Dedicado a Mahe y a su fic "En el aire".
NO ME OLVIDES
XIV. Pide un deseo...
Por primera vez en su vida, Marta Fanera tiene miedo. Un miedo primario, instintivo, un miedo tan antiguo como las primeras criaturas que habitaron el planeta: el miedo a ser devorado por un depredador.
Tiembla bajo esos ojos de plata, esa boca abierta que se acerca más y más, mostrando todos y cada uno de los dientes afilados como cuchillas...
Desesperada bate las alas, intentando escapar, pero los palillos de madera la oprimen un poco más. El aire le llega con dificultad, pero esa no es la mayor de sus preocupaciones: en nada será despedazada, triturada, engullida por un dragón. Hoy no verá salir la luna.
Las mandíbulas se cierran, la oscuridad la envuelve, los palillos la sueltan y cae en las sombras.
Cuando se recupera del shock, intenta mover cada una de las articulaciones: las alas, las patas, las antenas... Gracias a Morgana que se conserva enterita, pero no por eso está más tranquila. Ahora no puede hacer otra cosa que esperar encerrada en esa prisión oscura como la gola de un dragón, fría y sólida como la plata.
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¡Mmmh! Plátano frito con miel... Draco no puede evitarlo, mientras saborea ese delicioso postre con los ojos cerrados, un suspiro de placer escapa de sus labios. La mano de Harry acariciándole inocentemente no ayuda en nada para recuperar la serenidad. Las imágenes que le vienen en mente, de su Harry cubierto con miel, tampoco.
Otro suspiro involuntario. Las caricias, ocultas de miradas indiscretas bajo el mantel, se vuelven menos inocentes, los recuerdos más nítidos, el deseo de Harry se mezcla con el suyo... tiembla, su cuerpo es fuego por culpa de las sensaciones provocadas por un simple postre.
Repentinamente abre los ojos. Narcisa le dedica una siniestra sonrisa antes de seguir discutiendo con el goblin. Frunce el ceño. ¿Por qué su madre tiene que arruinarle su fantasía?
Cierto, tienen que mantener las apariencias. Echa una ojeada a su alrededor: el Ministro no parece haberse dado cuenta de nada, ocupado contando sus increíbles historias al brujo extranjero y a la señora Snape. Ron y Padma siguen comiendo como si nada hubiera ocurrido, y Severus se limita a levantar una ceja, sin disimular una mueca de aversión, pero permanece en silencio.
Demasiado peligroso, comer junto a Harry.
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Una tarta colosal de nata y chocolate aparece delante suyo, una tarta con cuarenta velas mágicas que titilan por cada uno de los veranos que le han visto llorar, sonreír, gritar, emocionarse... vivir. Una tarta de cumpleaños, con una inscripción de chocolate glaseado: "Felicidades, Harry Potter".
Una vez más sus ojos se encuentran con los de las misteriosas brujas en el extremo de la mesa. La joven incluso le lanza un beso en el aire, y no puede evitar ponerse colorado. ¿Por qué le resultan tan familiares? ¿Dónde las ha visto antes?
– Harry, ésta es mi hija, Mahe.
Sin retirarle la mirada se acercó a ella e, intentando dedicarle su mejor sonrisa le tendió la mano.
– Bienvenida a casa, Mahe.
Se sonroja más todavía al recordar su reacción cuando ella le dio tres besos a modo de saludo, ese extraño hormigueo en la boca del estómago como mariposas que revolotean en su interior.
– Pide un deseo – susurra una voz a su oído.
Un deseo, un deseo... ya tiene a Draco a su lado, ¿qué más puede desear? Permanecer junto a su amor, para siempre.
Sonríe, feliz, antes de soplar las velas.
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Quién pudiera ser snitch, revolotear entre las mesas escuchando palabras sueltas de tan variopintos personajes, desde el muggle más muggle que jamás haya pisado la faz de la Tierra, "¡Beth! ¡Vuelve aquí! ¡Te he dicho mil veces que no te mezcles con esa gentuza!"; hasta el único centauro que se ha quedado en el banquete, "Venus brillará esta noche"; sin olvidar a ese par de brujas con pergaminos bajo el brazo, una rubia autóctona y una morena venida de Tierras Cálidas, "Nunca me había sentido tan entusiasmada con nada que tuviera que ver con la escritura. Nunca había tenido una idea que me causara semejante respuesta física".
