- Capítulo 17: El precio de la fama -

El éxito profesional en un campo tan delicado como el de la medicina estaba íntimamente ligado al esfuerzo y la superación académica; se podía llegar a ser buen doctor, mas un expediente intachable no era suficiente si se querían alcanzar altas cotas sociales, y adquirir un papel destacado en las mismas.

Hina odiaba los cumpleaños, en especial el venidero. Nadie hubiese sabido de observar su rostro que se acercaba peligrosamente a su cincuentavo aniversario. Lo que despertaba asombro y admiración en los demás, a él le recordaba ciertos datos sobre el pasado que prefería olvidar, pese a seguir anclado a ellos.

La sociedad estadounidense era despiadada, absorbente. Pronto los ambientes en los que tanto él como la que por aquellos días era su esposa se les quedaron pequeños, algo habitual para los aficionados a burlar la ley envueltos en escándalos relacionados con el juego y las apuestas.

El dinero no suponía impedimento para una nueva partida, siempre podía conseguirse de alguna manera. Sin embargo, cuando se ofrecían garantías corporales a modo de compensación por una mala mano de póker, el asunto se agravaba.

A veces trataba de indagar en su memoria y encontrar el día concreto en que se le fue de las manos. Arrastrando hasta el límite una bancarrota que amenazaba con destrozar su reputación, se vio con el plazo de una semana para cubrir la suma desorbitada con la que quedaría libre y así, tal vez, podría salirse del temido círculo.

El Doctor Baby no podía afirmar que lamentara haber invitado a Hirose Nanjo, brillante estudiante japonés con el que había coincidido en Harvard mientras cursaba un post-grado de especialización, a una de sus fiestas. Lo que no esperaba era que éste se aficionara a acudir a las mismas, limitándose a observar.

Hirose nunca intervenía, pero parecía destramar con fría mirada cuanto sucedía a su alrededor. De aquellas noches desenfrenadas, el presidente de la Corporación Jôtô conservaba un divorcio al haber conocido allí a su primera mujer, y su gusto por la droga a cuya administración intravenosa era adicto. Pero posiblemente, lo más ventajoso que había obtenido era el pacto realizado con Hina. Una de aquellas tantas veladas, los enfados por la imposibilidad de pago pasaron a ser verdadera ira en el ganador, sacando éste una pistola con la que le apuntó a quemarropa.

Hirose se puso en pie, accediendo a negociar con su gélida destreza. Extendió un cheque en blanco, salvando el cuello de su compatriota.

Desde esa noche de hacía tantísimos años, la apariencia de Love cambió, pero pasó a tener una deuda vitalicia para con Nanjo. La suma económica había sido cubierta mucho tiempo atrás, pero no la moral.

Por ello, nunca le decía que no. Moverse a dos bandas era más rentable, aunque en los últimos tiempos la balanza se había inclinado hacia su salvador. Amparado por la discreción de los Shibuya al romper contrato, pareciese que nadie hubiera reparado en su nuevo puesto. Aunque estaba especializado en fisioterapia y lesiones motrices, pidió expresamente encargarse de un nuevo departamento con el argumento convincente de ampliar experiencias.

Estaban en agosto, el laboratorio se encontraba a rebosar de trabajo con muestras para analizar y resultados que debían ser publicados. Uno a uno, las fichas técnicas de los componentes del Club quedaron amontonadas sobre su mesa, acompañando indivisiblemente a las correspondientes extracciones de sangre y orina. En la soledad de su cubículo privado, una sonrisa con mayor significación de la aparente se dibujó en sus labios, al tomar el portafolio con la fotografía y datos del jugador por el que se encontraba infiltrado en Inglaterra.

Pero seguía órdenes concisas. Y aún no era la hora de actuar.

- 2 -

El fenómeno Angelous no dejó indiferente a los especialistas de la actualidad musical británica. Allí, la afluencia de nuevas formaciones y estilos era continua, pero resultaba sorprendente que un grupo hubiese acaparado tanta atención de público y crítica sin tener firmado un contrato con una gran discográfica. En tiempos donde el marketing todo lo podía, el espíritu independiente del indie parecía haber revivido gracias a ellos.

Shibuya había actuado inteligentemente al ampararse en la venta anticipada de copias en Japón. Con el credencial obtenido, pudo contratar la fabricación de una buena partida de cd's; al haberse ocupado él mismo del diseño gráfico y las mezclas, llegaba la hora de intervenir en el que realmente era su campo: la promoción, aquello con lo que más disfrutaba.

Sabía vender su producto como pocos, así que a base de negociar con los encargados de las grandes cadenas de ventas y los responsables de los principales programas de difusión musical, pronto la agenda de la banda estuvo, lo que se decía, repleta.

Liam observaba desde el camerino el caos general del backstage. Los productores gritaban, los coordinadores indicaban a los atrezzistas la disposición necesaria para el siguiente bloque, y los cámaras ajustaban las lentes a las condiciones del espectáculo.

—No me puedo creer que vayamos a salir en 11Top of the Pops —exclamó el teclista, más bien para sus adentros.

Habían conseguido un hueco gracias a la retirada imprevista de un invitado. El programa era el número uno en cuanto a novedades, su repercusión no sólo alcanzaba al Reino Unido, sino que tenía equivalentes en el mercado alemán e incluso holandés. Las actuaciones se grababan en vivo para deleite de los pocos asistentes como público, emitiéndose el programa en falso directo los sábados durante horas de máxima audiencia.

El regidor indicó a Katsumi que era el turno de la banda. Los chicos respiraron profundamente para calmar los nervios, pues aunque habían actuado en multitud de ocasiones, era la primera vez que lo hacían por televisión.

