NO ME OLVIDES

Capítulo dedicado a Elisa y a Vania. ¡Nunca te olvidaremos, sister!

XVII. Aves lácteas

Nunca había visto nada semejante. El zooscopio, como el Sombrero Seleccionador, nunca falla: cuando muestra un animal, una forma animaga, ya no se puede modificar. ¿Qué significa que en el caso de Draco Malfoy, en primer lugar haya aparecido un dragón y más tarde un fénix blanco como la leche? Casi como si tuviera dos personalidades… Deberá extremar las precauciones cuando se encuentre en su compañía. Es un mago más poderoso de lo que había imaginado.

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Tumbado en la penumbra de una celda que huele a queso rancio y orín, un cuerpo se retuerce como si lo poseyera el diablo, como si las llamas lo consumieran, intentando aplacar esa picazón insostenible: pulgas. Un rayo de sol lo ciega momentáneamente. Sus párpados se cierran en un reflejo de autoprotección, sus pupilas no están acostumbradas a tanta luz. Es extraño, nunca reciben visitas a esas horas. Los guardianes llevan la comida al anochecer.

Pasos que resuenan en sus finos oídos como el retumbar de un tambor de guerra... el anuncio previo a la batalla; maldiciones, rugidos, gritos de dolor y desesperación, cuerpos que caen por todos lados, hedor a sangre, y a muerte... Un gruñido. Los pasos siguen acercándose, inexorablemente. Por alguna razón intuye que él es el motivo de esa visita. Su sexto sentido no le engaña: los pasos aminoran la marcha y se detienen ante la puerta de su jaula. Otro gruñido.

Abre los ojos, pero en el contraluz sólo distingue una sombra, una pincelada de la realidad del mundo exterior, más allá de su celda... Y sin embargo, sin apenas verle, reconoce de inmediato a su visitante. Reconoce su olor, un olor que tiene grabado a fuego en su memoria, su primera experiencia olfativa de su nueva condición.

Y la rabia se mezcla con su apetito. Una mezcla peligrosa. Sangre, se le despierta la sed de sangre, quiere sentir ese líquido de vida fluir por su garganta, sentir la vida que a cada sorbo escapa paulatinamente de un cuerpo indefenso... que no sea el de un maldito roedor. Siempre ha detestado las ratas. Su primera comida en cautividad, una rata gris ceniza, gorda, manca... Se le atragantó. Ahora desea sangre fresca, viva... la sangre de su verdugo. Tiene sed de sangre, y de venganza. Muestra sus fauces, irgue el cuerpo dispuesto a atacar. Si ahora abren la puerta de su jaula, saltará a la yugular.

– Dean, lo siento.

Esas tres simples palabras le producen un efecto sorprendente. Recuerdos de su vida anterior, de cuando era un niño, feliz, sin demasiadas preocupaciones, recuerdos que se había prometido olvidar, vuelven a su mente en una corriente imparable. Imágenes que no sabe qué hacer con ellas, si reír, llorar, gritar con desespero... Es la primera vez en más de veinte años que alguien pronuncia su nombre. La primera vez que le hacen sentir... más humano.

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Una lechuza parda vuela sin elegancia algunahacia los tres ex Gryffindor que desayunan en el nido de serpientes, territorio enemigo. En el pico lleva el periódico. Lo suelta sobre sus cabezas y aterriza encima de la larga mesa, derribando un tazón de leche en el proceso.

Mientras la pelirroja busca un par de monedas de plata en el bolsillo de la túnica, los ojos de la morena saltan directos hacia los titulares: "Magia descontrolada en Hogwarts. Lockhart previene catástrofe". Agarra la publicación y se pone a leer la noticia con avidez, con curiosidad y escepticismo por saber qué nueva farsa habrá inventado el Ministro.

