- Capítulo 15: The show must go on -
Siempre se había entregado con férrea disciplina a la preparación deportiva. Entrenaba con ímpetu, sin ceder a la tentativa de relajarse y pensar que tenía el camino prácticamente hecho. Tanta era la constancia mostrada, que desde los primeros días de colegio hasta la capitanía amateur en Inglaterra, pasando por la liga nipona, había contado con la seguridad de saber que figuraría en el once inicial.
Pero ahora era distinto. Su primera mañana de entrenamiento con el filial del Chelsea le hizo ver la cara del fútbol que hasta el momento desconocía: allí era uno más al que nadie conocía, y la competencia era fiera. Jóvenes de todos los países se expresaban en las que resultaban ser las dos lenguas universales, el inglés y el esfuerzo. Al igual que él, buscaban una oportunidad para ascender al primer equipo, y aunque fuese un deporte de grupo, siendo por ello indispensable la cooperación, una dosis de individualidad resultaba fundamental.
Mayers, obviamente, no se encargaba de la cantera. El entrenador correspondiente era un portugués de unos treinta y cinco años, cuyo estilo resultaba tan polivalente como su peculiar acento. Muchos de los componentes del equipo eran ya veteranos, siendo esa la segunda o tercera pre-temporada que iniciaban en el club. Nadie conocía del fichaje de aquel japonés de comportamiento reservado.
Takuto se limitó a repartir sonrisas educadas cuando era necesario, a presentarse a los más accesibles y, en especial, a lo suyo: ser un profesional.
Derrochó energía en el entrenamiento, feliz por el dictamen del preparador al término del mismo, el cual había reafirmado las categorías concernientes a cada miembro, catalogándole a él como delantero en el centro del campo, su posición favorita; no le hacía ascos a las bandas, pero era en el ataque puro y duro donde disfrutaba al máximo.
La ciudad deportiva en la que el equipo preparaba las primeras sesiones antes de viajar a Liverpool el fin de semana, donde disputarían una serie de encuentros amistosos, estaba situada cerca de las inmediaciones del estadio, por lo que podía valerse del transporte público para moverse. Kôji y Shibuya estaban tan ocupados por la grabación del disco que les era imposible ir a recogerle. La unanimidad de sus compañeros disponía de vehículo privado, siendo él la excepción.
No le importaba, estaba acostumbrado a buscarse la vida si era necesario, pero mientras terminaba de vestirse y recogía sus enseres, pensó que tal vez no era tan mala idea eso de sacarse el carnet de conducir.
Se despidió de los jugadores con los que más había hablado a lo largo de la mañana, abandonando el lugar en solitario, reflexionando acerca de lo vivido. Tenía que atravesar un enorme complejo lleno de canchas de fútbol de entrenamiento y pistas de atletismo, llamando una de ellas su atención. Allí, los del primer equipo que ya habían regresado de vacaciones tiraban a puerta, en un primer contacto para afrontar la dura campaña que se avecindaba.
Se apoyó en la malla de rejas, mirándoles como hipnotizado. Aunque resultase irónico que sólo un terreno de juego separase la preparación del filial y el principal, de una categoría a la otra había años luz de distancia.
Takuto se juró que lo daría todo por llegar hasta allí.
Tan ensimismado estaba que no reparó en que Greg le distinguió. Al comprobar que no respondía a su saludo, decidió acercarse hasta él. En tiempos donde la masa convertía en semidioses a los ases del deporte profesional, encontrar jugadores que como él huían del egocentrismo era de lo más agradecido. McKenzie no sólo era un jugador excepcional, sino una persona humilde y extraordinariamente humana.
—Me alegra verte por aquí —le dijo una vez estuvo ante él, separados sólo por la cortina de verde alambre.
El japonés escapó de sus divagaciones, llegando a sentir algo de azoramiento. ¿Por qué siempre que tenía la oportunidad de estar con el que era su jugador preferido, se quedaba estancado? Apretó los puños, dispuesto a decirle lo que llevaba pensando desde hacía varias noches.
—Muchas gracias por haberle hablado al entrenador de mí —respondió con seguridad.
Greg sonrió escuetamente, secándose el sudor con una toalla.
—No me des las gracias, en el fondo, lo he hecho porque me convenía. Quiero jugar contigo, así que ya sabes, esfuérzate y espera a que llegue el momento idóneo.
El pelirrojo se acercó aún más. Podía ver en Izumi la misma determinación que le marcaba a él mismo, por lo que estaba seguro del efecto que conseguirían sus palabras.
—Demuestra de lo que eres capaz, o lo lamentarás. Al igual que he influido para que te fichasen, puedo sugerir que te echen. Se acabaron los jueguecitos: esto es Inglaterra, el fútbol en su pura esencia.
Takuto sintió que le recorría una energía desorbitada, rematada por lo último que el archifamoso delantero le dijo.
—Sólo cuando sepas lo que es disputar la Premier League, podrás afirmar que amas este deporte, y comprenderás que lo que has hecho antes no era sino una introducción.
Tras ello, McKenzie se marchó para continuar su puesta a punto en la tonificación muscular, dejando al por ahora desconocido desmenuzando su alegato. Sonrió; aunque éste no pudiera verle, estaba seguro de que lo conseguiría, y la compenetración surgida en aquel campo del hospital pasaría a mayores. Cuando ese momento llegase, la ambición de conseguir una pareja perfecta que complementase su estilo dejaría de ser una utopía.
