- Capítulo 19: Navidades egeas -
—No sé qué demonios regalarle a Kôji —resopló Takuto, dejándose caer en el sofá mientras Shibuya veía la tele a escasos centímetros de él.
Afuera estaba lloviendo y era noche cerrada, pese a ser apenas las cinco de la tarde. El invierno londinense era contundente, al igual que el inicio del descanso para los integrantes del Chelsea.
Aprovechando que el mencionado estaba en el piso superior dándose una ducha, Izumi siguió hablando más bien en voz alta.
—Tiene toda la ropa del universo, y bastante ha costado que dejase de comprarse coches como si fueran de juguete, así que mejor no volver a caer. Pensé en un piano, pero apenas vamos a estar en casa a partir de ahora, sería despilfarrar el dinero —suspiró.
Katsumi bajó el volumen de la televisión con el mando a distancia.
—Yo tengo una idea de la que podemos salir beneficiados los tres— expuso con su particular gesto travieso.
—¿Qué idea?
—¿Has hecho alguna vez un crucero?
Takuto se le quedó mirando, como si hubiese vaticinado el fin del mundo.
—¿Qué pretendes, meternos en un barco y perdernos de vista?
—No, hombre —rió—. Mi padre tiene un yate, podría pedirle que me lo prestara. Antes todas las Navidades nos íbamos con mis tíos por la zona del Mediterráneo, incluso en esta época del año hace buen tiempo.
—No sé manejar uno de esos… —inquirió sin estar demasiado convencido.
—Pero yo sí. Además, me apetece tomarme unas mini vacaciones antes del inicio de la gira. ¡Vamos, hay que lanzarse a la aventura de vez en cuando! Ya verás que te sienta de maravilla para afrontar la recta decisiva de la temporada. ¿Cuándo tienes que volver a los entrenamientos?
—El cuatro de enero.
Shibuya se puso en pie.
—¡Perfecto! En unos días lo tendré todo organizado, seguro que no se espera para nada una sorpresa así.
—¿Y Titán?
—Nos lo llevamos. Hay una especie de caseta en la cubierta y podemos sacarle a pasear todos los días.
Segundos después de haber dicho semejante afirmación, el cantante apareció en el salón envuelto en un llamativo albornoz rojo, tratando de desenredarse el cabello con cuidado.
—¿De qué estáis hablando? —quiso saber.
—Oh, nada, nada… que hace un tiempo horrible —se apresuró en disimular el manager ya de camino a sus dependencias.
—Sí, no apetece salir —añadió Izumi apoyando la moción.
Mientras el futbolista respiraba aliviado por no haber sido descubierto, y Kôji acudía a la cocina en busca de algo que beber, Katsumi se dispuso a establecer la primera comunicación telefónica pertinente. Curiosamente, ésta no iba dirigida a su padre.
Sus amigos y socios no repararon en un hecho constatado: que él era todo un experto en el arte de sorprender por partida doble de una sola estacada.
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—¿Y qué se me ha perdido a mí en las islas Griegas? —protestó Kôji, sentado en la mesita del salón mientras los otros dos habitantes le sostenían la mirada.
—¡Anímate, será divertido! Cogemos mañana un avión hacia Atenas y allí nos espera el barco. Conozco un sitio al que no va casi nadie, prácticamente estaremos nosotros solos. Playa, sol con algo de suerte, mar y tranquilidad. Ya lo tengo organizado, hasta he reservado plazas en el primer vuelo de la mañana —insistió Shibuya.
—Para una vez que puedo celebrar mi cumpleaños tranquilamente, me queréis sacar del país —volvió a rezongar.
Izumi se puso en pie, algo contrariado.
—Tal vez Kôji tenga razón… siento que te hayas tomado tantas molestias, Katsumi —se disculpó.
El representante sonrió, cruzándose de piernas y exagerando en dicción y gestos.
—Vaya, menudo problema… a ver qué hago ahora con los polizones…
Antes de que el delantero pudiera preguntarle a qué se refería, se oyeron pasos a su espalda provenientes de la escalera central, acompañados por una voz femenina que era imposible no reconocer.
—¡Hermanito!
Takuto creyó que estaba soñando cuando, al darse la vuelta, se encontró de lleno con Serika y Yugo.
Sin poder articular palabra se abalanzó sobre ellos, abrazándoles como tantas veces había hecho, solo que ya no eran los niños de antaño y sus extremidades no daban abasto para acogerles a la vez.
—¿¡Pero qué hacéis aquí!? ¿¡Cómo habéis llegado!? —consiguió preguntar, emocionado.
Kôji se acercó a ellos; él tampoco sabía nada.
—Esta vez sí que has superado mis expectativas, Shibuya.
Takuto miró a Katsumi, el cual sonrió con alegría.
—Sabía que te haría mucha ilusión. Les llamé hace tres días y aceptaron la propuesta de inmediato. Llevan horas esperando en mi piso para que todo saliera a pedir de boca.
El mayor de los hermanos se deshizo en más sonrisas y gestos de cariño mientras trataba de salir del encantamiento.
—Estás muy guapa, Serika —le dijo Kôji mientras le besaba en la mejilla.
—Gracias —respondió ella.
Izumi la contempló. Se había cortado el pelo por el inicio del cuello, un look que le favorecía y le hacía ganar en madurez. Seguía siendo la chica simpática y llena de vitalidad de siempre, metida de lleno en el inicio de la veintena.
Por su parte, Yugo estaba tan alto que podía mirar directamente a los ojos de su ídolo.
—¡Cómo has crecido! —bromeó, pasándole un brazo sobre los hombros—. Qué ganas tenía de veros. No sé qué decir, Katsumi…
Éste volvió a restarle importancia al asunto.
—Di que tienes que preparar dos maletas, porque mañana a las ocho salimos para Grecia.
—¿Pero no era un farol para encubrir esto? —pregunto el cantante.
—¡Claro que no! ¡Tiembla arena, vamos a por ti!
Yugo y Kôji intercambiaron una discreta mirada a modo de saludo; todavía quedaban muchas asperezas por limar entre ambos.
—¡Tenéis una casa preciosa! —afirmó la única fémina del grupo.
—Venid, que os la enseño —propuso Takuto—. ¿Habéis visto ya a Titán?
El perro acudió a su llamada corriendo desde su espacioso rincón anexo a la cocina, recibiéndoles con entusiasmo.
—¡Qué grande es! —rió el menor, jugando con el cachorro.
—No se puede negar que sean hermanos —comentó Kôji mientras les miraba, con Shibuya a su lado.
Dado que había mucho que hacer, fue en busca de su abrigo.
—Acompáñame a comprar comida china para cenar.
Y mientras los Izumi disfrutaban del sencillo hecho de volver a estar reunidos, el vocalista salió al exterior protegiéndose la garganta con una pomposa bufanda, a la par que hablaba a su representante.
—He de reconocer que te has lucido.
—Me lo apuntaré a mi cuenta —respondió, feliz por el éxito de su plan.
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Tras casi cuatro horas de vuelo, una larga espera por las maletas, trámites burocráticos para que Titán pudiera abandonar la jaula de la bodega del avión y algunos autógrafos firmados, respiraron tranquilos al tomar un taxi de nueve plazas desde el aeropuerto internacional de Atenas rumbo a El Pireo, puerto de la milenaria capital griega.
—Vamos a ver, reparto los pasaportes —dijo Shibuya, el cual no podía evitar hacer de productor ni siquiera en un viaje por placer.
