- Capítulo 3: Éxodo -
No le gustaba el invierno. Las heladas arremetían sin piedad noche tras noche, la luz escaseaba y las Navidades no hacían más que depararle recuerdos dolorosos. Se había esforzado en aparentar sosiego durante las tres fiestas pasadas en compañía de sus hermanos, pero aún así, el dolor del aniversario seguía flotando en el aire.
Fue en una Navidad precisamente cuando le arrancaron de cuajo su vida, su pasión. Pero Takuto había remontado el vuelo, y su mirada confiada seguía mirando hacia el horizonte, allá donde el sol nunca cesaba de brillar.
Esperaba mientras observaba las luces de los coches apoyado en una ventana. La televisión llevaba un buen rato puesta, el murmullo de los informativos llenaba la solitaria sala de estar, al igual que los destellos azulados provenientes de la pantalla.
Haciendo cálculos aproximados, supuso que no debían tardar demasiado en llegar. La tarde había sido frenética, apenas le dio tiempo de meter en una bolsa de deporte lo justo y necesario para salir a toda mecha de la casa de los Horiuchi. No quería tener que dar explicaciones, si bien el haber dejado que Serika tuviese que tragarse el marrón le dejaba mal sabor de boca.
Agradeció que nadie supiera cuál era la ubicación exacta del apartamento de Shibuya; si alguien llegaba a filtrar el dato, la madrugada se volvería imposible.
Mas no estaba dispuesto a permitirlo. Aquella era su noche. Hacía demasiado tiempo que no disponía de un espacio de tiempo propio, sin obstáculos, sin barreras que le llevaran a dirimirse a opresiones externas. Tenía ganas de comerse el mundo, y a todos aquellos que trataran de impedírselo, si era necesario.
Al fin oyó el inconfundible sonido de unas llaves repicando al otro lado de la puerta. Se acercó con parsimonia al televisor, apagándolo y dejando el mando a distancia sobre uno de los sofás de cuero negro.
Que el resto del país se entretuviera con la salida de un Kôji Nanjo hecho de fotones. Él pasaría la velada con el auténtico de carne y hueso.
Mi Kôji…
—¡Ya hemos llegado! —anunció cantarinamente el propietario del lugar, dejando pasar primero a su socio.
Takuto le miró a los ojos por unos segundos, los justos para que Kôji se abalanzara sobre él y le abrazara con una fuerza inusitada.
—¡Vale, vale! A ver si después de todo el esfuerzo que le ha costado rehabilitarse le vas a volver a atrofiar… —bromeó Shibuya tras pasar al lado de ambos, con un tono de voz que denotaba cierto nerviosismo.
Estaba claro que, irónicamente, era él quién sobraba en su propia casa.
Echó un vistazo rápido al apartamento; no había indicio alguno que denotase complicaciones.
—Bueno, tortolitos, yo me marcho, he quedado.
Takuto se zafó del estrujón como pudo.
—¿Quieres quedarte a cenar?—le preguntó, pues era lo menos que podía hacer por las molestias causadas.
—No, no… tres son multitud. Os recojo mañana a las siete, ¡no me hagáis esperar!
Les sonrió y, tras ajustarse de nuevo la cazadora, se dispuso a marcharse por donde había venido. Sin embargo, el joven ejecutivo recibió una última llamada que para nada esperaba. La voz que enamorase a su hermana, aquella que tanta gloria y desgracia le había deportado, resonó a sus espaldas, haciéndole girar.
—Katsumi…
Nunca había visto aquella expresión en Kôji. Parecía algo más maduro, distinto.
En efecto, algo había cambiado en el cantante. Tras toda una vida de nadar a contracorriente, una parte de él pedía a gritos serenarse, encontrar una estabilidad que chocaba con sus principios más arraigados, pero que a esas alturas era no sólo inevitable, sino necesaria.
Y dicha contraposición se vio reflejada en una palabra que resumía años de contratiempos, esfuerzos y sacrificios por parte del que era, además de representante, su mejor amigo.
Una palabra que resultaba surrealista viniendo de él.
—Gracias.
