- Capítulo 14: Movimientos -

Me gustaría encontrarle la lógica

a las leyes por las que se rige el sexo.

Permite que te ponga las esposas,

y yo dejaré que seas mi carcelero

de camino a casa.

Aunque soy un hombre hecho y derecho,

no tengo reparo alguno en llorar.

Beck, "Sexx laws".

—Ahora no, Shibuya debe estar a punto de llegar.

Takuto trataba de evitar que las resbaladizas manos siguieran recorriendo intencionadamente su piel.

Habían llegado tan chispados la madrugada anterior de la celebración, que la cama sólo les sirvió para caer en ella medio muertos nada más tocarla. El despertador había sonado marcando la hora estipulada en su límite, las once de la mañana, así que se habían metido en la minúscula ducha con el objetivo de mostrarse lo más decentemente posible. La fiesta dejaba paso al deber, tenía ciertos aspectos político - mercantiles que tratar con Katsumi, el cual seguramente habría tenido que pasar por un proceso similar al de ellos con tal de vencer a la resaca.

Takuto trataba de despejarse; hasta él había acabado por beber una dosis de cerveza irrisoria en los demás, aunque exagerada en su caso, pero Kôji no olvidaba el acuerdo al que habían llegado, y sus instintos más primarios hacían caso nulo de las premisas horarias. Aprisionándole mientras el agua caía desde lo alto, le dedicó la más felina de sus miradas y la más gutural de sus declaraciones.

—Te deseo. No puedo esperar.

A la par que su cuello era besado, Izumi supo que sería mejor acabar cuanto antes, pues nada podría hacer por persuadirle. Eran tan precisas sus caricias y tan feroz la determinación con la que le trataba, que se sentía arrinconado entre la lujuria y el peso de la conciencia. El contrareloj le producía tanta excitación como ansiedad.

Con las mejillas encendidas, sopesó el tiempo del que disponían. Ddado que la reunión con Shibuya era primordial, decidió encargarse del asunto por la vía rápida.

—Me rindo, no se puede competir contigo —dijo mientras se arrodillaba y comenzaba a realizarle la faena.

Incluso a esas alturas, Takuto seguía sonrojándose cuando le tocaba ejercer la parte activa. Se agarró a sus piernas para no perder el equilibrio, admirando de cerca las formas del miembro exaltado. Kôji apoyó la cabeza en la pared, lanzando un suspiro de satisfacción al sentir cómo la humedad de la lengua comenzaba a recorrerle. Detuvo la caída del agua corriente para centrarse en la visión del rostro moreno de Izumi, el cual se aplicaba con los ojos cerrados, dejando que el objeto de su adoración se introdujera y saliera paulatinamente de sus labios.

Ninguna mujer había conseguido estimularle tanto de aquella manera como hacía él, por lo que tras unos minutos tuvo que frenar para que la diversión no acabara tan rápido. Sostuvo la tez de Takuto entre las manos, indicándole que no siguiera. De un veloz y tajante movimiento le colocó en pie de cara a los azulejos, posicionándose él detrás de sí tras abrirle las piernas, rozándole la cara posterior de los muslos con la erección.

—No aguanto más. Quiero poseerte, aquí y ahora.

Ésta vez fue él quien se arrodilló. Izumi iba a protestar, argumentando las razones lógicas a las que se había aferrado desde el principio, pero tuvo que acallar sus quejas, reprimiendo un gemido.

Kôji trazaba el recorrido del periné, lamiendo a conciencia la región de los testículos, y dedicando especial atención a su entrada. No se detuvo hasta haber conseguido en el jugador otra erección igual de potente, momento en el que se incorporó, haciendo uso de lo primero que encontró a su disposición para lubricarle.

A base de jabón líquido facilitó la penetración, tomándole con fuerza de las caderas, valiéndose de cortas aunque eficaces embestidas para adentrarse en su cuerpo. La diferencia de altura permitía que pudiera ver su gesto de placer, dado que Takuto ya no se resistía, todo lo contrario.

La cadencia se inició, incrementándose, y con ella, los jadeos.

—Los tabiques son muy finos, te van a oír… —le susurró Kôji al oído, mientras le metía con lascivia dos dedos en la boca, a fin de impedir la emisión de sonidos delatores.

Él le tomó de la muñeca, sacándose los dedos y llevándola hasta su miembro, a fin de que le proporcionara el necesario alivio.

Así hizo el cantante con celeridad, sin dejar de consumar el acto, presionando tanto sobre su cuerpo que el torso de Takuto quedó pegado a la blanca y fría superficie. Izumi se mordió los labios cuando sus piernas temblaron al estremecerse, eyaculando sobre los azulejos. Kôji fue capaz de salir de él en el momento preciso, terminando sobre su piel dorada.

Trataban de recuperar juntos el aliento cuando oyeron que alguien aporreaba la puerta del salón.

– Mierda —exclamó Izumi.

Sin pensárselo dos veces abrió el grifo del agua fría, con la intención de provocar la tajante fulminación de sus todavía evidentes erecciones.

Mientras Kôji se acordaba en inglés y japonés de los ancestros del fontanero que había montado la instalación, Takuto salió a toda prisa, secándose y enfundándose en los vaqueros al mismo tiempo. Tenía las mejillas ruborizadas; cuando abrió la puerta y Katsumi le miró a los ojos, éste tuvo que hacer acopio de toda su voluntad para no reírse: Izumi era completamente transparente.

—¿Un buen despertar, eh? —le dijo Shibuya, dándole unas palmaditas en el hombro antes de entrar al salón.

Takuto se quedó en el marco de la puerta muerto de vergüenza, dirigiéndose a los pocos segundos hacia la cocina para buscar algo que le paliara el dolor de cabeza.

El recién llegado bostezó, viendo de refilón cómo Kôji, con cara de pocos amigos, se metía en el dormitorio cubierto por una toalla alrededor de la cintura.

—Menuda juerga anoche, la que os perdisteis cuando os marchasteis. Dave y Rob acabaron bailando sobre una de las mesas del pub —comentó Katsumi, divertido, dado que él había sido de los últimos en regresar al hogar.

