de nuestro primer encuentro cara a cara tras ser resucitados. Aunque, en justicia, tampoco antes de todo este affaire me había confesado que hubiera sentido interés por nadie, allende la simple amistad. Máxime hacia otro hombre, aunque siempre fue tolerante, y en extremo respetuoso, hacia mi relación con Saga. Y, ahora de pronto, en poco más de un mes, enamorado, correspondido y rechazado. Así parece tan vulnerable…Me recuerda a cuando llegó al Santuario, apenas un chiquillo, huérfano y procedente de muy lejos. ¡Pobre!
- Ahora que lo pienso, si realmente tan sólo hubiera sentido deseo a nivel sexual, lo habría dejado bien claro desde el comienzo¿no? Tampoco hubiéramos pasado prácticamente todos los días juntos, a solas. – Un pequeño brillo de ilusión o, para ser más precisos, "de ingenuidad", destella en sus violáceos iris.
- También sois, o bueno, erais, amigos¿no? A no ser que estuvieseis todo el tiempo en la cama, o paseando por el campo agarrados de la mano, no veo qué tiene de anormal. Y el primer día, si no recuerdo mal y no me has ocultado nada, lo único que le dijiste era que te gustaba. Pudo interpretarlo como mera atracción física. – Un nuevo golpe de realidad lo devuelve a tierra, aunque percibo nuevos atisbos de irritabilidad.
- Le dije que me gustaba, sí …después de haber admitido, largo y tendido, que me sentía confundido al verle, me ponía nervioso, y que dudaba si lo que sentía era algo "correcto" entre caballeros, no te lo tomes a mal. No sé, lo veo más profundo que un simple calentón.
- Aun así – me empeño en llevarle la contraria, no por hacerle rabiar, como debe estar interpretando, sino por hacerle ver que tal vez sea él mismo el responsable de su desengaño. -, sigo pensando que toda esa confesión puede hacer referencia igualmente a "un simple calentón", como tú dices, pero condicionado por unas hipotéticas consecuencias posteriores, puesto que existía ya una relación de amistad previa. Existen todavía muchos prejuicios acerca de la atracción entre personas del mismo sexo. – Esboza una mueca desdeñosa, para acabar por asentir de mala gana, aún receloso.
- ¿Tú crees? – Respondo con una leve flexión de mi cuello, ratificando todo lo que hasta ahora le he comentado. Una sonrisa a medio camino entre triste e irónica surca su rostro. – Sí…tendrás razón como de costumbre, Aioros. Pero esto me supera¿sabes? Jamás creí que sentiría algo así, tan increíble, por nadie, menos aún por otro hombre, y tan pronto llega, se esfuma. Es injusto...
Claro que es injusto. Aunque puedo considerarme enormemente afortunado en cierto modo, sé que los senderos por los que por vez primera discurre el enamorado caballero de Capricornio son abruptos y tortuosos, aun para alguien experimentado. En ocasiones, incluso, poco importa cuántas precauciones se tomen para evitar el tropezar: simplemente sucede; eso cuando no te desvías por completo de la senda, precipitándote hacia los insondables abismos adyacentes que se apuestan a uno y otro lado del camino. Pero ¿qué puedo decirle?
- Ya… - Vaya, no es que coincida exactamente con la imagen de un grandioso, convincente discurso que tenía en mente. – De todas formas, aunque te puedas sentir dolido todavía, deberías pasar página ya¿no?
- Sí…Supongo que se me acabará pasando después de una temporada. No tiene mucho sentido estar lamentándose por algo que no tiene remedio. Y, antes que a ninguna otra cosa, nos debemos a Atenea: no puedo permitirme el limitarme a estar aquí, quejándome y autocompadeciéndome. - Aquí tenemos una vez más al Shura de siempre, por encima de todo orgulloso y férreo protector de la diosa. – Aunque, por el momento…duele, no puedo evitarlo.
…O no tanto.
- Oye, si albergas tantas dudas¿por qué no has intentado hablar con Camus, pedirle explicaciones y despejarlas así definitivamente?