"Durante el partido de quidditch que se disputaba ayer en Hogwarts, con motivo de la celebración de la caída de Lord Voldemort, coincidiendo con el 40 cumpleaños de Harry Potter, se produjo un nuevo caso de magia descontrolada que afectó a todos los presentes en la fiesta, borrándoles media hora de sus vidas. Nuestra corresponsal Renate Feuervogel nos cuenta desde Hogsmeade:"

"Estábamos presenciando un partido de quidditch excepcional, entre un equipo de veteranos las Celebridades Caducas y las nuevas campeonas de la liga las Holyhead Harpies, y de pronto hay un vacío en la memoria, porque lo siguiente que recuerdo es a Harry Potter junto con Draco Malfoy, en el centro del campo, y una de las jugadoras parecía que hubiera caído de la escoba…"

"Según fuentes fidedignas, nadie recuerda exactamente qué ocurrió durante ese lapso de tiempo, ni cómo acabó el partido, aunque existen claros indicios para afirmar que se produjo una fuerte descarga de magia descontrolada, con efectos parecidos a los de un fuerte vendaval. Varios objetos y pertenencias personales se encontraban esparcidos por la zona, árboles con ramas caídas… uno de los aros del campo de quidditch había sido derribado. Afortunadamente nuestro Ministro de Magia consiguió detener el huracán, varios omnioculares registraron el momento en que Gilderoy Lockhart realizó el hechizo para contener la fuerza del viento, evitando así que la catástrofe fuera de mayores magnitudes."

–¡Mentiras!– exclama la mujer, sacudiendo los rizos de cacao con la cólera de una Gorgona.– ¡No me fío ni un pelo de unicornio de ese… pájaro!

Tira el ejemplar del Profeta hacia su amiga y suspira. A su lado, Harry juega con la mancha de leche derramada, dándole forma con los dedos. Como un niño, piensa, con tristeza.

–¿Qué es lo que dibujas?

El mago levanta la mirada esmeralda, radiante como una mañana de verano.

–¡Una lechuza!

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Dos chicos, opuestos como la noche y el día, se reúnen en su escondite, en la orilla del lago. Les siguen dos lechuzas amaestradas, blancas, puras y castas como la nieve de las cumbres más altas que reluce bajo la luz de la luna.

Una caricia y un beso de bienvenida, antes de dedicarse a la labor: inventarse nuevos signos de ese lenguaje que sólo ellos dos saben interpretar, el lenguaje de las lechuzas.

–¿Has traído la lista de palabras?– pregunta el rubio, en un susurro.

El moreno saca un pedazo de pergamino arrebujado y roto a jirones, perdido entre sus bolsillos; lo desdobla e intenta recomponerlo mediante un "papiro reparo". El rubio se le acerca sigilosamente, un brazo rodea la frágil cintura mientras trata de leer por encima de su hombro. En unos garabatos ininteligibles, como un texto escrito en duendirigonza, apenas consigue descifrar: "filete de solomillo", "pastel de calabaza", "mousse de arándanos", "rebanadas de pan con miel", "cerveza de mantequilla".

–¿Se puede saber qué significa eso?– su voz, una mezcla entre contrariada y divertida ante la salida del otro muchacho. Tendría que haberlo imaginado.

–Dijiste que pensara palabras y frases útiles para enseñarles a Hedwig y Ludwig.

El rubio se echa a reír ante la expresión de su chico, mostrando sus dientes aperladas en esa risa capaz de conquistar el mundo. No puede evitar la tentación, sus dedos se sumergen en esa maraña de pelo rebelde, cuyo aspecto recuerda el nido de una golondrina.

–Ay, Harry, Harry… ¿Qué voy a hacer contigo¿Es que sólo piensas en comer?

El semblante del moreno, contraído en un puchero lleno de indignación, se suaviza con las caricias de su Dragón Protector, esos dedos fríos y ardientes que, con un simple roce en la piel, calman el deseo y encienden la llama; caricias en los que uno se pierde y se encuentra, caricias que, sin palabras, hablan por sí solas; caricias en los que uno muere y nace; caricias que significan todo y nada.

–Puedo pensar en otras cosas– en sus labios se perfila la sonrisa pícara de cuando echa a volar la imaginación como pájaros en libertad. Draco le devuelve la sonrisa.

–Ya veo…– unos labios candentes interrumpen sus palabras, que mueren en la boca antes de nacer. Un beso prolongado, lleno de amor disfrazado de deseo.

–¿Y cuál es tu lista?– pregunta el moreno, minutos más tarde.

El rubio saca una hoja de pergamino doblado con esmero, sin ninguna punta arrugada ni ninguna mancha que mancille el texto, redactado con la elegancia y pulcritud características del muchacho. El moreno, con su impaciencia habitual, se lo arranca de las manos y lo lee en voz alta: "Ven", "te espero", "en el lago", "en la Sala de los Menesteres", "te amo", "contigo siempre".

