- Capítulo 12: Negocios -
La alarma del fax se encendió, indicando con su estridente pitido que un nuevo documento estaba entrando y pronto caería impreso sobre el suelo de la oficina.
Hirose prefería dedicarse a los asuntos de la corporación en el edificio destinado exclusivamente a ello, mas había creado en su propia casa un cuartel general donde ocuparse de menesteres que debían permanecer bajo control en su círculo de confianza.
Sólo unos pocos tenían la oportunidad de pertenecer al mismo, pues con los años su red de contactos había menguado. Aquellos que le eran leales sabían que tenían bastante que ganar sirviéndole en los puntuales momentos en que eran solicitados, y mucho que perder en caso de fallarle.
Sin llegar a los niveles corruptos de los yakuza, la fatalmente conocida mafia japonesa, el poder de las grandes empresas podía mover las cuerdas de cualquiera a su favor como si de una marioneta se tratase. En el teatrillo del mundo, él era el maestro titiritero.
El mayor de los Nanjo comprobó que sus colaboradores seguían actuando con impoluta limpieza. Aquel aparato, combinación de fax e impresora a color, reprodujo con tinta y papel las imágenes que le habían enviado: fotografías de una valla publicitaria en el centro de Londres, en las cuales podía admirarse la espléndida fuerza visual de su hermanastro. Kôji posaba con ese arrogante desparpajo tan característico en él, acentuada su divinidad por un decorado sobrio y el colorido de las ropas que promocionaba.
—¿Así que te has refugiado en Inglaterra, pequeño demonio? —le preguntó a la fotografía después de arrugarla, reduciéndola a una pelota de celulosa y lanzándola a la papelera.
Contaba con ello; Kôji no podría pasar demasiado tiempo desaparecido en combate. Sabía que tarde o temprano acabaría por resurgir, su imperiosa necesidad de hacerse notar le llevaría a mostrarse con el descaro esperado.
Debía aguardar, deseaba ver el desarrollo de los acontecimientos, saber con qué le sacaría de sus cabales ésta vez, hasta que la nueva ebullición de gloria y fama conseguida por su hermano fuera tan notoria que los celos le corroyeran. En ese momento pondría en funcionamiento la mano invisible.
Abandonó la habitación con intención de darse un largo baño bajo la incondicional y esmerada atención de Shigi. Mientras ideaba un nuevo método con el que satisfacer sus singulares apetitos, Tatsuomi le vio marchar. Cuando el pasillo estuvo completamente vacío, entró sigilosamente en la oficina.
Seguían tratándole como un niño, y ello suponía una gran ventaja para él. Tanto su padre como su ayudante solían hablar entre ellos sin reparos, pareciendo no importarles que estuviera presente.
Así, la mención de un nombre repetido demasiadas veces en los últimos tiempos despertó su curiosidad.
Apenas le habían hablado de su abuelo, y le tenían prohibido acercarse a Akihito cuando éste seguía con vida. Quizás por ello, le resultaba extraño que el guardaespaldas diera signos evidentes de conocer con lujo de detalles al que parecía ser el archi enemigo de Hirose.
Observó la pantalla del fax, la cual indicaba que acababa de finalizarse la recepción de un mensaje. Al fijarse en la papelera encontró entre demás documentos inservibles una bola de papel. La tomó, devolviéndola a su estado original.
Ante él quedó la fotografía de un modelo, algo que pese a los evidentes gustos sexuales de su progenitor le resultó sospechoso. Pero no fue eso lo que llamó su atención y agudizó su ingenio, haciendo que atara cabos con maquiavélica precisión.
Los rasgos de ese joven no sólo eran exquisitos, sino inconfundibles: lo afilado de la forma de su rostro, lo pálido de la piel, los arcos oculares, la disposición de las cejas… había visto dicha fisonomía en su padre, en su tío y hasta en sí mismo.
No le cupo duda. Aquella enigmática persona era un miembro del clan. Pero, ¿de quién se trataba?
Ocultó la prueba del delito en el bolsillo y, tras abandonar el despacho, se encerró en su cuarto. Como casi todos los chicos acomodados de su edad poseía un potente ordenador personal.
Tatsuomi tecleó con velocidad, accediendo al portal más famoso de todo Internet. Fueron dos simples parámetros de búsqueda los que confirmaron sus sospechas:
Kôji + Nanjo
Los resultados acudieron a la pantalla por centenares: páginas web, mailing list, foros de discusión… Sabía por experiencia que la red podía ser traicionera, la información estaba disponible a toneladas, pero en la habilidad del lector para distinguir lo verídico de la paja residía su eficacia. Fue práctico, entrando en lo que parecía ser el site con mayor volumen de visitas.