Shibuya les contempló a los dos. Sus miradas resumían con ese velo de dureza, pero a la vez de ilusión, la continua sucesión de reveses que habían configurado su complicada historia de amor. Había pasado por muchos malos tragos por la pareja y, sin embargo, se sintió privilegiado por formar parte de ellos.
Le guiñó un ojo. No era necesario responder, volvería a hacer todo lo hecho mil veces, sin dudar. Se marchó con la discreción que le caracterizaba, dejándoles solos.
—Deberíamos haberle insistido… —murmuró Takuto, sin tener oportunidad de seguir pronunciándose.
Sus labios fueron invadidos y entreabiertos por otros ajenos, los cuales aceptó sin reparos. Se besaron primero lenta y pausadamente, dejando en meros prolegómenos los húmedos roces iniciales, dando paso a la fusión de sus respectivas bocas.
Conociendo la incipiente fuerza pasional del huracán que dentro llevaba Kôji, el cual no había amainado un ápice en aquel trienio separados, le apartó presionando sobre sus hombros. Ya habría tiempo para todo, la noche acababa de empezar. Lo primero era lo primero.
—Ve a cambiarte, he preparado la cena. Vas a comer hasta que te salga por las orejas, te han dejado en los huesos ahí dentro —le dijo, apretando los escuetos bíceps al descubierto tras ser despojados del abrigo.
—No tengo nada más que lo puesto.
—Te he traído ropa de la mía, a ver si te sirve. Sigues siendo un gigante.
Kôji sonrió con dulzura. Él era al único al que permitía semejante aluvión de calificativos. Aunque estaba como flotando en una nube, en el fondo temía despertar nuevamente a la pesadilla. Pero de nuevo la vital energía de Izumi le confirmó que nada era más real que el momento presente.
—Metí lo primero que encontré en la bolsa, no tenía demasiado tiempo para prepararme. Mejor así, vas a tener que acostumbrarte a vestir como las personas corrientes, se acabaron por una buena temporada las Versotte esas.
—Versace —corrigió él.
—¡Cómo se diga! Voy a poner la mesa.
Le vio partir hacia la habitación, instantes que su memoria aprovechó para jugarle la mala pasada de recordar uno de los momentos más embarazosos jamás vividos: si con la buena intención hubiese podido contrarrestar el bochorno de haber entrado a una tienda de la famosa marca italiana…
Aquel día fue dispuesto a comprarle algo de la llamativa ropa que solía vestir, y salió cinco minutos después consciente de la diferencia desorbitada de sus respectivos mundos.
Con lo que vale una de esas camisas podría pagar el alquiler de un piso durante seis meses…
Pero había llovido mucho desde entonces. Ahora era, simplemente, una mera anécdota más.
Puso a calentar al fuego la ingente cantidad de pasta que había preparado. Suerte que había encontrado una pequeña tienda de camino en la que abastecerse. Los platos y cubiertos estaban ya dispuestos. Se encontraba removiendo el apetecible contenido de la cacerola cuando le sintió unos pasos a su derecha.
Contuvo inicialmente la risa cuando le contempló. Le resultaba muy extraño verle vestido de esa forma.
—Quién lo iba a decir… has descendido al mundo terrenal —comentó, apagando la vitrocerámica.
Con el cabello recogido, su espigado cuerpo cubierto por una amplia camiseta de algún equipo de fútbol sudamericano que desconocía, y un pantalón largo de entrenamiento, Kôji pudo, cuanto menos, darle la razón. Pero lo único que contaba era que estaban juntos, y pese a ser todo diferente, tuvo la sensación de experimentar un dejabú, acorde con los días felices en los que nada hacía presagiar que el rumbo de las cosas sería, finalmente, el tomado.
—Me muero de hambre —confesó, pasándole el brazo por la cintura desde atrás, deleitándose con la visión de la cena recién hecha.
—Siéntate, que esto ya está.
Así hizo, no sin antes revisar la escueta, pero no por ello menos selecta, bodega del dueño de la casa. Una de las botellas llamó su atención, abriéndola no sin cierta dificultad y llenando dos copas.
—Odio los clichés, pero hay uno que resulta de lo más adecuado… "guardado para una ocasión especial" —dijo con seductora entonación, sentados uno frente al otro.