- 2 -
El reloj dictaba el paso de las horas. Con un ojo puesto en la mesa de mezclas y el otro en el minutero, Katsumi daba por finalizado el registro de voz.
Kôji dejó los auriculares sobre la base. Había cantado guiándose por la base rítmica grabada por Dave y Chris, siendo ahora el turno del teclado y la guitarra de acompañamiento. Lo último en el orden de grabación eran los punteos de eléctrica; al ritmo moderado que llevaban, era posible que acabasen aquel segundo día de estudio con cuatro canciones diseccionadas en sus correspondientes pistas.
El vocalista cerró la puerta de insonorización, viendo cómo Brett y Liam ajustaban los instrumentos a través de la pecera de cristal que les separaba de la cabina de control.
—¿Tienes el bruto? —preguntó.
Shibuya asintió, dejándole escuchar un extracto. Tomó asiento junto a él, entrelazando los dedos de las manos y cerrando los ojos para detectarse posibles fallos.
—Podría grabarme una segunda voz para esa parte —comentó.
—Sí, también lo había pensado, pero ahora no hay tiempo. Lo tengo aquí apuntado, el viernes dedicaremos la última hora a pulir cosas que no son imprescindibles.
Kôji miró de nuevo el reloj. Su presencia en las dos horas restantes no era necesaria, así que recurriendo a la confianza existente, buscó en la chaqueta del manager lo que andaba persiguiendo.
—Déjame tu coche, tengo un par de cosas que hacer. Te lo devuelvo a la salida.
Katsumi le miró como si fuese a poner en manos de su temerario socio el legado más preciado de la humanidad.
—Hazle el mínimo rasguño y te mato —le amenazó con sorna, cediendo.
—Lo cuidaré como si fuera mío.
—Por eso te lo digo… —suspiró el universitario, activando el intercomunicador para hacerse oír en el interior de la recámara— Liam, si ya estás listo, empezamos.
Éste hizo un signo de aprobación con el pulgar, esperando la señal para iniciar su parte.
En lo que respectaba al cantante, salió en silencio del estudio arrancando el motor del vehículo y poniéndose dirección a Belsize. Una vez estuvo en el exterior del piso, tocó el claxon varias veces hasta que Izumi estuvo en el interior del coche con él.
—¿No tendrías que estar grabando? Pensé que llegarías mucho más tarde.
—Terminé mi parte por hoy, tenemos dos horas antes de devolver esta preciosidad a su dueño.
Tras ponerse el cinturón de seguridad, Takuto preguntó, extrañado.
—¿Dos horas para qué?
Kôji cruzó el primer semáforo, desviando por unos segundos la atención de la carretera, mirándole a los ojos.
—Me dijiste que estabas pensando en sacarte el permiso. Pues vamos a eso, te voy a enseñar a conducir.
Una gota de sudor frío recorrió la frente del futbolista mientras trataba de disuadirle de sus intenciones.
—N-no, si no hace falta, ya me apuntaré a una academia…
—De eso nada. Es mejor que sepas llevar un coche y te presentes sólo a los exámenes, te sacan un dineral por nada.
Izumi suspiró, resignado. Confiaba en que su estilo didáctico resultara inversamente proporcional a su amor por los kilómetros indicados en el contador de velocidad.
- 3 -
Como buen novato, la primera vez que Takuto se sentó en el asiento del conductor, el nuevo punto de vista le resultó de lo más extraño. Tuvo que acercar el asiento al panel de control, ajustar los espejos y demás para paliar la diferencia de estaturas, así que, siguiendo las instrucciones de Kôji, obedeció mientras éste le observaba.
Se encontraban en una inmensa explanada de asfalto cercana a una carretera. Por lo que Dave había dicho, iban a ser los aparcamientos de un centro comercial que finalmente no llegó a construirse.
Con las manos fijas en el volante, Izumi trató de retrasar el temido momento de arrancar el motor.
—¿Y cómo es que Dave conocía este sitio? ¿Aprendió a conducir aquí?
—Je, qué va… —le respondió, divertido—. Dice que cuando su hermano le deja la caravana viene a tirarse al ligue de la noche.
Kôji rió ante el gesto de Takuto, sabiendo que no le gustaba conocer detalles tan privados de la vida de los demás.
—Te podrías haber ahorrado el comentario.
—Me encanta cuando te pones así… —insistió, poniéndose bien la montura de las gafas.
Acercó el cuerpo hasta el suyo, instándole a mirarse los pies.
—Tienes tres pedales: el de la derecha es el acelerador, el del centro el freno, y el de la izquierda el embrague. A Shibuya no le gustan los automáticos, dice que se siente como si no tuviera el control total, así que aprenderás a conducir de verdad.
Izumi asentía con la cabeza mientras pisaba ligeramente los dos primeros.
—Cuando vayas a cambiar de marcha, tienes que apretar el embrague a fondo, meter la correspondiente e ir soltando.
Tomó su morena mano derecha, colocándola sobre la palanca de cambios y posando la suya encima.
—Ahora aprieta el embrague y no lo sueltes.
