NO ME OLVIDES

XV. Tesoros.

¿Qué ha sido de mi vida? ¿Un sueño? ¿Una realidad? ¿Por qué he malgastado tantos años viviendo una mentira?, ¿por qué me he negado a abrir los ojos y aceptar la verdad? Harry es como un pájaro que necesita ser libre, volar en el cielo azul... y yo lo até junto a mí, encarcelándolo en una jaula de oro, privándole de toda libertad.

Tengo a Harry, sí, ¿pero acaso he sido más feliz? No es su lealtad lo que quiero, ni siquiera su ternura, ni su compañía... Soy más ambiciosa, quiero su amor.

Llegué tarde. Quizás nunca tuve una oportunidad. Nadie la tuvo, nadie más que Draco. Y sin embargo, nunca podré olvidar que por una noche sentí que era mío, y yo suya. Siempre he sido suya. Guardaré ese recuerdo como mi único tesoro.

Fiesta en el castillo, risas despreocupadas resuenan en todas las salas, olvidando por una noche la constante tensión. La cabeza le da vueltas, no está acostumbrada a beber tanto ron con grosellas. Ríe sin motivo, todo le parece gracioso. Una mano la lleva fuera, el aire fresco la despeja un poco, lo suficientemente para ver a su héroe: Harry. Harry, el niño que vivió, la mira con deseo en sus ojos, dispuesto a demostrarle que ya no son niños, ninguno de los dos.

– Quiero que seas la madre de mis hijos.

Vuelve a reír, pero sus risas mueren cuando sus labios son atrapados por otros labios que la besan con ternura.

– ¿Y cómo van a llamarse? – pregunta, entre risas, cuando sus bocas se separan momentáneamente para inhalar el aire que tanto necesitan. Su cuerpo se estremece cuando las manos de Harry entran en territorio prohibido.

– Dorian si es un niño.

– ¿Y si es niña?

– Narcisa.

Besos que se vuelven chispas, caricias que se vuelven llamas, pronto sus cuerpos danzan al ritmo del fuego que los quema por dentro y, sin tiempo a perder, bajo el testimonio de la luna creciente consumen su amor.

Demasiado tarde se dan cuenta que no todos los gritos que escuchan son sus propios gritos, ni todo el calor que sienten emana de sus cuerpos, y que el fuego que los envuelve es real. Hogwarts arde a sus espaldas, el ejército enemigo los acecha, la guerra acaba de estallar.

-.-.-

Llega a la redacción algo cansado después de los festejos en Hogwarts, pero su jornada laboral no ha hecho más que empezar. Van a tener que trabajar toda la noche para que a la mañana siguiente pueda salir la crónica en el Profeta. Y lo peor es que una de las mejores reporteras del equipo ha desaparecido.

Nota el ambiente enrarecido, muchos compañeros no cesan de murmurar entre ellos, especulando qué le ha podido pasar. Marta Fanera no cae especialmente bien entre sus colegas, y la mayoría están divididos entre el temor y la preocupación por la suerte de una compañera, y ese interés periodístico por conocer todos los detalles escabrosos.

Tras encargar a varios columnistas que describan el evento del año desde sus respectivos puntos de vista, Colin Creevey desciende al laboratorio de revelado, su templo, el único lugar donde puede encontrar paz y sosiego. Entre placas y soluciones de bromuro de plata, observando cómo las imágenes capturadas por su cámara van cobrando vida, se siente realmente feliz, casi no necesita ninguna otra compañía. Casi, porque cuando en una de las fotografías aparece Ginny sonriéndole cálidamente recibe una punzada en su corazón. En su vida amorosa hay un vacío que nunca se ha preocupado por llenar.

Otra de las fotos tomadas durante el banquete acapara toda su atención, una foto de la mesa principal. Se acerca, se aleja, la gira, la voltea, la mira y la vuelve a remirar con lupa. No parece que sea ningún efecto óptico, y sin embargo no puede dar crédito a sus ojos.

