Todos los personajes pertenecen a J.K Rowling. Si fueran mios seria millonaria. Fic editado, versión original en mi pag Web.


Capítulo 5

No podía negarlo, estaba furioso. Sostenía en sus manos blancas como la cera, su bastón y lo apretaba con cólera. Todo por culpa de esa peste. Todo era su culpa. No había traído más que problemas desde que llegó a su casa, hacía ya varios años.

Como si fuera poco ahora tenía a Severus amenazándolo con traerle al Ministerio de Magia a inspeccionar su casa. Encima planeaba traer a ese mequetrefe amante de los muggles, ese tal Weasley, ese pobre diablo a inspeccionar su casa como si fuera un delincuente. Pero que le pasaba a Severus. ¿Se había vuelto loco, acaso¿Por qué se ponía a defender a ese mocoso muggle? Eso era algo que no podía entender. Todo por esa la maldita peste, todo porque ese idiota no pudo deshacerse de él cuando tuvo la oportunidad y ahora él tenía que pagar las consecuencias.

Todo era su culpa, culpa de ese maldito mocoso. Pero se había encargado de él. Había hecho que Dobby lo encierre en el calabozo más frío y oscuro de la mansión. Estuvo yendo a ver como iba y el mocoso no paraba de llorar. Patética criatura insufrible. ¿Quién se creía que era? Tenía que recordar su lugar en esa casa. No era nada, no valía nada, hasta el caldero más viejo e inservible valía más que él.

La puerta del estudio sonó con un sordo llamado. Seguro era Dobby que ya lo traía. Quería darle un vistazo, tampoco iba a permitir que se quede encerrado tanto tiempo. Tenía que trabajar para pagar su estadía en la casa.

Dobby abrió la puerta y dejó entrar al chiquillo. No le quedaba de otra, no podía hacer nada aunque quisiera. No quería dejar al pequeño ahí pero tampoco podía evitar que el amo lo lastime, no podía hacer nada. Suspirando tristemente salió del estudio dejando a su chiquito a merced del amo.

Temblando de pie en medio del estudio, el pequeño cerró la puerta tras él, asustado.

Lucius avanzó un hasta ponerse en frente del maldito mocoso. La peste miraba al suelo y tenía la cabeza baja.

"Supongo que habrás aprendido la lección maldita peste. No vuelvas a desobedecerme o te va a ir peor aún." No había respuesta alguna. Usualmente cuando lo amenazaba el chiquillo lo miraba con sus enormes ojos verdes llenos de terror. Pero ahora nada. "La próxima vez que se te ocurra ponerme en ridículo frente a alguien me las vas a pagar más caras."Inútil."

Sus palabras parecían no tener el efecto deseado. Así que con el mango de su bastón le levantó la carita. Toda magullada y sucia, manchada de sangre y algo más, hinchada todavía. Tenía tantas ganas de estrellarle el bastón.

Se asomó dentro de sus ojos y no encontró nada. Seguían siendo verdes, seguían siendo enormes, pero no tenían el mismo brillo de antes. Eran como dos piscinas vacías, dos orbes oscuras sin vida.

Se sorprendió y retrocedió un segundo. De repente había pasado finalmente, de repente lo había dejado ciego. No debió golpearlo tanto. O de repente sucedió lo que su esposa decía que iba a pasar. El mocoso había terminado mal de la cabeza de tantos cruciatus.

Definitivamente algo raro tenía esa peste.

Cerró los ojos para despejarse un poco. Era momento de probar los resultados.

"Arrodíllate." le ordenó.

Por lo menos no estaba sordo. Obedeció al instante cayendo sobre sus rodillas.

"Muy bien peste." por lo menos obedecía al instante, pero igual, no era divertido. "Mira, mis zapatos están sucios."

El chiquillo de rodillas en el suelo se acercó y le dio una frotada con la manga de su túnica.

Los estas ensuciando más con esa ropa mugrosa. Eres un idiota." Gritó reafirmando sus palabras con un ligero puntapié." Mocoso inútil. Maldito mocoso muggle. Inútil. Qué se puede esperar de ti si eres una peste. ¿Qué dirían tus padres muggles si te vieran así? Vieran en lo que te has convertido… seguro te vuelven a abandonar en el bosque."

