- Capítulo 11: Creyente -

Un moderno equipo musical, de precio inversamente proporcional a sus diminutas dimensiones, añadía el toque de romanticismo a la desenfrenada noche transcurrida entre las cuatro paredes de aquella habitación de colegio mayor, tocando en bucle discos de soul instrumentales programados con esmero.

Las risitas coquetas de Charlene se propagaban por todos lados; entre sábanas, una botella de chatêau flotando en un mar de hielos derretidos y una caja de preservativos vacía, Shibuya se resistía a permitir que el amanecer fuese el telón final en aquel maravilloso episodio que habían vivido.

Era una lástima que ella marchara al día siguiente a Seattle, su ciudad natal, para realizar un año de postgrado en la prestigiosa universidad que poseían. Pese a ser dos años menor que ella, desde un principio habían congeniado, dando paso tras varios meses de indirectas a algo más que un buen entendimiento entre compañeros de laboratorio.

—Si no te fueras, te pediría que salieras conmigo en serio. Ya es hora de sentar la cabeza y buscarme una novia formal —comentó, mientras recorría con los dedos los suaves contornos de sus hombros.

—Eres una monada, Katsumi. Pero ya te he dicho que he tenido malas experiencias con las relaciones a distancia.

Le gustaba su rostro típicamente norteamericano fruto de la herencia europea, posiblemente mezcla de sangre irlandesa, rusa e italiana, con sus ojos de un verde azulado y los cabellos castaños cayendo sobre su busto. Supo que había tenido suerte; de haber pasado otra noche más como esa, habría acabado por enamorarse.

—Yo también las he vivido. No directamente, pero como si lo fueran.

Prefirió no entrar en detalles. Les quedaba poco tiempo para relajarse tras la intensa actividad física, y en lo que menos le apetecía emplear los minutos era en contarle las desventuras de unos viejos colegas suyos.

—Pero si por algún casual se me presentase una oportunidad, te mantendré en mi agenda de candidatas a señora Shibuya.

Ella rió, golpeándole a modo de juego con una almohada. Se protegió con los brazos, dispuesto a saltar sobre los mullidos pechos una última vez cuando su móvil sonó.

—¿Quién llamará a las seis de la mañana?

Quiso volver a lo suyo, pero ante la insistencia la chica le indicó que atendiera el teléfono.

—Cógelo, yo iré vistiéndome. Tengo muchas cosas que hacer, cuanto antes empiece, mejor.

Katsumi tomó el aparato; apretó el botón aceptando la llamada mientras observaba cómo iba cubriendo su feminidad con las ropas desperdigadas por el suelo y parte del escritorio.

—¿Sí?

—Al final te has dignado a contestarme.

El japonés dejó caer la cabeza sobre el respaldo de la cama, mientras tapaba su íntegra desnudez con una sábana.

—Debí suponer que eras tú, por eso de la diferencia horaria. ¿Cómo estás, mi querido Kôji Akawa? —preguntó con dosis de energía post orgásmica palpable.

Charlene guardó sus llaves en el bolso.

—¿Quedamos luego para tomar un café? —susurró.

Él asintió. Su aventura merecía terminar de una manera mejor que aquella.

—¿Estás con alguien? —quiso saber Kôji, puesto que la fina voz le había llegado desde el otro lado del océano.

Shibuya esperó a que su ligue se hubiese marchado para responder.

—Las buenas costumbres nunca mueren. Ya sabes que soy un Don Juan, aunque en esta ocasión era especial, pero bueno, qué se le va a hacer… —suspiró, antes de recobrar la compostura—. ¿Y bien, qué es lo que quieres ahora? Te conozco, sólo me llamas cuando te hago falta.

—No ando bien de dinero como para gastármelo en acosarte telefónicamente —protestó su representado—. Esto me está costando una fortuna, así que seré breve: ¿has visto el email que te mandé?

Katsumi se incorporó, a punto de echarse a reír.

—¿Desde cuándo sabes usar un ordenador?

—Izumi me ha enseñado. Aprendió con su hermano el año pasado, y en el sitio donde trabaja tienen uno con conexión a Internet. Deduzco que no lo has visto.

—Espera, que lo abro enseguida.

Sujetó el móvil entre la oreja y el hombro mientras cogía el portátil y se lo ponía sobre las rodillas, aún en la cama. Pocos segundos después, gracias a la red inalámbrica de la facultad encontró dicho correo electrónico.

Descargó los ficheros adjuntos, y no pudo evitar lanzar una exclamación de sorpresa. Kôji le había enviado unas fotografías suyas correspondientes a la campaña publicitaria de la firma de moda italiana, las cuales habían bombardeado Londres en la última semana.

—¿Cómo es que te has metido a modelo? ¿No decías que odiabas las cámaras?

—Necesitaba ganar el premio. A lo que iba: me he unido a una banda, estamos grabando una maqueta con el dinero que conseguí gracias a ese casting. Tengo mucho material nuevo, y pienso ir en serio, esto no tiene nada que ver con Japón.

