NO
ME OLVIDES
XI. Fantasmas del pasado
Al escuchar la
respiración pausada, suspira: su compañero se ha
quedado dormido entre sus brazos. Sin embargo no consigue ahuyentar
esa sensación de mareo, ese miedo irracional que lo invadió
a medianoche. Pudo sentir la llamada a través del Vínculo
Vital. Alguien había tratado de invocar a todas las Criaturas,
¿pero por qué Harry había reaccionado a la
llamada? ¿Por qué una parte de su alma había
intentado escapar de su cuerpo, casi llevándoselo en el
proceso? ¿Acaso era su parte animaga, la que respondía
a la llamada? Lo dudaba, un fénix jamás pondría
en peligro a otro ser. Harry podía haber muerto.
Sus
dedos juegan con el flequillo, resiguen suavemente la famosa cicatriz
que se esconde debajo, como si quisieran asegurarse de que Harry
sigue ahí. Todo ha quedado en un terrible susto, pero esa
noche Draco no podrá conciliar el sueño.
-.-.-
Lechuzas volando a pleno día, chimeneas escupiendo
cartas escritas con tinta esmeralda, gigantes barbudos con paraguas
de damisela, capuchas que esconden seres cenicientos llenos de
pústulas... una luz verde que arropa los cuerpos en un último
abrazo mortal, y esa carcajada fría, aguda, que retumba en sus
tímpanos, que le persigue vaya donde vaya, más allá
de sus peores pesadillas.
- ¡Abracadabra!
Se
despierta de un sobresalto, para encontrarse una varita apuntándole
entre ojo y ojo. Grita, aterrado, su rostro lívido como un
fantasma.
- ¡Beth! ¿Cómo tengo que
decirte que no asustes a tu padre?
La niña ríe
cándidamente, divertida ante la reacción que ha
provocado con su broma. La misma que si hubiera pronunciado el nombre
de su héroe favorito: Harry Potter.
Temblando todavía,
el hombre se incorpora, la litera cruje peligrosamente bajo su peso
excesivo.
- Guarda... eso.
Con un gesto señala
la varita que la niña tiene en sus manos. Pero Beth no parece
dispuesta a obedecer. Chirrido metálico de ruedas, el tren
aminora la marcha. Beth aprovecha que su madre pierde el equilibrio
para escabullirse por la puerta del compartimiento, casi tropezando
con un hombrecillo malcarado con orejas prominentes, dedos y pies muy
largos: un goblin.
- ¡Esa niña va por mal
camino! No tendríamos que haber venido - gruñe el
hombre por lo bajo, mientras acaba de vestirse. Pero en ese momento
tiene un raro sentimiento de benevolencia, olvida su odio y rencor
hacia el mundo mágico y sólo piensa en la felicidad de
su hija. Sí, han venido a Howards, o como quiera que se llame
ese colegio, por ella.
Mira a través de la ventana.
Han llegado en el apeadero de algún pueblecillo del norte. La
gente más dispar está bajando del tren escarlata:
hombres y mujeres ataviados con túnicas y sombreros
puntiagudos de todos los colores del arco iris, pequeñas
criaturas parecidas a almohadones con patas y una cabecita con ojos
saltones, guerreros morenos en sus corazas plateadas, de rostro
embravecido y frente arrugada... Distingue a Beth, que corre entre la
multitud, hacia el final del andén. Quiere llamarla para que
no se aleje sola, pero el nombre no llega a formularse en sus labios.
Sólo escapa un grito de terror. Al lado de la niña, una
figura colosal, translúcida, su faz oculta por una larga
maraña de pelo y una barba desaliñada.
- ¿Qué
pasa? - pregunta su esposa. - Parece que hayas visto a un fantasma.
Dudley Dursley no puede separar el recuerdo de ese gigante
con el de cierta colita de cerdo.
- Ta... tal vez.
