- Capítulo 16: Metas -

Durante sus rondas de prácticas en el hospital universitario, solía combatir la soledad de los pacientes a los que visitaba, ya fuera teniendo una pequeña conversación informal con los mismos ó regalándoles una sonrisa. Conocía bien el mundo de la medicina y su necesaria frialdad; quizás por ello, combatirla era su principal objetivo si llegaba finalmente a ejercer.

No quería que nadie más se ahogara en el angustioso silencio de los centros médicos como habían hecho Madoka, o su madre.

Trató de conciliar el sueño, pero le resultó imposible. El único sonido que se percibía en la espaciosa habitación era los producidos por la máquina que registraba sus constantes, y la suave respiración de Kôji, el cual descansaba sobre el sofá.

Le gustaba estar siempre ocupado, pues así carecía de tiempo que dedicar a pensar en sí mismo. Podría haberse abandonado a divagaciones sobre cómo sacar adelante a la banda, retomar los parciales el curso que viene o conseguir apuntes de sus compañeros, mas hacía demasiado tiempo que no se dedicaba un momento de sinceridad.

Con la mirada perdida en el vacío, se hizo la pregunta de la que había huido a lo largo de toda su vida.

¿Por qué lo haces? ¿Por qué siempre actúas bajo la misma pauta?

La había repetido en forma de respuesta unas horas antes.

No, no llames a mi padre. No quiero que se preocupe más de lo que ya está.

Todos asociaban a Shibuya con su característica energía, capaz de levantar los ánimos más deplorados. Él nunca reparaba en gastos con tal de aliviar las penas de los demás.

Se había pasado la infancia y los primeros años de adolescente inventando distracciones y juegos con los que aislar a su hermana de la cruel realidad, evitando que llegaran unas palabras finalmente pronunciadas.

¿Dónde está mamá, Katsumi?

Cuando Madoka también les dejó, se volcó en su padre, sacando las mejores notas posibles, siendo el hijo perfecto, apoyándole en los negocios y metiéndose él mismo en los asuntos de la compañía.

Por aquel entonces Kôji ya formaba parte de la ecuación, pero ésta no quedó completa hasta la llegada de Takuto. Acumulados quedaban años de momentos duros, altibajos, esfuerzo, dolor y muchísimas sonrisas, como las que había dibujado aquella tarde ante la preocupación de los chicos cuyo talento e ilusiones estaban en su mano.

Sonrisas como la que esbozó en aquel preciso instante, ahogando la risa al saberse en ese hospital de Londres, tras haber recibido un primer aviso que, de no haber sido tal, podría haberle costado más caro que unas simples magulladuras.

Pensó en su familia, en los amigos ya perdidos, en las relaciones que había vivido, los desamores, los dulces noviazgos…

Aunque sus labios se empeñaban en seguir sonriendo, Katsumi se sintió solo.

Era un sentimiento que siempre le acompañaba, oculto bajo toneladas ingentes de trabajo. Pero ahora que debía tomarse unas jornadas de completa inactividad, no tenía fuerzas para combatirlo. Su personalidad lo dictaba: él guardaba y guardaba, hasta que no podía más. Entonces estallaba, dejando la capacidad de su moral vacía para seguir tragando.

Esos baches brillaban más bien por su ausencia, matizando precisamente dicha característica lo duro del momento que estaba atravesando.

Tenía el tronco inmovilizado debido al vendaje, por lo que giró el cuello hasta tender el rostro sobre la almohada, en dirección contraria a donde el cantante se encontraba.

Mientras las lágrimas escapaban al haber sido rebosada su presa interior, se esforzó por disimular los sollozos. Evocó la textura que le acogió la última vez que había llorado; en aquella ocasión, no fue la fría composición sintética de un almohadón, sino el calor del pecho de Miyako la noche en que Takuto trató de suicidarse. Por primera vez desde que rompieron, la echó realmente de menos.

En su aparentemente confortable lecho, Kôji le escuchaba, esperando a que terminara de desahogarse sin mover un músculo. Tampoco había sido capaz de conciliar el sueño, mas en la cárcel se había acostumbrado a fingir que dormía, empleando el tiempo muerto en volar lejos del habitáculo con el poder de su imaginación.

Se había pasado las dos últimas horas pensando sobre todo en Takuto, pero también en Hirose, el suicidio de Ayako, las canciones que habían quedado pendientes, y la expresión inconsciente de Katsumi cuando le arrojaron como a un despojo desde el interior del fastuoso vehículo.

Tampoco era capaz de sacarse de la cabeza el vendaje improvisado de Brett, y lo que éste le había dicho. Siempre había ido contracorriente, sin importarle que nadie estuviera dispuesto a seguir su ritmo. Las personas habían nadado a su lado en sendos trechos, dejándoles él atrás, acabando todas por desaparecer a excepción de dos.

Y al dúo al que había atado con sus redes, ahora pujaban por unirse cuatro miembros más, los cuales, bien por ignorancia, bien por temeridad, insistían en no finalizar la travesía en un remanso tranquilo, ofreciéndose para luchar con ellos contra la tempestad.

Si no tenía a Izumi con él, no quería el resto. Pero ya que sabía que eso no ocurriría, una parte de sí mismo clamaba por un poco de serenidad. Las muestras intencionales dadas hasta entonces habían sido sorprendentes a ojos de los que le conocían, pero era momento de dar un paso decisivo.

Ello implicaba centrarse en su carrera, y cuidar con esmero lo que poseía. Las ropas caras, los coches de lujo, las joyas y demás despilfarro no tenían sentido sin ellos. A Takuto le tenía físicamente lejos ahora, pero sentía su presencia tan cercana que le quemaba.