—Ni punto de comparación. El mercado británico es legendario, la gente consume mucha más música grabada y en directo allí que en otra parte del planeta —comentó Katsumi, totalmente de acuerdo.

Kôji siempre le había hablado con franqueza, ambos sabían tratar al otro con sinceridad abrumadora. Confiaba plenamente en él, y lo que tenía que decirle era de vital importancia.

—Estamos tocando en circuitos pequeños, bares y cosas así, pero pronto empezaremos a distribuir la maqueta, estoy llevando el proceso yo solo, los demás nunca han sido profesionales.

Katsumi pudo sentir en su voz lo transcendental de la conversación.

—Voy a relanzar mi carrera a otro nivel, pero no quiero hacerlo sin ti, Shibuya. Tú siempre te has encargado de mis asuntos y conoces mis métodos de trabajo, no creo que pudiera aceptar que me pongan en manos de cualquiera. Sé que debes estar muy ocupado con lo de la medicina, y que seguramente rechazarás la oferta… pero quería proponerte que fueras nuestro manager.

El universitario afincado en Nueva York sopesó con velocidad los pros y contras. Aunque los estudios le estaban resultando más llevaderos de lo que había creído en principio, había pasado prácticamente cuatro cursos sin hacer otra cosa que dejarse la piel en los exámenes. Había sacado las asignaturas con notas más o menos buenas, y llevaba un tiempo arrastrando la sensación general de necesitar un descanso.

Tenía la suerte de poder permitirse económicamente un alto en el camino para hacer lo que creyera conveniente, desde ayudar a su familia en los múltiples negocios que regentaban, a viajar de un confín a otro del globo sin mayor preocupación.

Quizás por ello, además de por el nuevo reto personal que supondría ejercer íntegramente como manager de una banda liderada por Kôji, la proposición de éste no le pareció tan mala idea.

—¿Cuántos sois?

—Cinco, contando conmigo. Teclado, bajo, batería, guitarra y vocalista. Hacen coros aceptablemente y en directo pueden llegar a ser muy buenos.

Katsumi volvió a mirar las fotografías digitales. Pudo ver en la expresión de Kôji un leve pero intenso reflejo de su contundente condición de estrella mediática. Estaba convencido de que su amigo había nacido para cantar y arrasar en los escenarios, aunque él no se lo tomara demasiado en serio en el pasado.

—¿Estás completamente seguro de tener posibilidades de triunfar? —quiso saber.

—Si no fuera así, nunca me habría arriesgado a poner en peligro la tranquilidad con la que ahora vivimos.

Katsumi apagó el portátil, no necesitando más datos.

—Por cierto, ¿qué tal le va a Taku?

—Trabaja en una tienda de reparaciones como te dije, y se ha metido en un equipo amateur de por aquí cerca. Ya le han hecho capitán, esta noche juegan los octavos de final del campeonato para aficionados de Londres.

—No babees tanto cuando hables de él —bromeó.

Estaban de fábula de acuerdo con lo escuchado. Ello le hacía muy feliz.

Shibuya miró a la habitación; se sentía como un actor que tras haber acabado de representar una obra demasiadas veces, no reconocía en lo que le rodeaba su medio natural. Echaba de menos el ajetreo, las improvisaciones y la adrenalina del negocio.

Ya retomaría los libros, iba a tomarse un año "sabático".

—Cuenta conmigo, soy tu hombre.

Se llevó una mano a la nuca, como si Kôji estuviese delante de él y pudiera ver su típica mueca de enfado por lo que se le acababa de escapar.

—Ah, no, no soy tu hombre. ¡Jajajaja!

—Vete a la mierda.

—Yo también te quiero —volvió a bromear, haciendo una pausa y tornándose serio a continuación—. Ultimaré los trámites correspondientes, ya te avisaré cuando llegue a Inglaterra. Tendré que buscarme piso, supongo que no podréis hacerme un hueco en el vuestro.

—Ni de coña —respondió tajantemente.

Katsumi levantó parcialmente la sábana que le cubría, comprobando que el ánimo no era lo único que tenía exaltado; mientras que su cabeza principal había asimilado el final de la noche, a la secundaria le quedaba una dosis extra de energía para un último round que no iba a producirse.

—Veamos qué le parece a mi padre invertir en la industria europea, aunque salir en busca y captura de contratos con discográficas resulta hasta atractivo tras cuatro años encerrado en un laboratorio.

—En el email te he indicado la dirección del pub donde tocamos todos los fines de semana, y también la de nuestro piso. Si te ves en un apuro, puedes pasar un par de noches con nosotros —cedió el cantante sin demasiado entusiasmo.

—Me encanta hacer de carabina —respondió satisfecho—. Bien, pues voy a empezar a poner las cosas en orden. ¡Nos vemos!

—Hasta luego.

Kôji colgó, dejando el teléfono inalámbrico oculto en la estantería; se le ponían los pelos de punta de pensar en la factura. Era curioso cómo la necesidad hacía adaptarse a las personas. Alguien tan despreocupado antaño con el dinero se había vuelto ahorrativo hasta los extremos.

