NO ME OLVIDES
II. Primeras reacciones
Como cada mañana se sienta a la mesa junto al ventanal y pide un café con leche caliente con dos terrones de azúcar. Mientras lo bebe a pequeños sorbos, echa una ojeada a los titulares del Profeta. Nada interesante, sólo un accidente menor de magia descontrolada, la supuesta visión del vuelo de un fénix, y las declaraciones del Ministro acerca la importancia de la seguridad y el uso de hechizos desmemorizantes en muggles. Sacude la cabeza: desconfía de la política del nuevo Ministerio, en ciertos aspectos le recuerda los tiempos de Cornelius Fudge, que con su rechazo a admitir el regreso de Lord Voldemort permitió que el enemigo ganara un tiempo precioso para reorganizar sus filas. A su parecer, el Ministro de Magia está abusando de los hechizos desmemorizantes y se está despreocupando demasiado de otros temas, como el de la magia descontrolada. Quizá no se debería tratar el problema tan a la ligera y realizar un estudio más profundo de la verdadera causa de esos accidentes. Es un poco raro que en los últimos meses se hayan producido el triple de casos de lo habitual, la mayoría en Escocia.
Deja tres monedas de plata sobre la barra y se despide de Rosmerta con un simple gesto con la cabeza. Ya en el exterior, cierra los ojos y respira hondo, preparándose para aparecerse cerca de su trabajo. Durante unas millonésimas de segundo todo deja de existir, mientras las partículas de su cuerpo viajan a la velocidad de la luz hasta el punto de destino. Cuando vuelve a tomar conciencia de sí misma, se halla ante un edificio cilíndrico de mármol rosado: la CIMA, Central de Investigaciones de Magia Avanzada.
Con paso decidido se dirige hacia el despacho que ocupa en la tercera planta. Hoy es un día como cualquier otro: en su mesa le espera un montón de informes que tiene que leer y analizar, para poder validar o descartar nuevas teorías, antes de dejar que el Departamento de Experimentación empiece a hacer pruebas con los nuevos hechizos.
Cuando pasa por delante de MacNair, se siente incómoda, nunca le ha gustado que la repasen de arriba a abajo. Aunque ya debería haberse acostumbrado, forma parte de la rutina de cada día.
Y entonces, como siempre, sus ojos se dirigen hacia una mesa del fondo, vacía. En el panel mágico, las iniciales HP vienen acompañadas de una estrella roja, indicando que su ocupante no se halla en el edificio. La mujer suspira. Para no romper la costumbre, también hoy su compañero y amigo de toda la vida llegará tarde al trabajo. Definitivamente, hoy es un día como cualquier otro para Hermione Granger.
-.-.-
Mira hacia el horizonte, fijamente. Un punto se aproxima. Cada vez es mayor. Una mancha blanca. Un pájaro blanco. Una lechuza, para ser exactos. Su lechuza. Harry sonríe, cuando está con el pájaro, es feliz. Igual que cuando vuela.
Una cosa le preocupa: no recuerda haber mandado ningún mensaje. Tampoco espera recibir ninguno. Pero ahí llega Strogoff, con un pergamino atado en una pata. Con curiosidad, alarga un brazo. El ave, bien entrenada, se posa suavemente en el dorso de su mano, vigilando de no clavar las garras en su delicada piel.
Con cierta dificultad, consigue descifrar el nombre de la destinataria: Virginia Potter. Es para su esposa. Bueno, ya se lo dará más tarde. Y en el mismo momento que lo guarda en el bolsillo de su túnica, es como si lo lanzara en el pozo del olvido.
- Buen chico - dice, mientras acaricia el plumaje de su magnífica ave.
El pájaro empieza una serie de gestos que va repitiendo una y otra vez, sin alterar el ritmo: baja la cabeza dos veces, despliega las alas, espera. Baja la cabeza dos veces, despliega las alas, espera.
Harry mira el ave, hipnotizado por la cadencia de sus movimientos. ¡Es tan bonito! Sin darse cuenta, todo su cuerpo sigue el ritmo de esta danza olvidada, de este lenguaje que su mente trata de recordar. Y finalmente recuerda. Su rostro se ilumina, ha comprendido lo que el pájaro intenta comunicarle: Harry, espérame.
- Siempre, Draco - susurra. - Siempre.
-.-.-
- Ron, amor. Tu hermana está en la chimenea.
