- Capítulo 10: Revelación -

Liam terminó su turno como dependiente en la tienda de discos más famosa de Londres, la Tower Records de Picadilly Circus. Como todos los que trabajan allí, estaba especializado en su sección, dedicada al New Age. Deseaba marcharse, y aunque se sentía algo cansado por el ajetreo de la mañana, bajó a la planta inferior. Había recordado que un buen colega suyo, el encargado de los discos de importación, le debía un cd de sus anteriores trapicheos.

Se había levantado con ganas de llevarse a casa algo exótico, y dado que era incapaz de contener sus impulsos artísticos, por así llamarlos, la visita fue realizada.

—¡Hey, cuánto tiempo!

El teclista de Shocking Waves respondió, apoyándose en el mostrador.

—¿Tienes mercancía? Voy a llevarme algo, apúntamelo a la cuenta —le dijo, guiñándole un ojo.

—Sírvete tú mismo.

Liam se zambulló en los estantes. El mercado extranjero no europeo ni americano todavía era territorio virgen e inexplorado. Allí había cd's de Taiwan, de la India, de Corea… La mayoría eran ediciones japonesas con temas extra de famosas bandas británicas o norteamericanas, pero no era eso lo que buscaba.

Se topó con uno interesante, parecía una banda de grunge china o similar. Iba a decantarse por ese cuando de refilón vio un disco que llamó poderosamente su atención. Entrecerró los ojos mientras lo tomaba en la mano y observaba de cerca la portada, no dando crédito.

—La madre que le… —exclamó para sí mismo, sin llegar a completar la expresión.

Buscó el nombre del intérprete, pero estaba todo escrito en japonés menos el título del disco, el cual pronunció con algo de torpeza.

Katsuai.

Aún sin aliento por lo descubierto, le pidió a su compañero que se lo dejara escuchar en el reproductor que tenían por dentro del mostrador. Una vez con los cascos sobre los oídos, y tras unos primeros segundos de coros eclesiásticos distorsionados, la inconfundible voz le sacó de dudas.

—¿Sabes quién es el cantante?

El chico miró la portada por encima, volviendo a su tarea de clasificar por orden de categorías los últimos cd's que había recibido.

—Es Kôji Nanjo, un teen idol de esos. Por lo visto allá en Japón tenía millones de fans. Debe haber más discos suyos por ahí —comentó, señalando estantes—. La verdad es que para ser un cantante de masas tiene canciones muy buenas, es una lástima que no haya sacado nada más.

—¿De cuándo es este cd? —volvió a inquirir.

—Ni idea, puede que del noventa y siete o por ahí. ¿Te lo vas a llevar?

Liam sacó el compacto de la máquina.

—Sí. Gracias, nos vemos mañana.

Y tras despedirse, salió a toda velocidad de su centro de trabajo. Estaba estupefacto y medio cabreado. Aquella noche en el local de ensayo iban a tener una conversación de lo más entretenida con el vocalista del grupo.

- 2 -

—¡Ya estoy en casa!

Takuto cerró la puerta, esperando ser recibido como cada día. Sin embargo, no obtuvo respuesta. Miró extrañado hacia la cocina, encontrándose a un Kôji vestido con su habitual traje de combate en aquella guerra emprendida contra los libros. Lo único que restaba informalidad a su desaliñado aspecto eran las gafas y su expresión ausente, completamente sumido en los textos.

Se acercó hasta la mesa, agachándose para apoyar los brazos flexionados sobre la superficie y mirarle de cerca. Sabía que cuando se concentraba en algo podía estallar la bomba atómica a pocos metros, que él no se percataría.

—¿Interesante la historia de Inglaterra? —preguntó.

Kôji se sobresaltó al verle a su lado. Llevaba toda la mañana ultimando los pormenores de la Batalla de los Cien Años, dentro de poco tendría un examen en el que podía liberar temario y no le apetecía jugarse todas las cartas a finales del mes de mayo.

—No te oí llegar —respondió, depositando un beso en sus labios.

Se estiró sobre la silla, harto de tanto estudiar.

—Sí, apasionante… —rezongó mientras se levantaba—. Qué raros son en este país, les viene de mucho tiempo atrás.

Se habían establecido una rutina que cumplían más o menos a rajatabla. Las mañanas las dedicaban al trabajo y el estudio respectivamente, mientras que varias noches a la semana asistían a entrenamientos y ensayos. La primavera estaba a punto de llegar y, tras mucho insistir por parte de Izumi, Kôji finalmente se decidió a visitar a los Waves en su modesto local de ensayo.

De eso había pasado cosa de mes y medio, y aunque no le disgustaba estar con ellos, sentía que debía pujar por algo más. Había llegado el momento de que los chicos comprobasen que si había aceptado unirse a la formación, era porque iba bien en serio.

Mientras despejaba la mesa y la preparaba para comer, recordó que tenía algo con lo que alegrar a Izumi.

—Toma, esto es para ti. Ha llegado hace unas horas —dijo mientras le tendía una carta.

