NO
ME OLVIDES
VIII. Un regalo inesperado
Relee por
tercera y cuarta vez el mensaje que le acaba de llegar del
Ministerio. Pergamino de primera calidad, tinta del color del cielo
de medianoche, caligrafía retorcida con mucha floritura, al
pie el sello oficial y una rúbrica con dos iniciales: G.L.
Por desgracia no es un sueño. Una pesadilla, más
bien. Dentro de una semana el colegio estará invadido por
millares de magos y brujos de todo el mundo, deseos de conocer a
una... celebridad. Potter. Pero eso no es lo peor. En cierto modo ya
sabía que la petición de la familia y amigos de
celebrar una fiesta más bien íntima caería en
oídos sordos. No. La verdadera sorpresa reside en la persona
que está al cargo de los preparativos. La señora
Malfoy. Nada bueno cabe esperar.
Decididamente ése no
es un asunto que quiera afrontar en ese mismo instante. Mejor que se
lo quite de la cabeza. Es un buen momento para estrenar uno de los
pensaderos que preparó el otro día.
Una pequeña
gárgola en forma de murciélago emite un chillido
ensordecedor, anunciando la visita de algún incauto que espera
que le dedique parte de su valioso tiempo. Maldito sea el inventor de
ese moderno sistema de alarma: los chillidos de gárgola pueden
hacer enloquecer a cualquiera. Peores que los berrinches de Myrtle la
Llorona.
- Raíz de asfódelo - murmura, tan bajo
que ningún oído humano habría podido descifrar
las palabras. La escalera de caracol empieza a girar.
-.-.-
- Narcisa. Despierta.
Escucha la voz en un susurro.
No comprende de dónde procede, a su alrededor sólo ve
lirios blancos que la rodean formando una espiral que se eleva hacia
el cielo, un camino que cada noche intenta seguir, un camino que
conduce a un destino desconocido, no sabe exactamente dónde,
pero presiente que es el único lugar donde puede escapar de
todos los problemas. Mira hacia arriba, un fénix blanco la
está esperando.
- ¡Narcisa! - la misma voz,
insistente, consigue filtrarse una vez más en su sueño,
que ahora empieza a diluirse con la luz que se cuela bajo sus
párpados medio cerrados. - Venga, holgazana, recuerda que hoy
es el día de las pruebas.
La joven abre los ojos para
descubrir, con gran espanto, el rostro de su mejor amiga a apenas dos
centímetros del suyo, aliento cálido contra su mejilla,
aroma de lavanda, cabello sedoso haciéndole cosquillas en la
nariz. Y tan rápido como ha aparecido, desaparece de su campo
de visión. Cuando Narcisa consigue despertar del todo, Natalie
está acabándose de vestir con el traje ligero para
entreno de quidditch, sonriéndole con aire travieso.
-
¡Ya era hora, Bella Durmiente! Venga, levántate. Hoy las
Holyhead Harpies tendrán una nueva jugadora: Narcisa Potter.
-.-.-
No es la primera vez que entra en el despacho
del Director de Hogwarts, pero no puede evitar sentir un escalofrío
como en sus tiempos de estudiante. Seguramente se debe a la imponente
figura que tiene delante: rostro cetrino, nariz aguileña,
cabello, ojos y túnica tan negros como un cuervo. Severus
Snape sostiene una varita rígida y oscura apuntando su propia
sien. Un hilo plateado sale de su cabeza y se enrosca en la varita:
un recuerdo. Luego, con un elegante movimiento de muñeca,
lanza esa hebra en un cáliz de piedra labrada, donde se mezcla
con más sustancia del color de la plata. Pensamientos y
memorias que se unen y se separan, formando intrincadas conexiones
que difícilmente se pueden establecer dentro de la cabeza.
Repite esa operación media docena de veces, ignorando por
completo a la recién llegada.
En la habitación
reina un silencio sepulcral, roto sólo por el zumbido de una
avispa.
Hermione Granger observa esa especie de ritual,
preguntándose si el otro se habrá olvidado de su
presencia, cuando al fin el hombre se gira y le lanza una mirada
inquisitiva y penetrante, capaz de atravesar los huesos. Otra vez un
escalofrío recorre su espalda, aunque consigue mantener una
expresión serena y segura bajo ese escrutinio glacial.