–¿"Contigo siempre"?– repite, divertido.– No sabía que eras tan… tan…– se detiene, buscando la palabra adecuada.

–¿Sentimental?– ofrece Draco.

Las risas de Harry llenan la fría noche de una melodía cálida y jovial.

–Algo más en la línea de "cursi", estaba pensando yo.

Draco le propina un golpe en la coronilla, que ni con sus reflejos de buscador logra esquivar. Harry se voltea, con la intención de devolvérselo, pero el rubio, adivinando sus intenciones, se echa a correr, veloz, con alas en sus pies. El moreno sale en su persecución, sin cesar de reír, despreocupado, olvidando la responsabilidad que pesa sobre sus hombros. Las aves aprovechan que sus dueños están entretenidos para mostrarse su amor.

Dos muchachos se persiguen, corren por la orilla del lago, entre risas y gritos. Alarga la mano, cual fuera a atrapar una snitch dorada; casi le alcanza, sus dedos rozan la tela de la túnica con el escudo esmeralda como sus pupilas. Se resbala, ambos caen al suelo, sobre una alfombra de musgo. Cosquillas. Draco dormiens nunquam titillandus, dice el refrán, nunca hagas cosquillas a un dragón dormido; pero el dragón ya está despierto. Las cosquillas se convierten en caricias, y las risas se convierten en besos: es la magia del amor.

Cuando la luna les dedica su sonrisa desde lo más alto del cielo, cuando las manecillas del reloj se alzan y juntan palmas para celebrar la llegada de un nuevo día y una nueva primavera, un chico de pelo azabache se separa de su opuesto para murmurar unas palabras al oído de las lechuzas. Extiende los brazos y forma un círculo, abrazando el aire, y acerca la cabeza, besando a un amante invisible. Imitando cada uno de sus gestos, los pájaros tienden las alas hacia delante, en una pantomima de abrazo, avanzan la cabeza y abren el pico, en un beso. Draco se desternilla con el nuevo gesto inventado, un gesto tan único, tan… "Harry".

–¿Y eso qué significa?

–Contigo siempre.

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Una paloma blanca, pura, casta, con un ramillete de diminutas flores azules, sobrevuela la gran urbe, el corazón de acero de la isla. En esa apacible mañana de un sábado de verano, Aldgate, con sus numerosos teatros y cabarets, muestra su otro rostro, distinto al bullicio nocturno. Los artistas han abandonado los escenarios, los espectadores han regresado a sus hogares. En su lugar, el personal de la limpieza se afana a barrer la calle, a eliminar cualquier imperfección y a maquillarla de nuevo, como una diva preparándose para su función. Poco a poco el barrio recupera todo su glamour. La paloma deja caer una pequeña flor, una nomeolvides, para retener siempre su recuerdo.

La estación de King's Cross es un hormiguero, con un vaivén incesante de pasajeros que llegan y abandonan la ciudad: hombres de negocios, trabajadores, comerciantes, campesinos y trotamundos suben y bajan de los trenes que cruzarán el país, hacia el Norte, siempre hacia el Norte. Entre las vías 9 y 10, invisible a los ojos muggles, un tren escarlata hace su entrada triunfal. Un silbido y tres nubecillas de vapor anuncian su llegada. Chirrido de frenos, la locomotora se detiene. De los vagones desciende una variedad pintoresca de personajes sacados de un libro de fantasía; como las dos damas fantasmagóricas, dos sombras sigilosas que siguen a ese hombre embuchado en un traje de franela, a la mujer con zapatos de aguja y a la niña risueña. Levantan la mirada hacia el cielo: en ese momento, una paloma blanca deja caer una flor.

El pájaro lácteo, símbolo de la paz, sigue surcando el cielo, zigzagueando entre los altos edificios. A sus pies, calles congestionadas, vehículos atrapados en esa trampa mortal. Cada mañana, millares de personas cogen el coche para ir a la ciudad; cada mañana, millares de personas se lamentan del tráfico caótico. Una chica con patines, rápida como una snitch, serpentea entre los peatones; al llegar a la esquina, reduce la velocidad para leer el cartel con el nombre de la calle: Tavistock Square. Desde la plataforma de un autobús de dos pisos, una mujer encinta le guiña un ojo. Y cuando ella va a devolverle el saludo, una pequeña flor de un azul intenso cae en sus manos. Mira hacia arriba, todavía distingue una paloma blanca que se aleja a toda velocidad.