El hombre lanza un gruñido, molesto de que lo despierten a primera hora de la mañana. Bueno, en realidad no tiene ninguna idea de qué hora es, pero seguro que el mundo puede continuar sin él un ratito más. Amaga la cabeza bajo la almohada, para que nada vuelva a irrumpir su sueño. No piensa permitir que ni el sol ni la voz de su esposa le roben unos momentos de felicidad.
- ¡Ron! ¡Ginny quiere hablar contigo! ¡Es importante!
Los ojos de gacela de la mujer buscan alguna reacción del marido. No hay ninguna. Decide cambiar de táctica. Avanza de puntillas hasta la cabecera de la cama, aunque, a decir verdad, esta precaución es inútil: él ya está roncando otra vez. Con delicadeza, retira la almohada y acerca sus labios a la oreja de su marido:
- Se trata de Harry - susurra en una voz casi imperceptible.
El pelirrojo se despierta automáticamente.
- ¿Harry? ¿Qué le pasa, a Harry?
No espera respuesta. Se levanta de un salto y cruza la habitación como un rayo, sin darse cuenta que sólo va con unos calzoncillos naranja chillón. Su mujer sacude la cabeza, reprobando el comportamiento pueril de su marido, y regresa al baño, para acabar de peinarse y arreglarse. No puede entretenerse demasiado, pronto tendrá que bajar para evitar que Ron monte una escena con las malas noticias. Pero antes tiene que asegurarse que el sari le queda impecable.
-.-.-
- Buenos días.
Hermione levanta los ojos, sorprendida. No es habitual que la saluden a esas horas, cuando ya lleva la mitad de la mañana trabajando en las nuevas fórmulas. Respiración agitada, cabello negro hecho un embrollo, gafas medio torcidas... Harry Potter espera delante de su mesa, un poco asustado, como un niño que espera un castigo de su profesora.
- ¿Se puede saber de dónde vienes? ¿Por qué llegas tan tarde?
El hombre agacha la cabeza, avergonzado. Su amiga quisiera sermonearle por su falta de responsabilidad, avisarle de que si sigue así, su puesto en la CIMA peligra... pero hay algo en la expresión de Harry que la refrena. Algo anda mal. Muy mal.
-.-.-
- ¡No me lo creo! - ¡CHAS!, la taza de porcelana acaba al suelo, haciéndose añicos. - ¡Harry no puede estar loco! - ¡CRASH!, la tetera sigue el mismo destino.
Padma Patil aparta la mirada de la mancha oscura que se extiende por el suelo, y la fija sobre los ojos de su marido. El pelirrojo no puede evitar encogerse ante la expresión severa de la mujer, normalmente esta mirada no indica nada bueno.
- ¿Cómo tengo que decirte que el Alzheimer no es locura, sino una enfermedad?
Es la primera vez que la oye. Desde que su hermana le ha contado la... desgracia, no ha escuchado nada más. De repente, una nueva idea coge forma en su mente. ¿Cómo no se le habrá ocurrido antes? Su esposa, la famosa doctora Patil, neuróloga... sólo ella podría salir con una extraña enfermedad como esa... ¿Por qué no le ha dicho nada? ¿Por qué siempre tiene que ser él el último en enterarse de todo?
- ¿Tú lo sabías, verdad?
La mujer queda horrorizada ante el cambio en el semblante de Ron, nunca le había visto así: boca abierta, enseñando los colmillos, saliva espumeante, ojos brillantes de rabia apenas contenida, la mano levantada, amenazadora... por unos instantes la imagen se transforma en la de un lobo a punto de atacar. Tiene miedo, pero mantiene el control. Algo debe conservar de sus antepasados, que en sus tierras eran famosos, sobre todo, por saber amansar las fieras. Repite una extraña melodía, con efectos sorprendentes. El hombre vuelve en sí, asustado por lo que ha estado a punto de hacer. Nunca ha agredido a su mujer, antes. No quiere que haya una primera vez.
- Lo siento - murmura. - No sé qué es lo que me ha pasado... supongo que todavía no me hago la idea de eso de Harry.
Acaba en los brazos de su esposa, que no deja de cantar la melodía mientras sus largos dedos resiguen dibujos imaginarios en la piel pecosa. Le invade una calma inusual, la canción hipnotizante de la hindú consigue trasladarlo en un paraíso donde los problemas se disuelven en la nada. El subconsciente puede distinguir unas palabras entre esa melodía:
- Un camino sinuoso se abre ante nuestro amigo. No pongamos más trabas, ayudémosle a salvar el peligro.