-.-.-
Atraviesa los gruesos muros y las estanterías repletas
de matraces y calderos, su mirada nostálgica se detiene un
momento en la percha donde antaño solía columpiarse el
fénix. No sabe por qué ha vuelto, pero ya que está
aquí, no puede evitar satisfacer la curiosidad de ver los
cambios en el que fue su refugio. Muchos cambios. Se asoma a la
ventana: por el sendero que serpentea hasta Hogsmeade se acerca lenta
e inexorablemente una marea humana que invade los terrenos del
colegio. El viento arrastra las risas y el jolgorio de la muchedumbre
que acude alegremente a lo que se convertirá en el mayor
evento de los últimos diez años. Los asistentes pueden
contarse por millares, decenas de millar, o incluso centenares de
millar... como una final del Campeonato Mundial de Quidditch.
Un
inconfundible frufrú de túnica y el sonido amortecido
de pasos ligeros como el batir de alas de un murciélago
anuncian la llegada del actual director de Hogwarts, que se sorprende
ante su presencia. Nunca antes ha hecho una aparición en el
mundo de los mortales, no en forma de fantasma.
- ¿Albus?
- Ese solía ser mi nombre - responde, en un tono que
intenta ser despreocupado, pero no consigue engañar al otro
hombre. Le conocía demasiado bien.
- ¿Algo no
anda bien?
La figura etérea se limita a señalar
los campos que se extienden a sus pies. Severus Snape se acerca al
ventanal, con reticencia, pero pronto no puede disimular su asombro.
Se queda boquiabierto ante tal espectáculo, sin dar crédito
a sus ojos. Jamás imaginó que acudiría tanta
gente. Frunce el ceño y se muerde el labio, contrariado.
-
El Ministro me va a oír. Cuando hablaba de organizar esa
maldita fiesta aquí en Hogwarts, nunca me dijo que...
-
No todos venimos por nuestra propia voluntad - le interrumpe el
fantasma. Un movimiento en el Bosque Prohibido atrae su atención.
- Fíjate. Hasta los centauros salen de su territorio y se
mezclan con otras criaturas, algo que sólo vi aquella fatídica
noche... Cuida de Harry, ¿quieres?
- ¿Potter? -
escupe el Maestro de Pociones, con ese rencor reservado
exclusivamente para él. - ¿Y por qué todo gira
siempre en torno de Potter?
El viejo fantasma ya no le
escucha, se ha zambullido en sus recuerdos, su última noche de
una larga vida corpórea. Mira por esa misma ventana,
preocupado. Sólo sus ojos entrenados consiguen distinguir las
sombras que se acercan lenta e inexorablemente hacia el castillo,
provenientes de todas direcciones. El ejército de la
oscuridad. Gigantes, vampiros, zombis, lobos, demonios, dementores...
todas las criaturas nocturnas han acudido a la llamada de Lord
Voldemort. Y se han congregado en un santiamén, atacarán
esa misma noche. Ya no les queda tiempo para organizar la defensa,
los alumnos todavía festejan el fin de curso, ignorantes de la
batalla que está a punto de estallar.
Albus Dumbledore
no puede dejar de admirar la estrategia del enemigo, que tras largo
tiempo de aparente inactividad, decide atacar durante la noche de
graduación, cuando los alumnos y residentes del castillo han
bajado la guardia.
Unos pasos ligeros y el revuelo de una
túnica que se agita como las alas de un murciélago
anuncian la llegada del profesor de pociones, una de las piezas
claves en esa guerra contra el mal.
- Vol... Voldemort se ha
movido más rápido de lo que esperábamos, Albus.
Atacarán antes de medianoche.
- ¿Y Draco?
-
Se ha unido a ellos. Intenté impedir que saliera del castillo,
pero me desarmó con un expelliarmus.
En ese momento
Fawkes, el fénix, que medio dormitaba colgado en su percha,
sale volando por la ventana, planea sobre las filas enemigas, vuela
en círculos sobre el sauce boxeador, y desaparece.