—Yo no sirvo para estas cosas —replicó Izumi tragándose el analgésico, dispuesto a beberse una taza de café para contrarrestar el malestar general.

Kôji al fin apareció, sentándose en el sofá junto a Shibuya sin saludar. Apoyó las piernas cruzadas sobre la mesita, exhibiendo el que había sido su único capricho a nivel personal adquirido con los beneficios que le correspondían: unas botas Dr.Martens violetas, de caña alta.

—Deberían meterte en la galería del terror del 9Madame Tussauds, Kôji.

Éste, en lugar de responder, le empujó hacia un lado haciéndole hueco a Izumi, el cual se reunió con ellos portando en mano la humeante cafeína.

Katsumi se masajeó el cuello, tratando de aliviar la tensión acumulada por el cansancio. Pese a que lo había pasado en grande la pasada madrugada, no había dejado de darle vueltas a lo que Takuto le había revelado en la discreción de los servicios. Era momento de entrar en detalles.

—Vamos a ver, cuéntame exactamente lo que te dijo.

Izumi suspiró, miró a Kôji a los ojos y comenzó su alegato. Estaba sumamente inquieto.

—Salimos del vestuario, y un hombre me dijo que el Chelsea estaba interesado en mí. Creo que se trata del entrenador, pero no estoy seguro. Me dijo que acudiera mañana lunes a las oficinas del estadio, a las nueve en punto… y que fuese con mi representante.

Lo primero que había pensado Takuto al escuchar esas palabras había sido en su carencia de manager, pero pronto recordó que Shibuya no permitiría que una tercera persona se encargara de sus asuntos.

—Supongo que cuentas conmigo para ello, ¿no? —preguntó Katsumi, muy serio.

Ante el gesto, el futbolista dudó un instante, pues le daba bastante apuro pedirle algo que implicaba tanta responsabilidad. Shibuya rió, sabiendo que su amigo iba a tener justamente esa reacción.

—Claro que me ocuparé de la negociación, Taku, parece mentira que no lo des por hecho. Si ya llevo todo lo de Kôji, ¿cómo no podría encargarme de ti? Además, será toda una experiencia, nunca he vivido el mundo del deporte profesional desde esa perspectiva.

El vocalista se levantó, abriendo el balcón y asomándose al mismo para encender el primer cigarrillo del día. Contempló las calles tranquilas y el cielo radiante, apoyándose de cara a ellos en la barandilla mientras fumaba.

—Llega a un acuerdo con él cuanto antes sobre el porcentaje, o lo lamentarás —afirmó Kôji, dirigiéndose a Izumi—. Te habla la voz de la experiencia.

Katsumi arqueó las cejas, restándole importancia a lo que acababa de oír.

—Ya que lo dices, voz de la experiencia, ¿para cuándo tendrás las canciones terminadas?

—Déjame en paz, la creatividad no tiene plazos estipulados.

—Pero las ventas sí. Quiero meteros en estudio cuanto antes, de hecho, he quedado dentro de una hora con el dueño de una sala de grabación, a ver si consigo un descuento en la tarifa. Y por cierto, me han vuelto a llamar los de D & G, quieren que hagas la campaña europea, están encantados con los resultados obtenidos aquí. ¿Te interesa?

—No. Quiero ganarme el reconocimiento por mi esfuerzo, tener este físico no es mérito mío, es más, ojalá tuviese otra cara, me recuerda a gente a la que quiero olvidar.

Viendo que el recién proclamado manager de ambos se levantaba para marcharse, Takuto quiso corresponderle el favor.

—¿No quieres desayunar nada?

—Qué va, si me meto algo más en el estómago, no lo cuento. ¿Te recojo mañana a las ocho? Ya me han traído el coche, me sale más rentable que dejarme una fortuna en taxis.

—Vale. Muchas gracias, Katsumi.

Kôji hizo un gesto con la cabeza a modo de despedida. Shibuya, resignado, habló entre susurros cómplices al nervioso futbolista en las escaleras que conducían a las plantas inferiores del edificio.

—Qué afectuoso es tu novio. Menos mal que le conozco como a la palma de mi mano.

Mientras le veía bajar los peldaños atendiendo al móvil, Takuto cerró la puerta y respiró profundamente. Se acercó hasta Kôji, el cual apuraba lo que le quedaba de tabaco, dejándose acariciar por la fresca brisa, dado que aunque ya era prácticamente verano, el clima siempre era imprevisible en Inglaterra. Shibuya les saludó agitando la mano antes de meterse en su vehículo, abandonando la calle segundos después.

—¿Me ayudas a descongelar la nevera?

—Será un honor —contestó Kôji, apagando la colilla en el cenicero.

Se metieron en la engorrosa labor, encendiendo el pequeño transistor con el que se entretenían mientras se encargaban de tareas domésticas. Estaba uno tratando de desenchufar el aparato, y el otro con medio cuerpo metido en el mismo cuando la voz de la emisora sintonizada hizo un anuncio que no esperaban.

¡De nuevo vosotros, los oyentes, habéis demostrado el poder que tenéis para haceros oír! Siempre es un placer acceder a vuestros deseos. Tras varias llamadas solicitando lo mismo, me complace anunciar que somos pioneros lanzando a nuevos grupos de la ciudad. Su nombre está sonando con fuerza en los circuitos underground, si frecuentas locales míticos del género seguro que ya les conoces. Se llaman Angelous, y en K-G7 apostamos por ellos. Esperamos poder asistir en breve al lanzamiento oficial de su primer disco.

Takuto sonrió, incorporándose para subir el volumen, consiguiendo que los densos sonidos se propagaran por toda la cocina – salón - dormitorio.

—La casera nos va a echar con tanto escándalo —afirmó Kôji sin demasiada emoción.

—¡Pero qué extraño me resulta oírte por los dos lados! —dijo Izumi, feliz por el estreno radiofónico— ¡Estáis sonando en Londres, deberías estar satisfecho!

