- Capítulo 20: Ojo por ojo -
Greg se paseaba de un lado al otro del vestuario con los brazos cruzados. A su derecha, Takuto permanecía inmóvil sentado en el banco, con la mirada clavada en los amplios azulejos del suelo. Estaba muy dolido, pero sobre todo inmensamente enfadado.
—¿Estás completamente seguro de tu inocencia? —le preguntó el escocés.
Éste se había convertido no sólo en su complemento ideal en el campo de juego, sino en su íntimo dentro de la plantilla, motivado especialmente por el que compartiesen habitación cuando el equipo se trasladaba fuera de casa.
Izumi se puso en pie, mirándole con crudeza a la cara.
—Prefiero volver a estar atado a una silla de ruedas antes que manchar el nombre de este deporte.
El otro delantero pudo ver cómo su respiración se agitaba y sus ojos lanzaban chispas a cada segundo que transcurría. Daba igual lo que aquellos labios expresaran, McKenzie supo que dichos ojos no mentían.
—Yo nunca me doparía. Va en contra de mis principios, y tú lo sabes.
—Confío en ti, Taku, pero es tu palabra contra lo que dice ese papel y el médico del club.
Suspiró con abatimiento.
—Es un asunto grave, chico. Podrían caerte cuatro meses de sanción, no podrías ni disputar los entrenamientos, y eso en el club significa firmar tu sentencia de muerte. Sería imposible que vuelvas a recobrar la posición que ostentas ahora.
El japonés trató de tranquilizarse, bajando el tono de la voz con expresión entre triste y cansada.
—Tengo motivos para creer que me la están jugando desde dentro.
—¿Por qué? —quiso saber, poniéndole una mano sobre el hombro para consolarle.
Antes de continuar, Izumi se aseguro de la ausencia de más personas por los alrededores.
—Conozco al Doctor Hina, estuve bajo su cuidado durante unos meses en los Estados Unidos cuando no podía andar. Me trató estupendamente, pero… Kôji me contó hace tiempo que él le afirmó que yo había muerto cuando intenté suicidarme.
Takuto bajó la mirada unos instantes ante el gesto incrédulo de su amigo.
—Es una larga historia, ya te la contaré. Son demasiadas casualidades, y a estas alturas de mi vida, te puedo asegurar que ya no creo en el azar.
Greg apretó los puños, indignado.
—Quédate aquí y llama a tu representante. Voy a hablar con Adam.
—No quiero que te metas en problemas por mí, ya lo solucionaré de alguna forma.
Él fue tajante, regalándole una sonrisa poco antes de desaparecer por la puerta exterior.
—Aquel que atenta contra un compañero, atenta contra mí. Llámame iluso, pero sigo creyendo en la justicia.
Ya una vez a solas, Izumi buscó el móvil entre sus pertenencias. En menos de cuarenta y ocho horas se disputaba el siguiente encuentro de liga contra el Manchester United en terreno de éstos últimos, y se negaba a perdérselo.
- 2 -
Katsumi esbozó una sonrisa mientras se acomodaba en la butaca para exponer su defensa en aquel juicio innecesario. Llevaban cerca de cincuenta minutos reunidos con el mandatario del equipo y el entrenador en el despacho presidencial. Takuto aguardaba sentado a su izquierda, esperando al momento idóneo para coger el turno de palabra.
—Con los debidos respetos, señor presidente, estoy licenciado en Medicina a falta de un último curso de especialización. Sé de lo que hablo, esa sustancia puede detectarse en la orina hasta tres semanas después de la administración intravenosa. Por supuesto que no dudo de la calidad de su personal, pero todos somos humanos, ha de tratarse de un error.
—¿Y qué propone al respecto? —arremetió el directivo.
El joven manager cruzó las piernas, depositando sus manos entrelazadas sobre la rodilla, tratando de mostrar una actitud positiva.
—No sólo el futuro de mi cliente está en juego, sino su intachable currículum. Que se lleve la muestra a un laboratorio externo y se extraiga una nueva, dejemos que el contra análisis hable por sí mismo. De ser culpable por dopping, el anabolizante debe seguir en su cuerpo.
Mayers miró nervioso el reloj.
—¿En cuánto tiempo tendríamos los resultados? —quiso saber.
—No es un proceso complicado. Si los trámites se hacen correctamente, quizás mañana a primera hora de la tarde —informó Shibuya.
El responsable de la plantilla del primer equipo miró a su jugador.
—Te mantendré en el once inicial hasta que no se demuestre que no lo mereces.
Y tras ello abandonó la sala, regresando a la preparación del importantísimo derby.
—Informaré al departamento para que te atiendan lo antes posible. Por el bien de todos, espero que esté usted en lo cierto —afirmó a modo de clausura el presidente, refiriéndose primero al integrante del equipo, y luego al intermediador.
—Gracias por su comprensión.
