Bienvenidos a mi segundo fic
Después de que Geowan no acabara de convencerme, estuve días pensando cómo arreglarlo. Para cuando me pude dar cuenta, ya estaba maquinando una historia distinta (original por supuesto) pero muy parecida a los fics que yo escribo (mucha fantasía y suspense). Éste fic se lo dedico a mi familia de escritoras, sobretodo a Karmen y Blanka, que dieron vida a Evan y Atenea; a Teresa, que dio vida a Charlie; y a mi hermano y mi hermanita Marina, que dieron vida a Vespasia y su carácter tan peculiar.
Sión es una mezcla de muchas historias, contada únicamente por un sólo personaje: Evan. En ellas se mezcla la traición, la venganza, la lucha por sobrevivir, etc. Historias que, aunque se muestran en un mundo mágico, pueden llegar a verse en el mundo real.
Espero que os guste y que me dejéis alguna que otra review
>>- Una lágrima brilló entre las oscuras penumbras que la inundaban. Un sollozo y resbaló por su mejilla, parándose en sus labios. Sus manos volvieron a limpiar su rostro, dándole las únicas caricias que recibiría. Al oír el ruido de unas pisadas cercanas, las cadenas que la ataban hicieron un tintineo mientras sus brazos cubrían su cabeza. Sus dedos se aferraron a su cabellera despeinada en el momento en que el ruido seco de una puerta retumbaba en sus oídos. Había llegado. Lentamente, la figura se acercó a ella, oliendo el suave perfume que emanaba de la joven moribunda. Un frío temblor recorrió su espalda en el instante en que su captor cogía sus brazos y la obligaba a levantarse. Las cadenas le parecían cada vez pesadas y ahora, ni siquiera podía mantenerse en equilibrio bajo su peso. El hombre le alzó la cabeza de malas formas, contemplando las recientes lágrimas derramadas por su rehén. Una sonrisa se vislumbró en su rostro lleno de cicatrices. No, no habría compasión para ella. Moriría a manos de aquel al que tanto había amado. Ese era su destino y su maldición. Fijó sus ojos en los de él, murmurando en silencio una última súplica. Antes de que hubiera acabado, un dolor punzante la atravesó. Sus palabras quedaron en el aire, mientras un hilo de sangre resbalaba por sus andrajosas vestiduras. La vida se escapaba de sus labios a cada respiración, cada vez más agitada, cada vez más dolorosa. Con las últimas fuerzas que le quedaban, lanzó un último grito de angustia. A su lado, su captor, el hombre por el que lo había abandonado todo, la arrojó al suelo con una mueca de asco reflejada en su demacrada cara y salió del lugar. Y así, con una última lágrima derramada, murió.-
¡Atenea, escúchame!-. Las puertas se cerraron con un leve chasquido. Algunos de los residentes observaban la escena que ocurría a su alrededor con mirada escéptica, otros con absoluto interés. Un muchacho apareció al cabo de unos segundos, buscando con la mirada la capa de su amiga. Las miradas de todos se concentraron en él, pero eso no pareció molestarle. Con un simple vistazo, bajó las escaleras principales y aceleró el paso hasta llegar al invernadero. Un suave aroma a jazmín le dio la bienvenida, provocándole un leve estornudo. Una fina arruga se dibujo en su rostro: Atenea sabía que era alérgico al polen. El frufrú de una capa a unos metros hizo que su paso aumentara. Pero se equivocaba. En el invernadero sólo se encontraba una pareja, demasiado entretenida como para prestarle atención. Vencido, decidió volver a su habitación a repasar sus apuntes. En cuanto el moreno hubo subido el primer tramo de escaleras, el grupo de residentes que lo esperaba se disolvió, volviendo a sus ocupaciones.