Sin embargo, el cantante, cuya voz era ahora protagonista de la emisión, no lo estaba. Y no lo estaría hasta haber plasmado las melodías y letras que ardían en su interior. Sabía que podían aspirar a mucho, mucho más.

—Me estoy haciendo viejo y demasiado perfeccionista —respondió.

Siguió a lo suyo, restregando el interior del frigorífico doblando la envergadura de su tronco en complicada contorsión, cuando el locutor pisó los últimos segundos de la canción.

Como ya os he dicho, son Angelous. Y si todavía no los conoces, seguro que has visto a Kôji Akawa, su vocalista, en la promoción para una famosa marca de moda. ¡Chicas, y chicos, por qué no, ya me entendéis!

Kôji se golpeó la cabeza con la repisa superior de la nevera al sobresaltarse, cabreado por el comentario.

—Recuérdame que degüelle a Dave. Maldigo la hora en que acepté su estúpida idea.

—No protestes tanto, agradece que la prensa aún no te haya asociado con Ayako.

Takuto tenía razón. De haberse descubierto su parentesco, hubiese tenido una redada de periodistas atosigándole. Lo cierto era que ambos tenían la sensación de que las cosas pronto cambiarían.

—Me gustaría que fueses el primero en escuchar lo que he compuesto, le pediré el teclado a Liam esta noche.

Él sonrió, pidiéndole que le pasara el abrillantador.

—Siempre soy el primero. El día en que no lo sea, me enfadaré.

Y pese a que había sido más bien una broma, Kôji se lo tomó muy en serio. Se prometió que seguiría siendo así, ocurriese lo que ocurriese, independientemente de la gloria, el fracaso, las listas de ventas, o la primera división del fútbol inglés.

- 2 -

El presidente en ciernes del Chelsea Football Club recibió al entrenador del primer equipo en su despacho. Era el domingo previo al inicio de la pre-temporada, y el mes de junio había resultado agotador: la crisis interna, las deudas, la considerable reducción de abonados y socios para la temporada debido a la desilusión general, la presión de participar en la Champions League, la pérdida de muchas de las estrellas…

Sin embargo, el principal mandatario del equipo tenía en el dúo formado por Mayers y McKenzie su baza central, la principal apuesta para salvar la campaña. Aunque tuviesen que recurrir a jugadores hasta el momento eclipsados por los nombres de sus ya ex – compañeros, sabía que el trabajo tanto de preparador como delantero era formidable.

Era tal la confianza depositada en Adam que el presidente había hecho un hueco en su agenda para atenderle, dada su insistencia. Como buen inglés, Mayers nunca se pronunciaba si no era por un asunto de peso.

Sentados en la elegante oficina, el entrenador rechazó la copa que le ofrecieron, tratando de evitar a toda costa las tentaciones que le condujeran a una recaída en el tormento de la bebida.

—Y bien, dime qué es eso tan importante para lo que me has llamado.

—He descubierto otro talento.

El directivo se acomodó en su butaca, mirándole fijamente.

—Continúa.

—Le vi disputar una final amateur ayer. Tiene poderío, es brillante, polivalente, se desenvuelve tanto en la mediapunta como de delantero. Coordina jugadas, refuerza la defensa de ser necesario… y tiene un fino olfato goleador.

—¿Cómo se llama?

—Izumi. Es japonés.

El presidente cambió su gesto expectante por otro a caballo entre la decepción y la desconfianza. Conocía los logros de Mayers, aunque no con tanta intensidad como haría el más acérrimo de los seguidores. Era hombre de negocios, tenía demasiados asuntos a tratar como para estar al tanto de cada detalle. De lo que seguro estaba, era de los problemas que podía acarrear el destinar su tiempo y dinero a un anónimo, encima, extranjero.

—Nuestro 10cupo de extracomunitarios ya está cubierto. Además, no me suena ese nombre.

Adam contaba con la primera negativa.

—Escuché esas palabras hace ya más de un año, de boca del anterior presidente. "Un desconocido. Demasiado riesgo".

—¿Y qué ocurrió?

—Logré convencerle, la situación era parecida: el jugador no tenía nada firmado con otro equipo profesional, su contratación era barata, y se le podía meter al filial en un primer momento. Su decisión de ficharle resultó acertada.

—¿Y qué fue del jugador? —se interesó el presidente.

Adam suspiró con calma.

—Creo que le conoces, salvó a este equipo la temporada pasada. Su nombre es Gregor McKenzie.

Mayers le superaba en edad y experiencia futbolística. Le había dado razones económicas por las que aceptar su proposición: en comparación a lo que costaría fichar un astro del balón, atar a ese "talento" resultaría ridículamente barato.

—¿Estás completamente seguro?

—Sí.

—¿Has acordado algo con él?

—Le indiqué que viniese el lunes.

—Bien, celebraremos la reunión aquí. Si todo es satisfactorio, le haremos el reconocimiento e ingresará en el filial. Ya hemos soportado demasiados escándalos para meterle en la primera plantilla de improvisto, los medios y la afición se nos echarían encima.

El entrenador se puso en pie. Iba a revisar las instalaciones deportivas, tenían que estar a punto para la vuelta de vacaciones del plantel.

—Gracias por apoyar la apuesta. Te aseguro que no lo lamentarás.

Y sin más, abandonó la lujosa zona de oficinas. El césped y la impresionante vista del estadio vacío le llamaban.

- 3 -

Dave trataba de conseguir el ritmo preciso que Kôji le había indicado.

—No, tienes que marcar una base más limpia. Es una balada, no un estrépito de heavy metal —increpó.

Los restantes miembros de Angelous habían aprendido poco a poco a tolerar las rachas de mala leche del vocalista, dado que éstas quedaban compensadas con creces gracias a su ingenio y capacidad. Cuanto más tenso era el ambiente, mejores temas obtenían de la unión de ideas, las discusiones e incluso los intercambios malsonantes de palabras que nunca llegaban a mayores.

—Quedaría mejor con esta distorsión. Escucha —indicó Brett, seleccionando en la pedalera el efecto escogido.

