- Capítulo 9: Sex, drugs and Rock 'n Roll -
Sentado en una de las últimas gradas de aquel pequeño recinto futbolístico, Kôji no se perdía ni un solo segundo de partido mientras sufría en silencio, como si él mismo estuviese corriendo tras el balón.
Desde que Takuto llegase al equipo, ese era el tercer fin de semana consecutivo en el que conseguían una abultada victoria. A cuarenta minutos del final del partido, si no ocurría un desastre y el marcador cambiaba radicalmente en contra, los tres puntos obtenidos les clasificarían para los octavos de final en aquella competición amateur.
Los enérgicos gritos de coordinación emitidos por Izumi pujaban por sobresalir entre el griterío general del público. A Kôji le resultaba de lo más peculiar que la afluencia de espectadores se hubiese incrementado paulatinamente en tan corto periodo de tiempo. No debían ser más de un centenar los que allí se reunían, muchos de los cuales eran familiares y amigos, pero un numeroso comité de niños acudía a animar a la joven sensación japonesa que mitigaba la monotonía semanal, encandilando a jóvenes y mayores con su juego endiablado. Aquella semana, sin embargo, se había adelantado el encuentro al viernes por motivos laborales de muchos participantes, aunque ello no había afectado al nivel de asistencia.
Esa era una de las diferencias entre la afición asiática y la inglesa: se podía respirar ambiente aunque el encuentro fuese más que nada anecdótico, por su carencia de categoría. Los hinchas disfrutaban de cada jugada, de cada trepidante minuto, mientras que los jugadores se entregaban con ímpetu. Tras los partidos que había presenciado a lo largo de los años, podía afirmar que se notaba más pasión y técnica en un encuentro amistoso allí que en la liga nacional nipona.
Cuando no se encontraba divagando sobre esos menesteres, su mirada no se despegaba de Takuto. Él coordinaba el juego, dándole rapidez, distribuyendo pases y estructurando las filas. Su carácter salvaje en el césped se había revelado, y los demás habían aceptado su disciplina y espíritu de sacrificio como el arma que les llevaría a ganar algo tras tanto tiempo de sequía. Su mirada de fuego al tirar a puerta, sus cabellos azabache mecidos por el viento en sutiles ráfagas, sus gráciles y estilizadas piernas, torneadas por el trabajo al que eran sometidas…
No dejaba de fascinarle. Sólo había algo que le llevaba a no depositar los cinco sentidos físicos y la totalidad de su alma en él: la obligación de ir a trabajar. Y si lo hacía, era porque necesitaban el dinero. No permitiría que a Izumi le faltara nada, aunque tuviera que renunciar a verle marcar cuantos tantos restaran.
Mientras que el futbolista había llegado a un acuerdo con el jefe de ambos, por el cual entraba y salía una hora más tarde, él debía cumplir con puntualidad británica. Se levantó, mirándole por última vez. Takuto, por supuesto, no reparó en que se marchaba. Ya hablarían en la trastienda para informarle del resultado final.
Se abrochó los botones del abrigo y se alejó del campo. El partido de aquella semana se disputaba no demasiado lejos del pub donde servían copas, así que llegaría andando a paso moderado en diez minutos.
Una vez en la calle, metió la mano en el bolsillo de los vaqueros de Takuto que llevaba puestos, sacando la cajetilla de Marlboro que había comprado el día antes. Hacía poco que había vuelto a fumar, aunque con mayor moderación que antaño, principalmente por el altísimo precio del tabaco en aquel país. Se detuvo en una esquina para encender un cigarrillo e impedir que el viento hiciera imposible la misiva del mechero, cuando oyó una conversación no demasiado lejos.
De un local un tanto peculiar salió un tipo, el cual, ni corto ni perezoso, entabló conversación con una chica en un tono que evidenciaba llevar varias horas en compañía del whiskey escocés. La joven en cuestión no se esmeraba en ocultar a lo que se dedicaba: las provocativas ropas, el peinado descuidado y un maquillaje excesivamente cargado hacían de reclamo en las ociosas horas nocturnas de algunos.
Dio la primera calada y prosiguió su andar, pasando al lado de ellos, oyendo claramente lo que se decían.
—Vamos, nena… demuéstrame que vales tu peso en oro — sugirió sin pizca de delicadeza el susodicho.
Kôji le clavó su gélida mirada. Fue al oír su voz cuando le reconoció. Desde el primer momento en que había visto a aquel tipo, le irritaba. Era el vocalista de los Shocking Waves, un grupo de rock que amenizaba las noches de viernes y sábados en el Père-Lachaise. Aquel sujeto le parecía una aberración para la música; trataba de compensar con un intento de provocadora puesta en escena su carencia de estilo propio. Cantaba mezclado las técnicas de estrellas conocidas, y desentonaba con respecto a los demás integrantes de la banda. Cuando les escuchaba pasivamente mientras trabajaba, el desprecio visceral que le inspiraba se hacía palpable en su indiferencia.
