NO ME OLVIDES

III. Pesadillas

Un grito a medianoche. Abre los ojos, pero no reconoce la habitación donde se encuentra, nunca antes ha dormido aquí. La primera pregunta que se formula, la misma que se repite noche tras noche: ¿está solo o acompañado? No, nadie comparte su cama; si había alguien, se habrá marchado ya. Entonces le vuelve todo a la cabeza: la lechuza, el mensaje, el viaje al Valle de Godric, Harry...

Otro grito, lleno de miedo y desesperación. Es Harry, podría identificar su voz entre un millar. Abandona la cama y corre en su busca, agradeciendo una vez más las duras pruebas a las que le sometieron de niño: gracias a ellas, desarrolló muchas habilidades que le han permitido ser un superviviente, como su inefable sentido para orientarse en la oscuridad.

Por un momento teme lo peor. Imagina varias figuras negras, sin rostro, todas ellas apuntando con sus varitas a su querido Harry. Imposible, ya hace muchos años que los mortífagos dejaron de existir, en parte gracias a ellos dos.

Se detiene ante una puerta cerrada. Ahora escucha el murmullo de una mujer, Ginny. Acerca el oído a la cerradura, para discernir sus palabras:

- ¡Sssh! Tranquilo. Sólo es una pesadilla.

Da media vuelta. A pesar de lo que cuentan las malas lenguas, sus modales no le permiten invadir la intimidad de la pareja. Por algo es un Malfoy. Pero apenas se ha alejado tres pasos, un tercer grito desgarra el silencio de la noche, un grito más terrible si cabe que los anteriores:

- ¡No! ¡A él no! ¡Draco!

Ahora ya no puede seguir ignorando esa súplica. Harry le necesita.

-.-.-

Esa noche tampoco dormirá. A su lado su marido grita, tiembla, se agarra a ella como si fuera su tabla de salvación. Casi la asfixia. Mañana deberá recurrir otra vez al Hechizo Sanador para ocultar los arañazos y moratones que cubrirán su delicada piel.

Consigue escapar de ese abrazo mortal; involuntario, cierto, pero no por eso menos peligroso. Pasar la noche junto a Harry se ha convertido en una hazaña, sin nada que envidiar a las aventuras narradas en los cantares de gesta o en las leyendas artúricas. A veces tiene miedo, pero debe seguir a su lado: sabe que el mundo de Harry está cayendo a pedazos, y que él ya no puede recomponerlo. Los que le rodean deben ser fuertes, porque si flaquean, también ellos caerán al abismo.

Se acerca de nuevo al cuerpo que se retuerce a su lado, intentando escapar de los malos sueños que lo asaltan, y lo sacude suavemente, en un intento de calmarlo.

- ¡Sssh! Tranquilo. Sólo es una pesadilla.

Esas palabras sólo consiguen el efecto contrario: en su sueño él ahora tiene la certeza de que lo están agrediendo, y se defiende de sus enemigos imaginarios dando golpes y puntadas de pie que Ginny sólo esquiva por mera rutina. Ya tiene demasiada experiencia.

- ¡No! ¡A él no! ¡Draco!

Otra vez. Ya debería estar acostumbrada, pero todavía siente una punzada en el corazón cada vez que los labios de su amado pronuncian ese nombre: Draco. En latín, significa dragón, pero también serpiente. Y aunque uno de los motes más populares para el ex Slytherin sea "Dragón indomable", ella detesta compararle con esas nobles criaturas que su hermano mayor le enseñó a amar. Para ella, Malfoy siempre ha sido como una serpiente, astuta, misteriosa, que se desliza sigilosamente hacia la víctima, sin ser advertida, y cuando la alcanza, se enrosca y la apretuja para asegurarse de que no puede escapar. Sí, Ginny prefiere esa comparación: Draco, de forma invisible, sutil, consiguió ganarse el corazón de Harry y lo envenenó para que no pudiera amar a nadie más.

