NO
ME OLVIDES
VII. Miedo al amor.
La noche cae sobre las
tierras escocesas, con sus fríos dedos acariciando bosques,
colinas, riachuelos y todas aquellas criaturas que a esas horas no se
encuentran bajo abrigo en su hogar.
Ron se arrodilla junto a
su hermana. Las heridas se han cerrado, pero ella sigue inconsciente,
su piel más fría y pálida de lo habitual. Sólo
su débil respiración indica que la mujer sigue con
vida.
No muy lejos, el fénix se pone a cantar a las
estrellas. Es una melodía suave, más bien triste, pero
no por ello menos preciosa. En ese canto se funden todas las
emociones y los miedos de la humanidad.
- ¿Qué
se supone que es eso? - pregunta el pelirrojo.
- El canto a
la vida - responde Draco al cabo de un buen rato. - Dicen que el
canto de un fénix esconde los secretos de la inmortalidad.
Cuando Virginia despierte, no recordará haberlo escuchado,
pero siempre lo reconocerá... Pero apresurémonos a
llevarla a algún sitio que puedan curarla y cuidar de ella,
Harry ya ha hecho suficiente... ¡El Hospital San Mungo! ¿Puedes
aparecerte llevando a otra persona en brazos?
Como única
respuesta un murmullo del pelirrojo que no consigue esconder su
bochorno.
- Lo imaginaba. No entiendo cómo pudieron
nombrarte jefe del Departamento Contra el Uso Indebido de la Magia,
sin poder realizar una Aparición Múltiple... - En su
tono se desprende el antiguo sarcasmo que utilizaba cuando en el
colegio insultaba el Trío Maravilla de Gryffindor. - Bueno, ve
tú delante. Aparécete en San Mungo y ordena que
preparen la sala Magnolia Malfoy. Si tienes algún problema con
la recepcionista – añade, divertido ante la mueca de
disgusto del otro – simplemente dile: "le dragon blanc de la plus
pure famille des sorciers a besoin de l'aide de la magie ancienne
de Magnolia Malfoy". ¿Podrás repetirlo con el acento
adecuado, Weasley?
- ¡Pues claro que puedo... Malfoy!
- Bien. Te seguimos en un momento, ¿de acuerdo?
El
quiere protestar, pero la expresión seria del rubio le
recuerda demasiado a la de su esposa cuando da un tema por zanjado
sin lugar a discusión. Se limita a asentir con la cabeza antes
de desaparecer con un ¡plop!
Draco observa los
destellos cobrizos que bailan en ese cabello del color del fuego,
exactamente el mismo tono del plumaje del fénix. El pájaro
sigue cantando, Draco puede reconocer cada nota. Él también
escuchó esa canción en algún momento.
Cierra
los ojos. En su mente aparecen flashes de aquella última
batalla. Diez mortífagos encapuchados, aunque él puede
reconocerlos en su mayoría: Crabbe, Goyle, Parkinson,
Lestrange, Avery, Nott, su Padre. En medio de ellos, una criatura que
poco le queda de humana, dos agujeros por nariz, ojos rojos
inyectados de sangre. Lord Voldemort. Sólo ellos dos contra
todo el Ejército Oscuro. Su entrenador, el licántropo,
yace a pocos metros, víctima de un Avada Kedavra lanzado por
la varita de Avery, ¿o tal vez era Lestrange?
La rabia
de Harry fluye a través de sus venas, gracias al Vínculo
Vital que han conjurado pocas horas antes. Su arma secreta, quizá
la única que puede vencer al Señor Oscuro más
poderoso de todos los tiempos. Porque ahora su magia se ha sumado,
ambos pueden sentir o pensar lo mismo que el otro mientras se
mantengan unidos. Espalda contra espalda, luchan en el centro del
círculo de mortífagos que se cierne más y más
sobre ellos. Una risa aguda y espeluznante casi les rompe los
tímpanos, una voz de mujer le recuerda a Harry que para lanzar
un maleficio imperdonable hay que sentirlo, disfrutar con ello. Si
sólo se trata de eso. El control de Draco se impone sobre las
emociones de Harry, igual que su secreto placer a infligir daño
a todas aquellas criaturas que se lo merezcan, como una horda de
mortífagos, por ejemplo. A partir de ese momento los
encapuchados van cayendo uno detrás de otro, en algún
momento la varita se le escapa de las manos, pero no importa, ahora
puede hacer magia sin ella, como Harry.
Sólo quedan
dos mortífagos en pie, además del mismísimo Lord
Voldemort. Ojos de plata contra ojos de plata, el mismo cabello rubio
platino, la misma sonrisa desafiadora. Su último adversario es
su propio Padre.