Cuando éste hubo hecho lo indicado, fueron cambiando de la primera a la quinta, repitiendo Takuto los movimientos.
—Es fácil —dijo entusiasmado.
—Claro, parado no tiene demasiada ciencia. Conducir es muy sencillo una vez que le coges el truco. Cuando cambies de marcha, mientras sueltas el embrague, tienes que ir apretando el acelerador gradualmente.
Eso ya le pareció más difícil de digerir. Izumi se hizo un esquema mental, simulando cómo sería la combinación de acciones.
—Ahora pasemos a la práctica. Pon el punto muerto, arranca, quita el freno de mano y mete la primera, a ver si lo sacas.
Él sonrió y se puso a ello. Aferró el volante con fuerza, diciendo los pasos en voz alta mientras los ejecutaba.
—Piso el embrague, pongo punto muerto… —accionó la llave, rugiendo el motor—. Lo pongo en marcha, quito el freno de mano, embrague, meto la primera y…
Los cuerpos de ambos fueron sacudidos con brusquedad hacia delante. Kôji volvió a colocarse las gafas, conteniendo la risa.
—Felicidades, ha sido tu primera calada.
—¿Se me ha calado el coche? —preguntó enfurecido.
—Has soltado demasiado deprisa el embrague.
Realmente estaba adorable cuando se enfadaba. Le miró largo y tendido, hasta que Izumi le advirtió del nuevo intento.
—Marcha… embrague, meto la primera…
—Y ve soltándolo poco a poco mientras vas apretando el acelerador —apuntó.
Para desorbitada alegría del conductor, el coche avanzó. A trompicones, pero lo hizo.
—¡Estoy conduciendo!
—Acelera un poco y pasa a segunda.
Así hizo, obteniendo éxito, llegando incluso a girar el vehículo imitando la trayectoria de una rotonda.
—Ahora frénalo, y haz como con el acelerador: combina el pedal de freno con el embrague, tienen que estar presionados del todo al final.
Tras varios intentos, lo consiguió. Se pasaron unos veinte minutos repitiendo hasta que lo hubo dominado, avanzando en línea recta con muchos metros de llana superficie por delante.
—La prueba de fuego: llega hasta tercera, por ir a cuarenta por hora no vamos a infringir ninguna ley —comentó Kôji.
—Vale —respondió, con una sonrisa que le llegaba de oreja a oreja.
Aceleró y el coche fue ganando velocidad, obteniendo del motor el característico sonido que evidenciaba el exceso de revoluciones.
—Cuando oigas eso, es que tienes que cambiar. Mete tercera.
En dicha marcha el vehículo iba mucho más suave, incrementándose la sensación de rapidez. Izumi iba tan feliz con sus logros que la emoción le impidió ser consciente del grado en el que se aproximaban los obstáculos.
—Takuto, frena… nos estamos acercando a la acera.
—¿Que frene? —preguntó mirando hacia los pedales, poniéndose nervioso.
—¡Frena! —insistió, ya con menos calma.
—¡Pero es qu…!
Kôji, en el último segundo, accionó la palanca del freno de mano, consiguiendo que el coche parara con tosquedad, evitando que quedara encajado sobre el bordillo.
Con el corazón latiendo desbocado, el conductor le miró, compungido.
—Lo siento…
—Da igual, a todos nos pasa. Sólo espero que la pintura siga intacta.
El cantante salió, mirando detenidamente la carrocería.
—Hemos tenido suerte. Si no le cuentas nada a Shibuya, esto nunca habrá pasado, porque yo no pienso decírselo —agregó, regresando a su puesto.
Tras el susto, a Izumi se le quitaron todas las ganas de seguir a bordo.
—No te pongas así, es normal al principio —susurró Kôji, mientras le besaba los pómulos—. ¿No quieres seguir conduciendo?
Una sonrisa perversa se dibujó en su fino rostro, pasando los labios a recorrer su cuello con evidentes intenciones.
—Entonces podríamos aprovechar el tiempo que nos queda a la manera local.
Takuto le agarró por las manos, interrumpiendo tajantemente.
—Ni lo sueñes. ¡Bastante tengo ya con haber estado a punto de arañarle el coche a Katsumi como para…!
Calló, pensando en lo violento que sería viajar a bordo de un vehículo ajeno, cuyo asiento de atrás había sido escenario de pasajes demasiado tórridos como para ser contados.
—Vamos a seguir, y luego me llevas a casa. Tengo que despedirme de los chicos, aún no les he dicho que me han fichado.
Kôji asintió. Aquella no sería la última vez en que le llevaría a conducir a la zona, y se negaba en rotundo a abandonarla sin haber probado antes la experiencia.
- 4 -
Ya era de noche para cuando Takuto llegó a las modestas áreas de entrenamiento amateur. El campeonato había acabado, pero el equipo acordó entrenar aquella semana antes de tomarse mes y medio de vacaciones.
Sentado en una de las gradas esperó a que los demás llegaran. El niño que conociera en el hospital le vio, abandonando el calentamiento para correr a saludarle.
—¡No te pude felicitar el sábado, había mucha gente! —dijo con alegría.
El futbolista le pidió que se sentara con él si era posible.
—¿Te gustó el partido?
—Sí, mucho —respondió el jovencísimo delantero que tanto le admiraba—. Algún día quisiera ser como tú.