El universo obsesivo de las fans era una mina de rumores. Nada más ingresar en la página principal, una imagen en alta resolución del protagonista daba la bienvenida, confirmándole que, en efecto, el hombre de la foto desechada y del que tanto había oído hablar indirectamente, estaba ligado a él por vínculos de sangre.
Encontró lo que parecía ser una recopilación de artículos de prensa escaneados y ordenados cronológicamente. Pinchó sobre uno de ellos, descargándose poco a poco el archivo, quedando visible el titular.
Kôji Nanjo culpable por asesinato de su hermanastro Akihito.
Leyó por encima el contenido del recorte digitalizado.
Tras varias jornadas de deliberación, la estrella del rock ha sido condenada a tres años de prisión tras declararse autor del homicidio. Hirose, el mayor de los tres hermanos Nanjo y director del imperio Jôtô, ha declarado que recurrirá ante el fiscal por considerar insuficiente la pena.
Fascinado, y a la vez contrariado por saber de mano de anónimos más de su familia que por la boca de éstos, comprobó que aquellos artículos estaban datados en hacía algo más de un trienio. La página web asimismo parecía no haber sido actualizada en varios meses. Un aluvión de mensajes remitidos por seguidoras colapsaban los foros, preguntando qué había sido de Kôji tras su salida de la cárcel, dado que no se había vuelto a tener noticia alguna de él.
Con la misma prudencia sibilina que había llevado hasta entonces, empezó a desentrañar los misterios que giraban alrededor del que era su otro tío, cuya existencia había ignorado hasta ese instante.
- 2 -
Posiblemente un teléfono móvil no era el mejor amigo de todo productor, pero sí el más eficaz. Debían ser como mucho las ocho de la mañana, pero Katsumi llevaba un buen rato con el manos libres activado mientras contemplaba a través de la ventana del dormitorio las calles vacías, y lo verde de los árboles que adornaban el pavimento.
—Sí, envíamelo todo a la dirección que te di. Antes del mediodía, por favor. Muchas gracias.
Al fin colgó. Había hecho llegar sus pertenencias indispensables a Londres, y en las próximas horas las tendría allí, donde las guardaría provisionalmente hasta encontrar un piso en el que residir. Sin su portátil y demás accesorios, no podría dirigir un proyecto de considerable envergadura como era debido.
Hizo la cama para luego salir del cuarto. El salón estaba sumido en absoluto silencio, encontrándose con sus amigos dispuestos por el sofá. Pese a la calma que reflejaban sus rostros, la postura en la que estaban encajados parecía fruto de una noche batallando contra la falta de espacio.
Míralos, qué monos… Como si no hubiesen roto nunca un plato.
Sonrió con un deje de melancolía. Saber que habían podido rehacer sus vidas en tan corto espacio de tiempo le reconfortaba. Ya que de seguro no iba a poder tener ante sí una imagen como aquella lo que se decía a menudo, caminó de puntillas descalzo por la moqueta, tratando de hacer el mínimo ruido al revolver en el equipaje. Encontró lo que buscaba: su cámara Polaroid de última generación, compacta, pero igualmente efectiva. Aunque los avances tecnológicos eran considerables, todavía en el mundo de la industria audiovisual había instantes que requerían ser plasmados físicamente de inmediato, sin poder esperar a ser revelados en un laboratorio o descargados a un dispositivo informático.
Se posicionó sobre ellos con la lente enfocándoles de cerca, y presionó el disparador. El ruido de la máquina y el flash hicieron que Takuto se sobresaltara, mirándole entre enfadado y zumbado.
—¿Pero qué haces? —atinó a preguntar.
Por su parte, Kôji ni se había enterado.
—Es que estabais adorables, no podía dejar escapar la ocasión — comentó, con su irresistible sonrisa, mientras agitaba el pedazo de cartón.
Izumi acabó de incorporarse, sabiendo lo difícil que le resultaría volver a conciliar el sueño.
—Ala, por la gracia te toca despertarle —dijo, poniéndose en pie camino del cuarto de baño, dejándole el encargo a Katsumi.
Éste tenía una dilatada experiencia en dicha actividad. Acercó el oído a Kôji, y le canturreó con voz divertida.
—Kôji… mira lo que tengo.
Su representado no contestó, tan sólo se giró dándole la espalda y siguió durmiendo. No iba a ser tan fácil, por lo que insistió.
