- Capítulo 21: Travelling band -
Hirose rellenó el formulario, entregándoselo a continuación al funcionario de rigor. Al no serle reconocidos familiares consanguíneos o políticos a Tooru Hina, había aceptado la citación, pues nadie merecía ser incinerado sin que su cadáver fuese reconocido al menos por alguien todavía en vida.
Le indicó que le siguiera por un interminable pasillo blindado con decenas de puertas, retumbando los pasos de ambos, haciendo aún más inquietante el silencio del subsuelo del edificio. Finalmente, entraron en una de las salas del ala izquierda, la cual conducía a otra incluso mayor ocupada por un inmenso panel metálico repleto de compuertas.
Tras dar con la del código correspondiente, el encargado tiró de una, extrayendo la bandeja que portaba a varios grados bajo cero el cuerpo de su antiguo compañero de facultad. El hombre se retiró, dejándole a solas una vez hubo constatado que la personalidad atribuida era correcta.
Le observó detenidamente: sus formas menudas y aniñadas estaban veladas por el característico tono azulado del refrigerador, y su rostro había adoptado en el rictus una expresión más bien neutral. No podía adivinarse, por tanto, sufrimiento, pero tampoco éste era descartable.
Lo que el presidente de la Corporación Jôtô quería constatar se encontraba varios centímetros por debajo. Analizó la herida del pecho, un orificio perfecto de pequeñas dimensiones, el cual, por su ángulo, había sido realizado con un objeto punzante a una distancia más bien corta.
Había estudiado y entrenado las artes marciales que heredó por las circunstancias, y por ello sabía que sólo un maestro en la doctrina podía ser capaz de semejante ataque. El dominio de las técnicas requería, además de la capacidad motriz y la complexión física, de precisos conocimientos sobre la psique y organismo humanos.
Era innegable que cualquier especialista en medicina estaba capacitado para realizar aquella cura cardiaca de emergencia, mas la lectura que los indicios proporcionaban le hablaba de un crimen fríamente calculado, en el que el responsable había tenido que atraer la atención de la víctima y, lo que era más complicado, retenerla hasta el límite, momento en el que la había ejecutado de una sola estocada, sin dar cabida a errores.
—¿Jugando fuerte, eh? —preguntó retóricamente; era evidente quién le había mandado aquel regalo directamente desde Londres.
Se echó a reír, desquiciado. ¿Tan desesperado estaba su hermanastro, arriesgándose a otra pena esta vez con razón de culpa?
—Has puesto bastante alto el nivel, Kôji. Tendré que meditar mi próximo lanzamiento… —murmuró, colocándole los cabellos al muerto.
Iba a reanudar el camino hacia la salida, cuando volvió a sentir las horribles punzadas en la caja torácica que llevaba soportando por espacio de varios meses. Las había achacado al estrés, combatiéndolas con breves descansos y analgésicos, pero en aquella ocasión fueron a más. Los pulmones le ardían, dificultándole respirar.
Cayó de rodillas al suelo, comenzando a toser con brusquedad. Su mano temblorosa atrapó el pañuelo de lino que llevaba en la solapa de la chaqueta, atinando a taparse los labios. Uno de los guardas, alertado, le preguntó si se encontraba bien.
Asintió ya una vez calmado, pero al contemplar el fino trozo de tejido supo que no podía seguir haciéndole caso omiso a los síntomas… el hasta ahora blanco impoluto había quedado manchado de rojo.
- 2 -
Cobijados en la intimidad de su dormitorio, Kôji y Takuto quemaban los últimos cartuchos que restaban a la noche, transformada ya en un alba marcada por el inicio de la gira europea de Angelous. El cantante seguía el ritmo solicitado, acusando los efectos de una intensa noche entre las sábanas.
—Así… sigue… —gimió Izumi.
Tendido sobre el lecho y con las rodillas apoyadas sobre los hombros de Kôji, éste mantenía una postura que permitía una penetración profunda, poniendo en práctica la destreza que ambos habían ido adquiriendo con la experiencia. De aquella forma le procuraba otro tipo de placenteras sensaciones, al estimularle la próstata tras haber alcanzado el orgasmo.
Embestía rítmicamente, separando y juntando ambas pelvis, recreándose desde lo alto en los minúsculos cambios que su rostro dibujaba. Controló su respiración, intentando mantener la erección todo el tiempo posible, mas su cuerpo clamaba por un merecido descanso.
Se retiró de él, eyaculando sobre su abdomen y cayendo desplomado a su lado, jadeante. Izumi retiró el rastro blanquecino de su piel, girándose para encararle y compartir los últimos momentos que iban a pasar juntos en los próximos diez días.
