- Capítulo 8: Principios -

Estaba acostumbrado al pasotismo general causado por saber que podía tener cualquier cosa al alcance de su mano. Desde pequeño, las únicas carencias que no había acusado eran las materiales. Quizás era lo único bueno que había tenido el pertenecer a tal adinerada y desquiciada familia.

Ya en su posición de afamada estrella de la música, con una corte de empleados de la discográfica dispuestos a cumplir cuantos caprichos se le antojaran, salvar un obstáculo estaba a una simple llamada telefónica.

Sin embargo, Kôji tenía la capacidad de salir airoso de cualquier cosa que se propusiera hacer bien, habiéndolo demostrado en el pasado. Le daba lo mismo hacer la colada que componer un álbum en una noche si el fin lo requería.

Por ello era curioso que, después de tres semanas viviendo en Londres valiéndose ambos por sí mismos, lo que más echara de menos de su acomodada vida, la cual ya había quedado muy atrás, era que alguien arreglase por él los trámites burocráticos.

Detestaba las largas colas y sus ajetreos monótonos y estáticos para liquidar papeleo, mas se lo tomaba con filosofía. Takuto, con su desparpajo y naturalidad, compensaba las esperas a golpe de un dominio un tanto tosco del inglés.

La capital era puro contraste: pueblerina dentro de su cosmopolita condición de megalópolis, gris entre el color de sus gentes, abundante en su densidad europea, sin llegar a conocer los extremos de Tokio, ciudad poblada hasta el colapso. Hacía frío, el sol apenas salía, pero daba lo mismo. Era todo cuanto había podido desear.

Sin nadie que les conociera, ni que revolviese en un pasado que, si bien resultaba imposible de olvidar, constituía una base sólida sobre la que reinventar la relación en la que se sustentaban, se sentía seguro.

Allí amanecía muy temprano; pese al cielo eternamente encapotado podía adivinarse la claridad penetrando entre las cortinas del dormitorio. Izumi descansaba plácidamente, su cabeza estaba apoyada en parte sobre su brazo natural extendido y la almohada. Con el torso pegado a su espalda, le observaba desde hacía rato. Se había desvelado y prefirió no volver a conciliar el sueño, haciendo por una vez de despertador humano.

Podría pasarme la eternidad contemplándote…

Cuando dormía no parecía él mismo. Su gesto relajado, los cabellos, oscuros y rebeldes, despojándole de una aureola de divinidad… cuántas noches en cautiverio se había mantenido en vilo evocando imágenes como la que ahora recibían sus ojos. Demasiadas para enterrar, no quería reconocer que esos tres años le habían cambiado.

Tanto pensar y pensar acabaría por darle jaqueca. Era mejor emplear el tiempo en cosas útiles.

—Ya es de día —le susurró—. Tienes que ir a trabajar.

Habían tenido suerte. Tras agotadoras jornadas recorriendo los barrios colindantes a la caza y captura de ofertas de empleo, una vez cumplidos los trámites para los respectivos permisos de residencia, no tendrían que llegar a extremos desesperados para pagar el alquiler.

A Takuto le habían contratado en una tienda de reparación de aparatos electrónicos que no quedaba demasiado lejos de allí, apenas a quince minutos caminando. El dueño, un afincado hindú de unos cincuenta años, necesitaba de alguien joven que complementase a su ayudante.

Además, ambos habían conseguido un puesto como camareros en una peculiar sala de copas en la zona centro. Trabajaban sólo los fines de semana unas cuantas horas, pero estaba bien pagado. No tuvieron demasiados problemas para adaptarse a ello, uno por la experiencia propia en la barra, y el otro por conocer a la perfección dichos ambientes.

Así que todas las noches de viernes y sábados las pasaban en Père-Lachaise, un bar de ambiente gótico donde al son de Depeche Mode, oleadas de gente de todo tipo se reunían para disfrutar del Londres más alternativo y vanguardista. Aquel antro, cuyo nombre evocaba al famoso cementerio parisiense donde supuestamente estaba enterrado Jim Morrison, tenía las paredes llenas de fotos del vocalista de los Doors; Kôji solía mirarlas mientras esquivaba a clones de Marilyn Manson, pensando que a él no le gustaría adornar las superficies de algún garito similar en Tokio, ni pasar a ser una leyenda por una muerte joven y acelerada.