No pudo evitarlo y soltó una carcajada. "Seguro les darías tanta vergüenza que ni siquiera se molestarían en engendrarte. Eres patético. Una peste inútil, no vales nada, ni siquiera mereces que te toque con la suela de mi zapato."

Aún no había reacción, en otra ocasión el chiquillo estaría temblando asustado y llorando muchísimo. Pero nada.

"Sal de mi vista en este instante. No te quiero ver más. ¿Entiendes? No quiero que te vuelvas a cruzar en mi camino. Ya soy muy generoso en tenerte viviendo en mi casa, con mi familia como para tener que estar viéndote a cada rato."

El chiquillo se puso de pie a toda prisa. Sin mirarlo, sin levantar los ojos del suelo.

"La próxima vez que se te ocurra hacer algo como lo que hiciste, maldita peste… te voy a dejar en le bosque donde debiste quedarte. De donde jamás debiste salir. ¡Ahora largo!"

El pequeño hizo una reverencia torpe y salió del estudio lo más rápido que pudo.

"Maldita peste." murmuró cuando lo vio salir. "Más tarde me encargo de ti. Ahora tengo asuntos que atender.

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Dobby lo condujo hacia una tina en una esquina de la cocina. Había juntado agua para darle un baño. Como hacía siempre desde que era un bebe, hacía tanto tiempo. Le ayudó a sacarse la túnica, que es lo único que cubría su cuerpecito. La sacó y la colocó a un lado. Estaba ya muy sucia y gastada, no podía seguir usándola, tenía que conseguirle otra.

Ninguno de los dos decía nada, no les salían las palabras.

Con cuidado condujo al chiquito al agüita, despacio para que no se resbalara. Al tenerlo al frente, al verlo todo magullado no pudo evitar sentirse muy mal. El pequeño se sentó en la tina despacio y tomó entre sus manitas un trapito que usaba para bañarse. Tomó el jabón de las manos de Dobby quien estaba pensando en otra cosa en ese momento. Por la expresión de su rostro en algo feo. Lo sabía porque cada vez que el amo entraba a buscarlos, él ponía esa cara. A él también le daba miedo pensar en el amo.

Pero Dobby siempre decía que no es bueno pensar en cosas tristes. Por eso estaba dispuesto a disfrutar de la felicidad que le daba la agüita tibia y el baño. Además estaba con Dobby que siempre era muy bueno con él. Siempre lo estaba cuidando y hacía trucos de magia para alegrarlo. A veces hacía volar las cosas, otras veces lo hacía volar un poquito. Eso era mucho mejor que volar con las escobas de los amos.

No necesitaba nada más, no necesitaba a nadie más que a Dobby. Ni una estúpida escoba para salir volando de esa mansión, ni unos estúpidos padres que no lo quisieron y lo dejaron abandonado en medio del bosque, ni siquiera una mamá que nunca lo quiso y lo dejó solo para que muriera. No los necesitaba, a nadie ni a nada. Ya ni siquiera necesitaba salir de esa mansión y ver lo que había afuera, sólo quería quedarse al lado de Dobby que siempre iba a estar con él.

Dobby estaba sumido en sus pensamientos, mientras que los remordimientos lo devoraban. Al ver a su pequeñuelo tan lastimado, el corazón se le estrujaba.

¿Cómo podía permitir que esto suceda? Estúpido Dobby. Nunca debió permitirlo. Tonto Dobby. Pero no podía hacer nada ahora, nada de nada. Sabía desde el principio lo que iba a ocurrir, sabía que el amo Malfoy iba a acabar matando a ese pobre pequeñito, pero también supo, desde que tomó al pequeño en sus brazos, que no podía permitir que eso suceda.

Aún podía recordar esa noche oscura y sin luna, cuando estaba en la cocina acosado por un mal presentimiento. Algo estaba por suceder y aunque no estaba muy seguro de lo que era, sabía que no era nada bueno.

El amo Malfoy entró a buscarlo a la cocina y le ordenó que lo siguiera. Obedeció sin chistar como siempre lo hacía. Lo siguió hasta que se reunieron con una figura oscura que traía un paquete en sus brazos.

Era un bebé. Dobby lo vio y cuando se lo entregó aquella figura supo que nada bueno le esperaba a la pobre criatura. El amo Malfoy le ordenó regresar a la mansión. Obedeció aunque muy despacio, lo suficiente para no perderse la conversación entre los dos que quedaban ocultos en la oscuridad.

