NO ME OLVIDES

XI. Fantasmas del pasado

Al escuchar la respiración pausada, suspira: su compañero se ha quedado dormido entre sus brazos. Sin embargo no consigue ahuyentar esa sensación de mareo, ese miedo irracional que lo invadió a medianoche. Pudo sentir la llamada a través del Vínculo Vital. Alguien había tratado de invocar a todas las Criaturas, ¿pero por qué Harry había reaccionado a la llamada? ¿Por qué una parte de su alma había intentado escapar de su cuerpo, casi llevándoselo en el proceso? ¿Acaso era su parte animaga, la que respondía a la llamada? Lo dudaba, un fénix jamás pondría en peligro a otro ser. Harry podía haber muerto.

Sus dedos juegan con el flequillo, resiguen suavemente la famosa cicatriz que se esconde debajo, como si quisieran asegurarse de que Harry sigue ahí. Todo ha quedado en un terrible susto, pero esa noche Draco no podrá conciliar el sueño.

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Lechuzas volando a pleno día, chimeneas escupiendo cartas escritas con tinta esmeralda, gigantes barbudos con paraguas de damisela, capuchas que esconden seres cenicientos llenos de pústulas... una luz verde que arropa los cuerpos en un último abrazo mortal, y esa carcajada fría, aguda, que retumba en sus tímpanos, que le persigue vaya donde vaya, más allá de sus peores pesadillas.

- ¡Abracadabra!

Se despierta de un sobresalto, para encontrarse una varita apuntándole entre ojo y ojo. Grita, aterrado, su rostro lívido como un fantasma.

- ¡Beth! ¿Cómo tengo que decirte que no asustes a tu padre?

La niña ríe cándidamente, divertida ante la reacción que ha provocado con su broma. La misma que si hubiera pronunciado el nombre de su héroe favorito: Harry Potter.

Temblando todavía, el hombre se incorpora, la litera cruje peligrosamente bajo su peso excesivo.

- Guarda... eso.

Con un gesto señala la varita que la niña tiene en sus manos. Pero Beth no parece dispuesta a obedecer. Chirrido metálico de ruedas, el tren aminora la marcha. Beth aprovecha que su madre pierde el equilibrio para escabullirse por la puerta del compartimiento, casi tropezando con un hombrecillo malcarado con orejas prominentes, dedos y pies muy largos: un goblin.

- ¡Esa niña va por mal camino! No tendríamos que haber venido - gruñe el hombre por lo bajo, mientras acaba de vestirse. Pero en ese momento tiene un raro sentimiento de benevolencia, olvida su odio y rencor hacia el mundo mágico y sólo piensa en la felicidad de su hija. Sí, han venido a Howards, o como quiera que se llame ese colegio, por ella.

Mira a través de la ventana. Han llegado en el apeadero de algún pueblecillo del norte. La gente más dispar está bajando del tren escarlata: hombres y mujeres ataviados con túnicas y sombreros puntiagudos de todos los colores del arco iris, pequeñas criaturas parecidas a almohadones con patas y una cabecita con ojos saltones, guerreros morenos en sus corazas plateadas, de rostro embravecido y frente arrugada... Distingue a Beth, que corre entre la multitud, hacia el final del andén. Quiere llamarla para que no se aleje sola, pero el nombre no llega a formularse en sus labios. Sólo escapa un grito de terror. Al lado de la niña, una figura colosal, translúcida, su faz oculta por una larga maraña de pelo y una barba desaliñada.

- ¿Qué pasa? - pregunta su esposa. - Parece que hayas visto a un fantasma.

Dudley Dursley no puede separar el recuerdo de ese gigante con el de cierta colita de cerdo.

- Ta... tal vez.

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Atraviesa los gruesos muros y las estanterías repletas de matraces y calderos, su mirada nostálgica se detiene un momento en la percha donde antaño solía columpiarse el fénix. No sabe por qué ha vuelto, pero ya que está aquí, no puede evitar satisfacer la curiosidad de ver los cambios en el que fue su refugio. Muchos cambios. Se asoma a la ventana: por el sendero que serpentea hasta Hogsmeade se acerca lenta e inexorablemente una marea humana que invade los terrenos del colegio. El viento arrastra las risas y el jolgorio de la muchedumbre que acude alegremente a lo que se convertirá en el mayor evento de los últimos diez años. Los asistentes pueden contarse por millares, decenas de millar, o incluso centenares de millar... como una final del Campeonato Mundial de Quidditch.