Prefería entregarse de lleno al glamour de la vulgaridad. Ni todo el dinero, los coches y la fama del mundo juntas podían derribarle de su altar de felicidad.

Le apartó los cabellos de su rostro moreno. Al fin abrió los ojos, despertando a la nueva mañana.

—Buenos días… —bostezó Takuto, incorporándose.

—Métete en la ducha, prepararé café mientras. Te acompaño hasta la tienda.

—No hace falta que vengas, sigue durmiendo —le contestó, ya en pie.

Kôji se enfundó la camiseta. Con la humedad de aquel lugar, pillar un resfriado resultaba especialmente sencillo.

—Tengo un par de cosas que hacer, me queda de camino — insistió mientras se dirigía a la cocina, o mejor dicho, a la parte del salón donde estaba la misma alojada.

Él no añadió nada, metiéndose en el minúsculo cuarto de baño, maldiciendo como cada mañana el sistema de calefacción y a los dos o tres minutos que se pasaba tiritando mientras el agua cogía la temperatura idónea.

Entre los momentos cotidianos que solían sucederse a esas horas desde que llegaran al piso, el tiempo pasó rápido, y pronto quedó recorrida la distancia que les separaba del lugar donde Takuto trabajaba hasta las cuatro o cinco de la tarde, según el volumen de pedidos a atender que tuviesen. Justo en la esquina se despidieron.

—¿Me esperas para comer? —preguntó Izumi metiendo las manos en los bolsillos del abrigo, pues la mañana era especialmente fría.

—Sí, iré a comprar después. Que tengas buen día.

Le sonrió mientras se alejaba para entrar en el establecimiento. Kôji esperó hasta que desapareció, suspirando. La calle pasó de estar desierta a ser invadida por pequeños grupos dispersos de personas que acudían a sus citas diarias. Se ató la melena para que el viento no le molestase, y puso rumbo a su destino.

Ya le contaría a Takuto dónde iba cada mañana desde hacía más de una semana. Primero tenía que concienciarse él mismo.

- 2 -

Izumi era una persona trabajadora por naturaleza. No le costaba habituarse a distintos ambientes, mostrarse amable y entregarse con ética japonesa a su tarea. Sin embargo, cuando el clima laboral resultaba de lo más agradable, su rendimiento se veía cuantiosamente incrementado.

Le gustaba estar allí, en aquella tienda. El dueño era una persona afable, pero con quien mejor lo pasaba era con su compañero, Bryan, un chico unos cuatro años mayor que él. Le había ayudado mucho a conocer los entresijos del negocio, además de combatir los ratos muertos hablando de la pasión que ambos compartían.

Las estanterías donde se almacenaban los aparatos en espera a ser arreglados o entregados eran testigo de sus entusiastas charlas futbolísticas. Bryan le ponía al tanto de las últimas novedades en la liga nacional, a lo que él respondía encantado.

La jornada no había sido demasiado estresante. Mientras despachaba al último cliente, su jefe le indicó que se acercara.

—Dime, Takuto, ¿tienes televisor?

—La verdad es que no. Es un gasto que todavía no me puedo permitir.

El hindú levantó de los estantes inferiores un viejo aparato de dimensiones considerables. Pese a ello, no parecía pesado.

—La pieza que se ha fundido está descatalogada, sale más caro repararlo que comprar uno nuevo, así que no lo quieren. Es una pena, a veces pierde el color, pero poco más… yo tampoco tenía uno cuando vine a vivir aquí hace siglos —bromeó—. Puedes llevártelo si quieres, de no hacerlo acabará siendo diseccionado por mi nieto este fin de semana.

—Se lo agradezco mucho —dijo, tomándolo entre los brazos, cargándolo hasta el almacén donde se cambiaban de ropa—. Hasta mañana, señor Pharvé.

Tras despedirse de su jefe y dejar el aparato en la mesa de trabajo, tanto él como Bryan empezaron a despojarse de los uniformes. Takuto sacó de la taquilla la camiseta que había traído puesta, la de su equipo italiano preferido, el Inter de Milán. Su compañero le observó, pensativo. Llevaba toda la mañana y parte de la tarde dándole vueltas a lo que iba a proponerle.

—¿Tú jugabas como delantero en tu país, verdad?

Se giró para mirarle a los ojos mientras se ponía el abrigo.

