- Capítulo 18: Punto de inflexión -

El otoño quería hacerse notar en medio del húmedo clima de la capital inglesa. Las horas de luz comenzaban a escasear y las lloviznas resultaban más frecuentes. Sin embargo, el equipo seguía entrenando con dedicación, independientemente de los caprichos climatológicos.

Ya a mediados de octubre, la temporada había arrancado con ritmo vertiginoso. Takuto no tardó en acostumbrarse al altísimo nivel, en el que cada partido se vivía como si fuera una final. Su antológico espíritu de lucha se crecía a cada minuto, destacando a ojos del entrenador por encima de la gran mayoría de sus compañeros. Mientras que muchas estrellas terminaban por bajar el rendimiento al alcanzar cotas retributivas descomunales, él nunca accedería a semejante comportamiento: el fútbol no era un simple medio de grandes ingresos, era una pasión con la que, además, podía costearse la vida.

Detuvieron las últimas carreras para descargar músculos, agradeciendo la totalidad de la plantilla filial que los rayos del sol asomaran entre las grisáceas nubes que hasta ese momento lo habían ocultado. La calidez del astro rey brillando entre las perlas de sudor que recubrían su rostro le dio pie a una gran idea.

—Se acabó por hoy —anunció el responsable del equipo—. Ayer hicisteis un buen trabajo, ese empate nos deja en posición para optar a afianzarnos en la tercera plaza. Tomaros el resto del día libre, nos veremos mañana a la hora habitual.

Los jugadores asintieron, rompiendo filas mientras se dirigían a los vestuarios. Habían jugado en casa, por lo que lo que quedaba de domingo podría ser dedicado a lo que cada uno creyese más oportuno. Izumi iba camino de las duchas cuando el preparador le llamó.

—¿Podrías quedarte unos segundos? Quiero hablar contigo.

—Por supuesto —dijo, quedando frente a frente con el portugués.

Ambos se miraron, sonriendo discretamente el mayor mientras el delantero tomaba un largo trago de agua y se secaba con una toalla.

—He estado con Mayers hace unas horas, presenció el encuentro de anoche. No quiero que te hagas ilusiones, pero ambos estamos muy satisfechos con tus últimas actuaciones. Según las circunstancias, es posible que seas convocado para la suplencia del primer equipo en las próximas semanas.

Takuto mantuvo la calma; no debía mostrar un entusiasmo desmedido, sino aceptar con profesionalidad el nuevo reto que ante él podía quedar.

—Gracias por su confianza. Pase lo que pase, no dejaré de darlo todo en el campo por mis compañeros.

El entrenador asintió, dando por zanjada la breve conversación. Era justamente la respuesta que esperaba encontrar. Lo cierto era que había tenido pocos jugadores de una calidad en bruto tan desarrollada a su cargo, y aunque le deseaba la mayor de las suertes en el complicado mundo del estrellato deportivo, si finalmente le perdía, el filial se quedaría sin uno de sus puntos vitales.

Mas ese era su trabajo, solventar las complicaciones que fueran acaeciendo.

Feliz por el anuncio y sin comentarlo con nadie, el japonés se despidió de los demás una vez hubo pasado por vestuarios y estuvo enfundado en el uniforme. Sacó las llaves y abrió las puertas de su coche. No hacía ni tres semanas que tenía el carnet, pero siguiendo consejos colectivos, se había lanzado a conducir solo, pues era la única manera de coger soltura y dominar el asfalto a bordo del volante.

Se había decantado por un vehículo sólido y de gran envergadura, de los que tanto le gustaban. El 4x4 que poseía era perfecto para sacar a Titán de excursión por las afueras siempre que tenían posibilidad de salir de la ciudad.

Y así, mientras se ponía en camino, Kôji terminaba de desperezarse en la cama. Bostezó mientras observaba la vacía almohada vecina. No recordaba haber escuchado a Izumi marcharse a entrenar, pero el olor de sus cabellos seguía impreso en su piel y en las sábanas.

Odiaba despertar solo. Tras ponerse encima una camisa con la que resguardarse de las traicioneras corrientes de aire y atarse la melena, bajó hacia la planta central, siendo recibido con entusiasmo canino.

—Buenos días, bola de pelo —le dijo, abriendo la nevera y sacando una lata de cerveza negra, su habitual desayuno siempre que Takuto no estaba presente para echarle la bronca.

Al cerrar la puerta del frigorífico, vio que Shibuya había dejado una enorme nota de papel pinchada con varios imanes. Su letra de grandes proporciones podía leerse incluso a varios metros de distancia.

He quedado con mi padre, pasaré el día con él, así que no contéis conmigo para comer. Sed buenos.

Y debajo del mensaje, resaltado con letras fluorescentes, un añadido iba dirigido exclusivamente a él.

¡Kôji, a las siete en los estudios Pearl! Reunión con Brishney, ¡no te retrases!

—Sí, jefe —murmuró de mala gana.

Tras abrir la lata y beber el primer sorbo salió al exterior, sentándose en las escaleras del porche. Todo estaba demasiado tranquilo, no se oían voces en el resto del vecindario, y las copas de los árboles del jardín eran mecidas por el suave viento, el cual arrastraba las hojas caídas.

Titán le siguió. Había crecido mucho, ya prácticamente le llegaba por encima de las rodillas. Aunque seguía sin entusiasmarle los animales, aquel perro se había ganado su simpatía por una referencia común.

—También le extrañas, ¿eh? —le preguntó, apoyado en una columna—. No te preocupes, las penas se ahogan en alcohol.

El simpático cachorro le miraba con expresión avispada sentado sobre sus cuartos traseros, colgándole la lengua entre los dientes aún en desarrollo. Kôji ahueco la palma de la mano derecha, vertiendo un poco de cerveza sobre la misma.

—¿Ves? El ser humano no es tan difícil de comprender — comentó mientras el perro bebía directamente del improvisado recipiente.

Dio también otro trago, suspirando.

El mecanismo de la puerta principal del jardín se conectó, evidenciando que alguien la había activado desde afuera. Se apresuró a terminar lo que le quedaba, lanzando la lata a lo lejos para no quedar desenmascarado. Para su consternación, Titán no se marchó corriendo tras ella, sino que se acercó al lugar donde Takuto aparcaba su coche.

—¿No se supone que tendrías que esconderla, enterrarla o cosas de esas? —protestó, rabioso por no haber culminado el apresurado plan.

Si la mascota hubiese podido hablar, seguramente le hubiese mandado a él mismo a ocultarla, pero haciendo gala de su auténtica condición se tiró sobre su dueño favorito nada más hubo éste salido del coche.

—¡Hola granduñón! ¡Ya te echaba de menos! —rió mientras jugueteaba con él.