Dejarse llevar por la suave brisa que sopla del norte, detenerse por unos instantes sobre los rizos de chocolate de esa otra bruja que no se da cuenta de su entorno, ni de tu propio batir de alas, ni de los largos dedos de ese mago que aprovecha tu presencia como excusa para acariciarle el cabello. Oírla murmurar para sí misma: "¿Qué eran tantos fantasmas? Neville, Hagrid, McGonagall... ¡Y Dumbledore! No deberían estar aqu, antes de elevarte de nuevo hacia las nubes de algodón, hacia el sol. Sentir el aire contra tu superficie metálica, sentir la libertad. Ver el castillo a tus pies, pequeñito, como de juguete; el lago, el Bosque Prohibido, la aldea mágica, y más lejos, las montañas y el mar.
Y luego lanzarte otra vez en picado hacia las mesas del jardín, esquivando la enorme tarta por escasas pulgadas, merodear entre la gente. Coqueta, seducir a esa joven pelirroja de ojazos verdes que te desea con anhelo, ponerte al alcance de su mano, dejar que sus dedos acaricien tus alas antes de dar un giro insospechado y escapar una vez más hacia el cielo azul, tu elemento.
Quién pudiera ser snitch para volar libremente, para jugar al gato y al ratón con toda la gente, deslumbrándolos con tu centelleo dorado, escapando veloz, no dejándote atrapar por nadie. Porque ya has elegido tu dueño, y nadie más te va a alcanzar. Después de un largo paseo, cuando estés exhausta y las fuerzas te abandonen, poder regresar junto el mismo mago que te ha soltado, posarte voluntariamente sobre su mano y ajustar el batir de alas al ritmo de los latidos de su corazón. Dejar que sus dedos se cierren a tu alrededor con suavidad y amor, ser feliz al saber que permanecerás junto a él, que serás suya... ¡Ay, quién pudiera ser esa snitch!
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Colin Creevey nunca ha confiado plenamente en sus colaboradores, ya sea por su poca profesionalidad, o sea por su escaso olfato para cazar la noticia. Pensaba que Marta era distinta, intuía que ella sí tenía un talento innato para ejercer de periodista, pero tal vez se había equivocado. ¿Cómo es posible que desaparezca justo ahora? Las 13.43 horas, y sin dar señales de vida.
Con su fiel compañera la máquina fotográfica, la única que no le ha fallado jamás, se acerca a la mesa para sacar los habituales retratos "de familia", como los llama, del Ministro y ese mago extranjero, de la señora Malfoy y ese repugnante goblin avaricioso, del Gran Maestro y director de Hogwarts Severus Snape y su adorable esposa, por supuesto de su héroe favorito y obsesión infantil, el famoso Harry Potter, aunque inevitablemente tenga que retratarlo junto a esa maldita víbora. Pero, ante todo, quiere sacar primeros planos de esa mujer admirable que fue compañera de clase, una de las mejores brujas que jamás haya conocido, por quien profesa un amor que roza el límite de lo platónico: Ginny Potter, de soltera Weasley.
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¡Mmmh! Dedos de Draco untados de chocolate, ¿habrá postre más sabroso? Se le ocurren unas cuantas golosinas de dragón, igualmente exquisitas. Labios de dragón con fresas, piel de dragón con nata, cola de dragón con miel...
Con una sonrisa traviesa sumerge los dedos en la tarta y aprovechando una distracción de su compañero le pinta la nariz. Ríe como un niño al ver a su querido Draco haciendo pucheros. Sin poder resistirse le da un casto beso en la nariz, un beso con sabor a cacao. ¡Mmmh! Y los labios, ¿a qué sabrán esos labios? ¿A pétalo de rosa, a veneno irresistible? Quiere besarlos, se muere por probarlos. ¿Por qué Draco no le deja?, ¿por qué se aleja en cada intento por unir sus labios en un beso de amor?
– Harry, vayámonos a un lugar más solitario... sin nadie que nos moleste – escucha una voz conocida dentro de su cabeza.
Ahora es su turno para ponerse nervioso. Mira a su alrededor: Snape le lanza una mirada fulminante, Ron se cubre los ojos, Ginny se muerde esos labios rosados, casi igual de apetecibles que los de su dragón... Nota todos los ojos posados en él, todo el mundo pendiente de cada uno de sus gestos. Y Harry, siendo Harry, no puede evitar sonrojarse una vez más.
Harry y Draco se levantan a la vez en un tácito acuerdo de buscar un rincón alejado, más íntimo, probablemente bajo el haya junto al lago.