Takuto no supo qué decir. Había oído aquello antes en boca de Yugo, lo cual le llevó a extrañarle más de lo habitual.
—Pues entrena duro y lo conseguirás. Mira, ahí vienen mis compañeros.
Matt, Scott y los restantes componentes fueron llegando en pequeñas oleadas, saludándole animadamente como de costumbre, y también al invitado que no había regresado con los alevines a petición suya, pues deseaba hacerle partícipe de su comunicado.
Bryan le dio una palmada en el hombro.
—¿Por qué no has ido a trabajar ni ayer ni hoy? ¿Estabas enfermo?
—No, estoy perfectamente. Pero tengo que deciros algo importante.
Sintió un atisbo de pena, algo que nunca había experimentado antes al cambiar de equipo. Pero como capitán, se enfrentó al trámite con honestidad.
—No sé cómo agradeceros estos meses, ha sido una experiencia estupenda, tenía muchísimas ganas de volver a jugar, posiblemente no habría recobrado la confianza en mis posibilidades de no haberos conocido.
Los jugadores se miraron, extrañados.
—¿Intentas decir que lo dejas? —preguntó uno.
Asintió.
—Siento no haberlo dicho antes, pero os lo quería decir cuando fuese totalmente oficial. La noche de la final había alguien estudiándome, y me hizo una oferta cuando me estabais esperando para la celebración. No podía rechazarlo, era el sueño de mi vida, y el de mi padre.
La pena fue sustituida por orgullo, aquel que le causaba haber cumplido las ambiciones de su progenitor.
—He fichado por el Chelsea. Estoy en el filial, pero no pararé hasta conseguir entrar en la Premier.
Ellos lanzaron una exclamación de asombro y alegría.
—¡Ya era hora de que alguien en el Chelsea hiciera algo con la cabeza! —comentó Scott.
—¡A por todas, chaval! No te mereces estar tan limitado aquí, seguro que te irá bien —apuró otro.
El niño, por su parte, estaba alucinando.
—Yo soy hincha del Arsenal, pero me da igual, ¡veré todos tus partidos!
Takuto sonrió, conmovido por el apoyo recibido.
—Sé que será difícil, pero no quiero que perdamos el contacto.
—Claro que no, ¿sabes el chollo que es tener a alguien que consiga entradas gratis para el Stamford? —bromeó Bryan.
Así, su pequeña etapa en el equipo de aficionados dio a su fin.
—Somos nosotros los que tenemos que darte las gracias a ti —dijo Matt—. Nos has enseñado a sentir pasión por esto, la victoria que conseguimos es algo más que un simple trofeo, ha sido un revulsivo para la mayoría de nosotros.
Los demás asintieron, conformes.
—Así que ni se te ocurra a sentir tristeza por dejarnos —volvieron a bromear.
Izumi se metió la mano en el bolsillo, sacando la banda de capitanía.
—Lo he pensado, y creo que el elegido os llevará por el buen camino.
Miró a su ex – compañero de trabajo, cediéndosela.
—Bryan será un gran capitán, en cuanto su tobillo esté recuperado del todo, claro.
—Acepto el reto —respondió el rubio, poniéndosela sobre la camiseta.
—¿Entrenarás una última vez con nosotros? —preguntó uno de los defensas.
Aunque le hubiese gustado, el japonés tuvo que declinar la propuesta.
—No puedo, tengo prohibido cualquier esfuerzo físico deportivo fuera de la actividad del club, por el riesgo a lesionarme.
—Claro, es lógico… al menos espera y vamos a tomar algo.
Sonrió ante la evidente afición inglesa a los pubs.
—Lo siento, he de madrugar. Estamos preparando la pre-temporada, me marcho a Liverpool el viernes a primera hora.
—¡No le deis más la lata y empecemos a correr! —indicó Bryan, ejerciendo de nuevo capitán.
Los últimos comentarios y deseos de buena suerte fueron dados, así como la esperanza de volver a verse pronto.
—¡Tú a por todas! —gritó Scott ya en pleno trote, alejándose hasta el centro del campo.
—¡Y dale recuerdos a Kôji! ¡El otro día escuché su canción por la radio! —añadió otro.
Finalmente, Bryan le estrechó la mano. Era un buen tipo, le extrañaría.
—Gracias por todo. Para lo que sea, ya sabes dónde estamos. ¿Has hablado con el jefe para decirle que no vas a volver?
—Le llamaré en cuanto llegue a casa, con tanto ajetreo no he podido.
—Claro. Bueno, cuídate —concluyó el inglés.
Cuando se hubieron marchado a seguir con lo suyo, Izumi se dijo que era el transcurso natural de las cosas. Ellos volverían a su mundo cotidiano, mientras que él debía regresar al suyo. Pero aunque su panorama cambiara radicalmente, era hombre de palabra, y trataría de mantener al mínimo la distancia, aunque supusiera más complicaciones de las primeramente esperadas.
- 5 -
El contador del taxi avanzaba, pero sus dígitos rojos no era lo que le preocupaba, sino la hora indicada unos centímetros a la derecha.
—¿Podría ir un poco más deprisa? —preguntó Izumi, nervioso al comprobar que iba a llegar con el tiempo justo.
—Tranquilo, no se puede evitar que haya tráfico —le dijo Kôji, el cual iba sentado a su lado.