Takuto la tomó, sonriendo al comprobar por el remitente y el matasellos su procedencia. La abrió entusiasmado mientras Kôji se situaba por detrás para leer por encima de su hombro. Entre las hojas escritas con sencillos kanjis había una fotografía de Serika y Yugo en el jardín de su casa. Los dos parecían contentos, y podía apreciarse el estirón que el menor de los Izumi había dado desde que abandonaran la capital nipona.

—Mi hermano ha ganado con su equipo de baloncesto el campeonato del Instituto. Tiene a quién salir —proclamó orgulloso, pinchando la fotografía sobre la superficie de la nevera con un imán.

—¿Qué más dicen? —preguntó mientras servía la comida.

—No demasiado: que el negocio va bien, que a Serika le han aceptado en una biblioteca para trabajar por las tardes… ah, y te mandan recuerdos. Deberíamos enviarles una foto nuestra a cambio, lástima que no tengamos cámara —comentó, fastidiado.

—Puedo pedírsela a Dave, se pasa el día sacando fotografías. Está loco.

Takuto asintió. Mientras comían, le miraba pensativo.

—¿Sabes qué? Me alegra que te lleves bien con los de la banda, ya era hora de que tuvieses amigos. Desde que te conozco sólo te has relacionado a largo plazo conmigo o con Shibuya, necesitas un cambio de aires.

Kôji elevó una ceja, pues no se esperaba el comentario.

—¿A qué te refieres?

—Pues que con los músicos que tenías antes no es que congeniaras demasiado. Creo que yo hacía mejores migas con ellos que tú mismo.

—Eso es porque les preparabas el almuerzo. Además, para qué más personas si te tengo a ti…

Izumi suspiró.

—¿Ves? Eso es lo que quiero decir. No soy el más adecuado para afirmar que deberías confiar un poco más en la gente, pero no está de más que te dejes arropar. Me encanta que los de mi equipo te hayan metido entre nosotros, pero sigue siendo un grupo de amigos que yo he comenzado.

Kôji le prestaba atención entre bocado y bocado. Sabía a lo que se refería, pero disfrutaba con la pose de maestro desesperado que adoptaba Takuto cuando trataba de explicarle algo, por lo que quiso mantenerla un poco más.

—¿Estás pidiéndome que pase más tiempo con otros en lugar de contigo?

El futbolista cogió un guisante con el tenedor y se lo lanzó ipso facto.

—No… sólo digo que te muestres más sociable. Yo ya estoy inmunizado, pero hay veces en que das miedo.

—Al menos no reniegas de mis encantos —contestó, contraatacando con carga doble de la misma munición.

Izumi trató de disimular la expresión traviesa que su rostro quería adoptar. Tenía el espíritu competitivo tan a flor de piel que hasta en un simple combate de cucharas pujaría por la victoria.

—El que pierda recoge la cocina.

—Trato hecho.

Sorteando platos y legumbres voladoras, se aplicaron en aquel particular enfrentamiento, disfrutando de cada segundo que podían compartir el uno con el otro sin demás interrupciones externas.

- 3 -

El local donde Shocking Waves pasaban horas y horas creando y arreglando nuevas composiciones se situaba por los alrededores de Portobello, una de las zonas más bohemias y concurridas de la capital por su archiconocido mercado.

Acompañados de latas de cerveza y humo de tabaco, los miembros reunidos aguardaban a que Liam llegase cargando con su monumental teclado de última generación, la inversión de toda una vida de currante materializada en cientos de sonidos y sintetizadores.

Chris miró su reloj de muñeca por cuarta vez en el preciso momento en el que al fin pasaron a ser cinco. Como todos esperaban, ahí estaba el pintoresco teclista de melena violácea, portando la funda del instrumento y su cara de póker.

Depositó el aparato en una esquina, dejando bruscamente sobre la mesa justo delante de Kôji lo que parecía ser un cd. Éste hizo como si la cosa no fuera con él mientras fumaba una marca de cigarrillos local.

—¿Nos puedes explicar qué demonios es esto? —exigió Liam, en referencia al disco que había adquirido a su salida del trabajo.

Brett lo cogió y, tras mirar la portada, exclamó en tono sorpresivo lo mismo que su compañero de fatigas había pensado nada más verlo.

—¡Pero si eres tú!

Los restantes pelearon por tener el siguiente turno para comprobarlo, a la par que el guitarrista se cruzaba de brazos y miraba al asiático.

Por la experiencia que había acumulado en los circuitos underground del rock londinense, sabía que Kôji tenía demasiada garra en el escenario para ser un mero aficionado. Había pasado más de un mes desde que éste ensayara por primera vez con ellos y, sin embargo, apenas sabían nada de él. El hallazgo de Liam resultaba bastante doloroso, puesto que denotaba una total falta de confianza del vocalista con respecto a los demás.

—¿Quién eres en realidad? —le preguntó, sin acritud alguna.

Kôji esbozó una sonrisa siniestra mientras recordaba la conversación de aquella tarde con Izumi en el piso. Si existían probabilidades remotas de llegar a considerar a aquellos cuatro músicos como sus amigos, esa era la prueba de fuego. Dio una profunda calada al cigarro, y se pronunció con su voz matizada por un macabro estado de advertencia.

