NO ME OLVIDES

X. Medianoche

Avanza con pasos majestuosos hacia el altar, donde coloca el viejo libro de tapas negras que escondía en su estudio. "Black Magic". Ha llegado el momento en que alguien despierte de nuevo los terribles secretos guardados entre sus páginas.

Sus delicados dedos resiguen una vez más cada línea del viejo ritual, escrito en una extraña mezcla de lenguas primitivas, como en una torre de Babel: gobbledegook, sirénido, veela, pársel... Afortunadamente alguien ya escribió notas aclaratorias en los márgenes.

Echa una última mirada hacia la ventana circular. Sus ojos pálidos escudriñan el firmamento, leyendo la hora en las estrellas. Se acerca la hora. Medianoche.

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Criaturas de la tierra, hijas de Gea, ¿no sentís su llamada? ¿No percibís su poder en cada crujido, en cada temblor, en cada pequeño movimiento? Los árboles se doblarán a su paso, los campos se abrirán bajo sus pies. Montañas y desiertos aparecerán y desaparecerán a su voluntad, y vosotras, criaturas de la tierra, ocuparéis un lugar entre los elegidos... ¿No me escucháis?

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- ¿El andén nueve y tres cuartos? ¿Y qué solemne tontería es ésa? - pregunta alguien que, por su volumen, fácilmente podría confundirse con una ballena, y más teniendo en cuenta en cómo le queda ese traje gris de franela en el que se ha embuchado. Sólo el carrito con un par de maletas revela que se trata de otro viajero más en la ya casi desierta estación de King's Cross.

A su lado, una mujer pequeña con un vestido estampado de flores que anda haciendo equilibrios sobre sus zapatos de aguja mira el billete dorado del derecho y del revés, desconcertada, como esperando que ese simple gesto pudiera cambiar el texto impreso por algo con más sentido. Pero las letras siguen ahí, inconfundibles:

Tren de Medianoche, andén 9 y 3/4.

- Eso es lo que pone - responde ella con voz de soprano, encogiéndose de hombros.

Por un momento le parece que el hombre que aparece en la fotografía del dorso del billete ensancha su sonrisa y le guiña un ojo. Parpadea tres o cuatro veces, de puro asombro. Vuelve a mirar y a remirar el billete, pero nada, la foto no se mueve. Han debido ser imaginaciones suyas.

Mira el reloj en el puente de la estación. Una reliquia, un reloj de manecillas. Ambas apuntan hacia el cenit, acercándose peligrosamente al número doce. Si no se apresuran, van a perder el tren.

- Aún no entiendo por qué diablos hemos aceptado ir a esa fiesta de... anormales - gruñe el marido, escupiendo veneno en cada una de sus palabras. - Podría encontrarme tranquilamente en casa, sentado en el sofá ante el televisor, viendo la repetición del partido del Manchester contra el Liverpool... pero no, vamos a reunirnos con un montón de... bichos raros, de la misma calaña que mi primo.

La mujer suspira. Tampoco ella entiende qué extraña fuerza les impulsa a ir, tal vez la ilusión de su pequeña Beth al recibir la invitación... Sí, debe ser eso. En un momento de debilidad han accedido a los deseos de su hija.

Un grito escapa de su garganta cuando la niña que corretea a pocos metros delante de ella desaparece a través de la barrera que hay en el andén entre las vías nueve y diez.

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Criaturas del agua, hijas de Poseidón, ¿no sentís su llamada? Las olas anuncian su llegada, escuchadlas. Hablan de fuerzas invisibles y poderes ocultos, de cambios y equilibrios entre los elementos que sustentan al mundo. Las aguas se arremolinarán con una sola palabra suya, mares y ríos anegarán las tierras, y vosotras, criaturas de las aguas, ocuparéis un lugar entre los elegidos... ¿Acaso no me creéis?

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Medianoche. Sin necesidad de consultar el reloj de pulsera, sabe exactamente qué hora es, con la precisión propia de la ingeniería suiza. Minuto por minuto, segundo por segundo. Desde niño, desde que tiene memoria, si le preguntas, te podrá decir la hora y el minuto exacto, sin margen de error. Un poder innato. Y, sin embargo, nunca se separa de su reloj muggle, como tampoco se separa de su cámara de fotos.

Sus pupilas se adaptan rápidamente a la semioscuridad del laboratorio de revelado, alumbrado únicamente por la luz roja de una vela flotante. Pronto puede estudiar cada una de las fotos allí expuestas con la misma claridad que si las contemplara a la luz del día. Su tarea consiste en elegir las fotografías que acompañarán los artículos de las publicaciones que saldrán el día siguiente.

Siente náuseas al comprobar que desde casi cada una de ellas le saluda el mismo rostro, con esa maldita sonrisa provocadora que consigue embaucar a todas las brujas, y a todos los magos, se atrevería a decir... o no se explica cómo su primer profesor en Defensa contra las artes oscuras ha llegado a Ministro.