—Tengo la impresión de que nos jugamos el todo por el todo — comentó Chris de camino al plató.

—Tranquilos, os acabaréis acostumbrando —agregó Kôji, el más templado de todos ellos—. Es lo peor de ser músico, las promociones. Son tediosas, pero necesarias.

El largo corredor dio paso al escenario de un blanco inmaculado con el logotipo impreso en el mismo. Mientras el manager saludaba al realizador de estudio, los artistas ocuparon su posición ante los instrumentos.

Los últimos retoques de luz y polvos translúcidos fueron dados, adquiriendo la pareja presentadora del programa una ensayada sonrisa al ser avisados del inicio de la toma.

—Su primer disco, Lejos del Edén, salió hace apenas unos días y ya han vendido la friolera de medio millón de copias en nuestro país, y casi 5 en Japón —comenzó la chica de edulcorada apariencia.

—A base de trabajar el directo desde los circuitos más independientes, han demostrado que se puede hacer buena música al margen de las grandes compañías. Ellos son Angelous, y nos van a presentar su single Analogía.

El dúo conductor se retiró, iniciándose la actuación. En medio de los densos acordes de teclado y guitarra, la voz de Kôji irrumpió para alzarse con las palabras que había escrito de puño y letra, dejando que la energía fluyera. Adoraba la estola de teatralidad con la que podía envolverse gracias a la parafernalia del mundo del rock.

Algunos de los asistentes coreó la letra, evidenciando los motivos por los que estaban allí. El conjunto en sí no sólo resultaba sólido, sino que contaba con alguien capaz de atraer a los que todavía se mostraban indecisos. El japonés alzó las manos mirando fijamente a la cámara mientras se desarrollaba el estribillo.

Me he inmunizado con tu veneno,

con un pacto de mi sangre de ti escapé,

y oscura evidencia quedará eternamente marcada

manchando de victoria tu pálida piel.

Brett avanzó unos pasos hacia el centro ocupando el protagonismo cuando le llegó el turno al solo de guitarra, a lo que Kôji respondió retirándose hacia la batería, de espaldas a los espectadores siguiendo el ritmo trepidante. Había perdido la cuenta de las veces actuadas en televisión, por lo que la experiencia le bastó para percibir que algo no marchaba como debiera.

Con discreción giró levemente el cuello mirando los elementos del plató: allí estaban los de la maquinaria de la cámara móvil, los de sonido, de nuevo los coordinadores, el público… Su atención reparó entonces en las barras de donde pendían los equipos de iluminación.

Uno de los focos de mayor envergadura se balanceaba peligrosamente del cable de seguridad, al haberse desprendido los agarres principales. Ágil y diestro en las artes marciales que había practicado de niño, se lanzó sobre Brett en el instante preciso para que dicho foco no se desplomara sobre su cabeza, evitando un fatal desenlace. Ambos rodaron por el suelo, aterrizando aparatosamente sobre la guitarra.

Mientras el regidor cortaba la grabación abruptamente y el equipo asimilaba estupefactos el suceso, tanto Shibuya como los demás músicos se cercioraron del estado de sus dos compañeros.

—¿Estáis bien? —preguntó Dave.

Unas chispas eléctricas brotaron del foco roto, procediendo un operario a desconectarlo. El productor del programa pedía explicaciones, y muchos de los fans no le quitaban ojo de encima al cantante por su hazaña.

—Sí —respondió Brett, anestesiado por los efectos sedantes de la descarga de adrenalina.

Sus ojos verdes buscaron los de Kôji.

—Tengo tres 12Dan en kárate —respondió a modo de justificación—, y demasiadas actuaciones acumuladas. Un foco no se suelta así como así —afirmó, dirigiéndose a Katsumi.

Éste se apresuró en pedir que todo fuese arreglado para repetir la interpretación, pues necesitaban salir por antena a cualquier precio. Con el susto en el cuerpo por haber sido atacados en propio terreno, los Angelous no dejaron que nuevos impedimentos técnicos eliminaran sus energías y predisposición para hacerse con una parte de la cuota mediática.

Y mientras ellos terminaban de grabar, el técnico de iluminación artífice del "incidente" lograba salir de los estudios escapando de incómodos interrogatorios. Le daba igual perder el trabajo, por diez minutos le habían pagado más que en todo el año que llevaba en el programa.

- 3 -

No quiero que el resto de mundo me vea

pues dudo que los demás puedan comprender

que cuando todo parece dispuesto a romperse

sólo me importa que sepas quién soy.

Goo Goo Dolls, "Iris"

Shigi metió la carta en el sobre, suspirando mientras miraba por la ventana de su habitación. La casa estaba demasiado tranquila, ya nadie acudía a los bellos jardines a practicar el tiro con arco, ni se celebraban reuniones mensuales en las que se debatían nuevos métodos de perfeccionamiento.

Pero de todos los cambios que había aceptado, posiblemente el más duro había sido romper con la tradición familiar. Las órdenes de su protegido tenían más valor que las cadenas generacionales, por lo que hacía ya dos años que su hijo había abandonado el puesto de proteger al heredero. El futuro era incierto, nadie sabía si volverían a requerir los servicios, ni siquiera si efectivamente Tatsuomi sería el siguiente receptor de los arcanos.

El fiel Shigi tenía una completa manutención bajo aquel techo, pero por las circunstancias acumuladas en los últimos tiempos, su salario parecía haber sido olvidado de la faz de la Tierra. Su dedicación para con Hirose distaba de basarse en una mera transacción monetaria, pero se encontraba en un momento delicado.