Ahora está siendo injusta. Claro que Harry la quiere, se preocupa por ella lo mismo que por Narcisa, por ambas hace todo lo que puede para cuidarlas y protegerlas, incluso arriesgando su vida. Son su familia. Harry le da cariño y ternura, eso no puede negarlo. Y sin embargo siente que le falta algo, algo que no creía necesario para mantener viva su relación: pasión. Hoy ha visto el abrazo entre los dos hombres, tierno pero apasionado, como si fuera el principio y el fin, y no puede dejar de preguntarse si nunca Harry ha mostrado lo mismo hacia ella. Sólo puede recordar una vez, la noche en que concibieron a su hija. Y quizá sólo fue por efecto del alcohol.

No se sorprende cuando una figura se escurre entre las sombras, cauta, silenciosa, de movimientos rápidos y precisos. No necesita la luz de su varita para descubrir quién es: Draco.

En ese momento, su marido lanza un nuevo grito. Draco abandona toda precaución y corre a la parte del lecho donde se encuentra Harry, que acaba de despertarse. Ignora a Ginny, que al fin decide conjurar un lumos para iluminar la habitación. Lo único que le importa es que Harry esté bien. Y lo único que se le ocurre para calmarle es sentarse en la cama junto a él y abrazarle y mecerle, como a un niño pequeño que necesita el calor de una madre para sentirse seguro.

- ¿Qué sucede, Harry? - pregunta el rubio, sorprendiéndose a sí mismo por la ternura y preocupación que se reflejan en esas palabras.

- ¡Voldemort ha vuelto!

Ginny no puede evitar sentir un escalofrío. Desde niña creció temiendo este nombre, y a pesar de haber transcurrido tanto tiempo, su cuerpo sigue reaccionando igual.

- No puede ser, ya está muerto – dice la mujer, en un tono de voz que deja adivinar que, en el fondo, ella también necesita reafirmación.

- Acabo de verle con mis propios ojos.

- Era un sueño, Harry. Una pesadilla.

Los ojos esmeralda miran a la pelirroja, parpadeando con perplejidad. Antes la gente no discutía sus visiones, Albus Dumbledore siempre las escuchaba y tomaba decisiones en función de ellas. ¿Por qué no le creen ahora? ¿Qué ha cambiado?

Su cuerpo se estremece cuando unos labios resiguen la cicatriz de su frente, con besos que apenas acarician su piel. Instintivamente, se acurruca más entre esos brazos que, sin saberlo, tanto ha añorado.

Ginny queda atónita ante el desparpajo de Draco, que es capaz de besar a su marido ante sus propios ojos. ¿Cómo se atreve? ¿Acaso al antiguo Slytherin no le queda decencia alguna? ¿O quizá es que nunca la tuvo? Sin embargo, consigue ocultar su ataque de ira al ver el sosiego y la paz que manan del rostro de Harry. Nadie advierte la tormenta que se desata en el interior de la mujer. Tampoco le importa, ya está acostumbrada a que su existencia pase desapercibida a los ojos de los demás.

-.-.-

Cada día Ian MacNair suele ser el primero en llegar a la CIMA, pero esa mañana se le han adelantado. La puerta principal no está cerrada bajo siete hechizos, y en la cuarta planta brilla una luz. Hay alguien en la biblioteca. Y aunque no suele acudir allí muy a menudo, por alguna extraña razón decide ir a echar un vistazo.

Es su día de suerte. Sentada entre montañas de libros y pergaminos, con la cabeza dentro de uno de los tomos que hay esparcidos a su alrededor, se encuentra la mujer de sus sueños. Piel dorada y lisa, rizos rebeldes en cascada, cuerpo esbelto y curvas perfectas, un rostro juvenil sin marcas del paso del tiempo... todo lo que él siempre ha deseado. ¡Lástima que el deseo no sea mutuo! Por ahora. Ha decidido poner todo su empeño en conquistarla, algún día conseguirá que ella le considere algo más que un compañero de trabajo. No pierde la esperanza, por algo fue un Slytherin.

Se acerca lentamente, pero ella no parece percatarse de su presencia: se ha quedado dormida. No quiere despertarla, todavía no. Prefiere quedarse observando esa belleza durante un rato más.