A Shibuya le tenía físicamente a pocos metros, mas la distancia emocional era tan grande que romperla le parecía un imposible.

Kôji seguiría siendo un mosaico de sentimientos contrapuestos e impulsividad cuantos días le quedasen, pero hasta los espíritus más rebeldes acababan por madurar. A seis meses para cumplir los veinticuatro años, muchas cosas habían cambiado en él, quizás equivalentes en número a las que seguían intactas.

Se levantó cuando el discreto llanto hubo cesado, terminando de desabrocharse la camisa y dejándola sobre una silla, pues hacía calor por el trabajo de las máquinas.

—¿Aún estás despierto? —preguntó, sentándose en el borde de la cama.

Katsumi asintió, disimulando la rojez de los ojos gracias a la penumbra,camuflando cualquier rastro delator que portase su voz.

—Sí. Anoche dormí demasiado.

El vocalista se tomó unos segundos para arremeter con la artillería pesada.

—Mentiroso.

—¿Por qué me dices eso?—protestó, siguiéndole el juego.

—Porque ocultas algo.

Shibuya hizo el ademán de reír.

—Nah, estoy perfectamente.

—Claro. Yo también lloro por hobby mientras los demás duermen —espetó Kôji.

Katsumi calló. No tuvo más remedio que reconocer la derrota.

—Pensé que no te habías dado cuenta.

—Yo tampoco podía dormir. Y no me vengas ahora con rodeos, hoy han estado a punto de hacerte algo grave. Tengo todo el derecho del mundo a estar preocupado.

A Shibuya le invadió una oleada de nostalgia, haciéndole regresar a los momentos que en el pasado ambos habían compartido.

—Entre tú y yo siempre ha habido secretos, no veo por qué tendrían que cambiar las cosas.

Kôji apretó su puño natural, tirante por los puntos que le habían dado.

—Han de hacerlo. No es justo que tú soportes mis desgracias y nunca correspondas. Te encanta encargarte de la vida de los demás, pero la tuya es un misterio.

—Puede que sea porque no hay nada bueno que compartir — musitó él.

Mientras movía los dedos implantados, contemplando entre la oscuridad lo efectivo de aquel aparato, el todavía ídolo de masas en Japón habló sin medirse, expresando todo lo que pensaba y sentía.

—Desde que nos conocemos, te has ocupado de asegurar mi felicidad y la de Izumi, pero nunca me molesté en saber cómo te iba, y todas esas cosas.

Encontrarle tan decaído impactaba, principalmente porque era la primera vez que le vía así. Cruzó las piernas sin mirarle, como siempre que trataban temas importantes.

—Supongo que ya no sigues con aquella chica, ¿me equivoco?

Katsumi se acomodó. Tras la llantina estaba calmado y tranquilo. El que Kôji le estuviese preguntado sobre su vida sentimental era sorprendente, aunque quizás no tanto como el hecho por su parte de acceder al diálogo, no ya sólo por no tener a nadie más con quién hacerlo, sino porque quería que ocurriese. Al fin y al cabo, él había estado presente en los picos agridulces de su existencia, aunque fuese desde el silencio y lo arisco de su comportamiento.

Le conocía lo suficiente como para saber que, efectivamente, el cantante no daba demasiadas muestras de interés hacia todo aquello que no era Takuto y su universo, pero que cuando lo hacía, era del todo sincero.

—Lo dejamos al poco de ingresar tú en prisión. El juicio me absorbió, apenas nos veíamos y a ella le surgió un buen trabajo en Los Angeles, por lo que decidimos que lo mejor era continuar cada uno su camino.

De todas las mujeres a las que había seducido con sus encantos, Miyako era la más especial. Al hablar de ella, se dio cuenta que se había pasado los últimos tres años buscándola entre sus compañeras de facultad, inclusive la última, Charlene.

—La última vez que la llamé, me comentó que estaba saliendo con un productor. Me alegro por ella, es maravillosa.

Kôji le escuchaba, siendo consciente de la envergadura de los sacrificios que Shibuya había hecho con tal de sacarle a él del pozo. Aunque no se podía afirmar que la pareja no se hubiese roto de haber sido otro el pasado, en el fondo se sintió responsable.

—Ya encontrarás una mejor. A ti te llueven las tías.

Katsumi pudo volver a sonreír con ganas, sin pantomimas.

—Soy un conquistador nato. Por eso me arrimé a ti en el Instituto, eras de los míos.

Los dos mantuvieron silencio, acabando el vocalista por encender las luces. Tras haberse incorporado, quedando sentado sobre el colchón, el joven manager dijo algo que le dejó perplejo.

—¿Sabes qué? A veces os envidio a Taku y a ti. Aunque tengáis el mundo en contra, no hay obstáculos entre vosotros. Me ha costado lo mío, pero nunca os he visto mejor que ahora. Debería mandar al cuerno la carrera y montar una agencia de contactos. Si he podido con vosotros, puedo con cualquiera.

Kôji le trajo el vaso de agua que acababa de pedirle.

—Deja de decir estupideces, cuando te pones a filosofar me das dolor de cabeza. No hay nada que envidiar, nacemos destinados a una persona: yo encontré a la mía, y tú lo harás. Aparecerá en el momento menos pensado.

Katsumi le miró a los ojos, juntando las manos mientras gesticulaba teatralmente.

—¡Sigues siendo mi ídolo, qué cosas tan bonitas dices! ¡Cásate conmigo y hagamos eterna nuestra unión!