—Normalmente sí, pero también he jugado de media punta en el centro del campo. ¿Por qué me lo preguntas?

El rubio buscó en los bolsillos de sus vaqueros el abono del metro.

—Es que en el equipo donde juego se nos ha ido el delantero, su empresa lo ha trasladado a Glasgow. ¿Te he hablado de la competición? No es gran cosa, pero lo pasamos bien. Jugamos una liguilla entre equipos de los barrios de la zona, todos los sábados. Solemos entrenar los martes y jueves por la noche —explicó con entusiasmo—. Sé que es un horario malo, pero no podemos coincidir a otras horas, estamos liados con el trabajo, los niños, los estudios… ya me comprendes.

Se encogió de hombros.

—Había pensado que igual te apetecería venirte esta noche y te unes a nosotros. Somos un buen grupo, jugamos juntos desde hace ya tres años, aunque aún no nos hemos llevado nada. ¡Eso sí, la temporada pasada llegamos a la semifinal! Si esos cretinos no nos hubiesen llevado a penaltis…

Takuto le miraba, entre ausente y alucinado. Desplegó la más radiante de sus expresiones faciales a modo de respuesta.

—Claro, me encantaría. ¿Dónde es?

—Vivías por aquí cerca, ¿no? Te espero frente a tu piso a las ocho en punto. Los chicos me van a vitorear, el sábado nos jugamos tres puntos vitales, pero sin delantero no llegaremos muy lejos.

Salieron de la tienda. Con la televisión en brazos, confirmó la cita.

—De acuerdo. A las ocho.

Bryan le despidió agitando la mano en el aire, pero cuando iba ya camino de la boca de metro, oyó a Izumi llamarle a lo lejos.

—¡Te lo advierto! Tengo un grave defecto a la hora de jugar.

—¿Cual? —le respondió el inglés, divertido e intrigado.

Takuto sonrió, antes de emprender definitivamente camino a casa.

—Que me niego a perder.

- 3 -

Kôji escuchó el sonido de las llaves al otro lado de la puerta. Estaba terminando de poner los cubiertos, volviendo a sus días de amo de casa un tanto abrumador y especial. Qué ganas tenía de que llegase, y no por acallar las quejas de su propio estómago…

—¿Y eso? —le preguntó al ver el trasto que portaba.

—Me lo ha dado mi jefe, no lo querían. He pensado que no nos vendría mal tener tele, como la gente normal.

En realidad, era la excusa perfecta para tragarse cuantos partidos fueran retransmitidos.

La dejó en el suelo y, al levantarse, Kôji le estrechó con fuerza, besándole hasta dejarle sin aliento. Correspondió rodeando su estrecha cintura, prolongando la unión de sus labios hasta que sus entrañas volvieron a quejarse.

—Te he echado de menos…

—Anda, vamos a comer, que me muero de hambre. Aunque no sé qué es peor, si morirme de eso o por lo que has preparado.

Se rió. Afortunadamente las dotes de Kôji ante el fogón habían mejorado desde aquella ocasión en que se chamuscó las puntas del cabello con el fuego de la cocina.

Mientras éste depositaba en la mesa de la cocina la ensalada, Takuto fue a la estantería próxima con la intención de sacar unos salvamanteles. Dado que no estaban en su sitio abrió un par de cajones, buscándolos. Dio con ellos, pero antes se topó con algo que no recordaba haber traído en sus maletas.

—¿Qué es esto? —le preguntó, sacando lo que parecían ser unos libros de texto y una gruesa libreta con aspecto de estar siendo usada.

Kôji siguió a lo suyo, sentándose con algo de fastidio.

—Se me ha estropeado la sorpresa.

—¿Y bien? —replicó, acompañándole en el gesto, empezando a servir el tardío almuerzo.

—Me he matriculado en una academia para adultos. Voy a terminar aquí el bachillerato, hay un examen dentro de cinco meses. Si lo paso, me dan directamente el título.

Takuto se atragantó. Tosió copiosamente, recuperando el agua tras beber un trago de agua.

—¿Vas a acabar los estudios? —dijo, asombrado.

Kôji asintió con la cabeza. Llevaba tiempo pensándolo: nunca había demostrado interés por nada que no fuese Izumi o estuviese relacionado con él. Cuando cantaba, cantaba para él. Cuando regresó al instituto, lo hizo por estar a su lado. En la arquitectura de su mundo, Takuto era el pilar central, y el resto simple columnas erigidas a su alrededor.