Por su parte, el cantante inglés se quedó de piedra por el cruce de miradas, quedando éstas suspensas unos segundos, los necesarios para que Kôji pasara de largo ante la singular y esporádica pareja.
Pese a los efectos del alcohol, él también reconoció al autor del efusivo saludo. Le había visto la semana pasada mientras terminaba de cantar el último tema de la noche. Los congregados en el bar aplaudían, algunos con mayor entusiasmo que otros, y en medio de la multitud, como iluminado con un foco en exclusiva, estaba esa persona, mirándole con una inexpresividad que daba auténtico miedo. Entre la confusión creada por la euforia del recital, el calor de las luces y el público, no supo distinguir si era una tía demasiado alta, o un tío con facciones de escándalo.
Sin embargo, al verle pasar a su lado como si no existiese o fuese una estatua de cartón, confirmó que se trataba de un hombre. Desbordado por los efectos etílicos, su primera intención fue la de ir detrás de él y exigir a golpe de puño una disculpa, mas la sirena que había caído en sus redes no esperaría demasiado antes de acudir a otro marinero si no obtenía lo que buscaba.
Le siguió con la mirada mientras éste se perdía en la oscura lejanía, pasándole un brazo por encima a la prostituta.
- 2 -
El ambiente de alegría era general en el humilde vestuario para equipos visitantes. Reunidos tras haber festejado con el público la nueva victoria, los integrantes del equipo fueron pasando por las duchas en turnos correspondientes. Takuto debía marcharse pronto para acudir al trabajo, por lo que siempre era el primero en meterse bajo el agua.
La brillante y eterna sonrisa de su rostro parecía haber sido esculpida. No era para menos, había sido su mejor noche en campos ingleses.
—¡Eres increíble, Taku! ¡Tendremos que matarnos a entrenar para que no vuelvas a dejarnos en evidencia! —exclamó Bob, uno de los defensas.
Estaban encantados con Izumi. Era enérgico, les contagiaba su inagotable vitalidad, les daba consejos y siempre estaba dispuesto a ayudar a quien se lo pidiese si denotaba esfuerzo por su parte.
Al ser la gran mayoría de los jugadores emigrantes o hijos de los mismos, se había conformado una especie de camaradería, y los más jóvenes querían invitarle a uno de sus actos de hermanamiento fuera de los terrenos de juego. Bryan se sentó en el banquillo a su lado mientras se quitaba las botas de tacos plateados, y otro de los centrocampistas le comunicaba las intenciones generales.
—Oye, vamos a salir a tomar algo por ahí. Nos gustaría mucho que vinieses. ¡Anímate, lo pasaremos bien!
Takuto sonrió.
—Lo siento, pero esta noche trabajo. A no ser que queráis esperar hasta la una de la mañana en el bar donde hago de camarero y pasar un rato allí todos juntos… —propuso.
No le gustaba demasiado eso de salir de marcha, pero se llevaba muy bien con los del equipo, y le apetecía estar con ellos en calidad ya no de compañeros, sino de amigos. Formaban un grupo variopinto y heterogéneo de lo más particular.
—¡Genial! Así de paso te enseñamos a ligar al estilo inglés —respondió el otro, guiñándole un ojo.
Bryan se quedó pensativo.
—¿Pero tú no vivías con alguien? No nos has contado nada.
Otro de los más jóvenes del equipo se unió a la conversación mientras se secaba el pelo.
—Eso es que no quiere presentarnos a su chica porque teme que se la robemos… ¡O que es muy precoz y ya está casado!
Todos rieron. Izumi trató de mantener la sonrisa, pero ésta se difuminó lentamente. Se encontraba bien entre ellos, habían supuesto una válvula de escape para su temor a regresar a los terrenos de juego en precarias condiciones, cosa que no había ocurrido afortunadamente, y un complemento ideal en aquella nueva etapa que estaba afrontando. Si les revelaba la verdad de su vida sentimental, quizás heriría de muerte la incipiente amistad que había surgido.
Pero por otro lado, tras muchos años de duda y de altibajos, ahora se sentía a gusto consigo mismo. Sabía quién era, lo que deseaba, por lo que luchaba, y a quién quería. Si los demás no le aceptaban sin tapujos, quizás no mereciera la pena hacer mayores esfuerzos por su parte para estrechar lazos.
Y no debía olvidar que ya no estaba en Japón. Quería creer que la mentalidad europea sería algo más benévola en ese aspecto.
—No, no estoy casado —dijo con tranquilidad—. Vivo con mi novio.
Se formó un súbito silencio, roto por el propio Izumi al terminar de atarse los zapatos. La declaración les tomó por sorpresa, mas no tardó Bryan en disipar el instante de incredulidad.
—Pues le dices que se venga también, y así le conocemos. ¡Al fin el tipo misterioso se va despojando de su velo! —bromeó.
Lo cierto era que Takuto era más bien reservado en lo correspondiente a su vida privada por motivos de peso, razones que sus compañeros no debían conocer por propia seguridad, al menos por el momento.