Él cogió una almohada y se la estampó en la cara.

—Las pastillas te sientan fatal. No sé qué hacemos despiertos divagando cuando tendrías que estar durmiendo, son casi las tres.

Shibuya le sacó la lengua, quejándose levemente del dolor que acumulaba en las costillas, milagrosamente intactas.

—Has sido tú el que se levantó para hablar, no escurras el bulto.

Ninguno de los dos cedería en reconocer de quién era la culpa; se pasaron lo que restaba de noche hablando como nunca habían hecho, intercambiando cariñosos insultos con nuevas referencias a las vivencias que les unían, descubriéndose como los dos estudiantes de antaño que habían ido evolucionando en conjunto pese a las circunstancias, diciéndose en el refinado lenguaje de la amistad que en la vida del uno, la ausencia del otro era intolerable.

- 2 -

A lo largo de aquel domingo, Shibuya recibió la visita de los músicos de Angelous y William, el cual aprovechó para recordar viejos tiempos y hablarle de los pormenores de su puesto como coordinador de planta en el prestigioso hospital.

Aunque la totalidad de dichas visitas fueron recibidas con los brazos abiertos, ninguna resultó tan esperada como la que se produjo a primera hora de la noche.

Kôji había ido al piso de Katsumi a coger algo de ropa y el portátil, por lo que ambos estaban inmersos en la creación de bocetos digitales sobre los diseños del cd's cuando tocaron a la puerta.

—¿Se puede pasar? —preguntó una voz inconfundible.

El vocalista corrió a recibirle, estrechándole con fuerza y besándole a continuación como si llevara una eternidad sin verle. Desde su cama, el ingresado reclamó su "dosis de amor".

—Hey, que el enfermo soy yo —protestó a modo de broma.

Takuto dejó la bolsa de deporte en el suelo, sentándose junto a él.

—¿Cómo estás? Menudo susto me llevé cuando lo supe.

—En plena forma, no han podido conmigo —respondió, forzando los bíceps para demostrar que hablaba en serio.

Se quedó mirando el equipamiento que Izumi traía puesto.

—Qué chulo el uniforme.

Orgulloso, el futbolista se puso en pie para que ambos pudieran admirarlo. El chándal oficial del Chelsea era de un profundo azul marino con el escudo del club en un lateral. Resultaba funcional y bastante elegante, a juego con unas zapatillas deportivas negras.

—¿A que sí? —les preguntó, dando una vuelta como si estuviera modelando—. A los del primer equipo también les dan un traje de esos caros para los viajes, nosotros no tenemos tantos privilegios.

Kôji pujó por salir del ensueño. Cuando Takuto se encontraba feliz por algo, su belleza era aún más radiante. Ataviado con las ropas que representaban lo que siempre había anhelado como deportista, realmente parecía un ángel descendido desde los cielos para salvarle.

—¿Cómo ha ido el encuentro? —quiso saber.

—Jugué la segunda parte, eran bastante buenos. Yo marqué el tanto del empate —comentó, satisfecho.

—¿Y tus nuevos compañeros? —preguntó Shibuya.

—Hay de todo. En general el ambiente es bueno, son cordiales y colaboran, pero me llevo mejor con unos que con otros. Aunque aún es pronto para sacar conclusiones, no hemos hecho más que empezar.

Buscó entre el equipaje, sacando el obsequio que había comprado en el aeropuerto.

—Te he traído un regalo, sé que te encantan —dijo, tendiéndole una pequeña caja de bombones.

Shibuya abrió el envase de hojalata, entusiasmado por el detalle en forma de chocolate.

—Por qué no me habré enamorado de ti —exclamó mientras le achuchaba, dispuesto a zampárselos.

Kôji le atravesó con una de esas miradas que infligían miedo y respeto.

—Mmm… Crhgeo qhue ya fhé pog qhfé – pensó en voz alta, paladeando.

Tras ofrecerles, ellos acabaron por coger también de las piezas, observándoles mientras él seguía devorando el contenido del paquete.

—Tres son multitud, pero yo no me puedo mover de aquí —dijo en referencia a la mirada que sus amigos estaban intercambiando.

—¿Te importa si…? —preguntó Takuto.

—Por favor, vamos, vamos… —les instó a que salieran de la habitación—. Seguiré en esta cama cuando volváis, no voy a escaparme, como otros.

El cantante le hizo un corte de mangas con la mano artificial al saberse aludido, pues tenía la otra enlazada a la de Izumi. Eso sí, antes de salir robó un último bombón de la caja roja.

Cerraron la puerta, buscando la terraza al aire libre donde se había producido el incidente con Brett casi dos días atrás. Ni toda la dulzura del azúcar ingerido podía hacerle sombra a la del intenso y largo beso que se dieron. Las lenguas se buscaban ávidas, reconociéndose entre el candor de sus pieles acariciadas mientras apartaban cabellos, alojándose sobre la nuca.

Takuto se separó lentamente. Había mucho que tratar.

—¿Qué han dicho los médicos? ¿Es grave?

—No, pronto le darán el alta.

Asintió, mirándole a los ojos.

—¿Estás seguro de que ha sido él?

—Sí. Había una nota en el bolsillo de Shibuya, y emplearon esa droga para dormirle.

Izumi desvió la mirada, reviviendo lo que él mismo había pasado en manos de Hirose.

—¿Y los de tu grupo?

—Ya se han dado cuenta de en dónde se han metido, pero no quieren abandonar. He de reconocer que me han sorprendido.

Le cogió de nuevo la mano herida, reparando en los puntos mientras ponía en orden su cabeza.