-
Doctora Granger. ¿A qué debo el "honor" de su
visita? - dice al fin, con un ligero sarcasmo que ella decide
ignorar.
Respira hondo, mientras repasa mentalmente el
discurso que ha estado preparando desde que Ron la ha avisado de los
últimos acontecimientos.
- Verá. Quisiera
hablarle de Harry Potter.
El hombre no hace esfuerzo alguno
para ocultar el disgusto que le produce escuchar ese nombre. Pero
Hermione no se detendrá ahora que ha reunido el valor para
llegar hasta aquí.
- Ya sé que, por alguna
razón que me es desconocida, siempre ha odiado a Harry. No le
debe hacer ninguna gracia todo ese festival que quiere organizar el
Ministerio, pero le aseguro que...
- Mire, Granger - la
interrumpe él. - Si ha venido a contarme que su amigo tiene
Alzheimer, podría haberse ahorrado la molestia.
Hermione
lo mira con ojos atónitos.
- ¿Lo sabe?
Sus
labios finos se tuercen en una sonrisa burlona.
- Después
del encuentro entre el señor Malfoy y usted en la librería
Flourish & Blotts, lo que me sorprende es que la noticia no haya
saltado todavía a las páginas del Profeta.
Otra
vez un silencio incómodo, y por un momento la mujer podría
jurar que hay alguien más en la habitación. Pero una
mirada rápida a su alrededor le confirma que sólo son
imaginaciones suyas.
- Entonces supongo que adivinará
por qué he venido.
- Conociéndola, viene a
pedirme que le deje consultar los libros de la biblioteca, ¿me
equivoco?
Hermione, desafiadora, mantiene la mirada clavada
en esos ojos oscuros inexpresivos.
- Granger. Como ya sabe,
no siento ninguna simpatía hacia Potter, pero eso no significa
que le odie. La enfermedad que padece su amigo no la deseo para
nadie, y cualquier avance para curarla, o por lo menos para detener
el deterioro en la mente, pues sea bienvenido. ¿Cómo
voy a prohibirle que venga a consultar los libros de Hogwarts?
Tarda varios segundos en reaccionar, todavía no está
segura de haberle escuchado bien. Se alegra de descubrir que bajo esa
fachada impenetrable se esconde un buen corazón. Por algo
Albus Dumbledore siempre confió en ese hombre.
-
Gracias.
- Le confesaré algo, doctora. Pero debe
prometerme que lo que voy a decirle ahora no saldrá de esa
habitación.
Severus Snape mira a su alrededor con aire
de misterio, sus ojos se detienen por un instante en algún
punto por encima de los rizos de Hermione antes de volver a su
interlocutora con una expresión algo más suave... la
más suave que se puede esperar, tratándose del Gran
Maestro de Pociones.
- Estoy trabajando para conseguir una
poción contra el Alzheimer, aunque necesitaré probarla
antes de administrarla a Harry. Tardaré días, quizá
meses. Mientras, me gustaría que me fuera informando de todo
lo que descubra.
- Si unidos no permanecemos, por dentro nos
desmoronaremos - musita ella, citando las palabras que en cierta
ocasión cantó el viejo Sombrero Seleccionador. Todavía
no ha salido de su estupor, no sabe si debido a la preocupación
de ese hombre por alguien que nunca le ha caído bien, o por el
hecho que se haya tragado el orgullo y le haya pedido ayuda. ¿No
es sorprendente que, por una vez, el Profesor Snape haya llamado a
Harry por su nombre de pila? Sin malicia, sin sarcasmo.
-
Desde luego, cuente con ello - dice al fin, a modo de despedida.
Ya
se dirige hacia la escalera, cuando Severus Snape le habla una vez
más.
- Por cierto, puede llevarse uno de esos
pensaderos, preparé uno especialmente para Potter... Pueden
considerarlo un regalo de cumpleaños anticipado.
-.-.-
Narcisa Malfoy sale del estudio con un libro en las manos. Un
libro muy antiguo, páginas enmohecidas que siguen atadas al
lomo gracias a algún sortilegio que ya ha caído en
desuso, cubiertas de piel negra con el título lacrado: "Black
Magic". El legado de su pasado, los secretos de una magia ancestral
que sólo se transmite a los elegidos.