—¿De verdad queréis saberlo?

—Sí.

Apagó el cigarrillo en su lata de cerveza ya vacía.

—Os lo contaré. Y cuando lo haya hecho, os habré metido en la boca del lobo.

- 4 -

Todos en el vestuario esperaban impacientes a que Takuto llegara. Llevaban una semana planeando lo que iban a hacer, y haberse puesto de acuerdo había constituido una auténtica odisea.

Scott, el portero y cabecilla del equipo, sonrió satisfecho cuando el joven hizo acto de presencia. Éste se sorprendió gratamente al comprobar que la totalidad de sus compañeros estaban reunidos, pese a llegar él antes de tiempo como era costumbre.

—¡Menos mal que ya estás aquí, vamos a jugar un partido de entrenamiento con los de Leicester!

El delantero por excelencia recibió con entusiasmo la noticia, aquella noche tenía auténticas ganas de volver a medirse contra once rivales.

—Entonces no hay tiempo que perder, calentemos y preparemos una estrategia —propuso.

Su espíritu de sacrificio y la capacidad innata para motivarles fue el detonante que acabó por decidir al guardameta. Lo había comentado entre sus compañeros más veteranos, y unánimemente habían dado el visto bueno. Situado en uno de los extremos, Bryan le miró haciendo un gesto afirmativo, poniendo en marcha lo acordado.

—Espera… antes de que salgamos, quería comunicarte algo en nombre de del equipo.

El mayor de los integrantes comenzó su alegato, mientras los demás iban tomando posición alrededor.

—Por los esfuerzos que has hecho desde que llegaste, tu entrega, tu nobleza y cómo nos haces querer superarnos día a día, hemos creído conveniente que seas tú el que ejerza la capitanía.

Tomó la banda roja que llevaba en el brazo, la cual le había identificado como tal hasta ese momento, y se la tendió a su relevo.

—Nada me haría sentir más orgulloso que la aceptases.

Takuto tomó aire. Portar el brazalete de capitán implicaba un deber moral para con los demás. Daba igual ser el estandarte de un equipo amateur que el de la selección alemana, el sentimiento debía ser el mismo. Al tomar en su mano el trozo de elástica tela asumió dicha responsabilidad. No dejaría que la confianza que habían depositado en él fuese en vano.

—Dejaré alto tu nombre, Scott, y os conduciré a la victoria.

Todos aplaudieron con júbilo, y él tuvo que realizar tremendos esfuerzos por no sonrojarse. Cuando creyó que el trámite había concluido, la voz de su compañero de trabajo le indicó lo contrario.

—¡Aún hay más! —proclamó—. No sería lógico que nuestro capitán fuese un número anónimo…

Al ser el único nuevo de la plantilla aquel año, era el único que no llevaba el correspondiente dígito de identificación y su pseudónimo. No le había prestado demasiada atención al detalle debido a lo costoso que resultaba serigrafiar el tejido. Sin embargo, cuando Bryan expuso la camiseta que le habían preparado, se sintió realmente emocionado por el detalle.

Habían hecho una colecta, regalándole una nueva con el número siete y su apellido, el nombre de guerra a los que los contrarios tanto temían: Izumi.

—Yo… no sé qué decir… —murmuró Takuto.

Había sufrido tanto postrado en aquella silla de ruedas, esforzándose hasta el límite en frías máquinas de rehabilitación, perdiendo la esperanza de volver al césped, añorando noche tras noche el calor de la camaradería, de las dulces victorias, las amargas derrotas…

Sus compañeros no conocían las historias encadenadas que conformaban su etapa gris, ni lo mucho que significaba aquel presente para él. Suponía, básicamente, sentirse pleno. Absolutamente completo.

Se le saltaron las lágrimas, ante lo que Rob acudió a darle unas palmaditas en la espalda.

—Vamos, hombre. Si llegamos a saber que te ibas a poner así, no lo hacemos —bromeó, tratando de animarle.

Takuto se secó las mejillas con el reverso de la muñeca, procediendo a quitarse la prenda que le cubría y lucir su nueva camiseta.

—Demostrémosles de qué estamos hechos —anunció, llamando a sus hombres al encuentro.

Y con la moral por las nubes salieron al exterior, dispuestos a colocar el esférico entre los postes cuantas veces les fuera posible.

- 5 -

Brett daba vueltas de un extremo a otro del local tratando de poner en orden lo que Kôji les había contado en la última hora. Estaban alucinando, por lo que no le quedó más remedio que mantener los nervios de acero y hacer una síntesis del relato.

—A ver si lo he entendido bien —dijo mirándole de pie—. Te convertiste en una estrella en tu país, vendiste millones de discos en solitario y con la banda que formaste después, pero en una disputa familiar, uno de tus hermanastros se suicidó para inculparte en su muerte, y te pasaste tres años a la sombra… Los cumpliste, y ahora te has exiliado aquí con Takuto.

