Ese capítulo está dedicado a Mahe, en el día de su cumpleaños. ¡Felicidades, linda!

NO ME OLVIDES

IX. Invitaciones

Esa mañana, mientras regresa lentamente del reino de los sueños, descubre que no ha dormido solo. Uno de sus brazos ha quedado atrapado bajo un cuerpo cálido, musculoso, varonil. La otra mano juega inocentemente con un amasijo de cabello rebelde, con una textura que le recuerda demasiado el cabello de Harry.

No quiere abrir los ojos todavía. Despertar junto a Harry ha sido una de las fantasías más ocurrentes durante toda su vida. A los once años ya soñaba con Harry. Soñaba que lo estrangulaba, que rodeaba su cuello con sus manos y apretaba con todas sus fuerzas, sin apartar jamás la mirada de esos ojos verdes que parecían preguntar: ¿por qué? "Porque te odio". En algún momento sus sueños cambiaron. Seguía soñando con Harry, soñaba que lo abrazaba, que rodeaba su cuello con toda delicadeza, sin dejar de zambullirse en esos ojos verdes que seguían preguntándole: ¿por qué? "Porque te amo".

Los sueños se convirtieron en promesa, y la promesa en realidad. Pero todavía no está muy seguro de que aquella realidad no fuera más que un sueño. ¿Acaso no descubrieron que durante dos años vivieron una mentira, que mientras entrenaban cerrados en una burbuja de relativa calma, a su alrededor el mundo sucumbía al caos, a la guerra, a la destrucción? ¿Por qué aquellas noches tenían que ser diferentes?, ¿quién le asegura que no fueron una mentira también?

Durante las dos últimas décadas raramente se ha acostado solo, con sus encantos personales y su posición, nunca le ha faltado compañía. Pero durante todo ese tiempo raramente ha permitido que el sol lo pillara en la cama junto a un desconocido, precisamente para no caer en la ilusión de despertar junto a Harry.

Sin abrir los ojos todavía, inhala el aroma de su compañero. Normalmente llegado a ese punto ya se ha desengañado, sabe con certeza que no ha dormido con Harry. Hoy es diferente. Esa mezcla de olor a quidditch, madera húmeda y champú muggle (sabe perfectamente cómo huele el champú muggle, aunque siendo un Malfoy NUNCA lo admitirá), sólo puede pertenecer a una persona: Harry.

Quiere creer que es Harry. Si los sentidos han decidido gastarle una broma macabra, no es culpa suya. Mantiene los ojos cerrados; no quiere arruinar el momento, descubrir que entre sus brazos hay un impostor. Lentamente acerca sus labios al cuello de su compañero y empieza a besarlo con toda suavidad, recorriendo caminos que antaño conocía como el camino que llevaba a su hogar. Recuerda los puntos sensibles, detrás del lóbulo de la oreja, el punto de unión entre el hombro y el cuello... El cuerpo entre sus brazos se estremece y se acurruca más contra su pecho. Exactamente la misma reacción de Harry.

Y es entonces cuando se percata de que no es un sueño. Ni saltos de alegría, ni cohetes, ni risas ni champán ante tal descubrimiento, sólo estupor y preocupación. ¿Cómo ha acabado ahí, con Harry entre sus brazos? Recuerda las últimas noches, cuando acudía a su habitación bajo la capa de invisibilidad y se sentaba a su lado para alejarle las pesadillas. Le cogía de la mano, le susurraba palabras reconfortantes mientras aguardaba que el otro se durmiera de nuevo, y cuando se había asegurado de que ya no volvería a despertar, regresaba a su habitación para intentar descansar unas pocas horas.

Esa noche ha debido de quedarse dormido. Con la mano libre palpa a su alrededor, buscando la capa que ha debido de escurrirse en algún momento de la noche. Nada, la única tela que encuentran sus dedos es la de esa sábana que se ha enredado entre sus cuerpos, que los protege de la brisa matinal, pero no de las miradas de terceros.