Se detiene antes
de llegar a la Sala de los Retratos. Escucha voces, parece que los
cuadros charlan animadamente de algún cotilleo. Algo
impensable en la Mansión Malfoy cuando su marido todavía
vivía, pero las pinturas ya han perdido todo respeto a sus
moradores y actúan como si fueran los verdaderos dueños.
La mayoría considera que el último heredero no es digno
de llevar su apellido, y la señora Malfoy, aunque es respetada
y temida como bruja, no lleva su sangre.
- Pobre Narcisa, lo
que una madre tiene que sufrir – oye una voz compasiva que no tarda
en identificar. "Elizabeth Malfoy, 1326-1349, curandera, madre
de trillizos, asesinada por muggles que la acusaron de contagiar la
peste negra en Wiltshire."
- El problema es no haber
arrancado el mal de raíz – comenta una voz de barítono.
"William Malfoy, 1589-1612, mago guerrero, muerto en la batalla
de Stonehenge durante la rebelión de los goblins."
-
Qué lástima que nos separe casi un siglo – suspira
otro joven, en un tono casi femenino. "Dorian Malfoy, 1891-1914,
hedonista, muerto en el primer bombardeo de Londres." – Draco
y yo nos habríamos entendido muy bien...
- ¡Oh,
claro! Y seguro que ya estás deseando que cuelguen su retrato
entre nosotros – bromea una muchacha, con sarcasmo. "Angela
Malfoy, 1954-1977, creadora de pociones, desaparecida durante el
primer mandato de Lord Voldemort."
Rostro lívido
al llegar la comprensión. Narcisa conoce muy bien las
preferencias de su hijo. Sería demasiado hipócrita si
tuviera algún problema con ello, pero le decepciona esa total
falta de discreción. Los secretos mejor guardarlos en el
armario y cerrados bajo candado.
Las voces mueren cuando la
doble puerta de la Sala de los Retratos se abre de un arrebato de
ira, dejando paso a una bruja visiblemente enojada, rodeada de un
halo rojo incluso, capaz de fulminar cualquier lienzo con una sola
mirada.
- ¿Dónde?, ¿con quién? –
exclama, fijando la vista al último cuadro que se ha
incorporado en la colección: un hombre frío,
impenetrable, manipulador, autoritario. Su difunto marido. Lucius
Malfoy. El retrato, como única respuesta, a su turno gira los
ojos de plata hacia otro cuadro gigantesco que preside la sala. Una
distinguida bruja del siglo X, la matriarca del clan: "Magnolia
Malfoy, 980-1023, medibruja, cofundadora del Hospital San Mungo."
Narcisa deja escapar un suspiro, anticipándose a lo
que va a escuchar.
-.-.-
Siente la adrenalina en sus
venas. Volar hacia las nubes para luego dejarse caer en picado,
cambiando la trayectoria a pocos centímetros del suelo para
evitar la colisión. Esquivar las bludgers que las golpeadoras
lanzan en su dirección con toda la fuerza. Practicar el Amago
de Wronski, engañar a las otras candidatas a buscadora para
llevarlas en dirección contraria de donde ha visto destellar
la snitch. Y luego la Maniobra de Potter, una técnica para
cazar la bola dorada justo delante las narices de una rival. Las
pruebas para encontrar nuevas jugadoras han conseguido que le suba la
adrenalina.
Cuando aterriza con su Supernova 10, la
entrenadora se acerca hacia ella, con la libreta donde ha estado
apuntando las habilidades de cada candidata, seguida a pocos metros
de una Natalie sonriente.
- Enhorabuena, Potter. Tiene
talento para jugar, como su padre. Natalie ya me ha contado que en
Hogwarts era la buscadora de Gryffindor. No entiendo por qué
no consideró antes la opción de jugar profesionalmente,
seguro que no le faltaron ofertas de otros equipos. Si le interesa,
queda fichada como nueva buscadora suplente de las Holyhead Harpies.