Un inconfundible frufrú de túnica y el sonido amortecido de pasos ligeros como el batir de alas de un murciélago anuncian la llegada del actual director de Hogwarts, que se sorprende ante su presencia. Nunca antes ha hecho una aparición en el mundo de los mortales, no en forma de fantasma.

- ¿Albus?

- Ese solía ser mi nombre - responde, en un tono que intenta ser despreocupado, pero no consigue engañar al otro hombre. Le conocía demasiado bien.

- ¿Algo no anda bien?

La figura etérea se limita a señalar los campos que se extienden a sus pies. Severus Snape se acerca al ventanal, con reticencia, pero pronto no puede disimular su asombro. Se queda boquiabierto ante tal espectáculo, sin dar crédito a sus ojos. Jamás imaginó que acudiría tanta gente. Frunce el ceño y se muerde el labio, contrariado.

- El Ministro me va a oír. Cuando hablaba de organizar esa maldita fiesta aquí en Hogwarts, nunca me dijo que...

- No todos venimos por nuestra propia voluntad - le interrumpe el fantasma. Un movimiento en el Bosque Prohibido atrae su atención. - Fíjate. Hasta los centauros salen de su territorio y se mezclan con otras criaturas, algo que sólo vi aquella fatídica noche... Cuida de Harry, ¿quieres?

- ¿Potter? - escupe el Maestro de Pociones, con ese rencor reservado exclusivamente para él. - ¿Y por qué todo gira siempre en torno de Potter?

El viejo fantasma ya no le escucha, se ha zambullido en sus recuerdos, su última noche de una larga vida corpórea. Mira por esa misma ventana, preocupado. Sólo sus ojos entrenados consiguen distinguir las sombras que se acercan lenta e inexorablemente hacia el castillo, provenientes de todas direcciones. El ejército de la oscuridad. Gigantes, vampiros, zombis, lobos, demonios, dementores... todas las criaturas nocturnas han acudido a la llamada de Lord Voldemort. Y se han congregado en un santiamén, atacarán esa misma noche. Ya no les queda tiempo para organizar la defensa, los alumnos todavía festejan el fin de curso, ignorantes de la batalla que está a punto de estallar.

Albus Dumbledore no puede dejar de admirar la estrategia del enemigo, que tras largo tiempo de aparente inactividad, decide atacar durante la noche de graduación, cuando los alumnos y residentes del castillo han bajado la guardia.

Unos pasos ligeros y el revuelo de una túnica que se agita como las alas de un murciélago anuncian la llegada del profesor de pociones, una de las piezas claves en esa guerra contra el mal.

- Vol... Voldemort se ha movido más rápido de lo que esperábamos, Albus. Atacarán antes de medianoche.

- ¿Y Draco?

- Se ha unido a ellos. Intenté impedir que saliera del castillo, pero me desarmó con un expelliarmus.

En ese momento Fawkes, el fénix, que medio dormitaba colgado en su percha, sale volando por la ventana, planea sobre las filas enemigas, vuela en círculos sobre el sauce boxeador, y desaparece.

- Fawkes lo ha encontrado. Mira allí, en el flanco derecho, en el mando de un pequeño batallón de trolls.

Snape se aproxima más a la ventana, sus negros ojos enfocando en la dirección que señala el viejo mago. Agazapado entre los matorrales de la entrada del Bosque Prohibido, no muy lejos del sauce boxeador, un encapuchado se desliza rápidamente en dirección al lago, seguido de una veintena de las criaturas menos cautelosas que han pisado jamás la faz de la Tierra. Desde luego, en cualquier otro día habría sido inimaginable un ataque sorpresa.

- ¿Pero qué hace?

- Draco sigue con nosotros. Intenta abrir un hueco en el cerco para que podamos evacuar el colegio por el pasillo secreto. Severus, avisa a los prefectos para que lleven a los alumnos de primero a quinto hasta los invernaderos y que esperen a escuchar el último canto del fénix para huir hacia la casa de los gritos. Yo buscaré voluntarios entre los mayores para que se queden en la retaguardia defendiendo el castillo.