El oír lo que decían confirmó sus sospechas. No pudo hacer más nada que apretar al bebé contra su pecho, como si quisiera apartarlo del mal que le esperaba.

Una vez llegó a la mansión aguardó en la cocina por el amo Malfoy. Temeroso de lo que decidiera hacer con el bebé. Era tan pequeñito, tan suavecito, tan dulce y dormía placidamente. Lo curioso era que en su frente había una cicatriz muy extraña. Debía ser de eso de lo que hablaba con su amo. Puso al pequeño sobre la mesa y se dedicó a buscarle un lugar para acostarlo.

No pasó mucho tiempo cuando el amo Malfoy entró a la cocina. Entonces le ordenó a Dobby guardar el secreto con su vida. Nadie debía saber que ese niño estaba en su casa, debía olvidar incluso esa noche. Iba a inventar una historia para que su esposa no sospeche nada de nada. Dobby asintió con la cabeza, dispuesto a obedecerlo como siempre lo hacía.

El amo se acercó a donde dormía el bebe. Lo miró con tal asco que a Dobby se le estremeció el cuerpo. De verdad que odiaba a ese niño, lo odiaba con todas sus fuerzas. Por eso lo trataba así, por eso cada vez que lo tenía cerca no perdía oportunidad de lastimarlo.

Y él no podía hacer nada por detenerlo. Estúpido, estúpido Dobby. Como si no supiera lo que iba a pasar. Estúpido. Como si no supiera que tarde o temprano lo iba a alejar de su lado. Tonto Dobby. Y no iba a poder hacer nada por evitarlo. Nada.

"Estúpido Dobby."

"Nop, Dobby no es estúpido." una voz infantil desapareció el silencio. "Dobby es muy listo porque siempre hace magia para mi."

Dobby sonrió suavemente. Disipando los pensamientos tristes.

"¿Qué dices? Dobby es un tonto porque está dejando que te enfríes ahí dentro." Tomó la toallita y empezó a frotarla sobre su piel. Con cuidado de no lastimarlo más. Despacio recorrió su espaldita, deslizando la tela húmeda sobre su columnita donde toditos los huesos se le veían."No te preocupes que Dobby te guardó algo de comidita que te gusta. Dobby te va a cuidar mucho, no va a dejar que te enfermes."

Dobby se quedó en silencio, mientras que sus propias palabras se estrellaban en sus oídos. ¿Cuidarlo? Bastante que lo cuidas Dobby. Si de verdad lo cuidaras el trapito no se mancharía con la sangre seca del pequeñuelo. Si de verdad lo cuidara no pasaría lo que estaba pasando.

Las manos de Dobby se detuvieron de nuevo. Sin querer lo estaba lastimando, pero no le dijo nada porque sabía que no era su intención. Se puso a chapotear en el agüita para distraerse un poco. Como cuando era más pequeñito. Ya estaba creciendo mucho y muy rápido. La tina pronto le iba a quedar muy chiquita. Cuando era más pequeñito siempre se sumergía dentro del agua y a veces se escondía tan bien que Dobby no lo veía. Se la pasaba buscándolo y no lo veía sumergido en el agua.

Cuando era más pequeñito era todo más divertido, jugaba más con Dobby, porque tenía menos cosas que hacer. Podía pasar más tiempo en la cocina, jugando con lo que tuviera a la mano. Como no tenía juguetes, el elfo domnel elfo doméstico se las ingeniaba para entretenerlo un poco. De paso que lo ayudaba en sus deberes, le contaba historias de las cosas que pasaban afuera de la casa. A veces lo dejaba salir al patio de la casa, sin que nadie lo viera.

La agüita cambió de color y ya era hora de salir. Dobby regresó a la realidad y tomó una toalla grande. La extendió y la abrió para recibirlo. El pequeñito se puso de pie, con cuidado porque le dolía mucho su cuerpito. No le dijo nada para que no se preocupara. La verdad es que le dolía muchísimo.