Planea a lo largo de Edgware Road, los aromas arábigos de carne de cordero asada en la calle y comida rociada con especias exóticas inundan el aire. En el sur, restaurantes libaneses, tiendas de tapices persas (donde un mago o bruja experta encontraría una alfombra voladora) y algún que otro fumadero de cachimbas, como en un bazar de Oriente. Dos hermanas avanzan lentamente bajo un sol abrasador, la una con hojas de pergamino bajo el brazo, la otra cargada con bolsas repletas de ropa que acaba de comprar, regateando con su desparpajo natural. Saludan a una muchacha con velo, antes de adentrarse en la boca del metro para empezar a dar vueltas por la ciudad en la Circle Line, su nuevo pasatiempo. La paloma se detiene por un momento sobre el cartel del metro y deja caer una flor azul.

Un callejón en pleno corazón de Londres. Una frutera vende fresas, plátanos, melones y sandías; en la esquina, tras la furgoneta azul, un felino vigila los paseantes, nada escapa de su mirada esmeralda. Su cuerpo se irgue al escuchar un ladrido: un enorme sabueso negro se acerca corriendo, hurga entre los cubos de basura, husmea en la cabina telefónica de cristales rotos… lanza un aullido antes de desaparecer. Al poco rato llega una muchacha con patines, y la futura mamá de la plataforma del autobús, y la mujer con rollos de pergamino a doquier, y las dos damas misteriosas… pronto se forma una pequeña convención. Un pájaro blanco, puro, casto, aterriza en el techo de la cabina, y deja caer tres flores diminutas, tres nomeolvides para no olvidar nunca, nunca.

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Los hospitales siempre le han producido pánico, siempre ha sentido un miedo irracional por esas salas asépticas, silenciosas y cargantes como el preludio de una tragedia. Incertidumbre. Los medibrujos no atienden a sus preguntas. Viales con líquidos burbujeantes, movimientos de varita complicados acompañados de palabras incomprensibles, magia en su forma más primitiva… Toda ayuda es poca para recomponer uno de los rompecabezas más complejos de la Madre Naturaleza: un cuerpo humano. Culpabilidad. Su mejor amiga ha sufrido un infortunio por su culpa… Culpa, culpa, la palabra martillea su conciencia, la persigue, la agarra, la envuelve en una red, sin posibilidad a escapar.

Desde el cristal de la puerta consigue divisar a su amiga, tendida en una cama blanca inmaculada, la piel pálida, a juego con las sábanas, el cabello castaño esparcido entre almohadones. Delicada y rota, como una muñeca de porcelana.

Una tarde de verano, bajo la pérgola del jardín, dos chiquillas pelean por una muñeca de porcelana. Ambas tiran de ella, cada una por un brazo, hasta que sucede lo inevitable: cae al suelo y se rompe en añicos. La morena le echa la culpa a la otra, la pelirroja se echa a llorar. Una mujer de pelo castaño se acerca a ellas, diplomática; agarrado a la tela de su túnica, un niño más pequeño asoma la naricilla respingona, sin quitar sus ojos de mercurio de la amiga de su hermana: nunca antes había visto un cabello de fuego. La bruja adulta remienda la muñeca con solo agitar la varita.

Niñas. ¿Por qué no jugáis como hermanas?

Hermanas. Siempre se han considerado hermanas. Ahora las unen lazos de sangre, un vínculo más fuerte que la amistad. Cuando los medibrujos la han informado de que en el accidente su amiga ha perdido una cantidad considerable de ese líquido rojo vital, no ha dudado ni por un segundo donar sangre. Tal vez para acallar esa vocecilla de la conciencia que no cesa de repetir que no debería haber huido como una cobarde, deshonrando a su antigua Casa. Si no se recupera, si nunca más puede escuchar su voz, verla reír, volar, jugar a quidditch… Su corazón se oprime con solo imaginarlo. Demasiadas cuestiones pendientes entre ambas.

–¿Es usted familiar de Natalie Wood?– inquiere una medibruja rubia oscura con voz melodiosa.