Desde el asiento del copiloto, y tras chapurrear en griego al conductor cual era el destino requerido, fue alzando la documentación para que los correspondientes dueños la guardasen. Una vez distribuida, comentaron los pormenores de aquel desplazamiento que les había hecho recorrer tantos kilómetros a lo largo de la mañana, en especial los recién llegados, puesto que era la primera ocasión en la que salían de Japón.
—Es todo tan distinto… —comentó ella, quitándose el jersey.
Pese a estar a finales de diciembre, una extraña ola de calor invadía tierras helenas, propiciando que la afluencia de turistas fuese notoria.
—Me estoy asando —protestó Kôji, tratando de evitar que el perro se echara sobre él.
—Menos mal que te metí el bañador en el equipaje, si por ti fuera, sólo habríamos traído abrigos… ¡Hey, mirad, el mar! —señaló Takuto por la ventana.
Una exclamación de admiración general brotó de los Izumi. El océano parecía otro desde costas griegas: era de un vivo azul brillante, y miles de pequeños destellos lo convertían en un inmenso espectáculo que invitaba a la evasión.
—Pues esto no ha hecho más que empezar, ya me diréis cuando nos hayamos alejado de la ciudad —afirmó Katsumi, deseoso de ponerse al timón de su viejo compañero de la infancia.
Ya a la entrada del puerto, le indicó al hombre el lugar exacto en el que debía dejarles. Una vez hubieron sacado el arsenal de maletas y pagado la tarifa, los cuatro avanzaron detrás de Shibuya hasta la zona en la que el yate familiar aguardaba, adelantándose éste al grupo para quitar las cerraduras y desplegar la pasarela metálica que conducía al interior.
El barco tenía ya dos décadas, pero estaba en impecables condiciones. Lacrado en blanco y adornado con motivos añiles, su cubierta era amplia y tenía un pequeño trampolín en la zona posterior, para que aquel que lo deseara pudiera nadar en mar abierto. La cabina de control estaba cercada por cristales, y en el interior había espacio para tres camarotes y demás dependencias comunes.
—¡Bienvenidos a Tetis, espero que tengan una buena travesía! — anunció el capitán con orgullo.
—Qué nombre tan raro, ¿no? —preguntó Yugo.
—Así se llamaba la principal divinidad de estos mares. Mi madre era una apasionada de la mitología griega, fue ella la que lo bautizó — agregó sin perder la sonrisa, puesto que no permitiría que nada le aguase la semana de relax, ni siquiera la nostalgia.
Titán se encargó de reconocer cada uno de los recovecos disponibles hasta que le fuera asignado el suyo, mientras que Shibuya comprobó el buen estado de los motores.
—Id colocando vuestras cosas en las habitaciones. Son todas con camas de matrimonio.
Serika y Yugo eligieron la que estaba más cercana a la escalerilla que conectaba el interior con la cubierta. Los camarotes se encontraban separados de la misma por un salón-cocina y un agradable cuarto de baño.
Por su parte, la pareja se decantó por el que estaba contiguo al de los hermanos, justo en el lado izquierdo, dejando por eliminación el de enfrente para Katsumi.
Apenas hubo Takuto depositado su maleta en el suelo, cuando oyó cómo la puerta se cerraba para ser derribado sin piedad contra la cama. Los setenta y seis kilogramos de peso de Kôji, sumados a los suyos propios, rebotaron contra la inestable superficie en la que aterrizaron.
—Un colchón de agua…—le susurró con malicia—. Habrá que estrenarlo.
—¡Lo vas a picar con la hebilla del cinturón!
—Pues me quito el cinto y todo lo que quieras —afirmó, llevándose la mano a las caderas.
Forcejeó para disuadirle de sus evidentes intenciones, acabando los dos envueltos en una pelea donde las cosquillas y los roces con doble sentido hacían de puñetazos.
Kôji logró inmovilizarle bajo su cuerpo, sujetándole de las muñecas. Se clavaron las miradas unos segundos hasta que sus labios se encontraron; le besó, disfrutando de las pequeñas ondulaciones producidas con cada movimiento que daban.
Antes de que pudieran llegar a algo de mayor trascendencia, sintieron que el navío se estaba moviendo, siendo llamados por estrépito desde el exterior.
Decidieron cambiarse de ropa para combatir el calor, acudiendo a la cita en la cubierta minutos después. Se asomaron a la barandilla en donde Serika y Yugo contemplaban el paisaje, aspirando el aroma salado y yodoso de la brisa; poco a poco, El Pireo se fue difuminando en la lejanía.
—¿Adónde vamos, Shibuya? —gritó Kôji para hacerse entender por encima del estruendo de las hélices.
—A Gavdos. Está al sur de Creta, así que haremos noche en Santorini y llegaremos pasado mañana. En una media hora perderemos de vista el continente.
Aprovecharon para terminar de colocarlo todo y acondicionarse. Una vez enfundada en su bikini celeste y un pareo comprado especialmente para aquella ocasión, Serika le llevó un vaso de té helado al navegante.
—Debes tener sed —le dijo, tendiéndoselo.
—Muchas gracias, la verdad es que sí.
Se lo terminó en apenas tres tragos, retomando el timón y los cuadernos en donde estaba establecida la ruta y los grados a tomar.
—¿Quieres aprender? Podrías ser mi almirante —le propuso señalándole los paneles.
—Me encantaría.
Ambos rieron cuando Katsumi le colocó sobre la cabeza la característica gorra blanca y negra que indicaba quién estaba al mando, uniéndose Titán a ellos para olisquear cuantas palancas les rodeaban.
Sin más distracciones que las de alejarse de toda la civilización, pusieron rumbo hacia la que era la isla griega más al sur de todas, prácticamente ante las costas de Libia.
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Todos dormían a bordo menos Shibuya, pues se había pasado la noche al timón con tal de poder llegar cuanto antes a la isla, y pasar el mayor tiempo posible allí. Aunque tuvo la compañía de los demás hasta la madrugada, les instó para que fueran a descansar, siendo la última en marcharse precisamente la primera en recibir la luz de la mañana.
Serika subió sin hacer ruido por las escaleras, dedicando unos segundos a observar el lugar en el que finalmente habían anclado. Era una cala natural, y el contraste entre lo gris de la piedra volcánica y los azules de cielo y mar constituían un paisaje mágico. A la izquierda podía divisarse el único pueblo que existía, y a la derecha una vasta sucesión de playas blancas y más calas desiertas. Santorini le había parecido un lugar bellísimo, pero demasiado bullicioso. Tal y como había prometido el responsable de la tripulación, en Gavdos el único sonido de mayor intensidad que las olas chocando contra la piedra era el de los graznidos de las gaviotas.
Se dirigió con una sonrisa hasta la cabina de mandos, en donde el capitán estaba tendido sobre los asientos con Titán.
—Buenos días, Katsumi —le dijo, entregándole una taza de café bien cargado.
—Hola, Seri —respondió, estirándose—. Gracias, necesito cargar pilas.
Tras acariciar a Titán, se sentó junto a él. Le conocía desde hacía muchos años, y siempre le había tenido en gran estima por haberse preocupado tanto por su hermano. Además, paradójicamente, ambos habían conocido el dolor por los sendos y trágicos episodios familiares vividos, haciendo que entre ellos surgiera un espontáneo vínculo de confianza y sinceridad.
—Esta isla es maravillosa, y eso que aún no he visto nada, pero… tiene algo que no sé describir —comentó ella.
—Es mi enclave favorito de todo el mundo que he visto. Si alguna vez necesitas verdadera tranquilidad, no dudes en venir. Aquí el mayor acontecimiento que se puede producir es que el barco semanal de los víveres llegue al puerto.