– ¿Qué significa eso? Juraría que... No, no deberían estar ahí.

-.-.-

La fiesta en Hogwarts había terminado, sí, pero las almas jóvenes podían seguir festejando los veinte años de paz y libertad en las carpas veraniegas de Hogsmeade. Las jugadoras del Holyhead Harpies no podían faltar.

Natalie Wood permanece junto a la barra del Rainbow Warriors, una carpa con un ambiente demasiado parecido a la discoteca Aire de su ciudad natal, mirando distraídamente a un grupo de brujas que contonean sus cuerpos al ritmo vertiginoso de la melodía. En su mano, un vaso de firewhiskey largamente olvidado, el hielo prácticamente derretido. Intenta poner orden entre esa vorágine de sensaciones y pensamientos que cruzan por su mente, pero el ambiente no ayuda. La música martillea sus tímpanos, el aire está demasiado cargado de humo, demasiado alcohol corre por sus venas. Sólo una imagen se le aparece clara, un rostro risueño cubierto de pecas, un cabello rojizo como el fuego que contrasta con esas dos esmeraldas que relucen bajo la luz de la luna: Narcisa, la musa de sus sueños.

Alguien le da una palmada amistosa en el hombro. Gira la cabeza de forma mecánica y se encuentra con la mirada violeta de Adela Hooch, una mirada peligrosa que apenas esconde la lujuria y algo más.

– Natalie, amor, vayámonos a un lugar más íntimo, hace tiempo que no hablamos las dos... a solas.

No le gusta el tono de voz que emplea, no le gusta la falsa sonrisa que distorsiona sus labios en una mueca dantesca. No le gusta ser objeto de su mirada lasciva, como si fuera su presa.

– No creo que tenga nada que hablar contigo – dice, con los puños apretados. – Y ya te he dicho mil veces que no me llames amor.

Pero lejos de disuadir a la buscadora titular del equipo, parece que la joven interpreta sus palabras como una invitación, una oportunidad que no desaprovecha, se toma la libertad de agarrarla por la cintura.

– Creo que sí tenemos mucho de que hablar... cariño – susurra en un tono peligroso. – Mi sustitución en el partido de hoy, por ejemplo.

– Estabas enferma, Adela, escupías babosas. Tenía que verte una medibruja, y nosotras necesitábamos una buscadora. No creo que sean necesarias más explicaciones.

A pesar de su corta estatura, Adela estrecha el cuerpo de la otra muchacha en un gesto posesivo, cual fuera una snitch. No quiere dejarla escapar, por algo es buscadora.

– Olvidas que soy la capitana.

– Y yo soy la segunda en el mando, la que toma las decisiones en el caso de que estés indispuesta... como hoy.

Natalie busca una excusa para zafarse de ella, y la encuentra en su amiga del alma, una pelirroja que se acerca con un cóctel en la mano, una copa con un líquido aperlado, una aceituna y una sombrilla verde de papel.

– Si me disculpas... ¡Narcisa! ¡Qué partidazo! Eres una natural en el aire – un comentario certero, y lo suficientemente ambiguo como para no dejar entrever que no recuerda como acabó.

Pasando un brazo por el hombro de la pelirroja, ambas se alejan de allí, dejando atrás a una Adela que echa chispas. Beben, charlan, ríen, Natalie coloca la sombrilla verde en el pelo de fuego de su amiga cual fuera una flor, un nenúfar en un río de lava. Hermosa, única. Sin saber cómo, las dos amigas acaban en la pista de baile, sacudiendo los esqueletos y girando como peonzas, sin parar de reír como locas. Entre el alcohol y la proximidad de Narcisa, ese aroma embriagador, esa fragancia de pelirroja por quien un perfumista sería capaz de matar, Natalie tiene que hacer grandes esfuerzos para controlarse; se acerca demasiado a su amiga, que parece no darse cuenta del efecto que le provoca. Que se encuentren rodeadas de chicas bailando pegadas en una confusión de cuerpos y de chicos que se besan apasionadamente entre ellos aún la excita más. Sabe que no debería dejarse llevar por el momento, sabe que su amiga no puede corresponderla. Y sin embargo es incapaz de refrenarse, quiere sentirla cerca, memorizar su esencia, grabar ese recuerdo en su mente para siempre.