Aunque detestara hacerlo, decidió ir a hablar con él sobre dicho asunto.

Los dormitorios se encontraban en la misma planta de la lujosa vivienda, concretamente al final del ala. En ella, el hijo mayor de Ryuichiro Nanjo recurría a su remedio infalible para vencer al cansancio extremo, fruto de dirigir una compañía, formar a su descendiente y mover los hilos de la venganza a través de una compleja red de espías.

Hirose sólo se sentía completamente en paz cuando la fina aguja irrumpía en su organismo, liberando una carga de reconfortante olvido. No dejaba secuelas, ni resaca, incluso ya era inmune a los temidos efectos secundarios. Aunque había tenido el cuidado necesario para no depender completamente de ello, en la última semana se había administrado una cantidad notoriamente superior a la habitual.

Se dejó caer boca arriba sobre la cama, mirando a un techo que se difuminaba por los efectos del narcótico. Levitaba; era una sensación maravillosa, pero seguía lo bastante cuerdo como para ser consciente de que pronto el efecto terminaría y regresaría a su infierno.

Necesitaba prolongar el vuelo aunque fuera un poco más, y permanecer en esa nube donde nadie le desprestigiaba ni humillaba. Se incorporó lentamente, tanteando hasta encontrar otra jeringuilla, la última que le quedaba. Iba a buscarse otra vena cuando alguien entró tras tocar educadamente la puerta.

—Señor Hirose, espero no molestarle, pero necesito hablar con usted.

Reconoció la voz de Shigi. Sin girarse para evitar que viera lo que tenía entre manos, le respondió con toda la sobriedad que su voz podía reunir.

—Dime, ¿qué quieres?

El hombre bajó la cabeza. Era un deshonor tratar dichos asuntos con el protegido.

—Sabe perfectamente que para mí no hay mayor satisfacción que servirle, pero… hace meses que no recibo mis honorarios. No es por mí, pues el dinero no tiene importancia, pero he recibido un aviso del internado donde está Hotsuma. Si no pago las cuotas, podrían echarle.

Nanjo aguardaba, con el afilado utensilio temblando entre los dedos. Esperar al lento transcurrir del discurso de su hombre de confianza le supuso una tortura, por lo que acabó por aplicársela en el antebrazo derecho, inyectando la mitad de la dosis. La euforia era tal que no fue capaz de acabar la operación.

Cuando se encontraba bajo el efecto de los alucinógenos hablaba sin medirse, y en esa ocasión la desinhibición se vio reforzada por partida doble.

—Te preocupas por tu hijo, ¿eh? Es un buen chico, no como el mío. Cada vez que le miro siento náuseas, es idéntico a Kôji. Pronto se acostará con la primera que encuentre, y dejará la espada para dedicarse a las carreras de motos.

Shigi reparó en lo extraño de su comportamiento al escucharle reír de forma jactanciosa. Se acercó con sigilo, viendo desde lo alto la jeringuilla pendiendo del brazo de un Hirose que seguía lanzando palabras resentidas al vacío.

—Pero esta vez no iré a buscarle una y otra vez, ni le insistiré para que regrese. No voy a caer en el mismo error.

De un movimiento certero, el guarda extrajo el instrumental, contemplado el brillo de la translúcida sustancia combinada con las gotas de sangre que se habían infiltrado en la jeringa. La mirada perdida del consumidor le hizo sumirse en la crispación.

Había sido destinado a velar por aquel hombre cuando éste contaba apenas con ocho años. Había asistido a los principales acontecimientos que le marcaron, le había visto convertirse en lo que era, y las décadas de formalismos y trato señorial quedaron a la altura de la jeringuilla que cayó estrepitosamente al suelo de madera.

Le agarró por el kimono, zarandeándole.

—¿Qué estás haciendo con tu vida, Hisose? —preguntó, roto ante el sombrío recuerdo del joven al que se había dedicado en cuerpo y alma.

Éste, lejos de sorprenderse por la reacción de su subordinado, rompió a reír.

—Vaya, ahora te atreves a tutearme —respondió enérgicamente —No puedo dejar el "agua bendita", como tú lo llamas… lo necesito.

—¿Cómo que lo necesitas? ¡La compañía no necesita un presidente drogadicto, ni el señorito un padre que no pueda enseñarle el buen camino!

Hirose calló unos segundos, y el brillo de sus cristalinos se tornó despectivo. Fue la reacción de un dependiente ante aquel que trataba de alejarle de su fuente de alivio.

—Deja de decirme lo que tengo que hacer. Tú no puedes comprender lo que se siente.

Shigi no lo soportó más; le propinó un fuerte revés en la mejilla derecha, rematando la contraria. Tras ello le dejó caer sobre el lecho, estallando éste en carcajadas mientras el guarda, desesperado, supo que una única opción le quedaba para hacerle entrar en razón.

—Si lo que quieres es que me ponga en tu piel y sepa por qué dependes de ello, adelante —exclamó, tomando la jeringuilla usada.

Haciéndolo lo antes posible para no sucumbir a las dudas y el arrepentimiento, se inyectó lo que quedaba del líquido. Se le nubló la vista, perdiendo momentáneamente el equilibrio. Hirose tiró de sus hombros hasta que ambos quedaron tendidos sobre la cama, uno junto al otro.

Le habló en tono conciliador, ya más sosegado.

—Al principio es difícil de tolerar, pero con más dosis te acaba sumiendo en una calma absoluta. Es lo único que me permite dejar atrás lo que me rodea.