Le habían citado temprano para, después de tener una reunión técnica, poner camino hacia el aeropuerto con el autobús del club, y así afrontar la primera salida de la temporada.
Cuando finalmente el estadio estuvo a la vista, le indicó al taxista que aparcara por una zona reservada a miembros del club.
—¿Lo pagas tú después? —consultó Takuto mientras sacaba su bolsa de viaje, viendo que otros de sus compañeros ya habían llegado.
—Sí, hemos alquilado unas cuantas horas más el estudio, tengo que ir allá y aprovechar el último día. Sesión intensiva.
Kôji le miró. No se habían separado por espacio de más de diez horas desde que abandonaran Japón, y aunque sabía que no le quedaba más remedio que acostumbrarse, dado que las concentraciones eran obligatorias cada vez que había un partido fuera de casa, no quería que se marchara. Pero hizo acopio de voluntad para sobrepasar lo que le dictaba el instinto.
—Ten cuidado. Te llamaré esta noche.
—Pero si estaré en Londres de nuevo el domingo por la tarde… —respondió Izumi ante el gesto del cantante—. Todo irá bien, me muero de ganas por empezar a jugar en serio.
—Vamos, te están esperando.
Se miraron unos segundos a los ojos, ante la impaciencia del taxista.
—Te quiero —le susurró al oído mientras le abrazaba.
Habían pactado no dar más evidencias de su relación hasta que Izumi se asentara entre sus compañeros, por lo que aunque se moría de ganas por besarle, hubo de contenerse.
Takuto sonrió a modo de respuesta. Se echó al hombro el equipaje, despidiéndole a lo lejos con la mano y acudiendo al encuentro de los demás miembros del filial. El vocalista se metió en el coche, diciéndole al conductor la dirección exacta del local de ensayo.
Apoyado en el cristal, Kôji pensó el infierno que habían supuesto las ausencias de Izumi durante su época de profesional en Japón. Debía afrontarlas con trabajo, y tratar de pulir sus crisis de desmotivación con tal no pensar más en él de lo que ya hacía.
A regañadientes pagó el elevado importe fruto de las distancias entre Belsize, Fulham Road y Portobello, sumado a ello los atascos. Divisó a varios metros la destartalada furgoneta de Liam, así como a su dueño y demás componentes de Angelous esperando en las escaleras del edificio.
El recién llegado les saludó, encendiendo un cigarrillo. Fumar le ayudaba, entre otras cosas, a distraerse.
—¿Ya se ha ido Takuto? —preguntó Chris.
—Sí. Cogen el avión a las doce.
Dio una profunda calada apoyándose en la barandilla. Brett, tras consultar la hora, se mostró extrañado.
—Qué raro, Katsumi siempre llega antes de tiempo.
—El tráfico está fatal, puede que esté en un embotellamiento —añadió el japonés sin darle mayor importancia.
Mientras el conjunto musical aguardaba al manager, básicamente porque éste tenía las llaves del estudio, en el ala opuesta de la ciudad Shibuya salía con prisas de su apartamento.
Era una zona muy tranquila, lo cual reforzaba la comodidad del piso que había alquilado y en el que vivía sin más contratiempos. Asegurándose mentalmente de que no se había olvidado nada, sacó las llaves de su coche, encaminándose a la calle trasera donde había aparcado la noche anterior.
El joven estudiante y representante ignoraba que desde una esquina le observaban. Tres hombres ataviados con trajes negros y gafas de sol a juego analizaban la situación, encontrando el instante idóneo para poner en marcha las órdenes que había recibido.
—Ahora —indicó el cabecilla.
Un lujoso BMW de cristales ahumados arrancó a toda velocidad. Para cuando Katsumi reparó en el estruendo causado a sus espaldas, alguien le asió con brusquedad, poniéndole un paño de lino impregnado en un potente somnífero sobre las fosas nasales.
Trató de ofrecer resistencia, pero el tipo que le había apresado era mucho más corpulento que él. Asimismo, sus intentos de pedir ayuda fueron paliados por la droga, la cual le sumió en un estado de inconsciencia temporal.
Sin testigos oculares que dieran fe de lo sucedido, los tres sujetos le metieron a bordo del vehículo y se marcharon de allí. Por algo el importe a pagar a cambio de sus servicios era tan notorio, la discreción y la eficacia estaba garantizada a cambio de los correspondientes honoríficos; además, las indicaciones en aquel trabajo eran concisas.
Cumpliendo con lo indicado, una hora después atravesaron Portobello, dando con la ubicación.
Allí los músicos esperaban, presa del aburrimiento. Kôji volvió a llamar a Shibuya desde el móvil que había adquirido pocos días antes, obteniendo la contestación del buzón de voz por quinta vez. No lo expresó, pero un presentimiento de fatalidad se apoderó de él.
Dave reparó en el carísimo coche que se acercaba a ellos, pero hasta que la trayectoria de éste no fue lo que se decía peligrosa, no se pronunció.
—¡Viene hacia aquí! ¡Nos va a atropellar!
Los demás reaccionaron subiendo varios escalones; el vehículo no se empotró contra el portal, sino que fue manejado con destreza, parando paralelamente ante ellos de un frenazo.