—Tengo una foto de Taku… ¿es que no vas a hacer nada?
Terminó haciéndole cosquillas en la planta de los pies, obteniendo a cambio una soberana patada que le tiró al suelo. Como un león de melena engrifada, el cantante le dio los buenos días en forma de rugido.
—¡Déjame dormir! ¿Qué mosca te ha picado?
Shibuya se incorporó, restándole importancia a su caída. Tenían muchas cosas que hacer, era adecuado comenzar temprano para aprovechar la jornada.
—Hay que levantarse. Toma, en compensación por las malas maneras —le dijo, tendiéndole la foto.
Kôji se la acercó a la cara, dado que no veía bien de cerca sin gafas. Gruñó un cúmulo de maldiciones sin sentido, resignándose a recibir el nuevo día. Al menos agradecía el "detalle"; cuando Dave les había sacado una foto juntos, no había tenido en cuenta hacer una copia para tener ellos una, así que esa Polaroid era la única imagen que poseían. Seguramente acabaría en la nevera, junto la de los hermanos de Izumi.
Takuto regresó al salón con el cabello ya adecentado y los signos del sueño eliminados a base de agua helada.
—¿Qué tenéis pensado hacer hoy? —preguntó, preparando una taza de cacao soluble para él y dos de café para ellos—. Yo haré limpieza general y quedaré con el equipo por la tarde, debemos empezar a preparar los cuartos.
Katsumi no tardó en responder.
—He de esperar a que me traigan el equipaje, y luego nos iremos para reunirnos con el resto de la formación. Debemos empezar a distribuir esa maqueta que se ha grabado y sopesar la idea que tengo respecto a un hipotético contrato con discográficas. Supongo que nos pasaremos fuera todo el día.
—Imposible —proclamó Kôji—. Tengo un examen dentro de cuatro días, he de empollar.
Shibuya recordó que Taku le había comentado lo de su regreso al bachillerato. Aunque le agradaba el mencionado factor, no iba a ceder.
—Pues ponte a estudiar ya y aprovecha las horas, porque después de comer nos vamos de aquí. ¿No querías ir en serio?
Kôji rezongó por lo bajo. En el fondo supuso que llevaba razón.
—Y ahora que lo menciono… quería hablarte seriamente sobre el tema.
Katsumi se sentó a su lado. Era, posiblemente, el mayor obstáculo que veía en su resurgir como productor musical.
—Ya has comprobado que el nivel musical en este país no tiene parangón. Pero no debes olvidar tampoco, Kôji, que ya no nos encontramos limitados por las barreras lingüísticas como en Japón. Si un grupo británico triunfa aquí, sus ecos se propagarán por el resto del mundo. Me preguntaba si estás dispuesto a cargar con la posibilidad de asumir tanta fama.
La parte álgida de su alegato no se hizo de rogar.
—Dudo que a tu hermano se le hayan pasado las ganas de divertirse. Si Angelous tiene éxito, no tardará en localizarte, y temo las represalias.
Shibuya mantuvo la compostura cuando el gesto de Kôji se tornó tan visceral que, de no haber estado habituado, hubiese sentido pavor. Sus ojos desprendían fieras chispas de odio, y sus labios se curvaron en una mueca despectiva.
—Hirose siempre ha sido un cobarde, y lo seguirá siendo. Nunca se atreverá a dar la cara directamente. Me da lo mismo que vuelva a lanzarme a sus esbirros, no pienso renunciar a mis aspiraciones por eso. ¿Crees que no lo pensé cuando me presenté al casting? Me la suda lo que haga, Shibuya. Ni Takuto ni yo vamos a dirimir nuestras carreras por ese cretino.
Katsumi miró a Izumi, el cual había seguido la conversación. Si había alguien que tenía total derecho a sentir odio y rencor hacia Hirose Nanjo, era él. Le había ultrajado, le había manipulado, y había prácticamente consentido que le atropellasen, además de hacer que encarcelaran a Kôji. Sin embargo, no podía estar más de acuerdo con sus palabras.
Temerle era lo peor que podían hacer. Más que temor, lo que le tenía era ganas. Si habían dejado Japón atrás era para evadirse de la presión de aquellos que conocían su historia, y se empeñaban en aislarles en una burbuja de la cual no serían capaces de salir. Allí, en el Reino Unido, tenían la oportunidad de hacer las cosas a su manera, estableciendo límites desde la base, y rompiendo otros.
—Yo pienso lo mismo —confirmó, sentándose con ellos en el sofá mientras les tendía las respectivas tazas.