Ella asintió, apurando su taza.
—Hablando de víveres, ¿no deberíamos ir a comprar?
En esos mismos instantes, mientras conversaban, Takuto se movía con todo el cuidado posible para no generar nuevos movimientos delatores en el colchón de agua, y despertar a aquel que desnudo dormía a su lado.
Consiguió descender de la altísima cama y vestirse sin que Kôji se enterara, algo que tampoco era demasiado difícil. Se puso unos vaqueros y una camiseta deportiva sin mangas, juzgando por la luz que entraba a través de los ojos de buey que nuevamente debía hacer calor, y subió hasta la superficie al oír voces. Encontró a su hermana y a Shibuya riendo, ensimismados el uno con el otro.
—¡Buenos días! —dijo ella, rodándose para que se sentara también— ¿Qué tal has dormido?
—He soñado que iba a la deriva en una balsa, con eso te lo digo todo —bromeó él, haciendo alusión al lecho.
Katsumi se puso en pie.
—Estábamos haciendo planes, sería buena idea ir al pueblo a comprar, no está lejos de aquí, un kilómetro más o menos.
—Genial, y de paso te damos un paseo —comentó, mirando al perro.
—Voy a cambiarme, enseguida vuelvo —se excusó ella.
Los chicos la esperaron en tierra firme, tras haber fijado la pasarela al suelo con varias rocas de considerable tamaño.
Ambos se quedaron mirando fijamente a Serika cuando hizo aparición. Llevaba un vestido blanco con motivos ondulantes turquesa, siendo agitado por la brisa, acentuando su esbelta figura.
Takuto le tendió la mano para ayudarla a bajar, mientras que con la otra agarraba la correa de Titán, el cual estaba desesperado por explorar territorios desconocidos.
Tan dichoso se sentía el futbolista que no pudo percibir cómo el brillo de la mirada de su amigo, producido por la visión de la joven, era idéntico al de la suya… Sólo que en el caso de Katsumi, dicho brillo no se debía a una simple cuestión de amor fraternal.
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Kôji se incorporó sobre la oscilante superficie. Tras pasarse un buen rato luchando contra la tentación de regresar a la agradable sensación de las sábanas, decidió que era hora de levantarse, pues era evidente que estaba solo en el camarote.
Se miró al espejo. Tenía la melena completamente desordenada y parte del rostro rojo por haberse quemado bajo el sol, en especial la nariz. Salvo esos pequeños detalles, seguía teniendo la misma cara de siempre.
—Un año más viejo, pero yo te veo igual —le dijo a su reflejo.
Buscó por el suelo sus prendas, acabando por combinar algunas con otras que habían sido correctamente dispuestas en el armario. Tras haber adecentado su cabellera, puso rumbo a la cocina buscando una ración doble de cafeína para combatir el mono, dado que Shibuya le había prohibido terminantemente fumar en el barco.
Para su sorpresa, sólo Yugo estaba presente. Resaltaba a primera vista que él también acababa de despertar.
—Hola —le dijo, sin esperar respuesta a cambio.
El chico emitió tímidamente otro "hola" mientras seguía a lo suyo. Estaba sentado a la mesa, comiendo con algo de desgana lo primero que había encontrado en la todavía vacía despensa.
El cantante se sentó en la silla próxima, observándole de reojo. Se parecía bastante a Takuto, aunque su mirada era más clara y la forma de su rostro algo redonda. Él se percató de la atención que acaparaba, poniéndose nervioso.
Desde los inicios, la relación que mantenía con el novio de su hermano era prácticamente nula. Kôji le hacía sentir incómodo. Sin embargo, ya era demasiado mayor como para sentir celos, a sus dieciocho sabía valorar las cosas que realmente tenían importancia, y quizás era momento de levantar el cerco que había labrado concienzudamente para impedir el paso del artista.
Se puso a pensar en alguna estupidez con la que romper el hielo, incrementándose la sensación de agobio que siempre le invadía cuando Kôji fijaba su penetrante mirada en él. Las manos comenzaron a sudarle, haciendo que el vaso que sujetaba resbalase hacia el suelo.
Antes de que se rompiera, el cantante lo atrapó en el aire con la mano derecha, valiéndose de sus trabajados reflejos, a pocos centímetros para que se desintegrara en diminutos y peligrosos pedazos de cristal.
Yugo se quedó estupefacto por la rapidez con la que había reaccionado.
—¿Cómo has hecho eso? —preguntó.
—Si hubieses practicado Aikido de niño, lo harías instintivamente.
Para asombro de Kôji, el pequeño de los Izumi no sólo siguió hablándole, sino que le pidió algo que nunca creyó que fuese a ocurrir.
—¿Me enseñarías algunos movimientos?
Él bebió lo que le quedaba de la caliente y amarga infusión, dejando la taza en el fregadero.
—Claro. Vamos a la cubierta.
Yugo apretó los puños y le siguió, diciéndose que no sólo lo iba a hacer por su hermano y por garantizar un clima cordial en aquellos días, sino para demostrarse a sí mismo que era capaz de afrontar sus propios temores.
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El pueblo costero en donde residía casi toda la población de la isla resultaba pintoresco. Las casas de pequeñas dimensiones, pintadas con cal, formaban laberintos que proporcionaban frescor durante las abundantes horas de sol a lo largo del año. Pese a ser temporada alta, apenas había extranjeros salvo ellos por los alrededores. Era un día señalado para las compras, así que el mercado se encontraba en pleno movimiento, con algo más de doscientas personas anunciando sus productos o adquiriendo los correspondientes.
—¡Podríamos hacerle un pastel! —propuso Serika, señalando las manzanas expuestas en un puesto cercano.
—Vale, pero no de eso. Las odia —respondió Takuto.
Katsumi aprovechó que los dos hermanos se habían asignado la tarea de la compra para llevarse a Titán consigo, y de paso saludar a unos viejos amigos de su padre a los que hacía años que no veía.
Una vez con los últimos ingredientes necesarios en sendas bolsas de papel, ambos se dispusieron a esperarle, recalando la atención de Serika en otra tienda ambulante, en esta ocasión de abalorios. Se acercó para ver el gran surtido que la vendedora ofrecía.
—¿Cuánto cuestan? —preguntó en inglés.
Asintió al considerar el precio un importe racional. Poco después regresó junto a Takuto, mostrándole la adquisición.
—Se los voy a regalar. Son muy de su estilo.
Izumi observó los pendientes que su hermana tenía en la mano. Eran dos pequeñas cruces griegas hechas en plata de ley, con las astas de iguales dimensiones formando un cuadrado imaginario, sin recargamientos.
Él cayó de repente en cierto detalle: con todo el ajetreo del viaje, finalmente no le había comprado nada.
—Sujétame las bolsas un momento, por favor —dijo, para encaminarse al puestillo de joyas artesanales.
La encargada agradeció la afluencia, pensando para sus adentros que aquella mañana había tenido suerte con los turistas. Tras mucho sopesar, dos anillos fueron elegidos. Al igual que las cruces compradas por Serika, eran de plata, sin incrustaciones ni grabados, simplemente una ancha tira de metal pulida a mano. Kôji había vendido las alianzas que antaño portasen para costear los gastos de su rehabilitación, y desde aquel entonces no habían vuelto a llevar.
Esbozó una ligera sonrisa cuando se las metió en el bolsillo. Esperaría a un momento especial para entregársela.
—¿Te ha gustado algo?
—Sí. Ya lo verás —respondió, guiñándole un ojo.