Ignora la pregunta silenciosa que adivina en el rostro del profesor de pociones. No hay tiempo para explicaciones. Ambos saben que en circunstancias muy excepcionales un fénix puede provocar su propia muerte, cuando lanza la nota más aguda de su registro tonal, una nota fuerte y persistente, que puede escucharse a varias millas de distancia. Una muerte peligrosa, pues las cenizas se esparcen y el fénix no siempre puede renacer. Ambos también saben que sólo una pérdida muy sentida pueden llevar al fénix a su propia inmolación.

El profesor Snape está a punto de salir, cuando la voz cansada de Albus le detiene.

- Ah, Severus... Pase lo que pase, cuida de Harry, ¿quieres?

- ¿Potter? ¿Y por qué todo gira siempre en torno de Potter?

La respuesta muere en boca de Albus porque en ese momento estalla el infierno.

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-¡Asombroso! ¡Ha venido todo el mundo! - pica de palmas y ríe con las mandíbulas desencasilladas, estirando el cuello para divisar mejor a sus invitados.

A su lado, la vieja dama le dedica una sonrisa enigmática.

- ¿Acaso dudaba de mi poder de persuasión, Lockhart? Ya le dije que tenía muchos contactos... - y un almacén lleno de potes de tinta china imperial, piensa para sus adentros. La tinta que actúa como la maldición Imperio, quien lee su nombre escrito con esa tinta dorada en una invitación, se ve obligado a asistir, creyendo que va por su propia voluntad.

- Jamás puse en duda su palabra, señora Malfoy. Como me llamo Gilderoy que mañana mismo podrá ocupar su nuevo puesto en el Ministerio: Jefa del Departamento de los Misterios.

Otra vez una sonrisa enigmática se perfila en esos labios macerados por la edad. Por fin podrá ver cumplido su sueño, entrar en esas salas que esconden los secretos más peligrosos del Mundo Mágico. Como la caja de Pandora. Pero no estaría de más si pudiera convencer a una sirena y a un goblin para que le ayuden a completar el conjuro... junto con Harry.

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Caminando entre el tumulto, casi arrastrado por las masas, su conciencia se debate entre seguir adelante o dar media vuelta y volver para atrás. Su idea de un día perfecto es bien distinta, habría consistido en permanecer más tiempo en brazos de ese amor reencontrado, vigilando su sueño, acariciando ese cabello rebelde y esa insolente cicatriz, inhalando esa fragancia adictiva tan propia de Harry. Quizá más tarde habría hecho un boceto, un retrato más de su modelo favorito... Y sin embargo aquí se encuentran, camino de Hogwarts, donde les espera una celebración de dudoso propósito, si no es otro que el de incrementar la algo decaída popularidad del Ministro. ¿Por qué van?, se pregunta una y otra vez. Conoce muy bien la respuesta: el latente deseo de volver a jugar a quidditch, y esa expresión radiante de su amado cada vez que escucha el nombre del colegio bastan para silenciar esa vocecilla que no para de repetir que lo más beneficioso para Harry sería permanecer en un ambiente más tranquilo y relajado.

Instintivamente acaricia el amuleto personal que lleva colgando del cuello, un dragón dormido de plata capaz de guardar pequeños tesoros en su interior. Hoy esconde una pluma blanca, pura, casta... la pluma de fénix albino que tanto le ha fascinado en los últimos días. Podría "adueñarse" de ella, mentiría si negara que esa idea haya cruzado por su mente. Pero no es ése el único tesoro que codicia.

A su lado anda Harry, aferrado a su brazo. Una túnica azul nomeolvides de talle casi femenino y una capucha que le cubre hasta los ojos le oculta de miradas indiscretas que no dejan de cuestionarse quién debe ser la afortunada acompañante del "Dragón indomable".

Un resplandor rojo inconfundible: cabello Weasley. Ginny va delante de ellos, no muy lejos, y cada vez que la mira no puede evitar sentir una punzada de remordimiento. Es difícil discernir el origen de ese sentimiento. ¿Suyo o de Harry? Tal vez de ambos.

Los jardines frente el campo de quidditch están irreconocibles, llenos de tenderetes y carpas donde venden dulces, gorros, banderines, muñecos animados mágicamente, omnioculares... No faltan los corredores de apuestas, ni los puestos de tatuajes donde por cinco galeones te pintan un rayo en la frente o una calavera con lengua de serpiente en el antebrazo. ¿Acaso es que nadie recuerda ya lo que simbolizan? Parece que los años actúen como amnesia colectiva.