Deberán recurrir a imágenes de archivo. Con los héroes caídos durante la guerra no hay otra alternativa, pero tenía la secreta esperanza de poder publicar una foto reciente de su ídolo, Harry Potter. Quizá no tendría que haberse hecho ilusiones en base a los comentarios ambiguos de su compañera, que durante toda la semana se ha comportado de forma misteriosa, siempre con ese aire de alguien que conoce algún tórrido secreto que los demás ignoran.

Frustrado, se dispone a echar un vistazo a la última hilera de fotografías, aunque ya sin ninguna expectativa, cuando unos brazos le rodean y unos labios asaltan su boca. Su mente apenas puede registrar qué está sucediendo. La joven Marta Fanera le está besando. Apasionadamente. En algún rincón de su conciencia oye una vocecita que le advierte que todavía no ha acabado con su trabajo, pero pronto queda ahogada por los sonidos de deleite que escapan de sus propios labios.

Perdido en un remolino de sensaciones placenteras, Colin Creevey no se da cuenta de que sus acciones son un reflejo de otro beso con otros protagonistas, un beso inmortalizado para siempre en papel: la fotografía de dos héroes demostrándose su amor incondicional, la fotografía que sin su consentimiento será la portada de Corazón de Bruja.

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Criaturas del fuego, hijas de Hefesto, ¿no sentís su llamada? ¿No notáis el calor de su presencia?, ¿no notáis el ardor de su mensaje? Las llamas saldrán de las entrañas de la tierra y arrasarán todo lo que se interponga en su camino, reduciéndolo todo a cenizas. Y vosotras, criaturas del fuego, ocuparéis un lugar entre los elegidos... ¿Por qué me ignoráis?

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Tumbada en el sofá de casa, en camisón de satén canela y una fina manta cubriéndole los pies, su melena leonina salvajemente alborotada, un par de gruesos libros en su regazo y otro entre sus pulcras manos... ésa es la típica imagen que ofrece Hermione Granger por las noches justo antes de acostarse. Sean vacaciones o no.

Las lecturas de hoy: "Enfermedades muggles. Efectos y consecuencias en magos y brujas", de Dolores P. Ligrosos; "La terrible lucha contra el Alzheimer", del doctor Cerebelos; "Hechizos desmemorizantes: ¿Los recuerdas?", de Roy Hart. Ése último una estafa, desechado al leer el primer párrafo.

- Visitante esperando en la puerta - anuncia la monótona voz del portero automático. Sus amigos le han sugerido en numerosas ocasiones de hechizarlo para que suene más agradable. No, no quiere confundir una máquina con una persona. Por lo menos no ensordece como el chillido de una gárgola.

¿Quién vendrá a visitarla a esas horas? Instintivamente echa un vistazo al viejo reloj mágico, el que tiene una manecilla para cada uno de sus familiares y amigos. No, gracias a Merlín que ninguna señala hacia arriba, donde se encuentra la leyenda "Peligro mortal".

- Visitante identificado – comunica la voz metálica. - Virginia Potter.

Hermione se levanta de un salto y corre descalza hacia la puerta, olvidando que con una palabra suya ya la habría abierto. En el umbral se encuentra su mejor amiga, cubierta con una fina túnica azul medianoche, el rostro medio escondido bajo la capucha.

- ¿Ginny?

Se aparta para dejar paso a la otra mujer, que avanza decidida hacia el salón, deteniéndose frente a un pequeño retrato a carbón. ¿A qué se debe ese súbito interés por el dibujo? Hermione se acerca con cautela, a la vez que le echa una mirada. Incluso ahora, después de estudiarlo durante días, sigue sorprendiéndose al reconocerse en el retrato, y más cuando inevitablemente sus ojos se detienen ante la elegante rúbrica de la esquina: Draco Malfoy. Pero hoy le preocupa más su amiga. No suele presentarse a su casa a esas horas de la noche. Intenta divisar el rostro de la pelirroja, mas la semioscuridad de ese rincón le impide distinguir su expresión con claridad. Por un instante cree adivinar el brillo de una lágrima a punto de brotar de sus ojos. Aunque tal vez sólo ha sido fruto de su imaginación.

- ¡Es precioso! Draco tiene talento para plasmar la esencia de las personas en un retrato. Sales muy bien conseguida, Mione. Esa mirada suspicaz...

Ginny se gira ahora, quitándose la capucha. En sus labios una sonrisa glacial, bella pero fría, como el pétalo de una rosa cubierta de escarcha.

- ¿Cómo es que no estás en casa con Harry?

Hermione se muerde la lengua. Demasiado tarde, la pregunta que le rondaba por la cabeza ya ha escapado de su boca.