La música cambia de ritmo, ahora suena una canción lenta, desesperada. Narcisa se arrima a ella, inocentemente, quiere bailar juntas como cuando eran niñas y jugaban a héroes y princesas. Sólo que ahora ya no es un juego, no para ella. Con la pelirroja entre sus brazos, Natalie pierde las riendas, cae en la irresistible tentación de besar esos labios prohibidos.

Ninguna reacción por parte de Narcisa, ni rechazo, ni correspondencia, nada. Pero al apartar sus labios de la miel, en los ojos verdes distingue un centelleo amenazador, el relámpago que anuncia tormenta. Arrepentida, desvía su mirada.

– Lo siento, no sé qué me ha pasado – pronuncia en un susurro casi imperceptible. Aunque no es más que una pobre excusa, lo sabe demasiado bien. La respiración agitada y los latidos de su corazón la delatan.

La pelirroja la aparta de un empujón y con pase apresurado sale de la carpa, sin despedirse ni dirigir una mirada hacia atrás. Recuperada de su asombro, Natalie corre detrás de ella.

– ¡Narcisa! ¡Espera!

La otra muchacha la ignora, saca la varita y la levanta, la punta iluminada. Con gran estruendo, un autobús morado de tres plantas aparece de la nada. El Autobús Noctámbulo.

Narcisa sube rápidamente, como perseguida por un fantasma. Natalie habría saltado al peldaño antes de que el vehículo se pusiera en marcha, si no fuera porque algo la retiene en tierra: la garra de Adela.

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Abre los ojos. Ella no es una persona a quien le guste vivir en los sueños. ¿Cómo acabaron aquí? Quizá debería reconsiderar sus principios, al fin y al cabo, ¿qué hay de malo en despertar en el calor de esos brazos que la estrechan con amor? No hacen daño a nadie, ambos son libres... ¡No! No ha pensado eso, la situación es completamente errónea, no debería haber permitido algo así. Mentalmente toma nota, nunca bajar la guardia, ni siquiera en compañía de un colega.

Se levanta de un salto, ignorando el murmullo de protesta medio ahogado entre las sábanas. Afortunadamente encuentra su varita junto a los zapatos y túnicas esparcidos por el suelo. La agarra y con un ágil movimiento conjura un "Enovacuum", preguntándose dónde aprendió ese hechizo para recuperar la sobriedad. En un libro, probablemente... o entre los hechizos inventados por su amigo Harry.

Ya vestida desaparece con un ¡plop!, antes de que su compañero de trabajo, y ahora compañero de cama, pueda agarrarla por el brazo y retenerla allí. Tal vez parecerá que esté huyendo, pero acaba de recordar que ocurrieron demasiadas cosas extrañas durante la fiesta de Hogwarts, y tiene que volver allí. Quizá en la biblioteca pueda encontrar respuestas a las preguntas que se formulan en su mente.

-.-.-

Tumbada en la cama que le han asignado en el autobús, taza de chocolate en mano, Narcisa intenta concentrarse en los acaecimientos del día anterior. Natalie, el beso de Natalie... Aparta ese recuerdo de la mente, ahora mismo no le apetece afrontarse a ello. Hay algo que la preocupa más, y es que no consigue recordar cómo ha recuperado la pluma de fénix albino, su tesoro. Un tesoro que está dispuesta a devolver al Departamento de Criaturas Mágicas Exóticas y en Peligro de Extinción.