El camino hacia su dormitorio le pareció interminable. Quizás, pensaba, no debía haberle contado todo aquello a Atenea. Él nunca había tenido tacto con las chicas, y menos con ella. Es tan sensible, rumió en silencio ladeando la cabeza. Al llegar ante la puerta 34, hurgó en sus bolsillos y sacó una pequeña tarjeta electrónica. Para su sorpresa, no necesitó usarla: la puerta estaba abierta. Empujó levemente del pomo y asomó la cabeza. Allí, en una de las ventanas que iluminaban tenuemente el cuarto, una joven de cabellos dorados observaba el exterior perdida en sus pensamientos. Su nariz, pequeña y puntiaguda, se notaba más que nunca desde donde él se encontraba. La brisa de la mañana le daba en la cara, echando hacia atrás su cabello y dejando a la vista, aunque desde allí no se viesen, unos preciosos ojos verdes. El chico se quedó embobado mirándola. El amargo peso de su mochila había desaparecido ante tal visión. Lo único que existía en esos momentos para él era ella. ¿Por qué había sido tan idiota? Ella lo era todo para él, nunca debía haberla hecho sufrir de aquella manera. El muchacho agachó la cabeza, meditando algo que decir. En ese instante, la joven se giró, posando su vista en él.
¿por qué no me lo dijiste, Evan?- preguntó. El joven lanzó un sonoro suspiro, intentando descargarse del nerviosismo que recorría cada extremidad de su cuerpo.
no lo sé- contestó al cabo de unos segundos.- Sólo quería serte sincero. Perdóname, por favor
La muchacha apartó la vista de él unos instantes. Sus ojos verdosos se perdieron divagando hasta que al fín, volvieron a pararse en Evan.
sé que Marian es para ti lo mejor que te ha ocurrido- murmuró, esforzándose en no derrumbarse de un momento a otro al pronunciar aquellas palabras- pero... ¿qué soy yo para ti?
Evan se acercó a ella poco a poco, alargando sus manos y enlazándolas con las de Atenea. Ésta le miró con reproche: aún no había respondido a su pregunta.
Marian es cosa del pasado. Lo único que me importa ahora eres tú- dijo el joven sintiendo que las manos de Atenea apretaban las suyas con fuerza. Sus ojos grises interceptaron su mirada, reteniéndola unos segundos.- ¿Me crees?
Antes de que ninguno de los dos pudiera decir nada, una chica con gafas y de pelo moreno corto se asomó por la puerta. Atenea se apartó de él instintivamente y fijo su atención en la muchacha.
hola, Charlie- saludó, esbozando una improvisada sonrisa. La morena observó la escena con curiosidad pero se abstuvo de decir ningún comentario.
siento molestaros, chicos. Pero hay algo que debéis ver- informó Charlie haciendo un gesto con la mano para que la siguieran. La pareja no se lo pensó dos veces: Charlie nunca los habría buscado sino fuera importante. Algunos de los residentes saludaron a Atenea mientras recorrían el pasillo de camino al vestíbulo. Ésta ni siquiera los saludó. Se imaginó que toda aquella atención se debía a la pelea que Evan y ella habían tenido unas horas antes en la cafetería. En cuanto hubieron salido, la luz del atardecer les dio la bienvenida a los jardines. La mayoría de los jóvenes yacía tumbada en el césped, esperando la llegada del anochecer. Otros, en cambio, aprovechaban aquel momento para practicar antes de las clases. Los tres jóvenes cruzaron la explanada sin detenerse, hasta llegar al borde de los terrenos. A unos pasos más adelante, el mar se abría en abanico, recordándoles su larga estancia en aquella endemoniada isla. Charlie los condujo hasta el principio del bosque cercano a los jardines. Allí, entre el murmullo de las hojas movidas por las olas, la pareja pudo comprobar el porqué de las preocupaciones de la joven. Evan se asomó al pozo de tierra, intentando adivinar su profundidad sin éxito.
lo encontré hace tres horas. Parece estar hecho por los Erforks que trajo Francis- comentó Charlie mientras Atenea se agachaba para ver mejor el enorme agujero.
¿ellos han cavado todo esto?- musitó la rubia contemplándolo anonadada. La morena asintió y clavó su vista en Evan.
