4. La cabra montesa

Odio a Shaka… Sabía que era prácticamente un novato al ajedrez, y sin embargo se propuso humillarme a base de bien delante de todos. Bueh, ya me cobraré mi venganza en cualquier momento. Al menos he podido desquitarme con Aioria, totalmente lego en el antiquísimo juego de mesa. No ha sido muy honorable, pero, desde luego, ha servido como excelente desahogo. Acabo de cruzar Sagitario, después de departir una animada charla con su anfitrión, centrada en las nulas habilidades de su hermano para el ajedrez, y por fin, me dirijo a mi templo para rematar un día tranquilo.

Definitivamente, me he propuesto dejar correr lo de Camus. Aioros debe de estar en lo cierto: tal vez tan sólo pretendiese pasar un buen rato y yo, cegado por mis propios sentimientos hacia él, lo malinterpreté. No vale la pena seguir derrochando irremplazables neuronas, tiempo y energías. Mejor retener los buenos momentos, y dejar que la vida siga.

Tan pronto pongo un pie en la décima Casa, todo este optimismo, frágil como un castillo de naipes, flaquea tambaleándose ante una repentina, intranquilizante intuición. Si me he determinado finalmente olvidar a Camus¿por qué mi mente me traiciona, creando la ilusión de su cosmos, tan amenazadoramente cercano¿Por qué, no contenta con ello, se ensaña más si cabe, delineando con absoluta precisión cada uno de sus rasgos a medida que me adentro entre las pétreas paredes de la décima Casa, la de Amaltea, de la que se dice amamantó al mismísimo Zeus? Me froto los ojos con la absurda esperanza de que estas ilusiones se desvanezcan, pero tan sólo consigo que los mismos contornos se muestren ahora vagos y difuminados.

- Shura… - El juego se torna ya macabro, y no me hace ninguna gracia. Su cosmos, su imagen, y ahora su voz. Mi propósito de enmienda se va directamente a hacer gárgaras.

Aunque es posible que quizás no sea un engaño de mis sentidos, y realmente sea el caballero de Acuario en persona, frente a mí, su bello rostro aunando sorpresa y turbación, de lo que da fe su cabeza, inclinada tan pronto nuestras miradas se cruzan. ¿En verdad es él? Alucinando o no, opto por responder.

- ¿Camus¿Qué haces aquí? – De tener que atravesar el templo para dirigirse a cualquier otro, quedarse quieto e inmóvil no es precisamente un mecanismo, o un requisito para ello…a algún otro motivo obedecerá su presencia aquí.

- … - recela antes de declarar sus intenciones. Alza sus ojos, de efectos todavía demasiado mesmerizantes. Como el remolino con que Caribdis devolvía al océano el agua engullida, están a punto de provocar un naufragio, atrayendo mi nave hacia sus fauces. Mierda, creí que podría afrontar esto mejor…- ¿Podemos hablar?

No respondo. O, al menos, no con palabras. No de muy buen humor, le hago un simple gesto con la mano, indicándole que me acompañe hacia las cámaras privadas. Ilusión o realidad tangible, escucho perfectamente el golpeteo de sus pasos lentos, como si se arrastraran contra el suelo, a metro y medio de mí.

Llegamos a la cámara principal, que hace las veces de sala de estar, cuando no de improvisado dormitorio. Tomo asiento en un diván, y sigo sus movimientos, análogos a los que yo mismo acabo de ejecutar, expectante por saber qué puede traerle por aquí a hablar conmigo.

- ¿Y bien?

- Verás… Sobre lo que ocurrió "aquel" día… - Oh, vaya… ¿se referirá tal vez al día en que, despreciando una sincera confesión de amor, huyó de mí como si fuera el más repugnante de los leprosos, tras alegar que tan sólo un afán meramente carnal era lo que manteníamos? Tan sólo de recordarlo, cobra definitiva confirmación el hecho de que no he superado absolutamente nada, y todos los buenos propósitos elaborados con ayuda de Aioros quedan en simple papel mojado. Me trago la rabia, que comienza a llevar mi sangre a temperaturas bastante próximas al punto de ebullición. – Quería pedirte perdón…

- Ah, ya veo¿te apetece otro polvo? Pues hoy va a ser que no…creo que me duele la cabeza. – el tono, de indiscutible irritación, le coge por sorpresa. Frunce el ceño y se pone en pie, visiblemente molesto.

- Déjalo, no sé ni para qué he venido. Adios…

Algo en mi interior, tal vez mi conciencia, profiere decenas de insultos simultáneos reprochándome mi reacción, que admito desaforada. Sus palabras sonaban sinceras, y le he atacado con desmedida crueldad. Ah, maldito orgullo…siempre habla más alto, cuando debiera de ser el primero en callar.

Veo virar con un movimiento grácil la cascada escarlata, suspendida en el aire, y alejarse en dirección a la salida. Rápidamente, el "algo" reprobador de segundos atrás me pone en pie y persigue al francés, alcanzándole a pocos metros ya del exterior y reteniéndole afianzando uno de sus brazos con mi mano.