El protector trataba de dominar el mareo, aguantando estoicamente la sensación de vértigo que le invadía. Le daba igual que con el tiempo los efectos pudieran resultar justo lo contrario, sólo le importaba la realidad: el hombre por el que vivía estaba sometido al yugo de la aguja, y él no había podido evitarlo.

Se sintió fracasado. Miserable.

Las lágrimas escaparon raudas por su moreno rostro.

—Tienes que dejarlo. Si no lo haces por ti o por Tatsuomi… hazlo por mí.

Hirose se incorporó sobre el costado para no perderse detalle de la escena. Aún tenía el rostro encendido por las bofetadas recibidas, pero no lo sentía. Nunca le había visto llorar, y la imagen era de lo más desconcertante.

No vale la pena, Shigi.

—¿Por qué tendrías que ser tú un motivo para dejarlo? —quiso saber.

El guardaespaldas le tomó del rostro una última vez, en esta ocasión para besarle.

Porque si no comprendes que todo lo que ha ocurrido entre nosotros dista del mero deber… ya nada tiene sentido.

No expresó en palabras sus pensamientos. Mientras sus labios morenos devoraban los finos y delicados, recurrió al último de los lenguajes a su alcance para hacerle comprender que como escudo debía proporcionarle seguridad, pero que como hombre se había establecido una meta aún más lejana.

Se situó sobre él, recorriéndole el cuello y el pecho a medida que abría el oscuro kimono de entrenamiento. La porcelana de su figura destacaba entre el paso de sus dedos, dispuestos al igual que el resto de su ser a darle un placer que superase en creces al proporcionado directamente a las venas.

Hirose se dejó hacer, mirando al techo a la par que iba siendo despojado de ropa. Era un naufrago a la deriva, en un punto demasiado lejano como para ser rescatado.

—De seguir te condenarás a hundirte conmigo —dijo.

Los ojos negros de Shigi le buscaron, increíblemente seguros.

—Prefiero el hundimiento a un horizonte en el que tú no estés.

—Imbécil… —respondió, atrayéndolo hacia sí para sellarle la boca, y que esa fuese la última declaración del día, y de lo que restase de noche.

Mientras se bañaba en un afluente de sudor y jadeos, Hirose pudo olvidar momentáneamente a su vieja y letal amante mientras permitía que Shigi se adentrarse no ya en su interior espiritual, sino en el físico, encontrando en aquellas sensaciones un revulsivo casi tan potente como el que la fortuna cristalina le proporcionaba.

- 4 -

Tras haber hecho un último sprint, el entrenador dio por finalizada la sesión haciendo uso del silbato. Los jugadores se reunieron a su alrededor en el centro del campo, procediendo como cada viernes al anuncio de la lista de titulares para el próximo encuentro.

—Mañana disputaremos en casa el último partido de la pre-temporada. Habéis hecho un gran trabajo, he tomado la decisión en base a los resultados obtenidos. A los que no estéis en el once inicial, seguid trabajando. Y los que sí, no bajéis la guardia, el campeonato será largo y necesitamos dejar el nombre del club en buen lugar.

Ellos asintieron, manteniendo respetuoso silencio mientras los nombres iban siendo pronunciados.

—Browns en la portería, Twain, Killmers y Varislov en la defensa…

Uno a uno, los escogidos fueron nombrados hasta llegar al último.

—Y como delantero central, Izumi. Esto es todo, descansad esta noche, os quiero a las diez en los edificios centrales.

Las filas se rompieron, partiendo los miembros del equipo hacia los vestuarios. El último de los listados sonreía ampliamente, pues le habían hecho el mejor regalo de cumpleaños posible.

—¿Quieres que te alcance? —le preguntó el búlgaro mientras ambos salían de las duchas.

—Te lo agradezco, pero ya he quedado —contestó mientras se vestía con el chándal oficial a toda velocidad.

Se despidió de sus compañeros en voz alta.

—¡Tengo que irme ya, hasta mañana!

Los demás correspondieron, siguiendo a lo suyo mientras Takuto salía corriendo hasta los aparcamientos donde Shibuya le esperaba en el interior de su coche. Dejó la bolsa en la parte de atrás, sentándose en el asiento del copiloto.

—¿Llevas mucho tiempo esperando? —quiso saber mientras se abrochaba el cinturón.

—Es mi día libre, eso es lo de menos. ¿Juegas mañana? — inquirió encendiendo el motor, saliendo de las instalaciones deportivas del Chelsea.

—¡Sí, y desde el principio! He conseguido siete entradas, podréis ir todos a mi debut oficial —expuso orgulloso.

Katsumi recibió con alegría la noticia; había sido precavido dejando la tarde-noche del sábado libre de compromisos para poder acudir al partido. Charlaron animadamente de camino a la casa, cumpliendo con lo pactado con Kôji: éste le había pedido que entretuviera a Izumi hasta que él llegara.

Aprovecharon para ir al supermercado, dándoles tiempo de guardar la compra y sacar lo necesario para que Takuto preparara una comida especial por la fecha. Shibuya se disculpó un momento, secándose las manos en el delantal que llevaba puesto. Sacó el móvil de su bolsillo, saliendo al jardín para realizar una llamada.

En ese mismo instante, y desde el centro de la ciudad, el vocalista de Angelous terminaba de decidirse entre los gruñidos diversos que llenaban la tienda donde había pasado la última hora y media. Notó la vibración de su teléfono, contestando lo antes que pudo.

—¿Sí?

—Kôji, ¿dónde estás? Llevo disimulando desde las dos de la tarde, dentro de poco ya no tendré nada más en lo que ayudarle.

—Le estoy comprando a Takuto un Doraemon —respondió al otro lado de la línea.

