- Capítulo 2: Confrontación -

—Pásamela, por favor.

Shibuya miró por el ventanal del despacho; hacía bastante tiempo que no pisaba las dependencias de la discográfica. Cruzó las piernas sobre la deslumbrante mesa, tratando de relajarse ante el trámite del que se iba a hacer cargo. Sus nervios de acero y buen talante eran legendarios en la familia, quizás por ello le habían dejado ser el manager de Kôji cuando éste todavía era un aspirante a ídolo de jovencitas.

Apretó el botón del intercomunicador para dejar suspensa la llamada entrante en modo manos libres. La voz que le saludó al otro lado de la línea le producía arcadas, pero tenía que concluir el acuerdo.

—Cerrar tratos tan rápido resulta de lo más agradable. Lástima que no quieras hacer más negocios conmigo —dijo la voz masculina en tono de jacta.

—Hago esto por necesidad, Hirose. La vocación para la abogacía se la dejo a mis primos. Vayamos al grano, lamentablemente los mortales corrientes no disponemos de todo el tiempo del mundo —respondió, matizando con diplomacia lo irónico de sus palabras.

Se formó un breve silencio, el cual se rompió por el inconfundible ruido de unos papeles siendo manejados. El mayor de los Nanjo debía estar revisando los últimos puntos del contrato remitido el día antes vía fax.

—Quedamos en una cesión completa a cambio de seiscientos veinte mil dólares, ¿cierto?

—Cierto.

—Incluyendo por tanto todo el merchandising y recopilaciones futuras.

—Efectivamente. ¿Algo en concreto que te suscite dudas?

—No.

—Enviaré a un representante para que puedas firmar los documentos.

—Un placer hacer negociar contigo, Shibuya.

—Igualmente… —rompió la comunicación bruscamente presionando el botón de apagado—. Víbora.

Le hubiese gustado escupirle el apelativo a la cara, pero no era conveniente. No sabía cómo se tomaría Kôji la noticia, pero confió en que comprendiera los motivos.

Se ajustó la cazadora, y tras mirar fugazmente el reloj se apresuró, saliendo del lugar. Si cogían tráfico, no llegarían a tiempo para burlar de la mejor forma posible a la marabunta de fotógrafos y cámaras de televisión, sedienta de imágenes que volvieran a avivar la vieja polémica.

Suspiró, esforzándose por dibujar una brillante sonrisa. La iba a necesitar.

- 2 -

—¡Serika, ven, ya empieza!

La chica salió corriendo de la cocina con un paño entre las manos aún mojadas. Sus padres y hermano pequeño estaban congregados ante la televisión. A través de la pantalla, fueron testigos a la par que medio Japón de la esperada salida de prisión de Kôji Nanjo.

Sintió una punzada en el pecho al verle mucho más delgado de lo habitual, y con unas oscuras gafas de sol que resaltaba la palidez extrema de su rostro. Sin embargo, seguía conservando la fría entereza que le caracterizaba ante los medios. Abriéndose paso prácticamente a empujones entre los enloquecidos reporteros, Shibuya trataba de ponerle a cubierto antes de que las fans histéricas rompieran las barreras de seguridad.

—¿Han sido duros estos tres años en prisión? ¿Tiene algo que decir acerca del asesinato? —vociferó una conocida periodista del mundillo.

—Lo siento, no habrán declaraciones —proclamó Shibuya, mientras conseguía que el recién salido se metiese en el elegante Mercedes de cristales tintados.

La reportera miró a cámara para narrar lo sucedido, momento que aprovechó la madre de ambos chicos para bajar el volumen con el mando a distancia.

—¿Ya se ha marchado Takuto?

—Sí.

Ella pareció pensativa y consternada.

—¿Por qué no habrá aceptado el trabajo en nuestra empresa?

—Hubiese salido adelante con un poco de esfuerzo —agregó el padre, de acuerdo con lo expresado por su esposa.

—Siempre metiéndose en líos con ese amigo suyo tan problemático… —concluyó ella con un suspiro de preocupación, en referencia al aparecido momentos antes en la pantalla.

Serika sintió que le hervía la sangre. Odiaba ese tema, el cual se había estado repitiendo cíclicamente en forma de cuchicheos entre sus padres. Por mucho que éstos trataran de disimular, siempre acababa por escucharles.

—¡Ya basta, mamá! —bramó— ¡Nanjo no es amigo de Takuto, es su novio! ¿Es que tanto te cuesta entenderlo?