—Era lo que necesitaba oír para salir de dudas —concluyó Shibuya, bebiendo.
—Pues no vuelvas a mencionarle en mi presencia —sentenció Kôji, dando el primer sorbo y encendiendo la tele con el malogrado mando a distancia.
Lo que se encontraron nada más activarse la pantalla fue, cuanto menos, chocante. La programación habitual había sido interrumpida, dando paso al riguroso directo. Las cámaras enfocaban lo que parecía ser un cadáver cubierto con una sábana blanca, el cual era trasladado sobre una camilla al interior de una ambulancia. La voz en off y las imágenes de archivo que de vez en cuando eran pinchadas les facilitó la información que necesitaban recibir.
El cuerpo sin vida de Ayako Göttberg ha sido hallado la pasada madrugada en la habitación de un lujoso hotel del centro de Londres, donde se hospedaba. La famosa top model germano-japonesa se encontraba estos días en la capital promocionando su última campaña. Pese a que es imposible determinar la causa exacta de la muerte hasta obtener los resultados de la autopsia, todo apunta a un suicidio por ingesta de fármacos, según las primeras declaraciones realizadas por la policía. La noticia ha sido recibida con consternación en todo el mundo de la moda y en su ámbito privado. Al carecer de familiares directos, se especula con el posible destino de todos sus bienes al no haber dejado testamento.
Kôji apagó la televisión, y se acomodó en el respaldo del sofá mientras bebía tranquilamente. Takuto estaba helado, y Katsumi no salía de su asombro. Pero sin duda, lo que más les pilló por sorpresa fue la pregunta que formuló el hijo de la célebre suicida.
—Al ser su único descendiente tengo derecho a reclamar la herencia, ¿verdad? —preguntó con frialdad.
Shibuya titubeó unos segundos, más que nada por la incredulidad de la situación. Sabía del parentesco que unía a su amigo con la top model, aunque éste nunca le hubiese hablado de ella.
—Sí.
—¿Podrías conseguirme una citación con sus abogados? Cuanto antes. Que me hagan análisis si es necesario para probar nuestros lazos, y ordénales que saquen a subasta pública sus posesiones materiales. Sólo me interesa el líquido.
Izumi le interrogó con la mirada. Quería saber de inmediato qué era lo que confabulaba su despótica cabeza.
—¿Qué pretendes hacer? —preguntó, quitándole la cuestión a Katsumi de la boca.
Kôji acabó de un trago lo que restaba de café. Aquellas lágrimas derramadas por su madre en la fiesta habían sido las primeras y últimas, por lo que, sin ápice alguno de emotividad, como siempre que hablaba de su familia, se pronunció.
—Saldar la última deuda que tengo pendiente.
- 3 -
Serika esperaba impaciente a su hermano pequeño. Desde que comenzara en la biblioteca apenas se veían, pues Yugo llegaba a primera hora de la tarde a casa, y solían encontrarse de camino cuando uno regresaba del Instituto y la otra iba camino del trabajo.
Al fin le oyó entrar por la puerta principal, y salió corriendo a su encuentro con un paquete en la mano.
—¡Ha llegado carta de Takuto!
Los dos subieron hasta la habitación del recién llegado, ansiosos por recibir noticias suyas. Serika hizo los honores de abrirla, comenzando a leerla ambos para sus adentros.
¡Hola hermanitos!
Me ha encantado que me escribierais, me habéis alegrado el día. Por aquí todo va bien, he conseguido un par de trabajos para ir tirando, no son gran cosa, pero nos da para los gastos mínimos.
¡Y he vuelto a jugar! Estoy en un equipo de la zona, soy delantero y me han hecho capitán. Dentro de poco espero poder anunciar que estaremos en la final, mis compañeros están muy ilusionados con las posibilidades. Me moría de ganas por volver a los terrenos, aunque no sea más que un campeonato amateur, es como estar en el Cielo.
En lo que respecta a Kôji, se ha unido a una banda, Shibuya va a ser el manager. La foto que os enviamos nos la sacó el batería después de uno de los conciertos. Por cierto, Serika, Kôji ha insistido para que te mande una copia de la maqueta que han grabado, dice que es un detalle en exclusiva por ser fan vitalicia.
No tengo tiempo para escribir más, lo siento. Os llamaré por teléfono cuando vuelva a cobrar.
Estoy muy orgulloso de vosotros. Tened cuidado. Os quiero.