—He estado pensando. Vamos a cenar algo a la cafetería y te lo cuento.

A Kôji le pareció bien, aferrándole por la estrecha cintura mientras se ponían camino de la citada ubicación. Si había existido un momento en el que realmente habían actuado como una pareja, estaba a punto de producirse.

- 3 -

Shibuya empleó el tiempo que dejaron solo para, entre otras cosas, hacer algunas llamadas telefónicas. Al fin pudo contactar con el receptor de la más importante de las mismas.

—Hola, papá.

—Katsumi, cuánto tiempo sin oírte. ¿Qué tal va todo por Londres?

—Bien, sigo en la preparación del disco de la nueva banda de Kôji —contestó, diciendo medias verdades.

Para su padre había dejado de ser un niño quizás a una edad muy temprana, así que estaban más que habituados a tratar negocios y entablar conversaciones puramente de adultos. Él le quería y admiraba, pero siempre había tratado de hacer las cosas a su manera, alejándose de los métodos seguidos por su progenitor y aportando sabia nueva al grupo empresarial de la familia.

—¿Cómo está Megumi? —preguntó, interesándose por el delicado estado de salud de su segunda mujer.

—Mucho mejor, ha respondido a la nueva sesión de quimio, de seguir con la progresión no habría que temer una nueva ramificación del cáncer.

Se sintió feliz por la noticia. Su padre merecía no tener que pasar de nuevo por el tormento de perder a una esposa.

—Debes estar ocupado, mejor te llamo en otra ocasión.

—Es posible que viaje a Inglaterra el mes que viene para ultimar unos acuerdos, te avisaré para vernos.

—Me encantaría.

—Por cierto, se me había olvidado comentártelo. Tenemos una vacante libre en la clínica de Estados Unidos, por si tienes algún conocido interesado en cubrirla.

Katsumi no le dio mayor importancia, pero lo que escuchó poco después no le gustó un ápice. Era demasiada casualidad que ambos hechos se produjeran en tan corto espacio de tiempo.

—El doctor Hina me presentó su dimisión hace unos días. Era un buen profesional, pero su rendimiento en los últimos tiempos no era el acostumbrado. En verdad nos ha hecho un favor.

—¿Sabes a dónde se ha marchado?

– No. Ya conoces mi política, nunca me intereso por las carreras externas de exempleados.

—Lo sé.

La puerta se abrió, entrando por la misma sus dos acompañantes.

—Tengo que colgar, papá. Ya hablamos.

Dejó el móvil sobre la mesita mientras Kôji y Takuto se sentaban uno a cada lado de la cama. Parecían serios, y del cantante provenía un suave olor a tabaco, evidencia de que había estado combatiendo la transcendencia de las decisiones a golpe de nicotina.

—Katsumi, queríamos que nos dijeras algo —comenzó Izumi.

—Claro, adelante.

Los novios se miraron, tomando Kôji la palabra.

—¿Cuales son tus planes a largo plazo? ¿Tienes pensado regresar a Nueva York?

—Sí. En cuanto Angelous haya alcanzado la fama y os pueda dejar en buenas manos, y también cuando tú estés en un buen momento profesional —dijo, en referencia al futbolista— retomaré la carrera y dejaré la producción, ya sabéis a lo que quiero dedicarme.

Ante el silencio, Shibuya se apresuró a combatir lo formal de la reunión.

—¡Pero no os pongáis tristes, al menos me queda un año por estos lares!

Izumi continuó.

—Verás, es que hemos estado hablando. Nos gusta esta ciudad, yo tengo contrato por dos años como mínimo, y Kôji aquí tiene más oportunidades que en ningún lugar del planeta. Con las garantías de pertenecer a un club como el Chelsea y el salario que voy a ganar, me concederán un crédito sin problemas.

—Nos vamos a comprar una casa en la que vivir de verdad, y con vistas a que sea la definitiva —agregó el vocalista, al cual primeramente no le había gustado demasiado la idea de Takuto, pero finalmente la había aceptado, llegando incluso a convencerle.

Katsumi seguía sin comprender qué pintaba él en aquellos planes.

—En vistas a que no nos vamos a librar de las amenazas y que tú pensabas estar de alquiler hasta que te marches… queríamos proponerte que te vinieses con nosotros, encontraremos algo que sea suficientemente grande para los tres.

Él no se creía lo que le estaban diciendo.

—Pero no quiero entrometerme en vuestra intimidad.

—Créeme, yo tampoco quiero que lo hagas —protestó Kôji.

Takuto le reprendió por el comentario antes de seguir.

—Mi compañero de habitación me comentó que por la zona donde vive hay casas de nueva construcción con tres plantas. Vamos a ir a verlas, podríamos acondicionar una de ellas para que fuese como un piso individual, y así no habría problema.

—No os toméis tantas molestias por mí, chicos. Sé que no queréis que me ocurra nada más, pero no hace falta, de verdad.

Ellos insistieron.

—No es sólo por ti —expuso Kôji—. Contratar guardaespaldas sería un rollo. Estando los tres en el mismo lugar y con una alarma, al menos los riesgos se reducirán. Tómalo como un acuerdo, pagando una parte de las facturas y de la comida te saldrá como la cuota del pisazo donde estás ahora metido.

Katsumi lo meditó. Le gustaba hacer su propia vida, pero tampoco le apetecía estar lo que se decía solo. No era una mala idea, pues si todo salía como lo pintaban, tendría ambas cosas: independencia y compañía a una escalera de distancia si la necesitaba.

Además, ya estaba más que acostumbrado a ellos, si es que uno realmente acababa de hacerlo.

