NO
ME OLVIDES
VI. Lágrimas de fénix.
Natalie
Wood llega tintineando a la puerta de su apartamento, acompañada
de una aún menos sobria Adela Hooch, la buscadora y capitana
de su equipo. Contra todo pronóstico, las Holyhead Harpies han
ganado el partido contra Puddlemere United, con la ventaja de 150
puntos que necesitaban para proclamarse campeonas de la Liga Nacional
de Quidditch. Apenas llevaban medio minuto jugando, cuando la pequeña
y elusiva bola alada ha aparecido entre los dedos de Hooch, dando la
victoria al único equipo exclusivamente femenino. Uno de los
partidos más breves de la historia. Una noche de celebraciones
por todo lo alto para jugadoras y seguidores, esta noche el alcohol
ha circulado con abundancia.
Se detienen ante una figura que
yace agazapada en las escaleras. Rápidamente Natalie saca la
varita y se pone en posición defensiva, mientras que con su
cuerpo protege a la pequeña Adela. ¿Quién puede
estar esperando en la puerta de su casa a esas horas? ¿Y por
qué se mueve tanto? ¿O es el suelo, el que tiembla bajo
sus pies? ¿Por qué su cabeza da tantas vueltas? Un poco
demasiado tarde recuerda que el exceso de ron de grosellas produce
ese efecto indeseado.
Sus pupilas se adaptan a la penumbra, y
ahora puede más o menos adivinar el contorno de esa figura.
Una muchacha se ha quedado dormida en las escaleras. Finalmente
consigue musitar el conjuro iluminador. Aunque la joven esconde el
rostro entre sus brazos, su cabellera de fuego es inconfundible.
-
¿Narcisa?
Natalie se arrodilla ante su amiga de toda
la vida, que se ha despertado al escuchar su nombre. Los ojos aún
humedecidos cuentan que ha estado llorando a mares. Alarga la mano
para acariciar su mejilla, con ese gesto quiere apartar los problemas
que afligen a su amiga, quiere demostrarle que puede contar con ella,
pase lo que pase.
- ¿Qué hace ella aquí?
- grazna Adela. - Pensé que estaríamos solas.
Sus
ojos violetas centellean con furia, pero la tormenta pasa inadvertida
para las dos amigas que la ignoran por completo. Entre ellas se ha
establecido esa comunicación sin palabras que sólo
pueden entender dos personas que se conocen todos los secretos del
alma, y Adela ha quedado excluida.
- Ya veo, prefieres la
compañía de la Potter - pronuncia el apellido como si
se tratara de un virus contagioso. - Bueno, mejor que me vaya. Aquí
sobro.
Natalie se gira hacia su acompañante, sintiendo
que han desaparecido sus ganas de continuar las celebraciones con
ella.
- ¿Quieres utilizar mi chimenea?
- No
gracias, no estoy tan borracha.
Y diciendo eso Adela
desaparece... o su cuerpo al menos. Con gran horror las dos amigas
descubren que en el lugar donde se encontraba segundos antes ha
quedado un pequeño cúmulo de tela verde oscura, su
uniforme de quidditch.
- ¡Ya sabía yo que no
estaba en condiciones de aparecerse! - hace Natalie, entre indignada
y divertida. - Se ha escindido. Menos mal que sólo ha dejado
atrás su ropa, y no algunas partes de su cuerpo... ¡Aunque
imagínate si se ha equivocado y ha aparecido desnuda ante el
profesor Snape!
Por primera vez en muchos días un
atisbo de sonrisa se dibuja en los labios de Narcisa.
-.-.-
Cuando el primer rayo del alba se cuela por la rendija de la
ventana se despierta. Bosteza, se frota los ojos, se gira para
encontrarse con su esposa. Nadie. El pánico se apodera de su
razón. Nunca ha despertado solo desde... no recuerda desde
cuándo. Ginny siempre ha estado ahí. O Draco.
Se
levanta y mira alrededor. Lo ve todo borroso, manchas de colores que
bailan a su entorno, se mezclan, se funden y se separan en un vaivén
continuo. Parpadea, pero no consigue poner orden en su universo.
Apenas distingue el contorno de los objetos. Camina a tientas, sus
manos buscan algún objeto conocido, el cabezal de la cama, la
cómoda, el pomo de la puerta. ¿Puerta? ¿Y qué
ha sido del retrato de la Señora Gorda que vigilaba la
entrada? No, espera, ya no hay Señora Gorda, ya no duerme con
sus compañeros de Gryffindor.
Sus pies descalzos
avanzan sigilosamente sobre las frías baldosas. En el pasillo
se detiene unos instantes, mientras se disipa la niebla de su mente.