¿por qué lo han hecho?- preguntó, esperando que la beca en Zoología de Evan la ayudase, pero no fue así. El joven no pudo más que encogerse de hombros y mirar a otro lado: todo aquello lo había pillado desprevenido.
creo que deberíamos bajar- dijo al cabo de unos instantes Atenea. Los otros dos la miraron con sorpresa, temerosos de la oleada de valentía de la rubia.- Los animales sienten el peligro antes que los humanos. Si algo ha sucedido allá abajo, será mejor que lo averigüemos
Evan y Charlie aceptaron a regañadientes. Lentamente, treparon por las paredes de tierra hasta tocar el suelo. Evan se puso delante, seguido de Atenea. Charlie cerraba el grupo, con una expresión de miedo pintada en el rostro.
esto parece un túnel- gritó Evan para que Charlie pudiese oírle
síguelo. Debemos saber a dónde conduce- dijo Atenea empujándole hacia adelante. Evan siguió, preguntándose qué habría a cada paso y si se encontrarían al final con decenas de Erforks sedientos de sangre. Un leve escalofrío recorrió su cuerpo. Entonces, sin previo aviso, todo ocurrió.
Dos explosiones, un sólo grito. La tierra tembló durante a lo que a Atenea le pareció una eternidad. Cientos de gritos se unieron en una sola ola, mientras la tierra parecía caerse a pedazos ante una fuerza sobrehumana. Los oídos de Evan se llenaban de llantos inaudibles, mezclados con los sollozos de las dos chicas a su lado. La tierra tembló. Y después, sólo el rumor de las olas.
¿qué...qué ha ocurrido?
La voz de Atenea rebotó en las paredes de la gruta mientras nuestras respiraciones volvían a un ritmo normal. Charlie, a mi lado, temblaba convulsionadamente. Le ofrecí mi abrigo, pero ella denegó mi oferta. Sin que Atenea y yo nos hubiésemos recuperado, la morena giró y avanzó unos pasos en dirección a la salida.
¿a dónde vas?- chilló Atenea cogiéndome la mano con fuerza. Me imaginé que buscaba mi apoyo pero en esos momentos estaba demasiado aturdido. Había oído detonaciones. ¡Detonaciones¿Cómo podía ser? Târsis siempre había sido un lugar seguro para sus residentes, desde lo tiempos de los fundadores. Y ahora, algo horrible, algo que sobrepasaba toda mi razón, acababa de ocurrir. Cinco minutos. Sólo cinco minutos habían pasado y ya ni siquiera oía gritos. ¿Qué había pasado?...o mejor... ¿había sobrevivido alguien? Justo cuando esa pregunta cruzó mi mente pude volver a la realidad. Si no hubiéramos entrado en aquella cueva...si Charlie no nos hubiese avisado...
¿Qué haces, Evan?- preguntó histérica Atenea notando que yo intentaba seguir a la morena. Me agarró del brazo, intentando que no me marchase de su lado. Sentí un escalofrío recorriéndonos a ambos, como si el sólo acto de conectar nuestras miradas fuera suficiente como para entendernos. Atenea estaba, en pocas palabras, aterrorizada. La abracé, sintiendo que no podía hacer o decir nada que salvase la situación. Charlie a nuestro lado, permanecía callada. Cuando nos separamos, clavó su mirada en mí. Era dura pero leí fácilmente lo que intentaba decirme: arriba nos encontraríamos con una pesadilla real. A pesar de la estrechez de la gruta, conseguí que Atenea se levantara. Podía oír los sollozos acallados entre sus brazos, pero ni siquiera significaban algo para mí. Había oído tanto dolor hacía tan poco tiempo que todo me parecía inverosímil. Caminamos encogidos hasta el principio del pozo donde el olor de azufre se hacía más intenso. Mi mente comenzó a imaginarse los destrozos, la residencia destrozada...pero nunca lo que me encontré justo al subir.
¡NOOOO!