Más tarde olvidará la letra, pero las palabras habrán quedado grabadas en algún rincón de la memoria.
-.-.-
Esta tarde, cuando todos han vuelto ya a su hogar, se acerca a la mesa de trabajo del fondo de la sala. Su cabeza da vueltas sobre la extraña conducta de su mejor amigo. Durante todo el día lo ha estado observando, y en más de una ocasión lo ha pillado con la mirada perdida, la pluma detenida a medio camino entre el papel y el tintero; pero enseguida sacudía la cabeza y volvía al trabajo. Aparentemente. Aunque desconfía, hace tiempo que Harry no le entrega ningún informe, ni tampoco le pide permiso para utilizar la Sala de Pruebas. Como si su fuente de inspiración para inventar hechizos se hubiera secado.
La mesa es un auténtico desorden. Eso no tiene nada de raro, él ya era un desastre cuando estudiaba en Hogwarts, y no parece haber mejorado mucho como adulto. Espera, no es normal que haya una nube de pequeñas gotas de tinta suspendidas en el aire, a dos palmos por encima de su cabeza. Magia descontrolada. Al suelo, otro objeto llama su atención: un pergamino enrollado. Lo recoge. Su intención es dejarlo sobre la mesa para que Harry pueda encontrarlo por la mañana, pero cuando sus ojos descubren el nombre de la destinataria, la curiosidad puede más que ella y acaba deshaciendo la cinta de plata. Una ojeada no puede hacer daño a nadie, ¿verdad?
Sólo una frase y una firma: "Vendré esta noche. D. Malfoy"
Hermione se queda boquiabierta. ¿Qué significa este mensaje? ¿Es una cita entre Ginny y Malfoy? ¿Draco Malfoy? Tal vez sea ésa, la razón de la falta de concentración de Harry durante los últimos días, lo atormenta la idea de que su mujer le sea infiel... No. No quiere creer en la posibilidad de una aventura amorosa. Quizá eso sería propio de Malfoy, su fama no habla mucho en su favor, a pesar de que hasta ahora no se ha acercado nunca al círculo de íntimos de Harry. Hasta ahora. ¿Pero y Ginny? Si nunca ha existido una persona más devota e incondicional a Harry, ésa ha sido Ginny. Lo ha amado desde el primer día en que lo conoció. Lo amaba cuando él la ignoraba y ella tuvo que aprender el juego de la seducción con otras personas. Lo amaba cuando era un secreto a voces que él estaba con Draco. Lo amaba cuando desapareció y todo el mundo lo daba por muerto. Lo ha amado durante ya casi veinte años de matrimonio, incluso sabiendo que el corazón de Harry nunca le pertenecerá del todo, siempre lo tendrá que compartir. Hermione se avergüenza de haber dudado, por unos instantes, de su amiga.
¿Entonces qué le ocurre a Harry? Algo no anda bien, y no dormirá tranquila hasta que no haya resuelto ese enigma. Quizá hoy es un buen día para quedarse un poco más y consultar en la biblioteca.
-.-.-
La muchacha no deja de observar a su padre, que se acerca a la estantería y empieza a palpar cada uno de los objetos con la ternura de la caricia de un amante. Esa estantería es un verdadero museo de lo que ha sido la vida del famoso Harry Potter: un estuche aterciopelado, con su primera varita, acebo, veintiocho centímetros, rígida, núcleo de pluma de fénix. Libros de defensa contra las artes oscuras y manuales avanzados de hechizos y pociones. Una vieja capa plateada, medio rasgada y remendada. Varios trofeos nacionales e internacionales de quidditch, snitchs doradas y guantes de protección. Un puzzle tridimensional, con piezas que cambian de posición según el estado de ánimo de quien lo contempla. Una bola transparente, que cuando él la agarra se llena con una neblina escarlata. Un suspiro escapa de los labios de la hija, mientras ve a Harry sacudiendo la bola y entusiasmándose ante las singulares formaciones de humo, como si fuera la primera vez que tiene una recordadora en sus manos. Rojo: significa que ha olvidado algo... lástima que no hay manera de recordar qué es lo que se ha olvidado.