Katsumi elevó las cejas mientras probaba la temperatura del agua de la piscina con la punta del pie.

—¿Un qué?

—Un puto perro cósmico —obtuvo como malhumorada respuesta.

El manager se echó a reír.

—¡Doraemon era un gato, no un perro!

—Da igual. Improvisa, estaré pronto ahí.

—Vale, pero no tardes… Nobita.

Antes de que Kôji pudiera insultarle de vuelta, le colgó con una sonrisa divertida en la cara. Efectivamente, éste se quedó mirando al móvil con ganas de haber soltado alguna bordería por el calificativo.

Guardó el aparato, dirigiéndose al chico que con tanta amabilidad le había atendido. Éste llevaba entre los brazos un cachorro de dogo alemán color gris azulado, de enormes ojos bonachones.

—¿Crece mucho el bicho este? —se interesó.

—Puede alcanzar más de medio metro de altura. Es un perro que necesita actividad física, no es adecuado para interiores.

—Tengo jardín, se lo pasará bien. Y cuando más grande sea, mejor.

El trabajador dejó que el futuro dueño cogiera al animal, el cual se apresuró a lamer la cara de éste juguetonamente.

—Cómo pesas… —se quejó Kôji sin demasiado entusiasmo por la canina muestra de cariño.

Había dudado entre varios especímenes, pero desde que había visto aquel en concreto, supo que era perfecto para Izumi.

—¿Se lo lleva?

—Sí. Dame una correa, un plato y una caseta también.

Tras firmar los documentos pertinentes y atrapar la correa a la que el cachorro estaba sujeto, el cantante se dispuso a pagar con los fondos de su tarjeta de crédito. Las primeras ventas del grupo no habían ido nada mal, y al fin pudo adquirir un nuevo coche.

Con la caja de la caseta bajo un brazo y el asa de cuero en la otra mano, tuvo que hacer malabarismos para abrir la puerta del elegante Audi, despertando la curiosidad de algunas chicas que pararon en la calle para contemplar al atractivo y polifacético artista tratando de hacer entrar en razón al animal.

—A ver, tú, mírame… —le dijo al perro mientras éste se dedicaba a olisquearle las piernas.

Se obligó a armarse de paciencia. Lo agarró por el tronco, cargándolo hasta meterlo en la parte de atrás del coche. Una vez en el puesto de conductor, se giró hacia su nuevo y peludo amigo, amenazándole con una mirada de advertencia.

—Como te mees en el tapizado, te mato, que es nuevo.

Mientras conducía, miraba de vez en cuando por el retrovisor, encontrándole sentado en el centro con la lengua colgando. Estaba deseando ver la cara de Takuto cuando lo viera.

Unos minutos antes de su llegada, el futbolista recibió la llamada más especial del día, sentándose en el sofá del salón para hablar.

—¡Felicidades, hermanito! —le dijo Serika desde Tokio—. ¿Has recibido el paquete?

—¡Sí, muchas gracias, me ha encantado! —le dijo mientras miraba el reloj de pulsera deportivo que le habían enviado.

—Tiene un contador de pulsaciones, lo puedes usar cuando vayas a correr.

—Ya me leeré las instrucciones, los aparatos y la tecnología no es lo mío.

Ella rió.

—¿Qué vais a hacer?

—Nada en especial. Mañana juego, así que nos quedaremos por aquí. Shibuya me ha ayudado a hacer la comida y Kôji debe estar al llegar. Tenía que hacer un par de cosas, por lo visto.

—¿Y el examen de conducir?

—Estoy con la teoría, me presento la semana que viene. Supongo que haré algunas prácticas antes del otro, aunque ya he aprendido bastante.

Serika le contó los pormenores del negocio de los Horiuchi y lo bien que le iba en su puesto como encargada de la biblioteca regional. Sin embargo, debía ser ahorradora en el tiempo de la comunicación y distribuirla equitativamente.

—Te dejo con Yugo, ¿vale? Que lo pases muy bien y suerte mañana.

Izumi aguardó hasta que la voz de su hermano pequeño fue audible.

—¡Feliz cumpleaños!

—¡Hola, enano! Hace mucho que no hablaba contigo —bromeó —. ¿Cómo te va?

El chico guardó silencio unos segundos.

—No demasiado bien. Voy a tener que repetir el último año de Instituto, pero yo no quiero hacerlo. Prefiero ponerme a trabajar.

Takuto fue tajante.

—No lo hagas, Yugo. Si quieres tener tu propio dinero búscate algo que puedas compaginar con el bachillerato, pero no dejes de estudiar o lo vas a lamentar en el futuro.

—Pero es que no me gusta.

—A mí tampoco me gustaba, pero me apliqué y lo terminé. ¿Te vas a rendir tan fácilmente?

El menor de los Izumi suspiró.

—Supongo que tienes razón.

—Te lo digo por experiencia. Mira si no a Kôji, que no siguió y lo retomó tanto tiempo después porque no encontraba nada decente sin titulación.

—Vale, lo pensaré.

El futbolista sonrió.

—¿Y el equipo?

—Me han seleccionado para un encuentro en Nagasaki de equipos juveniles. Tengo el récord de canastas de la temporada.

—Eso es fantástico. ¡Esfuérzate, a ver si entras en la selección nacional y te vienes a Inglaterra a disputar un partido!

Les echaba mucho de menos. No les había vuelto a ver desde aquella mañana de diciembre en la que partieron sin rumbo definido.

—Cuelga ya, que os estará costando un dineral —sugirió—. Os llamaré yo esta semana.

—¿No ponen el encuentro de mañana por la televisión? — preguntó Yugo.