El recién descubierto ídolo del rock nipón asintió, denotando más bien indiferencia. Hablaba de su turbio pasado como si fuese una película barata que hubiese visto en televisión.

—¿Y lo del brazo es verdad? —preguntó Dave, incrédulo.

Se subió la manga izquierda y tendió el miembro ortopédico sobre la superficie de la mesa, para que el batería pudiese tocarlo y cerciorarse por sí mismo.

—Qué pasada… ha debido costarte una fortuna.

—Ni idea. Pregúntale a mi representante, yo prefiero no conocer nunca las cifras exactas.

Chris se sumó a la inspección; Liam, por su parte, parecía preocupado.

—Kôji, ¿por qué no nos lo dijiste antes?

—Tengo demasiados enemigos, con todo lo que hemos pasado quería andarme con pies de plomo en esta ciudad —dijo, en referencia a lo vivido por Izumi y él mismo.

Se subió nuevamente la manga. Ya no había posibilidad alguna de retroceder.

—Espero que seáis conscientes de la gravedad del asunto —continuó; los demás nunca le habían visto tan serio—. Os he revelado cosas que no me gusta recordar, y ahora formáis parte de ello. Como a alguno se le ocurra irse de la lengua, saliendo perjudicado Takuto, lo juro, os mataré.

Hizo una brevísima pausa, enfatizando sus palabras.

—Y no lo digo en broma.

Brett tragó saliva.

—Créeme, no lo pongo en duda.

Liam suspiró, sacando el teclado de su funda de vinilo.

—¿Y dices que tu hermano mayor se ha quedado con los derechos de tus canciones?

—Sí, pero me trae sin cuidado. He compuesto cosas infinitamente mejores en este tiempo.

Aquella declaración consiguió arrancar una sonrisa en el encargado de las guitarras. Estaba deseando conocer en profundidad el talento como compositor del magnífico intérprete.

—¿Podrías traer las partituras al próximo ensayo?

Kôji se levantó, pidiéndole a Liam que le dejara ponerse al teclado.

—Imposible. Tengo las canciones terminadas, no sobre papel… sino aquí dentro —comentó, tocándose ligeramente la cabeza.

Y antes de que nuevas preguntas fuesen formuladas, permitió que sus dedos transmutaran las melodías de su mente en notas musicales. Buscó entre los sonidos programados el timbre adecuado, mostrándoles la trama principal del tema que había aliviado sus noches de soledad en prisión.

Era una melodía oscura en su brillantez; recordaba a las notas ligeramente estremecedoras de un clavicémbalo, pero estaban regodeadas de un ligero matiz tremendista. Aún quedaba mucho por hacer, mas su torrente creativo había cobrado forma de tsunami, y quería arrasar con todo lo que encontrara a su paso. Mientras el dueño del instrumento se colocaba a su lado y proponía un acompañamiento de acordes que reforzaran la tonalidad de las notas, Brett volvió a lamentarse.

—Maldita sea, si tuviésemos dinero para grabar una maqueta, podríamos salir de este antro.

—¿Y de dónde piensas conseguir la pasta? Si continúas arreglando tuberías con tu viejo igual cuando estés jubilado nos lo podemos permitir —comentó Chris, sarcástico.

—Yo estoy ahorrando con Cinthya para cambiarnos de piso, no es buen momento —agregó Liam.

Dave vislumbró que aquel era el instante oportuno para su proposición.

—Os parecerá una chorrada, pero hoy mientras ojeaba una revista de mi hermana encontré esto —dijo, sacando del bolsillo un anuncio recortado y mal doblado—. Échale un vistazo, Kôji.

Éste lo cogió y leyó en voz alta.

—¿Un casting para buscar al modelo de una firma de ropa? ¿Qué tiene que ver eso con la maqueta? —preguntó.

Aquel tipo iba ganando puntos en su consideración de que le faltaban varios tornillos.

—Mañana es el certamen, te sacan unas fotos y el viernes dan los resultados —exclamó el batería—. El premio son cuatro mil libras, con eso podríamos grabar una maqueta de ocho o nueve pistas. ¡Tío, preséntate, seguro que con el palmito que tienes, ganas!

Brett, tras tantos años compartidos con Dave, creyó ver por dónde iban los tiros. Kôji, por su parte, no supo si reír, llorar o romperle los dientes de un buen derechazo.

—Ni lo sueñes.

—No es tan mala idea. Seamos realistas, eres justo el arquetipo que triunfa hoy en día en los medios. Además, debes tener bastante experiencia ante las cámaras, ¿no? —insistió el guitarra.

Chris miró al japonés un buen rato, como absorto.

—Es que estás muy bueno —sentenció.

Al ver la cara de mosqueo de los demás, se apresuró a matizar su dictamen.

—¿Qué pasa, es que uno no puede decir la verdad? Cuando una mujer piropea a otra nadie piensa que sea lesbiana.

Kôji dejó de tocar, resignado.

—De acuerdo, lo haré. Pero con tres condiciones.