—¿A la una entonces? ¿Dónde trabajabas, en el pub nuevo de Odeon Street? —replicó el otro.
—Sí. Esperadme dentro.
Izumi terminó de vestirse, aliviado. No le habían rechazado, ni mucho menos, aunque algunos tal vez tardarían un pequeño intervalo de tiempo en asimilarlo. Se echó la bolsa de deportes a la espalda, despidiéndose. A punto ya de salir, el otro jugador que igualmente había marcado esa noche le habló en tono confidente.
—No te preocupes… yo también soy gay.
Se calló. Iba a responderle que él no era homosexual, pues realmente le gustaban las mujeres, pero que llevaba muchos años con Kôji, el cual tampoco lo era, aunque se había enamorado de él pese a ser un hombre y…
Sonrió para sus adentros. Le resultaba confusa hasta a él mismo la explicación. Así que se limitó a asentir con otra sonrisa para marcharse sin más.
Ya le daba igual no haber salido nunca con una chica en serio, o no haberse acostado por voluntad propia con una mujer, o no sentir atracción alguna por miembros de su mismo sexo que no fuesen su pareja.
La opinión externa no le importaba en absoluto, porque él era feliz. A su manera.
- 3 -
Père-Lachaise estaba a reventar, y el intenso rumor de las almas congregadas se sumaba al estruendo rítmico de la música. El único lugar donde no había que gritar para hacerse entender era el almacén de la trastienda, donde cientos de botellas aguardaban a ser estrenadas.
Kôji estaba bajando una caja de licores de importación de la estantería. Pocos metros a la izquierda, escuchaba la acalorada discusión de los miembros de Shocking Waves. El pub disponía de un pequeño escenario para conciertos, y el improvisado backstage estaba conectado por una puerta de bisagras con el sitio donde se encontraba.
Sentía que el pecho le ardía al oírles. La inquietud que llevaba arrastrando varias semanas no había desaparecido, alcanzando su cenit justo en aquel preciso momento. Llevó a cabo lo que siempre hacía en situaciones como aquella: confiar en su instinto y capacidad para la improvisación.
Al fin la puerta de las taquillas se abrió, y Takuto hizo aparición ajustándose a toda prisa la camisa negra del uniforme. La serenidad de su rostro y el brillo de sus ojos le confirmaron que, efectivamente, habían ganado.
—¿Cuatro a uno? —preguntó Kôji, tratando de adivinar el marcador final.
—No. Cinco a uno, marqué dos más.
En la intimidad conformada por toneladas de vidrio y bebidas de toda clase, se abrazaron con fuerza. Apuraron hasta el último segundo en un apasionado beso, antes de recobrar la compostura.
—Mis compañeros me han invitado a tomar algo después. Les he dicho que viniesen aquí, y que nos reuniremos con ellos cuando acabemos el turno. Quieren conocerte.
Kôji le miró, entre sorprendido y asertivo.
—¿Les has hablado de nosotros?
Takuto se encogió de hombros, sonriendo.
—Creía que se había acabado esconderse de todo el mundo. ¿No te parece bien que lo haya hecho?
—No, no es eso. Si antes lo ocultaba era por los medios. Ahora el que no desee ver que te quiero se puede ir a besarle el culo a la Reina.
Izumi rió.
—Pero modera el lenguaje, que los vas a espantar con tu "sociabilidad".
Respiró hondamente, preparándose para entrar en el mogollón y comenzar a servir copas a diestro y siniestro durante las próximas cuatro horas.
—Allá voy. Deséame suerte y paciencia.
Kôji le abrazó por la cintura de espaldas, cerrando los ojos, resistiéndose a dejarle marchar hacia el deber. Antes de hacerlo, le formuló una pregunta. Necesitaba oír la respuesta, aunque ya la conociera.
—¿Tú crees en mí, verdad?
Izumi se giró. Conocía esa expresión en Kôji: la adoptaba cuando llevaba mucho tiempo maquinando algún proyecto en su interior y necesitaba un empujón por su parte para acabar de decidirse.
En el pasado nunca le había preguntado qué pasaba por su cabeza, prefería sucumbir a lo inesperado. Normalmente, dichas sorpresas eran causadas por derroches de creatividad ó situaciones límite.
Le gustaba ver arder en el fondo de sus ojos una llama de determinación. Sabía que le estaba pidiendo aprobación para dar un paso adelante en un terreno incierto, y él se la daría, sin dudarlo.
—Claro que creo en ti, imbécil. No sé qué te traes entre manos, pero haz lo que tengas que hacer, yo siempre estaré a tu lado apoyándote.
Kôji le besó nuevamente y le soltó. Izumi desapareció del almacén para situarse en la barra y, tras saludar escuetamente el resto del personal, comenzó a atender peticiones.
Por su parte, él volvió a prestar atención a la discusión acontecida en la habitación de al lado.