Al fin llegan ante los vestuarios donde se separan sus caminos. Draco se detiene, y Harry le mira con esos ojos almendrados que esconden un deseo ferviente. Una mirada llena de amor... y algo más. Lujuria.

- Harry... Ahora no, me esperan para jugar a quidditch.

- ¿Y Gryffindor no juega?

Los pálidos labios dibujan una triste sonrisa.

- Hoy no - ante la desilusión de su compañero no tarda en añadir. - No te preocupes, voy a atrapar la snitch para ti.

- ¿Me lo prometes?

Draco se acerca a su oído para susurrarle:

- Pues claro. Pero ahora debes volver con Ginny.

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Gran conmoción en el vestuario de las Holyhead Harpies. De repente, y sin previo aviso, Adela Hooch empieza a vomitar babosas. A un ritmo increíble, el cubículo se está llenando de esos bichos repugnantes.

Narcisa Potter se ofrece para llevarla hasta la enfermería, pero Natalie Wood la detiene agarrándola con firmeza por el brazo.

- No, tú te quedas. Necesitamos una buscadora. ¡Little Lena, ve tú!

Una joven grandullona, del tamaño de un armario, levanta a la diminuta Adela y se la lleva en brazos con toda delicadeza, igual que si fuera una muñeca de porcelana.

La joven pelirroja no puede evitar estremecerse al notar la mirada de odio que le dirige Adela antes de que se la lleven de los vestuarios. Por suerte no puede escuchar sus desagradables palabras de protesta, porque esas se convierten en aún más desagradables criaturas al salir de su boca.

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Ginny. Tiene que volver con Ginny. ¿Pero dónde encontrarla, con tanta gente? Tanta gente, tantos gritos... ¿Qué sucede? ¿Un ataque? ¿A pleno día? ¡El castillo! Tiene que salvar sus pertenencias, todo lo que le queda de sus padres, y de Draco... ¡Y asegurarse que no ha quedado nadie atrapado en el castillo! Demasiada gente ha muerto ya por su culpa, no puede permitir que caiga nadie más. Hoy saldrá a luchar contra Lord Voldemort... otra vez... quiere cumplir con su destino, acabar ya con todo... ¿Pero no luchó ya? ¿No acabó con él? No está muy seguro, sus recuerdos son brumas, flashes del pasado, sin orden, sin conexión alguna... Recuerda una luz verde, una risa aguda, un castillo en llamas, un ejército de encapuchados, Draco, la voz de Draco... ¿Qué le ha dicho Draco? Ya ha olvidado sus palabras.

Sus pasos erráticos lo alejan de la muchedumbre, que va ocupando sus asientos en las gradas. Pasa por el lado de un par de brujas: una con el pelo castaño encanecido, en media melena lisa, paso vacilante; la otra más alta, de su edad, con una tierna sonrisa en los labios. Sus miradas se cruzan, al tiempo que siente un espeluznante hormigueo en su espalda. Por un momento cree reconocerlas, por un momento le vienen recuerdos que no ha vivido, una vida que no es la suya pero que podría haberlo sido. Parpadea, confundido. Las brujas han desaparecido de vista, como una alucinación.

Se detiene al llegar ante la escalinata de la entrada principal. En el séptimo peldaño le espera una anciana venerable, hermosa, de pelo dorado como su Draco.

- ¡Harry! - le llama la mujer, con voz melosa. - ¿Por qué no estás en el campo? ¿No tienes que jugar a quidditch?

La anciana sacude su varita, un rayo púrpura sale disparado y envuelve al hombre en una espiral de humo. Al disiparse, Harry ya no va ataviado con una túnica azul nomeolvides casi femenina, sino con el uniforme de quidditch escarlata y dorado, los colores de Gryffindor.

- Ven. Vamos a buscarte una escoba.

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Túnica blanca con una hoja de arce escarlata, guantes y protecciones de piel de dragón, y una Supernova 10 en la mano, Ron Weasley siente en las venas la excitación previa a un partido. Por primera vez desde hace muchos años. Lo han llamado para formar parte de un equipo "amateur", creado para semejante ocasión: las Celebridades Caducas, jugadores que estaban en algún equipo de Hogwarts durante la época de Harry Potter. Y tendrán un contrincante de excepción, las Holyhead Harpies, ganadoras de la última Liga de Quidditch. Todo un honor, espera que su equipo haga un papel decente, y si pierden, que sea con dignidad.

