NO ME OLVIDES

IV. Reencuentros

En el aire se respiran las vacaciones. Si te detienes a escuchar, te llegarán nombres exóticos y sugerentes de parajes recónditos y paraísos aún por descubrir. Cierra los ojos. No necesitas saber aparecerte, ni utilizar un traslador, ni siquiera tener una escoba a mano, para visitar cualquiera de esos lugares. Sólo utilizar un poco la imaginación. El sonido de esos nombres te llevan a playas coralinas con arrecifes y peces de una miríada de colores, cuerpos dorándose en la arena y delfines jugueteando cerca de la orilla. O tal vez a bosques frondosos jamás visitados por muggles, donde conviven gnomos, centauros, unicornios, hadas y otras criaturas mágicas en perfecta paz y armonía. O quizás te llevan a antiguas ciudades de civilizaciones ya desaparecidas, con tesoros ocultos esperándote para revelarte secretos fabulosos y hechizos ya olvidados, mensajes de otra gente y de otras épocas.

Hoy el ritmo es más relajado, incluso para Hermione Granger. Ya ha acabado de supervisar los últimos informes, y no espera que le entreguen ninguno más, por hoy. En todo caso, tampoco va a poder traspasarlos al otro departamento hasta dentro de tres semanas, cuando vuelvan del período vacacional, así que puede aprovechar esas pocas horas para salir al Callejón Diagon y suministrarse personalmente de todo lo que su departamento necesita. Si tiene que esperar a que el material le llegue por la vía administrativa normal, la Central de Investigaciones se habría quedado sin recurso alguno hace ya mucho tiempo.

Instintivamente sus ojos se dirigen a la mesa de Harry. Con alivio descubre que su amigo parece mucho más relajado que en los últimos días, incluso lo ve charlar y reír con su compañera Brocklehurst. Se alegra de que todo vuelva a la normalidad. Tal vez Harry haya pasado una mala racha, simplemente.

- MacNair. Voy a salir durante una o dos horas. ¿Puedes ocuparte tú del departamento durante mi ausencia?

El aludido está más que encantado de que su jefa deposite la confianza en él. Por lo menos no es un don nadie a sus ojos, le tiene cierta consideración. Por el momento se conforma con eso.

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Por enésima vez Draco Malfoy se detiene ante la estantería y acaricia con suavidad la pluma de fénix blanco. Escucha alguien que se acerca y un desagradable cosquilleo le recorre la espalda al sentirse observado. No se extraña al encontrarse cara a cara con la joven pelirroja, que le dedica una mirada de odio profundo.

- Potter. ¿De dónde habéis sacado esa pluma? - pregunta con esa monótona voz con la que consigue ocultar cualquier emoción. - Deberíais entregarla al Departamento de Criaturas Mágicas Exóticas y en Peligro de Extinción, se alegrarán de saber que todavía existe un ejemplar de fénix blanco... O también podríais venderla en el mercado negro, se pagarían fortunas por ella.

- Ya lo saben - le interrumpe la muchacha.

Draco arquea la ceja, sorprendido. No esperaba ninguna respuesta de su parte.

- He sido parte de la expedición que la ha encontrado.

Momentos tensos. El aristócrata no quiere demostrar demasiado interés por tan valiosa pluma, pero la curiosidad mata al gato, dicen. Además, con hilaridad descubre que una parte de su ser echaba de menos esas "disputas" con un Potter. No importa de qué generación.

- ¿Dónde lo encontrasteis? ¿Cuándo?

- Información confidencial, Malfoy. Y sólo revelo mis secretos a las personas que me inspiran confianza

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- ¿Y tú qué harás durante las vacaciones?

Levanta los ojos, se da cuenta que todos están pendientes de él, esperando algo. La sensación no le es extraña, aunque sigue sintiéndose incómodo cada vez que recibe cualquier clase de atención. Mira por la ventana, hacia el cielo azul. Quiere escapar de la gente que le rodea, de esas paredes que lo aprisionan. Volar, quiere volar hacia la libertad.

- ¿Te encuentras bien? - pregunta alguien.

No. El círculo de rostros se estrecha, están cada vez más cerca. Pánico. En su mente resuena una risa aguda y helada, puede anticipar los movimientos de su enemigo. "Mata al otro". No, esa vez no permitirá que los mortífagos lo atrapen. No permitirá que por su culpa resurja ningún brujo psicópata dispuesto a dominar el mundo.