Pero las cosas habían cambiado. Sabía que nada les separaría, y que ocurriese lo que ocurriese, él iba a estar a su lado, porque si alguien se atrevía a llevárselo, recorrería cuantos mares hiciera falta con tal de traerle de regreso. Así que lo había decidido, aceptándolo como quizás el paso más maduro que había dado en muchos años.

—Quiero hacer algo por mí mismo. Además, no teniendo nada estaré condenado a servir copas en lugares de mala muerte durante el resto de mi vida, y no es eso lo que mereces.

Izumi tragó el primer bocado.

—No lo hagas por mí, hazlo por ti como has dicho. Lo sacarás enseguida, ¡pero si eres mejor estudiante que yo! Si no terminaste el instituto conmigo fue porque no te dio la real gana, por vago —le reprendió con su habitual energía.

—Sin olvidar que no me apetecía estudiar matemáticas con una cámara de televisión grabando mis progresos —contestó.

Podía haber añadido que no se habría aplicado en las demás materias porque prefería los estudios de anatomía, pero calló.

Takuto sonrió. Se sentía muy feliz por aquella noticia.

—Y por otra parte, así no volverás a llamarme burro —matizó, mirándole con esa expresión fría que daba miedo, y que a Izumi tanto fascinaba.

—Mientras sigas siendo tan radical, lo serás. Tendré que comprarte un bozal, a ver si la vas a armar con tus profesores o lo que tengas.

Rieron, mientras seguían comiendo y contando demás detalles de lo que había supuesto las respectivas mañanas.

- 4 -

—¿Seguro que no quieres venirte?

Kôji le recorrió con la mirada. Vestido con las viejas botas de fútbol, pantalones cortos y el impetuoso abrigo, Takuto estaba radiante. Ni las ropas más sofisticadas podían competir con lo deslumbrante de su expresión. Le encontraba tan irresistible que ardía en deseos de postrarle en la mesa próxima y hacerle suyo hasta caer rendido de puro agotamiento, pero no sería justo.

—Me quedaré a estudiar. Tengo mucho temario que ir liquidando.

—Vale. Supongo que volveré sobre las diez o algo así. Que te sea leve —se despidió, ansioso.

Antes de que saliera por el marco de la puerta, Kôji le sostuvo por la muñeca para besarle.

—A por todas.

Cerró mientras Izumi bajaba las escaleras a toda velocidad, y se asomó al ventanal del balcón. Pudo ver a su compañero de trabajo; iba vestido de forma similar, con el habitual equipamiento básico deportivo, y llevaba el cabello corto, de un rubio ceniza muy británico. Los dos parecían rebosar de júbilo cuando marcharon rumbo a los humildes campos donde entrenaban.

Kôji les siguió con la mirada hasta que hubieron quedado lejos, sorprendiéndose por el hecho de no sentirse celoso. Confiaba completamente en él, y verle desplegar las alas en todo su poderío era lo que más deseaba. Los días de rivalidad con el fútbol en la carrera de ocupar toda su mente y corazón habían llegado a su término.

Sabía que lo era todo para él, porque el fútbol era parte de Izumi, y era al auténtico Izumi al que amaba con pasión desmedida.

Takuto tenía algo que le enriquecía, que le insuflaba la fuerza vital que luego empleaba en alimentar el amor de ambos. Y Kôji sentía algo en su interior que le confundía. Él también quería encontrar ese algo que conformase su aportación individualista a la pareja. Al fin lo había comprendido, valía más tarde que nunca: lo principal en una relación de dos, era la evolución de cada miembro por separado.

Izumi seguiría siendo la estrella de mayor brillo en su galaxia, pero sentía la necesidad de encontrar aquello que le otorgara más luz con la que alumbrarle. En el fondo, conocía la solución a esa incertidumbre, pero aún no había llegado el momento de aplicarla.

Los años y las circunstancia le habían enseñado a esperar si merecía la pena.

- 5 -

Bryan y Takuto caminaron juntos hacia la zona de parques y jardines del sur de Belsize. La oscuridad se cernía por doquier, mitigada por las farolas que alumbraban trémulamente los parajes exteriores.