El primer recuerdo tangible que tenía de su vida era, precisamente, una sesión fotográfica. El maquillaje, los luxómetros y teleobjetivos le habían acompañado a lo largo de su trayectoria personal y profesional. No le intimidaba, mas temía romper así aquella tranquila etapa de anonimato.

Segundos después de haber pensado esto, se dijo que era inútil retrasar lo evidente. Al igual que Takuto no podía evitar jugar al fútbol, tratar de resistirse a los prolegómenos de la esfera a la que pertenecía no serviría de nada. Lo que debía hacer era tomar él mismo las riendas de su vuelta al mundo del espectáculo, al ritmo deseado y sin intromisiones que supusieran un incordio.

—Primero: pagaremos la maqueta con ese dinero, pero yo me quedaré con un quince por cierto para asuntos personales.

O lo que era lo mismo, comprarle a Izumi unas botas nuevas; las suyas estaban tan gastadas que al próximo partido se resquebrajarían.

—Segundo: me encargaré de las letras de las canciones que creemos a partir de ahora. Y tercero: empezaremos como banda desde el principio. Los Shocking Waves han muerto, a partir de hoy somos un grupo totalmente nuevo.

Brett se colocó la sujeción de la Stratocaster, dispuesto a comenzar a guerrear con las seis cuerdas.

—¿Y cuál será nuestro nombre, si se puede saber?

El nuevo proyecto de Kôji se hizo tangible, aunque en esta ocasión, no estaría conformado por él en el papel de astro rey y sus músicos girando en órbita a su alrededor; los cinco serían una unidad compuesta por personalidades complementarias, y de las reacciones químicas de sus talentos fluirían temas con los que llenar el espacio vital de miles de personas.

De su mirada se pudo extraer un ápice de demencial perspicacia, esa que separa la genialidad de la locura, al pronunciar el nombre con el que la banda quedaba bautizada.

—Angelous.

- 6 -

Takuto hizo una mueca de aburrimiento al comprobar las dimensiones de la cola en la que llevaban sin avanzar casi veinticinco minutos.

—Lo que no acabo de captar es por qué tengo que venir contigo.

La idea del casting le había parecido buena, pero no el dedicar la tarde libre a vivir en sus carnes los insufribles tiempos muertos.

—Porque eres un encanto, y no vas a dejarme aquí solo rodeado de tanto plástico y silicona —obtuvo como respuesta.

Supuso que llevaba razón; ya que había accedido a acompañarle, no era cuestión de abandonar. Oxford Street estaba repleta de jóvenes de todas las edades y condiciones, los cuales buscaban la oportunidad de saltar al ansiado estrellato de las pasarelas. El lanzamiento de la colección juvenil de una prestigiosa firma internacional de alta costura era el escaparate idóneo para exhibir lo perfecto de sus cuerpos, algunos naturales, otros modelados a golpe de gimnasio, hormonas y bisturí.

Era precisamente en la pasividad de Kôji donde se notaba su amplia experiencia en dichos sectores. El proceso sería rápido; en cuanto pasara el primer filtro, como los publicistas lo llamaban, le quitarían brillos con polvos translúcidos, le colocarían delante de un ciclorama blanco y apretarían el disparador un par de veces. Tras ello, sólo cabía esperar.

Izumi se sentía intimidado entre tanta belleza. Allí el chico más bajo debía medir un metro ochenta y siete.

—¿De verdad que haces todo esto por una maqueta?

Kôji se quitó las gafas de sol para ver por cuántas personas estaba compuesto el siguiente grupo al que hacían entrar en los grandes almacenes.

—Lo hago por eso, y porque si ganas te regalan la ropa que uses en la campaña. Necesito renovar el armario, no aguanto más llevar lo mismo continuamente.

Por supuesto, pasó por alto el detalle de las nuevas botas.

Takuto asintió con ironía. Bastante había aguantado sin vestir alguna de las extremadamente caras y llamativas prendas a las que estaba acostumbrado.

Al fin les hicieron entrar. Izumi tuvo que decir dos veces que iba en calidad de acompañante, pues aunque le dieron el visto bueno para seguir en la eliminatoria, no le hacía nada de gracia ser el centro de atención de un equipo de fotógrafos y esteticistas.

Por su parte, Kôji rellenó el consabido formulario mientras una mujer con aspecto de dirigir todo aquello reparó en lo llamativo de su físico. Tras susurrar al encargado de iluminación, se dirigió a él.

—¿Vienes por la prueba?

—Sí.

Ya de cerca, la jefa de la delegación de Dolce & Gabbana en Londres comprobó que aquel joven de rasgos finos y evidente mezcla racial era perfecto para la estrategia de marketing que la compañía quería imponer en el mercado británico.

—Ven por aquí —le indicó, haciéndole pasar antes que los otros diez candidatos que aguardaban su turno.