El punteo que llevaba la guitarra parecía postergarse al infinito, siendo el hilo conductor de las diferentes secciones del tema. El bajo de Chris se sumó, y Kôji junto a Liam sacó del teclado la secuencia de notas definitiva.

La melodía principal ya estaba hecha, faltaba pulir la letra, y aunque le habían insistido hasta la saciedad, el cantante se había negado a revelarla.

—Mañana la tendré, os lo prometo. Odio sacarlas a la luz sin perfeccionarlas.

Tras muchas tardes reunidos, Kôji y Brett habían formado una buena pareja compositora. Normalmente el primero llegaba con los primeros esbozos y entre los dos lo redefinían, o bien el inglés proponía una idea musical a la que el vocalista se encargaba de dotar de letra. Al término de la jornada en la que se encontraban, después de acabar un largo ensayo, fueron conscientes de la cantidad de material que poseían: un total de veinticinco temas, contando con los que habían conformado la maqueta.

—¿Sabes algo de la sala de grabación? —preguntó el batería.

—Shibuya debe estar al llegar, hoy quedó con el dueño. A ver qué nos dice, con un poco de suerte no tendremos que prostituirnos para pagar o grabar a toda prisa en una sola sesión.

Precisamente, el manager entró por la puerta poco después. Parecía de buen humor, aunque su siempre serena expresión podía llevar a la confusión.

—Buenas noticias. Tenemos estudio, empezamos mañana y tenemos hasta el sábado, cinco horas por día.

Los chicos se miraron entre ellos, asombrados. Sería la primera vez que se meterían a grabar profesionalmente. Sin embargo, Kôji no compartió su entusiasmo.

—¿Cuánto?

—Todo lo que tenemos. Hay que aplicarse, nos jugamos el tipo. Habrá que duplicar o triplicar los conciertos, y negociar directamente con las tiendas de discos para que empiecen a vendernos, o adiós a la aventura.

La alegría se tornó preocupación en un abrir y cerrar de ojos.

—Yo puedo hablar con mi jefe en la Tower Records, tal vez podrías intentarlo allí, mucha gente compra en Picadilly.

—También me preocupa lo del videoclip. Hoy en día si no sales en la MTV, no eres nadie —comentó Shibuya.

Kôji le recriminó.

—Primero pensemos en cuántas canciones grabaremos, y cuáles. Lo demás ya se verá.

—Sí, es cierto —afirmó Katsumi, de acuerdo con su compatriota—. Creo que doce temas sería perfecto.

Dave parecía pensar en alguna de sus rebuscadas ocurrencias, hasta que la bombilla de su ingenio se encendió.

—Mi vecino estudia en una academia de cine independiente. Allí tienen medios, nos podrían hacer las fotos y el vídeo. No será una súper producción a lo Michael Jackson, pero…

—¿Saldría caro? —se interesó el manager.

—No, mientras haya cervezas para el personal todo el mundo estará contento. A ellos les conviene, son prácticas al fin y al cabo. ¡Y si nos hacemos famosos, agradecerán salir en créditos!

—Estupendo. Pues ya sabéis lo que hacer: Liam, habla con tu jefe, y Dave, con tu amigo.

Poco a poco, el porvenir de Angelous se sustentaba en puro trabajo de equipo contra los elementos. La noche se cernía sobre Londres, era momento idóneo para abandonar el local.

—Os quiero a todos mañana a las tres de la tarde en el estudio, aquí está la dirección —dijo Shibuya, repartiendo tarjetas—. Dedicaremos la primera hora a decidir temas y ajustar instrumentos. Yo me encargaré de las mesas y las grabaciones.

Tras tantas sesiones vividas con Kôji, Katsumi era capaz de ejercer de ingeniero con bastante calidad. Los editores de sonido de Macintosh y el ajuste de frecuencias no eran secretos para su persona.

—Oye, Liam, ¿podrías dejarme el teclado?

El peculiar joven sostuvo la mirada del cantante. Sólo había dos cosas a las que quería más que al instrumento: su novia, y su independencia.

—Me costó un riñón. Ten cuidado, no te lo vayan a robar por ahí.

—Tranquilo, Katsumi me deja en casa —dijo en alto para que éste le oyera, poniendo cara de pena.

Shibuya resopló, agitando las llaves del coche.

—A veces me fastidia ser tan bueno. Vamos, que tengo ganas de meterme en la cama, sólo he dormido cuatro horas. ¿Alguien más quiere que le alcance?

Cargando con los instrumentos transportables, el centro estratégico del grupo quedó vacío.

—Mañana quedamos media hora antes aquí para recoger la batería y llevarlo todo al estudio, traeré la furgoneta —anunció el teclista.

Asintieron, y mientras Chris y Kôji se metían en el coche de Shibuya, Brett soñaba despierto deseando que llegase el día siguiente. Al fin conseguiría lo que siempre había deseado… y su idilio no había hecho más que empezar.

- 4 -

Tsukino seguía conmocionada por las imágenes que había recibido esa misma mañana vía email. Al igual que las demás fans obsesivas de Kôji, había pasado aquellos tres años flotando a la deriva en el mar de la realidad, como haría un trozo de madera proveniente de un naufragio. Sus días de adolescente quedaron atrás con el final del Instituto, pero lejos de olvidar pasiones juveniles y comenzar a labrarse un futuro en la inestable situación económica japonesa, ganaba un mísero sueldo en un trabajo de poca monta, dedicando el resto del tiempo a ahogar su ansia de datos.

Noticias, comentarios, reseñas, rumores… cualquier cosa que le deportara una pista sobre el paradero desconocido de su Dios musical era bien recibida.

Ella y sus dos amigas eran conocidas entre los círculos más fanáticos por su extrema "devoción", si es que podía catalogarse como tal en lugar de trastorno psicológico.

Los móviles y ordenadores de las tres habían tenido un agitado inicio del día cuando, por casualidad, Mariko había dado navegando con la web europea de la marca de moda D & G; al clickear sobre la sección masculina, no pudo dar crédito a lo que sus ojos veían.