Todo fuera por asegurar que podían vivir mínimamente bien hasta que acabaran de despegar.

Mientras que en Nueva York apenas había empezando a amanecer, allá en Londres estaban a punto de ser las doce del mediodía. Terminó de exprimir el zumo de naranja. Sabía que a Takuto no le gustaba que le dejara dormir tanto, pero la noche del viernes había sido demoledora en volumen de trabajo y tenía que estar descansado para el partido, pues se jugaban pasar a la siguiente eliminatoria.

Una vez preparado entró bandeja en mano a la habitación. La dejó sobre el colchón mientras le observaba dormir. Una sensación de calor floreció en su pecho; le apetecía meterse bajo las mantas y seguir dormitando entre sus brazos, pero tenía muchas ganas de entregarle el presente.

Abrió las cortinas para que entrara luz, consiguiendo que Izumi se desperezara.

—Buenos días… te he preparado el desayuno.

Takuto se incorporó, sentándose mientras bostezaba y se restregaba los ojos, ligeramente hinchados por tantas horas de inactividad.

—¿A qué se debe el detalle? —preguntó, observando el enorme tazón de cereales y demás acompañamiento.

—¿No me puede apetecer cuidarte un poco? —respondió, besándole en la mejilla—. Come, tienes que reponer fuerzas.

Izumi sonrió, accediendo sin más cavilaciones a lo pedido. Estaba muerto de hambre.

—¿Qufé hgora ez? —preguntó entre cucharadas.

—Casi las doce. Me daba pena levantarte.

—¡Qué tarde! —exclamó tras tragar— Tengo que estar a las cinco en el campo, he de preparar los vestuarios, recibir al equipo visitante y explicar la estrategia a los demás.

Mientras repasaba mentalmente el diseño de juego que tenía pensado y no dejaba ni gota de zumo en el vaso, Kôji sacó algo del armario, sentándose a su lado.

—No sabes el esfuerzo que me ha costado esperar a hoy para dártelo.

El capitán dejó la bandeja en el suelo por su lado de la cama, y tras lanzarle una mirada inquisidora tomó el paquete, quitando el papel que lo cubría. Se sentía como un niño cada vez que abría un regalo, no había podido tener demasiados de pequeño y le encantaba recibirlos, aunque no lo exteriorizase.

Tras haberse deshecho del envoltorio, se topó con el logotipo de una famosa marca deportiva. Al abrir la caja, un precioso par de botas de fútbol le esperaban. Eran de cuero negro, con motivos en naranja brillante, tacos giratorios para evitar roturas de menisco y suelas completamente adaptadas a la anatomía del pie.

—Kôji… ¿cuánto te han costado? —preguntó cuando consiguió articular palabra.

—No importa. Cuando me puse delante de las cámaras sólo tenía en mente comprártelas. Seguro que te ayudan a ganar los partidos que tengas de ahora en adelante. Pruébatelas, a ver si te quedan bien —sugirió.

Tirando de las mantas hacia abajo para dejar las piernas al descubierto, se las calzó, exhibiéndolas. Eran perfectas.

—¿Te gustan?

Takuto le miró. Las conservaría hasta dejarlas destrozadas del uso que les iba a dar.

—No tendrías que haberlo hecho, necesitáis el dinero para terminar la maqueta…

Kôji acarició su suave y oscuro cabello, dejando fluir las palabras directamente del fondo de su corazón.

—El grupo puede esperar. Tú eres lo más importante para mí.

Izumi se las quitó, dejándolas en su caja aguardando a ser estrenadas horas más tarde. Apoyó la frente sobre la suya en gesto cómplice.

—Gracias.

—Pero tienes que prometerme algo a cambio —susurró el autor de la sorpresa.

Cogió una de sus manos entre las suyas, asiéndola con fuerza.

—Prométeme que pase lo que pase, nada podrá cambiar lo que tenemos ahora, lo que hemos conseguido. Aunque vuelva a ser famoso y tengamos que cambiar otra vez de hábitat, y tú llegues a lo más alto en tu carrera. Estos meses junto a ti en Londres han sido los mejores de mi vida.

Izumi dejó que su rostro bajara hasta quedar refugiado en la base de su cuello, sobre la unión de las clavículas, deslizando los dedos libres por la camisa que Kôji vestía, hasta rozar la textura de la cicatriz en forma de cruz que portaba en el pecho.

—Te lo prometo. Nos ha costado demasiados años y lágrimas llegar hasta aquí. No dejaré que nadie lo estropee.

No era dependencia, no era desesperada necesidad de posesión. Simplemente, no se imaginaba el mundo sin la presencia de Kôji. Él tenía las llaves para hacerle sufrir, para hacerle sentir, vivir y soñar, así como el privilegio no cumplido de acabar con su vida, y la clave para encontrar el equilibrio entre el cúmulo de desgracias que le habían marcado la niñez y adolescencia.