Palabras incomprensibles, llamas púrpuras que lo envuelven todo, cegando momentáneamente a los demás. Nadie sabe con exactitud qué es lo que ha ocurrido. Sólo que la oficina ha quedado hecha un desastre a causa de esa gran concentración de magia descontrolada, y que su compañero ha desaparecido.

- ¡Mirad! - Mandy Brocklehurst señala hacia la ventana. Todos se giran a tiempo para ver un gran pájaro del color del fuego que sale volando. Un fénix.

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Paso ligero y despreocupado, traje elegante de color canela, sombrero de ala ancha que oculta unos ojos de mercurio... Camina desenvuelto por la callejuela de adoquines, ignorando a la multitud que se detiene a mirarle y susurra su nombre por lo bajo, no sabe si con respeto o con temor. Tampoco le interesa. Ya está acostumbrado a ser el centro de atención allí donde vaya; no, maticemos: no sólo está acostumbrado, sino que le han educado para ser el centro de atención.

Entra en la tienda de Madame Malkin, túnicas para todas las ocasiones. Cuando hizo el equipaje, no contaba con quedarse a vivir con los Potter por un tiempo indefinido. Claro que podría volver a la mansión, allí tiene cámaras y cámaras repletas de trajes y vestidos de todas las épocas, mágicos y muggles; todos ellos de primera clase, por supuesto. Pero no le apetece enfrentarse con su madre, ahora. Además, ir de tiendas es una de sus aficiones favoritas, elegir la mejor ropa para poder lucir mejor su figura.

Harry siempre se había divertido con su extrema preocupación por la apariencia. Lo llamaba "mi chica presumida" cada vez que llegaba tarde a las citas por cuidar que su aspecto fuera impecable, corbata bien anudada en su sitio, zapatos enlustrecidos, sin un pliegue de más en la túnica, sin un cabello fuera de lugar. Pero ese esmero y exquisitez en el vestir es parte del secreto del magnetismo de los Malfoy, algo que nadie puede negar, y Harry menos que nadie.

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Ron Weasley se tapa las orejas, mientras maldice al gracioso que se le ocurrió utilizar gárgolas como sistema de alarma. Debería estar prohibido, sus chillidos estridentes son varios decibelios por encima del máximo aconsejable para la salud. Casi tan mortales como el llanto de la mandrágora.

Sus compañeros apenas se inmutan. Claro, más previsores, llevan los oídos tapados. Pero él no piensa llevar esas ridículas orejeras rosas todo el día por culpa de unas estúpidas estatuas de piedra, por más que insista su mujer. Además, si él no avisa a los demás, ¿cómo se iban a enterar de que se requiere su presencia en algún lugar?

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Última parada: la librería Flourish y Blotts. Además de echar un vistazo a las últimas novedades internacionales sobre hechizos y magia avanzada, quiere buscar entre los libros de psicología y patologías mentales, tal vez allí encuentre algún título que arroje luz sobre el misterio de Harry. No es la única en tener la misma idea.

¡BUM! Choca con alguien, y todos los paquetes que acarrea se derraman por el suelo. Vaya, tendrá que volver a comprar más probetas y matraces. Se agacha para recoger sus cosas, o lo que queda de ellas, mientras murmura unas palabras de disculpa.

¡BUM! Alguien choca con él. Se tambalea, está a punto de perder el equilibrio. La caja de pinturas cae al suelo y se rompe. Maldita sea, la gente ya podría tener un poco más de cuidado. Sus ojos grises siguen el rastro de colores que se mezclan mientras avanzan peligrosamente hacia una mujer en cuclillas que recoge sus bártulos. Cuando ella levanta la cabeza y lo reconoce, no puede evitar que sus labios dibujen esa sonrisa burlona tan característica.

Se quedan varios minutos mirándose fijamente a los ojos, estudiando sus expresiones como si en ellas pudieran leer la respuesta a todas las preguntas que jamás se formularon.

- Malfoy.

- Granger.

Simplemente. Nada de Sangre Sucia ni ningún otro insulto. Eso habría sido impensable durante los años que estudiaron en Hogwarts. Sólo que ya ha transcurrido mucho tiempo desde entonces, y ambos han madurado desde la última vez que se vieron en persona. La noche antes de su graduación.

- Mmm, me he enterado que has ido a casa de los Potter... - no se le ocurre mejor forma de plantear el tema que verdaderamente le preocupa.

El rubio se encoge de hombros.

- Virginia me invitó.

Hermione no sabe qué responder a eso. Quizá mejor soltarlo todo de forma directa, porque si la conversación entra en el campo de la sutileza, Malfoy tiene todas las de ganar.