Brett, guitarrista y cabecilla del quinteto musical, estaba furioso. Debían haber salido al escenario hacía diez minutos y Gary, el vocalista, no se había dignado a aparecer.
—¡Joder! ¡Es la última que le paso! —gritó, lanzando con rabia una púa contra el suelo.
Sus ojos, de un verde pálido, contrastaban con lo negro de su melena corta despuntada y el enorme piercing en forma de pincho que sobresalía del labio inferior.
Liam, teclista, intentaba calmarle. Ambos habían formado Shocking Waves hacía dos años junto con Gary, tratando de alcanzar el sueño de convertirse en profesionales. Sin embargo, la utopía quedaría aún mucho más lejana si por culpa de éste no podían comparecer ante el público y les rompían el contrato. Habían firmado por tres actuaciones más, y contaban con aquel dinero para pagar el local de ensayo lo que restaba de mes.
Liam colocó su larga y lacia melena teñida de violeta. Era el gurú del grupo, el que aportaba soluciones en momentos de tensión. Sin embargo, él también comenzaba a estar bastante harto de sus continuos escarceos.
—¿Y si cantas tú y yo te hago los coros?
—Tendríamos que bajar varios tonos la música y no lo hemos ensayado —expuso Chris, el bajista—. No contéis conmigo, aún me queda un poco de amor propio, no pienso hacer el ridículo.
Brett subió los escalones hacia la tarima y asomó la cabeza por el telón. El bar estaba repleto. Sabía que a muchos de los presentes les era indiferente si actuaban o no, mas el salir al escenario era cuestión de supervivencia. Vivía para la música, cuanto se hacía uno con su guitarra el mundo cobraba otra perspectiva. Parecía flotar en una dimensión etérea de luces de colores, amplificadores y la indescriptible magia del directo.
No quería renunciar a la utopía tan pronto. De no tocar esa noche todo se vendría abajo, y la disolución tanto de la banda como de sus aspiraciones era más que probable.
—Deberíais darle las gracias a ese inútil por haberos dejado en la estocada —dijo alguien que hasta el momento había permanecido inadvertido para los cuatro músicos.
—¿Y tú quién coño eres? —chilló Dave, el batería, a punto de buscarle un mejor uso a sus baquetas.
Todos se giraron. Tras ellos, apoyado en la pared contigua a la puerta y con un cigarro que era fumado sensualmente, había un chico con el uniforme de camarero del pub. Llevaba el cabello largo y suelto sobre los hombros; sus rasgos, finos y andróginos, quedaban incluso más resaltados por su considerable estatura y la profundidad de su voz, de acento incatalogable.
Kôji aspiró una calada, acercándose hasta el guitarrista. El grupo en general le parecía mediocre. Se les veía ganas, pero distaban mucho de tener el nivel de músicos profesionales. Sin embargo, Brett había llamado su atención tanto como el panoli de su cantante. Se movía en el escenario con seguridad, arrancando de las seis cuerdas y el pedal de su Stratocaster sonidos lanzados del alma, desligados de la vacía técnica perfecta de muchos, valiéndose de la improvisación hecha con el corazón.
El líder del ahora cuarteto le encaró. Bastante mala noche tenía por delante como para tener a un fisgón dándole consejos que no quería escuchar. Kôji soltó una bocanada de humo, elevando el mentón sin quitarle los ojos de encima. Al fin, contestó a la pregunta del batería.
—Soy el que os va a sacar del apuro esta noche.
Liam se deshizo en carcajadas histéricas. Quería pellizcarse, a ver si estaba teniendo una pesadilla o era una broma.
—¡Gracias, Salvador, pero mejor ve a servirme un Gintonic! Tendrá huevos el tío, quién se habrá creído que es —refunfuñó, escupiendo sin piedad las palabras.
Los restantes componentes iban a hacer lo mismo, pero Brett no lo permitió. Podía ver el magnetismo que irradiaba el desconocido. Tenía un aura que pocas personas poseían. Su instinto nunca le había fallado y, al verle, había tenido una corazonada. Algo le dijo que se hallaba ante una persona que no era corriente. Además, no tenía nada que perder. La actuación sería un desastre sin cantante, al menos con uno improvisado tal vez podrían apañárselas y camuflar las carencias.
—¿Lo dices en serio?
Kôji asintió. La música siempre había sido su particular vehículo de expresión; sin embargo, la había empleado con fines egoístas para hacer llegar un mensaje a la persona que buscaba. Una vez con Takuto en su vida, seguía cantándole, diciéndole con versos cosas que quizás de otra manera no era capaz. Crear e interpretar no eran más que otros de los muchos talentos en los que era especialmente hábil, y a los que no dedicaba demasiada atención.
Pero algo había cambiado en las noches que pasó en prisión. Su mente componía melodías sin necesidad de valerse de instrumento alguno, y de su pecho nacían rimas y versos, historias que contar, letras que no querían morir en silencio.