Le despojó de la camisa, observando el grabado y cómo la herida ya cerrada atravesaba los pectorales casi en toda su longitud, rematada por una nueva línea vertical. La besó, recorriéndola lentamente, sintiendo su ardor en los labios.

Kôji le observaba hacerlo. Ese recuerdo cincelado era uno de los estigmas de la unión prohibida de ambos, divinizado en sus constantes evocaciones del Edén en la Tierra, donde un Dios bucólico predicaba el amor verdadero sin las trabas impuestas por los hombres, y los ángeles proclamaban su mensaje de tolerancia y respeto hacia la belleza más sencilla y pura de todas: la de la sonrisa de la persona a la que amaba.

Tomó su rostro, elevándolo hasta poder recorrer sus senderos visualmente como si no hubiese más en la eternidad que hacer.

Anduvo por el óvalo facial, subiendo por los contornos de la mandíbula, llegando hasta los pómulos y estacionándose en su tibia boca. Le besó, hasta que sus labios decidieron interrumpir momentáneamente la labor para proclamarse.

—Quiero hacerte el amor.

Takuto despertaba en él los más viscerales deseos y la más febril de las ternuras. Aquella mañana ardía por venerarle y cubrirle de cuantas caricias que pudiera dar, hundirse en el océano de su entrega, siempre apacible menos cuando acudía a sumergirse en él, dejando que las olas de la pasión se estrellaran contra su orilla.

Depositó su mano derecha en la unión de la cabeza con el tronco, haciendo que la dejara caer, quedando expuesto su moreno cuello, mientras con la otra recorría el torso desnudo. Takuto le rodeó con los brazos, trazando el camino de su columna vertebral desde el final hasta llegar a los largos cabellos. Quiso volver a investigar la fusión entre su piel humana y la creada, contrastando el frío del látex con el resto del miembro.

Se desnudaron mutuamente, confrontándose sus respectivas marcas en un viacrucis donde quedaban postergadas las escenas de su lucha por sobrevivir a los continuos cataclismos.

Cual misionero en su personalísima religión, Kôji acudió a la cruz, besándola, trazándola con la punta de la lengua, recibiendo comunión en el vino de su sangre antaño derramada y el pan de su dermis.

Izumi se apoyó en los codos, quedando semi tendido a la par que separaba las piernas, meciéndole entre ellas, permitiéndole explorar terrenos a los que sólo él tenía acceso. Se mordió los labios con cada sutil toque recibido, tiñéndose sus mejillas al llegar el reconocimiento a la cara interna de los muslos.

El intérprete cantó una balada silenciosa, adorando la suave y firme textura de su masculinidad, la cual sobresalía del conjunto de la fisonomía. Lo besó en la totalidad de su extensión, arrancándole ligeros jadeos con cada roce expertamente dado. Sin querer torturarle por la espera, lo introdujo en la cálida humedad de su boca, otorgándole un placer indescriptible con cada vaivén de sus labios. Takuto dejó que sus dedos acabaran sobre la cabeza de Kôji, enredándose entre la melena, indicándole la cadencia a seguir.

Siguió dándole redención oral, deseoso de sentir los espasmos de las caderas a la que estaba anclado, y la amarga textura de su orgasmo invadiéndole la garganta.

Disfrutaba viendo cómo la espalda de Izumi se arqueaba al sucumbir al clímax. Recibió la descarga como la consecución particular de una victoria, no dejando que nada de la misma fuese desperdiciada. Tras terminar, besó la parte baja de su abdomen, evitando insistir en las áreas ahora demasiado sensibles, subiendo lentamente hasta permitirle probar su propio sabor en un nuevo enfrentamiento de ambas lenguas.

Se tendió boca arriba sobre la cama, dejando que Takuto se posicionara sobre él, quedando sostenido el torso por el suyo. Siguieron besándose, reconociendo cada milímetro expuesto al otro, hasta que la erección de Kôji resultó ser más que notoria. Iba a tomar cartas en el asunto cuando Izumi bloqueó sus labios con la yema del dedo índice presionando en los mismos, indicándole con una enigmática sonrisa que le dejara hacer a él. Abrió el cajón de la mesita de noche, extrayendo el instrumental necesario.

Sin dejar de mirarle a los ojos le masturbó para lubricarle a conciencia, consiguiendo que su amante enloqueciera de deseo ante aquella visión.

Tras prepararse a sí mismo con una pequeña cantidad del gel, Takuto se sentó sobre su pelvis, ejecutando la penetración lentamente. Kôji le agarró por las caderas, empujándole hasta que estuvo totalmente en su interior.

Consumando la lujuriosa danza, Takuto apoyó las palmas de las manos sobre su pecho, disfrutando de cada una de las sensaciones que únicamente aquel hombre era capaz de darle. A medida que el acto iba ganando en algidez, la velocidad se tornó constante y vertiginosa. Kôji le atrajo hasta sí, saboreando tanto las mieles de sus labios como las del éxtasis. Pletórico, feliz y momentáneamente exhausto, el ángel de sus sueños se dejó caer sobre sus hombros, siendo abrazado con infinita dulzura.