– ¡Queridos míos! ¿Quién de los dos se ha levantado primero? ¿Quién? – suena otra voz en la mente del moreno, una voz que escuchó en algún momento, un recuerdo que ya no puede ubicar pero que por alguna extraña razón asocia con una libélula, niebla, posos de te, una bola de cristal.
Tiembla, se le erizan los pelos en la nuca. Siente pánico, aunque tampoco sabría decir exactamente por qué.
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Si ambos magos soñaban con un momento de intimidad, sus sueños se han visto truncados nada más ponerse de pie. El Ministro Lockhart tiene otros planes para ellos, el programa de la fiesta está muy apretado, y Harry es el invitado de honor. No puede escaquearse fácilmente, ¡oh, no!
La fiesta continúa durante horas y horas, entre el concierto de las Brujas de Macbeth y sus inolvidables éxitos como el "Something wicked this way comes", el espectáculo acuático con la actuación estelar del calamar gigante, la danza de las hadas... El Ministro aprovecha para pasear a Harry como si fuera un muñeco de feria, presentándolo a todas las autoridades extranjeras y representantes de las diferentes criaturas. Todos quieren conocer al héroe, escuchar su voz, conseguir un autógrafo, fotografiarse junto a él.
Draco se opondría a todo ese número de circo si no fuera por su madre, pero la teme tanto que ni se atreve a rechistar. Pero no deja de vigilar a Harry constantemente, no le pierde de vista ni por un segundo. Agradece que Ginny cumpla su papel de esposa y lo acompañe de bracito. Daría una de sus bóvedas en Gringotts para ocupar su lugar, por ser él el acompañante de Harry, pero la comunidad mágica puede ser más intolerante que la muggle. Incluso él, a pesar de haber nacido en el seno de una de las familias magas más antiguas, o quizá precisamente por eso, puede darse cuenta de la gran cantidad de prejuicios que envenenan las relaciones entre magos y brujas, entre humanos, entre seres de cualquier índole y condición. Ya ha arriesgado mucho durante el banquete, pero tenía que ayudar a Harry dándole de comer. Dada la disposición de los comensales, no había otra alternativa, ¡no iba a esperar que lo hiciera Severus Snape! Aunque quizá no tendría que preocuparse tanto por la imagen, por alguna razón no cree que sea ésta la única vez que su relación con Harry se haya visto expuesta a la luz. ¿Por qué tiene un vacío en sus recuerdos? El partido de quidditch, por ejemplo, ¿cómo acabó? A ver si él también estará padeciendo la misma enfermedad que Harry...
Un zumbido. Acaricia la cincelada superficie del talismán colgando del cuello. El dragón de plata duerme, a pesar del molesto insecto encerrado en sus entrañas. Una sonrisa maquiavélica desfigura sus labios, nada a envidiar a las siniestras sonrisas de su madre. Pronto descubrirá si su intuición no le ha fallado, y de ser así, no tendrá reparos para poner en marcha su plan. Pensándolo mejor, quizá esperar a mañana.
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Es la primera vez que cruza la doble puerta del castillo en más de veinte años. ¡Hogwarts! ¡Al fin en casa! Quiere correr hacia el Gran Comedor, saludar a los profesores, a Dumbledore y a McGonagall, sentarse entre sus compañeros de Gryffindor y celebrar el inicio de un nuevo curso, escuchar la canción del Sombrero... Alguien lo detiene: Draco, su "chica presumida", su dragón protector.
– Harry, aún no. Espera que nos hayamos acomodado primero.
Snape se gira, algo no va acorde con sus recuerdos. ¿Será esa expresión de tristeza cuando le mira? No, por supuesto que no, su semblante se transfigura al dedicarle una de esas sonrisas cáusticas que reserva exclusivamente para él.
¿Pero cómo no se ha dado cuenta antes? ¿Quién es esa mujer que voluntariamente se agarra a su brazo? ¿Y qué nuevo champú utiliza Snape para que su cabello grasiento no huela a flores marchitas y bilis de armadillo?
– Draco, ¿por qué no acompañas a Potter de paseo por el castillo antes de que decida hacerlo por su cuenta?
Harry ríe por debajo la nariz. Hay cosas que nunca cambian, y la forma en que el profesor de pociones pronuncia su nombre es una de ellas.
– Dormiréis en la habitación reservada para el profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras. ¿Sabéis dónde se encuentra?
Claro, si ha ido allí muchas tardes a tomar el te y a practicar su patronus, ¿por qué lo pregunta?
