NO ME OLVIDES
XVI. Disipando las nieblas.
– ¿En... en animago? – la joven reportera intenta esconder su incomodidad ante la proximidad del rubio.
– Eso es.
– ¿Y si me niego?
A Draco le encanta esa actitud desafiante que tanto admira en cierto Gryffindor. Sonríe.
– No quisieras cruzarte con la furia de un dragón, ¿verdad? ¿Acaso no sabes que los Malfoy tenemos contactos para arruinar la vida de cualquiera? Si quisiera, con sólo mover los... palillos te podría aplastar.
Marta Fanera traga saliva al recordar lo poco que ha faltado para no correr dicha suerte. Demasiado acostumbrada a ver a un Draco Malfoy cariñoso y totalmente abnegado al cuidado de Harry Potter, que no le imaginaba capaz de una reacción así. No lo reconocía, por un momento vio al dragón con sus colmillos de acero echando fuego por la nariz. Si ésa era su forma animaga, no quisiera ella interponerse en su camino... Un escalofrío recorre su espalda al recordar el lema del colegio: Draco dormiens nunquam titillandus.
– De... de acuerdo.
El semblante del rubio cambia de la noche al día, su sonrisa se dulcifica como la miel. Distraído, sus manos agarran un cuaderno antiguo de pergamino que sobresale en la estantería y desatan la cinta escarlata que protege sus páginas escritas.
– Muy bien. ¿Por dónde hay que empezar?
Marta se queda reflexiva. ¿Va a ayudarle en ese proyecto?, ¿realmente está dispuesta a correr semejante riesgo? No tiene muchas otras alternativas, ahora se encuentra a su merced. Y con un espíritu colaborador, incluso podría salir beneficiándose.
– Mmm, lo primero es descubrir cuál es tu animal, porque para la transformación es imprescindible visualizarlo a la perfección.
Los largos dedos de Draco acarician las hojas de pergamino con ternura, cual fuera la piel de Harry cuando duerme entre sus brazos, mientras escucha la explicación de la animaga.
– La manera tradicional es encender un fuego mágico y quemar siete plantas elegidas por instinto. Al extinguirse las llamas, en las cenizas se dibuja el animal que te corresponde. Pero este método suele presentar problemas: no sólo hay que encender el fuego en el momento adecuado; si por alguna razón se utilizan plantas distintas de las que dicta el instinto, puede aparecer otro animal, que al no ser el tuyo, imposibilita la transformación, pues hay que concentrarse y tener en mente una imagen muy clara del animal en que te vas a convertir.
Sus ojos de plata tropiezan con un verso escrito en letra retorcida, minúscula, casi ininteligible. Parece un conjuro, o un ritual, que empieza con las siguientes palabras:
Cuando Venus brille en la noche,
Entre primera y tercera luna de verano,
O en el corazón frío de invierno,
Enciende las llamas del Fuego Eterno.
– Hay otros métodos para descubrir el animal. Dicen que los videntes pueden ver y proyectar la imagen en tu mente... pero hay que confiar en que el ojo interior no sea miope y tenga una visión un poco distorsionada.
Levanta la mirada, divertido ante ese desprecio hacia las dudosas artes de adivinación, desprecio que comparte de todo corazón. Nunca ha desconfiado más que de cierta profesora que no hacía más que vaticinarle un matrimonio feliz junto a Pansy Parkinson... una de las pocas compañeras que le supo mal tener que traicionar.
– Draco, ¿tienes que quedarte en el colegio hasta el último momento? Podrías no salir y quedar atrapado – le había dicho dos días antes del ataque a Hogwarts. Le halagaba que se preocupara por él, fue la única que hizo sostenible su entreno como "futuro mortífago". Y en contra de la creencia popular, nunca intentó seducirle; seguramente ya intuía que el corazón de Draco tenía dueño, aunque estuviera lejos de imaginar quién. Lanzar su primer Avada kedavra contra ella fue muy duro, pero de haber dudado, probablemente no estaría vivo. Ella se había dado cuenta de la maniobra para ayudar en la evacuación del castillo, y se disponía a informar a su superior de la traición, cuando el rayo verde la alcanzó. La primera muerte que presenciara tuvieron que causarla palabras salidas de su propia boca.
– Hay quien usa bolas de cristal, pero no todos son capaces de disipar las nieblas que se forman. Otros tratan de encontrar el árbol mágico de los druidas con la esperanza de que les susurre su forma animal, pero normalmente los sonidos suelen confundirse con otros ruidos de la naturaleza.