-.-.-

Durante el desayuno, la tensión es palpable en el ambiente. La muchacha no puede dejar de mirar al intruso sin disimular su odio. No soporta ver la atención del rubio hacia su padre, la forma en que le sirve la leche, la forma en que le prepara una rebanada de pan con mantequilla, la forma en que se sienta a su lado, quizá más cerca de lo que debería. Pero lo peor es la pusilanimidad de su madre ante esta situación, que finge no darse cuenta de nada. Y Harry, que otra vez vuelve a estar perdido en su mundo; no es su culpa, pero no por ello deja de darle rabia.

Cuando Draco aparta las migas de pan de la boca de Harry con la servilleta, la chica se levanta y abandona el comedor sin dirigir la palabra a nadie, la túnica revoloteando con furia.

-.-.-

Al abrir los ojos, se sorprende hallarse en la biblioteca. No se suponía que iba a quedarse dormida, y menos aún que su compañero iba a encontrarla ahí a la mañana siguiente. Un ligero rubor cubre sus mejillas, mientras trata de recomponer su apariencia. Por alguna razón intuye que MacNair ya lleva algún rato observándola.

- Buenos días, Granger. ¿Haciendo investigaciones extras?

Incómoda ante la sonrisa que el otro le dedica, desvía su mirada y descubre la lista que había estado escribiendo antes de caer rendida de sueño: posibles causas del cambio de conducta de su amigo Harry. Algunas palabras están tachadas, pero quedan otras, algunas de ellas bastante preocupantes: depresión, amnesia, locura...

- ¿Qué hora es? - pregunta, más que nada para cortar esa línea de pensamiento.

- Pasan cinco minutos de las nueve.

La mujer se levanta de un salto.

- ¿Y por qué no me has despertado antes? ¡Llegaremos tarde!

MacNair la sigue sin dejar de sonreír, adivinando por las expresiones de los compañeros lo que están imaginando al verles llegar juntos. Hermione ignora a sus colegas y dirige la mirada hacia la mesa del fondo. Suspira aliviada al ver que Harry ya está allí. Tal vez eso sea una buena señal.

- ¡Eh, Harry! ¿Qué tal estás?

El hombre, que hasta entonces ha permanecido ajeno a su alrededor, concentrado en el movimiento de la pluma al garabatear algo en un trozo de pergamino, levanta los ojos al escuchar la voz de su amiga.

- ¡Hermione! - exclama con alegría, como si se reencontraran después de mucho tiempo; aunque en realidad se vieron ayer. Ella toma nota mental, determinada a descubrir qué le pasa a Harry.

- Por cierto, antes de que se me olvide: llegó una lechuza del Ministro, insiste en que la fiesta se celebre en Hogwarts.

El rostro de Harry se ensombrece, no sabe a qué fiesta se está refiriendo. No quiere que ella descubra las lagunas que hay en su cabeza, pero no consigue establecer ninguna conexión que le permita saber de qué está hablando.

- ¿Qué fiesta? - dice en un murmuro que casi pasa desapercibido a los oídos de Hermione.

Ella queda sorprendida por esa pregunta. ¿Ha escuchado bien? Busca algún indicio de que su amigo le esté gastando una broma, pero la ignorancia y desconcierto reflejados en esos ojos esmeralda sólo pueden ser sinceros.

- Tu cumpleaños, Harry.

- ¿Mi cumpleaños? ¿El Ministro quiere celebrar mi cumpleaños?

- El Ministro y todo el Mundo Mágico, Harry - exclama ella, apenas disimulando su exasperación. Sólo baja el tono de voz cuando nota todas las miradas dirigidas hacia ellos. - No sólo porque cumples cuarenta años, sino porque hace veinte derrotaste a Quien... a Lord Voldemort.

En ese momento una lechuza blanca llega a través de la ventana, la lechuza de Harry. No lleva ningún sobre en el pico ni ningún pergamino atado a su pata, sólo una pequeña flor azul, una nomeolvides, que deja suavemente en la mano de su dueño antes de posarse en su brazo. Luego, con una elegancia poco común en esas aves, esconde la cabeza bajo el ala una, dos, tres veces y tiende la pata izquierda. Harry acaricia su lechuza, con una cándida sonrisa que no abandona sus labios.