Ambos salieron hacia los pasillos, emitiendo Katsumi un profundo suspiro al cerrar la puerta a sus espaldas. Hasta los inmensos y solitarios pasillos ahora le parecían acogedores.
Miró a Takuto con afabilidad. Nada más recibir su llamada había salido corriendo a Stamford, dejando a Serika inmersa en un caótico montón de papeles, llamadas pendientes, faxes y confirmaciones, puesto que organizar una gira a nivel europeo era de todo menos sencillo.
—Vete, ya no puedes hacer más aquí —le dijo el futbolista.
—Puedo acompañarte hasta que te hagan la extracción.
—No. Estáis de trabajo hasta arriba, y esta farsa ha llegado demasiado lejos —respondió, haciendo crujir los nudillos de sus manos.
Shibuya volvió a suspirar a la par que buscaba las llaves del coche.
—No dudes en llamarme de nuevo si surge cualquier cosa. ¡Y avísame en cuanto sepas algo! —gritó ya a lo lejos.
Izumi asintió, despidiéndole con un gesto de la cabeza poco antes de poner rumbo al otro lado del complejo deportivo.
Estaba harto de no poder ser el dueño y señor de su carrera, de estar sometido a manipulaciones externas y ser fruto de la envidia de unos pocos, cuya única motivación era tantear todas las vías con tal de impedirles conciliar un sueño tranquilo.
Y mientras apretaba el paso, se dijo que él también tenía armas que desenfundar en aquella guerra. Si querían combate, lo tendrían, puesto que ni la mejor defensa podría cercar a su ataque.
Nada ni nadie volvería a quitarle el fútbol. Y si lo hacían, su furia sería terrible.
- 3 -
En la Terminal 1 del aeropuerto internacional de Heathrow, los paneles luminosos indicaron que el vuelo con destino Manchester iba a retrasarse por espacio de una hora. Los jugadores del Chelsea se dispersaron en pequeños grupos por los establecimientos cercanos, con tal de matar el tiempo muerto.
Takuto acudió con sus compañeros a una tienda de revistas, buscando alguna que le resultase interesante. Los otros clientes les miraron con curiosidad; siempre era agradable ver congregados en el mismo lugar a cuatro hombres de atractivo aspecto físico, enfundados en trajes italianos de chaqueta y corbata.
Tras elegir, se acercó a la caja para abonarla mientras la llamada que estaba realizando era recibida.
—Soy yo. Acaban de llegar los resultados, son negativos —dijo, mientras sonreía a la chica que atendía.
En casa no se mostró demasiado entusiasmo ante la noticia, puesto que no se había dudado en ningún momento de la evidencia.
—¿Te han pedido disculpas? —quiso saber.
—Me lo ha comunicado el portavoz del club, y el entrenador me ha dicho que lamenta el incidente, pero que era su obligación ser estricto ante cualquier alarma.
—¿Y qué hay de las responsabilidades?
—Kôji, mira que eres testarudo… Le habrán dado un toque de atención, ¡yo que sé! Me da igual, no quiero saber nada más de él.
Takuto se cercioró del gesto divertido de la dependienta, la cual estaba más que habituada a atender a personajes célebres; el que la relación de ambos fuese conocida en medio mundo, y escuchar de sus labios el nombre del cantante en plena conversación telefónica resultaba de lo más singular.
Alzó la mano para que le dieran el cambio, saliendo de allí lo antes posible para evitar que sus temas privados no fuesen pasto del cotilleo general.
—El avión se ha retrasado, estaremos aquí tirados un buen rato — prosiguió—. ¿Y tú, sigues solo?
—Sí. Shibuya me mandó un mensaje antes, se queda con Serika a pasar la noche en el hotel donde darán la rueda de prensa. Dicen que están demasiado liados y que prefieren ahorrarse disgustos de última hora, así que me pondré a ver alguna película y me iré a la cama.
Los demás jugadores salieron cargados de periódicos, chicles sin azúcar y demás munición de dudosa utilidad.
—Pues juega un rato con Titán aunque sea en el jardín, ¡y no le des de beber, que te conozco! —le sermoneó regresando junto al grupo.
—Que sí… —rezongó—. ¿A qué hora será el partido?
—A las siete y media. Ponlo a grabar, creo que se emite en la BBC.
Un nuevo anuncio por megafonía informó del cambio de puerta de embarque, situada justo en la otra punta de la Terminal.
—Tengo que colgar. Regreso el domingo a primera hora.
—Suerte, que tengas un buen viaje.
Kôji desconectó el móvil y lo dejó sobre la mesa del salón, mirándolo en silencio por espacio de unos minutos. Odiaba mentirle, pero justamente esa noche era necesario hacerlo. Se miró en el espejo del recibidor, revisando que su atuendo era perfecto.
Iba vestido de riguroso negro, con un abrigo larguísimo de cuero. Llevaba el pelo firmemente recogido en una cola baja, gafas de sol pese a ser de noche y sendos guantes, también negros, protegiendo sus manos.