Harry cierra los ojos, cuando los abre ha cambiado el escenario. Una enorme pradera de césped, no muy lejos del bosque, un muro de piedra vieja: el jardín de Hogwarts. Dos filas alineadas de niños, cada uno con una escoba a sus pies... la primera clase de vuelo. Se estremece, por un momento tiene pánico de no saber volar. Su mirada se cruza con unos ojos de plata. Es inevitable, vaya donde vaya, esos ojos siempre están allí.
Todos están preparados para arrancar el vuelo. De repente, gritos, chillidos, un accidente. Neville Longbottom se ha fracturado la mano. La profesora Hooch dice algo mientras se aleja con el herido, pero toda la atención de Harry la ha robado cierto rubio de Slytherin, que con una gracia felina se agacha y recoge un objeto del suelo. Una recordadora.
Se enoja por no poder desviar la mirada de este chico que a su alrededor siempre se comporta de forma provocadora. Le insulta, le dice las cosas más desagradables que se le ocurren, lo mete en problemas. Pero en el fondo sabe que simplemente lo hace para conseguir su atención. ¡Cómo si no se la hubiera ganado ya! Cuando se halla ante la presencia de Draco, pierde el norte. Si Draco bajara al mismísimo infierno, sin dudas Harry lo seguiría hasta sus puertas. Y esa vez no es distinta. El rubio vuela hacia las nubes, y Harry le sigue... ¿Cómo podría dejar escapar esta figura que sólo puede haber salido del país de los sueños?
Volar. Harry se da cuenta de que el aire es su elemento natural. Si vacía la cabeza, él mismo se convierte en aire, y puede desafiar las leyes de la gravedad. No entiende cómo puede haber tenido miedo de no saber volar. Es muy sencillo, si se lo propusiera podría volar sin escoba.
Draco cruza su campo de visión, con la recordadora en la mano. Sonríe con malicia:
- ¡Atrápala si puedes!
Y lanza la bola bien lejos. Harry sale disparado como una saeta, el viento le silba a los oídos. No puede permitir que un objeto tan bello, que ha estado en manos de una criatura angelical, tenga un final tan trágico. Se anticipa a la colisión, consigue atrapar la recordadora a pocos metros del suelo, y aún se permite realizar una pequeña pirueta antes de aterrizar suavemente en el césped.
Lleno de curiosidad, mira dentro de la bola de cristal, como si pudiera descubrir los secretos del universo en su interior. El entorno es otra vez confuso, igual que sus recuerdos, y Harry parpadea, buscando referencias que lo ayuden a situarse. El jardín ha desaparecido, se encuentra entre cuatro paredes: está en el salón de su casa. Todavía tiene la recordadora en la mano, nítida, transparente, sin ningún rastro de humo. Y a través del cristal puede ver, distorsionada, una cara conocida. Ojos de plata, rostro pálido, labios sensuales que dibujan una sonrisa sincera.
- ¿Draco?
Alarga la mano libre para palparle, temiendo que desaparezca igual que el jardín. Esta vez no es un recuerdo, puede sentir la piel añorada bajo sus dedos. Su Draco ha vuelto.
Los dos hombres se abrazan con desesperación. Muchas palabras por decir, pero no se pronuncian por miedo a romper la magia del momento. Quizá no tienen que decirse nada. Parece que con la proximidad, el Vínculo Vital que una vez conjuraron ha recobrado fuerza. Cuanto más tiempo pasen uno al lado del otro, más podrán entenderse sin necesidad de cruzar palabra.
Ninguno de los dos ve como la chica abandona la sala, furiosa por el espectáculo deplorable que ofrecen, insensibles a su entorno... ¿Cómo pueden haber olvidado que no están solos? ¿Qué significa ese abrazo con tanto sentimiento? No recuerda que su padre nunca haya mostrado tanto cariño hacia su madre... ¿Quizá Harry ha olvidado que está casado? ¿Que tiene una esposa y una hija?
Intentando contener las lágrimas, la muchacha no se da cuenta de la presencia de Ginny, que ya lleva rato de pie junto al umbral sin atreverse a intervenir en el encuentro entre los dos antiguos amantes. Tampoco oye las palabras que su madre le susurra en voz baja:
- Tranquila, Narcisa. Harry necesita la ayuda de Draco, y lo tenemos que aceptar.
Continuará