El cantante se acercó despacio, pasando varios minutos sin que ninguno de los dos reparara en su presencia.

—¿Tengo que ponerme a cuatro patas y hacerme el muerto para que me hagas caso?

—¿Estás celoso de Titán? —respondió Izumi, confabulando con el animal para chincharle—. ¡Mírale, es el enemigo, tiene más malas pulgas que tú!

Takuto se rió cuando Kôji hizo el ademán de entrar en la vivienda, medio enfadado.

—No seas así, era sólo una broma —dijo, agarrándole por la cintura en un medio abrazo—. Es que estoy de buen humor, me han dicho que tengo posibilidades de ascender.

—¿Cuándo?

—Eso no depende del todo de mí. Son muchas circunstancias, ante todo está la palabra del primer entrenador.

Elevó de nuevo la vista hacia el cielo; el sol seguía brillando.

—Vístete, nos vamos a dar una vuelta.

—Pero si es temprano… ¿a dónde quieres ir? —volvió a protestar.

Takuto no se dejaba disuadir fácilmente, así que le puso las dos manos cerca de donde la espalda dejaba de llevar dicho nombre, empujándole hacia el interior de la casa.

—A Hyde Park. He quedado allí con Bryan y Matt, hace tiempo que no les veo. Y de paso le damos una vuelta a Titán. ¡Hace un día estupendo!

—Vale, pero seamos tú y yo paseando al perro, y no tú y el perro paseándome a mí.

Izumi le regaló otra de sus brillantes sonrisas, ante lo que no pudo resistirse a frenar en seco para plantarle un beso justo en el marco de la puerta. Cuando sus labios se hubieron separado, el futbolista le regañó.

—Has bebido.

—La culpa es del chucho.

Una vez ambos hubieron desaparecido en el interior de la casa terrera, el cachorro aprovechó para correr hacia el fondo del jardín y, ahora que nadie se lo pedía, escarbar en un trecho de tierra virgen para guardar en el subsuelo su nuevo tesoro de latón.

- 2 -

El monumental Hyde Park recibía con justicia el seudónimo de "pulmón de Londres". Su vasta extensión acondicionada hacía de los senderos asfaltados, en combinación con las arboledas y fuentes, un lugar ideal para practicar deportes al aire libre, pasear, celebrar conciertos o, simplemente, tirarse sobre la hierba a leer.

Tras dar un par de vueltas por las manzanas colindantes, Takuto pudo al fin aparcar el coche, bajando los tres viajeros del mismo.

—Qué legal eres —comentó Kôji en referencia al panel sujeto en el cristal trasero del todo-terreno—. Yo nunca me puse la placa de novato, ni siquiera cuando me saqué la licencia.

Izumi cerró con la alarma tomando la sujeción de la correa de Titán, el cual avanzaba a tirones, entusiasmado por las hectáreas que podría marcar como de su propiedad.

—Pues sí, me gusta ceñirme a las normas. No soy de esos que conducen a doscientos por hora sin carnet, por ejemplo.

Sabiéndose aludido, el vocalista no añadió nada al respecto, quedando igualado el marcador. Cruzaron por uno de los pequeños puentes que atravesaban el río Támesis, llegando hasta los inicios del parque.

Los domingos era tradición que se concentraran por la mañana los predicadores, así que decenas de personas se subían a improvisados estrados para despotricar sobre lo que les apetecía, desde temas de política actual a las profecías de Nostradamus.

Se pararon para escuchar a un hombrecillo de curioso aspecto, el cual bramaba sobre asuntos inconexos. Algunos transeúntes repararon en la identidad de ambos, limitándose a observarles con algo de curiosidad. La sociedad inglesa podría consumir toneladas de diarios sensacionalistas, pero en lo que se refería al respeto directo de los personajes públicos era bastante tolerante. Así que pudieron disfrutar del sol del mediodía mientras iban hacia el punto de encuentro con los amigos de Izumi.

—¿Dónde has quedado exactamente? Este sitio es enorme — preguntó Kôji, pegado a sus inseparables gafas de cristales oscuros y negándose a soltarse de la mano libre del jugador.

—Pues creo que aquí, en la explanada principal.

En vistas a que habían llegado antes que ellos, Takuto sacó la pelota de tenis que había llevado guardada en el bolsillo, soltando a Titán del enganche de la correa.

—¡A ver si la coges! —le dijo, lanzándola lo más lejos que pudo.

Cuando el perro estuvo de regreso con el objeto entre las fauces, el que fuese su comprador le dirigió una mirada de reproche.

—Ahora sí vas a buscarlo, ¿no?

—¿Qué dices? —preguntó Izumi, pensando que iba por él.

—Nada, nada… dámela. Vamos, ¡suéltala! —insistió, metiendo la mano prácticamente en la boca del can mientras éste forcejeaba hacia atrás, resistiéndose a cederle la pelota.

Emplearon un buen rato en pasarse el esférico amarillo mientras el cachorro saltaba tratando de darle alcance, hasta que una voz les llamó.

—¡Taku! ¡Hey, estamos aquí!

El japonés se giró, topándose con su antiguo compañero de trabajo y el medio campista.

—¡Al fin nos vemos! —respondió tras saludarle efusivamente.

—¡Sí, es que estamos muy liados, nosotros coincidimos porque tenemos que entrenar, qué si no…! —agregó Matt en tono alegre.

El músico iba a acercarse para igualmente corresponder, cuando vio por el rabillo del ojo que el único cuadrúpedo de los presentes salía despedido al encuentro de lo que parecía ser una hembra.

—Oye, ¿ese de ahí no es Kôji?

Los tres se giraron, viéndole correr tras Titán mientras le regalaba toda una epopeya de variados insultos. Izumi emitió un silbido, consiguiendo que su perro regresara sin más dilación.

—¿Haciendo ejercicio matutino, eh?

—Sí, algo así… —les respondió el vocalista, esforzándose por endulzar su mal humor.

Definitivamente, aquel no era su día.

Se sentaron y charlaron por un buen espacio de tiempo, poniéndose al corriente de cuanto había acontecido en sus vidas. El principal interés de los amateur era conocer cómo se vivía el fútbol en el interior del club al que habían seguido desde niños.

—La próxima vez que juguemos en casa trataré de conseguir entradas, ¡tenéis que ir a vernos!

—Ya lo hemos hecho, fuimos al partido contra el Watford. Marcaste un tanto increíble.

—Vaya, no lo sabía —respondió Takuto—. Me gustaría que pudieseis ir todos. ¿Cómo les va?

—Sin ninguna novedad. Desde que te fuiste hemos vuelto a la normalidad, se te echa mucho de menos, ¡sobre todo la vitrina de los trofeos! —rió Bryan.