– ¿Dormiremos con Lupin? – pregunta, algo incrédulo, mientras echa una ojeada al rubio que camina a su lado. No sería la primera vez, en la cueva, ellos tres solos, hacían turnos para dormir acurrucados piel contra piel para protegerse mejor de las crudas noches de invierno, mientras el tercero se quedaba de guardia.
– No, Harry. Lupin... se ha ido.
Su rostro se ensombrece. ¿Lupin también se ha ido? ¿Como sus padres? ¿Como su padrino? ¿Por qué todos los que ama acaban abandonándole?
– ¿Y qué pasa con la contraseña? – hace Ginny, rompiendo el tenso silencio.
– Dadas las circunstancias me he encargado de que no haga falta recordar ninguna contraseña, en la puerta hay el retrato de alguien que podrá reconoceros a cualquiera de los tres.
Han llegado a las puertas del Gran Comedor. Harry se despide de su esposa con un beso en la mejilla y, sin decir palabra, agarra la mano de Draco para que le acompañe.
Sus ojos esmeralda brillan como la primera vez que llegó a Hogwarts. Queda impresionado ante la inmensidad de la sala, aunque ahora es distinta. No la alumbran cientos de velas flotando sobre sus cabezas, sólo el tenue titileo de las estrellas del falso cielo del techo encantado.
Las largas mesas, vacías, sin bandejas repletas de comida, de pasteles de carne y verdura; sin las risas ni las animadas charlas de los alumnos, se le antojan muertas, como un desierto sin vida, como un cuerpo al que le hubieran arrancado el alma con un beso de dementor.
Anda despacio entre dos mesas, Ravenclaw a un lado, al otro Hufflepuff. Los fantasmas residentes salen de su letargo veraniego para contemplar a los intrusos que han osado invadir su territorio en vacaciones. Sir Nicholas de Mimsy-Porpington le saluda con un gesto de cabeza.
– ¡Hola, Nick! – su cándida voz hace eco en la sala. – ¿Cómo va todo?
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Por la noche, en la intimidad de su hogar, Ron formula las preguntas que ha callado antes por temor al director del colegio de magia y hechicería.
– Padma, cielo, ¿qué ha ocurrido en Hogwarts? ¿Por qué me he convertido precisamente hoy?
En ese momento los grandes ojos de la hindú descubren una revista que alguien ha colado por la rendija bajo la puerta durante su ausencia, un titular de Corazón de Bruja. "Secretos escondidos en el armario". Con su gracia natural se agacha para recogerla del suelo.
– No lo recuerdo, hay un vacío en mi memoria, pero creo que esto puede tener algo que ver.
Lívido al ver la portada, aunque para nada sorprendido. Incluso esa foto es capaz de reflejar la conexión entre los dos magos más poderosos en vida, el día y la noche, el fuego y el hielo, unidos por un beso que sella un pacto para toda la eternidad.
– ¿Qué sensaciones te provoca el verles juntos así? – inquiere la esposa, cautelosa. No quiere arriesgarse a uno de sus arrebatos, o peor aún, a otra conversión. Quizá sus cantos para amansar las fieras salvajes han dejado de tener efecto para calmar el perro que convive con el pelirrojo. Quizá demasiados años de rabia contenida han debilitado sus defensas y ahora amenaza con estallar, igual que un frasco de cristal que almacene una poción altamente explosiva.
– Sorpresa no, desde luego, no después de las escenas que montaron el otro día que les visité en el valle de Godric, o hoy durante el banquete, que vaya par... Me duele por mi hermana, Ginny ha sacrificado toda su vida por Harry, para que ahora venga ese hurón y le robe todo.
– Todo, todo tampoco. Han tenido sus momentos buenos, una hija...
– Lo que tú digas. Pero no debería haber permitido que se casaran en un principio, si ya sabía yo que no iba a funcionar. No creo que Harry haya amado nunca a Ginny, me da...
Calla de golpe, asustado. La hindú termina por él:
– ¿Rabia?
Ron se queda pensativo. ¿Es rabia lo que siente? Tal vez, pero no más que la que ha sentido desde siempre, cada vez que ha visto a su hermana esperando algún gesto, algún signo de amor por parte de Harry; en vano, porque el moreno parecía ciego, insensible al más grande, puro y noble de todos los sentimientos. Antes quería creer que era parte de la naturaleza de Harry, que como protección se había vuelto reacio a las muestras de afecto. Ya habían muerto demasiados de sus seres queridos... Pero con la llegada de Draco ha quedado en evidencia que su amigo puede entregarse totalmente cuando ama de verdad.