Las escaleras se hallan a su izquierda, sí, ahora lo recuerda.
¿Por qué le cuesta tanto orientarse? ¿Por qué
no consigue enfocar su visión? ¿Por qué se
siente tan perdido?
-.-.-
Bajo la capa de
invisibilidad sigue al hombre que alimenta sus sueños.
Quisiera cogerlo del brazo, guiarle por ese laberinto que lo
aprisiona, llevarle hasta algún lugar seguro. Pero por ahora
se limita a observarle. No está seguro de cómo puede
ser recibida su presencia, y no quiere arriesgarse a perderle otra
vez. Ayer redescubrió el sentido de su vida, hoy tiene miedo a
un nuevo rechazo. Aunque nunca lo admitirá, su padre tenía
razón: el amor es una debilidad.
Se detiene en el
umbral de la puerta del salón, casi a tocar de Harry. Teme que
el otro pueda escuchar su respiración agitada, pero no es así.
El otro avanza hasta el sofá donde se encuentra Virginia,
dormida. La mujer no se ha atrevido a subir en toda la noche,
seguramente por miedo a encontrarlos en una situación
comprometida. Y él que dejó a Harry en su habitación,
creyendo que pronto lo acompañaría su esposa. ¡Han
permitido que Harry pasara la noche solo! ¿Y si hubiera tenido
pesadillas, quién le habría confortado? ¿Y si
hubiera necesitado ayuda? Draco toma la resolución de no
abandonarle nunca más. Sonríe. Ya no le importa que
Harry se arrodille ante su mujer y juegue con su cabello de fuego, no
le importa ver que sus labios besan la delicada piel recorriendo los
caminos trazados por millares de pecas. Lo único que importa
es saber que siempre habrá alguien cuidando de Harry.
Se
sorprende de no sentir celos. Observa la escena con una curiosidad de
artista, quiere inmortalizar ese instante en una de sus pinturas.
Vuelve hacia arriba para tomar el cuaderno y el lápiz, y de
paso las gafas que Harry ha olvidado.
-.-.-
Llega a
la redacción sonriente, tarareando un clásico de las
Brujas de Macbeth. Something wicked this way comes. La excursión
al Callejón Diagon del día anterior fue más
fructífera de lo que había esperado.
Marta
Fanera, discípula de Rita Skeeter, tiene un buen olfato para
las primicias. Sabe cómo convertir un encuentro casual o la
charla entre dos chiquillas en titular. Sin embargo sospecha que en
esa ocasión podrá sacar un buen reportaje para Corazón
de Bruja si llega al fondo de la cuestión.
Coqueta, se
acerca al jefe de fotografía. Creevey tiene los contactos
necesarios, seguro que la podrá ayudar. Juntos harán el
reportaje del año.
-.-.-
Todo ese tiempo
cuidando de Harry, estoy agotada, casi al límite de mis
fuerzas. Tanto esfuerzo no compensa, mi marido parece reaccionar sólo
ante la presencia de Draco. No es justo que yo realice todas las
tareas de la casa, prepare las comidas para todos, haga la
limpieza... y todo eso sin perder de vista a Harry ni un instante. Y
él se queda callado la mayor parte del tiempo, perdido en su
mundo, y sólo sale de su mutismo cuando se encuentra cerca de
Draco. Ríe cada chiste suyo, aplaude cada una de sus
palabras... y a mí no me hace ni caso. No es justo.
¿Alguna
vez os habéis quedado atrapados en una pesadilla? Sabéis
que estáis soñando y queréis despertar, pero por
más que lo intentéis, no podéis abrir los ojos.
Ya conocéis el sueño, sabéis exactamente qué
ocurrirá. Y sin embargo no podéis escapar. Os asusta
igual que la primera vez.
Tengo ese mismo sueño desde
el incidente de la Cámara de los Secretos, aunque empeoró
tras el ataque al colegio. Un muchacho moreno se aleja de mí.
Trato de gritar, pero ningún sonido escapa de mi garganta. Le
sigo avanzando lentamente por un largo túnel lleno de barro.
De pronto me caigo en un charco de sangre y tinta. Él se gira:
Tom. Se ríe. Me ahogo, no llega aire a mis pulmones, mi visión
se obnubila. Lo último que veo es una serpiente que rodea al
chico y se lo lleva aún más lejos. El basilisco. La
Cámara de los Secretos se derrumba a mi alrededor.
Abro
los ojos, o eso creo, pero en realidad sigo atrapada en el sueño.