Estaban jugando a quidditch, su primer partido como profesional, sentía la adrenalina a tope y el aire golpeando contra sus mejillas. Y entonces apareció su padre, causándole una extraña mezcla de sensaciones: admiración, porque a pesar de su edad, Harry sigue volando en la escoba con la agilidad y rapidez de una saeta en el viento; preocupación, porque por prescripción médica, Harry no debería estar allí; y ese sabor a hiel, porque incluso en su debut, Harry Potter tiene que hacerle sombra.

Y de repente se encuentra a mitad del campo, junto a su padre y su... ¿amante?, y con la delicada pluma blanca, pura, casta entre sus dedos. ¿Quién de los dos se la ha devuelto? ¿Harry o... Draco? Por alguna extraña razón intuye que es Draco, quizá porque el rubio había mostrado mucho interés con el hallazgo, y a buen seguro habría sabido apreciar su valor. Aunque la verdad es que tampoco tiene importancia, pues ahora los dos son uno, y uno son dos. Ahora podría confiar en Draco, contarle uno de los secretos que cela como un tesoro: el descubrimiento del fénix albino de Heliópolis, la Ciudad del Sol.

¡BUM! Otro estruendo, el autobús se detiene sin previo aviso y casi se come el cristal. El chocolate se derrama sobre su túnica de gala, menos mal que con un simple "evanesco" desaparece.

– Señorita Potter – la avisa una muchacha larguirucha con trenzas, no mucho más joven que ella; alguien que reconoce del colegio, probablemente una Hufflepuff. – Ya hemos llegado a su destino: el Ministerio de la Magia.

Se levanta, echa una rápida ojeada en el cristal para comprobar que su aspecto es decente, y desciende del vehículo, con un ligero cabeceo a modo de despedida. ¡BUM! Con un estallido más, el autobús violeta desaparece en el aire, dejándola sola a mitad de la calle en esa primerísima hora de la mañana, cuando los primeros rayos de sol empiezan a despuntar. La calle está desierta, sólo un gato negro hurgando en un contenedor rebosante de basura.

Resacosa, consigue llegar hasta esa cabina telefónica con los cristales rotos y el aparato medio arrancado. Su mano, temblorosa, marca el número 62742. Una voz cálida, melodiosa, femenina, llena el pequeño cubículo.

– Buenos días. La AEIOU, Asociación de Escritores e Inventores de Otros Universos, le da la bienvenida. Si desea contactar con la señora Murray, especialista en crónicas y aventuras de magos famosos, pulse 1. Si desea contactar con la señora Mora, especialista en memorias y recetas culinarias, pulse 2. Si desea contactar con la señora Snitch, especialista en análisis de sentimientos e ideas locas, pulse 3. Si desea...

Con los nervios ha marcado un número erróneo. Está a punto de colgar el auricular cuando un ¡BANG!, seguido de un grito agudo rasga el cielo de la mañana. Siguiendo los impulsos propios de un Potter, corre hacia el lugar de donde proviene el ruido. Horrorizada, descubre no muy lejos de allí el cuerpo desfigurado de su amiga Natalie, su amiga del alma, la chica que apenas hace unas horas la acababa de besar. Y ahora yace en el arcén, sin piernas ni brazos, la cabeza ladeada y un hilillo rojo escapando de su boca. Se ha escindido.

¿Cómo rediablos se le ocurre aparecerse estando borracha?

Se arrodilla a su lado, gracias a Morgana y a todas sus hijas de que sigue con vida, pero tiene que actuar con rapidez. Además los muggles están despertando, y ellas dos ataviadas en túnica llaman demasiado la atención.

Aparecerse ahora está fuera de cuestión, la llevará en brazos hasta el hospital de San Mungo, que por suerte cae cerca. Pero no tanto como para creer que nadie las descubrirá. Cuando efectúa un hechizo desilusionador para que los viandantes las confundan con el entorno, ni siquiera nota esa desagradable sensación como un huevo aplastado sobre su cabeza. Justo a tiempo, una camioneta azul turquesa aparca cerca de allí y sale una mujer rechoncha dispuesta a montar un tenderete con fresas, plátanos, melones y otra fruta fresca.