– Un poco, pero no estoy seguro de que sea sólo por eso. Soy un peligro público, Padma, Snape tiene razón. Deberían encerrarme con las criaturas peligrosas.
– ¡No! No voy a permitirlo, antes deberán pasar por encima de mi cadáver.
El pelirrojo la besa en un arranque de júbilo. Si no fuera por la hindú... ¿Qué habría hecho él sin su mujer? Correr la misma suerte que Dean, le dan escalofríos sólo de imaginarlo.
– Gracias por tranquilizar a la fiera, cariño.
– Esa vez no fui yo. Creo que se lo debemos a un hechizo desmemorizante, olvidaste el motivo de tu rabia.
– ¡¿Un hechizo desmemorizante?! ¡Lockhart se ha excedido esa vez!
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Tumbado sobre una de las largas mesas de madera, seguramente no es el lecho más cómodo del mundo; se levantará con agujetas y los huesos crujidos, que ya tiene cierta edad. Mas yacer bajo las estrellas con Harry entre sus brazos es el sueño de toda su vida hecho realidad.
– ¡Mira, la Osa Mayor! Aquélla de ahí, a cinco lados de distancia, es la Estrella Polar. Y la constelación a su alrededor es Draco, que como buen Dragón Protector la abraza con fuerza y no la deja escapar – estrecha a Harry contra su cuerpo, feliz de hacerle reír. – ¿O por qué te crees que se queda ahí fija, señalando el Norte?
– ¿Y tú tampoco vas a dejarme escapar? – pregunta el moreno con la misma picardía de un joven quinceañero.
– No volveré a cometer ese error nunca más, Harry. Nunca más.
Permanecen en silencio contemplando las estrellas, los dedos perdidos en esos cabellos más oscuros que la noche, ambas respiraciones acompasadas, ambos corazones latiendo al ritmo de una melodía antigua del principio de todos los tiempos.
– ¿Y cuál es esa estrella tan brillante?
– Sirius, de la constelación del Perro...
Demasiado tarde se percata que mejor habría sido inventar un nombre cualquiera, Eihwaz o Perth, por ejemplo, antes que responder la verdad. El moreno se estremece, se mueve, inquieto, Draco teme que se levante y lo abandone en el frío de la enorme estancia vacía. Suspira cuando se da cuenta que Harry se limita a acomodarse mejor entre sus brazos, buscando un hueco en su hombro donde apoyar la cabeza.
– ¿Crees que está ahí, que ha venido para verme?
– No lo sé, Harry. – Pausa. – Todos tenemos una estrella en el cielo, una estrella que nos representa. Sirius es la de tu padrino, al igual que la mía es Rastabán, el ojo de la serpiente.
– ¿Cuál es la mía?
La primera respuesta que le viene en mente es Regulus, en el corazón de la constelación de Leo. Nacido cuando el séptimo mes muere, Gryffindor hasta la médula, valeroso y guerrero, Harry es la personificación del león. Y sin embargo su forma animaga es un pájaro de fuego, majestuoso, de alma pura.
– El Fénix, pero no puede verse desde aquí. Tendríamos que viajar más al sur para...
– ¡Austrakinesis! – le interrumpe el moreno, haciendo magia sin varita. Otro hechizo que no había escuchado nunca, probablemente otro hechizo que Harry acaba de inventar.
Las estrellas del techo encantado empiezan a girar. Las agrupaciones y constelaciones que conoce como la palma de su mano se esconden bajo el suelo, y en su lugar aparecen otras que sólo ha visto durante sus efímeros viajes en tierras australes. Puede nombrar algunas de ellas, la Cruz del Sur, el Centauro...
– Ésa es Ankaa, de la constelación del Fénix – señala una estrella no muy luminosa, pero que en ese momento parece la más hermosa de todas. – Ésa es tu estrella, Harry.
Otra vez en silencio, escuchando únicamente sus respiraciones armónicas. Atrás quedan todos los problemas que les acechan en el día a día, ahora mismo son dos niños asomándose en el infinito, dos puntos invisibles en la inmensidad del Universo. Un cometa cruza la sala de lado a lado, dejando una estela de plata a su paso.
– ¡Una estrella fugaz! Draco, pide un deseo.
Un deseo, un deseo... Sus ojos de plata se clavan en un punto radiante que se levanta en el horizonte de ese falso firmamento, más brillante que cualquiera de las otras estrellas: Venus. Su único deseo, permanecer junto a su amor para toda la eternidad.
Ambos se quedan dormidos bajo el techo estrellado, sus corazones latiendo al ritmo de un mismo deseo.
Continuará