Otra vez un muchacho moreno se aleja de mí. Otra vez intento
gritar, sin éxito. Le sigo por pasillos llenos de humo, sin
saber si nos estamos alejando o adentrándonos aún más
en ese infierno. Tropiezo y caigo en un mar de sangre y cuerpos de
heridos y muertos. Él se gira: Harry. Da un paso hacia mí.
Me falta aire, no puedo levantarme. De algún lugar aparece una
serpiente que abraza al chico y se lo lleva aún más
lejos. Draco. Hogwarts se derrumba a mi alrededor.
Intento
despertar, la pesadilla aún no ha acabado. Un hombre moreno se
aleja de mí. Ya no trato de gritar, sé que no me va a
oír. Andamos lentamente por un valle lleno de rocas y plantas
enredaderas, yo siempre detrás. Resbalo y me caigo al
riachuelo, un hilo de sangre se mezcla con el barro. Él se
gira: Harry. No me ve. Me debato para poder respirar. Antes de perder
los sentidos, veo que no está solo, los brazos de Draco le
rodean y se lo llevan aún más lejos. Maldita serpiente.
El mundo se derrumba a mi alrededor.
Cuando despierto en
algún lugar del valle, con la túnica empapada y
cubierta de sangre y barro, me doy cuenta de que no todo ha sido un
sueño. Me he caído al riachuelo y no tengo fuerzas para
levantarme. No puedo gritar ni pedir ayuda. Mis ojos se cierran, la
oscuridad me abraza, todo se derrumba a mi alrededor. Otra vez.
-.-.-
Los elfos domésticos se apresuran a
terminar los preparativos para la recepción de esa noche.
Conocen a su dueña y saben que no tolerará ninguna
imperfección. Por la elección del menú, del
vestuario y de la decoración adivinan que los invitados de hoy
son miembros importantes de las altas esferas de la comunidad mágica.
Hoy deben ser más cautos que nunca, cumplir con su deber
permaneciendo en la sombra. Nadie tiene que advertir su presencia.
Cualquier error será sancionado con el peor castigo que pueden
imaginar: la liberación.
Wibby está muy
nerviosa: ha entrado al servicio de la señora Malfoy
recientemente, y apenas conoce la tradición. La señora
la ha llamado para que la ayude a vestirse. Con manos temblorosas la
elfina alarga el vestido de satén azul y la cinta plateada, y
se gira mientras espera que la mujer se cambie.
- No me des
la espalda - le ordena su dueña.
La elfina obedece,
con el miedo pintado en su rostro. Su piel, pálida de por si,
se vuelve del color de la leche. Se tapa la cara con sus dedos
larguiruchos, no quiere ver nada que no deba. Su dueña hace
una mueca al ver su incomodidad tan evidente.
- ¿Te
han dicho alguna vez que tienes un color de ojos precioso?
No,
no es algo que se suela decir a un elfo. Allí donde trabajaba
antes nadie elogia a los elfos, la falta de reprobaciones es el único
premio a la faena bien hecha. Como debe ser. Wibby está cada
vez más desconcertada.
- Son verdes esmeralda, como
los de alguien que conocí hace mucho, mucho tiempo...
Y
mientras la vieja dama se pierde en sus recuerdos, la elfina llega a
la conclusión de que su dueña tiene una forma realmente
peculiar de mostrar su desagrado con su trabajo, porque ¿qué
otra explicación puede tener que le haya dirigido la palabra?
Empieza a imaginar posibles formas de auto-castigo, tal vez deberá
quemarse los dedos en un puchero. No comprende qué ha hecho
mal, pero sea lo que sea, merece una punición.
-.-.-
En el mismo momento en que sale por la chimenea de la mansión
de los Potter intuye que algo anda mal. Las tazas de te de la tarde
anterior siguen todavía en la mesa, esperando que alguien las
recoja. Su hermana no lo habría permitido.
Oye ruido
procedente de la cocina. Avanza de puntillas y asoma la cabeza. Tiene
que pellizcarse para creer lo que ven sus ojos: jamás habría
imaginado a Malfoy entre los fogones, elaborando alguna
"delicatessen" con el arte de un chef, y sin utilizar nada
de magia. A su lado, Harry le ayuda a preparar salsa de arándanos
mientras ríe y se divierte como un chiquillo.
- Hola,
¿preparando la cena?
Draco se gira, sorprendido. Por
una fracción de segundo su semblante se oscurece al divisar al
pelirrojo, pero consigue ocultar su reacción a tiempo. Deja la
bandeja sobre la encimera de mármol y se acerca a saludar al
recién llegado. Harry dedica una cálida sonrisa a su
mejor amigo.
- ¡Ron! ¡Llegas justo a tiempo!
¿Quieres probar la salsa?