Pánico. Virginia... no, Ginny. Ginny tiene que saber de sus excursiones nocturnas, sería de locos creer que la mujer permanece en la ignorancia. Hasta ahora se había establecido un tácito acuerdo de no hablar de ello, fingir que no ocurre. ¿Pero cómo se puede disimular ante tal evidencia? Además, parece que esa noche se ha excedido, Ginny no le podrá perdonar que haya dormido con su marido.

Entonces lo recuerda. En realidad ni tiene que pedir disculpas, ni Ginny tiene que perdonarle nada. Ha sido ella la que ha arreglado esa nueva disposición en el dormir:

– Si la única forma de que Harry no tenga pesadillas es estando en tu compañía, mejor será que yo me vaya a dormir en otro sitio, por lo menos podré descansar...

"... sin tener que veros juntos." No hace falta pronunciar el final de frase, ya viene implícito en el tono de voz. No puede dejar de admirar el valor y la fuerza de esa mujer, la aceptación de esa situación, el sacrificio y la renuncia que ha tenido que hacer en favor de un ser querido. Quizá en otra época habría podido enamorarse de ella. Quizá Harry realmente ha estado enamorado de ella en algún momento. ¿Y quién puede reprochárselo?

Abre los ojos. A su lado, el moreno abre los ojos también. Su expresión inicial de sorpresa se convierte paulatinamente en una pequeña sonrisa.

– Buenos días, mi chica presumida... – el mismo saludo afectuoso de los viejos tiempos.

Ambos se pierden en un mar de caricias y besos, sus cuerpos empiezan a recordar sensaciones largamente olvidadas... es como volver al hogar tras largos años de ausencia.

Despertar junto a Harry es mejor que cualquiera de sus sueños.

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Tumbado bajo el sol, en una playa coralina del Mar Rojo, Ian MacNair no espera ninguna carta. Por eso se sorprende cuando llega una lechuza del Ministerio, con un sobre dirigido a su nombre en el pico. Una invitación. "Fiesta de conmemoración de los veinte años de la derrota de Quien-Todos-Sabemos". Por un momento se apiada del pobre pájaro que ha recorrido tan larga distancia para nada, porque no piensa ir. Pero cuando está a punto de romper el pergamino en pedazos, cambia de opinión: allí estará Hermione Granger. Si quiere verla fuera del trabajo, ésa es una buena ocasión.

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Para Draco, pintar es algo más que una simple afición. Es otra forma de interpretar la realidad, de captar detalles que escapan a la mirada, de inmortalizar un momento especial.

Con su pincelada firme y segura traza los contornos de la escena que se representa ante sus ojos. El hombre sentado en el prado, con las piernas cruzadas, acariciando la lechuza que reposa en su brazo. Detrás suyo la mujer, arrodillada, con una varita apuntando a la sien del hombre, en la otra mano un cáliz de piedra.

Por un momento se pregunta si debe añadir esa avispa que no deja de zumbar en sus oídos, pero al final desiste, el vuelo de un insecto es algo demasiado efímero.

Tras perfilar las líneas generales, mezcla las pinturas en la paleta para conseguir los colores de base: el verde del césped, el gris del cielo, el rojo de fuego y el negro azabache de los cabellos, el encarnado de sus pieles, el blanco aperlado de la lechuza, el ocre argiloso del cáliz... el verde de esos ojos, puro y profundo como el de la esmeralda.

En la siguiente sesión podrá matizar los tonos, dibujar los detalles, añadir los brillos, trazar las sombras con los colores complementarios. Será entonces cuando realmente podrá retratar sus expresiones. Esa mirada apagada de la mujer, mezcla de tristeza y resignación, en contraste con la viveza en los ojos del hombre.

Se aleja unos pocos pasos para contemplar su obra. Sonríe, satisfecho. Sí, ya en esa fase temprana puede apreciarse el talento del artista. Sin haber finalizado el cuadro todavía, no deja lugar a dudas de quiénes son sus modelos.