- Vaya, vaya, Draco. Debí sospecharlo
mucho antes, que esa escoria que siempre he llamado Hijo iba a
traicionarme. Nunca mereciste llevar el apellido Malfoy. Ahora no
importa, cuando haya acabado contigo no quedarán ni tus
cenizas.
Draco levanta la mano izquierda y con el índice
apunta al pecho de su Padre, pero es incapaz de pronunciar las
fatídicas palabras que han de arrancarle la vida. La sonrisa
de Lucius se ensancha más si cabe. El mundo empieza a dar
vueltas, las carcajadas del Padre se funden con las de Lestrange, con
las de Lord Voldemort. De pronto comprende que en realidad son él
y Harry los que están dando vueltas como un torbellino,
espalda contra espalda, enfrentándose sucesivamente a su
Padre, a Lestrange, a Lord Voldemort. No recuerda en qué
momento han conjurado el hechizo protector que los envuelve como una
burbuja, pero realmente es eficaz, por lo menos ha desviado tres o
cuatro maleficios imperdonables. Nota que toda la energía
concentrada sale de su mano en forma de un haz de luz verde, flexible
como un látigo. Un rayo mortal que golpea a su Padre, a
Lestrange... sólo queda Lord Voldemort.
Exhausto,
Draco cae. Por primera vez durante toda la batalla pierde contacto
con Harry. En ese momento conoce dolor más allá de lo
imaginable, sus entrañas queman bajo la fusión de su
cuerpo con el de una criatura con ojos rojos inyectados de sangre.
Lord Voldemort acaba de poseerle. Cuando abre la boca para hablar, no
es su voz la que sale de su garganta:
- ¡Mátame
ahora si puedes, Potter!
Draco desea que, por una vez, Harry
le haga caso y así acabe de una vez con ese dolor insufrible,
y de paso salve al mundo. Pero ese joven de pelo revuelto y ojos
esmeralda tiene otros planes. Avanza decidido hacia él, sin
miedo. En las gafas ve su propio reflejo, aunque apenas se reconoce:
ahora es un monstruo, parece una criatura escapada del mismísimo
infierno... como el que está viviendo. Voldemort tiene
absoluto control, apenas queda espacio para su alma, que agoniza
lentamente. Draco intenta detener las palabras que escapan de sus
labios.
- Avada ke...
El maleficio muere con la
intrusión de una lengua en su boca. Draco, o mejor dicho, el
monstruo que lo ha poseído, muerde con todas las fuerzas, pero
Harry no rompe el beso. Amor, ese sentimiento que Voldemort jamás
logró comprender, que siempre consideró un signo de
debilidad y que en sus múltiples transformaciones logró
apartar de sí. Amor, esa fuerza que tanto teme, porque hace
que la razón se vuelva loca y que la locura sea razonable.
Amor, lo único que puede acabar con Lord Voldemort.
Demasiado tarde comprende que ha cometido un grave error,
poseyendo a Draco. El monstruo intenta escapar, tiene que salir de
ese cuerpo cuanto antes.
Draco ya ha traspasado ese punto en
que deja de sentir el dolor. Si pudiera, abandonaría ese
cuerpo y abrazaría la eternidad. No tiene miedo a morir, si
con su muerte se asegura que Lord Voldemort también
desaparecerá para siempre. Y puede considerarse un hombre
afortunado, ha tenido la oportunidad de despedirse de su amor.
Voldemort busca desesperadamente la forma de evadirse del
cuerpo de Draco, pero el amor de Harry lo envuelve, lo quema, lo
pulveriza, lo reduce a sombras, a un mero recuerdo, a una pesadilla
que ha llegado a su fin.
Cuando abre los ojos ve un fénix
mirando a las estrellas. Como ahora. Otra vez en el presente, Draco
descubre que en la última batalla fue la Canción del
Fénix lo que le retuvo en ese mundo. La misma canción
que acaba de escuchar. Virginia sobrevivirá, pero tienen que
apresurarse a llevarla al hospital San Mungo.
-.-.-
Después
de la cena se retiran al Salón de Verano para continuar la
velada. El presidente de la Confederación Internacional de
Magos y su esposa, el Ministro de Magia y su joven acompañante,
esa tal Marta Fanera, todos alaban la exquisitez de la cocina de los
Malfoy. La anfitriona les distraerá mostrándoles la
colección de reliquias élficas y preguntándoles
acerca de sus viajes en tierras lejanas, antes de entrar sutilmente a
temas de más importancia.