- Espero que no hagas daño a Harry, ¿me oyes, Malfoy? Sé que Harry no se encuentra muy bien, sufre una depresión o algo así... y por tu bien espero que no seas tú la causa, porque si me entero que...

- ¡Maldita sea, Granger! - exclama el rubio, interrumpiéndola a mitad. Ninguno de los dos se da cuenta de que han alzado el tono de voz, y que otros clientes se han acercado a escuchar. - ¿Acaso no sabes qué es lo que le ocurre a Harry?

Los ojos atónitos de la mujer le cuentan que no.

- Nadie te ha dicho nada. - No es una pregunta, simplemente una constatación. Le extraña que nadie haya revelado nada a la mejor amiga de Harry, y le incomoda tener que ser él el encargado de dar la mala noticia. Respira hondo, antes de pronunciar las siguientes palabras: - Le han diagnosticado Alzheimer.

De todas las explicaciones posibles, esa quizá es la última que espera escuchar. Claro que cuando escribió la lista también la había tenido en cuenta, pero lo cierto es que había sido una de las primeras en descartar: ¡Harry es demasiado joven para tener Alzheimer! Y hasta el presente no se tiene constancia de ningún mago que haya padecido esa enfermedad.

- Me estás tomando el pelo. - Su voz suena insegura, tal vez porque no quiere conocer la respuesta.

- Granger. ¿En serio me ves capaz de bromear sobre una cosa así?

La mujer contempla al que había sido su enemigo, sorprendiéndose al descubrir desasosiego y cansancio pintados en su rostro, pero sobre todo ese dolor marcado de las personas que acompañan a un ser querido durante su sufrimiento. La realidad se le hace clara como el agua, ahora puede comprender el drama que se desarrolla en casa de los Potter: la enfermedad, el regreso de Draco Malfoy, el papel que juega Ginny en todo ello, quizá el más difícil de interpretar...

- Entonces es cierto.

-.-.-

Un par de niñas corretean por la callejuela de adoquines, bajo la mirada supervisora del viejo heladero, Florian Fortescue. Todavía excitadas con la noticia de haber sido admitidas en una escuela de magia, quieren descubrir qué otras maravillas se esconden en ese mundo fantástico, irreal, tan distinto a lo que han conocido hasta ahora. Aparte de los helados de crema y caramelo.

Una de ellas señala hacia el cielo: una bola de fuego pasa volando sobre sus cabecitas, da un par de vueltas y se pierde por el siguiente callejón. Ambas niñas se miran, extrañadas.

- ¿Qué ha sido eso, Beth?

- Parecía un pájaro.

-.-.-

Varios oficiales del Departamento Contra el Uso Indebido de la Magia han asaltado la Central de Investigaciones. Varita en mano, analizan cada uno de los rastros de magia descontrolada para determinar su posible causa. Mientras, el jefe del equipo se reúne con los científicos, que apenas están recobrándose del incidente.

- ¿Qué ha ocurrido aquí?

Todos responden a la vez. El pelirrojo pierde la paciencia, así no hay forma de sacar nada en claro. Con la mirada busca algún rostro conocido, sólo encuentra a una ex Ravenclaw con la que no recuerda haber cruzado nunca ninguna palabra, y algunos otros que tal vez también fueron a Hogwarts, pero irían a cursos distintos. ¿No se supone que es aquí dónde trabajan sus mejores amigos?

- ¿Dónde están Harry y Hermione?

- Mione ha salido a comprar material - responde alguien, probablemente ese hombre de pelo castaño que no le ha quitado ojo de encima sin apenas disimular su disgusto.

No se le escapa el uso del nombre familiar para referirse a su superior, aunque ahora no es momento para juzgar el grado de confianza.

- ¿Y Harry?

Silencio. Ron nota la tensión y la incertidumbre que flota entre el equipo de científicos, que se miran unos a otros como buscando el coraje para poder responder a esa pregunta. Finalmente es la bella ex Ravenclaw la que rompe el silencio:

- Harry ha desaparecido.

-.-.-

Libre. En tierra se siente como encerrado en una jaula, pero cuando vuela desafía todas las barreras, incluso las mágicas.

Mañana el Ministerio tendrá trabajo en desmemorizar a los muggles que aseguran haber visto un pájaro de fuego.

Vuela en círculos sobre el Callejón Diagon, su instinto lo lleva ahí. Su instinto o ese Vínculo Vital que cada vez va cobrando más fuerza.

Al fin les encuentra. Acaban de salir de la librería, cargados hasta los dientes. Es una grata sorpresa oírles charlar civilizadamente.