El místico mundo de la mente de Kôji, lejos de desaparecer, se volvió más tangible que nunca. Como un predicador en la iglesia de su cuerpo, le entregó una vez más a Takuto todo el amor que Jesucristo podía otorgar7.

- 2 -

Hacía mucho que Dave no asistía a un partido de fútbol, por lo que la proposición de ir todos juntos a ver el encuentro le encantó. Kôji les esperaba a la entrada del complejo deportivo donde se disputarían los octavos. Podía respirarse en el ambiente la expectación, Takuto seguía moviendo pequeñas riadas sucesivas de aficionados que acudían a ver su juego; el boca a boca continuaba siendo el medio de comunicación por excelencia, incluso en tiempos donde la informática abarcaba un espacio quizá demasiado extenso en la vida cotidiana.

Acomodados en las gradas centrales con una buena vista del campo, los asistentes recibieron con júbilo a los dos equipos. Izumi, con su nuevo siete a la espalda y las relucientes botas deseando entrar en acción, dio un paso al frente para saludar al otro capitán y escoger cara en la moneda que decidiría el orden de las porterías.

Jugarían a la derecha la primera parte, por lo que se trasladaron a dicha parte del terreno. Kôji no se perdía detalle, manteniendo silencio. Mientras el árbitro establecía a golpe de silbato el inicio del encuentro, Brett se interesó por conocer más acerca de la relación exacta que su cantante mantenía con el futbolista.

—¿Lleváis mucho juntos? —le preguntó, al verle tan serio y concentrado.

—Desde los dieciséis años —contestó—, pero me enamoré de él la primera vez que le vi, siendo ambos unos críos. Takuto cambió mi vida, yo no estaría hoy aquí de no haberle conocido.

En las grandes bandas de rock de todos los tiempos, la extraña unión surgida entre el vocalista y el guitarra principal se había postergado a lo largo de la leyenda. Desde 8John Lennon y Paul McCartney, a Freddie Mercury y Brian May, pasando por Mick Jagger y Keith Richards, todos fundaron lazos más o menos estables que acabaron por reflejarse en la música que juntos creaban.

Kôji trataba de hacer lo posible por socializarse con respecto a los demás integrantes del conjunto, mas con Brett tenía facilidad de palabra. Bajo su estrambótica fachada se hallaba un tipo más bien sencillo al que le gustaba escuchar y opinar según su punto de vista, teniendo la capacidad de respetar los límites necesarios.

—Yo hace poco que lo dejé con mi novia —dijo, rememorando días pasados con algo de nostalgia—. Ella no comprendía que yo quisiera perseguir mi sueño de llegar a ser profesional y le dedicara tantas horas a la guitarra. Siempre he pensado que la única persona que puede imponer límites a la propia libertad, es uno mismo.

—Si de verdad se ama a alguien, no se le pueden poner trabas u obstáculos. Aunque te consuma por dentro ver que no eres el centro de su mundo, debes dejarle espacio. Antes pensaba como lo haría tu ex, pero los acontecimientos me mostraron la verdad. Cuando Takuto vuela sobre los campos de fútbol, se llena de vida. Y es esa vida por la que yo llegaría a los confines de lo conocido con tal de salvaguardarla.

El guitarrista asentía mientras escuchaba y observaba los primeros trepidantes minutos del encuentro. La forma en la que el japonés se expresaba le fascinaba.

—Es a él a quien cantas, ¿verdad?

Kôji desvió la mirada por unos segundos de Izumi, dirigiéndosela a él.

—Te daré un consejo, Brett. No tengas prisa por saberlo todo de mí. Es por tu propio bien.

No se dijeron más. Había conocido a los Waves en una buena etapa, pero esos chicos no sabían lo visceral que podía llegar a ser. Deseó que nunca tuvieran que ver a la bestia que dormía en un apartado rincón de su psique, aguardando a despertar si alguien volvía a truncar la extraña paz que disfrutaba.

El equipo rival robó el esférico en un contraataque velocísimo, propagándose la voz de Izumi por todo el recinto.

—¡Romped la defensa! ¡Rob, Matt, a por las bandas!

No pudieron hacer mucho por evitar que el primero de los tantos del partido fuese en contra. Scott se lanzó con intención de atrapar el balón, pero éste se coló limpiamente, estrellándose contra las redes.

—Maldita sea —exclamó Kôji, levantándose.

De los ojos de Takuto brotó la hoguera de la superación. Se negaba rotundamente a perder, aquel encuentro no había hecho más que empezar.

Con los dientes apretados, rugió cuan león coordinando a sus compañeros. Tras una pequeña batalla campal en el centro del campo, uno de los extremos recuperó el balón, lanzándolo a lo lejos en un pase a distancia.

Corrió velozmente, cabalgando sobre el viento sorteando a cuantos rivales encontró, parando el balón con el empeine, moviéndolo como si fuese una prolongación de su cuerpo.

—¡Vamos, Takuto! —gritó un grupo de niños pegados a la valla que separaba las gradas del terreno de juego.