Takuto tenía en el fútbol el motor que movía su maquinaria, aportando su parte al ser que ambos formaban cuando estaban juntos. Él llevaba todo aquel tiempo en Londres buscando su propio motor con el que llenar ese nuevo vacío surgido.
Algo en lo que él fuera especial, algo que le llevase a dar lo mejor de sí mismo en aras de ofrecerle a Izumi todo cuanto era, sin trabas, sin barreras. Indagar en aquello que le llamaba y esperaba ser nuevamente descubierto y disfrutado.
Ya no había presiones de la discográfica, ni deudas que saldar con copias de cd's, ni miles de fans que no sabían apreciar la totalidad del complejo universo de sus composiciones…
En cuanto oyó a esos músicos pujar desesperados por encontrar una solución al callejón sin salida en el que se encontraban, lo supo.
Quería cantar.
—¿Qué repertorio tenéis preparado?
Chris buscó la mirada de Dave, alucinando.
—¿Y de qué serviría decirte qué vamos a tocar?
—Llevo escuchando vuestras canciones tres semanas desde que trabajo aquí. Las conozco a la perfección, y ya que no hay tiempo de arreglarlas, me adaptaré —replicó Kôji.
Liam se llevó las manos a la frente, concienciándose para lo inevitable.
—Será mejor que programe el teclado —dijo, yendo a lo suyo.
Brett tomo las riendas formales. No tenían tiempo que perder, o el dueño del antro empezaría a exigir cuentas.
—Reduciremos el repertorio a cuatro temas por las circunstancias. "Femme fatal", "Afrodisíaca", "Irrealidad" y una versión de "Friday, I'm in love" de los Cure. Tendrías que tocar la acústica en esa última. ¿Te las apañarás?
Kôji apagó el cigarro con la suela de su zapato.
—No sabes con quién estás hablando… —le dijo, preparándose para entrar a escena.
—Ni puñetera idea… —rezongó Dave por lo bajo, mientras tomaban los instrumentos a toda prisa.
El público, reunido en pequeños grupos de amigos en torno a sus cervezas y tertulias particulares, se fundió en un murmullo al ser cortada tajantemente la música de ambiente. Algunos se quejaron, otros siguieron hablando y riendo, mientras que los restantes miraron hacia el escenario donde los componentes del grupo terminaban de ajustar el lío de cables y distribución en tan estrecha superficie.
—¡Buenas noches! Somos Shocking Waves, gracias por haber venido a escucharnos. Esta noche tenemos algunas novedades, esperamos que os gusten —anunció Brett, obteniendo unos escuetos aplausos a cambio.
Takuto seguía sirviendo en su zona; se había acostumbrado al ritmo frenético de trabajo y apenas prestaba atención a lo que ocurría más allá de los metros de barra que le correspondían. Sin embargo, pudo ver a sus amigos del equipo situados en una de las esquinas, saludándole. Sonrió y correspondió alzando la mano, para centrarse de nuevo en sus menesteres.
La potente combinación de batería, el impetuoso bajo y el brillante punteo de guitarra eléctrica surgieron, dando un taponazo acústico que se adueñó del bar. Para cuando el teclado entró en acción, gritaba a pleno pulmón a pocos centímetros de la chica a la que atendía.
—¿Perdona, cómo dices?
—¡Dame tres! —gritó ella.
Izumi iba a volver a inquirir que hablara más alto cuando se quedó de piedra. Ese grupo había tocado varias veces en el local, pero algo no encajaba… no era la música, tan intensa como siempre.
Era la voz. Potente, llena de matices, capaz de abarcar desde los tonos más sombríos y graves a los más dulces y melódicos. Una voz que aunque ahora se expresara en inglés ante una limitada audiencia, le había cantado sólo a él ante cuarenta mil personas.
Sin dar crédito se giró hacia el escenario, viendo cómo Kôji hacía suyo el micrófono, dejando perplejos a los presentes con su imponente presencia, su convicción y saber estar bajo los focos.
Vampiresa grotesca, muñeca de porcelana,
tus ojos de gata esconden secretos
que quiero conocer.
La sangre de tus labios, el negro de tus ojos,
me atrapan en una red deseo,
me aíslan en tu temeridad.
Femme Fatale, heroína de cuento,
princesa de película sin luz ni color,
absorbe mi alma, llévame al infierno
del cielo que se oculta en tu interior.
Bastaron pocos minutos para que la evidencia fuese contundente. No sólo Takuto junto al resto de los presentes lo percibieron, sino lo que era más importante, lo sintieron aquellos que se encontraban sobre el escenario: era cierto que debido a la primera y fortuita toma de contacto había mucho que pulir, pero el rock sólido con toques de gótico que Shocking Waves tocaban parecía haber sido creado específicamente para las cuerdas vocales de Kôji.
Mucho distaban sus primeras canciones adolescentes de la música que aguardaba en su interior a cobrar forma: él veía percusión pesada, teclados barrocos y guitarras lustrosas, oscuras, protagonistas.