—Ya sabes que no bebo, pero hoy haré una excepción.
Se miraron a los ojos para luego brindar, repicando el sonido del fino cristal por la cocina.
—Por Shibuya. Le va a dar algo cuando vea que le has robado sus reservas.
—Por nosotros —concluyó.
- 2 -
Recorrió con la yema de los dedos la suave y morena piel de sus hombros, la cual le hacía perder, literalmente, el sentido.
Takuto se dejaba desnudar mientras comprobaba la temperatura del agua, suspirando quedamente por los roces que parsimoniosamente le cubrían.
Se giró, teniendo para con él igual gesto. Las prendas acabaron una por una en los azulejos del suelo, quedando poco después sus esbeltas figuras contrapuesta.
Recorrieron con la mirada, los labios y las manos las cicatrices que les vestían, narradoras de las historias que encerraban. Kôji se detuvo en la más especial de todas, la cruz que en martirio permanecería por siempre en la cadera de bronce, y le susurró al oído.
—Entremos, antes de que se enfríe.
Tomó él la determinación de introducirse con lentitud en el baño que habían preparado. No tardó su acompañante en seguirle, acomodándose entre sus piernas, apoyando la espalda sobre su pecho.
Envueltos los cuerpos por vapor y cantidades ingentes de espuma, Kôji tomó una pequeña cápsula de aceite esencial derramándolo sobre el agua, dejando el resto sobre una de las esquinas de mármol.
—Shibuya me ha conseguido una citación para que me operen y me implanten un nuevo brazo. Es la clínica de un familiar de un amigo suyo, dice que son de confianza. Voy a hacerlo, no quiero depender de nadie por esta carencia.
Takuto se colocó medio de lado para poder mirarle a los ojos mientras hablaban.
—¿Y el dinero? Nadie hace nada sin obtener algo a cambio.
—Hirose le llamó para ultimar un trato. Le ha vendido mis derechos de explotación.
—¿Cómo? —respondió, indignado.
—Qué más da. Ha hecho bien, necesitamos dinero para arrancar. Ese cabrón seguramente cree que habiéndome dejado al margen de los ingresos va a jodernos aún más. Está muy equivocado.
Izumi suspiró, rabioso. Como queriendo compensar la crispación, Kôji acarició su rostro.
—La operación se llevará a cabo en Londres. Había pensado que ya que los dos queremos irnos de aquí, sería una buena opción. Es una gran ciudad, estuve una vez hace mucho tiempo, cuando la discográfica se planteó unirse a Virgin Records. Además, creo que se juega bien allí al fútbol… —dudó por un momento—. Podríamos marcharnos e instalarnos en Inglaterra. Pero sólo si te parece bien.
De los oscuros ojos de Takuto brotó la chispa que tanto adoraba la antaño estrella del rock nipón.
—¿Lo dices en serio? En Italia era una pasada como jugaban, en Brasil los partidos son más que nada puro espectáculo, ¡pero en Inglaterra es donde se juega el mejor fútbol del mundo! —dijo, totalmente extasiado—. Los mejores delanteros de Europa son de allí o se han formado en equipos ingleses: Shearer, Cantona, Beckham… ¿No has oído hablar de McKenzie? Ganó la 1Bota de Oro la temporada pasada.
Kôji negó. Tres años en la cárcel implicaba aislamiento, y de lo menos que le había llegado información era, precisamente, de los logros futbolísticos del viejo continente.
—Ya… es lógico que no hayas oído nada —apuntó Izumi—. Da igual McKenzie, ¡es una idea estupenda! Me encantaría marcharme al Reino Unido.
Tanto entusiasmo por su parte le deportó una inmensa alegría, aunque dadas las experiencias pasadas, algo le decía que las cosas no podían estar saliendo así de bien.
—¿Estás seguro?
—¡Claro! Buscaré apartamento, y en cuanto te hayas recuperado tendremos que encontrar empleo, aunque sea para los primeros meses. Supongo que no tenemos dinero suficiente para estar sin trabajar.
—Apenas nos dará para la primera cuota de un piso. Londres es una de las capitales más caras que hay.