La política es uno de
los puntos fuertes de Narcisa Malfoy. No fue casualidad que se
convirtiera en la esposa de uno de los mortífagos más
poderosos. Durante el reinado de Lord Voldemort (ella nunca ha tenido
miedo en pronunciar ese nombre, aunque en público siempre tuvo
que fingir), en su casa se celebraban las reuniones más
importantes, bajo su techo se discutían los planes
maquiavélicos para conquistar el planeta. Como buena esposa,
jamás expuso abiertamente su opinión, siempre dejó
que fuera su marido el que hablara con Lord Voldemort. Sin embargo,
de forma muy sutil, solía ser ella quien dirigía las
conversaciones, lanzando comentarios casuales que de algún
modo infundían sus ideas no tan inocentes en otras mentes, las
de las personas que dirigirían el destino del mundo mágico.
Sus esfuerzos quedaban recompensados cada vez que a alguien se le
"ocurría" alguno de sus magníficos planes
urdidos durante días y días, que una vez puestos en
práctica rara vez fallaban. Siempre a la sombra, la señora
Malfoy fue una pieza clave en el ejército de Voldemort.
Después de la primera caída, fue ella quien aconsejó
a su marido de pasarse al otro bando y mantener limpio el nombre de
la familia. También fueron sus agasajos y votos
incondicionales los que convencieron a Lord Voldemort de su lealtad,
tras su resurrección. Cuando Potter y su propio hijo acabaron
definitivamente con el Señor Oscuro, ella logró
parapetarse una vez más tras una fachada de falsa inocencia, y
cuando la gente se compadecía de la pobre viuda Malfoy, que
había convivido tantos años con un mortífago sin
sospecharlo, les dedicaba una débil sonrisa que sus
interlocutores interpretaban erróneamente como pura inocencia.
Ahora los tiempos han cambiado. Hace muchos años que
ningún loco persigue sus sueños de dominio sobre el
mundo. En teoría la democracia deja poco margen de actuación
para aquellas personas que, ávidas de poder, quieren controlar
la vida de millares de magos y brujas, sus ganancias, sus posesiones,
su futuro. En teoría. Narcisa sabe cómo jugar sus
cartas, y la cena de esa noche es un paso más hacia su
objetivo.
- ¿Así que el Ministerio quiere
festejar los veinte años de la caída de
Quien-No-Debe-Ser-Nombrado? Me parece una excelente idea...
El
ministro le dedica su encantadora sonrisa.
- Y eso no es
todo, señora Malfoy. Como ya debe saber, coincidirá con
el cumpleaños de Harry Potter. Por eso pensamos que deberíamos
celebrarlo todo junto. Un héroe siempre atrae mucha atención,
¿verdad Marta?
A su lado la joven acompañante
ríe tontamente. Narcisa reconoce esa estrategia, ella misma la
ha empleado en numerosas ocasiones. Sonreír a cada palabra,
fingir estupidez... que nadie sospeche que detrás hay una
mente privilegiada. Deberá vigilar de cerca a esa tal señorita
Fanera, puede convertirse en una aliada perfecta... o en una
peligrosa rival.
- A los presidentes y ministros de todos los
países les gustaría conocer a Harry Potter en persona -
interviene el presidente de la Confederación Internacional de
Magos, con un marcado acento mediterráneo.
- Mi punto
exactamente. Es una ocasión ideal para unir a la Comunidad
Mágica.
- ¿Y quién se encarga de
organizar esa fiesta? - pregunta Narcisa con el tono más
desinteresado que puede adoptar.
El ministro se pone
nervioso, no quiere admitir ante su colega chipriota que en su
gobierno ha habido varias dimisiones que pueden hacer peligrar su
continuidad.
- Bueno, en un principio debía encargarse
el Departamento de Juegos Mágicos y Deportes, pero tras la
remodelación del Ministerio, y sin la cooperación del
Director de Hogwarts, deberemos fundar un nuevo comité...
-
Si quiere, puedo encargarme yo, de los preparativos - sugiere
Narcisa, como si se le acabara de ocurrir la idea. - Tengo numerosos
contactos que seguro que estarán encantados de poder
colaborar.
- ¡Excelente, señora Malfoy! - otra
vez esa sonrisa digna del premio anual que otorga la revista Corazón
de Bruja. - No me cabe la menor duda de que con su ayuda esa fiesta
tendrá el éxito asegurado.
Narcisa muestra el
mismo entusiasmo, aunque por distintas razones: una fiesta
multitudinaria con la presencia de Potter y algunas otras sorpresas
que ya tiene en mente; esto asegurará la reelección del
Ministro, y ella estará en mejor posición para ocupar
un cargo en el nuevo gobierno. Quizá la jefatura en el
Ministerio de los Secretos.