Por el contrario, el grupo había estado buscando desde su formación lo que en tan breves instantes ese desconocido les estaba otorgando: la forma en la que manaba la melodía de su garganta, cómo se movía y su belleza surrealista no dejaba indiferente a nadie. Los presentes parecían hipnotizados, y hasta los más escépticos acabaron por entregarse al ceremonial de la actuación.
Entre los cinco existía algo que no podía lograrse con horas de ensayo y perfeccionamiento. Era precisamente lo que Kôji tanto había echado de menos en los brillantes músicos de estudio y directo que había tenido en el pasado: la química.
Sus estilos parecían adaptarse sobre la marcha, sin pisarse, acompañándose los unos a los otros. Liam y Brett se miraron pletóricos. Tras tanto tiempo persiguiendo el sonido ansiado, lo estaban creando.
Takuto, con los labios entreabiertos, seguía mirándole y escuchándole, hasta que sintió que la chica le tiraba de la manga de la camisa.
—¡Oye, que te he dicho tres birras!
—Oh, sí, perdona.
Obligándose a salir del ensimismamiento las sirvió, mas no podía dejar de atender a Kôji. Debía reconocer que no había hecho todo el caso que debiera a su música. Serika le grababa continuamente sus cd's en el pasado para que los escuchara, y ya convertido en su eterno acompañante tenía el privilegio de ser el primer oyente de sus composiciones. Sin embargo, la única vez en que había acudido a verle actuar, el desgraciado incidente ocurrido con la novia de Kunihide no le permitió disfrutar ni de un solo tema.
Pudo captar que Kôji se transformaba sobre el escenario. Para los demás mutaba en un ser divino e inalcanzable.
Para él, era Kôji en su más pura esencia: salvaje, altivo, evocador, beato, blasfemo, jugando a ser Dios en un Olimpo de neón y escenografía, repitiéndole en escalas musicales su eterno conjuro.
Con el corazón latiendo desbocado, Izumi siguió trabajando, comprendiendo por qué le había preguntado si tenía fe en él.
Las canciones de Shocking Waves se sucedieron unas a otras, siendo aclamadas por una pequeña multitud que no estaba acostumbrada a tanta calidad en lugares como aquél. El hasta ahora inédito intérprete se colocó la guitarra acústica y, dejando el micrófono sobre su base a la altura correspondiente, procedió a introducir el prefacio.
—A cambio del favor, me tomaré la libertad de dedicar nuestra última canción de la noche —proclamó Kôji, en referencia tanto a sus compañeros de escenario como a la audiencia.
Su mirada, gélida y ausente, cobró vida, llenándose de ese calor que únicamente la persona a la que iba dirigida podía crear. Takuto la sostuvo cuando le sonrió, confirmando con un mensaje que sólo ellos dos podían comprender que la dedicatoria iba hacia él.
—Abre tus alas, elévame contigo, volemos donde nadie pueda volver a derribarnos.
Antes de que pudiera obtener cualquier tipo de respuesta general, los primeros acordes del tema versioneado surgieron de los instrumentos, incluida la guitarra acústica que Kôji portaba. La precisión con la que podía ejercitar su brazo artificial le permitía marcar acordes sencillos, justos los que conformaban aquella canción que tanto le gustaba. Como una vez le había dicho a Izumi, él sólo escuchaba a los grandes. Y The Cure, clásicos entre los clásicos del rock inglés, lo eran.
Su voz se tornó dulce y serena para volver a cantarle a él, tomando las palabras de otro, en un paréntesis necesario hasta poder hacerlo con su propia lírica.
6Me da lo mismo si el lunes está despejado,
o el martes es gris, al igual que el miércoles.
El jueves me da igual lo que penséis,
porque es viernes, y estoy enamorado.
El lunes puedes darte por vencido,
el martes y el miércoles romperme el corazón,
y aunque el jueves aún ni haya empezado,
es viernes, estoy enamorado.
El público coreaba entusiasmado, muchos de los presentes imitaban el look del vocalista del famoso grupo británico. Entre la masa, un recién llegado se ahogaba en furia. Gary contemplaba atónito cómo el tipo que le había atravesado con la mirada horas antes le había robado su puesto, haciendo una interpretación memorable. No demasiado lejos, los miembros del equipo de fútbol del norte de Belsize berreaban entre ellos el consabido estribillo.
El sábado puede esperar,
el domingo siempre tarda en llegar,
pero el viernes siempre es bien recibido.
No me importa si el lunes se presenta negro,
o el martes y el miércoles amenazan con desmoronarme.
Los jueves nunca miro hacia atrás
porque es viernes, y estoy enamorado.
Brett, Dave, Liam y Chris pusieron todo su talento y alma en aquellas notas, siendo el resultado un hito en sus cortas carreras. El guitarrista tenía algo claro: no podía dejar escapar a ese tipo.
Kôji cantaba entregándose al público, mientras alternaba los sonidos que obtenía de la caja de resonancia con las miradas furtivas a Takuto.