Takuto observó de lejos cómo le preparaban a base de brochazos y trazados rápidos en su dócil melena. Con una seguridad aplastante, el cantante en ciernes posó para los objetivos con su aire frío, distante e irresistible. Sabía exactamente el efecto que sus gestos ocasionarían sobre el brillo del papel cuché y las vallas publicitarias. Gracias a las nuevas tecnologías, los responsables de la campaña pudieron comprobar de inmediato el resultado en las pantallas de las cámaras digitales, mirándose unos a otros.

Favoloso… —murmuró la encargada en su italiano de personalísimo acento.

Aunque ya tenían un incipiente ganador, el protocolo exigía continuar el casting hasta la hora estimada de su término. Kôji cogió su abrigo y, tras buscar a Takuto entre la multitud, salieron por la puerta lateral.

—Tanto esperar para que termines en tres minutos —protestó Izumi, aunque algo le decía que era buena señal haber estado dentro tan poco tiempo.

El eventual modelo volvió a cubrirse los ojos con los vidrios ahumados.

—Estoy seguro de que me llamarán —comentó—. Nunca te pasan saltando el orden de lista si no es porque eres lo que buscan. Así queda reflejado en el informe que se ha roto el proceso y pueden localizar tus datos con mayor facilidad.

El futbolista asintió; el mundo de los medios era algo en lo que no tenía demasiado interés, sólo le importaba lo que pudiese afectarle a Kôji, y éste sabía desenvolverse con total libertad.

—¿Y si vuelven a acosarte?

—Es un riesgo que hay que correr, necesitamos el dinero. Voy a sacar a esos inútiles del antro donde ensayan, van a saber lo que es la música en estado puro.

Izumi sonrió ante su vocabulario mientras se hacían hueco entre los transeúntes. El buen tiempo acompañaba y la gente salía a las calles a mirar escaparates. Un local algo apartado llamó su atención, tirándole de la chaqueta para tomar la dirección correspondiente.

—¡Mira, una tienda de animales! A ver si tienen perros.

Kôji sonrió, dejándose llevar. En el fondo odiaba a los canes porque le quitaban su atención y achuchones. Se dijo que la próxima vez que tuviesen uno, sería él quien lo compraría y regalaría; deseó no tener que esperar demasiado. Sólo la diosa fortuna sabía exactamente cuándo sucedería.

- 7 -

Tal y cómo había vaticinado, Kôji no tuvo que esperar más de veinticuatro horas para saber que la empresa le había seleccionado como modelo de su primera campaña publicitaria inglesa.

Sin demasiadas ganas, y desde el plató donde había posado durante horas con un variado y atrevido repertorio, llamó a Brett para comunicarle la noticia.

—Puedes estar contento —dijo—. Ya tenemos financiada la maqueta. Más te vale conseguir un estudio decente, prefiero grabar cinco temas con calidad que diez sin pulir.

—¿Te han cogido? ¿Lo dices en serio?

—Sí. Acabo de terminar la sesión. Tengo que asistir a una fiesta donde me entregarán el cheque y demás parafernalia. Haré acto de presencia un rato y me marcharé, no quiero meterme otra vez en estos ambientes.

El guitarrista no pudo disimular su excitación ante la oportunidad de su vida.

—Nos vemos mañana en el local, llevaré la comparativa de precios y todo eso. ¡Que te sea leve!

Kôji colgó. Había sido relativamente sencillo; le gustaba la ropa que había promocionado, lo cual siempre hacía más llevadero el calor sofocante de los focos y el daño que le producían las luces en su retina maltrecha.

Takuto había vuelto a acompañarle, presenciando los pasos con algo de incredulidad. No se acostumbraba a ver al hombre con el que había compartido tantos momentos y situaciones de su vida metido en el papel de divo.

Pese a ello, saber que sólo él poseía el privilegio de tener al verdadero Kôji para sí hacía que se le inflara el pecho. Por mucho que se esmeraran en aislarle en la burbuja de la fama, ninguno de los presentes tenía la posibilidad de conocer el sonido de los latidos de su corazón mientras dormía, su mal humor indómito por las mañanas, o ser el receptor de los tantos sacrificios que había consumado desde que se conocían.

Al igual que Kôji había aprendido a no sentir frustración por competir contra el fútbol, él había asimilado que nada debía temer ante la artificial composición del mundo del espectáculo.

Pudieron reunirse tras tanto separados por iluminadores, diseñadores y fotógrafos. Se sonrieron, indicándole el protagonista de la colección que le siguiera.

—Ponte algo de esto, tenemos que ir a esa fiesta dentro de nada.

—¿Yo, meterme ahí? —preguntó espantado al ver unos pantalones ajustadísimos de tejido elástico, lleno de hebillas y cadenas.

—¿Quieres que llame a la estilista y se encargue ella? —le amenazó con sorna.

Aún recordaba cómo le habían dejado la única noche en que asistió a verle actuar.

Aquella visión, con el cabello rubio por los efectos de un tinte en spray, botas militares y pendientes postizos le hacía perder momentáneamente el sentido.

—¡Deja de fantasear con verme eso puesto! —protestó Takuto.

Cogió toscamente lo primero que encontró entre las prendas ganadas y entró en el cambiador. Una vez embutido en aquel traje, se pellizcó varias veces para cerciorarse de que no estaba soñando.