- Yo también te quiero.

La mujer apenas puede contener su curiosidad, y menos cuando sus ojos de miel se fijan en las palabras que su amigo había estado escribiendo antes de su interrupción. Un nombre se repite una y otra vez: Draco. Puede que ésa sea la pieza clave del puzzle que está tratando de resolver.

-.-.-

Espera sentado en un banco enfrente el edificio de mármol, observando a la gente que va saliendo de su trabajo. Su corazón empieza a latir más deprisa cuando divisa a la persona que está aguardando, su primer impulso es salir a su encuentro y preguntarle qué tal el día. En realidad le abrazaría, le besaría, le demostraría que esos largos años de separación no han existido. Pero un Malfoy debe controlar las emociones, no puede permitir que esa fachada de dominio e indiferencia se venga abajo, especialmente no delante de esa hija de muggle que acompaña a Harry.

¿Por qué no se larga dondequiera que sea su casa? ¿Por qué tardan tanto en despedirse?

Cuando finalmente ella se desvanece en la nada, Draco puede acercarse a Harry sin peligro. Le coge de la mano y le susurra esas palabras:

- ¿Listo para volver a casa?

El moreno asiente. Es un momento delicado, para poder aparecerse juntos, ambos deben concentrarse en el mismo punto. Draco se sorprende cuando en su mente se forman imágenes de la lechucería de los Potter, un lugar que no ha visitado todavía, y más aún cuando milésimas después sus cuerpos se materializan allí. El Vínculo Vital ha funcionado, y lo extraño es que ha sido Harry el que le ha transmitido los pensamientos y no al revés como él había esperado.

También gracias al Vínculo Vital se da cuenta que el hecho de aparecerse ha dejado a Harry exhausto.

-.-.-

Draco se queda en el salón, reflexionando. Todos han subido ya a dormir, pero no le apetece retirarse al cuarto de invitados, encuentra que la habitación es demasiado impersonal. Prefiere quedarse aquí, donde hay tantos recuerdos de su antiguo amante. Así puede hacerse una idea de lo que es la vida de Harry Potter. O de lo que era antes de padecer esa enfermedad.

Estudia cada fotografía, sonríe cada vez que encuentra algún objeto de su época en Hogwarts, se maravilla al comprobar que aún guarda ciertos dibujos que él mismo le regaló. Admira una pluma de fénix blanca, una rareza singular que ni siquiera él, con toda su enorme fortuna, sería capaz de pagar. Cuando contempla el puzzle tridimensional, observa divertido como se forma una figura de un león y una serpiente que se enrosca a su cuerpo, con suavidad para no hacerle daño pero con firmeza para asegurarse de que nada les separará. La simbiosis de Gryffindor y Slytherin.

Su mano se detiene en una tela gris fría, aterciopelada. Los dedos desaparecen de su vista, cuando deja la tela vuelven a aparecer. Una capa de invisibilidad, la que Harry utilizaba en sus encuentros fortuitos cuando todavía se suponía que eran adversarios, la que les había salvado en más de una ocasión de ser pillados por algún profesor, o peor aún, por el mismísimo Filch.

Recuerda la primera vez que la vio, aunque por aquel entonces ni siquiera conocía su existencia. Fue en tercer curso, durante una excursión en Hogsmeade. Él y sus amigos, Vincent y Gregory, habían subido a explorar la Casa de los Gritos, cuando de pronto apareció la cabeza de Harry, flotando en el aire. Creyó que su mente le gastaba una broma macabra, que eso era el castigo por haber estado espiándole con el pretexto de encontrar su punto débil. Tal vez era momento de aceptar que se sentía atraído por su enemigo. Al fin y al cabo sus hormonas estaban despertando, y era normal que estuviera desconcertado, seguramente sería algo pasajero. Pero pronto tuvo que admitir que Harry era algo más que una simple atracción.

Una idea se le cruza por la cabeza. La capa le puede ser de utilidad, se asegurará de que esa noche Harry no vuelva a tener pesadillas.

Continuará