Salió de la tina y se entregó a los brazos del elfo quien lo envolvió en la toalla. Una vez estuvo ahí, apoyó su rostro en el hombro de Dobby y estalló en llanto. Este no pudo contenerse y también empezó a llorar. Lo abrazó con fuerza, deseando que nunca los separen, deseando poder hacer algo por salvarlo de su destino. Deseando con todas sus fuerzas el poder conservar a su pequeñito, en sus brazos. Ambos lloraban porque no tenían palabras para expresar lo que sentían.

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Draco solía pasar las tardes en solitario, en su habitación. A veces se aburría tanto. Pero no siempre era así, a veces sus amiguitos iban a visitarlo o él iba a verlos. Pero la mayor parte del tiempo se quedaba en casa. Aunque no siempre se había aburrido tanto como ahora.

Hacía tiempo tuvo un compañero de juegos, cuando era más pequeñito. Solía darse sus expediciones por la casa, cuando su mamá estaba demasiado ocupada en sus asuntos y lo dejaba solito. Así que deambulaba por la casa buscando que investigar. Un día entró a la cocina y descubrió, jugando entre los calderos de la cocina, a un niño como él pero sucio de hollín y la ropa inmunda.

Desde ese momento se convirtió en su compañero de juegos. Por las tardes cuando acababa sus deberes en la cocina y Draco iba a buscarlo, solían jugar largas horas, hasta que llegaba su papá. Era muy divertido tener a alguien para jugar. Correteaban por toda la casa, o jugaban a las escondidas. A veces inventaban juegos nuevos. Hasta lo dejaba usar sus juguetes.

Pero usualmente jugaban en la cocina, porque la peste no tenía permiso para salir de ahí. Dobby siempre se preocupaba cuando los veía jugando juntos, pero él no entendió porqué hasta que su papá descubrió la relación clandestina que se venía desarrollando en sus narices.

En un dos por tres terminó con las tardes de diversión. La peste regresó a la cocina luego de que su papá le pegó por desobedecer sus órdenes de no moverse de donde debía estar. A Draco, en cambio le explicaron que esa peste era un asqueroso muggle y que no debía a volver jugar con él, nunca más. Y así fue.

Con cierta tristeza al principio, le tuvo que decir adiós a sus tardes de juegos y diversión.

Pero tenía otros modos de entretenerse de todos modos.

Desde su habitación divisó a la peste de la casa, en el corredor, deshaciéndose las manos fregando el suelo.

Salió de su habitación a verlo. Hacían varios días que no lo veía. Debía haber estado castigado. Pero eso era lo de menos ahora, estaba aburrido y necesitaba hacer algo para matar el rato.

"Así que por fin apareces. Mi habitación está sucia. ¡Límpiala ahora!" ordenó.

El chiquillo sólo volteó y asintió con la cabeza, pero no dejó de hacer lo que estaba haciendo. A Draco eso no le gustó para nada.

"¡Te he dicho que ahora!" Gritó dándole un puntapié a la cubeta de agua cerca de sus pies. No iba a tolerar que la peste lo desobedezca de ese modo.

El chiquillo se estremeció un poquito y se levantó enseguida. Entró a la habitación del amo Draco. No estaba sucia, desordenada sí, pero no sucia. Los juguetes estaban regados en el suelo y la cama destendida.

Levantó los juguetes del suelo y los acomodó en la caja. Tenía tantos, pero de entre todos reconoció uno de ellos. Era un caballito de madera tosca que estaba bien al fondo de la caja con el que jugaba cuando eran chiquitos. Podía recordar cuanto le gustaba, hasta por un momento pensó que Draco se lo iba a regalar.

Draco se sentó en una silla acolchonada viendo como limpiaba su habitación. Como recogía sus cosas del suelo, como las acomodaba en sus estantes. Como se dirigía a la cama para tenderla y acomodaba el millón de almohadas en su cabecera.

Salió un momento a buscar la escoba para limpiar la habitación cuando ambos escucharon el sonido del portón de su mansión abriéndose. Alguien estaba llegando.

Draco corrió hacia la ventana de su habitación para ver de quien se trataba. Era alguna visita sin duda. Sintió curiosidad y decidió ir a ver de quien se trataba.

La peste lo miraba desde la entrada de su habitación. Al parecer lo único que quería era desaparecer de ahí, meterse en la cocina para que nadie lo viera y tuviera más problemas. Draco entendió el mensaje.