Cuando sus ojos vuelven al cuaderno, el verso ha desaparecido. Sorprendido, pasa las hojas buscando alguna otra página vacía, pero todas las demás siguen conservando el texto, diagramas y dibujos originales.
– ¿Qué ocurre? – pregunta la joven cuando se percata de que el rubio apenas le presta atención.
– Se ha borrado una de las páginas... diría que es la única.
– Debe estar escrito con Tinta Weasley, tinta que muestra toda la información superflua y esconde la vital.
Tinta Weasley, ¿por qué será que no le extraña? Seguro que fue obra de los mellizos, con el escaso trato que tuvo con ellos, no tiene la menor duda de que fueran capaces de inventar algo así. Y pensar que su Harry les ayudó a abrir su propio negocio... Aunque en su favor tiene que reconocer que su despedida de Hogwarts fue una de las más sonadas. Incluso formando parte de la Brigada Inquisitorial admiró el descaro de los dos pelirrojos a la hora de enfrentarse con el temible sapo.
– Creo que describía el método tradicional para descubrir la forma animaga, con una lista de las plantas necesarias.
– Lo dudo, las plantas hay que elegirlas...
– ... por instinto, ya lo sé – la interrumpe, algo frustrado. – De todos modos tampoco me ha dado tiempo a leerlo.
Hay algo que no deja de mosquearle. ¿Por qué en la Sala de los Menesteres habría que aparecer un cuaderno escrito con esa clase de tinta? Parece una broma de mal gusto, la verdad.
– Todavía hay otro método más, el más moderno, igual de complejo que los anteriores pero mucho más fiable a juzgar por los resultados. El zooscopio, un artilugio inventado por un tal Black...
– ¿Sirius? – pregunta, apenas disimulando su emoción. Si Harry pudiera escucharlo a través del vínculo... pero el moreno sigue durmiendo, puede percibirlo.
– Tal vez, sí. Con sólo echar tres gotas de sangre, el zooscopio muestra cuál es tu animal.
Draco mira a su alrededor, como buscando, aunque en realidad no tiene ni idea del aspecto de ese aparato. La joven le dedica una de sus mejores sonrisas.
– No, no hay ninguno aquí, aunque la sala ya ha provisto de todos los materiales necesarios para que podamos construir uno.
– ¿Tú sabrías cómo?
Pizpireta, Marta aprovecha que tiene toda la atención del rubio para desplegar todas sus armas de seducción.
– Por supuesto, majo. Ya te enseñaré yo cómo... hacerlo.
-.-.-
Severus Snape acaba de tomar el desayuno, bollitos calientes con mermelada de arándanos, sin quitar ojo al mago que tumbado sobre la mesa de Slytherin, todavía sueña con los angelitos. Detesta a Draco por haberle dejado al cargo de esa vieja celebridad, Harry Potter. Una cosa es elaborar pociones que puedan sanar su terrible enfermedad, o al menos paliar los efectos, una ayuda para salir de su mundo aneblado. Pero nunca, nunca, se ha visto en el compromiso de cuidar a alguien tan desprotegido como si fuera un niño. Y menos a alguien a quien odia tanto. Es como si le hubieran pedido que cantara una nana a Lord Voldemort.
Harry se mueve, inquieto, murmurando en sueños. Agita el brazo como un director de orquestra sinfónica que, con su batuta, va marcando la entrada de las cuerdas, las maderas, los metales, la percusión... Como si dirigiera un movimiento cada vez más rápido, más intenso, más fuerte, más violento incluso. Una sinfonía in crescendo. O un duelo de magos.
El gran maestro de pociones se planta de un brinco a su lado, no fuera que el ex Gryffindor se cayera de la mesa en uno de esos espasmos que le dan. Sin saber exactamente cómo actuar, tiende una mano y la posa sobre el hombro izquierdo del otro moreno. Lo que no espera es que ése agarre el brazo con reflejos de jugador y tire de él, haciéndole tambalear y casi caer encima de su cuerpo. Cualquiera que le viera ahora pensaría otra cosa.
– ¡Ya eres mía! – le susurra Harry al oído, sin aliento, al tiempo que coloca el índice derecho sobre su sien. Como si lo apuntara con una varita.
Severus nota un escalofrío recorriéndole la espalda, los pelos de la nuca erizándose. Sólo una vez en su vida alguien lo había aclamado como su propiedad, pero en unas circunstancias muy diferentes; tras un ritual de iniciación, del que sólo puede recordar un intenso dolor y sufrimiento, Lord Voldemort le dejó su firma en el antebrazo izquierdo. Una horrible calavera escupiendo una serpiente por la boca: la marca tenebrosa. Sin embargo, el tono de voz de Potter es tierno, casi sensual.