Aquella había sido la gota que colmaba el vaso, por lo que decidieron poner en marcha el plan tantas veces comentado.

Escondidas en un callejón tranquilo, observaban por la esquina la calle principal, vacía a esas horas en las que casi todo el mundo de la zona residencial comía o descansaba. Llevaban mucho tiempo maquinando e investigando, nada podía fallar.

Al fin el centro de su envidia apareció, acercándose a paso despreocupado mientras escuchaba música en lo que parecía ser un discman.

Serika había acabado su turno, por lo que podría disfrutar de la tarde libre. Como cada jornada, y ya con un reproductor propio, mataba la monotonía del recorrido escuchando la maqueta de Angelous que le habían enviado, la cual le fascinaba y se sabía de memoria.

El corazón le dio un vuelco al sentir que alguien le tiraba bruscamente del bolso haciendo que cayera al suelo, desperdigándose sus pertenencias y abriéndose la tapa del discman.

Miró hacia arriba, atemorizada primero y perpleja después al darse cuenta de la feminidad de sus atracadores.

—¿Eres Izumi, verdad? ¿Tú eres la hermana de ese futbolista?

Serika se puso de pie, encarando a la que le preguntó con malos modales.

—¿Qué queréis de mí? ¡No tenéis derecho a tratarme así!

—¡Responde! ¿Lo eres, o no?

Ante el silencio, Tanako, la otra componente del trío, la cogió del jersey con fuerza, tendiéndole ante la cara una foto impresa en papel. Serika la miró; en ella aparecía Kôji, posando para la campaña que le había comentado Takuto la última vez que hablaron por teléfono.

—¡Seguro que sabes dónde está! ¿Se ha ido de Japón?

—¡Contesta, niñata! ¿Verdad que tu hermanito se ha marchado también?

Serika perdió la calma paulatinamente. Agarró la muñeca de aquella chica, soltándose.

—No sé de qué me habláis.

Mariko cogió el discman, poniéndolo en marcha. Sus ojos se abrieron, histéricos, al igual que su voz.

—¡Es Kôji!

Las restantes seguidoras la atravesaron con miradas llenas de odio.

—Maldita sea, ¡dinos dónde está!

Serika se vio en un apuro bastante grande. Podía defenderse, pero estaba en clara desventaja numérica. Era mejor coger el resto de sus cosas, dejarlas con el aparato y la maqueta y salir de allí. Siguiendo la tónica de sus hermanos, era buena deportista, había conseguido destacables marcas atléticas en sus últimos años de secundaria.

—Por culpa de personas como vosotras él se ha ido, y no volverá a este país. Me dais pena. Dejadle en paz, y a mí también.

Y tras tomar el bolso, empezó a correr. Las chicas trataron de darle alcance, pero cien metros después no pudieron seguir su ritmo. Además, no les hacía falta, tenían entre las manos un tesoro de incalculable valor, el cual las haría aún más poderosas entre el enfermizo club de fans que regentaban.

Una vez se supo en el jardín de su casa, Serika no sucumbió a las ganas que tenía de llorar. ¿Por qué había gente que no veía cómo su, en teoría, amor por alguien a quien no conocían, producía daño?

Se sintió culpable por haber perdido la maqueta, pues posiblemente por ello tanto su hermano como el propio Kôji podrían tener más problemas.

- 5 -

Takuto leía en su lado de la cama, o al menos eso simulaba, ya que llevaba un buen rato con la vista puesta sobre Kôji, el cual parecía ensimismado en la melodía que trataba de ultimar. Le había cantado en primicia la nueva canción, y debía reconocer que le encantaba. Podía denotar en sus composiciones un nuevo brillo, un punto de vista nostálgico y precavido, aunque no por ello menos directo.

La música había sido reflejo de cada una de las etapas de su vida: los temas impetuosos e ingenuos del principio, la desesperación que siguió al enamoramiento, los momentos oscuros de la incertidumbre, el abismo surgido por el tormento de ambos…

La de Angelous resumía una extraña apacibilidad, la seguridad de saber que tras lo vivido, las cosas no podían ir a peor. Era la expresión de la madurez artística, quizás sentimental, el inicio de la reconciliación con uno mismo.

Izumi se sentía bien sabiendo que si Kôji volvía a su estratosfera musical, volcándose en el talento que poseía y trabajando duro, era porque realmente lo deseaba y formaba parte de él. Cuando le miraba a los ojos, veía al ser inquieto y magnético de siempre, pero más completo.

A veces se preguntaba si a la inversa el cantante contemplaba algo similar.

—¿Cómo se llama la pieza que me gusta tanto…? —le preguntó, apoyando la barbilla en una mano con aire soñador.

Kôji le sostuvo la mirada, esperando más pistas. Takuto tenía mil virtudes, pero el oído y memoria musical no se encontraban entre ellas.

—Sí, aquella que siempre tocabas cuando teníamos el piano en Tokio…

Hizo memoria, y creyó reconocerla cuando el futbolista se aventuró a tararearla, poniendo empeño en ello. Comenzó a presionar las teclas con el sonido imitación al citado instrumento. Aunque un aparato electrónico jamás generaría los matices y la calidez de las cuerdas punzadas, resultaba aceptable.

La precisión de su prótesis era asombrosa, permitiéndole utilizar ambas manos sin desmerecer la gran obra de Beethoven que le había pedido.

Izumi sonrió; escuchar una melodía o canción que venía a la mente en el instante preciso era una sensación deliciosa.

—Es Für Elise —le indicó.

Las notas, increíblemente bellas y tristes, se clavaban directamente en el corazón, invitando al oyente a abandonarse a los pensamientos o recuerdos. En el caso del intérprete, resultó lo segundo. La música, y los sonidos en general, tenían el poder de hacerle regresar a tiempos remotos.

—Esta fue la primera melodía que aprendí. La segunda mujer de mi padre, la madre de Akihito, tenía un piano. A veces la escuchaba tocar y me asomaba a la habitación a escondidas. Tocaba Für Elise, la Sonata del claro de luna y similares. Me fascinaba cómo sonaba, pero mi padre me sorprendió un día y no me dejó volver a hacerlo.