—Dejad que lo piense, y ya os diré. ¡Pero quiero por escrito y firmado con sangre que no vais a hacer ninguna locura en mi presencia!

—Es el riesgo de la operación… no es nada personal, son los negocios —sentenció el cantante, parafraseando a Vitto Corleone.

Takuto bostezó discretamente, para a continuación mirar el reloj que colgaba de la pared. Era casi medianoche.

—Me encuentro mucho mejor, no hace falta que os quedéis —dijo Katsumi mientras les guiñaba un ojo—. Coged el coche y venid a buscarme mañana, a ver si me dejar salir de aquí. Tenemos que ponernos las pilas con el disco.

—Esa es otra. Si en el banco aceptan, contad con lo que os haga falta para cubrir los gastos —afirmó Izumi—. No sé, lo de las copias y todo eso, no tengo demasiada idea.

Kôji siempre había pagado de su bolsillo muchos de los costes que habían tenido en la vida en común de ambos, dado que su etapa como profesional fue excesivamente corta. Era hora de corresponder con la misma moneda. En lo que se refería a éste, tomó las llaves del vehículo, deseando largarse de la clínica en la que llevaba metido desde el viernes.

—Apaga el ordenador y duérmete —le amenazó, mientras se ponía el abrigo y cogía la bolsa de Takuto.

—Y vosotros portaos bien —respondió, despidiéndoles animadamente.

Una vez se quedó a solas en la habitación, Katsumi le dio bastantes vueltas al asunto. Poco antes de quedarse dormido, ya tenía una respuesta.

- 4 -

El proyecto de parking abandonado resultaba aún más tétrico en plena madrugada que durante el día. No se divisaba alma alguna por los alrededores a excepción de una carretera lejana, reducida a un cúmulo de luces parpadeantes por la velocidad.

Takuto se puso al volante, practicando por espacio de casi una hora, recuperando así el tiempo que había invertido en la concentración. Aunque el coche se le seguía calando de vez en cuando, había adquirido bastante soltura.

—¿He mejorado, verdad?

—Sí, al menos mis cervicales ya no sufren al estamparse contra el reposa cabezas.

Tras haberle enseñado a aparcar entre dos enormes piedras colocadas en hilera, el motor del coche fue apagado, cobijándose ambos inquilinos en el espacioso asiento trasero. Estaban cansados, e Izumi debía acudir a entrenar temprano, pero en la mente de Kôji sólo existía una idea, la cual el futbolista supo entrever sin demasiada dificultad.

—¿No te da morbo en un sitio público? —le susurró con malicia.

—Kôji… —replicó zafándose de su cuerpo— Vámonos, mi cama en Belsize tiene más morbo y me resulta mucho más cómoda.

Pero la bestia sibilina que se ocultaba bajo la fascinante fachada del vocalista no estaba dispuesta a marcharse de allí sin el premio. Logró encajarse entre sus piernas, quedando la espalda de Izumi sustenta sobre el interior de la puerta, con los respectivos seguros bajados. Echando mano de la cremallera de la sudadera, fue bajándola lentamente.

A Takuto no le agradaba correr el riesgo de ser sorprendidos en plena fiesta por algún desconocido, pero lo cierto es que tenía ganas, tras todo un fin de semana separados. Era lo que tenía la combinación de las respectivas libidos, acentuadas por el despliegue de medios novedosos de aquel coche.

Los labios de Kôji recorrieron sus clavículas mientras sus dedos se colaban por dentro de la camiseta, deleitándose con el relieve de los abdominales.

—Hace tiempo que no hacemos…

Terminó la frase susurrándosela al oído, logrando que el futbolista se sonrojara notoriamente a pesar de la falta de alumbrado.

—¿Aquí?

—¿Por qué no? —siguió provocándole, aspirando el aroma de su piel reforzado por la esencia de un perfume sport.

Suspiró cuando la primera de sus zonas erógenas fue activada. Tenía especialmente sensible la región donde el cuello se unía al cráneo, justo detrás de las orejas. Sin mucho más que añadir, Takuto accedió, reconociendo que cada vez oponía menos resistencia, quizás porque la actividad llamaba a la actividad.

—Vale, tú ganas… pero ya me desvisto yo solito —aceptó, crispado.

Se enredaron el uno en el otro, aumentando el calor de la atmósfera entre los cristales del espacioso vehículo a medida que la ropa iba desapareciendo como por arte de magia. Kôji se tendió boca arriba sobre los asientos, flexionando las rodillas para remediar la dimensión de su estatura.

Con el corazón latiendo a toda presión y sin tejido alguno que ocultara su escultural fisonomía, el jugador hizo lo mismo, recostándose sobre él pero en dirección opuesta, conformando la conocida postura del sesenta y nueve.

Takuto no era demasiado diestro en el sexo oral, pero su poderío se veía notoriamente reducido cuando encima lo estaba recibiendo a la vez. Era una persona activa y enérgica, de las que tienen que centrarse en una sola cosa para hacerla bien, por lo que aquella práctica le dejaba con la sensación de partir en cierta desventaja. Kôji le trabajaba con tanta vehemencia que se esforzaba en reprimir gemidos de placer a base de mantener los labios ocupados, no consiguiendo siempre sus propósitos.

Cerró los ojos mientras tomaba su miembro en una mano, acompañando la presión de la boca con movimientos oscilatorios, pero cada diez segundos se veía obligado a parar para estremecerse. Estando a la completa merced del vocalista desde su posición, éste jugó con todo lo que tenía a su alcance para aumentarle las sensaciones.