Titán le olisqueó las piernas, a lo que respondió dándole unas palmaditas en la cabeza.
—Ahora no, cuando llegue.
El perro bajó el rabo, resignado, y se marchó a su rincón en el patio mientras su dueño salía a la calle.
Sólo llevaba consigo dinero, un instrumental disimulado entre las gruesas capas de piel natural de su vestimenta y las llaves de la casa. Había dejado en el dormitorio las del coche, el móvil e incluso su documentación.
Allí a donde iba no los iba a necesitar.
- 4 -
—¿Puedo pedirte un favor?
—Claro, Hirose. Dime, ¿de qué se trata?
—Necesito que te hagas cargo de mi tío Soji. Quiero que intentes convencerle para que se implante una de tus prótesis. Cayó en una fuerte depresión tras la muerte de mi padre y no ha mejorado, tal vez así recupere las ganas de vivir.
—Estaré en Tokio unos días la semana que viene. Iré a verle.
Desde sus orígenes, el hombre fue egoísta por naturaleza, pero se vio obligado a convivir con otros y renunciar a ciertas libertades para asegurarse la supervivencia. Hasta en las sociedades más arcaicas las normas y leyes resultaban indispensables para regular el orden y paliar el caos, estableciendo qué era lo correcto, cómo conseguirlo, cuándo y a través de quién.
Pero incluso en las comunidades modernas, formadas por millones de personas, estructuradas al milímetro en los países desarrollados, se podían romper transgresoramente dichos códigos escritos. El verdadero significado del poder económico implicaba comprar la libertad.
Lo que en otros tiempos se hubiese denominado privilegios, hoy en día era conocido como corrupción. Pese a ello, eran conceptos idénticos.
Londres no era la excepción. Los bajos fondos daban cobijo a toda una horda de magnates, ministros, aristócratas venidos a menos y altos ejecutivos, que compraban con fajos de libras esterlinas y dólares americanos su porción de desenfreno. Formaban pequeñas sociedades de las que nadie hablaba, y en las que las respectivas identidades no eran incumbencia de los demás. Todo estaba permitido siempre que se respetasen las tres reglas:
No desenmascarar a quien acudía a las congregaciones.
No hablar a nadie al respecto si no era candidato para entrar en el círculo.
Nunca desvelar la ubicación.
El enclave elegido aquella semana era un destartalado almacén de los puertos de la capital; situado en medio de una zona industrial frecuentada por prostitutas y camellos, nadie sospecharía que algunas de las principales figuras de la alta sociedad británica apostaban en el interior auténticas fortunas a partidas de cartas, o se abandonaban al placer orgiástico en conmemoración de los antepasados romanos, a los que la ciudad debía el nombre de Londinium.
Para los integrantes del club no era difícil llegar; la red de taxistas constituía el vehículo perfecto para complementar el camuflaje. Los conductores hacían correr la voz entre el gremio y callaban como tumbas; si un cliente subía y le mostraba un buen fajo de billetes sin mediar palabra, le llevaba hasta el destino correspondiente. Tras el término del trayecto, el trabajador se marchaba de allí con una más que generosa propina, borrando de su memoria los últimos veinte minutos.
Kôji conocía el mecanismo, era el mismo en todas las megalópolis. Así era en su ciudad natal, así era en Nueva York, y así resultó ser en Londres. Durante su corta fuga en América había asistido, junto a su casual protector y la legión de la que se hacía acompañar, a una de esas reuniones exclusivas donde el despilfarro no sólo estaba permitido, sino que era obligatorio.
Un tipo de más de dos metros de alto y otros dos casi de ancho le echó una mirada rápida desde la puerta, dejándole pasar a continuación. El encargado de seguridad comprobó que las ropas del recién llegado eran carísimas, evidenciando que por su posición social no era un impostor y tenía derecho a unirse a la bacanal.
Cuando el japonés entró, una nube de espeso humo conformado por cigarrillos y puros le golpeo en la cara. Todo estaba tenuemente iluminado; chicas de escaso vestuario se encargaban de entretener y satisfacer, buscando presas a las que desplumar en los cuartos anexos preparados para la ocasión, y al fondo se divisaba una enorme mesa en donde se disputaba una partida de póker.
Hina le reconoció al instante, mas no se inmutó, centrándose en la baraja. Tras varias horas de reunión con los jefes de la sección médica del Chelsea necesitaba distracción, y dado que el juego era la droga más adictiva de todas, no se había planteado desengancharse, ni siquiera en su nueva residencia británica. Estaba en racha, y si sus gestos seguían siendo igual de indescifrables para los demás jugadores, con la escalera real que poseía volvería a ganar las fichas acumuladas en el centro.
—Me temo que la suerte me acompaña esta noche, caballeros… —dijo, desplegando la mano sobre la superficie.