La puerta se abrió, y un matón de rostro cubierto por un pasamontañas tiró a volandas sobre el suelo el cuerpo de una persona. Demasiado impactados para reaccionar y mirar la matrícula, los componentes de Angelous comprobaron horrorizados la identidad de la víctima.
—¡Joder, es Katsumi! —gritó Dave, acercándose para comprobar cómo estaba.
Aunque tenía pulso, no estaba en sí, presentando evidentes muestras de haber recibido golpes de consideración.
Mientras Chris contemplaba cómo el BMW desaparecía, Kôji sintió que la furia se apoderaba de él. Reconocía aquel olor penetrante a narcótico que Shibuya despedía: era el mismo que impregnaba la ropa de Takuto cuando le raptaron para chantajearle y hacerle regresar a casa, ejerciendo como heredero del dôjo de la familia; el mismo que perfumaba fatalmente su cuerpo la noche en que le violaron.
Era la sustancia que Hirose empleaba para drogar a los que se interponían en sus ambición de hacerle la vida imposible a él y cuantos le rodeaban.
—Liam, dame las llaves. Subidle a la furgoneta.
—Hay que llevarle a un hospital —afirmó alarmado el dueño, ayudando a cargar el peso del menudo cuerpo del productor.
Mientras conducía con toda la celeridad posible camino de la clínica donde esperaba encontrar a Foster, Kôji se maldijo por no haber acabado con todo aquello a golpe de katana cuando tuvo ocasión. Estando en prisión creyó que no podría llegar a odiar más a su hermanastro, pero esa mañana supo que sus estimaciones eran erróneas.
- 6 -
Katsumi abrió los ojos. Le dolía hasta el último de sus músculos y la cabeza estaba a punto de estallarle. Tardó un tiempo en acostumbrarse a la claridad y focalizar la figura de William.
—¿Cómo te encuentras? —le preguntó el británico, esperando una respuesta que evidenciara la activación cerebral, dado que era obvio que no debía estar en su mejor momento.
Entonces, el joven reparó en lo que había ocurrido. Aún estaba aturdido por los efectos de la sustancia inhalada, pero los recuerdos acudían a caóticos borbotones.
—Bien… estoy bien… —dijo menospreciando sus propias penurias.
Tenía en mente las figuras ostentosas de aquellos hombres. Cuando recobró el sentido se encontraba en un descampado, en donde le rodearon y le golpearon en el estómago, brazos y piernas hasta que cayó al suelo, incapaz de volver a incorporarse. Por la precisión con la que le habían atacado, evitando delatores marcas en el rostro, terminaron de dejar claro que eran profesionales.
—Por fortuna no tienes ningún hueso roto, pero debes estar en observación al menos veinticuatro horas para descartar hemorragias internas. Descansa, le diré a tus amigos que has despertado —agregó el doctor, ya en pie.
Shibuya asintió. Supuso que se refería al grupo, aunque no estaba seguro. Trató de combatir con calma las punzadas de dolor que le recorría, pues no podían administrarle calmantes por los peligros de la combinación con la droga que aún le corría por las venas.
En el pasillo, los cinco músicos se levantaron de sus respectivos asientos al oír cómo la puerta de la habitación se abría.
—¿Está grave? —pregunto Liam.
Todos, a excepción de Kôji, le rodearon. El japonés se limitó a seguir en su posición frente al ventanal con vistas al campo de fútbol.
—Está fuera de peligro, pero ha recibido golpes muy fuertes. Le podremos dar el alta el lunes si no hay más contratiempos. No le quedarán más secuelas que algunos hematomas, lo peor son las psicológicas —respondió con un deje de tristeza.
El doctor sacó de su bata un pedazo de papel, acercándose hasta el paciente al que había implantado una de las prótesis de última generación.
—Esto estaba en la ropa de Katsumi. Creo que deberías echarle un vistazo, lamentablemente no entiendo tu idioma.
El vocalista así hizo, leyendo los kanjis grabados sobre la nota.
Siento que hayas decidido establecerte en el otro bando, era agradable hacer negocios contigo. Medita si te conviene que seamos enemigos, y pregúntale a mi hermanito si le ha gustado la inversión que hice con mi "jodido dinero".
Kôji no pudo contenerse por más. Con el rostro totalmente contraído, arrugó la nota en su puño derecho, lanzando un golpe descomunal hacia el cristal de la ventana, rompiendo ésta en cientos de pedazos que se desperdigaron por el suelo.
Dave trató de calmarle, recibiendo un soberano empujón en el pecho que acabó por derribarle. Antes de que sus restantes compañeros trataran de aplacarle, se marchó por el pasillo, dejando un reguero de gotas de sangre debido a los cristales que se le habían clavado en los nudillos.
Liam hizo acopio de ir tras él, pero Foster se lo impidió.
—Dejadle a solas. Id a ver a Katsumi, necesita distracción.
Los músicos ayudaron al batería a levantarse y éste, desconcertado por lo ocurrido, les acompañó mientras el médico iba en busca del equipo de limpieza para que recogieran el desastre.
Encontraron a Shibuya tendido en la cama, con una vía en el brazo por la que le era suministrado suero fisiológico, y una sonrisa radiante que no evidenciaba lo penoso de su situación.
—Estamos conmocionados con lo ocurrido, no entendemos qué ha pasado —dijo Chris en voz baja, sentándose a su lado.