—¿Puedo mirar? —preguntó el cantante asomando la cabeza entre las cortinas.

Kôji pensó que le iba a dar un infarto cuando le contempló. Los pantalones se ajustaban a su figura como un guante, acentuando la hermosa forma de sus caderas, quedando resaltado su torso por una camisa de lycra de cuello abierto.

—Si no fuera porque este abrigo vale mil dólares, me habría empezado a sangrar la nariz —afirmó.

Izumi gruñó, saliendo del improvisado camerino.

—Sigues siendo tan pervertido como cuando estábamos en secundaria.

Entre biombos móviles y decenas de empleados que preparaban el acontecimiento social del mes a toda prisa, terminaron de arreglarse para finiquitar aquello y marcharse a casa.

Mientras Kôji se miraba a un espejo ultimando la posición de los mechones de su peinado, Takuto se preguntó dónde iban a meter semejante cantidad de ropas en el minúsculo apartamento donde estaban alquilados.

- 8 -

A la presentación de la colección de D & G acudió gran parte de la alta sociedad londinense y europea. Eran en eventos de tal índole donde las firmas de moda dejaban patente su poder, tanto económico como especulativo. Las amplias dependencias del hotel escogido para la fiesta estaban abarrotadas por la decoración estratégicamente minimalista y ecléctica, combinada con música house ambiental y el despampanante brillo de las lentejuelas de los invitados. Entre copas de champagne y periodistas, las estrellas fugaces del momento pujaban por prolongar su instante de gloria.

Tras haber recibido el cheque, Kôji consiguió zafarse de las entrevistas y los personajes que deseaban conocerle, escapando con Takuto a una amplia terraza con vistas al jardín interior. Estaban los dos solos, mas el bullicio a sus espaldas era evidente.

—Tengo sed, voy a buscar algo. ¿Quieres una copa? —le preguntó Izumi.

—Sí, tráeme vodka con lima.

El futbolista asintió, emprendiendo el paso. Sabía que algo le pasaba a Kôji; desde que habían entrado en la sala estaba distinto. Tenía esa expresión de forzada tranquilidad que tanto le alertaba impresa en el rostro. Quizás fuesen malos recuerdos, o el agobio por regresar a la rutina de su vida tras la condena.

Mientras Takuto se perdía entre la gente que atestaba la barra del bar, un selecto grupo de asistentes no le quitaba ojo de encima al nuevo modelo de la colección juvenil. Uno de ellos se acercó al oído de la mujer que, sentada a su lado, miraba desde hacía un buen rato la esbelta figura del susodicho.

—¿Ya has escogido a tu presa de esta noche? —preguntó.

Ella le miró a los ojos con su frío gesto de superioridad. Sin dignarse a responderle se puso en pie sobre los tacones de vértigo, luciendo sus espléndidas curvas en dirección a la terraza.

A lo largo de los años que llevaba en el negocio de la moda, por su cama habían pasado toda clase de jovencitos sedientos de experimentar las armas en el sexo de una mujer madura como ella, hombres tremendamente hermosos que por la diferencia de edad habrían podido pasar perfectamente por sus descendientes.

Sin embargo, el elegido para aquella velada no era como los otros. Su belleza superaba con creces la de todas sus olvidadas conquistas pasadas. Asimismo, algo le distinguía indiscutiblemente de los demás.

El motivo de ello era tan sencillo como atronador.

Kôji, el chico del que todos hablaban era, efectivamente, su hijo.

Ayako se situó a su lado, colocándose la melena rubio platino especialmente alisada para la ocasión. La primera vez que le había visto tras dejarle en manos de su padre, fue cuando le hicieron llegar desde Tokio una proposición para rodar un spot de un coche deportivo junto a él. Pudo admirar entonces sus rasgos en las fotografías a todo color, reconociéndose a sí misma en las planas superficies de papel.

Por su parte, Kôji la había detectado nada más entrar al vestíbulo del hotel. Era demasiado pequeño cuando fue abandonado, por lo que podía afirmarse que nunca la había conocido en persona; aún así, tenía su imagen grabada a fuego en el cerebro. Maravillas del botox y el quirófano, el paso del tiempo no parecía haber influido en la impresionante top model.

No la miró, dejando fija su atención en la arboleda que, frondosa, se expandía varios metros abajo.

—Si lo que querías era iniciarte en la pasarela podrías haber contactado con mi agente, empezar en un casting tan vulgar no es digno de alguien con tu porte —expuso fríamente ella.

—No quiero nada de ti —respondió con dureza.

Ayako río con cierta frivolidad. Le resultaba irónico haberle visto por última vez entre flashes y fondos móviles, para ahora producirse años después aquel inesperado encuentro en un escenario bastante similar.

Nadie en su círculo privado sabía que había dado a luz siendo una chiquilla, y que ese hijo al que tanto detestó había sido el precio pagado por convertirse en lo que era. En un entorno hipócrita e interesado, se entregó al que pagó su virginidad al mejor postor, obteniendo a cambio la promesa de serle proporcionada una salida desorbitada a su carrera.