-
Fawkes lo ha encontrado. Mira allí, en el flanco derecho, en
el mando de un pequeño batallón de trolls.
Snape
se aproxima más a la ventana, sus negros ojos enfocando en la
dirección que señala el viejo mago. Agazapado entre los
matorrales de la entrada del Bosque Prohibido, no muy lejos del sauce
boxeador, un encapuchado se desliza rápidamente en dirección
al lago, seguido de una veintena de las criaturas menos cautelosas
que han pisado jamás la faz de la Tierra. Desde luego, en
cualquier otro día habría sido inimaginable un ataque
sorpresa.
- ¿Pero qué hace?
- Draco
sigue con nosotros. Intenta abrir un hueco en el cerco para que
podamos evacuar el colegio por el pasillo secreto. Severus, avisa a
los prefectos para que lleven a los alumnos de primero a quinto hasta
los invernaderos y que esperen a escuchar el último canto del
fénix para huir hacia la casa de los gritos. Yo buscaré
voluntarios entre los mayores para que se queden en la retaguardia
defendiendo el castillo.
Ignora la pregunta silenciosa que
adivina en el rostro del profesor de pociones. No hay tiempo para
explicaciones. Ambos saben que en circunstancias muy excepcionales un
fénix puede provocar su propia muerte, cuando lanza la nota
más aguda de su registro tonal, una nota fuerte y persistente,
que puede escucharse a varias millas de distancia. Una muerte
peligrosa, pues las cenizas se esparcen y el fénix no siempre
puede renacer. Ambos también saben que sólo una pérdida
muy sentida pueden llevar al fénix a su propia inmolación.
El profesor Snape está a punto de salir, cuando la voz
cansada de Albus le detiene.
- Ah, Severus... Pase lo que
pase, cuida de Harry, ¿quieres?
- ¿Potter? ¿Y
por qué todo gira siempre en torno de Potter?
La
respuesta muere en boca de Albus porque en ese momento estalla el
infierno.
-.-.-
-¡Asombroso! ¡Ha venido
todo el mundo! - pica de palmas y ríe con las mandíbulas
desencasilladas, estirando el cuello para divisar mejor a sus
invitados.
A su lado, la vieja dama le dedica una sonrisa
enigmática.
- ¿Acaso dudaba de mi poder de
persuasión, Lockhart? Ya le dije que tenía muchos
contactos... - y un almacén lleno de potes de tinta china
imperial, piensa para sus adentros. La tinta que actúa como la
maldición Imperio, quien lee su nombre escrito con esa tinta
dorada en una invitación, se ve obligado a asistir, creyendo
que va por su propia voluntad.
- Jamás puse en duda su
palabra, señora Malfoy. Como me llamo Gilderoy que mañana
mismo podrá ocupar su nuevo puesto en el Ministerio: Jefa del
Departamento de los Misterios.
Otra vez una sonrisa
enigmática se perfila en esos labios macerados por la edad.
Por fin podrá ver cumplido su sueño, entrar en esas
salas que esconden los secretos más peligrosos del Mundo
Mágico. Como la caja de Pandora. Pero no estaría de más
si pudiera convencer a una sirena y a un goblin para que le ayuden a
completar el conjuro... junto con Harry.
-.-.-
Caminando
entre el tumulto, casi arrastrado por las masas, su conciencia se
debate entre seguir adelante o dar media vuelta y volver para atrás.
Su idea de un día perfecto es bien distinta, habría
consistido en permanecer más tiempo en brazos de ese amor
reencontrado, vigilando su sueño, acariciando ese cabello
rebelde y esa insolente cicatriz, inhalando esa fragancia adictiva
tan propia de Harry. Quizá más tarde habría
hecho un boceto, un retrato más de su modelo favorito... Y sin
embargo aquí se encuentran, camino de Hogwarts, donde les
espera una celebración de dudoso propósito, si no es
otro que el de incrementar la algo decaída popularidad del
Ministro. ¿Por qué van?, se pregunta una y otra vez.