El poco coraje que había demostrado Charlie se había disuelto ante aquello. Ahora, tanto Atenea como ella gritaban. Sus quejidos permanecían en mis oídos mientras mis ojos se humedecían. No por el azufre de los edificios en cenizas, no por los bosques y jardines vencidos por las llamas. Había algo más que había pasado por alto: mis compañeros. Allí, entre escombros de lo que hacía minutos había sido la famosa isla de los hechiceros, se encontraban cientos de cadáveres esparcidos por el suelo. Ninguno se movía, contorsionados como estaban ante la explosión. Una figura desvió mi mirada: Atenea acababa de encontrar a su mejor amiga, Rina, unos metros más adelante. Sus ropas negras estaban manchadas de un color rojo vivo: sangre. El quejido que salió de sus pulmones fue horrible, como si fuera Atenea la que estuviese muriendo sentada entre los escombros.
Sentí un brazo enroscándose en el mío. Era Charlie. La abracé, oyendo de nuevo sus sollozos y sintiéndome impotente al respecto. No, no podía hacer nada. Nadie podía. Agarré con más fuerza a la morena, sintiendo que se desmayaba. De nuevo abrió los ojos, esta vez llenos de lágrimas, y se aferró a mí desconsolada. Desvié mi mirada y vi a Atenea tumbada junto a Rina, apoyada en su pecho carente de vida. Una sensación de odio cruzo cada nervio de mi cuerpo. El deseo de venganza se apoderó de mí. Quería encontrar al culpable, quería tenerlo frente a frente y usar mis poderes contra él. Quería ver su sangre y sonreír mientras lanzaba su último suspiro.
ti...tiene que haber alguien que pueda decirnos que ocurrió- dijo Charlie apartándose de mí y andando entre los cadáveres. El sonido de sus pasos se mezclaba con el rugir de las olas; las explosiones habían revuelto el mar. Me agaché cerca de un grupo a unos metros a mi derecha. A duras penas pude reconocer a uno de ellos: era Valentine Colmbar, de nivel 4. Lo había conocido durante mi llegada a Târsis y podría decirse que era uno de los pocos amigos verdaderos que tenía allí. Ahora, la sangre corría por su boca. Su rostro estaba desfigurado, mostrando una expresión de terror que nunca creí ver en alguien como él, siempre tan optimista y alegre. Lentamente acerqué mi mano a su cara y cerré sus párpados, rogando que allá donde estuviese viviera en paz. A su lado, para mi sorpresa y angustia, estaba Marian. Tenía el pelo moreno tapándole la cara, quizás por eso no pude reconocerla al principio. Un escalofrío recorrió mi cuerpo examinando su demacrado cuerpo: la rama de un árbol se había clavado en su estómago.
Evan- lloró Atenea acercándose a mí. Por primera vez desde la separación de mis padres, sentí que el llanto me ganaba. Mi cabeza se hundió en el hombro de la rubia, implorando que todo aquello no fuese verdad, que lo que veía fuese un sueño. Atenea contenía sus sollozos, intentando animarme a pesar de que ella también sufría. Permanecimos un rato así, derramando lágrimas rodeados de cuerpos sin vida. Todo lo demás, el cómo sobreviviríamos ahora, no tenía importancia. Los habíamos perdido, a todos.
¡Atenea, Evan¡Venid, rápido!-. Los gritos de Charlie callaron nuestros sollozos. ¿Habría encontrado a algún superviviente? Los dos nos levantamos y corrimos con todas nuestras fuerzas hasta donde ella estaba. Pero, en ese momento, el rostro de nuestra amiga cambió. Una expresión de horror hizo que nos detuviésemos en seco; algo no iba bien.
¡Están poniendo una bomba en el eje¡CORRED!-. Sin pensarlo dos veces corrimos hacia el pozo, seguidos de Charlie. Atenea fue la primera en llegar; ni siquiera se paró sino que me agarró de la mano y juntos nos tiramos hacia las profundidades del pozo. Intente oír los pasos de Charlie, pero estaban muy lejos. Cerré los ojos con fuerza, intentando aproximar con mis poderes la distancia que nos separaba, pero algo interrumpió mi concentración.