Ambos adultos la miraron, sorprendidos.

—Pero Serika, nosotros sólo qu…

No les dejó continuar, marchándose visiblemente enfadada hacia la cocina, dispuesta a terminar de recoger lo que había dejado a medias. Yugo permaneció unos segundos con la mirada clavada en el suelo y las mejillas teñidas de rubor.

Hablar de Kôji le costaba esfuerzos sobrehumanos. Se sentía fatal por haber pensado en varias ocasiones que había sido una suerte que el amigo de su hermano no pudiese estar con él por una temporada: así le tenía en exclusiva, adoraba estar al lado de su héroe particular.

Agitó la cabeza bruscamente, obligándose a actuar con algo de madurez.

—Serika tiene razón. Lo queramos o no, es su vida, y si Takuto es feliz así, no somos quiénes para impedirlo.

Su padre le miró, muy serio.

—Sólo queremos lo mejor para vosotros —repitió con algo de tristeza.

—Y yo para él. Aunque se vaya a ir otra vez.

Se levantó, dejando a la pareja meditando todo lo ocurrido, para acudir a ayudar a recoger los platos de la cena.

- 3 -

En una zona a la otra punta de la ciudad, Hirose contemplaba las mismas imágenes en su lujosa pantalla de plasma. Las televisiones repetían en bucle la salida de la estrella de la música caída en la autodestrucción, según palabras textuales.

—Kôji, Kôji… sigues siendo igual de patético, pero a astuto no te gana nadie —se mofó, mientras observaba con deleite el abrigo de piel que cubría a su hermanastro, en especial la manga vacía que se adivinaba en el mismo.

—No es justo que haya salido tan pronto —proclamó una voz próxima.

Su guardaespaldas y hombre de confianza no quitaba ojo de encima a los videos enlatados emitidos sin descanso por la TV Tokio, quedando marcado por el rencor su gesto eternamente apacible.

—Esto no es lo que Akihito quería.

—Te equivocas, Shigi. Él deseaba que hasta el último de sus días fuese un calvario. Me encargaré de que así sea.

—Tres años no es nada —replicó consternado su fiel consejero.

—Era lo mejor que podía hacer —comentó, volviendo a fijar su atención en el primer plano del responsable de traer la desgracia a toda la familia—. Diciendo la verdad, alegando que fue en realidad un suicidio con intenciones acusatorias, se hubiese arriesgado a una pena mayor si el Fiscal no encontraba sus argumentos convincentes. Sin embargo…

Encendió un cigarrillo, soltando el humo elegantemente.

—No era tan difícil —continuó diciendo—. Una simple mentira, admitir ser culpable de un crimen pasional, movido por la sed de venganza ante el accidente… unos buenos abogados, el pago de una fianza de escándalo, y ahí le tienes. Tres años a la sombra para salir a la realidad y encontrarse con lo que le queda.

Hirose le miró, adquiriendo su hermoso rostro luz propia, la de un ser sin escrúpulos, y con unos deseos insaciables de calmar los celos producidos por la persona a la que más detestaba de entre toda la humanidad.

—¿Sabes tú lo que le queda? —preguntó.

—No.

Hirose se deleito al pronunciar la consabida palabra.

—Nada.

Se acercó al televisor, aspirando otra bocanada de tabaco.

—A ver cuánto te dura el príncipe azul, ahora que se ha levantado de su silla y tú ya no tienes donde caerte muerto… hermanito.

- 4 -

—¡Lo siento, ya les he dicho que no habrán declaraciones! ¡Gracias! —medio gritó tras cerrar la puerta bruscamente.

A pesar de lo oscuro de los tintados, podían adivinarse las siluetas de cientos de personas arremolinadas en torno al vehículo y los brillos sofocados de los flashes.

—Arranque, por favor —pidió Shibuya, suspirando aliviado al empezar a moverse.

Se acomodó en los asientos de cuero, analizándole. A pesar de estar más que acostumbrado a los silencios de Kôji, éstos no dejaban de resultarle inquietantes, sobretodo en una ocasión como aquella. Hizo subir el panel que dividía en dos el interior del coche, dándoles intimidad al quedar insonorizada su zona con respecto al conductor.

Al despojarse Kôji de sus gafas de sol, pudo mirarle a los ojos por primera vez en lo que iba de día.

Pese a todo, no había cambiado demasiado. O al menos, eso quiso creer.

—¿Dónde lo has dejado? —preguntó.

No obtuvo respuesta.