Conoce muy bien la respuesta: el latente deseo de volver a jugar a
quidditch, y esa expresión radiante de su amado cada vez que
escucha el nombre del colegio bastan para silenciar esa vocecilla que
no para de repetir que lo más beneficioso para Harry sería
permanecer en un ambiente más tranquilo y relajado.
Instintivamente acaricia el amuleto personal que lleva
colgando del cuello, un dragón dormido de plata capaz de
guardar pequeños tesoros en su interior. Hoy esconde una pluma
blanca, pura, casta... la pluma de fénix albino que tanto le
ha fascinado en los últimos días. Podría
"adueñarse" de ella, mentiría si negara que esa
idea haya cruzado por su mente. Pero no es ése el único
tesoro que codicia.
A su lado anda Harry, aferrado a su
brazo. Una túnica azul nomeolvides de talle casi femenino y
una capucha que le cubre hasta los ojos le oculta de miradas
indiscretas que no dejan de cuestionarse quién debe ser la
afortunada acompañante del "Dragón indomable".
Un resplandor rojo inconfundible: cabello Weasley. Ginny va
delante de ellos, no muy lejos, y cada vez que la mira no puede
evitar sentir una punzada de remordimiento. Es difícil
discernir el origen de ese sentimiento. ¿Suyo o de Harry? Tal
vez de ambos.
Los jardines frente el campo de quidditch están
irreconocibles, llenos de tenderetes y carpas donde venden dulces,
gorros, banderines, muñecos animados mágicamente,
omnioculares... No faltan los corredores de apuestas, ni los puestos
de tatuajes donde por cinco galeones te pintan un rayo en la frente o
una calavera con lengua de serpiente en el antebrazo. ¿Acaso
es que nadie recuerda ya lo que simbolizan? Parece que los años
actúen como amnesia colectiva.
Al fin llegan ante los
vestuarios donde se separan sus caminos. Draco se detiene, y Harry le
mira con esos ojos almendrados que esconden un deseo ferviente. Una
mirada llena de amor... y algo más. Lujuria.
-
Harry... Ahora no, me esperan para jugar a quidditch.
- ¿Y
Gryffindor no juega?
Los pálidos labios dibujan una
triste sonrisa.
- Hoy no - ante la desilusión de su
compañero no tarda en añadir. - No te preocupes, voy a
atrapar la snitch para ti.
- ¿Me lo prometes?
Draco
se acerca a su oído para susurrarle:
- Pues claro.
Pero ahora debes volver con Ginny.
-.-.-
Gran
conmoción en el vestuario de las Holyhead Harpies. De repente,
y sin previo aviso, Adela Hooch empieza a vomitar babosas. A un ritmo
increíble, el cubículo se está llenando de esos
bichos repugnantes.
Narcisa Potter se ofrece para llevarla
hasta la enfermería, pero Natalie Wood la detiene agarrándola
con firmeza por el brazo.
- No, tú te quedas.
Necesitamos una buscadora. ¡Little Lena, ve tú!
Una
joven grandullona, del tamaño de un armario, levanta a la
diminuta Adela y se la lleva en brazos con toda delicadeza, igual que
si fuera una muñeca de porcelana.
La joven pelirroja
no puede evitar estremecerse al notar la mirada de odio que le dirige
Adela antes de que se la lleven de los vestuarios. Por suerte no
puede escuchar sus desagradables palabras de protesta, porque esas se
convierten en aún más desagradables criaturas al salir
de su boca.
-.-.-
Ginny. Tiene que volver con Ginny.