"Vete a la cocina. Y luego acabas de limpiar acá. Quiero que mi habitación quede muy limpia, peste." Ordenó dándose aires de gran señor. Luego bajó a toda carrera a ver de quien se trataba.

En la puerta Dobby dejaba entrar a un amigo de su papá. Desde la escalera lo reconoció, porque su papá le había dicho que era uno de los profesores del colegio Hogwarts a donde él iba a ir dentro de unos años.

Solía venir a conversar con su papá, pero éste no se encontraba en casa en ese momento. Su mamá tampoco estaba por ningún lado. Sólo estaba él de dueño de casa. Dobby condujo al invitado a la sala de estar. Mientras que pudo notar que la peste estaba recogiendo sus instrumentos de limpieza para irse a esconder a la cocina.

'Puedes seguir limpiando mi habitación." Le dijo. Mientras se quedara en el segundo piso no iba a haber problemas porque nadie lo iba a ver.

La peste dejó sus cosas en el suelo y volvió a la habitación a terminar con sus labores. Y todavía no había acabado con el corredor. Se le estaba haciendo tarde y quería regresar a la cocina pronto, no vaya a ser que el amo suba al segundo piso y lo vea por ahí. No, eso era peligroso. Draco no sabía que hacer, si bajar a representar su papel de anfitrión o quedarse en su habitación a verlo trabajar.

Optó por lo primero. Bajó corriendo las escaleras y se dirigió donde estaba el invitado.

"Buenas tardes." Saludó cortésmente Draco apareciendo en el salón de visita.

"Buenas tardes Draco. ¿Cómo estas? Veo que cada vez que vengo estás más grande."

Draco sonrió mientras se balanceaba sobre sus talones. "Mis padres han salido un momento. Pero seguro no tardan en venir. ¿Los va a esperar?"

"Si no tienes inconveniente." respondió Severus divertido al ver el papel de anfitrión que Draco trataba de representar, con mucho éxito.

El chiquito rubio sonrió sin saber que más decir. De repente debía ver la manera de ir a buscar a su mamá o algo así. No sabía que hacer sino seguir balanceándose sobre sus talones.

Si Lucius no estaba, eso no era problema la verdad. Mejor todavía, porque a quien había venido a ver no era al dueño de casa. Dobby ya sabía lo que tenía que hacer, así que había ido a buscar al pequeñuelo.

Por lo menos estaba vivo. Por lo menos Lucius no lo mató en un arranque de cólera. Aunque a juzgar por la expresión del elfo al preguntarle por el chiquillo, no podía estar muy bien que digamos.

Tenía intenciones de conversar con el pequeño, pero no contaba con que Draco estuviera ahí. De repente podría ser contraproducente su presencia, a pesar de que sólo era un niño. No podría saberlo hasta que trajeran al chiquillo.

Dobby abrió la puerta para dejar entrar al niño sin percatarse de la presencia de Draco. Cuando lo hizo ya era demasiado tarde.

"¿Tú que haces aquí? Te dije que te quedaras arriba limpiando mi habitación." Le gritó Draco.

El otro chiquillo lo miró asustado, luego volteó a ver al visitante aún más asustado. Musitó una pequeña disculpa y se quedó sin saber que hacer.

Lo último que necesitaba eran más problemas.

"Draco, yo le pedí que viniera. Porque quería verlo y conversar con él de algunas cosas." No sabía si debía decirle eso, o no. No podría decirlo, aunque era la verdad. Sólo quería cerciorarse de que estuviera bien, que problemas podría traer eso.

"Pero mi papá no quiere que esté dando vueltas por la casa. Tiene que regresar a la cocina, sino mi papá se va a enojar mucho." Draco se veía enojado de que de nuevo no respeten sus decisiones. No podía permitir que la peste se salga con la suya.

"Pero Draco, tu papá no tiene porque saberlo ¿No? Además, yo ya había hablado con él acerca de esto y créeme, él no tiene ningún inconveniente. ¿Tú sí?" al parecer Draco era el vivo retrato de su papá en todo sentido.

"Sí, señor. Él tiene que acabar de limpiar mi habitación y tiene deberes que hacer y no puede dejarlos de hacer porque tiene que trabajar en la casa." lo dijo tan rápido como podía recordar las palabras de sus padres. No iba a dejar que la peste escape de sus labores. Su habitación no se iba a limpiar sola después de todo.