—Oye Kôji, me encanta el disco que habéis sacado. Lo escucho casi todos los días.

—Gracias —respondió escuetamente, no le gustaban los alardeos tan directos—. Actuamos el mes que viene aquí en un festival, por si te interesa.

—Claro, me encantará asistir, desde aquella vez en el bar no os he vuelto a escuchar en concierto. ¡Soy de los primeros seguidores! —agregó Matt.

El tiempo transcurrió deprisa por lo ameno de la conversación, debiendo los ingleses marcharse para atender asuntos propios y luego preparar el partido de la tarde. Takuto insistió en quedarse un poco más, pues lo estaba pasando en grande agotando físicamente al dogo.

Kôji trataba de seguirles el ritmo, mas notó que las primeras gotas de lluvia impactaban contra su rostro. La capital y lo impredecible de su atmósfera volvían a imponerse, y el sol quedó cubierto por una espesa capa de nubarrones.

—Vámonos a casa, va a haber tormenta.

—Bah, nos resguardamos bajo un árbol y esperamos, seguro que pronto escampa.

Izumi sólo iba vestido con una camiseta y los cómodos pantalones, así que su cuidador personal le advirtió del riesgo.

—Te vas a resfriar.

—No seas aguafiestas. Sólo un poco más, te lo prometo.

Observó cómo volvía a los juegos con el perro. La lluvia formaba una fina cortina que, al estrellarse contra las hojas, se diluía en una extraña y mágica neblina.

Por unos breves instantes, Takuto pareció rodearse de la luminosidad que el paisaje iba perdiendo, como si la naturaleza misma aceptase la derrota y se doblegase ante un aura magistral que no podía imitar.

Y mientras él continuaba compartiendo risas con su peculiar compañero de diversión, Kôji quiso que nada ni nadie le molestase mientras se recreaba en aquel pequeño espectáculo que sólo él podía percibir en todos sus matices.

Ven conmigo hacia los árboles,

tendámonos sobre el césped

y dejemos que las horas pasen.

Coge mi mano, regresemos a la realidad.

Desaparezcamos aunque sea sólo por un día.

Déjame contemplarte sin nada que te recubra.

Déjame escucharte hablar sólo para mí.

Déjame escucharte llorar sólo para mí.

Depeche Mode, Stripped.

- 3 -

Katsumi recibió con una sonrisa a su padre recién llegado del lavabo en el lujoso restaurante donde habían comido. Afuera el tiempo no acompañaba, así que prefirieron pedir sendas tazas de café y seguir hablando con tranquilidad.

—¿Y cómo te van los negocios? —quiso saber el médico.

—Estupendamente, pero he decidido jugarme de nuevo las cartas.

Saboreó su capuchino, accediendo a responder a la intrigada mirada que su progenitor le estaba dirigiendo.

—No nos han ido nada mal las ventas en la industria británica, pronto llegaremos a los dos millones y en Japón sigue subiendo, pero no es suficiente.

Shibuya dejó la porcelana sobre la mesa. Aquella noche se produciría el momento determinante para que las cosas pudieran ir tal y como había previsto. El éxito del grupo había ido subiendo paulatinamente, mas el manager no estaba satisfecho. Iba a invertir los beneficios acumulados para lanzarles más allá de lo que seguramente habían podido imaginar.

—Son demasiado buenos como para que estén limitados a un solo mercado, en especial Kôji. Él es una estrella, un fenómeno de masas. Se encuentra en el momento perfecto tanto personal como profesional para dar el salto definitivo.

Su padre terminó su correspondiente bebida, admirando la seguridad con la que manejaba la situación.

—Es decir, que lo que quieres es…

—Catapultarles al mundo entero. Una imagen vale más que mil palabras. Lo que necesitamos es una tarjeta de presentación audiovisual.

—¿Has pensado cómo lo vas a conseguir?

El joven sonrió.

—Pensarlo no sirve de nada, lo que cuenta es tener un tablero y las piezas de la partida.

Nunca había desconfiado de su instinto, y éste se encontraba más fino que nunca.

—Yo ya tengo mi tablero y mis fichas, papá… En breve comenzaré a disponerlas.

- 4 -

Eran las siete menos tres minutos cuando el elegante Audi A4 negro metalizado aparcó delante de los estudios Pearl, a pocas calles de distancia de los famosos Abbey Road, donde los Beatles grabaron prácticamente la totalidad de sus discos.

Liam y Kôji se resguardaron como pudieron de la fina lluvia que velaba la ciudad, entrando al edificio. En el interior de éste y acomodados en una sala adjunta, Shibuya aguardaba junto al rey en aquella particular partida de ajedrez.

—Estupendo, ya estáis aquí —proclamó Katsumi—. Os presento a Ray Brishney.

Ambos hicieron lo mismo, ocupando lugar en los bohemios asientos.

Ray era un realizador de alto prestigio internacional. Entre sus trabajos más destacados, se encontraba la dirección de varias grabaciones de recitales en directo, y en especial los videoclips que había hecho para Wooden Mind, la banda norteamericana revelación del año anterior.

Su estilo vanguardista y atrevido, así como su refinado gusto estético, empujaron a Shibuya a entablar conversación con él en una de las tantas fiestas a las que solía acudir. El caché del director era altísimo, pero iba a poner la mano en el fuego. Confiaba en que la operación fuera rentable; en el caso de no serlo, el grupo se las ingeniaría para seguir adelante.

Pidió té mientras comenzaban a hablar del asunto.

—Katsumi me ha comentado que teníais una propuesta —empezó Ray.

Liam y Kôji se miraron. El teclista era especialmente hábil en el grafismo. Por algo había cursado dos años de Bellas Artes en la Universidad, viéndose obligado a dejar los estudios por falta de dinero.

—Sí, Kôji tuvo una idea, me la contó y yo hice algunos bocetos —comentó, abriendo el portafolios que había traído consigo.

El japonés asintió, encendiendo un cigarrillo. Desde aquella primeriza sesión fotográfica a las afueras de la capital, no había dejado de darle vueltas a lo que su imaginación había recreado.

Brishney tomó las láminas, observando las ilustraciones a plumilla realizadas por el componente de Angelous. Creadas con trazo exquisito, había dibujadas decenas de lápidas y tumbas como aquellas que habían acogido mencionadas fotografías utilizadas para la portada de la maqueta. En las sucesivas páginas podían verse recreaciones del aspecto general que llevarían los protagonistas del clip, así como una síntesis del guión y la letra de la canción escogida para ser nuevo single.

—El escenario no será difícil de recrear, pero habrá que destinar recursos a la iluminación, y sobre todo al maquillaje. Me gusta, es un cuadro conceptual muy elaborado —afirmó el director.