Todavía al recordar los jadeos de aquel hombre casi treinta años mayor que ella sobre su cuello, le daba nauseas.

—Cuando supe que me había quedado embarazada ingerí todos los sedantes que pude encontrar. Lograron dar conmigo a tiempo, y el cabrón de tu padre me puso en las manos un fajo descomunal de su dinero. ¿Sabes para qué? Para que te tuviera, y no volviera a intentar deshacerme del niño.

Las palabras salían disparadas de sus finos labios escarlata con la crueldad de las balas en una ametralladora. Muchos secretos guardados, muchos recuerdos traumáticos condensados que pujaban por salir, dirigidos al culpable de sus pesadillas y episodios de ansiedad.

—Un millón de yenes. Eso es lo que costó comprar tu vida.

Kôji escuchaba, mas no movía un solo músculo de su cuerpo.

—Si pretendes que te de las gracias por haberme tenido, estás muy equivocada. En todo caso tendría que habérselas dado a mi padre. Qué pena que nos dejásemos de hablar tan pronto —arremetió.

La mujer calmó el rictus de dureza que acentuaba lo modificado de sus pómulos.

—¿Qué ha sido del viejo, ahora que le mencionas?

—Murió hace seis años.

Ella sacó un cigarrillo de la elegante pitillera dorada que llevaba consigo. Aquella conversación se estaba tornando desesperante e innecesaria.

—¿Vas a destronarme y arrebatarme la corona? —preguntó mirando hacia donde se suponía estaba el firmamento, dejando salir una bocanada de humo.

—Una vez estuve a punto de convertirme en una réplica tuya — dijo Kôji, dispuesto a que esas fuesen las últimas palabras que le dirigiese a la sangre de su sangre—. Pero una persona me salvó, y no volveré a caer en las redes de la autodestrucción como has hecho tú. Para ti ya es muy tarde, porque no posees lo que yo: alguien que me quiera por encima de todas las cosas.

Se clavaron las miradas unos segundos. Ninguno de los restantes asistentes pudo comprobar los milagros de la genética, evidenciados en sus rostros de idéntica fisonomía y los gestos prácticamente gemelos, como reflejados en un espejo. Curtida en muchos más años y andaduras que él, Ayako supo retirarse sin responderle, sin mirar hacia atrás, dejando a su paso una estela de caro perfume que postergara su presencia unos cuantos segundos.

Cuando iba camino de regreso al salón, se cruzó de frente con el joven de piel morena y cabellos oscuros que había acompañado a su hijo en todo momento. Se analizaron como harían dos bestias en medio de la selva. Takuto no tuvo sino que observar el contorno de su cara de soslayo para reconocer su identidad, y que la última pieza encajase en el puzzle.

Una vez estuvo en el balcón con él a solas, dejó ambas copas sobre la barandilla. Kôji seguía en la misma postura en la que le había dejado y, sin embargo, sabía que estaba conteniéndose.

El nivel de compenetración era tal que podía captar su dolor como si le recubriese en un halo.

—¿Estás bien? —susurró, tomándole suavemente de la barbilla para que girase la cabeza hacia la suya.

Lo que se encontró le rompió el alma. No soportaba ver aquella expresión: su triste sonrisa, los ojos brillantes, ausentes, pujando por volver a la vida…

Kôji le respondió con la voz rota.

—¿Por qué si ella nunca ha significado nada para mí… ahora me duele tanto?

Takuto conocía la respuesta porque él también había sufrido un abandono, mas no quiso dársela. Cuando Kôji lloraba, el planeta parecía dejar de girar; sus lágrimas condensaban ríos de pena, y él sentía que la única razón de su existencia era cerrar aquella herida.

Porque a todos nos duele que una madre nos deje atrás, tonto.

La contestación quedó guardada en su mente mientras le abrazaba. Le consoló como la situación permitía, y cuando los efectos del llanto pudieron quedar medianamente disimulados, le cogió de la mano y salieron de allí, haciendo caso omiso de los que pedían una última atención.

Desde su privilegiado rincón, Ayako les vio desaparecer mientras presionaba sobre las delgadas aletas de su nariz, propiciando que los restos de la raya de cocaína que acababa de esnifar no fuesen desperdiciados.

Era demasiado tarde para tratar de ejercer como madre y salvarse a sí misma, como Kôji había dicho. Esclava de su decadencia, en un mundo que no dejaba espacio para las modelos que se acercaban peligrosamente a la crisis de los cuarenta, la bulimia, las adicciones y los amores esporádicos pronto dejarían de alimentarla.

Era mejor que todo quedara como estaba. Así su hijo no tendría que lamentar la primera plana de un diario sensacionalista en los próximos días, donde ella protagonizaría la última de sus portadas: aquella en la que se anunciaría su abandono, su muerte.

Moriría divina, hermosa, inalcanzable. Escapando a la tortura del marchitar. Doblegándose a la voluntad de su nombre.

Siendo la reina de las pasarelas… hasta el final.