En ese momento suena la voz de su
conciencia, que por desgracia suya se asemeja demasiado a la voz de
la que fue su mejor amiga, o por lo menos tal como la recuerda.
"Narcisa", le dice, "¿por qué te empeñas
en preparar esa fiesta, cuando sabes que puede perjudicar a Harry?
Recuerda la petición expresa de tu hijo de no interferir en
sus vidas..."
- Tranquila, Lily - murmura para sí
misma, aunque en su imaginación es como si no hubieran
transcurrido los años y ella y su amiga todavía
estudiaran en el colegio. - Te prometo que a Harry no le ocurrirá
nada, ten fe en mí.
-.-.-
Tras pasar toda la
noche en vela, está a punto de sucumbir en el sueño.
Los párpados pesan como losas, sólo con gran esfuerzo
consigue mantener los ojos abiertos, quizá por no mucho rato
más. Se queda observando a Harry, que se ha quedado dormido
arrodillado junto a la cama de su esposa. Quizá debería
despertarlo para que yaciera en una posición más
cómoda, ¿pero y si no se vuelve a dormir? No, ahora que
está tranquilo y sosegado, mejor dejarle... ya ha tenido
demasiadas emociones. Porque Harry, aunque probablemente no comprende
todo lo que sucede a su alrededor, siente y sufre igual, o quizá
más. Y Draco siente exactamente las mismas emociones.
De
pequeño le enseñaron a ocultar sus sentimientos. Es un
signo de debilidad, le decían. La última vez que
recuerda haber vertido una lágrima siendo un niño tenía
cinco años, cuando murió Ares, su halcón.
Aquella noche lo castigaron a dormir en una cela de las mazmorras.
Para que aprendiera a ser fuerte, le dijeron. No fue la primera ni la
última vez que lo castigaron, pero aprendió rápido
la lección: no debía mostrar sus emociones.
Cuando
se enamoró de Harry, durante mucho tiempo se negó a
aceptar lo que realmente sentía. Sólo la paciencia y
perseverancia del Gryffindor consiguieron romper ese muro de hielo y
llegar hasta el fondo de su corazón.
Luego vinieron
tiempos de guerra, y la Orden del Fénix los mantuvo aislados
del resto del mundo mientras se recuperaban y se entrenaban para la
última batalla. Durante esos dos años descubrió
que Harry tomaba la mayoría de decisiones según lo que
le dictaminaba el corazón. Una forma tan válida como
cualquier otra. ¿Acaso no había sobrevivido media
docena de ataques del Señor Oscuro más poderoso de
todos los tiempos? Ni siquiera Dumbledore podía contar lo
mismo.
Pero no fue hasta que conjuraron el Vínculo
Vital, ese hechizo que tenía que unirles de por vida, que no
aprendió a escuchar su corazón. Durante esos escasos
quince días tras la última batalla se sintió
invadido por sentimientos desconocidos, algunos propios de Harry,
pero otros definitivamente suyos; todas las emociones que había
estado reprimiendo durante años fluían con toda
libertad. Recuerda esas dos semanas como las mejores de su vida,
cuando delante suyo sólo tenían un futuro lleno de
esperanza, sin guerra, sin preocupaciones, sólo ellos dos.
Entonces apareció Virginia con su hija, la hija de
Harry, y su felicidad se truncó. Draco podía acceder a
la mente atormentada de su compañero, asistir a la silenciosa
lucha de emociones y amores incondicionales que inevitablemente
acabaría con una difícil elección. A Draco le
hubiera gustado acusar a la Weasley de farsante, de mentir sobre la
paternidad de su hija para poder casarse con Harry y atarlo para
siempre. El problema era que el color de ojos de la niña era
inconfundible: verde esmeralda.
Ni siquiera podía
decir que Harry le había sido infiel. Nunca hubiera imaginado
que su idea de distanciarse durante el último curso para poder
desempeñar mejor el papel de espía para la Orden del
Fénix acabaría teniendo... consecuencias. Durante su
iniciación como futuro mortífago le enseñaron a
utilizar la seducción como arma para eliminar el adversario,
pero él al menos había tomado precauciones para no
dejar descendencia.
Harry eligió cumplir con su deber
de padre y casarse con Virginia. Tras ese nuevo rechazo, Draco cerró
de nuevo su corazón y se negó a mostrar sus
emociones... hasta la llegada de la lechuza. Aquella noche volvió
a llorar, delante de una Sangre Sucia. ¿Cómo es posible
que Harry tenga tal efecto en su persona?
-.-.-
Blanco.