El gato negro maúlla, parece que las esté observando.

Tantas precauciones para esconder su presencia, y sin embargo no se percata de que un joven delgado muy moreno, casi negrito, de cuerpo atlético, entra en la cabina telefónica, donde la voz cálida, melodiosa, femenina, sigue recitando:

– ... con la señorita Sidora, especialista en romances, rancheras y otras canciones populares mejicanas, pulse 244.

-.-.-

Como es su costumbre, Severus se despierta cuando el primer rayo de sol se cuela por la ventana y roza su mejilla. Besa la frente de su esposa, todavía dormida, y se sienta en el borde de su cama con dosel. Sus pies descalzos palpan el frío suelo de piedra en busca de las zapatillas felpudas de color fucsia, sus favoritas, a pesar de que nunca lo admitirá. Ahí están. En el respaldo de la silla junto a la ventana cuelga el batín negro de seda natural, ese batín que con su holgura le confiere ese aire de murciélago tan característico suyo, y colabora a difundir los rumores de su condición vampírica. Una completa estupidez, si le preguntas. ¿Desde cuando los vampiros se pasean a plena luz del día? Lo próximo que escuchará es que durante las noches se pone a bailar rap, sólo porque le gusta dormir con mallas.

Pocos minutos más tarde se encuentra camino al Gran Comedor, arrastrando las zapatillas, mientras imagina los bollos calientes y la taza de te humeante que los elfos liberados le habrán preparado. Le gusta desayunar bien tempranito, solo, tranquilo, y si tiene suerte, disfrutar esa hora en que el falso cielo ceniza se enciende con la llegada del sol y por unos instantes brilla de un naranja incandescente, antes de adquirir ese azul profundo como las aguas del lago. El renacer de un nuevo día.

Le encantan las mañanas de verano en Hogwarts, porque sin alumnos, sin otros profesores, puede actuar sin máscara, ser él mismo.

Y al abrir las puertas, su mandíbula cae al suelo. No puede creerlo, allí, en una de las mesas, y no en una mesa cualquiera, oh, no, tenía que ser la de Slytherin, precisamente... En la mesa de Slytherin encuentra algo que hiere cualquiera que tenga un poco de sensibilidad estética, algo más para añadir a su colección de "Imágenes para olvidar". Un mantel un tanto peculiar, la persona a la que tiene más tirria, Potter, acurrucado en brazos de Draco, durmiendo como un angelito. Por las canas en las barbas de Merlín, ¿acaba de asociar a Potter con un angelito? Qué mal, qué mal, va a tener que pedir a Pomfrey que le haga un chequeo, o mejor aún, reservar plaza en la planta de psiquiatría de San Mungo. Oh, y afortunadamente parece ambos que llevan puestas todas las piezas de ropa, porque en caso contrario... ¡No!, ¡no quiere ni imaginarlo! Su mente le juega una mala pasada, repitiéndole una y otra vez las escenas de la fiesta: Draco alimentando a Potter, Potter acariciando a Draco bajo la mesa, Potter soplando las velas, Potter untándose los dedos de chocolate y pintándole la nariz... Repulsivo. Pero lo que nunca, nunca podrá olvidar, ni con toda la ayuda del inepto de Lockhart, será el beso. Lengua de Potter introduciéndose en la boca, con todas las babas, y las bacterias, y a saber qué más... Sólo de imaginarlo le vienen ganas de regurgitar, como aquellos inodoros...

¡Maldición! Parece que se están despertando. Debería abandonar el Gran Comedor ahora que todavía siguen en brazos de Morfeo, antes de que le descubran allí. Pero las zapatillas fucsias no le obedecen en absoluto, tienen otros planes. Sin saber cómo, se ve arrastrado hacia ellos; y no es ése el mayor de sus problemas, ¡ni por asomo! Lo peor es ese extraño sentimiento completamente desconocido, esa compasión que inesperadamente siente hacia Harry. No exactamente, es mucho más que eso. Ver a ese Harry tan vulnerable le despierta sus instintos protectores, unos instintos... casi maternales.