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– ¡Mira, mamá! ¡Una lechuza!

La mujer deja la escoba en la pared y mira a través de la ventana. Todavía no se ha acostumbrado a las visitas de esas aves en pleno día, el día en que llegó la primera carta se llevó un buen susto... aunque peor fue la reacción de su marido, que se desmayó. No todos los días se entera uno de que su hija es una bruja.

La niña sale corriendo al jardín, intentando atrapar al pájaro que vuela a pocos centímetros de su cabeza. Pero el ave consigue mantenerse fuera del alcance de sus dedos, deja caer la carta que lleva en el pico y se aleja otra vez hasta perderse en el horizonte. La niña queda algo decepcionada, le habría gustado acariciar la lechuza. Entonces su atención se centra en el sobre. Es para ella, escrito en tinta dorada lleva su nombre:

Beth Dursley
Privet Drive, 4
Little Whingings
SURREY

– ¿Qué es eso? – pregunta de repente una voz a sus espaldas, con tono más bien contrariado. Su padre.

– ¡Una invitación para la fiesta de cumpleaños de Harry Potter! – exclama la niña, feliz, ignorante de la tormenta que la mención de ese nombre está a punto de provocar. – ¡Para toda la familia!

– La fiesta de cumpleaños de Harry Potter – repite el hombre, con voz queda. Su rostro adopta todas las tonalidades comprendidas entre el color marfil y el berenjena. – ¿Y dónde, si puede saberse?

– En Hogwarts, la escuela de Magia y...

– ¡Ya basta! – grita él, perdiendo el poco control que le queda. – No tuve bastante con mi primo, que mi hija también ha tenido que salir... anormal.

Arranca la invitación de las manos de la niña y se dispone a romperla en mil pedazos, pero cuando sus ojos se detienen en el mensaje escrito en letras doradas, cambia de parecer. Quizá no es tan mala idea conocer ese maldito colegio donde su hija estudiará durante los próximos siete años... no es dónde él la habría mandado, desde luego, pero no quiere arriesgarse, si se niega, a tener una horda de gigantes enfadados en su casa, capaces de convertirle en cerdo o cualquier cosa peor. No le gustaría acabar siendo el manjar en un banquete de gigantes hambrientos.

– Está bien. Iremos.

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Remueve el líquido plateado del cáliz con su propia varita, sauce, veintiséis centímetros, flexible, núcleo de cola de unicornio. Quizá el regalo del Gran Maestro Snape ha sido más que apropiado. Un pensadero, un lugar donde almacenar los recuerdos de Harry antes de que se deterioren dentro de su mente enferma. ¿Por qué no se les habrá ocurrido antes?

Al principio se había prometido no inmiscuirse en la intimidad de su marido, pero por una vez la curiosidad es más fuerte que ella, y casi sin saber cómo, un instante se encuentra con la cabeza asomada en el cáliz, y en el siguiente dentro de un recuerdo de Harry.

Dos jóvenes sentados en su escondite junto al lago en un atardecer, manos entrelazadas, contemplando en silencio cómo esporádicamente emerge alguno de los tentáculos del calamar gigante, salpicando y provocando bellas formaciones en esas aguas por lo demás tranquilas.

– Es bonito – murmura el rubio.

El moreno resta en silencio por un rato, pero de repente extiende un brazo y, con la palma apuntando hacia el lago, pronuncia un hechizo:

– ¡Igneocataracta!

Del agua brolla un manantial de fuego, chispas que se elevan a más de diez metros para caer en todas direcciones. Ni el rubio, ni la mujer que es testimonio de ese recuerdo, pueden salir de su asombro cuando las llamas empiezan a bailar al ritmo de los gestos que el moreno hace con su mano, dibujando figuras doradas que brillan en el crepúsculo de la noche. Primero son figuras sencillas, un círculo, un corazón, que paulatinamente van dejando paso a formas más complejas, un fénix, un caballo alado, un dragón.