Los dos sonrieron, y Serika se apresuró a buscar en el interior del paquete los dos objetos mencionados. Encontraron la fotografía; en ella se podía ver a Takuto sonriente, como si le hubiesen dicho algún comentario gracioso segundos antes, y a Kôji con su habitual look de escenario, pasándole un brazo por encima de los hombros.
Mientras Yugo analizaba la imagen de cerca, la chica tomó ansiosa el cd. Ni siquiera estaba serigrafiado, pero tenía escrito a rotulador permanente el nombre del grupo del puño y letra del cantante.
—Angelous… —musitó.
La vena de fan volvió a latir, suplicándole a su hermano.
—Déjame tu discman, por favor. Te lo devuelvo esta noche.
Él lo sacó de un cajón, tendiéndoselo.
—En el fondo nunca cambiarás… —mencionó, resignado.
Tras meter el disco en el reproductor, se apresuró a marcharse a toda prisa.
—¡Se me va a hacer tarde! ¡Hasta luego!
Y mientras salía a la calle caminando a marcha forzada, los primeros acordes y su voz favorita cantando en inglés sonaron para deleite de sus oídos. Era todo un privilegio ser la primera en todo Japón que escuchaba las nuevas canciones de Kôji tras tantos años de silencio. Guardaría celosamente el secreto, sabía que más de una estaría dispuesta a secuestrarla con tal de conseguir ese tesoro.
- 4 -
Katsumi no tardó en recorrer la superficie del local de ensayo. Observó a todos y cada uno de los miembros de la formación; tras las diversas reuniones que habían tenido en los últimos días, al fin el momento de la auténtica proclamación había llegado.
—Bien, chicos. Le he dado muchas vueltas, y después sopesar la situación actual del mercado discográfico, he tomado una decisión con respecto a la que será nuestra política.
—¿Vamos a empezar a enviar la maqueta a emisoras y compañías? —preguntó Brett, algo inquieto.
Kôji escuchaba en silencio. Le había entregado a Shibuya hasta el último dólar que le había sobrado de la herencia. Tal y como le dijo a Ayako, no quería nada de ella. Pese a que hubiera preferido perder de vista la cantidad, necesitaban un empujón económico para poder levantar el proyecto de la banda. Sabía que el joven manager lo exprimiría hasta el límite, sacándole el mejor partido.
—No exactamente —respondió Katsumi—. Se enviará a emisoras, pero no vamos a ir detrás de discográficas… porque voy a montar mi propio sello. Hoy en día no resulta tan caro crear una partida pequeña de discos y encargarse de las contrataciones. En cuanto empecéis a ser conocidos y la demanda suba, todo irá a mayores.
Liam no se creía lo que estaba oyendo.
—¿Y de dónde vamos a sacar ese dineral, si ni siquiera teníamos para una mísera maqueta hasta que Kôji ganó el casting?
—Ya os lo dije —cortó éste secamente—. Dejaos hacer y confiad en él, hay fuentes, y legítimas. Nuestro trabajo consiste en tocar y ganar adeptos, el resto no nos incumbe.
Shibuya asintió.
—Sé que esta situación os resulta extraña, pero sé lo que hago. Mandaré hacer unas quinientas copias del master, con la cámara digital de Dave podemos hacernos algunas fotos, y yo haré el diseño de las portadas. Tengo algunos contactos, y por lo pronto ya tenemos contratada una actuación en una ciudad a las afueras el próximo viernes. Esa es la dirección, echadle un vistazo.
Mientras Chris miraba la referencia, Kôji estrenó la cajetilla colectiva de tabaco. De todos los días con los que contaba la semana, la casualidad se empeñaba en surgir en el momento menos apropiado.
—Tengo examen a las siete. No puedo faltar.
—¿A las siete? ¿Y a qué hora es el concierto? —preguntó alarmado el bajista.
Shibuya, tras consultar su agenda personal, le indicó que el inicio estaba estimado hacia las nueve de la noche.
—¡Imposible! Eso está a cien kilómetros de Londres, no llegaremos a tiempo —argumentó desilusionado Dave.
El manager lamentó dirigir la mirada hacia la ya veterana estrella. Sus pensamientos se confirmaron cuando Kôji esbozó una extraña media sonrisa. Lo que ignoraban los restantes componentes de Angelous era que su vocalista, además de tener un don innato para posar ante las cámaras, era el tipo más temerario en la carretera de todo Japón.
—Dejadme a mí al volante, novatos. Estaremos allí con intachable puntualidad británica.