Chris cerró los puños, la jugada era de lo más interesante. Hasta Liam, cuyo interés por los deportes era más bien nulo, no podía apartar la mirada del estilo del asiático.

Izumi gritó a pleno pulmón mientras chutaba a quince metros de la portería. El proyectil de cuero entró como un obús, logrando el empate. Sus compañeros de equipo se mostraron eufóricos, pero él respondió con la misma expresión crispada en el rostro.

—¿Qué estáis celebrando? ¡El empate y la derrota es lo mismo! ¡No saldremos de aquí si no es con los tres puntos!

Los mágicos pies del capitán parecían flotar en la coraza del significado de aquellas botas. Ya no sólo sentía el constante apoyo de Kôji en su asistencia a cada partido que jugaba, sino que ahora le tenía consigo mientras su corazón latía, destilando la pasión por el deporte al que su padre amaba, el único vehículo que tenía de recordarle.

Aunque no lo tenía demasiado claro, a le gustaba creer que los espíritus de los que ya no estaban permanecían cerca. Cuando marcaba un tanto, la cálida voz de su progenitor se tornaba cercana.

De haber podido, le hubiese dicho que había conseguido lo que él no pudo: adorar al fútbol y al amor de su vida, sin sacrificar lo uno por lo otro.

Mientras dejaba que Bryan tomara el control de la situación y diera lo mejor de sí mismo en una nueva y efectiva jugada, miró al cielo, de un azul brillante sin nubes que lo encapotaran. El inesperado incidente con Ayako le había hecho reflexionar bastante en los instantes de lucidez que preceden a la conciliación del sueño.

Era momento de seguir adelante, y dejar su pasado realmente atrás. Prefería pensar que su madre, pese a haberle procurado tanto dolor, había sido una buena mujer arrastrada por sus desgracias; ya había saldado cuentas con ella al sacar adelante a sus hermanos, cosa que con infinito cariño había hecho.

En cuanto a su padre, siempre le llevaría en su interior mientras continuara respirando fútbol.

Sigue mirándome desde ahí arriba, papá. Lo conseguiré, seré el mejor como siempre deseaste.

Los tacos de sus botas volvieron a atravesar el césped, distribuyendo la fluidez del juego, reforzando la defensa cuando ésta flaqueaba, sirviendo pases que acabaron entre las mallas tras ser rematados con acierto por los demás, dejando claro que su nivel distaba de ser el adecuado para aquella competición, pues pertenecía a la estratosfera de los genios. Algunos de los hinchas se preguntaban qué hacía un joven como aquel jugando entre hombres que se tomaban el deporte a modo de simple hobby, a la par que los más pequeños soñaban con llegar a ser como él en un futuro.

—Es impresionante como juega tu chico, Kôji —afirmó Dave, gratamente sorprendido.

El cantante se encontraba en otra dimensión, viendo como sus alas blancas se expandían, queriendo abrirse por completo para llegar muy, muy lejos.

—Cuando sean millones de personas las que se deleiten con él y al fin se haga justicia, mi deber será poder estar a su altura.

Le guiaría, le curaría las heridas que se produjera en el camino, se entregaría por completo también a su cruzada, musical en este caso. Y al llegar ambos a sus cumbres por separado, el amor que les unía triunfaría por encima de todas las cosas.

—Así que cuento con vosotros —sentenció.

A punto de concluir el partido, los miembros de Angelous hicieron un juramento. Ellos también se elevarían por los cielos, haciendo lo propio del ser cuyo nombre llevaban.

- 3 -

Al habitual número de clientes que acudían al Père-Lachaise cada noche de sábado, se sumaron los que asistían casi exclusivamente a ver la actuación del grupo que más elogios estaba abarcando en la escena indie de la capital inglesa.

Los rumores sobre el enigmático cantante de la formación, en especial debido a los carteles publicitarios que poblaban las marquesinas de las paradas de autobús y las bocas de metro, unido a lo bien que sonaban en conjunto, hacía que los fines de semana el bar quedara a rebosar de curiosos que deseaban asistir a un directo de Angelous.

Pletórico por haber conseguido pasar a cuartos de final con tres goles de ventaja, Takuto les deseó suerte antes de regresar a la barra, pues le había pedido a un compañero que le sustituyera unos minutos.

—El dueño os debería pagar más, se está haciendo de oro gracias a las consumiciones —apuntó.

Kôji terminó de prepararse. Ataviado con algunas de las estilizadas prendas de la firma que había promocionado y los ojos maquillados en negro, estaba deseando subirse al escenario. Aquella noche estrenarían las nuevas canciones que había compuesto, enriquecidas armónicamente y arregladas entre todos. Quería que Izumi pudiese disfrutarlas en las mejores condiciones posibles.

—Te esperaré donde siempre —le dijo mientras los demás se disponían a salir a escena, ultimando las conexiones a los amplificadores y los ajustes en la modesta mesa de sonido.