Mientras relataba aquellos días olvidados, la melodía proseguía.

—Me obligaba a entrenar en el dôjo de sol a sol, pero yo seguía escabulléndome para escuchar la música. Una noche escapé de mi habitación y me senté al piano mientras todos dormían… yo debía tener cinco años, las teclas eran enormes en comparación a mis dedos.

Por un momento, fue como si estuviese reviviendo el primer contacto con la brillante superficie de aquel viejo instrumento.

—Nunca lo había hecho, pero fui capaz tras unos minutos de reproducir lo que había oído. Mi padre me pilló, y se quedó mirándome mientras yo permanecía sentado sin dejar de tocar.

Calló unos segundos, tecleando con mayor presión, tratando así de mitigar su rabia.

—Fue la primera vez que me pegó. Por supuesto, me prohibió tajantemente que volviera a hacerlo. No lo consiguió, aunque quién sabe, si en lugar de cercarme me hubiese alentado, tal vez hubiera hecho carrera como pianista. Poco después su mujer le abandonó por no prestarle suficiente atención, y él se volcó en mi formación como heredero, hasta que conocí a Shibuya y me largué de casa.

Takuto escuchaba, serio. Cada vez que Kôji le revelaba algún pasaje de su vida era todo un acontecimiento. A ninguno de los dos le gustaba hablar del pasado, mas ambos sabían que sólo podían descubrirse en palabras ante el otro. Pese a todo, no denotaba en él tristeza, tan sólo liberación.

—Desde entonces, cuando compongo me acuerdo de él. Me gusta pensar que estará en algún lado retorciéndose en su tumba, sabiendo que estaba equivocado.

Izumi dejó el libro a un lado, envuelto por aquella melodía que le sedaba.

—Si hubieses sido pianista, quizás nunca me hubieses conocido.

Kôji dejó de tocar abruptamente. Le miró, como si la luz del universo fuese a extinguirse, y quisiera retener su imagen.

—Te hubiese encontrado de todas formas —sentenció—. Yo nací para estar contigo.

El rebelde flequillo del futbolista, de una longitud mayor a la habitual, se empeñaba en taparle la visión, por lo que fue colocado. Tras ello apoyó el peso de su cuerpo sobre el hombro de Kôji, sin responder a la declaración recibida.

No tenía dones de poeta, por lo que siempre reaccionaba ante sus contundentes expresiones con calidez de los mensajes físicos. Le pedía que siguiera interpretando cuantas piezas hubiera en su repertorio, pues ello le calmaba.

Y toda serenidad era poca en la víspera de la reunión que decidiría el rumbo de su futuro profesional y deportivo.

- 6 -

El Stamford Bridge, estadio del Chelsea, estaba situado al sur de Londres, constituyendo un emblema del fútbol nacional. Con su más de un siglo de historia, pocos equipos ingleses podían presumir de haber protagonizado tantos momentos inolvidables entre las gradas de su sede.

Cuando estuvo en Italia, Takuto pudo asistir a los entrenamientos de los equipos juveniles de la Fiorentina, e incluso ver uno del senior. Al visitar el estadio quedó gratamente impresionado. Sin embargo, el escalofrío que le recorrió al penetrar en Stamford no podía compararse al experimentado en tierras mediterráneas.

Tras haberse identificado y obtener permiso expreso del presidente, tanto a él como a Katsumi les fue pedido que esperasen mientras daba término una reunión del consejo de socios, invitándoles a recorrer los tranquilos interiores del edificio.

Las salas de exposición de trofeos eran magníficas, pero no era eso lo que llamaba más a Izumi. Con Shibuya a pocos pasos de él abandonó los pasillos, llegando al palco presidencial, desde donde se tenía la mejor vista del terrero.

Sus ojos se fueron acostumbrando al cambio lumínico, revelándose el contraste del césped con los asientos azules y blancos. La arquitectura singular hacía que el graderío se elevara hacia el cielo, resultando un espectáculo sobrecogedor.

Estaba sin palabras, imaginando cómo sería el rugido de las cuarenta y dos mil personas que allí podían congregarse celebrando al unísono un tanto. El corazón le latía con fuera de sólo pensarlo.

Katsumi le dio un pequeño toque en el brazo, indicándole que era el turno de comparecer. Respiró hondo, con la cabeza bien fría; no era la primera vez que estaba inmerso en una negociación y, sin embargo, prefería seguir el consejo de Shibuya y dejarle hablar a él siempre que fuese posible.

En el despacho principal, aguardaba el máximo mandatario del club detrás de su escritorio. Mientras Katsumi hacía las pertinentes presentaciones, Izumi miró al hombre que, situado a la derecha del presidente, le observaba con expresión relajada.

Correspondió a su descubridor con otra sonrisa igual de discreta, tomando asiento. Los cuatro, frente a frente, dieron paso a lo que realmente les tenía allí: la posibilidad de llegar a un acuerdo beneficioso. El club necesitaba potencial barato, el entrenador un nuevo revulsivo, el jugador la oportunidad de oro deseada, y el representante obtener las mejores condiciones.

—Tenemos por norma realizar un exhaustivo estudio de los candidatos a formar parte de nuestro club. Sin embargo, y guiados por los criterios de Adam Mayers, podríamos hacer una excepción con usted… Izumi —dijo el presidente, iniciando los trámites—. Confiamos plenamente en el olfato de nuestro entrenador, aunque, sin embargo, quería conocer cuál ha sido su trayectoria.

Katsumi y los dos ingleses miraron a Takuto, mas pese a la situación, éste no se dejó intimidar. Los nervios quedaron fuera de la oficina, y mostró el mismo espíritu que sobre el campo exhibía: fuerza, nobleza y sinceridad.

—Juego al fútbol desde los cuatro años. Comencé a tomarlo en serio durante la secundaria en mi ciudad natal, Tokio, donde obtuve la capitanía del Instituto y llegué a cuartos de final del campeonato juvenil nacional. Milité una temporada en un equipo de la primera división, pero el nivel no era el que esperaba. Tras algunos problemas económicos llegué a Inglaterra dispuesto a esforzarme por aspirar a algo más, y aquí estoy.