Una exclamación de sorpresa lo rescata de su propio estupor. Harry ha abierto los ojos y ahora lo mira con miedo, como si acabara de despertar de una pesadilla.
-.-.-
Un mago, una bruja, dos antiguos enfrentados en un duelo. Ambos jóvenes se saludan, como marca la tradición. "¿Asustada?", "¡Eso quisieras tú!", un intercambio de palabras que se repite y repite, aunque él siempre lo había asociado con otro rostro, masculino, pálido, anguloso, delicado, extremadamente hermoso, como un ángel caído. Unas palabras que tanto significan para él: su primer duelo, su primera cita con su chico, su primer beso bajo el agua, su primera vez.
Varita alzada, apuntándose mútuamente, los primeros hechizos que se cruzan evocan su primer duelo, pero ahora no se trata de un juego de niños. Ahora la magia que emana de sus cuerpos es muy poderosa, es magia antigua.
Los sortilegios que se lanzan van aumentando en rapidez, intensidad, fuerza, violencia incluso. Con un movimiento complicado de varita, la bruja lanza una llama de fuego con una potencia increíble. Él se queda paralizado unos segundos intentando identificar el hechizo, antes de conjurar un escudo protector. Pero ha perdido un tiempo precioso, y la llama logra alcanzarle, abrasándole el torso y los brazos. Para escapar del fuego que lo quema vivo, desaparece y vuelve a aparecer junto a la bruja, pillándola por sorpresa. La atrae contra su cuerpo al tiempo que su mano derecha le coloca la punta de la varita sobre la sien.
– ¡Ya eres mía! – le susurra al oído, todavía sin aliento.
-.-.-
Abre los ojos, parpadea. Acaba de tener una visión. O para ser más precisos, él sólo ha sido un mero espectador invitado, como si se hubiera infiltrado en la mente de Harry y hubiera experimentado exactamente lo mismo: dolor, desconcierto. Porque en la visión aparece una joven bruja desconocida, en un duelo que jamás ocurrió. O lo sabría: Harry no podía tener más de diecisiete años, habría sido antes de conjurar el Vínculo Vital, y en su unión, en la fracción de segundo en que sus almas se fundieron en una, simplemente lo habría sabido.
¿Qué significa? ¿Puede que se trate de un simple sueño? ¿O esconde una realidad mucho más compleja de lo que parece a simple vista? Porque a pesar de que la bruja es una completa desconocida, y en el duelo lanza uno de los hechizos más dañinos, que casi roza la categoría de los imperdonables, Harry le habla con demasiada familiaridad, en un tono casi sensual, un tono que le recuerda muchos amaneceres entre sus brazos.
– ¿Te encuentras bien? – pregunta la joven animaga, con voz empalagosa.
Draco se queda observándola, sorprendido, como si acabara de regresar de otro mundo. Se había olvidado completamente de ella.
– ¿Eh? Ah, perdona. Creo que estaba soñando despierto...
La sonrisa seductora de la muchacha le pasa inadvertida, pues toda su atención se centra en el aparato a medio construir. Una estructura que combina tubos, embudos, ruedas y engranajes, con un enorme cubo semitransparente que da vueltas sobre uno de sus vértices. El zooscopio va tomando forma, muy pronto podrá saber cuál es su animal. ¿Será un gato? ¿Una serpiente? ¿Un águila?... Espera que sus peores temores no se confirmen, no quisiera convertirse en un hurón.
-.-.-
Se dirige hacia el Gran Comedor por inercia. A pesar de los años, todavía conoce el camino, sus pies podrían llevarla incluso con los ojos cerrados. Y sin embargo no es el mismo castillo en el que ella vivió durante seis largos años, período en que se preparó para convertirse en una poderosa bruja. Los nuevos muros carecen de esa pátina conseguida tras varias centurias impregnándose de la magia de todos los alumnos y profesores que han ido desfilando por Hogwarts.
Un escalofrío recorre su espalda, igual que cuando la observan fijamente. Echa miradas furtivas a su alrededor, pero los pasillos siguen desiertos. Algo inquieta, apresura el paso, confiando en que habrá alguien en el Gran Comedor. Es posible que Harry y Draco hayan dormido allí, no han aparecido en toda la noche... En esos momentos no le importaría encontrarles amándose en un abrazo íntimo, con tal de no estar ella sola. Nunca antes ha temido a la soledad, pero tampoco se ha sentido observada con tanta intensidad sin un alma presente.
– Buenos días, Ginny.
Se gira. Un suspiro de alivio escapa de sus labios cuando descubre los rizos de chocolate de su amiga.