Tras sonreírse mutuamente cada uno volvió a su sitio. El futbolista regresó a su puesto de trabajo, sumándose a la cálida acogida del público en forma de aplausos cuando la banda finalmente estuvo ante ellos, a punto de iniciar un nuevo concierto.

El vocalista tomó el micrófono, mirando a la audiencia como si fuese maléfico portavoz de palabras divinas, representando su papel a caballo entre lo real y lo ilusorio.

Un torrente de denso y oscuro sonido surgió de la batería, el bajo y el grave marcar del ritmo por parte de las cuerdas mayores de la guitarra.

A los acordes se sumó el teclado, conjugando las oraciones musicales con su aire de órgano de catedral. En medio de aquella recreación celestialmente electrónica, Kôji expandió los brazos iluminado por un foco, haciendo que su voz arropara el mensaje que quería expresar. Todo resultaba deliciosamente tétrico sin llegar a caer en las etiquetas del rock gótico, consiguiendo un estilo difícilmente clasificable.

Era la consumación de su madurez artística, pues pese a ser tan joven, arrastraba años de evolución, sirviendo su corta etapa con Kreuz de base para el sonido que ahora hacía de vehículo a su creatividad.

De un Cielo implacable la espada cayó

tiñendo de sangre cuanto encontró a su paso.

Quizás Dios y sus hombres se confabularon

con tal de conseguir tu exterminación.

Pero tú, mi ángel maldito, de nuevo el vuelo alzarás,

cicatrizarán las heridas de tus alas,

la furia de tus ojos les castigará.

Anclado a tu cruz quedaré por los siglos,

tres clavos de rubí no me dejarán escapar:

uno por ti, uno por mí, uno por quién en tu nombre… volvería a matar.

Ríos escarlata, mares de temeridad,

pagaré el precio a convenir si con ello tu alma es salvada.

Eterno pecador en nubes de pureza,

tú eres mi condena, mi exorcismo, mi libertad.

Los oyentes sucumbieron a la epopeya de letras crípticas, repartida en los epílogos de una compenetración absoluta. La perfección se lograba a base de naturalidad, dejando espacio para el dictado del momento. Los punteos ágiles eran reforzados por Liam, marcando las pautas a seguir los encargados del ritmo en aquella declaración de principios en forma de versos.

Abriéndose paso con buen humor y filosofía, un nuevo cliente entró en el pub, consiguiendo al fin tras muchos "disculpa" alcanzar la barra. Nadie se encontraba pidiendo, puesto que la totalidad de los presentes parecían entregarse a un ritual colectivo; incluso uno de los camareros, el cual no podía disimular su sonrisa de satisfacción y emotividad.

—¿Me pones un contrato con hielo, por favor?

Takuto se giró ante tan extraña petición. Una alegría desorbitada le recorrió al reconocer a su interlocutor.

—¡Shibuya! ¡¿Pero cómo lo haces para siempre llegar tan pronto?!

Katsumi se alongó sobre la barra, abrazándole, feliz por verle con tan buen aspecto.

—Los fondos monetarios, los contactos y el Concorde, una trinidad que nunca falla.

—Oye, luego hablamos, que estoy de turno y apenas te escucho — gritó Izumi.

Su viejo amigo, tras pedirle que le guardara la maleta, se mezcló entre la gente, analizando de cerca el nuevo proyecto tangible que tenía en sus manos. Le agradó la uniformidad del conjunto, era mejor de lo que esperaba, aunque tal y como le había comentado Kôji aún quedaba mucho por hacer.

Sin embargo, lo que más le llenó fue el hacer de éste. Había estado junto al vocalista desde los inicios de su carrera, había visto cómo su estilo progresivamente mutaba, reinventándose, ganando con los aportes de las vivencias. Pero no era la técnica lo que convertía a un cantante en un mito, sino la proyección del alma a través de la voz.

Katsumi pudo afirmar sin reparo alguno que jamás había oído cantar a Kôji de aquella forma, con una contundencia aplastante, fruto de los padecimientos, los rencores, las esperanzas, y la agresiva convicción de luchar por alcanzar la propia perfección, rodeado de las personas que conformaban su mundo: Takuto en forma de muso, él como faro que indicara la senda a tomar, y aquel grupo que, por lo que parecía, se había ganado su entrega.

Se dijo que ese sería el mayor de los retos al que se enfrentaría. Su mejor obra, la despedida del mundo del espectáculo antes de ejercer como médico y salvar en honor a Madoka cuantas vidas fuera posible.

Presenció el resto del concierto mientras pensaba en los pasos a dar para empezar a moverse en la producción de la banda. Los jerarquizó por orden de prioridad sin perder en ningún momento la sonrisa, puesto que esa era su mejor arma. Nadie en su sano juicio pensaría que ese joven japonés de simpática apariencia era un fiero empresario con un extenso currículum a sus espaldas.

El espectáculo se dio por finalizado tras un bis, regresando a la barra donde pudo disfrutar un Martini mientras esperaba a que su estrella acudiese. Habían cruzado un par de miradas durante la actuación, Kôji seguramente también se habría sorprendido al encontrarle tan pronto en la ciudad.