– ¡Pero Harry! – finalmente el rubio consigue encontrar su voz. – ¿Cómo lo has hecho? Nunca antes había oído ese hechizo.

El moreno se encoge de hombros.

– Ni yo. Acabo de inventármelo.

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Hoy todo el mundo habla de las lechuzas. Durante todo el día, desde cualquier punto del país, si levantas la cabeza, difícil es no ver a uno de esos animales cruzando el cielo a gran velocidad. Es extraño, muy extraño, uno de esos fenómenos que ocurre una vez cada veinte años.

Tampoco faltan las leyendas. Hay quien asegura que esas aves llevan en el pico un sobre escrito con tinta dorada, una invitación para todos los magos y brujas a una fiesta que se celebrará en un castillo muy lejano, bajo las aguas del mar, en el país de las maravillas o en la montaña de cristal.

En la televisión dan un programa especial, con un número donde los espectadores pueden avisar de dónde y cuándo han visto lechuzas. Brístol, Cardiff, Edimburgo, Manchester... En Londres también se han visto grandes bandadas de lechuzas, nubes y nubes de pájaros que han asustado a más de un vecino. Incluso los bomberos han tenido que salir para calmar a la población.

Una pequeña lechuza de plumaje gris llega a su destino, en el corazón de la capital. Sus ojos entrenados pueden ver la casa que aparece por arte de magia entre el número 11 y 13. Con su pata golpea el cristal de la ventana, una, dos, tres veces. Al fin alguien la oye y abre la ventana. El ave casi ni se detiene, deposita delicadamente el sobre en las manos de la bruja antes de volver a partir.

En tinta dorada puede leerse:

Mahe y Nigriv Guilmain
12, Grimmauld Place
Londres

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La pequeña avispa se aleja volando hacia el bosque, escapando de las miradas de esos ojos aristócratas que se han fijado en ella en más de una ocasión. No puede permitirse ser descubierta, ahora. Ya en la profundidad del bosque recupera su verdadera forma.

Marta Fanera puede aparecerse en su casa sin peligro. Ha conseguido un material excelente para el reportaje que publicará en la próxima edición de Corazón de Bruja, que saldrá la mañana del 31 de julio.

En su habitación le aguarda su lechuza personal, con un sobre en el pico. Reconoce el escudo, proviene del Ministerio.

Sonríe al ver las letras escritas en letra dorada. Es Tinta China Imperial. Como periodista con unos excelentes conocimientos de su profesión, puede jactarse de saber distinguir las principales clases de tinta mágica y muggle, y por supuesto reconoce ésa en concreto, una de sus favoritas incluso estando prohibida. No es casualidad que su nombre proceda de uno de los Maleficios Imperdonables...

Una invitación en la fiesta de conmemoración de la derrota de Quién-No-Debe-Ser-Nombrado. Eso le ahorrará tener que adoptar su forma de animaga, porque tampoco pensaba perdérsela ni por todos los galeones de Gringotts.

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Llega a casa cargada con los libros que ha tomado prestados de la Biblioteca Municipal de Inverness, la biblioteca muggle más cercana. El teléfono suena con desesperación. Es un teléfono transformado mágicamente, por supuesto, y tiene distintos timbres. Uno para llamadas de amigos y familiares, otro para llamadas indeseadas, otro distinto para urgencias... Además, también cambia de volumen según el tiempo que lleve sonando, y por lo que parece, lleva un rato largo. Un amigo o familiar. ¿Quién será?

Deja los libros encima la mesa, junto al correo, y corre hacia el aparato.

– Aquí Hermione Granger. ¿Dígame?

– ¡AL FIN TE ENCUENTRO, MIONE! – chilla la voz de su amiga desde el auricular. – YA CREÍA QUE ME HABÍA EQUIVOCADO. ¿NO HAS PENSADO NUNCA EN CONECTAR TU CHIMENEA A LA RED FLU?