Echa una mirada recelosa hacia el rubio aristócrata que se cambia sin decir palabra. No puede evitarlo. El hurón jugará en la posición que por derecho le habría correspondido a su amigo, de no ser porque Padma Patil lo prohibió por prescripción médica. Aunque esa no es la principal razón de esa mirada. No. Desde su llegada al Valle de Godric, Ginny está sufriendo, por mucho que intente disimularlo bajo esa fachada de mujer fuerte e independiente. Puede que haya prometido a su hermana no intervenir, pero eso no significa que no dejará de vigilar a esa maldita serpiente.

Salen al campo. El público se pone en pie para aclamarles, desde las gradas arrojan confeti y flores, y hasta juraría que piezas de ropa interior muggle, aunque personalmente prefiere no averiguarlo.

Cuando se alinean frente el otro equipo, observa que su sobrina también jugará. Buscadora, igual que su padre. La muchacha tiembla, quizá porque que es su debut como jugadora en un equipo profesional. Está a punto de avanzarse para darle unas palmaditas de apoyo, pero ese fuego de ira que reluce en los ojos verde esmeralda lo detiene en seco. No son nervios, es puro odio. Hacia Draco. Empatiza con ella, con todas sus fuerzas desea que la joven atrape la snitch dorada antes que el buscador de su propio equipo.

Tras el saludo de rigor entre las capitanas, sueltan la bolita dorada, que en un abrir y cerrar de ojos desaparece de la vista. Al toque de silbato, quince escobas se elevan muy alto en el aire. Él rápidamente vuela hacia los aros que tiene que proteger.

- La guapa Joanne Murray de las Holyhead Harpies se hace con la quaffle - la voz de Jordan resuena en el estadio, y Ron sonríe al recordar los viejos tiempos, cuando era el comentarista de los partidos del colegio, y la profesora McGonagall tenía que darle el toque debido a la falta de imparcialidad. - La pasa a su no menos bella compañera, Natalie Wood, que esquiva una bludger enviada por Andrew Kirke, Joanne Murray otra vez... lanza... ¡Y Ron Weasley salva los aros! ¡Magnífica parada!

Aplausos, su rostro se ilumina con una gran sonrisa. Son contadas las ocasiones en que puede sentirse orgulloso de sí mismo sin ser la sombra de nadie. Se acerca un cazador de su equipo, alguien que le recuerda vagamente al maldito hurón. Su expresión se vuelve sombría: ¿qué ha hecho él para merecerse esto? ¡Dos rubios impertinentes en su propio equipo!

- Ahora las Celebridades Caducas se encuentran en posesión de la quaffle. Zacharias Smith, que hace una magnífica pasada a la maravillosa Angelina Weasley, y fíjense qué estilo, Hogwarts añoraba ver jugar a esa cazadora... La jovencísima Idgie Davies intenta cerrarle el paso, Angelina acelera hacia los aros, lanza la bola para arriba... ¡Increíble! ¡Menudo salto, y vaya escobazo le ha dado a la quaffle! ¡Las Celebridades Caducas acaban de inaugurar el marcador! Angelina, preciosa, esa tarde me cuentas el secreto para mantenerte en forma... Y mientras que la snitch sigue sin aparecer.

Ron contempla a su sobrina, volando en la escoba con una naturalidad heredada de su padre, buscando la elusiva bola alada con la misma determinación. No muy lejos, el hurón vuela con absoluta despreocupación, como si no tuviera ningún interés en el partido.

Y entonces, aparece. Veloz como una saeta, con un vuelo majestuoso como el de un fénix. Harry. Desconcierto entre el público, los jugadores se detienen, por unos instantes reina el silencio. Harry efectúa un looping, pasando por uno de los aros, desciende en picado, enderezando la escoba a escasos centímetros del suelo. Un suspiro generalizado, todo el mundo contenía la respiración. Y entonces estallan las exclamaciones de entusiasmo y alegría. ¡Al fin pueden ver al héroe en acción!

- ¡Increíble! Harry Potter hace una entrada triunfal... ¡Y gol de las Holyhead Harpies! Natalie Wood ha aprovechado la confusión para marcar un tanto.