Natalie la abraza, feliz. Si Narcisa hubiera prestado más
atención alrededor, se habría percatado de las miradas
furiosas que le lanza Adela Hooch, quizá por la humillación
de haber perdido la snitch ante una simple candidata, o quizá
por alguna otra razón... ¿tal vez celos? De estar más
atenta, se habría dado cuenta de que el abrazo de su amiga se
alarga más de lo debido, de que la gente empieza a murmurar.
Pero Narcisa no está allí, está sumergida en su
propio calvario.
"Tiene talento para jugar, como su
padre". Esas palabras se repiten una y otra vez en su cabeza. Su
padre. El famoso Harry Potter. Héroe a la edad de un año
por sobrevivir a un ataque de Lord Voldemort, por acabar
definitivamente con el Señor Oscuro a los veinte y librar al
mundo de todo mal. El mejor buscador de todos los tiempos, que no
conoció la derrota durante los años que jugó
profesionalmente y que consiguió tres Mundiales para su país.
Harry Potter. El hombre que dejó a su madre embarazada y luego
desapareció, el hombre que se casó sólo por
compasión y que ahora no tiene reparos para mostrar su afecto
hacia alguien que no veía en décadas. Su padre, que
tanto había idolatrado durante su niñez, ha besado a
otro hombre delante de ella. Esa ha sido la peor ofensa en su vida,
le ha echado en cara que su existencia se debe a un error que jamás
tuvo que ocurrir. Harry y Ginny Potter, el matrimonio perfecto ante
los ojos de la Comunidad Mágica, no ha sido más que una
farsa, una farsa que ha durado veinte años. Y ella lleva su
apellido, una marca que la perseguirá toda su vida... o hasta
el día que se case.
-.-.-
Después del
último chequeo, el viejo sanador da el alta a Ginny, que ya se
ha recuperado del accidente en el río que podría
haberle costado la vida.
- Ya podemos volver a casa - dice la
mujer mientras caminan por los pasillos del hospital, con una sonrisa
cálida en sus labios. Pero esa sonrisa muere al ver la
expresión de pánico de su marido, que se detiene en
seco y la mira con ojos desorbitados:
- ¿A casa? ¿A
Privet Drive?
Estas palabras, pronunciadas con la
espontaneidad de un crío, con miedo incluso, destilan una
realidad terrible que hubiera preferido ignorar. ¿Hasta dónde
el olvido se ha adueñado de la memoria de Harry, comiéndose
cada recuerdo, borrando las fronteras entre presente, pasado y
futuro?
- No, Harry. A la casa donde vivieron tus padres –
interviene Draco. – Al valle de Godric.
Va a decir algo,
pero se detiene ante la exultación visible en el rostro de su
marido, que se ilumina con el gozo de un niño que recibe su
primer regalo de cumpleaños. No percibe que alguien se desliza
a su lado hasta que una voz aterciopelada susurra a su oído:
- Ginny... - el nombre suena raro, en labios de Draco. – No
te desesperes si no recuerda nuestra realidad. Para hacerle feliz,
aprende a vivir en SU realidad.
-.-.-
Ser
invisible siempre ha sido uno de sus grandes sueños. Acceder a
lugares prohibidos, contemplar desde la sombra a la gente, sus
gestos, sus acciones, descubrir los motivos secretos de cada conducta
y anticiparse al desenlace. Ser espectadora de la vida misma.
En
los primeros años de su tierna infancia deseaba convertirse en
fantasma. Creía que para ellos no existían barreras,
que estaban en todas partes, que lo veían y lo sabían
todo. Cuando le preguntaban qué quería ser de mayor,
siempre daba la misma respuesta: quería ser fantasma.
A
los once años fue a Hogwarts, y ya en el banquete del día
de su llegada descubrió que tenía una idea equivocada.
Los fantasmas no eran totalmente transparentes como siempre había
imaginado, eran sombras difuminadas de lo que habían sido
durante su existencia. Demasiado visibles para su gusto. Y luego otro
aspecto más repulsivo que hasta entonces no había
considerado: estaban muertos.