El aplomo en los demás no era menor, así que el manager hizo lo que mejor se le daba: dar ánimos.
—Sabía que podría pasar algo así, chicos. No le deis mayor importancia, a partir de hoy tendré que tomarme más en serio nuestra seguridad.
—Voy a llamar a la policía —afirmó Liam.
—No. Esto no debe pasar a mayores —interrumpió tajantemente Shibuya—. Ya sabéis lo bastante sobre nosotros como para suponer quién está detrás de todo esto.
Los miembros del conjunto se miraron entre ellos. Cuando el cantante les había hablado del tal Hirose, habían quedado horrorizados por lo descrito, pero nunca habían imaginado que la realidad les alcanzaría tan de lleno. Por su parte, Katsumi reparó en la notoria ausencia.
—¿Y Kôji?
Se formó el silencio, roto por Brett.
—Voy a buscarle.
—¿Estás seguro? —inquirió Dave.
El guitarrista asintió. Les dejó en el cuarto privado, siguiendo el rastro que aún no había sido limpiado del suelo. Dio con él en la terraza que, situada al final de la planta, permitía respirar aire puro a los internos y sus acompañantes.
Le observó. Tenía la mirada, dura y ausente, fija en el vacío. Aunque le conocía desde hacía más bien poco, el joven británico le apreciaba por algo más que su talento musical; le parecía una persona extraordinariamente compleja, y estaba harto de verle cercarse frente a los demás, por lo que con todas sus agallas arremetió.
—Katsumi ha preguntado por ti.
No le respondió, haciendo que Brett dejara salir la crispación.
—¿Por qué siempre te cierras en banda? ¡No estás solo en esto, somos tus colegas, tío!
El japonés, con los ojos inyectados en furia, le cogió por el cuello de la chaqueta, elevándole unos centímetros.
—Qué sabrás tú de mi vida, y de lo que puedes o no hacer — gritó —. Por mi culpa Katsumi ha sufrido, como Takuto antes. Siempre acaban pagando por mí.
Respiró agitadamente, soltándole con la misma brusquedad con la que le había tomado. Brett, lejos de empequeñecerse, le plantó cara.
—Precisamente por eso tienes que empezar a compartirlo con los demás. Debes estar al límite con esa carga, Kôji.
Le miró, tal y como se haría con una bestia fuera de control.
—Nosotros no os vamos a dar de lado si las cosas se ponen feas.
—Eres imbécil. ¿Es que no ves que los siguientes seréis vosotros? —respondió el cantante.
El chico se rasgó la camiseta, utilizando las tiras conseguidas para vendarle la mano, tras retirar con los dedos los cristales aún incrustados.
—No me da miedo. No pienso dejarme dirimir por nadie.
Las palabras no surtieron efecto en Kôji, pero sí ver cómo le curaba las heridas, o al menos les ponía un primer remedio. Estaba desesperado, y tras la ira con la que había reaccionado, descendió vertiginosamente al aplomo.
—No debí hacerlo… —se dijo a sí mismo.
El inglés no quiso saber a qué se refería, limitándose a pasarle un brazo por los hombros a modo de consuelo, dirigiéndole hasta donde los demás aguardaban. Como en un acuerdo inconsciente, nadie, ni quiera los encargados de borrar las huellas de lo ocurrido, volvió a mencionar aquel incidente una vez abonada la factura por el desperfecto.
- 7 -
Pase lo que pase, lo dejo en manos del azar,
haciéndole frente al dolor y al desengaño.
Seguimos en lo mismo, ¿realmente sabe alguien para qué vivimos?
Supongo que estoy aprendiendo, no puedo desistir ahora,
pronto habré salido airoso de todo esto.
Por fuera aparento estar rompiéndome,
pero por dentro, en mi oscuridad, sigo pujando por ser libre.
El espectáculo debe continuar, el espectáculo debe continuar.
Se me rompe el corazón, y puede que mi maquillaje se estropee,
pero mi sonrisa permanecerá inalterable.
Queen, "The show must go on"
D.E.P Freddie
Katsumi y Kôji se quedaron solos en la habitación. Ya había anochecido, consiguiendo ambos con dosis extra de insistencia que los demás se marcharan a casa.
Mientras el convaleciente seguía sentado en su cama, algo más calmado de los golpes recibidos, el cantante seguía sin hablar. Acabó por acercarse a él, sentándose en una silla cercana.
—Lo siento, Shibuya. Si no te hubiera pedido que fueses nuestro manager, esto no habría ocurrido —dijo al fin, apenado.
Él negó con la cabeza.
—No digas eso. He estado contigo desde el comienzo, he vivido cada etapa de los últimos diez años, sabía perfectamente en qué me estaba metiendo cuando vine aquí.
Kôji le sostuvo la mirada, preguntándose cómo lo hacía para estar siempre tan sereno. Sólo le había visto fuera de sí en una ocasión, cuando se encontraron en el cementerio tras haber abandonado a Takuto. Aunque nunca llegara a decírselo, pues iba en contra de sus principios, apreciaba a Katsumi como el hermano que en realidad nunca había tenido.
—Pero me jode que hayas tenido que pasar por esto.
—Míralo por el otro lado: ahora soy oficialmente persona non grata del clan Nanjô, es de lo más emocionante —rió.