Shibuya no se demoró demasiado, emprendiendo los tres el camino de regreso hacia el barco. Recorrieron a paso lento el sendero de piedras disfrutando de la buena mañana que les amparaba; iban riendo a carcajada limpia cuando Takuto se paró en seco, mirando lo que sucedía en la cubierta del yate.
—¿Qué hacen? ¿Se están peleando? —quiso saber Katsumi, también bastante extrañado.
Allí, Kôji y Yugo intercambiaban una serie de golpes, los que conformaban la coreografía de las posiciones defensivas básicas del arte marcial en cuestión.
—Creo que le está dando clases —respondió el futbolista.
Serika se sintió súbitamente repleta de satisfacción.
—Dejémosles un rato a solas, a ver si congenian de una vez.
La propuesta fue aceptada por unanimidad, escondiéndose entre un montón de rocas cercanas para no perderse detalle del acontecimiento.
Kôji atendía a su improvisado discípulo, tratándole como él siempre quiso que le instruyeran en aquella disciplina: con franqueza y sin obligaciones impuestas.
—Tienes que abrir más el ángulo —le dijo, mientras repetía la posición para que la analizara de cerca.
Se había quitado la camisa, haciendo así posible el que la colocación adecuada de los músculos fuese más fácil de percibir. Mantuvo el equilibrio sobre el pie derecho, inclinando la pelvis hasta dejarla en un plano lo más próximo posible al vertical; desplegó la pierna izquierda hacia arriba, en lo que sería una vigorosa patada de estar dirigida a alguien.
Yugo imitó la posición, ayudándole el cantante fijando con las manos la postura hasta el límite impuesto por su elasticidad.
—Así, mantenla.
Takuto contemplaba la escena, embelesado. Nunca le había visto emplear tácitamente sus conocimientos marciales, y el que estuviera mostrándose tan afable con su hermano pequeño era algo inaudito.
—Ahora trata de bloquearme.
Yugo asintió, adquiriendo posición de defensa con los brazos flexionados ante su torso y rostro. Kôji giró sobre su eje y le lanzó otra patada, haciendo el chico lo pedido, protegiéndose. Esperó para arremeter con su pierna izquierda en el movimiento recién aprendido, logrando acertarle.
—¿Ves? No es tan difícil, cuestión de práctica —comentó Kôji.
Cansados de jugar al escondite con un contrincante imaginario, los restantes viajeros subieron hacia la embarcación.
—La edad no te pesa, ¿eh, vejestorio? —bromeó Shibuya mientras soltaba el enganche de la correa.
—Mira quién habla… —respondió él tras acudir a ayudarles con las bolsas.
Tomó una de las manzanas que finalmente Serika había comprado y se la lanzó a Yugo, el cual la atrapó casi sin darse cuenta. Su mirada se cruzó con la de Kôji, quién le proponía un acuerdo de paz con una sonrisa. El color acudió nuevamente a teñir sus mejillas cuando comprendió que aquel gesto era un mensaje que quedaría entre ambos, como una especie de secreto.
—¿Tú también te has quemado? —le preguntó Serika dándole un codazo a su hermano pequeño, ironizando sobre lo encendido de su rostro.
El chico le sacó la lengua antes de darle el primer mordisco a la fruta.
—¿Os echo una mano? —preguntó.
Ella cerró los ojos e inspiró profundamente aquel olor tan relajante de la brisa marina. Tenía la sensación de que sería un gran día. En todos los sentidos.
- 7 -
Las horas pasaron, y mientras Takuto y Serika se encargaban de cocinar, los demás se relajaban en la parte posterior del navío. Kôji llevaba un buen rato nadando por las inmediaciones aprovechando que la marea estaba alta, a la par que Katsumi ejercía su función esperando la señal.
—Pregúntale a tu hermana si les queda mucho, no sé qué más excusas inventarme para que no salga —le susurró a Yugo.
Mientras éste ponía rumbo al interior, Kôji finalmente subió por las escalerillas para secarse con su toalla.
—Hace un tiempo increíble, nunca había pasado tanto calor aquí en estas fechas —comentó Shibuya.
—Seremos la envidia de Inglaterra con este tono langosta —respondió él, mirándose los antebrazos.
Ni los protectores dérmicos de mayor factor del mercado iban a conseguir evitar que acusara los efectos de tantas horas bajo el sol.
El manager continuó distrayéndole hasta que unas manos morenas le taparon la cara. Obviamente, Kôji reconoció al instante a quién pertenecían.
—Si no veo nada, me la voy a pegar —expuso.
—Venga, levántate. ¡Y no hagas trampas! —le dijo Izumi alegremente, haciéndole caminar a ciegas hasta el extremo opuesto de la cubierta, guiándole para que no tropezara por los escalones que conducían al piso inferior.
Para cuando al fin le quitó la venda táctil, Kôji pudo ver la fiesta que le habían montado. La mesa estaba repleta de platos surgidos de las habilidades culinarias de ambos hermanos, además de estar bien provista de botellas de vino cretense.
—¡A la mesa, que se estropea! —proclamó la cocinera.
Todos obedecieron sin rechistar, disfrutando Takuto de la expresión que el cantante había adoptado. No había dicho nada, pero podía leer en sus gestos que le había calado hondo. Con algo de torpeza descorchó la primera botella, tal y como le había enseñado a hacer.
—Brindemos para que el año que viene todo vaya sobre ruedas —propuso.
—Sí, que se agoten las entradas para la gira —añadió Katsumi, elevando su copa.
—Que el Chelsea sea campeón de liga y de Europa — correspondió Yugo.
—Y que podamos seguir tan unidos como ahora —concluyó Serika.
La comida fue arrasada y acompañada por anécdotas, recuerdos y sobre todo muchas risas. La tarde cayó sin que lo percibieran, y después de haber dado cuenta al pastel se formó un descanso en el que los cinco se recostaron sobre sus sillas, sin poder moverse debido al copioso almuerzo.
—Felicidades. Espero que te gusten —le dijo ella, tendiéndole el pequeño paquete envuelto en papel de seda.
Kôji lo tomó, abriéndolo con cuidado y mirando los pendientes. Los sacó del soporte para ponérselos, apartándose el pelo para lucirlos. El grupo entero opinó que la elección había sido acertada, pues le sentaban muy bien.
Tras eso se tomó unos segundos, tras los cuales rompió su silencio.
—Gracias… ha sido el mejor cumpleaños que he tenido —murmuró.
Durante aquellas horas había recordado fugazmente los pasados. Antes de conocer a Shibuya e Izumi, no lo celebraba; entrenaba en el dôjo como si fuese un día normal y corriente. Cuando comenzó a escapar del control familiar, solía acabar la Nochebuena con más alcohol en el organismo del deseado, tirado en cualquier local de dudosa reputación. Y desde que estaba con Takuto, no había podido tener un veinticuatro de diciembre en paz, puesto que sus hermanastros se habían encargado de amargarle la fecha, consiguiéndolo en cada ocasión a golpe de secuestros, extorsiones y desgracia.
La voz del capitán del barco le sacó de sus cavilaciones.
—¡Pero si la juerga no ha hecho más que empezar! —exclamó Shibuya, dándole un manotazo en el hombro.
—¿No tienes juegos de mesa, Katsumi? – preguntaron.
—Debe haber alguno por aquí —afirmó, abriendo los cajones de las alacenas superiores.
Y mientras los demás recorrían las habitaciones buscando, Takuto no dejaba de mirarle a los ojos, diciéndole con ese particular lenguaje que esta vez nadie podría teñir de rojo aquel día al que restaban todavía muchas horas para acabar.