Todos emitieron un gruñido al comprobar que habían perdido otra vez. Y mientras nuevas apuestas iban organizándose, el médico se levantó, zanjando su participación al menos por un par de turnos.
—Es curioso, pero no se me hace extraño verte por aquí —le dijo, una vez estuvo a su lado en la barra.
Kôji le respondió tras dar el primer sorbo a su vaso de whiskey.
—Tú me enseñaste dónde quedaban estos garitos.
Tooru volvió a analizar aquellas facciones que tanto le fascinaban, y que tanto detestaba. El más joven de los Nanjo poseía rasgos que le hacían diferente al resto del linaje y, sin embargo, conservaba su esencia: la misma piel blanquecina, las formas afiladas del óvalo, las cejas finas y firmes, la mirada brillante, penetrante, más propia de un emperador que de un mero plebeyo.
Eran las pruebas de su pertenencia a unos lazos en los que el propio Hina estaba más metido de lo que el artista posiblemente creía.
Cuánto le recordaba Kôji a la figura de su tío. Aaunque apenas tuviera referencias al respecto, el cantante no sólo compartía la cuasi similitud de nombre con el hermano de su padre, sino una misma predisposición, un sacrificio físico hecho por proteger aquello que más quería.
Kôji se había mutilado el brazo izquierdo para poder velar a Izumi. Y Soji lo había perdido por asegurar que su hermano mayor heredaría el puesto de patriarca y maestro en las artes marciales de la familia, sin posibilidad alguna de hacerle sombra.
Ambos, en todo caso, habían preferido sufrir dolor antes de procurarlo a la persona estimada. Y los dos habían recibido tratamiento del mismo médico, siéndoles colocados sendos brazos artificiales.
Los tormentosos recuerdos asaltaron a Hina, apoderándose de él las imágenes y frases grabadas en su memoria, ignorando por unos segundos lo que le rodeaba.
—Permite que te lo implante. Podrás hacer vida normal tras una rehabilitación.
—Agradezco tu preocupación, pero no has de sentir pesar. Es un símbolo, no un impedimento o una invalidez. Es la muestra de lo que soy, un desheredado de mi familia que pese a ello, sigue ostentando su nombre… el peso de ser un Nanjo.
Finalmente, lo consiguió. Devolvió al escultural cuerpo la extremidad perdida, y tras ello fue testigo de cómo la escasa luz propia que a Soji todavía le quedaba se fue extinguiendo, hasta dejar tras de sí un agujero negro, un hueco inerte y vacío que absorbía cuanto estaba a su alrededor, incluyendo el desencanto de sus familiares y su corazón.
Yo sólo quería darte una esperanza, una oportunidad de volver a empezar. De olvidar, de dejarlos atrás…
Lo que yo quería… era serlo todo para ti.
La voz del cantante le sacó del trance.
—¿Cuánto te ha pagado?
Hina dibujó una de sus agradables sonrisas.
Le odiaba por ser un Nanjo. Odiaba a Hirose por ser un Nanjo. Les odiaba a los dos por pertenecer a la estirpe que había enterrado a Soji, sin posibilidad de volver a emerger.
Y se había propuesto eliminarles. Ellos se encargaron de borrar a Akihito del mapa, ahorrándole trabajo; manteniendo un falso interés hacia el mayor de los hermanastros se escudaba para la maniobra final. Mas aunque ahora estaba de nuevo a solas con otro de sus objetivos, Tooru se sintió cansado.
Cincuenta años de encadenar historias y despropósitos, maquinaciones y rencores, así como una prolífica carrera profesional que había comenzado a declinar, le pesaban.
—No comprendo a qué te refieres —contestó.
Kôji se acabó el vaso de un trago, mirándole de cerca.
—Seré impetuoso, pero no estúpido. Sé que confabulas con mi hermano.
Él rió, terminándose igualmente su copa.
—Supongo que no ha debido ser demasiado difícil sacar esa conclusión.
—Podría acabar con tu carrera médica si demuestro que formas parte de un complot.
Love le quitó las gafas de sol con dulzura, como si fuera un niño.
—Tengo muchos más contactos que tú en esos ámbitos, Kôji. Mi trayectoria me avala, esta vez ha sido un mero error humano al plasmar sobre papel los resultados. Quién sabe, quizás en el próximo análisis la muestra contenga realmente una sustancia dopante. Soy un mago para el camuflaje, deberías saberlo. Es una lástima que perdieses el implante que te hice, era una obra de arte.
—Puede que no haya un próximo análisis.
—¿Por qué dices eso? ¿Vas a retirarme la licencia? —comentó, divertido.
—Todos tenemos un precio, estoy seguro que tú también. Hirose podrá untarte con su dinero, pero yo puedo ofrecerte algo que él no.
—Adelante, siempre estoy abierto a nuevas prerrogativas.
El vocalista le indicó que fuesen a un lugar más privado, poniendo camino hacia una de las habitaciones reservadas para, exactamente, encuentros íntimos.