– ¡Hermione! ¡Qué susto me has dado!
– ¿Quién, yo? – pregunta la otra, con extrañeza.
– Sí, ¡pero qué alegría de verte! ¿Y cómo que has venido tan pronto a Hogwarts? Creía que estabas en compañía de ese McNair...
– ¡Uf! Mejor ni me hables. He venido porque hay varias cosas que me intrigan de la fiesta de ayer, y quisiera consultar unos libros de la biblioteca.
La pelirroja no puede evitar de sonreír. Hay asociaciones indivisibles, en ese universo, como Harry y las lechuzas blancas, o Hermione y los libros.
– Pero primero querrás desayunar, supongo. O al menos quédate un rato conmigo, que tienes que explicarme la noche con McNair.
Ninguna de las dos se percata que mientras intercambian esas palabras, desde un cuadro con un paisaje agreste entre nieblas, alguien las escucha con atención.
Entran al Gran Comedor todavía riendo, pero sus risas se convierten en muestras de asombro ante el panorama que se ofrece ante sus ojos: Severus Snape sentado junto a Harry ayudándole con el desayuno. Algo que nunca habrían podido imaginar, ni en sueños. Y mucho menos ataviado con una camiseta de quinceañero. Al parecer el Gran Maestro de Pociones nota su presencia, porque levanta la mirada con el ceño fruncido.
– ¿Y Draco? – es la pregunta que sale de boca de Ginny. La pelirroja se maldice por la naturalidad en que ha pronunciado ese nombre, demostrando a los demás que le ha cedido el lugar que le correspondería a ella como esposa.
– Menos mal que ha llegado, Potter. El señor Malfoy se ha marchado sin informarme de sus intenciones, dejándome al cuidado de su marido hasta que viniera usted. Y ahora, si no les importa, debería proseguir con mis investigaciones en la poción contra el Alzheimer, calculo que para mañana ya tendré una primera muestra...
Un brillo de esperanza ilumina los ojos de las dos brujas, pero enseguida desaparece:
– Pero antes de administrárselo, tendré que probarlo en mi propia piel, para que no haya efectos secundarios inesperados... en dos o tres días, si todo va bien, estará listo. Ah, doctora Granger, si ha venido a pedirme permiso para usar la biblioteca, ya le dije que tiene carta blanca.
Y dicho eso agarra el batín de seda negra, se lo coloca sobre sus hombros en un gesto al más puro estilo de una película de vampiros, y desaparece.
Aún no han podido sentarse junto a Harry, que las mira con una sonrisa de oreja a oreja, cuando una lechuza pequeña de color niebla entra por la ventana del techo y se queda revoloteando enfrente de Ginny, reclamando su atención. En el pico lleva una hoja de papel muggle con una nota garabateada a toda prisa:
Ginny
Tengo algunas fotos de la fiesta de ayer que me gustaría mostrarte. Dime a la vuelta de la lechuza dónde y cuándo puedo verte.
Colin
Hermione le tiende una pluma para que pueda escribir la respuesta en la misma hoja:
Estaré en Hogwarts por varios días. Ven cuando tú quieras.
La pequeña ave sale disparada como una flecha. Harry, que la ha mirado con esa mirada cariñosa para con todas las aves, exclama:
– Esa lechuza no era blanca. Era como la niebla.
-.-.-
Desayunar con el Ministro y su invitado ha sido más fructífero de lo que había imaginado, el señor Kostapoulos no sólo es un pozo de ciencia, sino que además, con su acento peculiar, tiene una forma amena de explicar las cosas. Conoce al dedillo la tradición mágica de su tierra, el legado de sus antecesores, magos y filósofos que habían fundado ciudades y erguido templos allí donde milenios antes sólo había campos de olivos. Ha contado los estudios e investigaciones más recientes para localizar la ciudad perdida de la Atlántida; los secretos escondidos en la Acrópolis de Atenas, una de las mayores urbes mágicas situada allí donde los muggles no pueden ver más que una docena de templos medio derruidos; qué hay de verdad en leyendas como la caja de Pandora o el mito de Ícaro, el joven que quiso volar hacia el sol.
Pero ahora desea explorar cuanto antes ese país de las maravillas que sólo conoce por boca de su difunto marido.
– Departamento de los Misterios.
Con un chirrido, la reja dorada del ascensor se abre, y Narcisa Malfoy sigue a un inefable de mediana edad que la guía por un pasillo vacío, alumbrado por antorchas, que tiene una única puerta negra al fondo. Justo antes de llegar a ella mira hacia la izquierda: efectivamente, ahí está la abertura que conduce a los escalones para bajar a las mazmorras.