¿Pero dónde encontrarla, con tanta gente? Tanta gente,
tantos gritos... ¿Qué sucede? ¿Un ataque? ¿A
pleno día? ¡El castillo! Tiene que salvar sus
pertenencias, todo lo que le queda de sus padres, y de Draco... ¡Y
asegurarse que no ha quedado nadie atrapado en el castillo! Demasiada
gente ha muerto ya por su culpa, no puede permitir que caiga nadie
más. Hoy saldrá a luchar contra Lord Voldemort... otra
vez... quiere cumplir con su destino, acabar ya con todo... ¿Pero
no luchó ya? ¿No acabó con él? No está
muy seguro, sus recuerdos son brumas, flashes del pasado, sin orden,
sin conexión alguna... Recuerda una luz verde, una risa aguda,
un castillo en llamas, un ejército de encapuchados, Draco, la
voz de Draco... ¿Qué le ha dicho Draco? Ya ha olvidado
sus palabras.
Sus pasos erráticos lo alejan de la
muchedumbre, que va ocupando sus asientos en las gradas. Pasa por el
lado de un par de brujas: una con el pelo castaño encanecido,
en media melena lisa, paso vacilante; la otra más alta, de su
edad, con una tierna sonrisa en los labios. Sus miradas se cruzan, al
tiempo que siente un espeluznante hormigueo en su espalda. Por un
momento cree reconocerlas, por un momento le vienen recuerdos que no
ha vivido, una vida que no es la suya pero que podría haberlo
sido. Parpadea, confundido. Las brujas han desaparecido de vista,
como una alucinación.
Se detiene al llegar ante la
escalinata de la entrada principal. En el séptimo peldaño
le espera una anciana venerable, hermosa, de pelo dorado como su
Draco.
- ¡Harry! - le llama la mujer, con voz melosa. -
¿Por qué no estás en el campo? ¿No tienes
que jugar a quidditch?
La anciana sacude su varita, un rayo
púrpura sale disparado y envuelve al hombre en una espiral de
humo. Al disiparse, Harry ya no va ataviado con una túnica
azul nomeolvides casi femenina, sino con el uniforme de quidditch
escarlata y dorado, los colores de Gryffindor.
- Ven. Vamos a
buscarte una escoba.
-.-.-
Túnica blanca con
una hoja de arce escarlata, guantes y protecciones de piel de dragón,
y una Supernova 10 en la mano, Ron Weasley siente en las venas la
excitación previa a un partido. Por primera vez desde hace
muchos años. Lo han llamado para formar parte de un equipo
"amateur", creado para semejante ocasión: las
Celebridades Caducas, jugadores que estaban en algún equipo de
Hogwarts durante la época de Harry Potter. Y tendrán un
contrincante de excepción, las Holyhead Harpies, ganadoras de
la última Liga de Quidditch. Todo un honor, espera que su
equipo haga un papel decente, y si pierden, que sea con dignidad.
Echa una mirada recelosa hacia el rubio aristócrata
que se cambia sin decir palabra. No puede evitarlo. El hurón
jugará en la posición que por derecho le habría
correspondido a su amigo, de no ser porque Padma Patil lo prohibió
por prescripción médica. Aunque esa no es la principal
razón de esa mirada. No. Desde su llegada al Valle de Godric,
Ginny está sufriendo, por mucho que intente disimularlo bajo
esa fachada de mujer fuerte e independiente. Puede que haya prometido
a su hermana no intervenir, pero eso no significa que no dejará
de vigilar a esa maldita serpiente.
Salen al campo. El
público se pone en pie para aclamarles, desde las gradas
arrojan confeti y flores, y hasta juraría que piezas de ropa
interior muggle, aunque personalmente prefiere no averiguarlo.
Cuando se alinean frente el otro equipo, observa que su
sobrina también jugará. Buscadora, igual que su padre.