- Camus, espera… - se gira con un tenue temblor, mezcla de frustración e ira convenientemente canalizada, a diferencia de la mía, que si bien no es explosiva, como se podría considerar de, por ejemplo, los arrebatos de Aioria o Death Mask, suele acarrear consecuencias notablemente más serias.

- ¿Por qué? – Se zafa de mi agarre con un movimiento seco y rápido.- He venido a pedir perdón…No merezco recibir un trato así por tu parte, al menos por esa razón. ¿Tratas así también a todos los que imploran tu piedad en combate?

Mi primer instinto es replicarle si está realmente seguro de que no es acreedor de mis rudas palabras. Pero en esta ocasión, por suerte o por desgracia, mi condenado orgullo sale mal parado, y aquel "algo", que no resulta ser más que yo mismo, en un insólito fenómeno de disgregación, es quien toma el control de mis cuerdas vocales.

- Lo siento. Quédate, por favor… - imploro, consciente del doble sentido que en su esencia encierra esta frase. Por eso todavía me duele tanto: sigo tan enamorado como el primer día. Espero al menos no exteriorizarlo tanto, no me agrada la idea de verme tan vulnerable.

Al igual que la mía, su cólera se apacigua. Asiente con una nimia flexión de cuello y permanece inmóvil, esperando a que sea yo el iniciador de la breve marcha de regreso al salón. Repetimos idénticos movimientos a los realizados hará unos minutos, y, como si este incidente no hubiera existido, nos encontramos en el punto de partida. La única diferencia con respecto a entonces, una muda pugna por dirimir cuál de los dos deshará el incómodo silencio que nos acordona.

- Bueno, parece que estamos como al principio. -Es tanta la obviedad de la oración recién pronunciada que ni debería contar.

- Ya… - …y no menos obvio su asentimiento. Será mejor dejarse de tonterías.

- ¿Por qué has venido, Camus?

- Quería disculparme por lo sucedido el…el último día que estuvimos juntos. Te mentí.

- ¿Cómo? - ¿me mintió¿En qué sentido? Comienzo a temerme lo peor.

- Cuando te dije que no sentía lo mismo, que no figuraba en mis planes el que mantuviéramos una relación a ese nivel, y que era más bien sexo sin compromiso.

- Oh¿Eso quiere decir que había alguien más? – me enervo, y conmigo también el vello de mis brazos, encrespándose casi al unísono. Hago un esfuerzo para mantenerme sereno y razonable, al menos hasta haber escuchado lo que me tiene que decir.

-¡Qué¡No, de ninguna manera! – sacude sus manos, dando un mayor énfasis a su negativa. Sus cejas también se han arqueado extrañadas, y alarmadas ante mi cuestión.

- ¿Y entonces?

- Te costará creerlo. La verdad es que -Inspira profundamente, desvía su mirada y juraría que se ha ruborizado. Detalles que apuntan a una grandiosa o, por el contrario, embarazosa revelación. -…me asusté. - ¿Qué?

- ¿Qué? – la pregunta recién formulada en mi mente cobra ahora su manifestación acústica.

- Me entró el pánico al oírte decir "te quiero". – Eso ya lo sé. Cualquiera, al verle salir de la cama a toda velocidad, lo habría deducido sin dedicar más de cinco segundos para planteárselo.

- Pero ¿por qué? – Su respuesta no ha despejado en absoluto incógnita alguna. Por el contrario, no ha hecho sino alentar mi curiosidad. ¿Por qué sintió miedo? Sé que no soy Afrodita, pero no me considero un aborto de la naturaleza. Y tampoco él, o habría huido mucho antes. No sé… quizás se sintiera agobiado, al no sentir exactamente lo mismo, o pudiera temer que la cosa terminara…

- Porque…me sentía feliz.

Me está tomando el pelo.

Hoy me he debido levantar con un cartel pegado a la frente que reza "Riámonos de Shura", porque esto alcanza ya cotas de cachondeo.

- ¿Perdón? – A lo mejor es que he escuchado mal…

- Que me sentía feliz, y me dio miedo. Era la situación la que me controlaba, no al revés…y me aterró. No quise correr riesgos, y huí. –Vale, mis oídos funcionan en plenitud de facultades; luego me está tomando por imbécil.

- Esto es una broma¿no?

- Sé que suena inverosímil. No tengo derecho a pedirte nada, pero creí justo decirte la verdad. – Ya, lo creíste justo. ¿Para mí, o para eximirte de remordimientos? Razón tenía al creerme estafado. ¿Son éstas las explicaciones que esperaba recibir?

- ¿Y qué tal, te va todo mejor, ahora que has recobrado ese "control"? - Simulo indolencia y un leve toque cínico, cuando la realidad es bien distinta. Me encuentro entre enojado, perplejo, y decepcionado por la oportunidad perdida para ambos, pero no le haré notar debilidad. Él, por su parte, encorvado, con la cabeza baja, luce también abatido.