Shibuya mantenía la inexpresividad, dentro de lo asertivo de su gesto. Sabía perfectamente que el lenguaje corporal era primordial en las negociaciones cara a cara. Las palabras empleadas por su amigo para resumir sus vivencias y omitir parajes incómodos le parecieron acertadas.

Por su parte, el directivo observaba la determinación de sus ojos rasgados al pronunciarse por última vez.

—Amo el fútbol, señor Presidente. Pero para mí es algo más que una pasión: es una responsabilidad, una forma de vida.

Éste asintió. Mayers, mientras tanto, se esforzaba por disimular su entusiasmo. Le gustaba el carácter ganador del chico.

—Dado que no serán necesarias pruebas de juego, pero sí médicas como ordena el procedimiento reglamentario, creo conveniente tratar los esbozos de un posible contrato, en caso de obtener resultados satisfactorios.

Katsumi asintió con la cabeza. Era su turno. Alargó la mano para tomar los documentos que le tendieron y, tras analizarlos rápidamente, escuchó lo que su adversario en la negociación tenía que decir.

—Firmaríamos un acuerdo por dos temporadas, ingresando primeramente en el equipo filial, con opción a un posible ascenso al primer equipo de considerarlo oportuno el entrenador. Asimismo, el contrato es renovable por periodos iguales de dos años. El salario inicial sería de trescientas cincuenta mil libras anuales.

Takuto hizo cálculos mentales, y sintió que las piernas le temblaban por debajo del carísimo escritorio. Aunque las grandes estrellas cobraban veinte veces más, nunca había recibido tales cantidades en su vida. Para su asombro, Shibuya no parecía contento con el último de los puntos citados.

—Al igual que la duración del contrato es ampliable, los honoríficos podrán ser sometidos a estudio y posible incremento en el futuro, supongo que he de entender.

El presidente sonrió ante la astuta audacia del joven representante.

—Efectivamente. Las primas por ingresar en el primer equipo son completamente distintas a las del filial. Estaríamos hablando prácticamente de un contrato nuevo en cuanto a la percepción económica. No estamos cerrando puertas, aunque estimo más conveniente detallar el caso presente. Recibirá el mínimo de la plantilla dada su condición de recién llegado.

—Por supuesto —respondió con cortesía el japonés, airoso tras tantear terreno inestable.

Adam quiso interesarse por lo que a él más incumbía: los trámites sanitarios.

—Nuestro hospital adjunto se encuentra a cinco minutos de aquí. Mientras dejamos que la negociación llegue a buen camino, sería conveniente realizar las pruebas.

Izumi asintió, le parecía estupendo. Antes de que pudiera levantarse de la silla, Katsumi rebuscó en el maletín que había traído consigo, extrayendo unos certificados.

—Aquí tiene un informe médico pormenorizado y actual sobre su estado de salud, realizado por el Centro Foster de Investigación Ósea. Pueden contactar con el responsable de los análisis, sus datos están incluidos.

El presidente hizo sacar varias copias, agradeciendo la profesionalidad y buen trato que hasta el momento los dos asiáticos habían demostrado.

—También es necesario el historial clínico.

—Por supuesto, discúlpeme unos minutos, haré que lo envíen por fax a la centralita.

Mientras el manager se retiraba a una de las ventanas que abundaban por el pasillo en busca de cobertura, vio que Takuto marchaba hasta las instalaciones clínicas acompañado del entrenador.

No había creído conveniente revelarle cierto detalle al futbolista, mas ahora se arrepintió de no haberlo hecho. El teléfono dio tono, y la secretaria descolgó pese a ser completamente de noche en la costa este de los Estados Unidos.

El informe elaborado por William era excelente, pero no podía sustituir al historial, el cual aún seguía en la clínica que la familia Shibuya tenía allá. Y al pedir que éstos fueran transferidos a Londres, estaba revelando más datos de los deseados. Pero no le quedaba más remedio que tentar a la incertidumbre por el bien de la carrera de Izumi.

- 7 -

Varias horas después, Takuto y Katsumi entraron al coche de éste último. El futbolista no sabía si gritar a pleno pulmón, achucharle, llorar o reír a carcajada limpia.

Los médicos del Chelsea se mostraron confusos ante lo que el historial indicaba: lesión medular, varias operaciones y nulas posibilidades de recuperación, ni siquiera parcial. Sin embargo, el informe del prestigioso centro Foster certificaba que su capacidad motriz era perfecta, y que la probabilidad de sufrir una nueva invalidez era la misma que la que corría cualquier otra persona adulta normal. Resultaba asombroso, pero no había quedado secuelas.

Tras varios análisis de sangre, algunos kilómetros recorridos para obtener un electrocardiograma y demás rutina, se le dio el visto bueno.

Izumi miraba por la ventana desde los asientos traseros del vehículo mientras su representante conducía. Habían quedado en recoger al tercer vórtice del triángulo en el piso de Belsize; irían a comer fuera, antes de que la banda se metiera a estudio. Al fin vio la estilizada silueta del cantante, el cual se estaba carcomiendo de la intriga.

—¿Y bien? —preguntó a modo de saludo mientras se sentaba al lado de Takuto, mirándole expectante.

—¡Me han fichado! ¡Empiezo mañana en el filial! —exclamó pletórico, rodeándole con los brazos con fuera asesina.

Kôji asimiló la noticia, estallando en júbilo segundos después.

—Ojalá no tuviera que cantar después, esto se merece otra juerga monumental.

—¡Estoy deseando contárselo a mis hermanos!

Shibuya aprovechó que estaba parado en un semáforo en rojo para tenderle su móvil.

—Vamos, llama, que se te ve impaciente.

—¿No saldrá muy caro?

Katsumi rió.

—Créeme, con la buena tajada que me he llevado hoy gracias a ti, la factura no es que me importe demasiado. Es broma, habla lo que quieras. Es mi regalo por haberlo conseguido.