El pelirrojo se maldice por haberse distraído. Pero alguien tiene que detener a Harry, no debería estar aquí.

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Con los omnioculares recorre las gradas, hasta encontrar entre el público a Ginny Potter. Allí está, al lado de una mujer hindú vestida con un sari malva, y de alguien que se parece a su jefe. Ajusta las lentes para ver mejor. No es que se parezca, es que es su jefe. Colin Creevey, junto con la esposa de Potter. Se queda boquiabierta. ¿Acaso Colin vio el reportaje? ¿Le quiere robar la primicia? No, la vigilia ya se ocupó de que no viera la foto de portada, y aunque la hubiera visto, ahora ya es demasiado tarde para cambiar nada. Consulta el reloj de bolsillo, son las diez menos cuarto. Las lechuzas deben estar al caer.

Mmm, espectacular entrada de Potter en el terreno de juego. Eso no estaba previsto, pero es una buena ocasión para sacar más fotos con su Memoria Fotográfica. Aprovecha la confusión para transformarse, en su forma animaga podrá estar más cerca de la pareja del momento, los auténticos protagonistas del partido.

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¿Pero qué diablos hace Harry en el campo? ¿Por qué no se ha quedado con Ginny? ¿Y quién lo ha vestido con un uniforme de Gryffindor?

Todas esas preguntas se formulan en la cabeza de Draco a la velocidad de un snidget, mientras vuela hacia su imprudente amado. Él le había dejado con Ginny... No, mentira, se había metido en los vestuarios porque no soportaba la idea de verles juntos. Se maldice por no haberse quedado más tiempo a su lado, por no haber esperado a comprobar que la esposa se hacía cargo. Otra vez han dejado a Harry solo, perdido en un mundo hostil.

Casi pierde el equilibrio cuando el moreno empieza a efectuar unos extraños movimientos en su escoba. Con una mano despliega la capa del uniforme, cual fuera el ala de un pájaro, y esconde la cabeza una, dos, tres veces, antes de tender el brazo derecho curvado hacia delante. Un gesto que le resulta extrañamente familiar. Una declaración de amor. En el lenguaje de las lechuzas, le acaba de decir: "Draco, te quiero".

En ese instante, un destello dorado atrae su atención: la snitch. En ese instante, un hombre en uniforme escarlata y una muchacha en uniforme malaquita salen tras la snitch. En ese mismo instante, una nube de búhos, lechuzas y mochuelos procedentes del sur oscurecen el cielo, como en un eclipse solar.

Si no estuviera tan obsesionado en atrapar la bola alada, habría visto que empiezan a llover ejemplares de "Corazón de bruja" entre los asistentes. Habría visto que en la portada él y Harry se besan apasionadamente, bajo el titular: "Secretos escondidos en el armario". Si no estuviera tan concentrado sólo en cumplir su promesa, habría visto a su madre, en el palco principal junto al Ministro, extender los brazos y murmurar palabras, como realizando un conjuro ancestral. Habría visto un cúmulo de formas fantasmagóricas concentrarse en un torbellino, formas familiares algunas, como Hagrid, Dumbledore, McGonagall, Goyle, Longbottom... se mezclan con otras figuras desconocidas. Pero Draco sólo está pendiente de la snitch.

No es el único. Potter padre e hija vuelan junto a él, codo con codo, tratando de cazar la pequeña bola dorada que zigzaguea a una velocidad vertiginosa, manteniéndose fuera del alcance de los tres buscadores. Draco siente la excitación y el desafío de enfrentarse nuevamente a Harry. Tiene que ganar, aunque sea la única vez en su vida... Le ha prometido que va a cazar la snitch, y lo hará.

De repente se encuentra en medio de un tornado, ráfagas de viento desestabilizan su escoba, pero eso no le detendrá de su empeño. Atraviesa una nube fría, no, un fantasma. Alarga el brazo, algo le da en plena cara, una revista tal vez. A su lado, alguien pierde el equilibrio. Un grito desgarrador, que casi le rompe los tímpanos. Cierra la mano, y se asombra cuando nota la superficie metálica de la bola atrapada entre sus finos dedos, el cosquilleo del batir de alas de la snitch. Lo ha conseguido. Pero no tiene tiempo de celebrarlo: Narcisa ha caído de la escoba, y su padre se ha lanzado tras suyo para frenar la caída.

Continuará