Los ingleses habían inventado el soccer hacía más de un siglo, propagándolo por medio globo. Eran muchos los países donde la fiebre por ese deporte constituía prácticamente la afición nacional, mas no podía compararse con el clamor de aquellas tierras. El fútbol era como un rito sagrado que requería constancia, dedicación y elegancia a partes iguales. Todos, desde los niños que daban sus primeras patadas en los barrios de menor categoría, hasta las súper estrellas de los principales equipos, lo sabían. Por ello, el jugar de los ingleses resultaba único e inconfundible en su velocidad e inteligencia.

Llevaba tantos años alejado de los terrenos de juego que aquellos modestos parajes de entrenamiento le parecieron el paraíso. Siguió a Bryan hasta que hubieron llegado al lugar donde tanto él como sus amigos se dedicaban a su hobby preferido. Ante Takuto se mostraba una vasta extensión de césped, dividida en varios campos de tamaño reglamentario, con porterías en buen estado, gradas aceptables para unos cientos de espectadores y los consabidos banquillos y vestuarios. Un equipo juvenil daba vueltas alrededor del campo contiguo, y un grupo de hombres de diversas procedencias y edades aguardaban en el central. Uno de ellos se giró hacia los recién llegados, recibiéndolos con júbilo.

—¡No me lo puedo creer, has llegado a tiempo! ¿Es que quieres dar falsas impresiones, Bryan?

Éste rió, y se acercó a saludar a su equipo. Izumi aguardó ante los que pronto pasarían a ser sus compañeros.

—Éste es Takuto, el chico del que os hablé. Trabaja conmigo en la tienda.

Uno a uno se fueron presentando, estrechándole la mano con firmeza. Scott, representante de una compañía de suministros que a sus casi cuarenta años ejercía como portero, se interesó por saber más de él.

—¿Y cómo se juega al fútbol en Japón? He oído que se está convirtiendo en un fenómeno de masas.

Izumi respondió, entusiasmado.

—Se está haciendo cada vez más popular, pero no puede compararse con el nivel que hay aquí en Europa. Bryan me ha dicho que no tenéis delantero.

—No. Cosas de ser amateur, ya sabes… —bromeó otro— ¡Mirad, por ahí llegan Matt y Rob!

Los once estuvieron al fin reunidos. Como pudo pronto comprobar, no eran más que diez amigos que disfrutaban de las horas de balón como vía de escape a sus realidades domésticas; a juzgar a primera vista, él era el único que había sido profesional en el pasado. Sin embargo, prefirió no revelar aquel dato. Ahora sólo pensaba en divertirse, y entregarse a la espléndida sensación de disputar un partido.

—Será mejor que empecemos a calentar, luego jugaremos entre nosotros, a ver si el nuevo pasa la prueba —agregó el que parecía ejercer la capitanía.

No se entretuvieron, dejando los abrigos en el banquillo para comenzar a trotar campo a través. Pese a la relativa inactividad, Izumi no había dejado de ejercitarse en las duras sesiones de rehabilitación. Aunque sus piernas distaban de estar en su mejor momento no había perdido la tonificación muscular, ni sus pulmones la capacidad respiratoria. Podía afirmarse que estaba en buena forma, unas semanas de entrenamiento lograrían que su pesadilla estuviese completamente superada.

Con tanto ánimo se entregó al calentamiento que los demás llegaron incluso a decirle entre risas que no se quemara tanto, pues no era necesario que tratara de impresionarles. Su respuesta les tomó por sorpresa.

—No se trata de impresionar. Si se juega al fútbol, hay que hacerlo con cada partícula de tu ser. No concibo este deporte sin la lucha por la victoria.

Terminó de estirar los cuádriceps, e hizo varios sprints a lo largo del campo. Su vitalidad contagió a algunos, otros lo recibieron con cierta adversidad, quizás porque nunca se habían tomado en serio aquellos entrenamientos, los cuales empleaban más que nada para contarles a los demás los pormenores de sus vidas amorosas o los últimos eventos políticos y sociales.

Poco después se dividieron en dos equipos de cinco con un único portero en puerta. Tendrían que jugar en una mitad del campo compartiendo portería.

—Que empiece la fiesta —proclamó el capitán.