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Serika y Shibuya conversaban tranquilamente en las hamacas de la cubierta observando las estrellas junto a Yugo, el cual seguía jugando con un incombustible Titán.
—Nos vamos a dar una vuelta.
La chica se volvió al escuchar las palabras de Takuto, sonriendo ampliamente al encontrarse a Kôji y a su hermano, arreglados para la ocasión.
El primero iba con un liviano traje de lino en color hueso y el cabello suelto. Sus gafas de pasta fina y los pendientes de plata eran los únicos adornos que portaba, dándole un aspecto casual y favorecedor.
En cuanto al delantero, había elegido sus habituales vaqueros desgastados y una camiseta negra ceñida de tiros anchos, llevando el pelo todavía húmedo y más largo de lo habitual.
—Pasadlo bien, nos veremos mañana si no coincidimos —se despidió Katsumi.
Ellos descendieron por la rampa, perdiéndose en la penumbra de la noche. La chica dejó de seguirles con la mirada para volver a centrarse en Shibuya; parecía emocionada.
—Me encanta verles así. Después de lo ocurrido creí que les resultaría imposible seguir adelante —suspiró.
—Los dos son fuertes, han luchado mucho por llegar hasta aquí.
Serika sonrió, cubriéndose los hombros con el pareo.
—No lo hubieran conseguido sin ti, Katsumi. Nunca podré agradecerte todo lo que has hecho por mi hermano. Él siempre ha sufrido en silencio, sin dejar que nadie le ayudase, cargando con el peso de los demás sin preocuparse de sí mismo… Ahora que sé que es feliz, supongo que yo también podré llegar a serlo.
Shibuya le escuchaba, como si su voz fuese un oasis en medio de la nada, vital para la supervivencia.
—¿No lo eres ahora?
Se colocó el pelo detrás de las orejas, un tic que repetía cuando tenía que hablar de sí misma. Apoyó ligeramente el peso del cuerpo sobre las rodillas mientras miraba hacia el infinito, soñando despierta.
Al percibir la manera en que él la estaba mirando, Yugo supo que sobraba en aquel barco. Con discreción le ató la correa al perro y se incorporó.
—Iré a pasear a Titán.
Ellos asintieron sin darle mayor relevancia, regresando inmediatamente a la conversación mientras perro y humano se alejaban en la misma dirección tomada por los desertores.
—¿Y bien? —quiso saber, acomodándose en el respaldo de su hamaca.
—Supongo que sí. Terminé los estudios, a mis padres les va estupendamente, a mis hermanos también, tengo un buen trabajo… no puedo quejarme.
—¿Qué planes tienes para el futuro?
—Estoy ahorrando para independizarme y montar mi librería —afirmó de forma segura—. Quiero ser mi propia jefa y tomar el control de mi vida, sin nadie que me diga cómo vivirla. En ese aspecto siempre te he admirado, eres una persona muy independiente.
Katsumi se llevó la mano a la nuca, desmintiéndolo con afabilidad.
—No te creas… Tuve que acostumbrarme, mi padre es un hombre ocupado, así que cuando mi hermana murió decidí que era mejor aprender a organizarme por mi cuenta. El dinero siempre ayuda, pero en el fondo no soporto estar solo, siempre procuro contar con gente a mi alrededor.
—Aunque gente no siempre es sinónimo de personas…
Katsumi se obligó a apartar la mirada de sus ojos pardos, coronados de tupidas pestañas. Hacía mucho tiempo que no sentía una conexión tan estrecha con otro ser. El corazón de Shibuya escalaba en una progresión de palpitaciones, a medida que Serika dejaba de ser la chiquilla desinhibida de antaño para transformarse en la mujer amable, decidida, cariñosa y atractiva que tenía enfrente.
La última frase que había lanzado al aire suponía una observación que él mismo se había planteado en algunas ocasiones.
—Es cierto… la gente llega un día, te rodea, comparte los buenos momentos contigo, pero de la misma forma en la que surgen, desaparecen. Sólo unas pocas personas se quedan pase lo que pase, y siguen a tu lado con los años.
—Y son esas personas las que de verdad merecen la pena —sentenció ella.
La que fuese su mejor amiga le había comentado mucho tiempo atrás que el tal Shibuya le parecía un ligón empedernido, pero ella sabía que esa era la impresión que Katsumi quería dar externamente. Sólo los más allegados le conocían tal y como era, un chaval alegre y responsable, dotado de una gran sensibilidad, siempre dispuesto a remover lo que hiciera falta con tal de prestar su ayuda a aquel que era digno de recibirla.
Desde que hablasen por teléfono para planear el viaje y él fuese a recogerlos al aeropuerto, había surgido entre ellos la enigmática electricidad a la que tantos poetas habían dedicado odas. Tras tres días de convivencia y muchas horas compartidas en el pasado, ambos sentían que la mera amistad que ostentaban se les quedaba corta. La charla bajo los astros iba a continuar, mas no en forma de un mero intercambio de puntos de vista.
Siguieron mirándose a medida que sus rostros se acercaban, movidos por una fuerza gravitatoria a la que no se podía hacer frente. Los párpados se cerraron al ritmo de sus labios, los cuales se fundieron primero con suavidad, entreabriéndose luego para permitir que fuesen adoptando por turnos el papel de explorador y explorado, indagando en la húmeda sutileza del beso que nunca se había pasado por sus mentes.
Katsumi la rodeó con los brazos cuando ella se pegó a su cuerpo. Se olvidó de todos y de todo, invadiéndole una repentina angustia al comprender que jamás había sentido algo tan fuerte por alguien.
Serika se percató del instante de dubitación, sosteniendo su ovalo facial entre las manos. Ella también estaba flotando en un lago de inesperada emotividad.
—Vamos a tu camarote —le susurró al oído.
Él asintió, y juntos bajaron hasta la dependencia en la que se había instalado. Cerró la puerta, volviendo a caer bajo el dictado de más besos que querían salir a la superficie, para calar tan hondo que pasaran a formar parte del otro.
Acabaron tendidos sobre la cama de agua, buscando el calor instintivo de la piel carente de tejidos que la enjaulasen. Con el rostro encendido al saberse sobre sus sensuales formas, Shibuya tuvo que parar al invadirle el miedo escénico.
Había pasado bastante desde que tuviera su primera experiencia sexual, habiendo estado con un número nada despreciable de mujeres, mas aquello era especial. No quería precipitar las cosas, si por dejarse llevar iban a estropear algo que no deseaba que quedase en una simple noche.
—Serika, ¿tú eres…? —preguntó, aún más sonrojado por la vergüenza.
La risa de ella sonó maravillosamente traviesa, procediendo a calmarle.
—No, tranquilo. Me desvirgué con mi ex-novio.
Volvió a tomar su cara entre las manos atrayéndole hasta los labios, diciéndole con sutileza que deseaba continuar hasta que la pasión dijera "basta".
Para ninguno de los dos era la primera vez y, sin embargo, pudieron volver a experimentar la incomparable alquimia de sensaciones que acompañan a la incursión en el milenario privilegio de amar.
- 9 -
El rugido del océano se propagaba por todas partes gracias a las caprichosas formas que la erosión había creado en la piedra. Las playas de arena blanca estaban desiertas, resultando delicioso el tacto frío del suelo.
Kôji y Takuto caminaban cogidos de la mano por la orilla, llevando en las libres las sandalias esclavas con las que habían dejado el barco muy atrás hacía al menos una hora. Pequeñas oleadas de espuma mojaban sus pies mientras hablaban de todos los acontecimientos del día.