La muchacha tiembla, quizá porque que es su debut como
jugadora en un equipo profesional. Está a punto de avanzarse
para darle unas palmaditas de apoyo, pero ese fuego de ira que reluce
en los ojos verde esmeralda lo detiene en seco. No son nervios, es
puro odio. Hacia Draco. Empatiza con ella, con todas sus fuerzas
desea que la joven atrape la snitch dorada antes que el buscador de
su propio equipo.
Tras el saludo de rigor entre las
capitanas, sueltan la bolita dorada, que en un abrir y cerrar de ojos
desaparece de la vista. Al toque de silbato, quince escobas se elevan
muy alto en el aire. Él rápidamente vuela hacia los
aros que tiene que proteger.
- La guapa Joanne Murray de las
Holyhead Harpies se hace con la quaffle - la voz de Jordan resuena en
el estadio, y Ron sonríe al recordar los viejos tiempos,
cuando era el comentarista de los partidos del colegio, y la
profesora McGonagall tenía que darle el toque debido a la
falta de imparcialidad. - La pasa a su no menos bella compañera,
Natalie Wood, que esquiva una bludger enviada por Andrew Kirke,
Joanne Murray otra vez... lanza... ¡Y Ron Weasley salva los
aros! ¡Magnífica parada!
Aplausos, su rostro se
ilumina con una gran sonrisa. Son contadas las ocasiones en que puede
sentirse orgulloso de sí mismo sin ser la sombra de nadie. Se
acerca un cazador de su equipo, alguien que le recuerda vagamente al
maldito hurón. Su expresión se vuelve sombría:
¿qué ha hecho él para merecerse esto? ¡Dos
rubios impertinentes en su propio equipo!
- Ahora las
Celebridades Caducas se encuentran en posesión de la quaffle.
Zacharias Smith, que hace una magnífica pasada a la
maravillosa Angelina Weasley, y fíjense qué estilo,
Hogwarts añoraba ver jugar a esa cazadora... La jovencísima
Idgie Davies intenta cerrarle el paso, Angelina acelera hacia los
aros, lanza la bola para arriba... ¡Increíble! ¡Menudo
salto, y vaya escobazo le ha dado a la quaffle! ¡Las
Celebridades Caducas acaban de inaugurar el marcador! Angelina,
preciosa, esa tarde me cuentas el secreto para mantenerte en forma...
Y mientras que la snitch sigue sin aparecer.
Ron contempla a
su sobrina, volando en la escoba con una naturalidad heredada de su
padre, buscando la elusiva bola alada con la misma determinación.
No muy lejos, el hurón vuela con absoluta despreocupación,
como si no tuviera ningún interés en el partido.
Y
entonces, aparece. Veloz como una saeta, con un vuelo majestuoso como
el de un fénix. Harry. Desconcierto entre el público,
los jugadores se detienen, por unos instantes reina el silencio.
Harry efectúa un looping, pasando por uno de los aros,
desciende en picado, enderezando la escoba a escasos centímetros
del suelo. Un suspiro generalizado, todo el mundo contenía la
respiración. Y entonces estallan las exclamaciones de
entusiasmo y alegría. ¡Al fin pueden ver al héroe
en acción!
- ¡Increíble! Harry Potter
hace una entrada triunfal... ¡Y gol de las Holyhead Harpies!
Natalie Wood ha aprovechado la confusión para marcar un tanto.
El pelirrojo se maldice por haberse distraído. Pero
alguien tiene que detener a Harry, no debería estar aquí.
-.-.-
Con los omnioculares recorre las gradas, hasta
encontrar entre el público a Ginny Potter. Allí está,
al lado de una mujer hindú vestida con un sari malva, y de
alguien que se parece a su jefe. Ajusta las lentes para ver mejor. No
es que se parezca, es que es su jefe. Colin Creevey, junto con la
esposa de Potter. Se queda boquiabierta. ¿Acaso Colin vio el
reportaje? ¿Le quiere robar la primicia? No, la vigilia ya se
ocupó de que no viera la foto de portada, y aunque la hubiera
visto, ahora ya es demasiado tarde para cambiar nada. Consulta el
reloj de bolsillo, son las diez menos cuarto. Las lechuzas deben
estar al caer.