—Encontraremos la forma de salir adelante. Tengo ganas de hacer las cosas sin pensar, seguir un impulso. También está la ventaja de no tener problema con el idioma, tanto tiempo en América sirvió de algo… ojalá pueda encontrar pronto donde jugar allí.
—Lo conseguirás. No cabe la menor duda.
No añadieron más. Ya tendrían ocasión de seguir planeando la nueva etapa que ante ellos se adivinaba. De nuevo la pasión por tanto tiempo contenida asomó, llevándoles a iniciar un nuevo beso.
Sus lenguas se buscaban con ansia, encontrándose. Kôji le atrajo más hacia sí, a lo que Izumi respondió girándose, enlazando las piernas por encima de las suyas, quedando las pelvis una frente a la otra.
Lo caliente del líquido que les bañaba hacía de sus pieles un bien aún más resbaladizo, haciendo indescriptiblemente placentero los trémulos roces. Los labios de Kôji migraron hacia su cuello, recalando finalmente en el lóbulo de una oreja.
—Me vuelves loco… —jadeó.
Le deseaba con tanta intensidad como el primer día, y el fugaz encuentro en la celda le había dejado con ganas de más. Igualmente, la libido contenida de Takuto no desmerecía en proporciones. Pronto los efectos de la fogosidad de Kôji se hicieron evidentes, chocando contra la suya.
Estaba tan pletórico y rebosante de energía que, sin que sirviera de precedente, decidió sobre la marcha tomar él la iniciativa. En el campo del sexo siempre se había dejado hacer, pero aquella noche unas ganas terribles de llevar las riendas se apoderaron de su persona.
Así que Izumi, hundiendo nuevamente los labios en los suyos, introdujo la mano por debajo de la superficie del agua, tanteando con holgura hasta dar con su miembro exaltado. Empezó a masturbarle sin cesar de mirarle a los ojos, los cuales le correspondían entre sorprendidos y lujuriosos.
Se enzarzaron en un nuevo combate de besos, gemidos y movimientos acompasados, el cual no se prolongó por demasiado. Gracias al ritmo impreso, Kôji no tardó en eyacular, llevado por la pasión desmedida a la que había despertado. Posiblemente él nunca sería consciente de lo mucho que le excitaba verle así, como en sus días de competición, cuando celebraban a golpe de cama las victorias conseguidas por el capitán y sus restantes diez compañeros.
Se encararon, tratando de recuperar uno la respiración y el otro no clavarle sobre el abdomen su correspondiente erección, cuando de su boca salieron unas palabras que, efectivamente, amenazaban con dejarle loco y anonadado, con las hormonas demasiado revolucionadas como para darle más vueltas al mensaje.
—Kôji… quiero penetrarte.
Pese a los años juntos y a las cientos de aventuras a las que se habían entregado, nunca había cedido en su rol de parte activa. La proposición, o mejor dicho, declaración de intenciones, le pareció una idea deliciosa, un justo pago por haberle esperado fiel a sus condiciones.
—Hazlo…
Takuto se recolocó, apoyando las rodillas sobre el fondo de la impoluta bañera. Volvieron a besarse, a punto de perder el sentido y la noción de la realidad. Buscó con los ojos cerrados el pequeño envase del aceite, hasta que por fin lo tuvo entre los dedos. Le sujetó por las caderas, haciendo que le abrazara con ambas piernas a la vez que se ponía de cuclillas, elevándose los dos apenas unos centímetros por encima del agua, los suficientes como para llevar a cabo el ritual de la preparación.
Le había visto hacérselo en infinidad de ocasiones, sabía lo que se sentía, mas el estar ahora en el otro papel hacía que su corazón latiese desbocado. Impregnó uno de sus dedos en el óleo, deslizándolo con suavidad hasta el orificio, haciendo que lanzara un quedo gemido al aire, sin dejar de mirarle.
Mientras el dedo se introducía en su cuerpo, Kôji miraba embelesado el rostro de Takuto. La excitación y el alcohol habían teñido sus mejillas de un irresistible color, haciéndole a sus ojos más atractivo todavía.
—Te deseo…—le dijo, percibiendo cómo un segundo intruso acompañaba al primero.