Takuto dedicó los primeros minutos a observarles. Tenían en el conocimiento otorgado por la experiencia su mejor arma. Los que jugaban de defensas eran efectivos recuperando balones arriesgados, y aunque apenas había empezado a analizarles, podía afirmar por la primera impresión que no eran del tipo que usaba la violencia con tal de evitar un tanto en propia meta. Bryan jugaba en el equipo contrario, ejerciendo asimismo de delantero. Cuando le vio avanzar a su lado con el esférico entre los pies, no pudo seguir conteniéndose.

Corrió con toda la velocidad de sus gráciles piernas y su esbelto cuerpo hasta quedar a su lado, robándole de un toque certero el balón. La totalidad de sus cinco adversarios corrieron a buscar lo que les pertenecía, ante lo cual aprovechó para pasársela a un compañero que le venía por la banda derecha.

Sorteó a los dos rivales que hasta el momento le suponían obstáculo, y recibió el esférico que le habían lanzado desde lo alto, parándolo con el pecho. Uno de los jugadores de mayor edad del equipo se paró frente a él, impidiéndole llegar hasta la portería.

Su respiración se acompasó y, por unos segundos, la concentración fue tal que lo único que escuchaba era los latidos desbocados de su corazón. Sólo veía dos cosas: la línea imaginaria que su mente había trazado representando la futura trayectoria de la pelota, y la portería.

Dribló, pasándole a su oponente el balón entre las piernas; cuando quedó solo ante el capitán y portero, chutó con explosiva energía. El guardameta se lanzó tratando de pararlo, quedando suspendido en el aire, pero nada pudo hacer para evitar que la pelota se estrellara limpiamente contra las redes, surgiendo el ruido seco que tanto adoraba Izumi.

Sonrió satisfecho con ganas de más, mientras sus compañeros se miraban unos a otros. El que había sufrido el escape del balón entre el puente de sus piernas apretó los puños.

—¿Qué estáis mirando? ¡No hemos hecho más que empezar!

Efectivamente, apenas habían visto un reflejo fugaz del poderío de Takuto. Los minutos pasaron entre sudor, disparos a puerta, faltas, saques de esquina y nuevos goles por su parte. Se deshacía de sus perseguidores con una facilidad pasmosa, resultando tan escurridizo como pez en el agua, y el fulgor de su mirada al chutar pronto atrajo público externo.

Un buen número de niños y adolescentes se congregó en los alrededores, abandonando sus entrenamientos para observar cómo aquel chico japonés le daba vida propia al balón. Nunca habían visto nada igual por aquella zona de Londres.

Tras una hora de partido, dieron por finalizada "la prueba". Sudorosos y jadeantes, los hombres ocultaron su estupor bajo lo rojizo de sus mejillas.

—Llevo mucho tiempo sin jugar, espero que me aceptéis en el equipo pese a no estar en total facultad de condiciones —les dijo el autor de nada más y nada menos que seis tantos.

Uno de sus compañeros, de procedencia eslava a juzgar por el acento, no daba crédito.

—¿Bromeas? ¡Eres justo lo que necesitamos! Contigo podremos por fin aspirar a celebrar algo más que pasar de cuartos.

El capitán asintió.

—Me gusta tu espíritu. Hoy nos has dado toda una lección de principios. Bienvenido, entrenamos todos los martes, como hoy, y los jueves. El sábado jugamos el próximo partido.

Takuto sonrió. Rezumaba felicidad por los cuatro costados.

—Muchas gracias. No lo lamentaréis.

Dieron por finalizado el entrenamiento. Tomaron sus respectivos abrigos para regresar a casa y así descansar, afrontando la nueva jornada laboral que les esperaba. Bryan se ofreció a acompañarle en el camino de vuelta hasta su boca de metro, y cuando estaban a punto de abandonar el terreno, escuchó a una joven voz llamándole a lo lejos.

—¡Takuto, espera!

Le reconoció incluso antes de girarse para comprobar la identidad del que le reclamaba. Era uno de los niños con el que había compartido las horas de espera en el hospital tras la operación de Kôji. Para su deleite, ya no llevaba aquellas aparatosas muletas.

—¡Qué pasada, has estado genial! —le dijo, entusiasmado.

—¿Vives por aquí cerca? No sabía que estuvieses en un equipo —le preguntó.

—Sí, mi padre nos entrena. Yo creía que no iba a volver a jugar, pero lo que me dijiste me dio ánimos. ¡Ahora nos veremos por aquí, yo también vengo a estos campos! —concluyó, risueño.