– Por aquí, señora.
Entran a una sala circular, toda ella negra. Paredes, techo, suelo, incluso sus doce puertas son del color del azabache, y con los extraños reflejos producidos por las llamas azuladas, tiene la sensación de haberse zambullido en un pozo de melaza.
– Le aconsejo que cierre los ojos.
Aún no tiene tiempo de preguntarse el porqué de esa extraña recomendación, cuando las paredes empiezan a girar, con gran estruendo. Instintivamente Narcisa se agarra del brazo de su acompañante, como si temiera caerse. Al fin las paredes se detienen, pero ahora es imposible reconocer cuál es la puerta por la que han entrado.
– El truco para orientarse es entender esta sala como un reloj. Si estamos en el octavo mes, a las ocho queda la puerta por donde hemos entrado. Los despachos se encuentran al lado opuesto, o sea, ésa de ahí. Las otras puertas llevan a la Sala de la Memoria, la Sala de la Muerte, la Sala de las Palabras... pero ya tendrá tiempo para irse situando. Sígame, por favor.
Apenas puede disimular su sonrisa de hiena cuando al fin ocupa el despacho que le corresponde por su cargo. Todavía es inhóspito, cuatro paredes desnudas y un escritorio funcional en medio de la habitación. Ya se preocupará de decorarlo a su estilo, conjurar una estantería de ébano pulido y llenarla con libros, fotografías y otros objetos personales. Lo primero es realizar una primera prospección a su nuevo hogar.
-.-.-
Después de varias horas de sudar, y sólo con la incómoda compañía de la joven que cada vez flirtea con más descaro, el zooscopio está ya a punto... si es que realmente puede fiarse de la palabra de la muchacha. Porque cada vez tiene más dudas de que todo eso no sea una maniobra para intentar llevárselo a la cama. Armas de seducción, algo que él maneja con arte. Como todo Malfoy, sabe apreciar la estética y el saber hacer de las personas, y ha de reconocer que la chica es de buen ver. Y además conoce los puntos débiles de los hombres, sabe cómo conquistarlos con un movimiento de cadera, un comentario aparentemente inocente, una caída de ojos, una sonrisa... Un reflejo de sus propias tácticas, perfeccionadas por su constante búsqueda de la persona que fuera capaz de hacerle olvidar. Dos décadas de práctica lo han convertido en un maestro, pero ahora ya sólo puede seducir y dejarse seducir por el dueño de su alma y su corazón: Harry Potter.
Sólo falta añadir el último componente: su sangre. Sus ojos grises buscan entre los objetos de la vitrina, hasta dar con una pequeña aguja de coser, reluciente como la plata. Pero Marta se le avanza. Además de la aguja, coge la aristocrática mano de Draco y lo conduce hasta el lado de la máquina. Sin soltarle, le hace tender el dedo índice, estando sus manos en contacto más tiempo del necesario. Lo que exaspera a Draco. Pero ya está casi a punto de desvelar la incógnita.
Con la aguja, la muchacha le pincha la yema del dedo, y otra vez más le coge de la mano hasta colocarla donde la sangre pueda caer en el pequeño cuenco destinado a ello. Una, dos, tres gotas de sangre. Se forma una niebla rojiza que se propaga velozmente por los tubos, dando vueltas en espiral hasta llegar al cubo semitransparente que no deja de girar. Allí lentamente una figura va tomando forma.
Contiene la respiración, es el momento de disipar todas las dudas y conocer su verdadera naturaleza. Porque como dicen, el animal refleja la personalidad. Como en el caso de las varitas, el mago no puede elegir.
La figura de niebla dentro del cubo va perfilándose más y más, el tono cromático también varía. Un ser alado, con cresta, verde esmeralda. Parece un dragón...
– ¡Uau! – exclama la joven, dejando caer la mano del mago. Draco hasta se había olvidado de ella por completo.
Increíble, si ya pocos brujos consiguen convertirse en animagos, que la forma sea un animal fantástico ya es del todo excepcional. Hasta la fecha sólo sabía de Harry, pero no se puede comparar un fénix con un dragón, en tamaño, en la reacción que provoca a la gente... Y quizá no sirva de nada, después de todo. ¿Aceptaría un pájaro la compañía de un dragón?
De repente, el cubo semitransparente cambia de velocidad en la rotación, y la figura se modifica. Allí donde había una mandíbula con colmillos, ahora aparece un pico, el cuerpo se reduce y se estiliza, y las escamas se convierten en plumas. Plumas que bailan al ritmo de las llamas, plumas de fuego. Pero blancas, puras, castas como la nieve.
– ¡Un fénix albino!
Continuar