—Sé que no estaba en buenas condiciones, pero no deberías haberlo abandonado en la cárcel. Al menos podrías haberlo utilizado para disimular el vacío en la ropa.

El abrigo era tan ajustado que la ausencia de brazo se hacía demasiado evidente.

—¿Tanta pena te da que se los haya dejado de recuerdo? ¿O es que querías sacarlo a subasta por Internet para conseguir más dinero? —contestó él con desgana.

La prótesis americana había sido salvajemente destrozada por la puntería del guardaespaldas de Hirose. El día en que había ingresado en el centro penitenciario, se la habían hecho llegar envuelta como si fuese un paquete de gran importancia. Sintió asco ante el regalo, pero decidió no deshacerse de aquel brazo artificial mientras estuviese en cautividad. Los primeros días era mejor no llamar aún más la atención, al menos con aquel desvencijado amasijo de cables y látex podía aparentar que no le faltaba la mitad de una extremidad.

Con el paso del tiempo, quedó olvidado en un rincón, justo donde lo había dejado, sin mostrarle el menor interés.

Shibuya arqueó las cejas, armándose de paciencia.

—Ya que sacas el tema, te lo diré sin rodeos. Atiende, Kôji.

Hasta que no le hubo obedecido, no prosiguió.

—Quiero que escuches lo que voy a decirte, y que aceptes mi propuesta no ya como tu representante, sino como amigo. Tu situación económica era alarmante. La rehabilitación de Takuto ha costado una cifra desorbitada. Por ello me vi obligado a aceptar un negocio que en otras circunstancias ni siquiera me hubiese cuestionado.

Cómo le fastidiaba reconocer que él mismo había firmado de su puño y letra el acuerdo…

—Tu hermano llamó hace unos días y me hizo una oferta. En nombre de la discográfica le he vendido los derechos de explotación de todas tus canciones, y tus derechos de imagen. La suma me parece ridícula, pero no pude sacar más. Lo peor de todo es que de las ventas que se generen no vamos a ver ni un mísero yen —dijo entre dientes, con rabia—. Recopilaciones, reediciones de cd's…

Suspiró.

—Pero no tenía otra salida. Con ese dinero es suficiente: he estado hablando con un compañero de la Universidad, su tío trabaja para una empresa pionera en biorobótica, tienen su sede en Londres. Del acuerdo he conseguido seiscientos veinte mil dólares. Por algo más del ochenta por ciento de esa cantidad te pueden implantar una prótesis de última generación, más liviana que la anterior, no tan bien conseguida plásticamente como la otra, todo sea dicho, pero el tratamiento es eficaz, la conexión a los nervios y vasos sanguíneos es de una precisión impresionante. Podrás hacer vida normal, y además te sobrará líquido para empezar desde cero.

Dejó de hablar al cerciorarse de su mirada ausente. Esperaba cualquier respuesta, la que fuera, menos la que finalmente obtuvo.

—¿Dónde está Izumi, Shibuya?

El futuro doctor no se llevó las manos a la cabeza de pura casualidad.

—¿Has escuchado algo de lo que he dicho? —inquirió, desesperado.

—Sí. Todo —respondió Kôji serenamente—. Confío más en ti que en mí mismo. Iré a Londres, y me pondré ese brazo. En cuanto a mi hermano, puede meterse las partituras por donde le quepan.

En su mente bullía algo infinitamente mejor… pero todavía debía permanecer alojado ahí, hasta el momento oportuno.

—Me portaré bien —bromeó, aunque con rostro serio—. Pero dímelo de una vez, ¿dónde está?

—En mi apartamento. Os dejaré que paséis la noche a solas, iré a primera hora de la mañana, tenemos muchos detalles que ultimar. ¿Sigues queriendo hacer lo del cambio de registro civil?

—Sí. No pienso seguir llevando esa cruz de nombre a las espaldas.

Tras dar su conformidad, Shibuya respiró tranquilo.

En cuanto a Kôji, sonrió para sus adentros. No había revelado el verdadero motivo por el que aceptaba sin más la propuesta de viajar al Reino Unido. El brazo le traía sin cuidado: lo que quería era matar dos pájaros de un tiro. Takuto le había dicho que deseaba marcharse de Japón.

Y lo harían, con el poco dinero que le quedaría tras la operación se instalarían allí, ganándose la independencia como les diera la gana, completamente libres.

Y qué mejor ubicación para ello que Inglaterra, la cuna del fútbol… y del rock.