—Que yo sepa sólo se retransmiten los del primer equipo. Si me entero de que lo emiten por alguna local lo grabo y te lo mando, ¿te parece?

—Sí. Mucha suerte.

—Gracias. Hasta pronto.

Depositó el inalámbrico sobre su base, sonriendo con nostalgia. Katsumi entró en el salón, apartando las cortinas que cubrían las ventanas.

—Hablando del Rey de Roma, mira quién ha llegado…

El sonido de las llaves precedió a que Kôji asomara medio cuerpo por la puerta, mirando a Takuto a los ojos.

—Espero que hayas hecho bastante comida, porque tenemos un invitado.

Y tras ello, tiró suavemente de la correa para que el cachorro se aventurara a dar unos pasos en el interior de la casa.

La expresión del homenajeado al ver al perro valía por todos los sacrificios del mundo. Éste corrió a recibir al nuevo habitante con los ojos brillantes de la alegría.

—¡Pero mira qué patotas! ¡Vas a ser muy grande! —exclamó, rascándole el lomo y midiendo el grosor de los huesos del cachorro.

Izumi rió cuando el todavía pequeño can respondió, haciéndole carantoñas. Katsumi aprovechó para salir a coger la descomunal caseta del coche y dejarles a solas.

—Era el más bestia de toda la tienda. Sé que te encantan los mastodontes.

Takuto se incorporó, emocionado por un presente que para nada se esperaba.

—Gracias… —susurró tras besarle.

—Hay que montarle la caseta y t…

Kôji detuvo la frase al sentir un extraño calor invadiendo la pernera de sus vaqueros. Ambos miraron hacia el suelo, encontrándose al cachorro con una pata levantada, marcando parte de su nuevo territorio.

—¡Jajaja, por qué no tendré la cámara! – exclamó Katsumi, el cual, como siempre, llegó en el momento preciso.

—¡Me lo ha hecho encima! —bramó Kôji, dispuesto a correr detrás del culpable y darle alcance.

—Hay que enseñarle. Anda, ve a cambiarte, que ya lo limpio yo — propuso Izumi restándole importancia a lo ocurrido —. Además, eso es señal de que le gustas.

Mientras el cantante subía refunfuñando a la planta de arriba y Shibuya ponía la mesa, Takuto se deshacía en caricias y juegos para con su nuevo perro. Aún recordaba al que había tenido cuando se independizó, tristemente atropellado la noche en que acabó viviendo por primera vez con Kôji y Katsumi.

Aquel dogo tenía un significado prácticamente idéntico al de la casa que habían comprado: era parte de un nuevo concepto para ellos, el de un hogar.

—¿Qué nombre le vas a poner? ¿Koji, como al primero? —se mofó el productor, sabedor de la poca gracia que le haría a su estrella.

—Pues como va a ser enorme… Titán le vendría bien.

El futbolista llenó el comedero del perrito de arroz, poniéndoselo en el suelo a unos metros de donde ellos iban a degustar lo que habían preparado.

—Me van a salir agujetas de tanto correr detrás del chucho para que no muerda los muebles —comentó Kôji levantando la copa.

—Así te mantienes en forma —agregó levantando la suya, la cual contenía zumo, pues no podía beber alcohol antes del encuentro.

—¡Empecemos, que tengo hambre! ¡Por Taku, y que cumplas muchos más! —proclamó Shibuya

Los tres brindaron por los veinticuatro de Izumi, intercambiando bromas e impresiones mientras Titán se empeñaba en estrenar el mantel mordiendo y tirando de una de las esquinas.

- 5 -

Los chicos de Angelous abandonaron la casa cerca de las diez tras haber pasado una tarde agradable haciéndoles compañía. Hacía calor para tratarse de Inglaterra, así que la noche invitaba a ser disfrutada en la terraza junto al borde de la piscina.

La pareja conversaba entre los juegos del incansable cachorro para cuando Katsumi anunció que se iba a otra fiesta.

—Un cocktail de editores de revistas. Me conviene ir, a ver si consigo algún reportaje —les dijo mientras comprobaba que llevaba lo imprescindible encima.

—¿En serio vas de negocios, o a ligar? —preguntó Takuto con desparpajo ante lo arreglado de su compatriota.

—Hombre, si cae algo no me voy a oponer… jeje, no me esperéis despiertos.

Le despidieron, escuchando el ruido del motor del vehículo desvanecerse en la lejanía.

—Al fin solos… —sentenció Kôji.

—Sí, ha sido un día concurrido.

Movidos por una atracción incontenible, sus labios se buscaron, encontrándose. Le tomó de la cintura para colocarle lentamente sobre el bordillo blanco, intensificando la solidez de sus besos.

—¿No tienes calor? —preguntó mientras se quitaba la camiseta.

Sin duda alguna, la mayor ventaja del brazo artificial era su resistencia al agua, por lo que no tenía que abstenerse de los medios acuáticos como en el pasado. Takuto respondió quitándose la suya. Volvieron a besarse mientras las prendas iban siendo retiradas paulatinamente, hasta acabar desperdigadas por el césped de los alrededores. Titán las olisqueó para luego mirar curioso cómo sus dueños se metían en la piscina, convirtiendo el jardín en escenario de un nuevo pasaje erótico.

Kôji se sumergió con malicia bajo el agua para recorrer su esbelto cuerpo y enredarle entre las piernas. Izumi le acompañó, cediéndole parte del oxígeno que había tomado en la superficie.

Ascendieron hasta el exterior, nadando el cantante con Takuto anclado a su torso, hasta arrinconarle en la esquina de la piscina donde se encontraba la escalerilla. Le hizo rodearle por las caderas, consiguiendo que le abrazara y apoyara la barbilla en su hombro, mientras le indicaba a base de gemidos la transición idónea de los prolegómenos.