Más tarde descubrió
que hay otras formas de pasar desapercibida. Capas de invisibilidad,
hechizos y pociones incomprensiblemente considerados como Artes
Oscuras, viajes astrales, sueños, visiones, telequinesia,
psicometría... Cada uno tiene su secreto. Y en su vida
profesional, su secreto ha sido su mejor arma.
-.-.-
Las
calles del Londres muggle están casi desiertas en esa hora de
la tarde en que se disputa la final de la competición europea
más prestigiosa del deporte rey. Una final atípica,
Bulgaria-Irlanda. Por eso nadie advierte cómo cinco figuras se
aparecen de un escaparate de unos almacenes abandonados, "Purge y
Dowse, SA". Sólo un viejo vagabundo con la ropa hecha
jirones, sentado en la acera de enfrente mientras come los restos de
un bocadillo que algún paseante le entregó por caridad,
levanta los ojos y les observa con un inusitado interés. Con
la mano aleja una avispa que zumba en su oído, para escuchar
mejor.
Delante van dos mujeres, la de piel oscura le explica
a la pelirroja el tratamiento de alguna terrible enfermedad. O eso
deduce a partir de las escasas palabras que le llegan: olvido,
adaptación, desespero, paciencia, paciencia, paciencia. La
otra parece escucharla sólo a medias, más preocupada en
tratar de ignorar lo que ocurre a sus espaldas.
A escasos
metros de distancia les siguen dos hombres, aunque muy bien podrían
encontrarse a millones de kilómetros de allí, en otro
planeta. Acaban de inventar un universo donde sólo existen
ellos dos perdidos en la naturaleza, lejos de la gran ciudad. En ese
universo sobran las palabras, todo se reduce al sencillo lenguaje del
tacto, de las caricias, de la piel. Manos enlazadas, sonrisas
cómplices, miradas radiantes que apenas esconden el deseo y la
pasión.
De pronto el rubio se detiene, y tras
asegurarse de que las dos mujeres se hallan lo bastante lejos como
para no escucharles, pone una mano en cada hombro del moreno, sus
ojos brillan con toda la intensidad del momento.
- Harry,
quiero que hagamos una promesa - dice con voz solemne. - A partir de
ahora, pase lo que pase, nos mantendremos unidos.
- ¿A
qué viene eso? Ya hicimos esa promesa, ¿recuerdas?
Sí, Draco lo recuerda perfectamente. Era parte del
conjuro del Vínculo Vital. Una promesa que se rompió,
como tantas otras, cuando sus caminos tomaron rumbos distintos.
Siente una punzada en el corazón, por un momento cree que
Harry se está mofando. Pero esa mirada inocente le cuenta que
para el otro no existen esos veinte años de separación.
- Ya lo sé. Sólo quiero repetirla de nuevo.
Quiero que sepas que no importa lo que ocurra, no importa lo que
digan o lo que piensen. No voy a dejarte nunca más, Harry.
Silencio.
En otras circunstancias esa falta de
respuesta habría molestado a Draco, se sentiría dolido,
ofendido. Pero se da cuenta que Harry ya no está allí,
su mirada errática persigue algún insecto en su vuelo,
zigzagueante como la famosa cicatriz. Suspira, antes de tomar su mano
de nuevo. No pueden demorarse más, aunque sólo sea por
educación, no deben dar pie a sospechas... "infundadas",
diría, pero teme que en esa ocasión no es la palabra
más adecuada.
Siguen andando con lentitud, al ritmo
pausado de un día extremadamente bochornoso. El moreno se
sonroja y el rubio sonríe al descubrir la causa de su
turbación: las fotos indecentes colgadas en una cabina
telefónica, acompañadas de números de teléfono
y nombres de mujer. En el otro lado de una calle más ancha,
Ginny y Padma les están esperando junto a la boca del metro.
Ahora es el turno de Harry para detenerse. Tal vez sea de
forma deliberada, tal vez sea pura coincidencia, el caso es que
repite los mismos gestos que el rubio, momentos antes. Una mano en
cada hombro del otro, una mirada intensa, una voz solemne:
-
Draco. Te prometo que siempre estaré a tu lado.
Para
Draco Malfoy, que en su vida siempre ha tenido todo lo que el dinero
puede comprar, esas palabras simples, inesperadas, son el mejor
regalo del mundo.
Continuará