Hina entró a la estancia contigua. Tenía la puerta blindada, algunos espejos en las paredes y techos, y una amplia butaca en el centro. Se giró para volver a hablarle, pero antes de siquiera poder reaccionar, Kôji le empujó por los hombros, cayendo con violencia sobre el asiento.
Se echó de nuevo a reír cuando aquel chico al que sacaba prácticamente treinta años se sentó sobre sus caderas, en una lasciva postura que no daba lugar a interpretaciones más sobrias.
—¿Se puede saber qué estás haciendo?
—Vamos Hina… —respondió, empleando todas sus dotes para la seducción—. ¿Acaso crees que no me di cuenta de la forma en que me mirabas cuando llegué con Izumi a tu consulta? ¿O cómo trataste de entrarme cuando me metiste en tu círculo?
Le rozó el cuello con los labios para depositar su boca a ras del oído, y susurrarle más veneno en forma de palabras.
—Sé que me deseas, pero no has tenido el valor suficiente para hacerlo. Dime, ¿qué te resultará más provechoso? Hirose puede darte parte de su fortuna, pero no podrá conseguirte una noche conmigo.
—¿Vas a venderte como una ramera para que no vuelva a molestar a tu futbolista?
—Olvídate de Izumi, es Hirose quien me obsesiona. Traiciónale, que yo me encargaré de protegerte de sus garras. Quiero que ese cabrón se ahogue en la miseria.
Hina sintió deseos de quitarse aquel hermoso cuerpo de encima. ¿Cómo podía ser tan egocéntrico y altivo para pensar que a quien deseaba era a él?
En vistas a que no respondía, el vocalista hizo uso de su último recurso, mirándole a los ojos con aún más lascivia.
—¿O tal vez es mi hermano el que te la pone dura? Dicen que físicamente nos parecemos bastante. No puedo conseguirte un polvo con él ahora mismo, pero… debes ser una persona muy imaginativa, dejaré que me llames Hirose por unas horas.
Y volvió a besarle el cuello, abriéndole los botones de la chaqueta.
Hina miró hacia el techo, inmóvil, dejándose hacer. Su camisa fue retirada, dejando su menuda fisonomía a la vista. Y mientras Kôji se arrodillaba en el suelo encargándose de liberar y despertar al ente que aún dormía entre sus piernas, pensó en él.
Dedicó sus pensamientos a lo que le habían invitado hacer: imaginar. Engañarse a sí mismo, y decirse que aquél que le procuraba tanto placer con sus labios expertos era otra persona, pero no el mencionado Hirose.
El médico sabía lo que el muchacho tramaba, pero no iba a impedírselo. Estaba solo, había fracasado, y nunca conseguiría lo que anhelaba.
Le miró fugazmente mientras recibía la felación, recreando en aquellos rasgos el rostro ya marchito de Soji, sintiéndole en espíritu como tantas veces deseó en secreto, amparado en el desconocimiento de todos. En su ambigüedad, en sus contradicciones.
Si tan sólo hubiese tenido el valor suficiente…
Hazlo, chico… lucha por aquél al que amas. Haz lo que yo no pude.
Kôji trabajaba con fría precisión. No veía, no oía, no percibía su olor. Tan sólo ejercía aquella práctica con destreza para terminar cuanto antes.
Tras varios minutos de efectivo vaivén de su boca, sintió cómo aquel miembro se hinchaba y palpitaba, señal inequívoca de que el orgasmo estaba cerca. No se equivocó, permaneciendo como estaba sin retirarse, recibiéndolo de lleno en el paladar y tragándoselo.
Lo hizo por una sencilla razón: los instantes que seguían al clímax, eran aquellos en los que cualquier hombre bajaba por completo la guardia.
Con una rapidez fruto de su herencia genética y la preparación en la doctrina marcial, se abalanzó sobre Hina, tapándole los labios con su mano artificial para que no gritara, extrayendo con la derecha lo que había ocultado durante la velada en la gabardina. Los ojos del médico contemplaron una enorme jeringuilla repleta de adrenalina, sustancia que el cantante poseía con receta legal dado que, entre los posibles efectos secundarios de la soldadura de su prótesis, estaba la arritmia.
Le clavó la aguja directamente en el corazón, inyectándole el líquido. Una descarga con dicho órgano en estado de shock provocaba que se recuperase el pulso de forma violenta, aunque rápida.
Sin embargo, una descarga en un corazón de funcionamiento normal desembocaba en una taquicardia letal.
Retiró la jeringa con precisión, recostándose sobre sus hombros tras haberle cubierto el torso con la chaqueta y así evitar mancharse de sangre. Mientras Hina se debatía en un insoportable dolor antes de perder el conocimiento, Kôji le susurró unas últimas frases.
—Nunca debiste mezclarte con nosotros, estamos malditos. Te juro que te perseguiré hasta los confines del mundo con tal de eliminarte si te vas de la lengua… si es que sobrevives a esto, claro.