Se encontraban en los momentos más álgidos de los prolegómenos cuando escucharon un ruido a lo lejos, en la valla que delimitaba sus terrenos privados. Una potente y repentina luz blanca se propagó entre la penumbra, desconcertándoles y haciendo que se volvieran hacia su teórico origen.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó Takuto, con la respiración entrecortada por la excitación.

—Vámonos dentro, esto no me gusta.

Extrañados, entraron desnudos y empapados a la casa, recogiendo a toda prisa las pocas ropas que el cachorro no se había encargado de convertir en sus juguetes provisionales.

- 6 -

El despertador sonó en el dormitorio principal, momento que Katsumi aprovechó para pedir permiso y entrar en la habitación de sus amigos. Éstos se reponían de los excesos amatorios de la madrugada, siendo Izumi el único capaz de incorporarse y darle los buenos días a un Shibuya que acababa de regresar del festejo.

—¿Qué tal estuvo eso anoche? —preguntó mientras le daba un codazo a Kôji para que se despertara.

—Bastante bien, pero no se puede comparar en diversión con lo que me he encontrado en el kiosco de camino…

El manager le lanzó un ejemplar del Daily Mirror, el diario sensacionalista más popular del país. Takuto no dio crédito cuando se reconoció a sí mismo entre los brazos de Kôji, ocupando la primera plana en color del periódico. Un contundente titular resaltaba sobre la imagen: "El vocalista de Angelus no es tan angelical como parece".

—¿Pero qué demonios es esto? —preguntó, asombrado e indignado — ¿¡Cómo se atreven a sacar una foto así en mi propia casa!?

—Bienvenido a Inglaterra. Aquí la gente se alimenta de cotilleos.

El bello durmiente se desperezó, quitándoselo de las manos. No dijo nada de la portada, pasando directamente al reportaje interior.

—Malditos paparazzi, los odio —rezongó.

—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Izumi.

—No estaría mal demandarles por allanamiento de morada —propuso Shibuya.

Kôji se puso en pie, poniendo camino del cuarto de baño.

—Consígueme el número de esa periodista, ya me encargo yo de esto. Tú prepárate, que te llevo al estadio. Me da igual lo que piense el resto del país, hoy vamos a ver un gran partido.

Shibuya se encogió de hombros, bajando hasta su piso para darse una ducha. El delantero aprovechó para, en medio del disgusto, desahogarse con Titán antes de marchar a la mini concentración. Mientras preparaba el desayuno, deseó que las contundentes evidencias de su vida sexual y sentimental no supusieran un argumento de peso para un cambio de última hora en la alineación inicial.

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Dave y Liam esperaban junto a Kôji en las butacas reservadas del campo anexo al Stamford Bridge. Aún faltaba una hora para el inicio del partido y la gradería se encontraba prácticamente vacía, pero el vocalista les había pedido que le respaldasen en aquel encuentro clandestino con la prensa. Katsumi llegaría en breve, al igual que Brett y Chris.

Se levantó cuando vio la silueta de una bella mujer buscándole entre los pocos asistentes. Se levantó, yendo hasta ella bajo la atenta mirada de sus compañeros.

De camino a la concentración, le había comentado a Takuto cuáles eran sus intenciones, y él le había dado la aprobación, así que una vez estuvo junto a la periodista inició la negociación.

—¿Martha Flaim? Hablamos hace unas horas por teléfono — preguntó a la pelirroja sin tenderle la mano.

—Sí, la artífice del reportaje, yo misma. Espero que tengas algo bueno que decirme, el tiempo es oro —inquirió ella, clavándole su astuta mirada.

Kôji sacó un cigarrillo de la caja, encendiéndolo.

—No me gusta andarme con rodeos. Quiero ofrecerte una exclusiva. Por un módico precio te concedo una entrevista ahora mismo, pero no una cualquiera. Será la única vez en que hable sobre algo que no haga referencia a ámbitos profesionales.

Ella rió, con la sensación de haber malgastado un viaje.

—Mira, chico… creo que no estás en posición de ofrecerme una "exclusiva por dinero". Sólo has vendido unos pocos discos, ¿cómo puedes asegurarme que la semana que viene ya os habrán olvidado a ti y al resto de la banda en la que estás?

Martha podría ser sincera, pero él tenía mucho más rodaje en lo que al voraz mundo de los medios se refería.

—Es cierto, puede que cuando haya pasado mi segundo de fama desaparezca, pero, ¿y si no fuese así? —preguntó con frialdad, soltando una bocanada de humo—. Piénsalo, a tu editorial le resultará relativamente barato, tendrás material de primera fuente que puedes almacenar. Si no llego a más, habrá sido una pequeña mala inversión, pero si me convierto en lo que vosotros llamáis una "mega estrella", te harás de oro, pues serás la única que pueda publicarlo.

Con aquellas palabras consiguió despertar el interés de la británica.

—¿Y cómo puedo estar segura de que no te venderás a los demás en el futuro?

—Te escribiré una declaración y lo firmaré. Si rompo el trato, podrás llevarme a los tribunales.

Ella miró su reloj. Aunque los aficionados comenzaban a llegar, aún se podía tener bastante privacidad.

—De acuerdo. ¿Te viene bien ahora?

—Claro —respondió Kôji, sentándose en una de las butacas de plástico.

Extrajo de su amplio bolso una grabadora, cuaderno y bolígrafo. Le miró, tratando de reunir compostura profesional y hacer caso omiso de su impresionante constitución física.