—¿Así…? —preguntó Izumi entrecortadamente, temiendo no poder seguirle el ritmo.

—Shhh… no pienses en eso y disfruta —respondió él, retomándole.

Kôji colocó sus manos sobre las caderas, atrayéndole aún más contra sí, quedando atrapado la totalidad de la erección en su cavidad. Takuto apoyó la frente en las rodillas flexionadas, clavándole las uñas en la pierna cuando no pudo contener el éxtasis. Instantes después del orgasmo, se lanzó a culminar su parte, lamiéndole como nunca antes había hecho.

Al cantante le entusiasmaba sobremanera hacerle suyo, pero todavía más dejarse hacer por él. Aún con el gusto amargo del semen impreso en el paladar, jadeó mientras Izumi se empeñaba en penetrarse hasta la garganta, aumentando la cadencia hasta el límite.

Tuvo tan mala suerte que se golpeó la campanilla, obligándole ello a sacárselo bruscamente a fin de no atragantarse. Tanto se había aplicado, que la casualidad quiso que justo en ese instante Kôji no aguantara más, eyaculando copiosamente con tal mala fortuna de hacerlo prácticamente sobre el rostro de un Takuto al que no le había dado tiempo de reaccionar.

Con el consistente suvenir del deseo en la cara, Izumi se lo tuvo que tomar con humor haciendo frente a los cristales completamente empañados, diciéndole a Kôji que alguien debía haberle echado una maldición, pues siempre que hacían eso, le ocurría lo mismo.

- 5 -

Apenas dos semanas después de la conversación en el hospital, la última partida de muebles comprados llegó a la nueva casa.

Tal y como habían vaticinado, un contrato con uno de los mayores clubes futbolísticos del mundo era aval de peso en una cesión bancaria. Si se querían obtener resultados había que correr riesgos y, tras mucho estudiarlo por parte de los solicitantes, el préstamo fue firmado. La cuota a pagar mensualmente no era desorbitada, cabiendo incluso la posibilidad de liquidar grandes cantidades de la deuda en épocas de bonanza económica. Como los dos esperaban que las cosas fueran a mejor en el futuro, sumergirse en el pago y todo lo que implicaba era la mejor evidencia de que estaban más seguros que nunca de afianzar su relación.

Situada a las afueras de Londres en un barrio residencial, habían adquirido una vivienda terrera rodeada de un amplio jardín. Tenía dos plantas y un sótano, todo ello conectado por una escalera. A Katsumi le había encantado la disposición del piso inferior; tenía un cuarto de baño privado, era espacioso y, aunque no había ventanas, el constructor había permitido levantar un muro consiguiendo separar la superficie en un enorme salón-estudio y el dormitorio.

En lo que restaba al resto de la casa, la habitación donde los dueños se instalaron se encontraba en la parte de arriba. Al seguir la forma del tejado a dos aguas, parecía un enorme ático forrado de madera, quedando las zonas comunes en el piso intermedio.

Las vistas al jardín y la piscina, así como a la extensa arboleda que delimitaba el barrio, conquistaron a Izumi desde el principio. Habían vivido en muchos sitios distintos, y aunque no era tan grande ni lujosa como las que habían poseído en Japón antaño, supo que era distinta, porque sería de ahora en adelante su casa, la casa de los dos, y también la de Shibuya.

Habían querido encargarse ellos de la mayor parte de la adecuación, aprovechando las tardes y demás momentos libres para pintar las paredes, limpiar y ultimar la colocación de los enseres que por ahora tenían, pues habían comprado lo básico. Se las podían apañar con dos camas, un sofá y los electrodomésticos imprescindibles hasta que la nueva paga fuese ingresada.

Katsumi y Kôji trabajan con el editor de sonido profesional en su Macintosh mientras Takuto preparaba la cena de inauguración. Les habían prometido a los Angelous comida típica japonesa para celebrar la ultimación del disco. Gracias a las arroceras eléctricas, hacer sushi no era demasiado complicado, por lo que al rato ya tenía apilados decenas de unidades del conocido plato de pescado crudo y algas.

El intercomunicador electrónico sonó, limpiándose las manos para mirar por el monitor quién había llamado desde la puerta que cercaba el jardín. Reconoció el rostro de Dave rodeado por los demás en la pequeña pantalla monocolor.

—¡Pasad! —les dijo mientras apretaba el interruptor.

Los chicos admiraban alucinados el lugar, siendo recibidos en la entrada principal por un Takuto en papel estelar de anfitrión.

—¡Menudo garito! —silbó Liam.

—Hemos traído una botella de… ¿cómo se dice, sake? —comentó Chris, agitándola en el aire.

El futbolista agradeció el detalle, invitándoles a seguirle hasta la planta de abajo. Encontraron a Katsumi y Kôji delante del improvisado estudio creado por el ordenador, varios monitores, una mesa de mezclas y cables serpenteantes.

—¡Bienvenidos a Producciones Shibuya! – proclamó el manager al avistarles.

Kôji les saludó con el cigarrillo en los labios, impaciente por escuchar el resultado final del tema que habían estado mezclando y puliendo por espacio de seis horas.

—Ya casi lo tenemos —anunció.

Comprobando el entusiasmo general, Izumi decidió cambiar de plan sobre la marcha.

—¿Me ayudáis a bajar las cosas y cenamos aquí mientras escuchamos el disco? —propuso.

Dave y Liam se ofrecieron para ayudarle mientras los demás apilaban cajas de cartón, utilizándolas a modo de mesa. Por suerte, los japoneses solían comer en el suelo en los encuentros más tradicionales, así que el detalle de carecer de sillas no transcendería.