- 5 -
La alarma del intercomunicador anunció que su secretaria le reclamaba. Hirose se quitó las gafas, masajeándose las sienes. Llevaba todo el día en la oficina tratando de terminar el trabajo pendiente para presentar el balance a los socios del grupo empresarial.
—Te dije que no me interrumpieras, Tomoko —respondió, presionando el botón.
—Lo siento, señor Nanjo, pero creo que es conveniente que vea esto…
Aquella mujer llevaba tiempo suficiente trabajando para él como para distinguir cuándo un asunto podía saltarse sus indicaciones, así que accedió. Ella entró con cierta timidez al despacho, dejando sobre la mesa un sobre cerrado.
—Es acerca del estado de las cuentas. Hemos recibido un ingreso económico que no esperábamos, no proviene de ningún cliente ni deudor.
—¿Y por eso tanto escándalo? —preguntó él, buscando por los cajones un calmante efervescente para el dolor de cabeza.
Ella insistió.
—Es una suma importante, señor…
Hirose la miró, extrañado. De vez en cuando recibían pequeñas cantidades anónimas a cambio de favores, en especial de importantes políticos, pero nunca de cuantía considerable.
—La transferencia iba acompañada de este mensaje confidencial. Se lo han hecho llegar a través del banco —añadió en referencia a la carta.
El presidente asintió.
—Gracias. Puedes volver a tu puesto.
Tras haberla echado de la oficina, entró por la red interna a la cuenta bancaria principal de la compañía, viendo a través del monitor del ordenador el listado de movimientos. Efectivamente, sus arcas habían sido engrosadas por una donación de lo más generosa. Sin embargo, al ver el nombre del autor de la transferencia, sintió que le hervía la sangre.
Rompió el sobre con un afilado abrecartas. En su interior halló una simple hoja de papel con unas pocas líneas escritas. Reconocía aquella caligrafía firme, sin adornos, perfecta. Cada una de esas palabras se le clavaron en el estómago, como si de un puñal se tratase.
Padre impidió con un millón de yenes que me abortaran. Compró mi nacimiento con dinero ganado gracias al imperio Jôtô, compañía que ahora tú diriges, por lo que ese dinero es también tu jodido dinero. Te lo devuelvo, haz lo que te plazca con él: cómetelo, quémalo y baila alrededor de la hoguera, o empléalo en pagar a alguien para que me siga por Londres. Me da lo mismo.
No te tengo miedo. Para mí estás tan muerto como Akihito.
Hirose, furioso, tomó violentamente el monitor entre las manos y lo lanzó al suelo, destrozándolo. Kôji no sólo terminaba de renegar de su apellido legítimo, el cual había tenido la desfachatez de cambiarse, sino que le desafiaba abiertamente, insultando a la memoria de su difunto hermano.
Se juró que aunque todavía desconocía cómo lo haría, se las cobraría todas juntas. Y cuando ese momento llegase, ni todo el efectivo del mundo serviría para comprar la paz.
- 6 -
Lo único que quiero es un coche rápido de verdad
e ir a toda velocidad, llegar muy, muy lejos.
Quiero probar lo dulce que es esta vida
mientras tenga oportunidad y el momento sea propicio.
Quiero llenar la copa y bebérmela de un trago.
No quiero vivir eternamente,
quiero ir a por todas.
Seguir avanzando ante las adversidades,
salir en medio de una nube de humo.
Bryan Adams, "I don't wanna live forever"
Liam miraba nervioso el reloj desde el asiento de copiloto de su vieja furgoneta. Los cuatro esperaban con los instrumentos delante del centro donde el estandarte de la formación estaba examinándose de un parcial de matemáticas. Ya pasaban de las y veinte.
—Estupendo, nuestra primera actuación fuera de la capital y vamos a quedar fatal —protestó Chris, convencido de que no tenían posibilidad alguna de cumplir.
Shibuya había insistido en ir por su cuenta y reunirse con ellos en la sala, cosa que intrigaba a Brett.
—Mirad, ahí viene —dijo señalando a Kôji, el cual bajaba por las escaleras con tranquilidad.
El japonés abrió la puerta principal, diciéndole al dueño del vehículo que permaneciera a su lado.
—¿Tío, estás seguro de lo que vas a hacer? Aquí se conduce en otro sentido —expuso Dave.
Mientras ajustaba los espejos y se ponía el cinturón de seguridad, el cantante se giró para mirarle.
—En Japón también se conduce por la izquierda. Agarraos fuerte, y mantened los ojos bien abiertos por si veis a la pasma. Liam, te toca indicarme el camino.