Ante esos ojos suplicantes
Ron no puede negarse. Moja el dedo en la salsera y lo lame, cerrando
los ojos para saborear mejor esa exquisitez.
- ¡Mmm!,
¡deliciosa, Harry!
Draco no puede evitar una mueca ante
tan lamentable espectáculo. Cruza los brazos y lanza una
mirada inquisitiva al pelirrojo.
- ¿A qué has
venido, Weasley? Ah, ya sé: en tu casa te morías de
hambre y no has podido resistir la tentación de venir a probar
el "Soufflé a la Malfoy".
- No quiero morir
envenenado - musita el otro. Afortunadamente Draco no le ha oído,
o finge no haberle escuchado. - He venido a traer unos nuevos
medicamentos que me ha dado Padma, a ver si Harry puede tomarlos o
los rechaza... Por cierto, ¿dónde está mi
hermana?
El rubio se encoge de hombros, sus ojos de plata
miran hacia el reloj de pared. La manita correspondiente a Ginny
señala "En peligro".
- Parece que Virginia
comparte las aficiones de Harry, ir jugándose la vida por ahí.
La ira enciende el rostro de Ron, que se vuelve más
rojo si cabe que el color de su pelo. Agarra al rubio por el cuello y
empieza a zarandearlo como si de un muñeco se tratara.
-
Escúchame bien, hurón, porque no pienso repetirlo dos
veces. Sólo tolero tu presencia aquí porque mi hermana
insistió en que era lo mejor para Harry, aunque tengo mis
dudas al respecto - mira al moreno, que observa la escena con
perplejidad, sin entender nada. - Pero si por tu culpa les ocurre
algo, tendrás que vértelas conmigo... y no esperes que
tenga piedad.
Draco, lívido, lucha por poder respirar.
Las enormes manos de Ron estrujan su garganta, impidiendo el paso del
aire hacia sus pulmones. Una neblina cubre su visión, sus
piernas dejan de sujetarle, su cuerpo se convulsiona por la falta de
oxígeno. Sus labios empiezan a saborear el amargo sabor de la
muerte.
- ¡Ya basta! – grita Harry.
Ante la
contundencia de las palabras de su amigo, Ron suelta el pescuezo de
su sempiterno enemigo, que cae al suelo plegado en forma de cuatro.
Harry corre a arrodillarse al lado de Draco, que todavía trata
de recuperar el ritmo de su respiración.
- ¿Te
encuentras bien?
- Todo lo bien que se puede tras el abrazo
de una constrictor.
El moreno mira a su alrededor, buscando
algún indicio de una serpiente. Inconscientemente lanza un
extraño silbido que sólo puede ser algún vocablo
en pársel.
- No hay ninguna boa - hace Draco mientras
intenta incorporarse. - Era una forma de hablar.
Un silencio
incómodo se cierne sobre los tres, cada uno absorto en sus
propios pensamientos. De repente Harry, sin previo aviso, se
transforma en fénix y sale volando de la cocina.
- ¿A
dónde va ese? - pregunta Ron a nadie en particular.
-
A buscar a tu hermana - responde Draco, sin ningún asomo de
emoción en su voz. - Y quiere que le acompañemos -
añade, al ver que el pájaro se ha quedado dando vueltas
en la sala.
Si alguien hubiera levantado la vista en esa hora
en que los últimos rayos del día se despiden del valle,
bañando de oro las cimas antes de retirarse, habría
visto una grotesca figura recortada en el cielo: un enorme pájaro
resplandeciente como el fuego, y colgado de su cola, una persona que
a su vez lleva a otra agarrada a su cintura.
El ave planea
siguiendo el curso del riachuelo, escrutando cada roca, cada árbol
bajo sus pies. No parece que el sobrepeso en la cola dificulte el
vuelo de modo alguno. Finalmente divisa un cuerpo en el agua, pelo
cobrizo, facciones alarmantemente pálidas, un hilo de sangre
brotando de la sien, de la nariz, de los labios. Ginny.
Desciende
en picado. Draco y Ron se convierten en un amasijo de piernas y
brazos tras el aterrizaje, pero no hay tiempo para protestas. Draco
es el primero en levantarse y corre hacia la mujer. Le coge la
muñeca, buscando señales de vida. Sí, todavía
nota el tenue palpitar de la sangre en sus venas. Entre él y
Ron la sacan del río y la tienden en la orilla de costado para
que eche el agua que le ha invadido los pulmones.
El fénix
se acerca. De sus ojazos esmeralda brotan tres lágrimas que
caen justo en cada uno de los cortes que desfiguran el rostro de
Ginny, en la sien, en la nariz, en los labios. Las lágrimas
cierran las heridas.
Continuará