Emite una nota aguda, por lo menos dos octavas más alta de su voz habitual. Ambos le miran, sin disimular su asombro. No cada día se ve un fénix volando en libertad. Y menos en una ciudad como Londres.

- ¿Harry? – exclama la mujer de rizos rebeldes, recuperándose del estupor.

Sí, Harry, sólo Harry. Harry a secas.

El rubio se saca el sombrero y ladea ligeramente la cabeza, como si ofreciera su cuello en un banquete vampírico. Pero no es una mordedura en la yugular lo que le espera, sino las garras de fénix clavándose en la tela de su chaqueta. Sabe que el pájaro se ha posado en su hombro con sumo cuidado, no quiere recordar el efecto de esas garras de acero sobre su delicada piel.

-.-.-

Virginia Potter no se ha considerado nunca la anfitriona perfecta. Siempre ha evitado organizar reuniones sociales en su casa, porque detesta tener que servir pastas de té, con una sonrisa forzada, a magos y brujas que sólo vienen a visitar a Harry Potter, el héroe, atraídos por su fama. Da gracias a Merlín que su marido también huya de ese tipo de compromisos.

Las personas que esa tarde están sentadas en el salón de su casa forman parte de su círculo íntimo de amigos y familiares, por lo que no debería preocuparse demasiado por las formalidades. Sin embargo hay una presencia que causa una cierta incomodidad entre los presentes, alguien que no puede considerarse uno de ellos. Draco Malfoy.

Agradece que su cuñada también esté allí, para ayudarla a conservar el ambiente más o menos calmado. Es extraordinario el dominio que tiene la hindú para conducir la conversación de forma sutil, evitando temas escabrosos y pronunciando las palabras adecuadas para que nadie pueda sentirse ofendido por ningún comentario desafortunado.

Entre taza y taza, discuten sobre la situación de Harry, cómo deben afrontarla y qué hacer en el futuro más inmediato. Padma explica todo lo que se sabe sobre el Alzheimer, aunque admite que el caso de Harry es un poco diferente, pues no se sabe cómo puede verse afectada la parte del cerebro donde se realizan las funciones relacionadas con la magia. Hermione, solícita como siempre, está dispuesta a ayudar en las investigaciones, buscará en los libros cualquier enfermedad mágica con síntomas parecidos. A Ginny le preocupa por el incidente del fénix, no le hace ni un ápice de gracia que su marido se transforme en su forma de animago ante los compañeros de trabajo y salga volando por allí.

- Quizá mejor si Harry se queda todo el día en casa, así podremos estar pendientes de él las veinticuatro horas del día.

Padma niega con la cabeza.

- No, Ginny. Lo importante es que continúe manteniendo su autonomía el mayor tiempo posible y nunca pierda su dignidad como persona. No hay que aislarle del mundo antes de tiempo, simplemente evitar situaciones desconocidas en las que pueda sentirse perdido.

Ron, que había estado estudiando con rostro sombrío una figura canina en los pozos de té, sonríe agriamente:

- Como la fiesta ésa que quiere celebrar el Ministro...

La hindú se queda pensativa.

- Um... realmente no creo que sea lo mejor para Harry.

- Pues lo anularemos – resuelve Ginny, categóricamente. – No quiero que mi marido quede expuesto innecesariamente a situaciones que le sean perjudiciales.

- No se puede anular. Harry firmó un Contrato Mágico y no hay forma de echarse atrás.

Draco Malfoy apenas escucha la conversación de su alrededor. Sólo siente que la persona que está a su lado coge distraídamente una de sus manos y empieza a jugar con sus dedos. Sus ojos grises no pueden apartarse de esa tez morena con labios voluptuosos, cabellos despeinados que no consiguen ocultar esa cicatriz insolente que él recorrería a besos, ojos verdes que brillan tras los finos cristales de sus gafas.

Y también siente algo más: esa persona está angustiada, porque nota que se habla de él, pero no consigue entender por qué.

Ya ha tenido suficiente. Draco se levanta y coge la mano del moreno, que sonríe cuando sus miradas se cruzan. Al fin una situación que le resulta familiar.

- Vayámonos a la lechucería, Harry.

- ¿Para qué? - pregunta él, inocentemente.

"Para alejarnos de esa gente que no sabe tener un poco de tacto, que habla de ti como si no estuvieras presente", es la razón que su mente proclama a gritos. Sin embargo, de su boca salen otras palabras muy distintas:

- Quiero ver tu nueva lechuza.


Continuará