Ojos mercurios lo miran fijamente. En los labios de Draco aparece una sonrisa sarcástica como en los viejos tiempos, probablemente al ver su cara de horror, pero en seguida su expresión se dulcifica. El rubio dedica una tierna mirada al hombre que aún duerme entre sus brazos, una mirada que refleja todo su amor. Incluso juraría que ha escuchado un suspiro.

– Severus, ¡quítate el batín!

– ¡¿Cómo?!

¿Cómo se atreve a ordenarle algo así, y con tanto desparpajo? Si es que ya conoce sobradamente la fama que precede al que fue su alumno favorito, sabe que emplea todas sus armas para conquistar a cualquier víctima inocente, no importa de qué edad, género, familia o condición, exprime todo el jugo que le puede ofrecer y luego lo abandona a su suerte, corazón roto a pedazos. Pensaba que con Ha... Potter, Draco había cambiado. También pensaba que tenía más buen gusto, pero por lo visto estaba equivocado.

Una carcajada limpia, armoniosa, lo saca de su consternación.

– ¿Por qué te pones así? Sólo lo quiero para hacer de almohada, que Harry pueda apoyar su cabeza... ¿En qué estarías pensando?

El Gran Maestro de Pociones no puede evitar ponerse del mismo color que un Brebaje Antidiurético. ¿Tan fácil es adivinar su línea de pensamientos? Quiere creer que es evidente sólo para su círculo más íntimo de amigos y familiares.

– O será... ¡No, no me digas que debajo no hay nada! – el rubio se divierte cada vez más con la situación. Bien al contrario que él.

Sin decir palabra se quita el batín y lo tira al sonriente Draco Malfoy, quedándose otra vez en mallas y esa vieja camiseta negra arrapada con el eslogan "I'm so sexy" que utiliza a modo de pijama. Sin olvidar las zapatillas fucsias chillonas.

Su visible enfado desaparece cuando advierte la delicadeza en los movimientos del rubio, que consigue deslizarse de debajo el cuerpo de su compañero sin despertarle y colocar su apreciado batín bajo ese pelo azabache enmarañado, acariciándole con la dulzura de una madre.

– Tengo que pedirte un favor. Tengo asuntos que me reclaman. – Draco hace una pausa, mientras distraídamente su mano juguetea con su colgante de plata. Un dragón dormido. – ¿Puedes cuidar de Harry? Al menos hasta que Ginny pueda ocuparse de él.

-.-.-

Primer día que pone los pies en el Ministerio sin una chapa cuadrada de plata que lleve gravada la inscripción: "Visitante". En sus labios se dibuja una sonrisa sincera, sin rastro de malicia. Está ilusionada de que al fin reconozcan sus esfuerzos y le hayan dado el puesto que tanto anhelaba: Jefa del Departamento de los Misterios.

Sube a la primera planta, donde el Ministro tiene su despacho: una enorme sala oval con una larga mesa en el centro y suficientes butacas para acomodar a los representantes de todos los departamentos. En el techo una claraboya por la que entra la luz solar directamente de la calle.

Varios avioncitos de papel violeta flotan en la estancia, y la señora Malfoy apenas disimula su deseo de pillar uno y echarle un vistazo. Sólo la detiene la presencia del Presidente de la Confederación Internacional de Magos que, al igual que ella, está esperando la llegada del Ministro. Una dama debe mantener siempre las formas.

Gilderoy Lockhart hace su entrada triunfal lo que él considera "elegantemente tarde", el punto justo antes de agotar la paciencia de los demás. Su peculiar forma de conseguir toda su atención. Lanza su sonrisa flameante a sus dos invitados, esa infame sonrisa que en sus tiempos mozos cautivó toda la Comunidad Mágica.