Shibuya dejó que su innato buen humor se tornara más reflexivo, adoptando el papel de guía que para con Kôji siempre había representado.
—La vida no es más que un escenario en el que nos encontramos con diferentes actores, telones, y la necesidad de improvisar en cada función. Aunque se ponga en contra, hay que seguir adelante. Nunca olvides esta máxima: el espectáculo debe continuar.
Tomó aire lentamente, combatiendo los pinchazos que le ardían por todo el vientre.
—Y la mejor manera de hacerle frente a Hirose, es dándolo todo, siendo los mejores tanto Taku como tú. Soy demasiado cabezota, un par de gorilas no van a echar por banda lo que he construido de la nada, seguís siendo mi mejor obra —bromeó, haciendo que desapareciera esa expresión tan seria del rostro de su amigo.
Kôji bajó la mirada, zanjando la conversación.
—¿Quieres que llame a tu padre? —preguntó.
—No. Bastante mal lo está pasando con la enfermedad de mi madrastra como para preocuparle aún más. Estaré bien, porque me vas a cuidar toda la noche.
El cantante arqueó las cejas. No había sopesado esa posibilidad.
—¿No me vas a dejar solito, verdad? —preguntó él, con ojillos de pena.
Resignado a pasar la velada en el sofá, su compañero de batallas sacó el móvil del abrigo con la intención de salir al pasillo a llamar y, de paso, disculparse ante William por lo ocurrido.
—¿Entonces te quedarás a mullirme la almohada y mimarme? — quiso saber el herido, con una aureola de felicidad flotando a su alrededor.
—Que te follen, Shibuya —sentenció.
—Vale, pero sólo si eres tú el que lo hace.
Intercambiaron una cómplice mirada. En ellos, cuanto más malsonante fuese la palabra empleada, más dotada de significado positivo estaba.
Kôji esperó los tonos de la llamada hasta que al fin ésta fue atendida. Muchos kilómetros al norte de Londres, Takuto respondió desde el hotel donde estaba alojado.
—Sabía que eras tú —dijo el futbolista, feliz por estrenar aquel pequeño teléfono.
—¿Cómo estás? ¿Llegaste bien a Liverpool?
—Sí, entrenamos por la tarde y ahora estamos descansando. Mi compañero de habitación está en la ducha, yo entraré cuando salga él.
—Me alegro.
Izumi intuyó por el tono con el que le hablaba que había ocurrido algo.
—¿Qué te pasa?—preguntó, con un tacto que sólo él poseía.
—Estoy en el hospital de los Foster.
Alarmado, Takuto se levantó de la cama de un salto.
—¿Qué ha ocurrido? ¿Has tenido un accidente?
—No, no soy yo. Es Shibuya. Unos matones contratados por Hirose le han dado una paliza.
El otro jugador del filial, un simpático búlgaro que ejercía de central, se interesó por saber qué le pasaba a su compañero, dada la expresión horrorizada de éste. Izumi le agradeció en silencio, diciéndole por gestos que no pasaba nada.
—Qué cabrón… —respondió, afectado—. ¿Cómo está?
—Dentro de lo que cabe, no fueron muy bruscos. Voy a pasar la noche aquí, le van a tener en observación para descartar daños más serios.
—¿Quieres que vaya para allá?
—No. Yo me ocupo de esto. Tú juega y gánate la confianza del entrenador.
Takuto suspiró, deseando que algún día la pesadilla del acoso y la persecución en la que vivían pudiese concluir.
—Mañana te llamo, y hablo con él de paso. ¿No habéis grabado nada entonces?
—Fue poco después de que te marcharas, llevamos todo el día aquí —dijo, mostrando el cansancio acumulado–. Tenemos que hablar seriamente, ya no me fío ni de mi propia sombra.
—No pienses en eso ahora, ya lo haremos cuando esté ahí el domingo. Vete con Katsumi, seguro que te necesita más que yo ahora.
Kôji miró el pasillo desierto y de nuevo resplandeciente, sintiendo unas ganas terribles de tenerle a su lado.
—Te echo de menos.
—Y yo a ti —contestó, cuestionándose si su compañero de concentración le preguntaría en los próximos minutos si todo iba bien con la novia.
—Buenas noches.
Tras haberle deseado Takuto lo mismo, el vocalista hizo de tripas corazón y fue en caza y captura de algo con lo que llenarse el estómago. Quince minutos después, regresó con provisiones y las disculpas aceptadas de Foster bajo el brazo.
—Uy, Kôji, me vienes de fábula. Enciéndeme la tele, que no puedo alcanzar el mando —pidió Katsumi, risueño.
Éste accionó el consabido botón, buscando lo más digerible que se estuviese emitiendo en aquellos momentos. Acabó por poner una de esas películas de acción americanas repletas de explosiones.
—Toma —le dijo, tendiéndole una lata de cola.
—Tendré que pedirle a Taku que te ceda de vez en cuando, me gusta que me cuides —comentó para chincharle.
Mientras veían la película entre petición y petición cumplida sin protesta alguna por el sentimiento de culpabilidad, en Tokio al artífice de la operación le era comunicado el éxito de la misma.
Lo que de seguro sus tres adversarios no sabían, era que tenía otros muchos ases ocultos en la manga.