—Me lo estoy pasando genial —comentó el vocalista.
—Y yo. Lástima que vaya a acabarse pronto. A partir de ahora entre mis competiciones y vuestro tour, apenas nos vamos a ver —respondió.
Kôji se jactó con orgullo.
—Eso ni lo sueñes. Le he asegurado a Shibuya un cuatro por ciento de mis beneficios si consigue que nuestros conciertos en Europa coincidan con tus partidos de Champions, y los de América con tus vacaciones de verano.
Izumi agitó la cabeza, divertido.
—No sé por qué no me sorprende que le hayas pedido eso.
—Es fácil: no queremos saturarnos con la gira, sólo tocar en las principales ciudades, aquellas en las que tú jugarás.
—¿Y cómo estás tan seguro de que llegaremos hasta la final?
—No lo he dudado en ningún momento.
Finalmente llegaron a una nueva playa de forma semicircular, aderezada por grupos de piedra dispuestas sobre la arena, como si el dios Zeus las hubiera lanzado desde el Olimpo para quedar repartidas a su antojo. Takuto se detuvo, observando el negro horizonte.
—Como no estaba demasiado seguro sobre qué comprarte, voy a darte tu regalo ahora.
Kôji aguardó, sin perder la tenue sonrisa.
—¿Qué es? —quiso saber, intrigado.
—Te concedo tres deseos. Pide lo que quieras, y lo cumpliré.
Él se mordió ligeramente el labio inferior, mirando a su alrededor y encontrando la respuesta justo ante sí.
—Ya tengo mi primer deseo.
Le pasó el brazo artificial por la cintura, apartándole el flequillo con la otra.
—Metámonos en el mar.
Tal y como había prometido, Takuto accedió, indicándole que fueran hasta una enorme roca próxima elevada del terreno. Fueron despojándose de sus ropas, siendo éstas amontonadas sin orden intencionadamente por el futbolista, el cual le quitó las gafas con cuidado.
—Ve entrando tú, enseguida estoy contigo.
Kôji así hizo, dejando que los resquicios oceánicos que acudían a morir en la costa pujaran por acariciar su espigado cuerpo de tritón. Izumi aprovechó la excusa de doblar las prendas para sacar disimuladamente los anillos del bolsillo de su pantalón. Avanzó con pasos sosegados, cerrando los ojos al sentir el abrazo del Egeo.
Siguió introduciéndose hasta quedar junto a él, con las aguas bordeándoles el inicio de las clavículas. La corriente era inapreciable, permitiéndoles permanecer en pie sin más preocupación que la de cubrirse, paladeando el gusto salado impreso en sus pieles.
—Mi segundo deseo es que me enseñes de una vez lo que estás escondiendo.
Takuto sonrió; era difícil mantener el puño cerrado sin delatarse. Sacó la mano sospechosa del agua, y poco a poco fue abriéndola, destacando el destello plateado de las alianzas.
Kôji sintió que no podía albergar más felicidad cuando Izumi le tomó nuevamente de la mano, y procedió a colocar en su dedo la correspondiente sortija.
El autor del regalo quería que la llevase en su propio cuerpo, no en la prótesis. Le traía sin cuidado que portar un anillo en el anular derecho tuviera el significado universal de estar ligado a alguien, y los rumores que generaría. Lo único que le importaba era lo que entrañara para los dos.
Asimismo le entregó su alianza, extendiendo el dedo para que se la pusiera.
Él la deslizó hasta que estuvo perfectamente encajada, entrelazando las manos de ambos ya vestidas con el símbolo, y besando con devoción la ajena. Su pecho ardía por él, su sangre bullía por él, todo su ser le pertenecía.
Haciendo esfuerzos por no echarse a llorar, Kôji le dijo que iba a formular su tercera y última petición.
—¿Qué es lo que quieres? —quiso saber Takuto con un hilo de voz.
—No podría desear otra cosa… —proclamó, desviviéndose en la declaración.
Las aguas enmudecieron, y el universo entero dejó de girar para que ellos pudieran recordar aquella noche lo que les restara de vida.
—Hazme el amor —susurró—. Házmelo como aquella noche de hace un año, cuando salí de prisión e iniciamos esta aventura. Quiero sentirte, quiero que seas mío, y ser sólo tuyo.
Izumi observó cómo su boca perfecta se fruncía a medida que de ella nacía la orden. Le aferró contra sí, percibiendo cada centímetro que le conformaba, y el ardor conjunto en medio del frío donde se entregaban al juego de los amantes.
Le besó, instándole a que no se soltara a medida que retornaban a la orilla, saliendo del mar griego para tenderse sobre Kôji en la superficie de la arena.
Se entregó sin reservas a él, dando cuanto podía ofrecerle. Volcándose en su envoltorio físico, arrancándole cuantos suspiros pudo encontrar entre los latidos de su corazón, sin permitir que el característico rubor que acudía a su rostro cada vez que él emprendía en el diálogo del sexo le supusiera traba alguna.
No levantó de sus impactantes ojos los suyos mientras le recorría entero, primero con las yemas de sus dedos, luego con la voluptuosidad de sus labios, sin dejar espacio alguno que reconocer. El torso ahora enrojecido de su otra mitad se convulsionaba a medida que el placer crecía. Izumi atendía a su dureza con un último objetivo, conseguir aquello que le facilitase la intromisión.
Vertió el líquido blanquecino una vez lo tuvo en la boca, ayudándose del mismo para prepararle. Kôji elevaba el mentón hacia el firmamento mientras no cesaba de acariciar sus oscuros cabellos, ansiándole, implorando por tenerle en su interior.
Su ángel de bronce le hizo separar ligeramente las piernas para establecerse entre ellas, pactando la más sencilla de las posturas. Le penetró sin prisas, con movimientos seguros pero lentos, siguiendo el ritmo de las olas que se sumaban al acto y les refrescaban, haciéndose un único ser con él. Y es que Takuto era en el amor, al igual que en el resto de sus facetas, como el mar: inmenso, infinito, fuente de vida y de tempestad, imprevisible, capaz de devastar con su poder, pero también de procurar serenidad en forma de oleajes de pureza.
Dicho océano se sintió celoso por no ser el único espectador de aquel sello. Oculto tras otro grupo de rocas no demasiado lejano, Yugo, fascinado y contrariado a partes iguales, no podía quitarle la mirada de encima a su hermano, presenciando sin que le vieran cómo éste yacía sobre Kôji, escenificando un ritual inventado milenios atrás en aquellas tierras.
Titán le lamió la cara, consiguiendo sacarle de su ensimismamiento. Con un nudo estrangulándole la garganta y cayendo presa de las dudas, le tapó el morro al animal, deseando que no emitiera sonido alguno que les delatase.
Y mientras emprendía a marchas forzadas el regreso al navío sintiéndose culpable por lo que había hecho, Takuto temblaba al alcanzar las cimas del éxtasis aferrado a su cuerpo.
Kôji le abrazó con fuerza, enterrando el rostro en su hombro y las uñas en su espalda. Había implorado en muchas ocasiones que el Apocalipsis se cerniera sobre ellos para poder morir a su lado, y tenerle consigo toda la eternidad. Sin embargo, nunca lo había hecho con tanta intensidad como en ese momento.
Sus lágrimas resbalaron saladas, pasando a formar parte del mar… pasando a formar parte de él.
- 10 -
La luz del sol anunció la llegada oficial de la Navidad a territorios ortodoxos, entrando sin piedad por los cristales de las ventanas esféricas. Dado que no podía seguir durmiendo con tanta claridad, Kôji bostezó y se levantó de la cama, tras apenas haber estado en la misma un par de horas.