El negociador no quiso prolongar la reunión por mucho más. Sabía que a los profesionales del mundo del cine y derivados había que meterles en los proyectos aprovechando el entusiasmo mostrado, por poco que fuera.

—Si te parece, elabora el plan de producción y me pasas el presupuesto. Queremos rodar cuanto antes.

—De acuerdo, en un par de días estará listo. Pero si queréis empezar pronto tenemos un problema: hay que buscar al figurante principal.

Kôji apoyó un brazo en lo alto del respaldo del sillón, sosteniendo el tabaco. Habló con dicción lenta, paladeando cada una de las palabras.

—Sí que lo tenemos. Es más, es un papel que sólo puede representar una persona. Y da por hecho que lo hará.

- 5 -

—¿Cuánto tiene? —quiso saber Shibuya.

—Cuarenta, pero como siempre tiene la temperatura corporal un grado por encima de lo normal, debe andar en 39 —respondió el cantante, apagando el termómetro electrónico.

Takuto estaba echado sobre el sofá. La cabeza le daba vueltas y tenía las mejillas y ojos enrojecidos. A sus pies, Titán aguardaba con las orejas caídas por la preocupación innata que ejercía semejante estado de inactividad en su amo.

—Te lo advertí —dijo Kôji.

—Esto no es nada. Se me pasará durmiendo.

Sin embargo, al tratar de ponerse en pie para subir al dormitorio, perdió el equilibrio por el mareo producido por la fiebre.

—Que se tome una de estas ahora y otra en cuatro horas. Me voy a dormir, estoy reventado —anunció Katsumi, estirando los brazos a la par que ponía camino a su planta.

—Y nosotros también —afirmó el vocalista, tomando en brazos al enfermo.

—¿Qué haces? —protestó Izumi.

Kôji no le respondió, observando el representante de ambos con diversión cómo le portaba cual damisela indefensa escaleras arriba. Maniobrando para no golpearle la cabeza con el marco de la puerta, finalmente le depositó sobre la cama.

—Podría haber subido yo s…

No continuó la frase debido a un portentoso estornudo.

Izumi agradeció que le tendiese con rapidez un pañuelo de papel, antes de que el mal de su nariz fuera a más. Sin tiempo material para imponer nuevas objeciones, se limitó a permanecer sentado mientras le dejaba en la mesita de noche un vaso de agua y la píldora que le había indicado el proyecto de médico con el que convivían.

—¿Tienes frío?

Dejó el recipiente de cristal una vez ingerida la dosis de paracetamol, mirándole con expresión mustia a modo de asentimiento. La verdad es que le apetecía dejarse cuidar, hacía bastante tiempo que no pillaba uno de sus monumentales principios gripales.

Kôji se acostó, levantando el edredón nórdico para abrirle camino hacia sus brazos. Takuto se acurrucó sobre su torso, siendo rodeado por un fortín de cálida protección. Los largos y fuertes dedos del vocalista acariciaron sus cabellos, recreando la sensación de seguridad que tanto le agradaba.

—No puedo faltar a los entrenamientos ahora que estoy tan cerca.

—Olvídate ahora de eso y trata de descansar —respondió, asiéndole más contra sí—. La próxima vez metemos dos abrigos en el maletero del coche.

Takuto sonrió. Pese a todo, lo había pasado estupendamente. El calor del cuerpo al que estaba abrazado, sumado al de su organismo, le sumió en un soporífero estado de modorra, momento que astutamente su pareja aprovechó.

—Vamos a rodar nuestro nuevo video dentro de dos semanas, va a ser una grabación de calidad. Shibuya quiere lanzarnos en toda Europa y Estados Unidos.

—Mmmmm… —murmuró, con los párpados pegados.

—Me muero de ganas por empezar, sobre todo para ver cómo quedas en las imágenes.

Los ojos de Izumi se abrieron, incorporándose lentamente apoyando las manos sobre el pecho lampiño del vocalista.

—¿Cómo que yo…?

—Se me había olvidado comentártelo. Quiero que salgas en el clip.

—¡Olvídalo! No me gustan esas cosas, bastante tengo con las fotos oficiales y los partidos que se retransmiten.

Kôji contaba con la primera negativa, así que recurrió al plan B.

—Por favor… no tienes que hablar ni hacer nada, sólo permanecer quieto. Sólo eso —insistió, poniendo cara de lástima.

—¿¡Qué pinto yo en un video de rock!?

—Es tu canción, la compuse para ti. No puedo centrarme en el rodaje si tengo que actuar ante otra persona que no seas tú.

—¡Pero si me dedicas todas tus canciones!

El humo que le salía literalmente por las orejas fue remitiendo, a medida que la cara de Kôji se tornaba más y más larga. Incapaz de sostener su triste mirada por más tiempo, en especial por lo aturdido que se encontraba debido al constipado, acabó por ceder.

—Pero que conste que lo hago porque me lo has pedido tú.

Tan rápidamente como la expresión de cachorro desvalido había surgido en el rostro del cantante, ésta desapareció, siendo el vivo reflejo de la felicidad. Sus dotes de actor no se habían quedado relegadas al olvido.

—No ha sido tan difícil —se dijo a sí mismo.

Takuto masculló en voz baja antes de quedar profundamente dormido, aprovechando el vencedor para velar su descanso y contemplar lo tentador de sus mejillas rojizas. Tal y como había afirmado, se moría de ganas por verle en situación, como había hecho la noche en que terminó de componer la balada.

- 6 -

El plan de producción para el rodaje de Oración había sido programado a conciencia, siendo los tiempos ajustados y la coordinación exacta, para que ninguno de los minutos de estancia en los caros estudios fuese desaprovechado.

El plató había sido dividido en varios sets, y una legión de técnicos especialistas preparaba los equipos bajo las órdenes de diversos iluminadores y el ayudante de realización.

Katsumi supervisaba, gratamente satisfecho por los resultados. No sólo había depositado en ello una cantidad monetaria importante, sino muchas horas de trámites y solución de problemas. Paseó por el decorado, admirando el excelente trabajo de los encargados de la sección artística.

El suelo estaba cubierto de hojarasca formando altibajos para camuflar la artificial planicie, y había imitaciones de troncos de árboles muertos por todos lados. Se había mandado traer lápidas talladas en mármol y piedra envejecida de los almacenes de atrezzo, puesto que muchas películas se habían filmado en aquellas instalaciones.

Tras revisar que el escenario estaba perfecto, se metió por la zona de vestidores, allí donde los músicos soportaban los últimos quince minutos tras llevar más de cuatro horas en la sesión de maquillaje.

La idea de Kôji había supuesto un desafío para la estilista que trabajaba con Brishney: les había pedido que les convirtieran en estatuas. Así que tras muchas reuniones, habían escogido un proceso empleado por algunos de los más entendidos a nivel mundial en efectos especiales.