—¿Por qué te has ofrecido a conceder una entrevista personal? — preguntó acercándole el micrófono de la grabadora, iniciando así el cuestionario.

—Porque conozco cómo funciona el juego de los rumores y el daño que puede ocasionar. No soy nuevo en el mundo del espectáculo, el primer disco de Angelous es el octavo que grabo en mi carrera, y por ello quiero aclarar ciertas cosas que han salido a la luz en tu reportaje.

Esta vez sí le ofreció a la mujer un cigarro, el cual aceptó.

—Te refieres a la fotografía.

—Efectivamente. Antes de que se especule como ya se ha hecho, quería decir que si nos encontramos en Inglaterra es para desarrollar nuestras respectivas carreras con dedicación, y nos gustaría que la gente de esta ciudad que tan bien nos ha tratado pueda respetarnos por nuestros logros, dejando al margen lo referente a nuestra vida privada.

Martha levantó la vista de su libreta.

—Al hablar en plural, ¿te refieres al hombre de la foto? Creía que era sólo un amante.

—No. Es… cómo se dice… —se preguntó retóricamente, buscando la palabra exacta que los ingleses empleaban en esos casos—. Mi compañero sentimental.

—Sin embargo, hay rumores que te relacionan con modelos del mundo del espectáculo. Hay testigos ocultares que aseguran que se te vio con Ayako Göttberg en la fiesta de apertura de campaña de D & G días antes de su suicidio.

Kôji apuró lo que le quedaba de tabaco. Sabía que tendría que meterse en esos lares, así que era mejor quitárselo de encima cuanto antes.

—Sí, estuve con Ayako, pero la relación que teníamos no es lo que parece.

—¿Sólo te acostabas con ella esporádicamente? —quiso saber la periodista con sarcasmo, pues había escuchado un argumento como aquel en demasiadas ocasiones.

—No. Era mi madre.

Los ojos de la inglesa se abrieron como platos. Aquello sí que era un notición.

—¿En serio? Ignoraba que ella hubiese tenido un hijo… lo lamento, ha debido ser dura su pérdida.

—Para nada —respondió, quitándole importancia—. Me abandonó cuando tenía tres años, y la volví a ver esa noche que has mencionado. Lo único que le debo es haberme familiarizado con los entresijos de la moda.

—Ahora que lo mencionas, la campaña que hiciste ha tenido mucho éxito. ¿No piensas seguir explotando esa faceta?

—Detesto el mundo del modelaje, accedí a posar porque necesitaba el dinero. Llegamos a la capital sin nada más que un par de maletas e ilusiones que ver cumplidas. Nadie nos ha regalado nada.

La entrevista continuó por espacio de aproximadamente unos cuarenta minutos, los necesarios para que Kôji aclarase cual era su pasado más reciente: su fama en Japón, su etapa de continuos escándalos, los conflictos familiares y, en especial, la falsa acusación de homicidio a la que se había amparado para evitar represalias mayores.

Flaim ignoraba si aquel cantante saltaría a la gloria con el renombre de la formación a la que pertenecía, pero supo que tenía entre manos declaraciones de gran tirón, las cuales podrían ser aprovechables independientemente de los rumbos que tomase.

—En cuanto a él, ¿es futbolista entonces?

—Sí. Fichó por el Chelsea el mes pasado, hoy jugará como delantero centro en el filial.

—¿Y qué opina al respecto de esto?

—Estoy hablando por los dos. No haremos más declaraciones, y guardaremos celosamente nuestra intimidad. Estamos cansados de no poder llevar las riendas de nuestra vida como haría cualquier otra pareja.

La megafonía anunció que la sesión de calentamiento iba a concluir, estando estimado el inicio del partido en un cuarto de hora.

—Para finalizar, quería hacer una última petición: cuando el nombre de Takuto Izumi esté en boca de todos, que lo que te he contado a modo de favor personal sea aprovechado convenientemente.

Kôji se puso en pie, dando por finalizado el trámite. Ella guardó la grabadora. Debía reconocer que le gustaba el toque de convicción y arrogancia que el joven transmitía.

—Te llamarán de la oficina el lunes a primera hora para la transferencia. Muchas gracias.

—A ti.

Shibuya ya se encontraba entre los Angelous, observándole desde hacía un buen rato.

—No hay quién te entienda, Kôji. Siempre has huido de las entrevistas, y ahora eres tú mismo el que las busca.

—Precisamente por eso he hecho el esfuerzo, manager… para que me dejen hacer las cosas a mi manera.

Y sintiéndose relativamente libre, se alejó de ellos unos minutos para acercarse al límite de las gradas donde éstas daban paso al comienzo del campo. Sonrió al ver cómo el ángel preparaba las alas, dejándolas a punto para que pudieran ser desplegadas y pujar una vez más por alcanzar el sol. Quizás pronto pudiera robarlo del cielo, y no devolverlo en una buena temporada.

11 Top of the Pops: uno de los programas musicales más conocidos del mundo. Comenzó a emitirse en Inglaterra por la BBC en 1964, manteniéndose hasta nuestros días. Grupos y solistas legendarios como The Beatles, The Jackson 5, Roy Orbison o Madonna han pasado él.

12 Dan: graduación por la que se mide el nivel de maestría en las artes marciales. Para alcanzar un determinado Dan, se ha de demostrar poseer una serie de conocimientos prácticos y teóricos ante un jurado habilitado para decidir si se es merecedor de dicho título. En lo que se refiere al Kárate, una vez se ha obtenido el cinturón negro se aspira a conseguir el primer Dan y sucesivos, siendo el máximo el décimo.