Un estruendo acompañó a los gritos de Charlie. Como si un gigante hubiese llegado a la Isla, la tierra cayó hacia un lado empujándonos contra las paredes de la gruta. El eje de Târsis, lo que mantenía en pie semejante plataforma en forma de cono, había sido destruido por la explosión. Ahora, los cimientos de la isla caían empujados por una fuerza diez veces superior a la que habíamos notado en las anteriores explosiones. El rugido de las olas nos vaticinó el fín: pronto la cima de la Isla se inundaría y tanto Atenea como yo pereceríamos ahogados. Atenea lanzó un chillido agudo al notar como la tierra que nos rodeaba iba humedeciéndose. La gruta será nuestra tumba, pensé estrechando en mis brazos a una Atenea histérica.
Fue en ese instante cuando el agua irrumpió en la cavidad, empujándonos con fiereza hacia el exterior. Sentí el agua fría recorriendo cada centímetro de mi cuerpo como si un centenar de dagas se clavaran en mi piel. Me impulsé hacia arriba, notando que el aire en mis pulmones se reducía a pasos acelerados. En cuanto rompí la superficie acuosa, Atenea se acercó a mí. Tenía los cabellos mojados pegados a la cara y se removía inquieta. Eché una ojeada a nuestro alrededor en busca de algún trozo de madera donde apoyarnos.
Evan, vamos a morir- chilló Atenea tragando sin querer más agua
no, conseguiremos salir de ésta- la animé, aunque mis esperanzas se iban evaporando conforme la altura de las olas iba aumentando. Supuse que el derrumbe de la isla habría provocado un tsunami, con lo que ningún barco de rescate habría sobrevivido. No, no había esperanzas. Moriríamos de todas formas, como nuestros compañeros, como Charlie...no faltaba mucho para ello.
Entonces, como si de un sueño se tratase, una voz llegó a mis oídos.
Vespasia, hay alguien ahí-. La voz grave de un hombre hizo que mis sentidos se concentrasen. Pude oír con júbilo como algo atravesaba las olas, acercándose hasta nosotros. Minutos después, un navío de proporciones gigantescas y de un color azul marino se vislumbró en el horizonte. Sus velas negras temblaban contra el viento de poniente, llenando mi corazón de una alegría difícil de explicar. Atenea me agarró con fuerza y nadó hacia la embarcación. Una figura, apoyada en uno de los amarres, dio unas órdenes a sus camaradas y clavó su vista en nosotros. Los tripulantes nos tiraron unas cuerdas y en cuestión de segundos subimos al barco. Los hombres nos rodearon, esperando instrucciones de su capitán, pero no hubo ninguna. El silencio se apoderó de todos, mientras nosotros temblábamos por el frío.
Cork, dales unas mantas ¡rápido!- dijo una voz aguda en el otro extremo del barco. Su figura estaba contorsionada entre los amarres, pero pude distinguir sus ropas andrajosas, propias de un pirata. Un anciano se separó del grupo y nos trajo dos mantas, que Atenea acogió agradecida. El viejo nos las dio con un gesto de desagrado y volvió con sus compañeros, encendiéndose su pipa con elegancia.
bienvenidos a bordo, hechiceros- dijo la voz aguda acercándose hasta donde nos encontrábamos. Sus botas producían un ruido seco contra la madera del navío, dándonos a entender tanto a Atenea como a mí que aquella figura era sin duda alguna el capitán. Pero, para mi sorpresa, me había equivocado en un pequeño detalle. La mujer, vestida con unos pantalones oscuros hasta la rodilla y una camisa, llegó ante nosotros con una expresión de triunfo en la cara. Sus ojos azules inexpresivos nos contemplaron unos segundos. – Será mejor que me presente. Mi nombre es Vespasia Prometeo, capitana de vuestro buque salvador: el Zafiro.
¿Os ha gustado? La verdad es que la escenita esa del principio es un poco tétrica, pero c'est la vie. Por otro lado, la presentación del Zafiro me ha encantado, no sé, creo que me ha quedado bastante claro el respeto que le tienen a Vespasia. ¿Y a vosotros?
Si queréis decirme qué os ha parecido o darme alguna crítica (constructiva, por favor) sólo dadle al Go!
Ly