Les vistieron con un tejido liviano que sirviera de base, respetando la forma natural de la anatomía, empezando a aplicar sucesivas capas de pintura corporal jugando con efectos de luz. La parte más complicada del proceso residía en el rostro, pues centraba el peso dramático.

Katsumi tuvo que felicitar uno por uno a los esteticistas por la labor. Los componentes de Angelous estaban de pie, procurando no rozarse con nada que pudiera estropear la transformación. Los cabellos habían sido trabajados con potentes geles tintados, dándoles el aspecto de una obra esculpida bajo el cincel de un maestro renacentista, y si permanecían completamente inmóviles, sólo los ojos de cada uno sacaba al espectador de la ilusión de estar ante esculturas vivientes.

—Nunca pensé que pudiera quedar tan bien —comentó el manager, girando alrededor de los cinco.

—Pero es de lo más incómodo —rezongó Dave, haciendo arduos esfuerzos por no llevarse las manos a la cara y mitigar el picor.

El atuendo no se limitaba a ellos; los instrumentos también habían sido embellecidos con el mismo sistema, empleándose lacas adecuadas para la superficie.

—¿Y la estrella? —quiso saber Shibuya.

—En el set de al lado —respondió Kôji, sin duda el más impresionante del conjunto de falsas estatuas.

Asintió, emprendiendo camino hacia el lugar indicado. Allá encontró a Takuto, admirando en el espejo que tenía ante sí los resultados. Él también se había convertido en escultura, mas su cuerpo no era plateado, sino marmóreo y blanquecino, cruzado por vetas. Sus oscuros ojos destacaban del resto aunque de poco serviría, pues iban a permanecer cerrados.

—Lo que hay que hacer por amor, ¿eh? —bromeó el manager—. Esperemos que los focos no os den mucho calor, o habrá que cortar entre toma y toma para retoques.

El futbolista sonrió escuetamente a las dos chicas que se habían encargado de él, siguiendo a Katsumi hasta el plató central, lugar en el que el grupo repasaba junto al director los movimientos principales para dar comienzo a la grabación. Kôji asentía y enfatizaba ciertos detalles, pero de pronto su atención pasó de pertenecer al realizador a quedar centrada en él.

Con los labios entreabiertos, sintió que su cuerpo se estremecía, pues era incluso mejor que en la imagen mental que se había recreado.

Takuto ocupó su lugar. Las instrucciones eran simples: debía posicionarse sobre la mayor de las tumbas y adoptar una postura no demasiado forzada, como si dormitara sobre la piedra, y permanecer así; era especialmente importante que no moviera un músculo en los últimos momentos de la canción. Así que dejó laxas y semiflexionadas las rodillas, rodeándolas con los brazos, dejando caer la cabeza sobre la pulida lápida.

—Vamos a comenzar —anunció Brishney—. Que todos ocupen sus puestos.

Chris y Dave se situaron en sus respectivas lápidas, haciendo lo mismo Brett y Liam. Kôji, por su parte, debía quedarse de perfil para que la cámara al terminar de hacer un barrido pudiera hacerle un plano corto. Cada uno se metió en el papel de aquella pequeña historia musical: eran esculturas creadas por los hombres, abandonadas en un cementerio que ya nadie iba a visitar. Pero tanta era la soledad que sentían, que cada vez que la madrugada les arropaba cobraban movilidad. Sin embargo, una de esas estatuas, la más perfecta de todas, nunca salía de su eterno letargo.

La música para el playback fue accionada aunque Kôji, siguiendo sus propios métodos, cantó realmente, y su voz podía escucharse entre los ruidos ajenos de la maquinaria y los producidos por los elementos del escenario.

Hace lunas que te observo,

a cada noche que pasa crece en mí el misterio.

¿Por qué envuelves en silencio la soledad que me apresa?

Nada dices, y nada objetas

mientras me empeño en marcar un destino.

¿Aguardarás a mi lado por toda la eternidad?

Varias cámaras rodaban simultáneamente en distintos tamaños de plano para disponer en el montaje de material en abundancia. A medida que la melodía avanzaba, las figuras se movían primero lentamente, como queriendo restar rigidez a sus cuerpos de roca, tomando los instrumentos y reuniéndose en el centro de aquella recreación, cómo si llevaran a cabo un ritual.

Quiero alejarte del peligro que te rodea.

Quiero que puedas sonreír sin más.

Pero dime, criatura de leyenda,

¿cómo puedo saber si a ello dispuesto estás?

Los enormes ventiladores fueron accionados, volando entre ellos y las lápidas decenas de hojas secas. A pesar de ser una balada, la música era concisa, siguiendo el transcurso de una melodía sutil intensificada por el hacer de la guitarra. Llegó la parte del videoclip en la que el vocalista se acercaba al ser en el que morían sus silenciosos ruegos, mientras los demás permanecían en posición. Sin poder resistirse a los impulsos, sabedor del poco tiempo que le restaba antes de regresar a la estaticidad, la escultura a la que representaba hizo un último esfuerzo por acompañarle.

Allí estaba él, un ángel de mármol, semejante al que viera la noche en que tomaron las fotografías, figura de la que se había prendado al surgir la inevitable comparación.

Y al igual que hizo en aquella ocasión, Kôji permitió que sus piernas se doblaran hasta quedar enterradas en el suelo, recostándose sobre la lápida a pies de la escultura en mármol vivo. Depositó suavemente la cabeza sobre su regazo blanco, quedando su rostro justo ante el objetivo correspondiente con los ojos cerrados, mientras cantaba movido por una fuerza que no podía dominar, la de su corazón.

Izumi había escuchado en varias ocasiones el tema y su estribillo, mas pudo ahora entender exactamente el mensaje que transmitía, dirigido directamente a él. Sintió cómo los dedos del vocalista rozaban trémulamente sus piernas, reafirmando lo que con voz imploraba.

Perdóname por lo que te hice,

y por lo que no haré.

Perdóname por lo que soy,

y por lo que nunca seré.

Revélate y ódiame,

pero no me obligues a alejarme de ti,

pues aunque oscuro pueda ser nuestro infierno,

lo prefiero a toda la luz que haya fuera de él.

Un último alto vocal se prolongaba, fundiéndose paulatinamente con el silencio al igual que la melodía. Fue entonces cuando, a escasos segundos para el final, se produjo un acontecimiento que nadie había previsto al estar fuera de guión. El ayudante de realización hizo un gesto a su superior, preguntándole si quería que cortaran la toma.

El director se negó, fascinado e hipnotizado por lo que su monitor estaba registrando.

Takuto, cuya nobleza le impedía ocultar sus sentimientos cualesquiera que éstos fueran, no pudo evitar que dos sendas lágrimas rodaran por sus mejillas, trazando un surco sin maquillaje, dejando visible el tono natural de su piel.