Un rechinar de engranajes rompe el silencio. La aguja verde jade del reloj mágico se ha puesto en movimiento: Harry. La manecilla recorre lentamente la esfera, dejando atrás "En casa", "Durmiendo", "En agradable compañía". No se detiene, sigue subiendo, imparable, acercándose peligrosamente al tan temido cartel.

Ambas contienen la respiración. Ahora el movimiento se ha vuelto vacilante, la aguja oscila entre dos rótulos situados allí donde en un reloj muggle se encuentran los números once y doce. Tras largos segundos de angustia se detiene al fin. "Cumpleaños". Medianoche, ya es el 31 de julio. Dos suspiros, uno de puro alivio, otro con un deje de tristeza.

- Hoy es su noche. No quiero estorbarles.

Las palabras de Ginny resuenan frías como una lluvia de perlas contra un suelo de mármol. Esta serenidad aterradora, esta absoluta resignación ante la adversidad... Muy pocos se darían cuenta del sufrimiento de Ginny, admirarían su fortaleza, creerían que nada la afecta. Pero Hermione la conoce mejor que eso. Sabe que bajo esa fachada de estoicidad se esconde una Ginny vulnerable, una Ginny que desea sentirse querida, que pide a gritos un poco de felicidad.

- ¿Pero por qué? ¿Por qué lo permites?

Como única respuesta, Ginny saca del bolsillo de la túnica su varita y un pequeño cáliz que agranda con un simple hechizo. Hermione lo reconoce al instante: el pensadero. Durante unos segundos se queda hipnotizada ante las complicadas figuras que forman las volutas de la sustancia plateada en su interior. Curiosa consistencia, la de los recuerdos. Un signo de Ginny la invita a acercarse más, a asomar la cabeza dentro del cáliz. Una ojeada, y se traslada a otra época y a otro lugar.

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Criaturas del aire, hijas de Eolo, ¿no sentís su llamada? ¿Acaso el viento no arrastra sus palabras? ¿Acaso la brisa no lleva sus promesas? Si las escucháis con atención, sabréis que se acerca. Con un soplo tumbará las barreras, y nadie, nadie, detendrá su paso. Llega su hora, y vosotras, criaturas del aire, ocuparéis un lugar entre los elegidos... ¿Alguien me presta atención?

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La lechucería de Hogwarts. Un muchacho rubio, perdido en medio de una nube de lechuzas y mochuelos que revolotean a su alrededor. Entrega un sobre lacrado a una magnífica ave blanca, pura, casta, que sale volando al murmurarle el nombre del destinatario. Un muchacho moreno, que llega corriendo, con la respiración agitada y las mejillas sonrosadas a causa del frío. Se acerca al otro chico con la intención de abrazarle, pero el rubio se aparta bruscamente.

- Harry. Lo nuestro no puede continuar. Es demasiado peligroso.

- ¿Por qué? - consigue preguntar el moreno, con la voz rota.

- Mi padre quiere que me una a los mortífagos. Esas Navidades empiezo el entreno.

La imagen se vuelve algo difusa, empañada tras una cortina de agua. Harry está llorando. Ahora las palabras del rubio llegan en un murmullo casi imperceptible, Hermione tiene que aguzar el oído para entenderlas:

- Dumbledore me ha pedido que no me oponga a la voluntad de mi padre todavía. Actuaré de espía.

El moreno no lo ha escuchado. Corre y corre, como si le persiguiera un perro con tres cabezas, y las dos intrusas en el recuerdo no tienen otra opción que seguirle a través de los jardines nevados del colegio.

Al fin se detiene, jadeando exhausto, su aliento se condensa en una nube de vapor. Saca la varita y la agita violentamente.

- ¡Rosargentum! – grita con furia.

Un rayo escarlata sale proyectado contra el suelo, a varios metros de distancia. En el lugar de impacto aparece un rosal con una única flor de plata. Un nuevo hechizo que acaba de inventar.

El muchacho observa la rosa durante unos segundos interminables, duda, al fin se acerca. Se agacha para arrancarla. Suelta un grito, tres gotas de sangre manchan la nieve: se ha pinchado un dedo.

- ¡Harry! ¿Estás bien?

Él se gira, no se percata de la presencia de las dos espectadoras que contemplan la escena dentro del pensadero. Su mirada cruza a través de sus cuerpos, etéreos para él, en su realidad no existen. Hermione se voltea y apenas puede contener un grito de sorpresa cuando se encuentra cara a cara con una joven Ginny que se acerca, tiritando de frío. A lo lejos puede divisar alguien más, un muchacho con rizos de oro y bufanda de Gryffindor que no tarda en esconderse detrás de un matorral. Colin Creevey.