–No, soy su amiga. ¿Cómo se encuentra?

–Hemos recompuesto su cuerpo con éxito y evoluciona favorablemente.– Pausa.– Pero ha surgido otro problema: en la escisión ha perdido también su fuente de magia, y no hemos logrado recuperarla.

–¿Y eso es grave?– pregunta, con un hilillo de voz trémula.

–No, no pone en peligro su supervivencia.– Un suspiro de alivio escapa de los labios de fresa de Narcisa.– Sin embargo, sin ella no va a poder realizar magia.

Una bruja sin magia¿como una squib? O peor aún, pues ¿habrá destino más terrible que el perder una capacidad que se ha gozado toda la vida¿O mejor agradecer el haber podido gozar de ella durante un tiempo?

–¿Y no se puede hacer nada?

–Sí que se puede. Habría que encontrar un donante de magia… preferiblemente un familiar.

–¡Ya lo haré yo!– se ofrece.

La medibruja sonríe con tristeza.

–No es tan sencillo. Primero tendríamos que hacerle una prueba para comprobar si sus fuentes de magia son compatibles, que si no son familia, no hay ninguna garantía de que lo sean; y en caso afirmativo, le extirparíamos parte de su fuente para traspasarla a su… amiga– la pausa ante la palabra, tan significativa, no le pasa inadvertida.– Su magia se verá mermada con la operación, ambas necesitarían un período de rehabilitación para recuperar un nivel de magia aceptable. Aunque quizá no llegaría nunca a ser el mismo que tiene ahora, se lo advierto.

Narcisa no concibe a su amiga sin poderes mágicos, llevando una vida muggle. No le importa sacrificar parte de su propia magia con tal de que Natalie vuelva a ser una bruja.

–Estoy dispuesta.

Sigue a la medibruja, que la hace pasar a la habitación donde se halla su amiga convaleciente. Un gracioso movimiento de varita, un rayo de humo plateado emerge de su extremo, flota en el aire hacia la muchacha accidentada, forma una espiral sobre su pecho, que asciende y desciende rítmicamente. Cambia el color del humo, se vuelve escarlata como la sangre. A continuación serpentea hacia la otra chica, dibuja otra caracola, vuelve a alterarse su tonalidad: naranja fuego, como su cabello. Narcisa contiene el aliento, esperando el veredicto de la medibruja.

–No son compatibles. Lo siento.

El mundo se desmorona. Su amiga condenada a una vida sin magia y sin quidditch, como una squib…

–¿Puedo ser yo el donante?– pregunta una voz de tenor.

Narcisa se da la vuelta: en el umbral de la puerta se recorta una figura alta y esbelta, un joven mago que apenas llegará a la veintena, alguien a quien no veía desde que acabó el colegio en Hogwarts, alguien que se suponía que estaba ampliando estudios en Tierras Cálidas, pero a quien reconoce en seguida por sus ojos de mercurio.

–Si las fuentes son compatibles…– empieza la medibruja.

–Deberían de serlo - le ataja el recién llegado.– Soy Roger Wood, su hermano.

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Lleva toda la mañana concentrándose, intentando convertirse en la más linda ave que existió en la Tierra: un fénix albino. Sin éxito. En cada intento frustrado sólo siente un cosquilleo que recorre todo su cuerpo.

–Tranquilízate, Draculín– le susurra una voz femenina, melosa.– Para transformarte tienes que visualizar el animal como si lo tuvieras ante tus ojos.

–Como si fuera tan sencillo, un fénix albino… Nunca he visto ninguno¿sabes¡Pensaba que estaban extinguidos!

–¿Y no lo están?– pregunta la periodista, con falsa inocencia. Demasiado tarde se percata de su error.

– Bueno… Sí, supongo que sí… Es que no logro visualizarlo.

La joven se le acerca más y más, invade su espacio personal.

–Cierra los ojos y deja volar la imaginación - un murmullo en el oído, unos labios que rozan su piel. Draco la aparta de un empujón, sus ojos de plata relucen con toda la furia de sus ancestros, las veelas.

–No te atrevas a tocarme¿me oyes?

La boca de la mujer se tuerce con una sonrisa malévola.

–¿Acaso me tienes miedo, Draculín? No sé por qué, en todo caso tendría que ser al revés¿no crees? Soy tu prisionera… Puedo hacer todo lo que desees para complacerte.