Lo que para él significaba recordar la angustia de aquella noche en que creyó que le había perdido para siempre, para el encargado del videoclip era un final perfecto. Con aquella declaración no sólo el estado de suspensión quedaba roto, sino que la estatua se desquebrajaba, dejando entrever a la persona que había dentro, la cual sentía con palpable intensidad.

Izumi movió sus manos lentamente olvidándose de la situación, depositándolas sobre los largos cabellos solidificados.

Ni siquiera escuchó cómo con la orden del director se formaba el barullo de los equipos que necesitaban rodar planos detalle y completar algunos que necesitaban depuración. En aquellos momentos sólo le importaba algo: darle su respuesta, nublada su expresión por las capas oleosas que le cubrían.

La culpabilidad que Kôji había arrastrado hasta ese instante quedo disuelta. Aunque Takuto ya se lo hubiera demostrado en incontables ocasiones, aunque le hubiera dicho con lo afianzado de sus vivencias que lo pasado, pasado estaba, ahora ya sabía que no volvería a dejarse llevar por el amargor de los recuerdos, pues lo había hecho…

Él le había dado su perdón.

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—Entrenador, acaban de llegar los resultados desde el centro médico —dijo uno de los asistentes, mientras le tendía un sobre confidencial al técnico del Chelsea.

Adam le dio las gracias mientras sus jugadores disputaban un partidillo de entrenamiento. Leyó con frustración lo que el certificado apuntaba: otro de sus delanteros sufría rotura fibrilar en varios músculos, y el tiempo que debía permanecer de baja quedaba estimado en un mínimo de seis semanas.

El partido que iban a disputar el siguiente miércoles, en apenas cuatro días, era vital para la clasificación a cuartos de final en la Champions League. Se jugaban demasiado en casa ante la Juventus de Turín, no sólo el honor del club y sus aficionados, sino las sumas monetarias que la competición garantizaba a medida que uno se acercaba al codiciado trofeo. Los derechos de retransmisión y las marcas publicitarias ejercían una fuerte presión por tener a sus figuras sobre el terreno, exhibiendo los productos que patrocinaban.

Pero todas estas razones no eran las más importantes para el británico. Era cuestión de principios pasar la eliminatoria y demostrar que con él no había espacio para el mal fútbol. Era hora de apostar por un buen sistema de ataque, uno que dejara desconcertado al adversario y le llevara a subestimarles.

Siguiendo las costumbres ejercidas a lo largo de su larga trayectoria como entrenador profesional, se dirigió a los vestuarios en solitario mientras los suyos concluían la sesión y aguardaban la señal.

Sólo cuando el inglés regresó al césped vestido de calle para abandonar con distinguida pose el terreno de juego, los miembros del primer equipo penetraron con orden al pasillo, para enfrentarse al temido momento de comprobar si figuraban en la lista de convocados para el siguiente encuentro.

Se arremolinaron ante el tablero de corcho, celebrando algunos con indiferencia y otros con estupor la decisión del míster. El más satisfecho de los jugadores permanecía alejado del pelotón con los brazos cruzados, dibujando una media sonrisa llena de perspicacia.

Estaba claro que él saldría desde el principio, por lo que su presencia en el once inicial no era lo que le hacía desear ardientemente que llegara la noche del encuentro, sino el último de los nombres apuntados con grueso marcador negro sobre el papel.

Lo leyó una última vez para sus adentros.

Suplentes:

Gweyths

Dorians

Izumi

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La emisión de Oración en la delegación europea de MTV supuso un boom sin precedentes. Al ser las listas británicas el espejo donde todos los programas musicales del viejo continente se miraban, Internet y el boca a boca hizo el resto del trabajo.

Todos sucumbieron a los sonidos de aquel grupo cuya calidad satisfacía a los más exigentes, tentados de clasificarlos primeramente como "otra banda más de chicos guapos". Era cierto que los integrantes reunían características que hacían las delicias de fans y marketing, pero se habían labrado una reputación a base de directos y estudiadas apariciones.

Mientras las ventas subían como la espuma en Alemania, Francia, Holanda, España y en especial en los países nórdicos, la gente comenzaba a hacerse una pregunta que necesitaba de pronta respuesta. Así que tras veinte minutos de espera, los flashes y focos de las cámaras se conectaron a la par que los reporteros gráficos disputaban por conseguir una buena posición en la multitudinaria rueda de prensa.

Shibuya se asomó desde un lateral del estrado. Una mesa larga con seis asientos y los correspondientes botellines de agua eran la única defensa ante aquella selva de depredadores mediáticos.

—Sed vosotros mismos —les dijo mientras señalaba que era hora de comparecer.

Dave respiró profundamente antes de salir a la sala, seguido por Chris, Liam y Brett, en dicho orden. Kôji, el que mayor interés despertaba en el público y prensa, ocupó su correspondiente lugar flanqueado por el guitarrista y Katsumi.

—Muchas gracias por venir. Les ruego que mantengan el orden programado de preguntas con un límite de un minuto por editorial o cadena. Seguro que podemos conseguir resultados satisfactorios con un poco de colaboración —rogó educadamente el manager de la banda.

La enviada de una popular emisora radiofónica fue la primera en formular su cuestión.

—Se dice que vuestra primera actuación fue en un pub de la ciudad mientras aún tocabais bajo el nombre de Shocking Waves. ¿Es cierto?

Chris decidió contestar.

—Sí. Nosotros pertenecíamos antes a esa formación, tocamos por espacio de algo más de dos años en circuitos independientes, hasta que una noche el que era nuestro vocalista nos falló y Kôji se nos unió.

Le tocó el turno al delegado de MTV.

—Uno de los aspectos que más sorprenden de vuestra música, y que os han hecho ser aclamados por la crítica, es la importancia que le dais al teclado. ¿Cuál es el motivo que os ha llevado a lo contrario que otros muchos grupos de vuestro estilo?

—Con el surgimiento del grunge en los 90's el teclado quedó olvidado como un reducto del pop/rock barroco de la anterior década — expuso Liam metódicamente—. Para nosotros es una parte fundamental en el sonido que queremos transmitir. Si Angelous fuese un corazón, el teclado sería la sangre. Sería inútil bombardear la nada, resultaría vacío y sin contenido, como lo que hacen la mayoría de los tríos punk actuales.

Mientras la entrevista avanzaba, Kôji miraba nervioso el reloj a través de sus gafas de sol. Con discreción le habló a Katsumi al oído.

—Vámonos ya, no quiero llegar tarde.

—Sólo cinco minutos más… —insistió éste, carraspeando para poner final a la media hora de comparecencia—. Se nos agota el tiempo, si alguien quiere realizar una última pregunta, por favor, que proceda.