- Oh, ya están aquí. Perfecto. Así sin más preámbulos podremos pasar a desayunar mientras comentamos los buenos resultados de la celebración de ayer en Hogwarts. Un trabajo excelente, señora Malfoy, y ningún testimonio inadecuado, que se sepa. No hará falta recurrir a los hechizos desmemorizantes.

– Me alegra escuchar sus palabras, Ministro. ¿Pero no se supone que hoy pasaba a ocupar mi nuevo cargo?

– Oh, claro que sí, por supuesto. Pero me agradaría que nos acompañara al señor Kostapoulos y a mí durante el desayuno. ¿No le apetecen unas magdalenas con miel?

-.-.-

Llega a la séptima planta resoplando, ha tenido que dar más vueltas de lo previsto porque una de las escaleras ha decidido moverse justo cuando se encontraba a medio subir. Tampoco recordaba ya los escalones que desaparecen a mitad de camino. Finalmente cree alcanzar su destino.

– ¡En guardia, malandrín!

Draco se detiene en seco. No espera encontrar el cuadro de un retaco caballero, vestido con una armadura metálica y desenvainando una espada demasiado larga para él. A su lado un rocín relincha con sorna.

– ¿Cuál es el propósito de vuestra audacia para traspasar el territorio que tan celosamente custodio? Porque habéis de saber, caballero, que mi empresa es preservar el honor y la virtud de toda hermosa dama que habita o se hospeda en el castillo.

– ¿Sir Cadogan? ¿Qué haces aquí? ¿Qué ha ocurrido con el tapiz de Barnabás el Chiflado?

– Gran infortunio fue su pérdida, el desdichado no sobrevivió a las llamas que azotaron el castillo y atraparon a humildes gentes en su interior. Desde entonces muchos forasteros se nos han unido, y nuevas misiones nos han sido asignadas. Pero aún no ha satisfecho mi pregunta, ¿qué aventura lo lleva a adentrarse a la Sala de los Menesteres?

Duda. ¿Puede confiar en un retrato tan singular? Preferiría mantener en secreto su visita aquí, por lo menos hasta estar seguro de que su plan funcionará. Pero se da cuenta de que la otra alternativa es buscar otro lugar, que a buen seguro no tendrá todo cuanto necesite.

– Quisiera una sala lo suficientemente espaciosa para practicar... hechizos de transformación.

Una puerta de madera pulida con un picaporte aparece en la pared. Al otro lado, un espacio tal como había deseado, enorme, enmoquetado, con muchos cojines esparcidos por el suelo, una biblioteca con antiguos libros de magia y una vitrina repleta de distintos cachivaches, muchos de los cuales no consigue acertar cuál puede ser su utilidad.

Cosquillea su precioso colgante, el dragón dormilón despierta de su sueño. Bosteza, mueve sus patitas diminutas y finalmente escupe su tesoro: una avispa medio aturdida por las horas que han transcurrido cautiva en su interior.

Draco ya la espera. Varita en alto, de la punta sale un rayo de luz azul y blanca, por unos instantes el insecto queda congelado en el aire, y entonces lentamente se transfigura. Aumenta de tamaño, sus patitas se metamorfosean en brazos y manos, sus antenas desaparecen bajo una melena caoba. Ante suyo aparece una joven de unos veintipocos años que lo mira aterrada. Y tiene motivos, sabe que con su sonrisa demencial puede asustar hasta el más insensato Gryffindor.

– No sé quien eres, y tampoco me importa – le dice el rubio en un tono falso, aprendido de su madre. – Pero creo que no me equivoco al pensar que no tienes licencia.

– ¿Qué... qué quieres de mí? – pregunta la chica, con voz temblorosa. Quiere alejarse, pero algún hechizo le impide moverse.

– ¿No es obvio? Quiero que me enseñes a convertirme en un animago.

Continuará