Se incorporó, ajustándose el atado del cabello, estirándose la ropa y poniéndose las gafas de sol. Al salir a la sala principal se dirigió a los demás jugadores, hablando sin ápice alguno de emoción.
—A ese hombre le está dando un infarto —anunció.
Nadie mostró interés. Las importantes figuras sociales allí presentes pensaron que aquel joven era un gigoló de lujo, cuyo cliente no había soportado los pormenores de un servicio excelentemente realizado. Para cuando los de seguridad pudieron percatarse de la realidad, Kôji ya se encontraba a varias manzanas de distancia.
Caminó a paso sosegado por las mugrientas calles, encontrando un callejón sin salida de estrechas paredes.
Se apoyó en una de las mismas e, incapaz de contener las náuseas por más tiempo, vomitó bruscamente hasta que no tuvo nada más en el estómago que expiar.
Mareado, miró a su derecha al escuchar un ruido, distinguiendo la figura de un viejo vagabundo que se calentaba las manos en una hoguera prendida dentro de un bidón. Se acercó hasta él, sacando la ensangrentada jeringuilla del bolsillo y lanzándola al fuego junto con los guantes.
Tras ello le tendió al hombre un billete de los grandes.
—Cómprese algo caliente para comer, abuelo.
El indigente se guardó el obsequio con gratitud. Le daba igual la identidad de aquel chico, o lo que había arrojado a su chimenea. El plástico del arma del delito burbujeó al derretirse, los guantes se convirtieron en ceniza y la aguja quedó cubierta por capas y capas de residuos en aquel rincón olvidado, sin que nadie conociera jamás su auténtico uso.
Kôji anduvo un kilómetro hasta tomar otro taxi y pedir que le llevara de regreso a casa. Mientras atravesaba en el transporte público la zona, a lo lejos el cuerpo inerte de Hina era lanzado sin cuidado a la carretera desde un lujoso coche de importación.
Había roto la gran regla, poniendo en peligro la existencia de la comunidad, puesto que si se descubría que se había producido un asesinato en el seno, todo se desmoronaría como un castillo de naipes.
Abandonado en medio de una calle donde el índice de delincuencia resultaba altísimo, la policía no se haría demasiadas preguntas a la hora de buscar a un culpable.
El auténtico autor del crimen no desvió su mirada de la alianza que portaba en la mano derecha durante el tiempo que duró el desplazamiento. Cuando Hirose recibiera la noticia, percibiría asimismo el mensaje encubierto: iba a contraatacar cada uno de sus movimientos, demostrando que él también podía llegar lo lejos que hiciera falta, pues por Takuto estaba dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de asegurar que nadie más volvería a dañarle.
Lo que fuera.
- 5 -
Serika suspiró mientras Katsumi le masajeaba los hombros para relajarla.
—¿Estás segura de querer hacerlo? —le dijo.
—Por supuesto. Tengo que vencer al miedo escénico —replicó, besándole en los labios poco antes de salir dispuesta a comerse a la nube de periodistas congregados.
Tomó el documento en las manos, y con paso decidido salió a lo alto del estrado, teniendo a sus pies al enjambre ávido por conocer el esperado anuncio que iba a producirse.
—Buenos días, y muchísimas gracias por acudir con tanta puntualidad a la cita —comenzó a decir a través del micrófono en un inglés fino y sin acento.
Desde la derecha del escenario, Shibuya la miraba, embelesado y orgulloso. Se habían pasado las últimas tres semanas puliendo fechas y, por fin, iban a hacerse públicas pese a no estar cerrados del todo muchos acuerdos.
—Tengo el placer de comunicarles la relación de conciertos que Angelous realizarán a lo largo del presente año. Se les entregará una copia a la salida de la rueda de prensa, y estarán disponibles en la página web del grupo en la próxima media hora.
Tras tomar un sorbo de agua mineral, comenzó la exposición.
7 y 8 de febrero: Londres, Inglaterra
18 de febrero: Munich, Alemania
21 de febrero: Berlín, Alemania
22 de febrero: Frankfurt, Alemania
27 de febrero: Armsterdam, Holanda
28 de febrero: Bruselas, Bélgica
7 de marzo: Roma, Italia
8 de marzo: Milán, Italia
11 de marzo: Turín, Italia
20 de marzo: Oslo, Noruega
22 de marzo: Helsinki, Finlandia
2 de abril: Barcelona, España
5 de abril: Lisboa, Portugal
8 de abril: Lyon, Francia
11 de abril: Zürich, Suiza
14 y 15 de mayo: París, Francia
—Las fechas de la gira por los Estados Unidos aún están pendientes de cierre, pero se baraja el mes de junio, y entre las ciudades escogidas se encuentran Nueva Cork, Boston, y Los Angeles. Asimismo, comunico que la gira concluirá el 8 de julio en Tokio, Japón. Y ahora, si tienen alguna pregunta, les ruego lo indiquen y les atenderé por orden.