La encargada de pedir la información que todos deseaban escuchar fue una periodista de Kerrang!, la revista más importante de la escena del rock internacional.

—¿Vais a hacer gira próximamente?

Katsumi sonrió, pues había previsto una contestación precisa a ello.

—Sí. Me complace anunciar que en enero iniciaremos un tour por toda Europa que se prolongará a los Estados Unidos. Está previsto que finalice en Japón a mediados de julio del año que viene.

Aprovechando que su país de procedencia había sido nombrado, otra reportera enviada directamente desde Tokio se presentó en el idioma nipón, para hacer la última pregunta de la noche en el inglés de rigor.

—Kôji, en Japón sigues siendo un ídolo. ¿Temes que tu éxito como solista eclipse al trabajo conjunto del grupo?

Éste se acercó al micrófono, hablando con algo de frialdad.

—¿Sigues tú teniendo las mismas inquietudes que hace tres años?

La mujer, algo desconcertada, negó con la cabeza.

—Pues yo tampoco. Esa etapa está cerrada, ahora aporto mi parte a este conjunto y le doto de voz. Comprendo que los antiguos fans hagan la comparativa, pero espero que cuando escuchen nuestro disco o acudan a nuestros conciertos puedan valorarnos, a los cinco. Y si no son capaces de percibir la energía que surge cuando nos unimos, es que no son dignos de nuestra música.

Shibuya le pellizcó por debajo de la mesa para que tuviera cuidado con sus declaraciones.

—Ha sido todo por hoy. De nuevo muchas gracias por su presencia —concluyó.

Los seis se levantaron, huyendo al formarse un pequeño caos de personas que imploraban por una última declaración alzando grabadoras y micrófonos. Ya con el escándalo algo lejos, Brett posó su mano sobre el hombro del cantante.

—Deséale suerte de nuestra parte. Yo veré el partido ahora en casa de mi padre.

—¡Y yo en el bar! Tengo que presumir —añadió Dave.

Él sonrió para luego buscar a Katsumi, el cual había ido a buscar el abrigo y venía con las llaves de su coche en la mano.

—Cambio de planes, conduzco yo —afirmó Kôji.

—¡Hasta luego chicos, buen trabajo! —se despidió Shibuya, mientras su amigo le arrastraba, literalmente, por el pasillo— ¿Quieres calmarte? El estadio no se va a mover del sitio. ¿Y por qué tienes que llevar tú mi coche?

—Porque me conozco mejor los atajos —respondió, poniendo en marcha el motor.

Katsumi miró hacia los cielos mientras se abrochaba el cinturón de seguridad del copiloto y ponían acelerado camino hacia Stamford Bridge. Las calles colindantes estaban cerradas, abarrotadas de seguidores que no querían perderse un encuentro de categoría europea.

Izumi sólo había conseguido dos entradas gratis, pero en contrapartida le habían cedido un permiso para poder dejar el vehículo en los aparcamientos privados del club. El encargado de seguridad comprobó la autenticidad del documento, permitiéndoles el paso a los anexos cercanos a las oficinas.

Mientras caminaban hacia el acceso más cercano, Shibuya metió la mano en la cazadora, sacando los dos tickets preferentes. Verían el partido cerca del palco presidencial, una situación realmente privilegiada.

—Menudo chollo, estas entradas valen una pasta —comentó.

Kôji no le escuchó. Una vez en sus asientos, permaneció en pie contemplando el asombroso espectáculo del estadio repleto de personas. El profundo color azul del equipo local pintaba las gradas gracias a sus seguidores, siendo rota la armonía por una extensa delegación de aficionados italianos que hacían tanto o más escándalo que los restantes treinta y cinco mil ingleses, portando el blanquinegro de la Juventus.

Los cánticos resonaban, el césped de un vivo tono verde estaba preparado para el inicio del encuentro, y millones de telespectadores se sentaron frente a sus receptores para poder presenciar el partido de la cúspide futbolística mundial. Muchas de las grandes figuras iban a quedar reunidas bajo las formas de la sede del club londinense.

Entre estas miles, dos personas destacaban sobre todas las demás. Aunque en Tokio fuesen las cuatro de la mañana, los hermanos de Takuto habían acampado a sus anchas en el salón, surtiéndose de todo tipo de bebidas con cafeína para soportar la espera. Ni Serika ni Yugo habían sido capaces de conciliar el sueño, prefiriendo esperar toda la madrugada antes de fiarse del despertador.

—¡Ya salen! —comentó él tirando un poco de la manta que compartían, cubriéndose las piernas, pues estaban sentados muy juntos con el cuerpo en tensión.

En ese mismo momento, un rugido atronador se adueñó del estadio cuando los dos equipos salieron al césped.

Hasta Katsumi, cuyo interés por el fútbol estaba exclusivamente ligado a las actuaciones de Izumi, sintió que se le erizaba el vello al escuchar cómo las gargantas allí congregadas recitaban al unísono los nombres de los once jugadores de su equipo, silbando a continuación a los rivales.

Takuto se sentó junto a los otros suplentes y los técnicos. Aquella era una perspectiva a la que no estaba habituado, no había calentado banquillo en toda su vida. Sin embargo, sólo tenía ojos para el terreno. Podía sentir la vibración que manaba del lugar. Cuando se presenciaba un partido retransmitido, uno se acostumbraba a la voz del locutor acompañada de un suave sonido ambiente.

El fútbol en directo no tenía nada que ver. La energía creada entre participantes y afición hacía de narrador, creándose un espectáculo irrepetible.

Dave, desde el bar al que acudía con sus colegas de toda la vida para ver partidos, levantó su jarra al salir en la pantalla de la televisión la infografía con los nombres de los jugadores y su colocación. En una esquina aparecía el de Izumi como reserva.

—¡Cuando juegue me daréis la razón! ¡Es un crack! —gritó por encima del escándalo.

El partido dio inicio con un penetrante pitido de silbato. Durante los cuarenta y cinco minutos de la primera parte hubo faltas, jugadas excepcionales, encontronazos y disputas por hacerse con el esférico. Minutos antes de la parada técnica, los seguidores del Chelsea pudieron celebrar el primer tanto del encuentro obtenido por las botas de McKenzie, el ídolo local, mas la alegría se esfumó al pitarse un penalti en contra nada más iniciarse la segunda mitad.

A los ingleses sólo les servía la victoria, pues un resultado diferente hacía imposible pasar a la siguiente ronda; la presión pronto recayó tanto en futbolistas como en espectadores, los cuales contemplaban impotentes cómo el balón iba quedando poco a poco en dominio de los toscos métodos de la Juve.