No solo vuelve a arrimarse contra su cuerpo, sino que además tiene la osadía de hacerle cosquillas. Draco, furioso, levanta la mano; de sus dedos emerge un rayo plateado que impacta en el vientre de la joven y la lanza contra el suelo, a varios metros de distancia.

–¡Zoomorfus! – la devuelve a su forma animaga, una avispa que su talismán no tarda en engullir una vez más. Encerrada, hasta que vuelva a necesitarla.

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Un pase de fotos improvisado. Con la llegada de Colin Creevey durante los postres, la charla de sobremesa gira en torno a la fiesta del día anterior. En apariencia nadie recuerda el huracán que se desató durante el partido de quidditch, la caída de la joven buscadora, Harry lanzándose a su rescate y convirtiéndose en un fénix dorado durante el proceso, el beso prohibido entre dos enamorados… En apariencia. Todos están de acuerdo que la versión oficial, la que aparece en el Profeta, contiene kneazle encerrado.

Ginny observa las fotografías de su marido con estoicidad, en su rostro no se adivina la dolorosa soledad que sufre cada noche, cuando él duerme en brazos de otro. No necesitaba presenciar el beso "de nuevo", hubiera agradecido a Gilderoy Lockhart todos sus hechizos desmemorizantes con tal de permanecer en la ignorancia.

Sin embargo, es la última fotografía la que le llama la atención. Tomada durante el banquete, en un extremo de la mesa principal, la señora Malfoy charla animosamente con un diplomático foráneo, de piel curtida, y un goblin con cara de pocos amigos. En la punta, dos figuras desconocidas, dos mujeres semitransparentes que comen y charlan entre ellas…

–¿Quiénes son?– pregunta, con recelo.– No recuerdo haberlas visto nunca.

Todos se agrupan alrededor de la pelirroja, intentando echar un vistazo a la fotografía.

–¿Podría ser un efecto óptico? – Hermione, como siempre, busca una respuesta racional.– Tal vez un espejismo, el reflejo de dos mujeres en otra mesa…

Colin niega con la cabeza.

–Lo dudo, esta cámara me ha acompañado durante los últimos treinta años, y no me ha fallado nunca.

El Gran Maestro se queda pensativo, observando a las dos extrañas: la mayor le recuerda a alguien que conoció hace mucho tiempo; la joven le resulta extrañamente… familiar.

–Es importante saber si estaban en la mesa– dice de pronto Padma Patil, que había estado contando con los dedos.– Porque si es así… éramos trece.

Una risa casi infantil quebranta el incómodo silencio: Harry, sentado en el regazo de su enamorado, imagina volar, como una bella lechuza, blanca como la leche.

–No me dirás que crees en esas pamplinas– exclama Hermione, con cierto desdén,– en las supersticiones de aquella farsante…

–Pues mi hermana sí creía en esas "pamplinas"– repite Padma, peligrosamente,– ¡y vosotros también deberíais tomarlas en serio por una vez!– echa una mirada furtiva hacia su marido, que se limita a agachar la cabeza. El pelirrojo no desea volver a discutir con su esposa, no quiere aceptar que la mordedura del hombre-perro representó su "muerte", que Ron Weasley "murió" aquella fatídica noche de luna creciente para convertirse en otro ser. Y menos hoy, después de la visita al Departamento de Criaturas Extremadamente Peligrosas de esta mañana: él se sigue considerando el mismo Ron de siempre.

Hermione menea sus rizos de cacao, por una vez no está de acuerdo con la mujer hindú.

–Sea como sea, nadie las vio, así que tampoco tenemos por qué preocuparnos.

– ¡Yo sí las vi! – exclama Harry, súbitamente. – Son Virginia y Mahe Guilmain.

Continuará

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Notas de la autora: escribí este capítulo después de los atentados en Londres, y después de la muerte de una de mis mejores amigas, que estaba embarazada. Siento no haber actualizado en no estaba muy contenta con el funcionamiento del editor de texto, y solo espero que con las "mejoras" no siga dando tanto problema. A todos los que habéis leído, muchísimas gracias. Ya tengo otro capítulo escrito, pero la musa no parece querer volver de sus prolongadas vacaciones... a ver si se anima con nuevos reviews.