La joven pelirroja recorre la distancia que les separa. Que te atraviese un recuerdo no es tan desagradable como que lo haga un fantasma, eso Hermione lo sabe por propia experiencia. El muchacho rodea a la joven entre sus brazos, mientras ella no deja de susurrarle palabras de confort, palabras que poco a poco consiguen arrancarle una sonrisa:

- Gracias, Ginny. Al menos puedo contar contigo. Sé que nunca me abandonarás.

Cerca de allí, y sin embargo tan terriblemente lejos, en otra dimensión, en la realidad fuera de los recuerdos, una aguja verde jade vuelve a moverse. Ahora apunta hacia las doce. "Peligro mortal".

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Sentado en el escalón ante la puerta, contempla la luna que asciende entre las copas de los árboles. En su imaginación, el bosque está poblado de centauros, unicornios, arañas gigantes y un sinfín de criaturas mágicas. Tal vez dragones.

El Bosque Prohibido.

No intentes explicarle que ése es un bosque normal, sin seres fantásticos, porque no te entenderá. Te mirará con extrañeza y te dirá:

- Yo he estado allí, he visto muchas... cosas escondidas entre esos árboles.

No le cuentes que el Valle de Godric no es Hogsmeade, y que ése no es el Bosque Prohibido, porque simplemente no te creerá. Para él, sólo existe un hogar, y en su mente y en su corazón siempre estará allí. Hogwarts.

A lo lejos retumba el tañido de las campanas. Exactamente doce.

De pronto se estremece. Voces, una sensación de ahogo. Frío glacial que pronto se transforma en un calor abrasador. Mareo. Su cuerpo tiembla, febril. Ante sus ojos ofuscados apenas distingue varias sombras que se acercan más y más, estrechando el cerco. Quiere gritar, pero no puede. Quiere dejar de escuchar esa voz que llama a los espíritus de los elementos. Quiere escapar de esa opresión. Cierra los ojos. Apenas le llega un grito, casi en un susurro.

- ¡Harry!

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En la torre norte de la mansión Malfoy, Narcisa repasa por última vez las instrucciones del ritual, mientras su elfina favorita le acerca los utensilios necesarios. El cáliz lleno de agua, las velas, un cuenco con arena, las plumas de cuervo, el espejo, la varita. No falta nada.

Wibby hace una reverencia y se dispone a retirarse con discreción, pero la voz de su vieja ama la detiene.

- ¡Quédate! Necesito que me ayudes.

- Pero Wibby no merece esa confianza, señora. Wibby es indigna...

La mujer no escucha las protestas de la elfina. No le queda mucho tiempo, pronto será medianoche.

Movimientos gráciles con su varita, las velas se encienden. Otra sacudida, y el agua del cáliz empieza a girar, como un remolino en miniatura. Murmura palabras ininteligibles para los oídos humanos, sonidos que parecen provenir de la naturaleza salvaje, más próximos al borboteo de una fuente o al crepitar de una llama que a la articulación de ningún vocablo jamás inventado por la raza humana. Un simple hechizo de levitación y las plumas flotan, suspendidas en el aire. Agarra un puñado de arena, levanta la mano, y mientras la deja caer, despacio, repite los cánticos de invocación de los espíritus.

En el espejo aparecen cuatro figuras borrosas, muy tenues al principio. Narcisa concentra toda su energía, las figuras van perfilándose más y más. Lentamente extiende los brazos, el aura de poder que la rodea crece. Está a punto de conseguirlo, ya puede distinguir cuál es el espíritu de la tierra, del agua, del fuego y del aire. Ya escucha las llamadas a sus hijos...

Cae, exhausta. No tiene la fuerza para controlar los elementos. Tendrá que conseguir la Caja de Pandora que se esconde en algún lugar del Departamento de los Misterios.

La elfina detiene la caída de su ama con su propio cuerpo. Casi la aplasta, pero Wibby está contenta por haber cumplido con su deber. Cuando Narcisa abre los ojos, una sonrisa se dibuja en su arrugado rostro, mientras se pierde en dos iris verde esmeralda.

- Lily...

Wibby jamás entenderá por qué su dueña se empeña a llamarle por ese nombre.

En el espejo permanece la figura de una veela, el espíritu del aire. El conjuro no ha sido infructuoso, después de todo.

-.-.-

- ¡Harry! ¡Harry, tranquilízate!

Unos brazos le rodean y lo estrechan con fuerza. Susurros que ahuyentan las voces, caricias que apaciguan los demonios que le atormentan. Su cuerpo deja de agitarse, instintivamente se acurruca contra ese otro cuerpo que se ha convertido en un segundo hogar.

Al abrir los ojos, descubre una joya extremadamente rara, reluciente y pura como un diamante: una lágrima de Dragón.

- Dra... co.

El rubio sonríe, secándose la lágrima que resbala por su mejilla.

- ¡Feliz cumpleaños, Harry!

Las palabras son reemplazadas por besos.

Continuará