El joven de melena morada iba a proponer que tomara un atajo cuando Kôji arrancó en tercera, sacando la furgoneta a toda pastilla y dejando de recuerdo una bonita marca de neumáticos en el asfalto. Tomó la curva con una precisión intachable y se dirigió hacia la desviación que llevaba a la autopista. Conocía bien la zona de haberla recorrido a pie cada mañanas.
Con la frente perlada en sudor frío, Brett atinó a balbucear unas palabras.
—Estás loco, tío.
Atravesaron las laberínticas calles del norte de Londres hasta que al fin llegaron a la pista. Sorteando cuantos vehículos entorpecían su paso, Kôji disfrutaba con cada cambio de marcha y los suspiros de pavor que emitían los demás ocupantes.
—Tienes que desviarte por la siguiente.
—Joder, la poli viene detrás —anunció Dave—. ¿A cuánto vas? ¿Ciento cuarenta?
El conductor ni se inmutó.
—¿Está lejos la salida?
—Un kilómetro, más o menos —respondió Liam tras consultar el mapa y alzar la vista para ver la siguiente señalización.
Pronto las luces de la consabida patrulla fueron visibles, les seguían a una distancia prudencial.
—Será mejor que pares —sugirió el bajista.
Pero el rey de las escaramuzas y la velocidad, aunque estuviera a bordo de una furgoneta hippy en dudoso estado en lugar de un Ferrari, no estaba dispuesto a perderse la actuación.
—Os dije que tocaríamos, y lo vamos a hacer.
Kôji condujo en línea recta hasta el último segundo, momento que aprovechó para lanzarse de un volantazo a la desviación adecuada, consiguiendo que el coche patrulla no tuviera más remedio que seguir de largo por la autopista ante lo sorpresivo de la táctica.
Sus compañeros comprobaron alucinados que les habían dado esquinazo. Por primera vez en los minutos que llevaba ahí dentro, cedieron al entusiasmo.
—¡Estás como una cabra, pero viva tus agallas! —exclamó Brett.
Tras decidir sobre la marcha con Liam una ruta alternativa menos concurrida, el vocalista dio la última indicación mientras comprobaba la hora.
—Será mejor que afinéis la guitarra y el bajo, llegaremos con el tiempo justo para subirnos y empezar con lo puesto.
En aquel momento fue consciente de cómo había echado de menos la emoción más primitiva de salir de tour con un grupo: en la carretera eran meros forajidos, yendo de un lado a otro, arrasando a su paso, conquistando todo cuando pudieran para partir a un nuevo escenario. Y hacerlo a bordo de un trasto tan cutre, tenía hasta cierto encanto bohemio.
—Ni una palabra de esto a Takuto, o me mata —añadió.
Menos mal que no le habían cogido, pues con sus antecedentes, posiblemente habría pasado una hermosa velada en alguna comisaría británica.
- 7 -
Tras casi dos horas de concierto, Shibuya entabló conversación con algunos de los asistentes al recital.
—Son bastante buenos, hacía tiempo que no oía algo tan fresco y diferente —comentó una mujer de amplios ojos castaños y nariz perforada por varios adornos plateados.
—Es lo que intentamos ofrecer en este mercado tan saturado: espontaneidad y compromiso con un sonido auténtico —cameló Katsumi, experto en venderse.
El que parecía ser el acompañante de la chica le tendió una tarjeta.
—Regento una pequeña sala de conciertos en la capital, por la zona de los puertos. Vamos a celebrar un certamen para bandas alternativas, tal vez os interese apuntaros, la inscripción son doscientas libras.
—¿Habría posibilidad de exponer algunos cd's?
—Sí, claro, tenemos un stand en el interior. Llámame, con vosotros tendría el cupo lleno, actúan unos cinco grupos por noche.
Agradeció el gesto mientras se reunía con los demás en la puerta trasera del local. El inicio del espectáculo fue tan repentino que no le dio tiempo a darles la charla: habían llegado dos minutos antes de lo estipulado y, aunque no le hacía gracia la posibilidad de perder a la formación entera por un accidente, debía reconocer que sus expectativas habían sido cumplidas.
—Os prometo que ha sido la última ocasión en la que vais con este piloto de Fórmula 1 frustrado al mando —dijo, tratando de disculpar los hábitos automovilísticos de su amigo—. Parece que nos salen nuevas fechas, trataré de concertarlo todo para empezar a distribuir discos entre los que asistan a los directos.