Mayers bramó fuera de sí, saliendo hasta el límite de su zona cuando un defensa rival le entró a su segundo delantero. Aunque la falta era digna de tarjeta roja, el árbitro le amonestó con amarilla, dejando a la víctima retorciéndose de dolor. Pararon momentáneamente el encuentro, acudiendo la camilla a recogerle. El médico del club miró la pierna hinchada, siendo tajante en su diagnóstico.

—No puede volver a jugar.

Adam asintió, con la mirada clavada en el infinito, su gesto habitual para cuando tomaba una decisión importante. El partido se reanudó con sólo diez jugadores locales sobre el césped, mas al sentarse el técnico en el banquillo, su voz hizo pública la siguiente acción.

—Izumi, comienza a calentar.

Takuto se puso en pie, despojándose de la parte inferior del chándal. Cuando pisó la banda en la que debía realizar los ejercicios correspondientes, sintió que la electricidad acudía a su cuerpo.

Kôji le observaba desde lo lejos sin decir nada.

—¡Eso es buena señal!—exclamó Shibuya.

Nuevas jugadas de peligro para los ingleses se acontecieron, hasta que por fin, a quince minutos para el temido final y la hipotética prórroga, se pidió que el juego fuera detenido.

El auxiliar de línea tomó su letrero luminoso, indicándose el cambio pertinente. La megafonía hizo lo mismo.

—En sustitución de Wolls, entra con el número siete Izumi.

Serika buscó instintivamente la mano de Yugo cuando vieron el rostro seguro y la mirada felina de su hermano en el televisor. A su derecha, el entrenador le daba la última indicación.

—Demuestra lo que vales, muchacho.

Algunos de los seguidores más entendidos comentaron con agrado que se le diera aquella oportunidad al mejor jugador del filial. Otros criticaron la actuación del entrenador, al depositar en manos de un inexperto la responsabilidad de una posible eliminatoria de la Liga de Campeones, y los demás acogieron con los ánimos posibles la inesperada entrada.

Con otro pitido se reanudó el juego, formándose una lucha despiadada por la posesión del esférico.

Takuto revivió lo que Greg le dijo, y supo que llevaba razón. Aquella sensación, el estar rodeado de los mejores jugadores del mundo sabiéndose a su nivel, el calor de la gente y la propia voluntad de sus piernas…

Era lo que siempre había soñado.

Su cuerpo entero fue sacudido por una descarga de empeño y espíritu vital, brotando de sus ojos la chispa incendiaria que arrasaba cuando tocaba. Aunque no lo dijo con palabras, en su mente un clamor rugió, una declaración abierta de guerra.

Os voy a demostrar que yo… ¡AMO EL FÚTBOL!

Y corrió como si sus pies estuvieran alados, transformándose en un Mercurio mensajero de los dioses que le habían llevado hasta allí para ejercer con el papel para el que había nacido.

Tras varios metros luchando con un centrocampista logró arrebatarle el balón, driblando para zafarse de él. Avanzó, haciendo posesión del mismo hasta pasársela a un compañero varios metros a su derecha. Los espectadores que aún continuaban sentados se levantaron de sus butacas, adoptando la postura que Kôji había mantenido en todo momento.

Su alma volaba con él mientras devoraba los sesenta metros de longitud del área enemiga. Fueron quince minutos mágicos en los que la afición regresó a esos años ya perdidos, en los que se podía disfrutar de fútbol puro, sin pretensiones ni contaminaciones económicas, gracias al hacer de aquel joven asiático. Sus movimientos gráciles fueron coreados por los londinenses y simpatizantes, mientras que la crispación de la advertencia crecía en los mediterráneos.

El tiempo avanzaba despiadado, sólo quedaban tres minutos contando con el añadido por el árbitro. Otro de los mediocampistas robó el balón y se la pasó.

Takuto miró al frente, y sus ojos se cruzaron con los de Greg. La química que entre ambos existía se vio reforzada por fórmulas de creatividad y talento. El japonés evitó que le quitaran la pelota lanzándola a lo alto y saltando sobre su rival, el cual se deslizó por el césped dispuesto a arremeter contra su tibia. Sin dejar que el esférico cayera al suelo, chutó en el aire, recuperándola McKenzie con el pecho.

El dúo revivió la mañana en el hospital, haciendo partícipes a todos los que, atónitos, eran testigos de compenetración innata que surgía cuando compartían un mismo objetivo.

El escocés se acercó al área, volviendo a pasársela a su escudado. A priori era imposible que el número siete lograra escapar del encontronazo, tenía a cuatro defensas rodeándole.

Y, sin embargo, Takuto no estaba dispuesto a perder. Con rapidez retuvo el balón en los pies hasta que a su izquierda vio que tenía un hueco libre, pasándole la pelota por entre las piernas al defensa que más le marcaba, escapando a toda velocidad de la encerrona y teniendo ante sí los segundos determinantes.

Se la pasó a Greg puesto que éste, desde la derecha de la portería, tenía más posibilidades de rematar al apenas estar cercado.

El considerado por muchos como mejor delantero del mundo tanteó con el portero italiano, esquivándole.

Podría haber marcado el tanto con facilidad, endosándose un nuevo gol que poder sumar a su palmarés. Pero no lo hizo, le cedió el honor al verdadero protagonista de la jugada, el que se había llevado el mérito al planear la estrategia y llevarla con exquisita precisión hasta el final.

Takuto voló hasta su izquierda, sólo teniendo que chutar para el balón se estrellara contra las redes.

En Japón sus hermanos se abrazaron pletóricos, despertando tanto a sus padres como a los vecinos por los gritos de celebración.

En los hogares y bares de Londres, coreaban a la que pronto se convertiría en la pareja futbolística por excelencia del fútbol inglés, pero en especial vitoreaban al jugador que les había garantizado la asistencia a los cuartos, revolucionando el partido con su sola presencia.

Y en Stamford, el epicentro del terremoto, Greg le abrazó con fuerza antes de que los demás compañeros formaran una piña sobre ambos, cuando el árbitro dio por finalizado el encuentro. Los hinchas bramaban, los perdedores mostraban su colérico enfado, y las televisiones de medio mundo retransmitieron dos imágenes; la del rostro moreno del héroe de la noche, ebrio de orgullo y satisfacción, y la del popular cantante de rock con el que se le reconocía una relación sentimental, el cual había asistido al encuentro junto a su manager.

Cientos de miles de espectadores pudieron ver de cerca cómo Kôji sostenía la tez elevada hacia lo alto, con los ojos cerrados y los labios curvados en una misteriosa sonrisa. Quizás algunos pensaron que estaba rezando, o que estaba conteniendo la emoción. En realidad, no hacía ninguna de las dos cosas.

Estaba escuchando y respirando a Takuto en el clamor unísono de treinta mil personas.