Abro bien los ojos, es maravilloso
verte radiante para la ocasión,
lanzando a lo lejos tu enfado,
sonriendo sin reparos,
gritar y gritar mientras giras sin parar.
No me conformo con poco,
pues no me canso de admirar tu figura
surgida en medio de la noche.
Nunca me cansaré de contemplarte,
nunca lo haré,
porque es viernes, y estoy enamorado.
Soltó la guitarra, dirigiéndose al público y señalándolos a todos cuando hizo referencia a lo que sus labios expresaban.
Me da lo mismo si el lunes está despejado,
o el martes es gris, al igual que el miércoles.
El jueves me da igual lo que penséis,
porque es viernes, y estoy enamorado.
El lunes puedes darte por vencido,
el martes y el miércoles romperme el corazón,
y aunque el jueves aún ni haya empezado,
es viernes, estoy enamorado.
Los últimos acordes se sucedieron, y los espectadores sucumbieron a un mar de aplausos y gritos de reconocimiento. Los legítimos Shocking Waves respondieron ilusionados, sin querer despertar de aquel sueño, mientras que Kôji sólo tenía ojos para Izumi, el cual se sumó a los aplausos y sonreía, disimulando que tenía el rostro encendido. Afortunadamente era un secreto entre ellos dos, y nadie podría explicarse por qué mantendría aquella expresión lo que le restaba de jornada laboral.
Una vez en bambalinas, los chicos del grupo se quedaron parcialmente sin saber qué decir.
—Ha sido increíble, tío. ¿Estás en algún grupo? —preguntó Liam.
—No. Hace años que me no subía a un escenario.
Chris iba a añadir algo cuando el dueño del pub entró sin demasiada delicadeza. Se posicionó ante su empleado con una expresión indescifrable en la cara.
—¿Así que te gusta cantar, eh? Tranquilo, tendrás todo el tiempo del mundo para hacerlo. Estás despedido, chaval.
Kôji se quitó la camiseta y se la arrojó a la cara, no llegando a más el asunto por la presencia del grupo y los cabales del dueño, el cual no deseaba producir destrozos en su propio local. Con algo de prisa por cubrirse, ya que no quería que nadie reparara en su brazo ortopédico, el cantante se dispuso a marchase.
—Oye, si no estás con nadie… toma —dijo Brett, escribiendo a toda prisa en un trozo de papel que tenía guardado en la funda de su guitarra—. Es la dirección de nuestro local de ensayo. Me gustaría que te unieses a nosotros.
—¿Y Gary? —preguntó Dave.
—Le di un ultimátum la última vez y nos ha dejado tirados. Ha cavado su propia tumba.
Kôji tomó el papel y se lo guardó en el bolsillo trasero.
—Me lo pensaré.
Su incuestionable porte musical compensó lo hostil de su comportamiento fuera del escenario, y el conjunto de rock se dedicó a comentar entre ellos los asombrosos acontecimientos. Pasarían las horas antes de bajaran de la estratosfera a la que habían sido catapultados con la ayuda del enigmático vocalista.
- 4 -
Abriéndose paso entre la multitud, vio al grupito concentrado en torno a la esquina más inaccesible de todo el local. Tras tantos partidos a los que había asistido les reconocía sin problema alguno. Para cuando estuvo cerca, Bryan le dio un codazo a uno de sus compañeros, susurrándole al oído.
—Mira, el cantante de antes…
Kôji, con sus imponentes ciento noventa centímetros de estatura y la actuación realizada, resultaba difícil de olvidar. Trató de mostrarse cortés. Si aquellos hombres eran importantes para Izumi, no debía espantarlos.
—¿Sois los amigos de Takuto? —preguntó.
Ellos se miraron, medio asombrados.
—S-sí…
El recién llegado les tendió la mano derecha para saludarles.
—Soy Kôji. Él me dijo antes que íbamos a quedar aquí.
Pasaron varios segundos hasta que los futbolistas repararon en su identidad. Más de uno se sorprendió aún más al ser conscientes de las habilidades de la pareja de su compañero de equipo.
Las manos fueron estrechadas una por una, preguntando Bob al final lo que todos se cuestionaban mentalmente.
—¿No tendrías que estar trabajando tú también?
—Ya no —contestó Kôji, prendiendo el último pitillo que le quedaba—. Acaban de echarme. Peor para ellos, atraía a bastante clientela.
Efectivamente, un corrillo de chicas murmuraban acerca de él. Estaba demasiado acostumbrado a las pasiones que levantaba en las féminas como para mostrar un mínimo de interés.
—Enhorabuena por la victoria. Ahora podré ver la final sin tener que irme a mitad del encuentro —comentó.
—¡Gracias! Ha sido un buen partido, pero todo se lo debemos a Takuto, es un gran jugador.
—No —añadió el japonés, ya integrado—. Es el mejor.