Mmm, espectacular entrada de Potter en el
terreno de juego. Eso no estaba previsto, pero es una buena ocasión
para sacar más fotos con su Memoria Fotográfica.
Aprovecha la confusión para transformarse, en su forma animaga
podrá estar más cerca de la pareja del momento, los
auténticos protagonistas del partido.
-.-.-
¿Pero
qué diablos hace Harry en el campo? ¿Por qué no
se ha quedado con Ginny? ¿Y quién lo ha vestido con un
uniforme de Gryffindor?
Todas esas preguntas se formulan en
la cabeza de Draco a la velocidad de un snidget, mientras vuela hacia
su imprudente amado. Él le había dejado con Ginny...
No, mentira, se había metido en los vestuarios porque no
soportaba la idea de verles juntos. Se maldice por no haberse quedado
más tiempo a su lado, por no haber esperado a comprobar que la
esposa se hacía cargo. Otra vez han dejado a Harry solo,
perdido en un mundo hostil.
Casi pierde el equilibrio cuando
el moreno empieza a efectuar unos extraños movimientos en su
escoba. Con una mano despliega la capa del uniforme, cual fuera el
ala de un pájaro, y esconde la cabeza una, dos, tres veces,
antes de tender el brazo derecho curvado hacia delante. Un gesto que
le resulta extrañamente familiar. Una declaración de
amor. En el lenguaje de las lechuzas, le acaba de decir: "Draco, te
quiero".
En ese instante, un destello dorado atrae su
atención: la snitch. En ese instante, un hombre en uniforme
escarlata y una muchacha en uniforme malaquita salen tras la snitch.
En ese mismo instante, una nube de búhos, lechuzas y mochuelos
procedentes del sur oscurecen el cielo, como en un eclipse solar.
Si no estuviera tan obsesionado en atrapar la bola alada,
habría visto que empiezan a llover ejemplares de "Corazón
de bruja" entre los asistentes. Habría visto que en la
portada él y Harry se besan apasionadamente, bajo el titular:
"Secretos escondidos en el armario". Si no estuviera tan
concentrado sólo en cumplir su promesa, habría visto a
su madre, en el palco principal junto al Ministro, extender los
brazos y murmurar palabras, como realizando un conjuro ancestral.
Habría visto un cúmulo de formas fantasmagóricas
concentrarse en un torbellino, formas familiares algunas, como
Hagrid, Dumbledore, McGonagall, Goyle, Longbottom... se mezclan con
otras figuras desconocidas. Pero Draco sólo está
pendiente de la snitch.
No es el único. Potter padre e
hija vuelan junto a él, codo con codo, tratando de cazar la
pequeña bola dorada que zigzaguea a una velocidad vertiginosa,
manteniéndose fuera del alcance de los tres buscadores. Draco
siente la excitación y el desafío de enfrentarse
nuevamente a Harry. Tiene que ganar, aunque sea la única vez
en su vida... Le ha prometido que va a cazar la snitch, y lo hará.
De repente se encuentra en medio de un tornado, ráfagas
de viento desestabilizan su escoba, pero eso no le detendrá de
su empeño. Atraviesa una nube fría, no, un fantasma.
Alarga el brazo, algo le da en plena cara, una revista tal vez. A su
lado, alguien pierde el equilibrio. Un grito desgarrador, que casi le
rompe los tímpanos. Cierra la mano, y se asombra cuando nota
la superficie metálica de la bola atrapada entre sus finos
dedos, el cosquilleo del batir de alas de la snitch. Lo ha
conseguido. Pero no tiene tiempo de celebrarlo: Narcisa ha caído
de la escoba, y su padre se ha lanzado tras suyo para frenar la
caída.
Continuará