Kôji le besó en la mejilla mientras marcaba las diminutas teclas. Llevaba muchos años esperando un momento como aquel, al fin todos podrían descubrir lo que él siempre había sabido: que Izumi era un jugador fuera de serie.

—¿Serika? ¡Serika, soy yo! ¡No te lo vas a creer, me ha fichado el Chelsea! ¡Sí, el Chelsea! —vociferó Izumi cubriéndose el oído libre con la mano.

El cantante se acercó a su viejo colega; llevaba el suficiente tiempo con él para saber que estaba algo raro.

—¿Qué pasa, Shibuya?

—Nada, luego os lo contaré.

Takuto habló largo y tendido con su hermana de camino al restaurante donde habían reservado mesa. Tras unos diez minutos contándole desde el encuentro con McKenzie en la clínica hasta el color de las luces del aparato con el que le habían hecho las pruebas, el nuevo jugador del club inglés calló, poniéndose serio.

—No te preocupes. Te lo paso, será mejor que se lo digas a él directamente. Claro que no, ¡pero si está aquí al lado! Espera un momento.

Cubrió el micrófono del móvil, mirando a Kôji a los ojos.

—Mi hermana quiere hablar contigo —dijo, tendiéndole el teléfono.

Él lo tomó, respondiendo.

—Hola, Serika.

—¿K-Kôji? Hola, siento molestar en estos momentos, debéis estar celebrándolo.

—Aún estamos en el coche. Dime, ¿ocurre algo? —preguntó tranquilamente.

Ella, tras lo ocurrido, se sentía aún peor por estar hablando con la pareja de su hermano a tanta distancia.

—Ayer unas chicas me asaltaron por la calle, amenazándome para que les dijera si sabía algo de tu paradero. Me quitaron la maqueta que me enviaste… —le contó con tristez —. No les dije nada, por supuesto, pero hoy al poner la radio estaba sonando una de las canciones de Angelous. Se ha empezado a especular con las fotos, y todo eso.

Él frunció el ceño levemente.

—Lo siento… Yo no quería que esto ocurriese, por mi culpa dentro de poco todo el mundo sabrá que estáis ahí.

—No es culpa tuya, esto iba a ocurrir tarde o temprano. ¿Qué más da que lo sepan? Takuto será una estrella y el grupo está trabajando para romper en las listas. Lo importante es que estés bien. ¿No te han hecho nada, verdad?

—No. Pero me pone furiosa ver que la gente no tiene consideración.

Mientras seguía conversando le hizo un gesto al delantero, el cual parecía confundido por el diálogo que sólo podía captar a medias.

—Por cierto, ¿en qué emisora lo has escuchado?

—En una que está por mi zona, aún no lo han puesto en programas importantes.

Tras haberla terminado de calmar y despedirse, le pasó de nuevo el móvil al mayor de los tres Izumi.

—¡Oye, cuelgo ya, que vamos a arruinar a Shibuya! ¡Cuéntaselo a Yugo, dile que le llamo mañana, más le vale estar en casa! Ten cuidado.

Sonriente por tener a su familia cerca aunque fuese gracias a la tecnología, quiso saber qué había ocurrido casi a la misma vez que Katsumi.

—Angelous, que son más conocidos en Japón que en Inglaterra —contó Kôji—. Algunas de esas imbéciles paranoicas le robaron el cd a Serika y se ha expandido como la pólvora.

—Pues gracias a esas imbéciles paranoicas te pegabas antes la gran vida —comentó jocoso el conductor.

—Olvidadlo por ahora, y dejadme saborear mi momento de gloria—proclamó Takuto sacando pecho, desabrochándose el cinturón de seguridad una vez en el parking—. Ahora yo soy el rey, aunque sea sólo durante esta comida.

Y es que no cabía en sí del gozo. Tenía todo el derecho a que así fuera.

- 7 -

De todas las posibles llamadas que podía esperar recibir, aquella fue la más sorprendente y, por qué no decirlo, la más jugosa.

—Vaya, Hina, te daba por desaparecido —comentó el director de la corporación Jôtô, recostándose sobre su silla replegable en la soledad de la oficina.

—Tampoco tú has dado muchas muestras de vida últimamente —respondió la sensual voz al otro lado de la línea, desde la lejana Nueva York.

—¿A qué debo el reclamo? No me interesan los negocios médicos.

El Doctor Love esbozó una de sus siniestras sonrisas, escudándose en la ambigüedad. Quizás por ello Hirose le estimaba como viejo amigo, pero también sabía guardar las distancias. Se había puesto en contacto con él porque estaba seguro de que el dato que iba a ofrecerle sería de su interés.

—Tengo algo para ti. Primicia reciente, hace apenas cuatro horas.

—Dispara.

Los hermosamente fríos iris de Nanjo refulgieron al recibir la noticia.

—Se nos dio orden de transferir el expediente médico de Izumi a Londres. Concretamente, a la sede de un equipo de fútbol de alta categoría. La petición fue hecha por el mismísimo Shibuya, parece que ahora también se encarga de sus asuntos.

—Así que por partida doble…

Hirose sabía que el amiguito de su hermano lo comprendería; él también debía saber que en los negocios y los rencores, al igual que en el amor y en la guerra, todo valía.

—¿En qué piensas? Conozco ese silencio —preguntó Hina.

—¿Sabes cuál es el mejor sistema para derribar de una estocada a tus enemigos, Love?

Desde Tokio, la respuesta no se hizo esperar.

—Atacar directamente al nexo que les une.

9- Madame Tussauds: famosa galería londinense de figuras de cera de celebridades, entre los que se encuentran macabros ilustres como Jack el Destripador.

10- Debido a la "Ley de Bosman", desde 1995 en todos los equipos europeos de fútbol no se considera extranjeros a los jugadores nacidos en la Unión Europea. Por ello, cada equipo sólo puede tener un máximo de cuatro jugadores extracomunitarios sobre el terreno por partido, complicando la presencia de los mismos en las plantillas si su número es elevado.