Colocaron los instrumentos en la furgoneta, y mientras Kôji se alejaba un poco del aparcamiento para tomar aire, tuvo a su parecer una buena idea.
—¿No es eso un cementerio? —preguntó, señalando una vieja reja de metal que delimitaba el recinto funerario.
—Sí. En estas ciudades dormitorio abundan, con todos los muertos que hubo en las Guerras Mundiales no había espacio en Londres, así que muchos tuvieron que ser enterrados a las afueras —comentó Liam.
Las viejas tumbas ejercían una oscura fascinación en Kôji. Pese a los angustiosos recuerdos que conservaba de su ambular por Tokio en busca de Izumi, le parecían lugares de reunión, donde se mostraba mucho más afecto a los muertos que a los vivos. Nadie acudía en vano a un cementerio, siendo ésta una de las pocas costumbres que permanecían constantes a lo largo del globo, pese a la disparidad de las diversas culturas.
—¿Tienes ahí la cámara, Dave? —le preguntó.
—Sí, claro.
El batería sacó el aparato, el cual constaba de una gran resolución y potencia.
—Pues vamos a quitarnos de encima la sesión fotográfica.
—¿Allí? ¿Lo dices en broma, no? —replicó Brett.
Katsumi se encogió de hombros mientras empezaba a andar.
—Yo nunca bromeo —obtuvo como seca respuesta.
Tras mostrar algunas objeciones, acabaron por internarse en el tétrico y desolado lugar. Elementos de variados tamaños surgían de la verde superficie: cruces, inscripciones, cipreses…
Kôji encontró la tumba perfecta: era amplia, sencilla de formas y no tenía otras a su alrededor. Estaba compuesta por un enorme bloque rectangular elevado casi un metro sobre el nivel del suelo, siendo rematado por una lápida de mármol de aún mayor altura, en la que podía leerse el nombre de quien ahí yacía. Sobre el mismo había una talla con la forma de un niño alado, el cual rezaba hacia los cielos.
Contempló la serenidad del rostro esculpido; sus ojos eran dulces, los cabellos parecían tener vida propia, como si hubiese sido, efectivamente, un ser condenado a velar por toda la eternidad bajo la pétrea forma adoptada. Aquella estatua le había conmovido.
Shibuya tomó la cámara, dejando que ellos se dispusieran como creyeran más conveniente. A pesar de la oscuridad, la matriz electrónica era lo suficientemente buena como para obtener una imagen con un nivel mínimo de ruido. Algunos retoques en su ordenador bastarían para conseguir resultados aceptables.
Liam y Brett se colocaron de pie a ambos lados de la lápida, quedando sus espaldas enfrentadas, dejando perdida la vista en sus respectivos horizontes, apareciendo de perfil en la composición final. Dave y Chris imitaron su pose, pero sentados ante el inicio de la tumba. Por su parte, Kôji se recostó junto a la estatua subido en el bloque de cara al objetivo, cerrando los ojos como si se dejara proteger por las alas de piedra imaginariamente desplegadas.
Katsumi contuvo la respiración mientras encuadraba: era una fotografía perfecta, parecía transmitir sentimientos contrapuestos, densos, pero a la vez atrayentes, como la música que tocaban. Sacó varias capturas desde distintos puntos de vista, sintiendo el característico cosquilleo que le invadía cuando sabía que algo iba por buen camino.
Aprovechó que los chicos rompían filas para tomar imágenes de recurso a emplear en la contraportada y las etiquetas de los cd's, retratando texturas de lozas, relieves de las cubiertas de los nichos o siluetas de los árboles en contraste con la luz de la luna.
Se encaminaron hacia la salida, mas alguien seguía junto a la estatua que le había llegado al corazón.
—¡Kôji, vámonos! No es cuestión de llegar a Londres de madrugada.
El cantante miró la talla una última vez, besando sus fríos labios. Aquellos minutos le habían inspirado nueva historia; quizás la plasmaría en forma de canción en un futuro no muy lejano.
Se adueñó nuevamente del volante, aunque ahora se lo tomaría con calma. Shibuya hizo el viaje de regreso con ellos, haciendo el trayecto más llevadero.
—¿Por cierto, qué tal el examen?—le preguntó, pues con tantas prisas nadie había reparado en ese detalle.
—Funciones y logaritmos. Tantos ejercicios hechos para que me cayera esa chorrada —protestó él, en referencia al contenido de la prueba.
Emprendieron el camino a la capital con el sentimiento agridulce de haber hecho un buen trabajo, pero sabiendo que todavía distaban mucho de sus verdaderas capacidades.