Él era el único que podía hacerlo, aquél cuya misión era derribar la última barrera existente entre ambos. Quería ser de Izumi, y que Izumi fuese suyo. Una comunión perfecta, imposible de quebrantar, por la que la inquisición que les condenaba a no ser felices volviera a perseguirles.
Aferró con fuerza la mano a su hombro cuando el palpitante miembro comenzó la intromisión. Elevó el mentón a lo alto, respirando profundamente, deleitándose por saber que era él quien se hacía hueco en su interior. Lentamente, la penetración estuvo consumada, y el dolor inicial remitió.
Se dejaron resbalar por la pulida superficie del reposa espaldas, cayendo en el agua mientras Takuto iniciaba la cadencia con una pasión que contrarrestaba su falta de experiencia.
La estrechez contra la que se enfrentaba hacía que su mirada se vidriara aún más, en combinación con el exceso de vino, la lujuria y el gesto de Kôji, como fascinado por el morbo de saberse totalmente a su merced.
Sintió que sus glúteos eran presionados con fuerza, y sus labios nuevamente poseídos, marcando con la batuta del desenfreno aquella sinfonía a punto de concluir. De un último golpe de cadera, Izumi se estremeció al alcanzar el orgasmo. Sólo varios segundos después del clímax rompió la húmeda unión de sus bocas, uniendo la frente a la de Kôji, tratando los dos de acompasar la respiración.
Lo que podrían haberse dicho con palabras, fue dicho con el abrazo más cálido que recordaban haberse dado desde el comienzo de su vida en común.
- 3 -
No pusieron fin a la desnudez, tumbándose sobre la mullida cama del dormitorio.
Cansado y envuelto en un dulce sopor, Takuto se recostó sobre el pecho de Kôji, dejándose mecer por el sonido distorsionado de su corazón. Cómo le gustaba que jugase con sus cabellos, sentir la respiración y dejar que su rostro ascendiera y descendiera.
El vertiginoso día llegaba a su fin, recibiendo ambos la madrugada. Tras hallarse en la cima momentos antes, se encontraba de nuevo despertando a la realidad, viviendo una resaca de pasión eclipsada por la ternura.
Había demostrado un gran entusiasmo por el plan, mas ahora que lo analizaba fríamente, debía reconocer que le intimidaba la idea de dejarlo todo atrás. Hasta la fecha, siempre habían contado con apoyo externo y la indiscutible seguridad de un colchón monetario. Si partían hacia lo desconocido, valiéndose de sí mismos, no habría vuelta atrás. Por muchas dudas que ahora quisieran atosigarle, era demasiado tarde para arrepentirse.
Ya encontraría al amanecer nuevas fuerzas para seguir luchando. Lo que restaba de noche deseaba sucumbir a la felicidad, mostrarse débil, dejarse proteger, mover posición en la balanza que ambos conformaban.
—Todo va a salir bien, ¿verdad? —musitó con un hilo de voz.
Era precisamente eso, su innata capacidad para pasar de fiero león a frágil cachorro, lo que terminaba de enamorar a Kôji.
—Claro, porque estamos juntos —respondió.
Le abrazó, cerrando los ojos cuando sintió la inconfundible humedad de las lágrimas regando su torso.
—Tengo miedo —sollozó Izumi.
Él suspiró. No sería fácil, nunca lo había sido. En la jornada contigua empezaría un nuevo capítulo en sus vidas. Lo que el mismo les deparase, era todo un misterio.
—Yo también.
Siguió acariciando la suavidad de sus cabellos, dejándole llorar hasta que se quedó profundamente dormido. Podría haber pasado la noche despierto, velando su sueño como en otras tantas ocasiones, pero no lo hizo. Sabía que él estaría a su lado cuando despertase, al igual que a la mañana siguiente. Y a la otra. Y a la otra.
No volvería a verle desaparecer entre una lluvia de pétalos de cerezo como en sus temidas pesadillas. Y así, resguardado en su calidez, le acompañó a los reinos de Morfeo hasta que las estrellas dieron paso al nuevo día.
1Bota de Oro: premio concedido al máximo goleador de todas las ligas europeas de fútbol de primera división.