Izumi le revolvió el pelo, despidiéndose de él por aquella noche, conmovido por el inesperado encuentro y las palabras del pequeño futbolista.

El niño se reunió con los otros, los cuales aguardaban expectantes su regreso.

—¿Le conoces? Vaya suerte que tienes.

—Sí… es mi amigo —proclamó, lleno de orgullo.

Tras ello, tanto los mayores como los más jóvenes regresaron a sus respectivas guaridas, llevándose el dulce sabor en los labios de una noche que dejaba palpables esperanzas de esfuerzos recompensados en el futuro.

- 6 -

Nadie lo sabe, pero tienes una sonrisa secreta

que muestras sólo ante mí.

Dibújala, lúcela, haz que con ella desaparezca esta tristeza.

Me pierdo en la angustia, pero tú puedes salvarme de la locura.

Semisonic, "Secret smile"

Kôji se llevó las manos a las sienes, masajeándolas. Tenía la mesa de la cocina repleta de papeles y libros tras llevar dos horas batallando con los textos en inglés. Por suerte, siempre se había manejado bien en dicha lengua, aunque debía reconocer que implicaba un esfuerzo extra dedicarse al estudio en un idioma no natal.

Llevaba puestas sus gafas de pasta fina, pero había comprobado más que de sobra que pronto tendría que jubilarlas. Seguramente en aquellos tres años le había subido la falta de vista en el ojo derecho, le costaba enfocar los textos, y la cabeza le dolía con relativa rapidez. Para cuando tuviese algo de dinero ahorrado, volvería a graduársela.

Le había dado tiempo en un breve descanso a colocar la televisión, si es que aquel mastodóntico aparato merecía ese calificativo, e incluso a sintonizarla y aporrear su carcasa hasta que la señal recuperase el color. No le entusiasmaba ver hombrecillos de cara verde en la pantalla, así que prefería prodigarle algunos toques certeros hasta lograr la tonalidad deseada.

Seguía enfrascado en sus ejercicios de física cuando la puerta se abrió. Takuto dejó las llaves sobre la mesa y procedió a contarle entusiasmado las novedades, atropellándose en su veloz discurso.

—¡Me han aceptado en el equipo! ¡Ha sido estupendo, son todos muy simpáticos y he marcado seis goles! Qué ganas tengo de jugar el sábado. ¿Vendrás a verme? Es por la tarde, tenemos un partido contra otro equipo de la zona.

Kôji se quitó las gafas, cruzando las piernas mientras le observaba desde la silla donde estaba sentado. Izumi parecía una persona completamente distinta a la que había quedado anclada a una silla de ruedas, no hacía tanto tiempo atrás.

La piel morena de su rostro estaba salpicada de sudor. La curvatura de sus finos labios, y la expresión global que adquiría su faz cuando sonreía de aquella manera, hacían que por unos segundos le diera las gracias a Dios por haberle creado. Adoraba esos ojos, y esa sonrisa secreta que sólo él tenía el privilegio de admirar.

—Claro que iré a verte, aun que me temo que no podré quedarme hasta el final, entramos a las ocho a trabajar.

—Vaya, es verdad, lo había olvidado —respondió, pensativo—. No importa, pediré permiso para retrasarme lo que haga falta, ya lo recuperaré.

Kôji se levantó, dando por finalizada la sesión de estudio. Amontonó los apuntes en una esquina mientras Izumi se desplomaba sobre el sofá y encendía la televisión.

—Van a emitir en diferido un partido de la Champions League. ¿Te importa si lo veo?

Negó con la cabeza. Le gustaba el fútbol, aunque no llegase al extremo de Takuto. Mejor dicho, le encantaba el fútbol si era él quien lo practicaba. Estaba dispuesto a compartirle con dicho deporte, en especial en aquellos momentos. Una idea le atravesó, y no pudo resistirse a llevarla a la práctica. Tras ponerse ropa cómoda regresó al salón tomando asiento a su lado en el sofá, escondiendo en uno de los huecos formados por el colchón algo que había traído consigo del dormitorio.

Aprovechando que Izumi estaba abstraído, llevó los labios a su cuello, besándolo trémulamente hasta alcanzar uno de sus oídos.

—¿No decías que nos querías al fútbol y a mí por igual? Tal vez te apetezca disfrutar de los dos al mismo tiempo… —susurró sensualmente.