"Vamos Draco, eso lo puede hacer después ¿no crees? Además como te dije ya había coordinado con tu padre para conversar con él. Así que si nos disculpas, me gustaría hablar a solas."

No le molestó que prácticamente lo echara de la habitación, lo que le molestó era que la peste le iba a ganar esta vez.

Se retiraba ahora, pero esa se la iba a pagar.

Una vez el chiquillo rubio se fue Snape no sabía por donde empezar.

Empezando porque el chiquillo no lo miraba y se veía aterrado. Con una mano sostenía una cubeta de agua medio llena y en la otra la escoba de limpieza.

Se aclaró la garganta. Su nombre, por ahí debía empezar.

"No me dijiste tu nombre cuando te pregunté. ¿Cómo te llamas?" Su voz era suave pero grave, no expresaba ningún tipo de enojo o malestar. Era bastante agradable después de todo.

¿Pero qué le iba a responder? No podía ni siquiera responderle, no debía dirigirle la palabra, ni siquiera debería estar ahí, de pie frente a él.

Quería salir corriendo y ocultarse en la cocina, entre los calderos viejos donde se llenaba de hollín hasta las orejas.

Snape dio un suspiro irritado. ¿Por qué no le respondía¿Acaso tenía miedo¿Qué pasaba con el chiquillo?

"¿Dije que como te llamas?" intentó nuevamente y sólo consiguió que el chiquillo levante la cabeza tímidamente para moverla en señal de negativa.

¿Cómo le podía decir que no sabía cual era su nombre porque siempre le decían del mismo modo? "Peste" ese debía ser su nombre entonces. Aunque Dobby le solía decir "chiquito", pero era Dobby. Estaba confundido, nunca sabía que decir, nunca sabía que hacer.

Cerró los ojos esperando que el amo le pegara por no responderle. O de repente iba a sacar su varita y lo iba a lastimar como el amo Lucius. Sea como fuere le iba a doler mucho.

Y ahí venía el amo, se inclinó hacia él. Seguro lo iba a sacudir o a golpear con sus puños. Apretó los ojos y las cosas que traía en sus manitas. Inclinó un poco su cabeza para no recibir el golpe directamente en la cara que ya la traía bastante hinchada.

Pero no llegó un golpe, sino que el amo le levantó la carita tomándolo de la barbilla.

"Si no me quieres decir tu nombre entonces dime cómo te hiciste eso." Se refería a su cicatriz.

Tampoco podía contestar. Ahora si estaba en problemas serios. No sabía que decirle, porque no sabía como se la había hecho. Sólo que estaba ahí desde que podía recordarlo.

Contestó que no lo sabía moviendo ligeramente la cabeza.

El amo le pasó el dedo sobre la marca de su frente y le preguntó si le dolía.

"Nop".Susurró.

Snape sonrió ligeramente al poder darse cuenta de que algo de comunicación podían establecer ambos. Pudo notar la nota de miedo de su voz. Sin duda Lucius lo tenía aterrado al pobre pequeño. A juzgar por la hinchazón de su rostro, sin duda tenía motivos para temerle.

"Escúchame bien. No te voy a hacer daño. Puedes decirme lo que te pasa. Dime algo ¿Dobby te dio la poción que te di?"

Asintió con la cabeza, porque tan pronto terminó de bañarse se tomó el frasquito que Dobby le dio diciendo que era medicina.

"Muy bien. Ya que no quieres hablar conmigo, no sé como puedo ayudarte. Si no deseas hablar entonces te puedes retirar." volvió a ponerse de pie. Algo frustrado por no conseguir mejores respuestas.

Pero él no quería irse, no. Quería quedarse ahí, porque de un modo u otro se sentía seguro. Como esa vez que buscó refugio en sus brazos y los encontró tan cálidos. Como cuando aceptó los trocitos de comida, de su mano. No quería irse, al contrario. Pero no sabía que hacer, de nuevo. El amo seguro quería que se fuera de su vista. Nadie lo quería cerca, ni sus padres, sólo Dobby, sólo él.

Con amargura se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta dispuesto a no seguir perturbando al amo con su presencia. Pero cuando llegó a la puerta soltó la cubeta y apoyó su escoba en la pared.

Se dio la vuelta y corrió a abrazarse a la pierna de Severus.

Continuará...