—¿Tienes dónde pasar la noche? —le preguntó Takuto por encima del ruidoso ambiente.

—No, tendré que buscarme un hotel luego.

—¡De eso nada! Tú te vienes con nosotros —afirmó Izumi, negándose a dejarle en la estacada tras tanto que había hecho por ellos.

Una mano agarró con fuerza el hombro del universitario.

—¿Así que ya te han instalado? —preguntó Kôji, el cual había escuchado la última parte de la conversación.

Shibuya le sonrió.

—Taku sigue siendo encantador, no como tú, que pretendías abandonarme en mi primera madrugada en la capital.

Kôji respondió a la sonrisa con un gesto que su representante sabía interpretar como algo de igual valor.

—Chicos, os presento a Katsumi, nuestro manager. No os dejéis engañar por su cara de niño bueno, a la hora de la verdad es un ser sin escrúpulos.

Los miembros de Angelous se presentaron, sorprendidos por su evidente juventud.

—Me habéis convencido, el concierto no ha estado nada mal. Mañana nos reuniremos para conocernos en profundidad e idear el plan de choque, pero ahora si me disculpáis, estoy hecho polvo, he tenido un día de locos.

—¿Cuántos polvos dices que has echado, señor Don Juan? — preguntó Kôji con indirectas, respecto a la voz femenina que había escuchado por teléfono.

Al poco Izumi acabó su turno, y tras despedirse de los demás componentes de Angelous, así como sortear a los nuevos admiradores que el cantante tenía, pusieron rumbo a Belsize. No les importaba arrastrar cansancio por el viaje, el partido y la tensión de la actuación, pues estar reunidos de nuevo lo eclipsaba.

Al dejar la maleta en el pequeño salón del piso, Katsumi se acordó de aquellos días cuando vivieron juntos por un espacio de tiempo. El apartamento que compartía con Kôji cuando el padre de éste le había echado de casa era una leonera hasta la llegada de Takuto. Años más tarde, los tres habían cambiado mucho, pero lo sustancial de sus respectivas personas seguía presente.

—Otra vez como en los viejos tiempos… pero tranquilos, mañana empezaré a buscarme un garito —añadió, sacándole la lengua a Kôji.

—¿Quieres darte una ducha, Shibuya? —gritó Izumi mientras le sacaba una toalla del altillo del armario.

—Sí, no estaría nada mal —contestó mientras miraba con detenimiento el lugar—. Me gusta vuestro nido.

—Ahora me dirás que vas a dormir con nosotros, ¿no? — respondió el cantante, malhumorado, mientras procedía a desmaquillarse.

Katsumi aceptó la taza de té que el más amable de sus anfitriones le preparó, acudiendo al encuentro de la reconfortante agua corriente mientras la pareja le preparaba la cama.

—Durmamos tú y yo en el sofá, debe estar agotado de tanto avión —propuso Izumi colocando las sábanas, pues en su desorden aún podía adivinarse el episodio de pasión.

—Con lo que te mueves tendré que agarrarte con fuerza o acabarás en el suelo —le respondió, poniéndose la ropa que usaba a modo de pijama y deleitándose por el lado bueno de la incómoda noche que le esperaba.

Siguieron hablando hasta que el nombrado manager se les unió, con los cabellos húmedos y el cepillo de dientes en mano.

—A estas horas ya no soy persona… —bostezó.

Takuto insistió para que se metiera en el lecho, a lo que Katsumi finalmente accedió, regocijándose por aquel privilegio.

—Que descanséis, yo voy a caer como un tronco —proclamó, escondiéndose entre las mullidas almohadas.

Por su parte, los inquilinos trataron de acomodarse de la mejor de las maneras en el sofá. Kôji se tumbó de lado con la espalda pegada al respaldo, comprobando que por mucho que hiciese, los pies le acababan colgando, pues era demasiado alto. Izumi se acurrucó en su pecho, pegándose lo máximo posible dado que carecía de mayor espacio.

—Quién me iba a decir cuando le conocí que acabaríamos así —rezongó el cantante por lo bajo, refiriéndose a Shibuya.

—No seas gruñón y trata de dormir —respondió, usando su brazo a modo de reposacabezas.

Se cubrieron con la única manta sobrante, no tardando demasiado el ganador de la jornada en abandonar el reino de los conscientes.

Kôji le apartó el pelo de la cara los minutos que tardó en seguirle, abandonándose a sus pensamientos. Pese a que le hubiera gustado celebrar más goles, haber llegado mejor a los altos durante la actuación, e incluso aunque Katsumi le hubiese destronado de la cama esa velada, había sido un día perfecto.

7-En referencia a la canción "Jesus Christ love for you", uno de los temas de Kôji en su etapa como solista en Japón.

8-John Lennon y Paul McCarthney: miembros de The Beatles.

Freddie Mercury y Brian May: miembros de Queen

Mick Jagger y Keith Richards: miembros de The Rolling Stones.