Las manos fueron levantadas, formulando la primera periodista su duda.
—Se observan ciertos periodos de inactividad. ¿Se debe a que faltan algunas fechas por decidir?
—No. Combinaremos la gira con la promoción y algunos días de descanso.
La corresponsal alemana hizo empleo de su turno.
—¿Serán conciertos en salas?
—No, actuarán en estadios. Pronto se informará de las ubicaciones concretas, así como de los puntos de venta de las entradas. Por el momento puedo confirmar que los conciertos de Londres serán en el Wembley Arena, y los tickets saldrán el próximo lunes.
Un pequeño rumor se propagó entre el sector local. Tras otras muchas preguntas similares, un avispado locutor de la prensa del corazón quiso saber un dato.
—¿A qué se debe la coincidencia en ciudades de cinco conciertos con los encuentros estipulados para la fase final de la Champions League de fútbol? Si comparamos los datos proporcionados, el grupo tocará en Alemania, Holanda, Italia, España y Francia siempre un día antes que dichos partidos.
Serika correspondió con picardía.
—Me temo que se debe a caprichos de la casualidad.
—¿Pero no es cierto que…?
—Lo siento, se nos acaba el tiempo. De nuevo gracias por la cobertura, les mantendremos al tanto de cualquier novedad.
Antes de suscitar más intriga acerca de la intencionada coincidencia, la co-productora regresó triunfante de su estreno, siendo recibida por una pequeña ovación de aplausos por parte del resto del equipo.
Organizar una gira de tanto nivel implicaba tener un ejército de profesionales. A una semana del inicio del tour, Shibuya ya contaba con un total de ciento cincuenta personas fijas, más otros tantos trabajadores locales que se unirían al montaje del escenario en cada concierto.
El diseño de la estructura, composición de luces y sonido, vestuario, los desplazamientos y otros tantos asuntos conllevaban horas de trabajo que muchas veces no quedaban compensadas por el precio de una entrada.
La achuchó, presumiendo de novia ante los solteros restantes.
—¡Continuemos, lo peor está por llegar! —gritó para insuflar ánimos.
Ella atendió una llamada en su teléfono mientras le sonreía a modo de despedida. Tenía que entrevistarse con los del equipo artístico para ultimar cómo sería el escenario; estarían muy atareados hasta la noche, momento en el que se tomarían un merecido descanso para ver por televisión el partido.
Ya de camino al improvisado cuartel general que habían montado en el hotel, supo que había hecho bien al encauzar su vida por un camino distinto, y que se sentía satisfecha consigo misma por tomar al fin las riendas de sus andaduras.
- 6 -
Era bien entrada la noche cuando al fin encendieron la televisión, y pusieron el vídeo a grabar una vez se hubieron congregado en el sofá.
—Estoy reventado… —bostezó Katsumi mientras Serika se tendía y apoyaba la cabeza en su regazo.
—Yo también… no quiero volver a escuchar un móvil en lo que reste de día.
Aunque pensaron en mudarse los dos juntos a otro lugar cuando regresaron de las vacaciones, Takuto había insistido para que se quedaran con ellos hasta que finalizara la gira y el viento cambiara de dirección.
—¡Kôji, ya empieza! —gritaron.
Éste se sentó en la parte libre seguido de Titán, con el que se había pasado un buen rato correteando de un lado a otro del jardín, compensando así la falta de atención de la noche anterior. El locutor de la emisión comenzó la retransmisión tras el silbido inicial del árbitro, y los colores rojizos de los United se mezclaron con el azul del Chelsea.
El primer plano del número siete del equipo londinense arrancó un suspiro de admiración por parte de la única mujer presente.
—Pero qué bien le sienta la competición a mi hermano — proclamó.
El perro se colocó junto a la pantalla, cómo si también quisiera animar desde la lejanía a su dueño, y los minutos de la emocionante primera parte transcurrieron. Para pesar de los productores, el teléfono privado de Katsumi volvió a sonar.
—No lo cojas… —pidió ella, queriendo poder disfrutar de esos momentos de tranquilidad.
—Es mi padre —afirmó él, reconociendo el número de la pantalla —. ¿Sí? ¡Hola, papá! No, claro que podemos hablar.
Cuando la conversación se tornó demasiado seria, Shibuya se marchó a la cocina con la consecuente preocupación de su pareja. El encuentro ya estaba en los quince minutos de descanso para cuando regresó.
—¿Qué pasa, cariño?
—No os lo vais a creer. Me ha contado mi padre que han llamado hace unas horas del Chelsea a sus oficinas en América. Querían saber si el doctor Hina había dejado algún tipo de documento allá.
—¿Y eso para qué? —volvió a preguntar Serika.