Abrió varios cajones, miró en el armario y hasta en las maletas, peno no dio con lo que le urgía.
—¿Qué buscas? —preguntó Takuto desde el colchón, con la necesidad de recuperar algo de sueño.
—¿No has traído espuma de afeitar? —respondió él, rascándose la barbilla.
—Pensé que la habías cogido tú.
El cantante suspiró, encontrando sus pantalones en el suelo. Era obvio que no lo había hecho.
—Voy a ver si Shibuya tiene.
Antes de salir del camarote, le dio el primer beso del día, tapándole con la sábana a continuación. Cerró la puerta, y tras recorrer de una zancada la distancia que separaba su habitación de la de enfrente, entró a esta última sin ningún protocolo. Estaba demasiado acostumbrado a campar a sus anchas en los territorios del manager como para tener dicha precaución.
—Oye, ¿tienes espuma de af…?
Se quedó pálido, como si hubiera visto un fantasma.
Lamentablemente, no había tenido una experiencia sobrenatural, sino una demasiado realista. En la cama que tenía ante sus narices, Serika y Katsumi se encontraban en actitud cariñosa y sin nada que les cubriera, sobresaltándose y procediendo ella a taparse los pechos.
Aunque no llevaba las lentes puestas, le bastó con lo que su vista pudo registrar. El vocalista no dijo nada, abandonando la dependencia empapado en sudor frío, con la misma rapidez con la que había entrado.
Su representante consiguió vestirse a la velocidad de la luz, dando con él en un rincón apartado de la cubierta.
—Espera, no saques conclusiones erróneas.
Kôji se llevó las manos a la cabeza, gritándole.
—¿Es que se te ha ido la olla? ¿Cómo has podido? ¿No sabes que para Takuto su hermana es sagrada?
Se apoyó en la barandilla, alucinando en colores.
—Te va a descuartizar… —dijo como un autómata, sin acabar de digerirlo.
Katsumi se armó de valor, hablándole en tono confidente y sincero. Más que nunca, necesitaba compartirlo con él.
—La he encontrado.
—¿A quién has encontrado? ¿A la estupidez? —volvió a inquirir de malos modos.
—A la persona a la que estoy destinado,el alma gemela de la que me hablaste cuando me ingresaron en el hospital.
Shibuya se sentía relajado y completo. Se acercó más a su amigo, mirándole a los ojos.
—La he tenido delante todos estos años, y no me había dado cuenta.
Tuvo que diluir el repentino enfado al ver aquella llama brotar de sus pupilas. Podía reconocer ese fuego, porque él mismo lo tenía.
—La quiero, Kôji. La quiero de verdad.
Él se colocó los largos cabellos, resoplando mientras ponía en orden su cabeza.
—Supongo que quieres que os respalde con mi silencio hasta que podáis decírselo.
—Sí. Has dado justo en el clavo —respondió.
Serika se unió a la reunión clandestina. Al quedar junto a Katsumi buscó su mano, asiéndola.
—Tal vez era mejor que lo supieras antes —le dijo a su antiguo ídolo.
Novato en el papel de carabina, a Kôji no le quedó otro remedio que darles su bendición.
—Al menos tened un poco más de tacto, o se llevará un disgusto.
La chica bajó ligeramente la mirada por lo embarazoso de la situación en la que le había visto. Respiró profundamente, formulándole una última pregunta.
—¿Te parece mal?
Kôji respondió en el acto. Aunque le impactase por conocerles a ambos desde hacía mucho, nunca dudaría en repetir lo mismo cuantas veces hiciera falta.
—Al amor no se le puede poner barreras.
Tras ello, se dispuso a regresar entre los brazos de Izumi, allí donde no volvería a llevarse más sorpresas de infarto.
—¡Por cierto! Sí que tengo espuma, en el cuarto de baño —comentó Katsumi, haciendo uso de su mítico sentido del oportunismo.
El cantante hizo un gesto con la mano, dando a entender que ya le daba igual la barba de tres días, y que no pensaba volver a salir al exterior hasta que el huracán hubiese amainado.
La nueva pareja pudo sonreír algo más tranquila, aunque el peor de los trámites estaba aún por llegar.
- 11 -
Takuto buscaba a su hermano por todas partes para decirle que la comida ya estaba lista. No le había distinguido por los alrededores, pero al vislumbrar unas huellas en la playa contigua las siguió hasta dar con él en una cala. Estaba lanzando pequeños trozos de roca al océano, con el semblante demasiado largo.
—Al fin te encuentro. Vamos, que el almuerzo está preparado.
—No tengo hambre —respondió sin mirarle.
Supo que algo le ocurría. Izumi adoraba a sus hermanos, pero siempre había tenido una relación especial con Yugo, al ser éste prácticamente un bebé cuando sus padres murieron. Le conocía a la perfección, y no se marcharía de allí hasta no haber encontrado una respuesta a esa expresión atormentada.
—Ven aquí —le dijo, sentándose en el suelo con las piernas colgando en el vacío.
El chico no le hizo caso primeramente, pero acabo por ceder. Si no lo hablaba con alguien estallaría, y Takuto era el único en quien sabía que podía confiar. Apreciaba al señor Huriochi, pero si tenía que señalar a alguien que realmente fuera como un padre para él, ahí estaba la figura del delantero del Chelsea.
—¿Qué te pasa? Estás muy raro.
Tomó otra piedra, lanzándola lejos y consiguiendo que ésta se hundiese tras dejar un cerco de espuma blanca.
—¿Tú cuándo supiste que querías a Kôji?
Al mayor le sorprendió un poco la cuestión, pero respondió con naturalidad.
—Al principio yo pensaba que estaba loco, que no era normal que estuviera empeñado en tener algo conmigo cuando los dos éramos hombres. Pero acabé por darme cuenta de que lo que decía era verdad.
Esbozó una pequeña sonrisa por lo vivido la madrugada anterior.
—No sé en qué momento concreto ocurrió, pero al final supe que no podría estar con otra persona que no fuera él.
Yugo se esforzaba por combatir las punzadas que le recorrían el pecho. La presión que se había auto impuesto le asfixiaba, sin poder compartirla con nadie.
—Anoche os vi en la playa —musitó.
Takuto intuyó que la conversación iba a tornarse algo más seria de lo que había creído.
—¿Te molesta que me acueste con él? —quiso saber.
Su hermano se apresuró a negar con la cabeza. Por primera vez en la charla le miró a los ojos. Tenía la mirada vidriada y el rostro encendido.
—No, no es eso, es que yo…
El futbolista atendía, comprensivo, deseando poder ayudarle en lo que estuviera en su mano. Cuando al fin Yugo se confesó, se sintió orgulloso de él por haber tenido el valor de decírselo.
—Creo que me gusta un compañero de mi equipo.
—¿Y no se lo has dicho todavía?
Los ojos rasgados del chico se abrieron como platos.
—¡Claro que no! ¿Y si me acaba odiando? Si me dejase de hablar no lo soportaría.
Takuto cogió una piedra del suelo como le había visto hacer antes, lanzándola tan lejos que no pudieron apreciar cómo desaparecía en las entrañas azules.
—El no ya lo tienes desde un principio, ahora tienes que luchar por conseguir un sí. Además, si él no puede ver que lo que sientes es auténtico, no vale la pena.
Tuvo la sensación de haber envejecido varios años de golpe al estar dándole a su hermano un consejo tan personal.