Situados alrededor de las delicias asiáticas, y con pequeños sorbos de sake a punto para brindar, Katsumi se incorporó levantando su copa.

—Quería proponer un brindis por el trabajo que hemos hecho. Lo más duro está por llegar, pero quiero que sepáis que estamos por el buen camino. Aunque Kôji y yo llevemos muchos años en el mercado, si careces de un buen equipo humano no eres nadie, y nosotros lo tenemos. Así que, caballeros, me complace estrenar en sus oídos el primer disco de Angelous, al cual aún no hemos puesto nombre, por cierto.

Los músicos se miraron entre ellos, recordando Brett la ocasión en la que había tratado justo ese tema con Kôji.

—Habíamos pensado que un buen título podría ser Lejos del Edén.

Los demás dieron su visto bueno; tenía gancho y encajaba con la sensación general que causaba el compacto.

—Antes de que lo olvide, mi vecino dice que vayamos el jueves al centro donde los del instituto de imagen tienen los decorados. Por lo visto hay uno que nos puede servir también para las fotos —comentó el batera.

—Vale, genial, pero pon el disco ya, ¡la impaciencia puede conmigo! —suplicó Liam.

Katsumi introdujo el cd máster en el equipo musical que había mandado traer desde la residencia en Norteamérica.

Los acordes correspondientes a los trece temas sonaron a todo volumen, siendo recibidos por los presentes con alegría desbordada ante el sonido perfecto.

Temas trepidantes, contundentes y sobrios recreaban el primer álbum del grupo, coronado por dos baladas brillantes, quizás las más emotivas jamás compuestas por Kôji.

La salsa de soja, el arroz y el sake corrieron en abundancia durante las cinco audiciones consecutivas. Con la excusa de necesitar vaciar la vejiga, Katsumi se encerró en el cuarto de baño móvil en mano.

Satisfecho por el acabado y completamente confiado en el éxito que alcanzaría el proyecto, saboreó la que iba a ser su particular venganza para con Hirose Nanjo. De su privilegiada agenda fue extraído el número del que era presidente de la compañía discográfica más importante del panorama nipón. La llamada fue atendida por dicha persona, el cual se mostró en un primer contacto reacia al escuchar una voz tan joven al otro lado de la línea.

—Señor Mitsura, soy Katsumi Shibuya, ya nos hemos conocido antes.

—Oh, sí, el hijo del dueño de Shibuya Productions.

—Efectivamente.

Se miró al espejo auto insuflándose carisma, parámetro del que no carecía precisamente.

—Quiero proponerle algo que no podrá rechazar. ¿Qué le parecería ser el distribuidor oficial en Japón de una nueva banda británica?

A Katsumi le bastaron diez minutos para cerrar el acuerdo comercial de su vida.

- 6 -

Mientras la intensidad lumínica de los focos era ajustada, y los estudiantes de lenguaje cinematográfico corrían de un lado para otro cumpliendo con la indicación de la que parecía ser la productora del rodaje, Angelous ultimaban lo referente al vestuario.

Siguiendo con la propuesta de Liam, el cual tenía evidentes gustos cercanos al gótico en cuanto a las ropas que solía llevar, acudieron a una de las tantas tiendas de segunda mano de la capital, eligiendo prendas que resultaran a la vez deslumbrantes y armonizadas entre ellas.

Los cinco iban de negro, color que se repetía en el escenario, recreación de lo que podría ser perfectamente una estación de trenes abandonada.

Kôji llamaba la atención dondequiera que fuese: las chicas por motivos de peso, los chicos por su impactante presencia, además de sus atributos en el caso de algunos. Llevaba unas botas de cuero con tacón ancho, rematada la suela por placas de metal y hebillas. Su cuerpo estaba envuelto por un conjunto ajustadísimo de vinilo, rematando el acabado un crucifijo de plata con el que se había encaprichado en el mercadillo y el maquillaje, configurado por uñas lacadas también en azabache, al igual que labios y ojos.

Aunque los demás le iban a la zaga, con su aplastante seguridad ante las cámaras dejó claro por qué le habían escogido en cuestión de segundos para ser la imagen de D & G en toda Inglaterra.

—Pon el marcha el playback, vamos a comenzar con las tomas largas —anunció el vecino de Dave, director de la grabación.

Siguiendo con el protocolo técnico, las consabidas palabras que ambos japoneses habían escuchado tantas veces dieron el pistoletazo de salida.

—Luces… sonido… ¡acción!

Los instrumentos entraron a la carga sin amplificadores ejecutando la melodía del que iba a ser el primer single. Kôji miró al objetivo, llenándolo, consiguiendo que el encargado de fotografía admirara la composición de la imagen en el monitor de referencia.

De sus finos labios rugieron los versos del tema, pues odiaba los playback, y prefería cantar incluso por encima de la voz grabada en lugar de limitarse a moverlos al vacío.

He tocado los cielos para desplomarme al vacío,

he caído en mundos de los que no sobrevivirías.

No temo a tus castigos e imposiciones,

no puedes lanzar al Infierno a aquel que viene del mismo.

Las marañas de cristal nada pueden contra el amor verdadero,

acabarás atrapado en ellas mientras tratas de darme alcance,

pues nunca conseguirás lo que de mí anhelas.

Katsumi miraba el proceso del rodaje, sintiendo que el mensaje que Kôji quería transmitir era ahora mucho más directo. Era un desafío abierto a su hermanastro, y supo que era precisamente a éste a quien el cantante atravesaba con la mirada fija en la superficie de la lente, una imagen que viajaría por todo el globo con Tokio como destino final.