Rieron, charlaron y bebieron varias rondas de cerveza, bebida que Kôji empezaba a venerar, hasta que por fin se acabó el turno del máximo goleador del modesto equipo, pese a llevar menos de un mes en sus filas. Izumi, vestido de calle, se les unió con la facilidad añadida de haber mucha menos gente.
—Menuda noche, ha sido de locos… —proclamó mientras se apoyaba en los hombros de Kôji, dejando caer parcialmente el peso de su cuerpo sobre él.
Ambos se miraron. Tenían mucho de lo que hablar, mas sus ojos se dijeron mutuamente que luego lo harían.
—¿Os habéis presentado? —preguntó.
—¡Sí, sí! Kôji ya es un viejo amigo nuestro —exclamaron algunos, ayudados por el alcohol.
Tras pasar un buen rato, Izumi pudo ser finalmente raptado hacia un rincón apartado. Kôji le besó con discreción, no quería que el todavía jefe de Takuto tomara cartas en el asunto por la relación de ambos si les veía.
—Me han despedido —comentó con tristeza.
Lo cierto era que le daba igual, pero era un dinero que realmente necesitaban.
—¿Qué más da? Has estado fantástico, nunca te había visto cantar con tantas ganas —contestó, hablándole al oído para combatir el ruido.
El futbolista le miró intensamente. Le conocía a la perfección.
—Desde el principio tu intención era subirte ahí arriba, ¿verdad? Debí haberme dado cuenta antes.
Obtuvo una sonrisa como respuesta.
—Únete a ese grupo, me gusta la forma en que me miras cuando cantas para mí.
Kôji acarició su rostro. Aquellas palabras constituían las alas a las que antes había hecho mención. Él le elevaría, y ambos alcanzarían cotas desde las que contemplar el mundo en la seguridad de la unión.
—Debes estar cansado. ¿Nos vamos a casa?
Izumi asintió con la cabeza. Demasiadas emociones fuertes acumuladas.
Se acercaron hasta los demás, pero al llegar a la altura de los mismos, alguien tocó a Kôji en el hombro, haciéndole volverse.
—¿Quién… cojones… te crees… que eres…?
Gracias a sus reflejos cultivados en el estudio y práctica del kendo y el kárate, Kôji esquivó el puñetazo, cuya trayectoria apuntaba directamente a su cara.
Los Shocking Waves, quienes tenían la intención de hablar con el que esperaban fuese su nuevo vocalista, corrieron a contener la descomunal ira de Gary, el cual estaba aún más bebido que durante el concierto.
—¡Gary! ¿Qué haces? —preguntó con rabia Dave.
Él, borracho, se soltó, recriminando a su ya ex – banda.
—¡Traidores! ¡Me habéis vendido por este don nadie!
Kôji le clavó de nuevo su gélida mirada de desprecio.
—No soy yo quien se va de putas y deja a sus compañeros tirados antes de una actuación.
El inglés apretó los dientes y se abalanzó sobre él. El puño de Kôji, curtido en demasiadas peleas desde edad muy temprana, impactó de lleno en su rostro, derribándole. Chris y Brett redujeron al caído mientras que Takuto, arropado por los miembros de su equipo, sostuvo al otro implicado.
—¡Ya basta, Kôji! —gritó.
Liam puso fin al encontronazo.
—Esta vez has llegado demasiado lejos, Gary. Nos has defraudado. Él se ofreció a ayudarnos y lo ha hecho mejor que tú. No tiene más explicación —expuso, haciendo gala de su habitual diplomacia.
Uno de los de seguridad se encargó de echarles con toda la amabilidad que era posible reunir en semejante situación.
—Siento todo esto… ¿nos vemos el martes? —preguntó Izumi a sus compañeros, mientras agarraba con fuerza la mano de Kôji para tenerle vigilado.
—Sí, claro. No te preocupes, esto es muy típico de Inglaterra —bromearon.
Así, con más ajetreo del deseado, tanto los nipones como el cuartero lograron llegar a la calle. Tras meter a Gary en un taxi con dirección a su apartamento, los músicos volvieron a insistir.
—Vente el lunes. Seguro que podemos hacer cosas interesantes — prácticamente rogó Brett.
Kôji no añadió nada, limitándose a lanzar una misteriosa sonrisa al vacío. Takuto miró a los chicos con expresión inocente, como si no pudiese hacer mucho más por ellos. Tomados por la cintura, se marcharon rumbo al ático donde vivían por cortesía de las indicaciones del doctor Foster.
—Eres un pandillero, busca pleitos, engreído y con aires de superioridad —criticó Izumi para hacerle rabiar.
—Pero a ti te gusta que sea todo eso —replicó.
Más animados que nunca, consumaron el regreso a casa. Con nuevas ambiciones, nuevas personas, nuevos proyectos…
Nuevas perspectivas de un futuro que compartir.
6- El tema "Friday, I'm in love" pertenece al grupo The Cure; he adaptado la letra, compuesta por su vocalista Robert Smith. No es una traducción literal de la original.