—No dejes que nadie te juzgue por lo que diga tu corazón. Yo traté de negarme lo que sentía durante demasiado tiempo, y lo pasé mal. Que les den a los demás, ¿quién tiene derecho a decidir por ti a quién debes querer, y a quién no? La vida sería demasiado injusta si nos tuviésemos que regir por imposiciones de ese tipo.
En lo que respectaba a Yugo, éste pudo sustraer parte del peso que había arrastrado a lo largo del pasado curso, y lo que llevaba del presente.
—Siento haberte preocupado.
—Anda, no digas tonterías —le dijo con una sonrisa, mientras le tendía la mano para ayudarle a levantarse—. Prométeme que a partir de ahora me contarás cualquier problema que tengas, no es bueno guardárselo.
—Vale —respondió.
Takuto emprendió a su lado el camino de vuelta hacia el yate, sin saber que esa no sería la última sorpresa familiar que iba a llevarse en tan corto espacio de tiempo.
- 12 -
Como si lo hubieran confabulado por medio del lenguaje de signos, Kôji y Yugo se escaquearon a la hora de fregar y colocar los platos, dejando a los tres restantes al cargo por motivos obvios. A esas alturas del día, Takuto era el único que no se había percatado de la nueva historia de amor nacida en la remota isla.
—Pásame el paño, por favor —le pidió a Shibuya.
Éste se lo acercó, para después mirarla a ella discretamente mientras guardaba las cacerolas. Ambos se dijeron que no podían seguir retrasándolo.
—Taku… Serika y yo queríamos decirte algo.
—Claro, adelante.
Su hermana fue la encargada de hacérselo saber.
—Nos hemos enamorado.
Totalmente en shock por la revelación, Izumi depositó sobre la encimera de mármol lo que estaba manejando, dándose la vuelta para encararles.
—¿Estáis… juntos?
Ambos afirmaron con la cabeza.
—Ha sido muy repentino, pero estamos completamente seguros — siguió ella, viendo en el rostro del delantero la típica expresión paternal que éste adoptaba cuando le había presentado a los pocos chicos con los que había salido.
—Sólo queríamos saber si estabas de acuerdo —agregó Katsumi, cortado.
Desde las escaleras centrales, los dos miembros del grupo que no estaban presentes agudizaban el oído para no perderse detalle del culebrón.
—Mentiría si dijera que no me he quedado de piedra, pero… ¿cómo no voy a estar de acuerdo? —expuso— ¡Parece mentira que penséis algo así de mí! Te conozco desde hace un montón, Shibuya, prefiero que seas tú el que está con ella en lugar de un cualquiera.
Serika se abalanzó sobre él, estrujándole.
—¡Estaba segura de que te alegrarías! —exclamó—. ¿Pero cómo es eso de un cualquiera? ¡Ya soy mayorcita para elegir por mí misma!
—Bueno, bueno, que no se rompa la armonía… —pidió el representante, con una gota de sudor recorriéndole la sien— Es que Kôji creía que me ibas a matar.
—Ah, ¿qué Kôji lo sabe ya?
Éste se asomó por las escaleras cabeza abajo, como si fuera un murciélago con el cabello desparramado.
—Eres un capullo, teníamos un acuerdo de silencio —dijo, amenazando a Katsumi.
Ya que no había nada más que ocultar, Yugo entró en acción, volviendo a sacar las copas.
—Deberíamos brindar otra vez, y celebrarlo disfrutando de esta última noche que nos queda antes de volver al mundo real —afirmó.
—Sí, tienes razón… —suspiró Izumi—. Pues nada, espero que os vaya bien, pero hay algo que no me cuadra. ¿Cómo lo vais a hacer, viviendo cada uno en un extremo opuesto del planeta?
Los recién estrenados novios se sonrieron.
—No voy a regresar a Tokio, me quedo en Londres —dijo ella.
—Yo necesito un ayudante para organizar la gira, y como Seri conoce tan bien los entresijos del espectáculo, será perfecta. Cuando hayamos acabado nos iremos a Nueva York para poder terminar mis estudios, y que ella monte su negocio —añadió con entusiasmo.
—Bienvenida al equipo de Angelous, señorita productora —expuso Kôji con elegancia mientras le tendía una copa de champagne.
Takuto terminó de asimilarlo con humor. Lo cierto es que hacían muy buena pareja, tenían una personalidad bastante similar y muchos puntos comunes de referencia en el pasado.
—¿Quieres quedarte en Inglaterra tú , y terminar el bachillerato allí? —le preguntó a Yugo.
Él se bebió su copa, guiñándole un ojo.
—No. Tengo asuntos pendientes que cerrar en Japón.
Aún faltaban varios días para que llegara el año nuevo y, sin embargo, uno de los mensajes de prosperidad pedidos la jornada anterior ya se había cumplido. Efectivamente, iban a entrar en los siguientes doce meses más unidos que nunca.
- 13 -
Retomar el curso en un instituto nipón no resultaba sencillo. La educación secundaria era mucho más dura en los países asiáticos que en los occidentales, y normalmente aquel que la terminaba con buenas notas tenía garantizado el hacerse con un título universitario si se esforzaba mínimamente.
Estaba lloviendo como de costumbre, mas no era impedimento para que el equipo de baloncesto disputara su partido de entrenamiento semanal. Aquella tarde le tocaba a él limpiar el sudor de la cancha y recoger los balones, así que los demás jugadores se habían marchado.
Yugo entró en los vestuarios para darse una ducha y marcharse a casa. Para su sorpresa, no estaba solo en el pasillo formado por los bancos de madera donde se cambiaban de ropa. Akira, su mejor amigo, llevaba un buen rato esperándole.
Recordó las palabras de su hermano, y la energía que de él brotaba por el simple hecho de amar y ser amado sin nada que se lo impidiese.
Decidido, caminó hasta acabar enfrente de él, apresándolo contra las taquillas. Se miraron intensamente, cortando el sonido de sus respiraciones el silencio inquietante que reinaba por las instalaciones deportivas.
Cuando hubo unido los labios a los suyos, y el otro pívot le correspondió sin permitir que el beso se rompiera, supo que ya había dejado atrás una etapa, y que podía iniciar sin miedo otra nueva.
Una en la que pudiera mostrarse tal y como era. Una en la que no sintiera temor por expresar sus sentimientos, pues su espíritu se llenaría poco a poco de fuerza para volar todo lo lejos que siempre había anhelado.
- 14 -
Había transcurrido una semana desde el final de las vacaciones de invierno para la totalidad de la plantilla del Chelsea. El siguiente partido sería contra otro equipo de la primera división que pujaba por alzarse con la liga, y el plantel se encontraba en plenas facultades.
Izumi dejó su bolsa de deporte en el espacio que le correspondía, saludando a sus compañeros. Se cambió los zapatos por sus botas naranjas y negras, siendo el último en salir hacia el campo. En la puerta, Mayers aguardaba.
—Buenos días, entrenador —le dijo, dispuesto a iniciar el trote de calentamiento.
—Me temo que hoy no vas a poder unirte a los demás — respondió fríamente éste.
El delantero le miró, extrañado.
—¿Por qué? ¿Qué pasa?
—Dímelo tú mismo —contestó, tendiéndole un documento.
Lo cogió, desplegándolo para poder leer.
—Explícame por qué me has traicionado así después de toda la confianza que he depositado en ti.
A Takuto se le vino el mundo encima cuando comprobó que aquel certificado contenía los resultados del control antidopping realizado días atrás.
Su moral no se desplomó por ser acusado de haber dado positivo, puesto que estaba completamente seguro de su inocencia, sino por el nombre que figuraba como responsable del laboratorio clínico adjunto.