Takuto le miró, detectando en sus impactantes ojos la inconfundible chispa de deseo que se apoderaba de Kôji con tanta frecuencia. Ya estaba más que inmunizado a su lívido; para más diversión, sabía que Kôji conocía perfectamente lo sexualmente perceptivo que estaba tras haber disputado un buen encuentro.

—¿Vas a robarle el protagonismo al Inter? —le respondió, sin dar señal alguna de querer rechazar la proposición.

—No. Tú sólo déjate hacer, no quiero que te pierdas el partido…

Izumi suspiró mientras su cuello volvía a ser besado, y las manos de Kôji, incluida la artificial, la cual contaba ya con una asombrosa precisión de movimientos, se deslizaban lentamente por su camiseta, despojándole de la misma. No opuso resistencia cuando le sostuvo por las caderas y le levantó, sentándole sobre su regazo, dejándole la espalda apoyada en su pecho, de forma que podía seguir mirando hacia la pantalla mientras los besos se propagaban en dirección a la nuca.

Efectivamente se dejó hacer, entregándose a la maravillosa sinfonía de sensaciones que Kôji interpretaba para él. Se había convertido en un maestro de su fisonomía, trazando una red en la que conectaba sus zonas erógenas con precisión de cirujano y espontaneidad de amante consumado. Sabía perfectamente cuándo, dónde y cómo acariciar su piel, arrancándole suaves gemidos que acompañaban a su respiración levemente ajetreada.

Un escalofrío general recorrió su cuerpo al sentir la desnudez de Kôji contra la suya. Con habilidad y eficacia, éste había obrado mientras él seguía el transcurso del encuentro, en una combinación tan excitante como inaudita.

Le hizo abrir ligeramente las piernas, quedando éstas colgando sobre las suyas. Mientras con una mano acariciaba la cara interior de sus muslos, con la otra tanteó hasta encontrar el objeto secreto.

—Me he aplicado hoy haciendo las compras, no nos falta absolutamente de nada… —volvió a susurrarle al oído mientras abría un tubo de lubricante.

Izumi gimió al sentir como se iniciaba la oleosa intromisión. Cerró los ojos momentáneamente, hasta que se le fue indicado que los abriera.

—Vas a perderte… la jugada… —dijo con malicia.

Deleitado por aquel juego, la virilidad de Takuto ya estaba más que exaltada. Kôji no prolongó los preparativos y, tras cubrirse con generosidad de la mezcla, le tomó por las caderas, comenzando a penetrarle sin prisas, presionándole hacia abajo.

Ambos de cara al televisor, Takuto observaba la pantalla, aunque no hiciera demasiado caso a lo que las imágenes narraban. Tenía los ojos y labios entreabiertos, el rostro encendido, y su erección pronto fue trabajada. Kôji depositó un poco más de lubricante en la palma de su mano natural, dándole placer en forma de crescendo.

La cadencia de la mano fue acompañada por la de su pelvis. El ritmo se aceleró, y aquel que llevaba la voz protagonista no quiso redimirse al impulso del placer, ni forzarse a contenerse. Tras varios minutos de vaivén frenético, llegó al clímax en su interior, apoyando su cara sudorosa en el hombro de Takuto, recorriendo con la mano libre sus abdominales y pectorales. Era hora de que él también alcanzara un orgasmo espectacular. Imprimió aún más cadencia, consiguiendo que su compañero no tardara en seguir sus pasos.

Juntos recobraron progresivamente el aliento, pero cuando Kôji se disponía a retirarse de él, ambos repararon en que la eyaculación de Izumi había sido tan portentosa que algunas gotas de semen habían escapado de la prisión conformada por los dedos de Kôji, acabando por romper la monotonía del oscuro azul de la moqueta con una mota blanquecina.

Se quedaron mirándola, hasta que el cantante, con la barbilla apoyada prácticamente en la clavícula de Takuto, no pudo reprimir un perspicaz comentario.

—Creo que eso ha sido fuera de juego.

Izumi estalló en carcajadas ante la ocurrencia. Contagiado por su risa, hizo lo mismo, abrazándole para luego besarle en los labios.

Había sido la conclusión ideal para un buen día. Se tendieron de lado en el sofá, terminando de ver juntos lo que restaba de partido. Ya eliminarían los indicios de su particular encuentro más tarde.