Al abrir los ojos, el resplandor del blanco inmaculado ciega su
visión. Cree que es el Más Allá. El dolor
crujiente de sus huesos, el calor de un cuerpo cerca de ella, el
sonido de una respiración acompasada... ¿la suya? No,
no está sola, hay alguien más. Lentamente va tomando
conciencia de que aún no ha abandonado el mundo de los vivos.
¿Dónde se encuentra? En una cama con sábanas
blancas, almohadas blancas, paredes blancas... No es su cuarto.
¿Entonces dónde? Parpadea, hasta que las formas
borrosas van definiéndose más y más. Se halla en
una habitación bastante grande, con unos enormes ventanales
por donde se filtra el sol de la mañana. En la pared opuesta,
un retrato a tamaño natural de una medibruja del siglo X le
guiña el ojo.
Ya ha estado antes aquí, cuando
Harry y Draco reaparecieron al Mundo Mágico, tras la última
batalla. San Mungo. ¿Cómo diablos ha venido a parar
aquí?
Con gran esfuerzo consigue girar la cabeza.
Sonríe. Ese pelo de corcel negro indomable sólo puede
pertenecer a Harry. Al parecer se ha quedado dormido arrodillado
junto a su cama. Más lejos, sentado en una silla, la observa
una figura etérea que le resulta vagamente familiar: facciones
delicadas como las de un muñeco de porcelana, cabello dorado,
ojos de plata... Muy similares a los del retrato.
- ¿Draco?
-.-.-
- ¿Draco?
La voz temblorosa de
Virginia lo saca de su ensimismamiento. La pelirroja lo mira
fijamente. Su rostro ya ha recuperado el color, sólo quedan
tres heridas como testigo del accidente.
Se levanta para ir a
buscar al sanador Augustus Pye, pero de repente una mano atrapa su
muñeca.
- Espera, tenemos que aclarar un par de cosas.
Se detiene, vacilante. Sin atreverse a mirar a la mujer a los
ojos, se entretiene a jugar con el pelo embrollado de Harry, que
todavía duerme.
- No hay nada que aclarar - dice, al
fin. - Estar tan cerca de Harry después de tanto tiempo... ha
ocurrido lo inevitable. Sólo puedo decir que lo siento. Pero
no te preocupes, me marcho. Para siempre.
Intenta
desprenderse de esa garra que lo retiene, en vano.
- No
puedes irte, Harry te necesita.
No quiere escucharla, ahora
que ya ha tomado una decisión. Ya ha sobrevivido unos largos
veinte años sin Harry, puede sobrevivir el resto de su vida.
- ¿Tienes miedo al amor, Malfoy?
Se gira otra
vez hacia la pelirroja, sorprendido. Durante unos minutos se
observan, como rivales que se sospesan antes de enfrentarse en
batalla. La resolución en la mirada de la mujer le recuerda a
cierto moreno de ojos esmeralda que veinticinco años atrás
le hizo exactamente la misma pregunta.
Ese duelo acaba cuando
la cabeza bajo la mano de Draco empieza a moverse. Harry ha
despertado. El rubio baja la mirada para perderse en esos ojos verde
que tanto lo fascinan. En ellos aparece esa chispa que ilumina su día
más que un rayo de sol.
- ¡Buenos días,
Draco!
Inconscientemente acaricia esas mejillas con barba de
tres días, esos labios que dibujan esa sonrisa que debería
estar proscrita... Cuando se da cuenta de lo que hace, pega un salto
y una vez más intenta dirigirse hacia la puerta. Pero ahora ya
son dos manos las que lo apresan y retienen en ese lugar. Harry se
aferra a su tobillo como si su vida dependiera de él.
-
No te vayas... - suplica el moreno, con voz lastimera.
- No
me puedo creer que tú que luchaste contra
Quien-No-Debe-Ser-Nombrado y le venciste, ahora huyas como un cobarde
- le recrimina la mujer. - Draco, no dejes escapar algo tan precioso
como el amor, aprovecha esa segunda oportunidad.
- ¿Pero
por qué me dices todo eso?
- Porque amo a Harry más
que nada en ese mundo... y precisamente por eso sé reconocer
que me has vencido. Su felicidad está contigo, ¿acaso
no lo ves? Soy yo la que sobro.
Draco no sabe como reaccionar
ante esa situación que, en otras circunstancias, se le
antojaría de lo más absurda. ¿Cómo se
supone que debe discutir con alguien que parece dispuesta a tal
sacrificio?
- Mira, Virginia. Yo también sólo
quiero su felicidad, y tú formas parte de su vida, así
que tampoco esperes que deje largarte así sin más.
-
En ese caso, deberemos convivir los tres. Ah, y llámame Ginny.
Continuará