- …Me equivoqué. – Tras reconocerlo, lleva su vista al suelo, y adopta un gesto meditabundo, como reflexionando los pros y contras de su próxima información. Cuando por fin ceja en sus disquisiciones, vuelve a alzar su mirada, haciendo notorios esfuerzos por encarar la mía. Tampoco a mí me está resultando fácil el mantenerla. Que no diga lo que me estoy temiendo, por favor…que no lo diga… - Te echo de menos…

Pues lo ha dicho. Y, tan pronto las fatídicas palabras, pronunciadas con su voz agradable y sensual, matizadas con ese acento perteneciente a la vez a todas partes y a ninguna, se hacen eco en mis oídos, una dolorosa opresión, como si acabara de recibir un puñetazo en la base del estómago, lacera mi cuerpo y me imposibilita para respirar.

¿Qué hago? No puedo…no debo flaquear. Si nos encontramos en esta situación, ha sido estrictamente responsabilidad suya. Debería ser consecuente con la repercusión de sus actos.

Aunque, como en este caso, la repercusión de sus actos me afecte directamente a mí. No puedo obviar el dolor e ira del desengaño sufrido, ni que, habiéndome mentido una vez, podría hacerlo una segunda. Pero su sola proximidad resulta demasiado perturbadora. Hacer lo que a priori podría considerarse correcto resulta a un tiempo perjudicial, nefasto para mí. ¿Qué puede entonces calificarse en verdad como Lo Correcto?

- Sé que no estoy en posición de exigir nada. – Su seductora, maldita, voz, interrumpe mis cavilaciones, incapacitándome, al menos temporalmente, para tomar una decisión. -Tan sólo quería contarte la verdad. Siento si te he podido causar daño. – Oh, sí, por supuesto que debería sentirlo. Lo hizo hace dos semanas, indirectamente también lo hizo durante estas dos semanas, y no puede hacerse una idea del que me está infligiendo ahora. No consentiré que esto pueda continuar. Me pongo en pie, y me allego a su sillón.

- Vete… - Antes de que sea demasiado tarde, le exhorto a que abandone mi templo. Se acabó. Se ha jugado conmigo, se me ha mentido y por tanto faltado al respeto, y es algo que no debería tolerar, ni siquiera en Camus. Y si para recuperar mi honor debo sacrificar mis deseos, quién sabe si mi felicidad, que así sea. Pero esto, en el fondo, está en clara contradicción con mi propósito de no permitirme sufrir más. ¿Es esto lo correcto?

- Lo entiendo. – Se yergue cabizbajo, el flequillo ocultando sus ojos. No obstante, su cabello no alcanza para ocultar sus labios, el superior mordiendo el inferior, vagamente tembloroso. – Adios…

Con el fin de apoyarse, o tal vez en un último gesto a modo de despedida, roza mi brazo. Insignificante gesto en apariencia, mas elimina, como el paso de un huracán, toda convicción anterior. Ah, mierda…no repetiré su error, me permitiré ser por una vez egoísta, y a un tiempo insensato. Ya será precisamente el tiempo quien nos juzgue.

- Joder¿a quién pretendo engañar? - por segunda ocasión hoy, apreso el brazo del caballero de Acuario, con mucha más fuerza que anteriormente, hasta atraerlo hacia mí. Cuando la distancia entre ambos es ínfima, lo aprisiono completamente en un estrecho abrazo. De espaldas como está en esta posición, no puedo hacer más que besar sus cabellos. Percibo cómo se relaja, tras la tensión lógica ante lo imprevisible de mi reacción, y hace esfuerzos por girar. Aflojo mi agarre con lentitud, sin disimular un cierto recelo ante la posibilidad de que me rehuya una segunda (y, de cumplirse este caso, última, ahora sí) vez. Afortunadamente, no tiene lugar, y pronto me es permitido contemplar una vez más, a escasos centímetros de mí, el seductor rostro del pelirrojo. Éste me devuelve la mirada, igualmente dubitativo, y atisbo nuevamente una chispa de temor. No permitiré que vuelva a suceder.

Para ello, atajando la posibilidad de que escape, vuelvo a sujetarle, suave, tranquilizadoramente, mientras beso sus labios, que llegué a odiar, y que ahora…no, en el fondo ya lo eran incluso antes, me resultan tan imprescindibles como el aire. Tras unos comienzos timoratos, avergonzados incluso, la respuesta de estos gana más confianza, aunque no puedo evitar percatarme de que tirita levemente.

- ¿Aún tienes miedo?

- Sí… - Ahora es él quien se aferra a mis costados, como reforzando, pese a su afirmación, que no huirá esta vez. -, pero ahora a perderte una segunda vez.

- No sucederá... – Le tranquilizo, sin mayor interés en prolongar la conversación, pues ya vuelvo a precisar del adictivo sabor de sus labios. Una amplia sonrisa, trazada en mitad de este segundo beso, aunque sin interrumpirlo, parece garantía suficiente de que, al menos por ahora, lo he logrado. Desearía que dicha garantía fuera permanente. El tiempo dirá…