Sólo cuando su interlocutor es un mago o bruja que no sabe utilizar el teléfono. Por lo demás ya está bien así, no necesita poner doble protección. No le gusta que le entren intrusos por la chimenea, ni siquiera Santa Claus.

– ¿Qué sucede, Ginny?

– EL PENSADERO... HE DESCUBIERTO ALGO QUE TE INTERESARÁ.

– Por favor, no grites, te oigo perfectamente.

– Ay, perdona. Hoy hemos estrenado el pensadero, y sin querer me he metido en un recuerdo de Harry... y he visto cómo inventaba un hechizo.

– ¿Sí? ¿De veras?

Hermione no cabe de la alegría. En todos los años que Harry ha trabajado en su departamento en la Central de Investigaciones de Magia Avanzada, nunca ha podido presenciar el momento exacto en que el hombre ha pronunciado unas palabras desconocidas que han tenido un efecto inesperado. Nadie ha podido verlo, que ella sepa. Cada vez que le pedía que intentara crear algo nuevo ante suyo, simplemente había sido incapaz. Pero en cambio cuando lo dejaban solo en un cuarto que habían adecuado para él, siempre salía con una lista interminable de nuevos hechizos que no había tenido tiempo de probar. Al principio Hermione le decía que no hacía falta que fuera a la oficina, que podía mandar los hechizos vía lechuza y cobrar igual. Pero Harry parecía contento de poder ocupar el resto de su tiempo clasificando los nuevos conjuros según su dificultad y efecto causado, e incluso llegó a poner al día los libros de texto reglamentarios de Miranda Goshawk, añadiendo sus propios hallazgos.

Quizá gracias al pensadero podrán descubrir cómo funciona la mente de Harry, si su habilidad de crear hechizos es un poder inherente a su magia, o si de forma inconsciente realiza alguna técnica que otras personas podrían también aplicar, y así no habrían perdido una fuente excepcional de creación de magia nueva.

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Ron Weasley acaba de recibir la invitación del Ministerio. Entusiasmado lee en voz alta el programa previsto a su esposa, que lo escucha cada vez más contrariada. Padma no puede dar crédito a sus palabras. A pesar de todas las peticiones y súplicas hechas al Ministro, han convertido la fiesta de cumpleaños de Harry en un festival de grandes vuelos, con una multitud de asistentes que lo acosarán y esperarán conocerle de cerca, obtener un autógrafo o una fotografía... Justo lo que más le conviene a Harry, salir de un entorno tranquilo y familiar, piensa con sarcasmo.

– ¿Puedes creerte eso? – sigue Ron, sin percatarse de la expresión sombría de la hindú. – Han organizado un partido de Quidditch entre las Campeonas de la Liga, las Holyhead Harpies, y un equipo de veteranos, el Celebridades Caducas, ¡y me piden que juegue como portero! ¿No es fantástico?

Es tal su exaltación ante la noticia que ni siquiera se detiene a leer quién más formará parte del equipo. Tal vez su alegría se habría disipado si hubiera visto que la posición de buscador la jugará Draco Malfoy. Tal vez no.

Con resignación, Padma coge la invitación para leerla con sus propios ojos. Frunce el ceño al comprobar que va dirigida al Sr. y Sra. Weasley. Tantos años peleando por conservar su apellido, para que en los papeles oficiales todavía la llamen como a su marido. No es que tenga nada en contra de Ron, lo quiere con todo corazón, pero se trata de una cuestión de principios. Ella es la última descendiente de su linaje.

Sin embargo todas las dudas y recelos se desvanecen en la nada en el momento en que las letras doradas se mueven y se transforman para crear otro nombre: Doctora Patil. En ese mismo momento reconsidera también su opinión sobre la fiesta. Quizá no tendrá efectos tan negativos para Harry como teme. Al fin y al cabo, él ya está acostumbrado a ser el centro de atención de grandes multitudes... y Hogwarts es y será siempre su hogar.

Continuará