- ¿Qué¿Y que piense que estoy colado por él hasta el punto de arrastrarme hasta su templo y sollozarle que vuelva? –Tampoco es que me refiriese exactamente a algo así. Ahora es el ego del caballero que blande Excalibur quien habla por sus labios. -Ni hablar, de ninguna manera pienso rebajar más mi orgullo, ya ha sido suficientemente pisoteado. Si alguien tiene que dar explicaciones, debería ser él, en efecto, pero no porque yo se lo pida.
- Pero si eres tú el que lleva dos semanas monopolizado por suposiciones del estilo "a lo mejor es que…" y justificando imposibles, cuando no estás directamente furioso, quejándote de haber sido una pobre víctima, o de sentirse estafado.
- En el fondo, lo soy. – Volvemos a las mismas, tengo la sensación de que cada vez que sale a colación el asunto de Camus, acabamos inmersos en una especie de espiral. En semejantes circunstancias, un bufido se hace inevitable, preludio de una exasperación que se abre ya camino en mí. Comienza a dolerme la cabeza. ¿Cómo podemos llegar a ser de un instante para otro tan complicados, tan contradictorios, o viceversa?
- Vamos a ver, Shura. – Del mismo modo en que una laboriosa hormiga recolectaría grano para el invierno, hago acopio de paciencia, antes de continuar con un nuevo, aunque intuyo fútil, esfuerzo por hacerle entrar en razón y decantarse por una u otra opción: bien olvidarse del pelirrojo francés, o bien aclarar sus recelos de forma definitiva, lo que probablemente desemboque en lo primero. – Piensa en lo último que has dicho. Aunque, como arguyes, seas la "víctima" de un trato cruel y despiadado…
- No me estás tomando en serio¿verdad? – la condescendencia presente en mis palabras le irritan, considerando que le estoy tratando como un niño. Y no se equivoca: le doy el trato que en estos momentos merece.
- Claro que sí, déjame continuar. ¿Qué estaba diciendo? Ah, vale… aunque, efectivamente, te consideres víctima de un engaño, es tu versión de los hechos, tu palabra contra la suya; e, indudablemente, si él es consciente de haber obrado correctamente y dejar las cosas claras por su parte, no tiene motivo alguno para tener que acudir a ti y dar explicaciones. Es decir, si puede decirse que existe alguien interesado en despejar ciertas incógnitas, ése eres tú y no otro.
Abre la boca para replicar pero, malhumorado, opta por guardar silencio. Yo ya no puedo hacer mucho más. Estar ahí, cuando me necesite, claro. Pero no sé ya cómo aconsejarle, qué decirle. Por el contrario, estoy cada vez más convencido de que corresponde a él, a lo sumo a ellos dos, el zanjar el tema sin necesidad de intermediarios. Me mira, y su molestia parece haber remitido, reemplazada por una cierta empatía.
- Debes estar ya harto¿no es así? – sonríe ahora. Se lleva a la nuca ambas manos, a la vez que inclina la silla hacia atrás. – No me extraña…También pensaría lo mismo que tú de ser distinto el contexto, y otros los protagonistas.
- No importa. Nadie nos prepara para estas cosas, siempre es bueno poder contar con el apoyo de alguien…aunque ese infeliz termine desquiciado.
- ¡Vaya que sí¿Quién me iba a decir, hace unos años, que acabaría actuando como un caprichoso adolescente enamorado¡Y de un francés, para más señas! – Ahora ya bromea, por fin, sacando a relucir la supuesta y tópica rivalidad existente entre España y Francia, sus respectivos países de origen. Después de balancearse en la silla durante unos minutos, a modo de mecedora, detiene su armónico vaivén, para a continuación levantarse. Estira su espalda, para desentumecer los músculos, y comienza a caminar hacia la salida. – Bueno, ya he sido suficientemente pesado por hoy. Volveré a mi templo, a seguir devanándome los sesos.
- No pienses mucho, o se derretirán…Y sabes que puedes ser todo lo pesado que quieras, mi templo está siempre abierto para ti.
- Gracias por todo, Aioros. – Ya bajo el umbral de la puerta, desaparece. Espero que acabe aclarándose de una vez, por su bien, y el mío propio.