—Han encontrado su cuerpo en los puertos esta mañana. La policía cree que por la zona en la que apareció debe tratarse de algún ajuste de cuentas, pero no se podrá saber a ciencia cierta —explicó Katsumi, conmocionado—. En efecto, había un escrito entre los archivos que dejó, por el que declaraba su deseo de no ser sometido a autopsia cuando falleciera… creo que en uno o dos días repatriarán su cadáver.
—Qué horror… —musitó ella.
El vocalista no se inmutó, poniéndose en pie para ir a la terraza a fumarse un cigarro. Era algo con lo que contaba: un hombre de tanto renombre médico como Hina no podía darse el lujo de ver cómo su reputación intachable desaparecía por un análisis post mortem, el cual revelaría el continuo abuso de sustancias no deseables.
Fue un gesto que no pasó desapercibido para su manager. Por todos los años que había compartido con Kôji, éste supo que él estaba detrás del suceso.
Shibuya regresó junto a Serika y, por primera vez en su vida, quiso creer que Kôji, hubiese lo que hubiese hecho, había sido prudente.
Lo cierto era que no sentía tristeza, miedo o resentimiento. Aquella muerte en el fondo no le afectaba, al contrario, llegaba a aliviarle. Y eso era algo que le asustaba.
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Todo estaba preparado para la inauguración de la gira mundial de Angelous. Cientos de fans llegados habían hecho cola durante horas, abarrotando hasta el último metro cuadrado del pabellón anexo al ya derruido estadio de Wembley.
Faltaban apenas diez minutos para que el espectáculo comenzase, y podía respirarse el sano nerviosismo en el backstage. Los técnicos solucionaban problemas inesperados, las últimas pruebas de sonido culminaban, y los afortunados que poseían un pase de "acceso a todas las áreas" no se perdían lo que acontecía por doquier.
Izumi observaba junto a Serika y Matt, su antiguo compañero en el equipo amateur y gran fan de la banda, cómo éstos pasaban por los últimos retoques de maquillaje. Siguiendo con la línea estética de sus inicios, iban vestidos en tonos sombríos; hasta Kôji había pedido que le oscurecieran el cabello dejando largas mechas en su color natural. Llevaba puesto su inseparable anillo y las cruces que le habían regalado en tierras helenas.
—Qué pasada, tengo los pelos de punta —comentó el inglés, asomándose de reojo al escenario para ver la masa que aclamaba el nombre del grupo.
Shibuya hizo aparición con un walkie talkie, hablando por el mismo.
—Apagad las luces centrales, vamos a empezar.
El estruendo histérico del público hizo que las estructuras del escenario vibrasen, y los músicos se situaron en la escalera que conducía a lo alto para la inminente salida.
—A por todas, chicos —les animó Katsumi.
Ellos formaron un círculo, juntaron las manos en el centro y emitieron un grito de guerra. Uno a uno, Dave, Chris, Liam y Brett ocuparon sus puestos, comenzando a tocar los acordes introductorios del tema con el que quedaba estrenada la noche.
La atmósfera ensordecedora se preparó para recibir al único integrante del conjunto que todavía no estaba sobre la tarima. Kôji cogió al vuelo el micrófono que su representante le lanzó, tomando el rostro de Takuto y besándole con devoción como si no tuviese a veinte mil personas ahí afuera esperándole.
Izumi sostuvo su mano hasta que acudió al encuentro de los seguidores; el pecho le dio un vuelco al sentir la electricidad del ambiente cuando el cantante hizo aparición. No era como en Japón: Londres respiraba música, Londres llevaba música por las venas.
Y aquello era rock en su estado puro.
Sin previo aviso, Kôji improvisó el texto que se convertiría en el arranque de los conciertos que la banda ofrecería de ahora en adelante; un saludo, una advertencia, o más bien una invitación a mezclarse con ellos en una sola entidad.
—Somos mártires melódicos. Sufrimos para ser recordados y regocijaros. Tocamos para que nos crucifiquéis y nos beatifiquéis. Existimos para evadir la gris realidad… os cantamos para que nos permitáis soñar.
Y a golpe de guitarra la canción comenzó, fundiéndose la voz principal con la de las otras tantas gargantas que le coreaban, dando lo mejor de sí por aquel proyecto, por sus compañeros, por el esfuerzo que todos habían hecho para hacer posible aquel evento y los venideros…
Y para que él pudiera oírle cantar, pleno por saberse el único destinatario de sus versos, rimas y audacia.
Serika contempló emocionada el gesto ausente de Takuto mientras éste no se perdía detalle del concierto. Conocía sus canciones, su forma de interpretar y transformarse cuando se ponía frente a una audiencia.
Kôji nunca dejaría de asombrarle a cada faceta nueva que le dejaba descubrir. Izumi supo con certeza algo que no se había parado a sopesar en los más de siete años que llevaban juntos.
Ahora no le quedaba la mínima duda al respecto: ese hombre al que pertenecía, y el cual le pertenecía… era un genio