Las diversas tomas fueron realizadas, y tras varias horas llegó el turno de la última, dedicada a los consabidos primeros planos y los detalles de instrumentos, en especial del punteo de guitarra.

El director se hacía una idea mental de cómo sería el montaje, sintiendo que se le ponía el vello de punta ante el primer trabajo serio que realizaba. La expresividad de aquellos ojos ahora enfocados matizaron las frases del estribillo, el cual se repetía por última vez, indicando un final glorioso sin más voces, dejando el protagonismo a los teclados y las seis cuerdas.

Me he inmunizado con tu veneno,

con un pacto de mi sangre de ti escapé,

y oscura evidencia quedará eternamente marcada

manchando de victoria tu pálida piel.

La claqueta indicó el término de la grabación, estableciéndose un descanso de media hora antes de iniciar la sesión fotográfica. Tras secarse el sudor evitando estropear el maquillaje, Dave se acercó a su colega haciendo caso omiso del calor agobiante.

—¿Qué tal ha quedado?

El joven le miró muy serio, abrumado por la responsabilidad que sobre él recaía.

—Es bueno —afirmó—. Muy bueno.

- 7 -

Tatsuomi encendió el televisor en el salón de su casa para sumarse al resto de los espectadores que, revolucionados, recibían una noticia esperada por la gran mayoría.

El programa musical más importante de la TV Tokio inició la edición especial, emitiendo en prime-time y en un día fuera de su parrilla, para dar un bombazo informativo.

Mya Kuragi, la famosa presentadora, se dirigió a los televidentes para confirmar lo que los rumores habían estado anunciando en los últimos días.

¡Desde "Top 10" os ofrecemos en exclusiva la noticia del año! A pocos días de la salida en el mercado británico del primer disco de Angelous, es oficial que Kôji Awaka es el vocalista de esta banda. Recordad que se trata de Kôji Nanjo, quien se cambiara de apellido tras haber cumplido condena por su implicación en un homicidio.

Los primeros extractos del video clip fueron emitidos, mientras el productor del programa se frotaba las manos al ver cómo los medidores de audiencia se disparaban con cada segundo que pasaba.

Mitsura Records será el sello encargado de distribuir los discos de Angelous en nuestro país, estimándose la fecha de llegada el día seis del mes que viene. Ya podéis reservar copias en vuestra tienda habitual.

Tatsuomi miraba absorto el rostro de su tío. Desde el fondo del salón, Shigi se daba cuenta, atónito, de la identidad del cantante. Mientras Hirose se encontraba en la oficina, él estaba encargado de la seguridad del único heredero.

Y como no podía ser menos, os ofrecemos también en exclusiva las declaraciones que Katsumi Shibuya ha concedido a este programa. El manager de Kôji durante su etapa en Japón, y ahora también representante de la banda, ha dicho lo siguiente.

El guardaespaldas se aproximó hasta el sofá, atendiendo mientras contenía la rabia.

—No debería estar viendo esto, señorito.

—No eres quién para darme órdenes, tú no eres mi padre —le respondió secamente.

Resignado ante la respuesta, ambos vieron cómo se repetía la emisión del vídeo musical mientras la conversación telefónica con Shibuya era pinchada por encima de la canción.

Quiero transmitir las palabras del propio Kôji: él quiere que no se considere a Angelous como su banda, sino como a un grupo al que pertenece, y espera que el público japonés pueda respetar su deseo. Respondiendo a tu pregunta, Mya, las canciones serán en inglés, pues es una agrupación esencialmente británica. Por el momento no planeamos hacer directos en Japón, pero no queda descartado, todo depende del nivel de ventas.

El chico se marchó a su cuarto con un misterioso brillo en los ojos, dejando a Shigi a solas con el monitor. Éste lo apagó, lanzando el mando a distancia al suelo con fuerza, descargando la impotencia acumulada.

Y mientras ellos digerían la información recibida, cientos de miles de fans acudían desesperadas a reservar su cd a los grandes almacenes, colapsando tanto líneas telefónicas como servidores de Internet.

- 8 -

—Hágales pasar, por favor.

El directivo por excelencia del Chelsea quería supervisar todas y cada una de las contrataciones que se ejecutaran bajo su cargo, desde jugadores a vendedores de entradas, pasando por el equipo médico, como era el caso. Un buen plantel sobre el terrero era esencial, pero también un equipo de profesionales que asegurase el correcto estado físico de los mismos.

El jefe de medicina deportiva entró al despacho acompañado de la nueva adquisición. Le habían recomendado meter a aquel hombre en su club por el alto prestigio internacional en los campos de la fisioterapia y traumatología. Sorprendido por la incongruencia entre su aniñado rostro y la edad reflejada en el extenso currículum, se levantó para tenderle la mano y saludarle.

—¿Ha tenido buen viaje desde los Estados Unidos?

—Sí, muy agradable —respondió.

Los tres tomaron asiento, pasando el presidente a repasar los últimos apartados del contrato.

—En cuanto haya firmado, el doctor Collins le guiará hasta nuestras instalaciones.

—Por supuesto —replicó con una encantadora sonrisa.

El acuerdo se consumó tras rubricar el documento, quedando dispuesto para que la relación laboral se iniciase.

Collins le instó a pasar antes que él y abandonar la oficina. Un último apretón de manos por parte del presidente acompañó a los deseos de éste, augurándole al nuevo empleado un futuro prometedor en aquella entidad.

—Le deseo el mejor de los porvenires… doctor Hina.