—Creo que hoy no iré a entrenar… —comentó, divertido y agotado.
Kôji le devolvió la sonrisa, pero ésta no tardó en difuminarse. En apenas cuatro horas estaría a bordo de un jet privado con el resto de la banda y el staff principal de la gira. Tener conciencia de la separación le angustiaba, mas no era comparable al peso causado por lo que todavía no le había revelado. Una semana había transcurrido y, aunque temía su reacción, necesitaba decírselo.
Él era el único con derecho a saberlo.
—¿Hasta que punto es cierto que me quieres?
Takuto no respondió. Hacía mucho tiempo que no veía aquel brillo en sus ojos, el cual había asociado a momentos transcendentes y, por tanto, dolorosos.
—¿Lo darías todo por mí? ¿Matarías por mí? —insistió.
Ante la prolongación del silencio, Kôji finalmente se declaró.
—Porque yo lo he hecho por ti, y volvería a hacerlo si hiciera falta.
El jugador fijó sus oscuros iris en los suyos, comprendiendo lo que le estaba diciendo. Cuando le comunicaron que Hina había perecido, quiso creer que había sido obra de algún maleante, mas en lo recóndito de su interior siempre había sabido la verdad.
Aún así, confirmarla fue un duro revés. Se incorporó, apartándole la mirada.
—¿Adónde vas? —preguntó Kôji, incorporándose también.
La mano de Izumi impactó de lleno contra su mejilla, resonando la fuerte bofetada por la habitación. Se levantó de la cama para vestirse, mientras él se llevaba su única mano natural al rostro dolorido.
Takuto se puso unos pantalones y, al quedar nuevamente erguido, le vio junto a él a sus espaldas a través del espejo. Estaba serio, y la tristeza de sus ojos rayaba lo humanamente posible.
—No podía dejar que volviera a atacarte. No quiero que vuelvas a sufrir, lo hice para protegerte.
Él se giró, mirándole inyectado en fuego.
—Pues no lo has hecho. Es más, has conseguido lo contrario, me has hecho más daño del que Hina me podría haber provocado con sus falsas acusaciones.
Se acercó hasta que sus rostros apenas estuvieron separados por escasos centímetros.
—¿Qué hay de mí, Kôji? ¿Por qué tienes que ser siempre tan estrecho de miras? ¿Es que no te das cuenta de lo que habría ocurrido si te hubiesen descubierto? —gritó— ¿Crees que para mí fue un camino de rosas estar tres años esperándote, y que podré soportar volver a estar separados por otra condena aún más larga?
Takuto no permitió que las lágrimas que regaban los afilados contornos del vocalista le ablandaran.
—Claro que te quiero, y por eso no voy a denunciarte, pero te lo advierto: como vuelvas a hacer otra locura como esa, lo nuestro se acabó.
Se enfundó una camiseta y las zapatillas de andar por casa, cerrando sin delicadeza la puerta de la habitación para preparar el desayuno colectivo.
Tras permanecer en la misma posición algunos minutos, Kôji se obligó a centrarse, optando por revisar que llevaba en las maletas lo necesario para el que iba a ser su primer tour a escala internacional.
- 3 -
Serika y Katsumi repasaban lo que debían ultimar antes de coger el avión, fregando y colocando los platos.
—La furgoneta llegará a por nosotros en veinte minutos. Luego recogemos a los chicos y nos reunimos con los delegados en el aeropuerto —dijo ella.
—¿Has metido la documentación en las carpetas?
—Sí, está en el recibidor. Ve a traer las cosas, yo termino con esto.
Y mientras los productores se daban prisa para que todo fluyera sin demoras, Takuto jugaba con Titán en el exterior sentado en las escaleras del porche. Durante el desayuno habían tratado de mostrarse ante los demás como si nada hubiese ocurrido, mas no cruzaron siquiera una mísera palabra.
Oyó cómo unos pasos se aproximaban; al reconocer a quién pertenecían, acarició cariñosamente el lomo del can, accediendo sin demasiado esfuerzo a enterrar la hostilidad.
—Cómo ha crecido, ¿verdad? —le preguntó, en referencia al perro.
Kôji se sentó junto a él, dejando que el animal le olisqueara.
—Y seguirá haciéndolo, dentro de poco será más alto que yo — exageró a modo de respuesta.
Ambos guardaron silencio, coincidiendo igualmente en instante escogido para ponerle fin, pisándose el uno al otro al tratar de sacar el tema. El recién llegado tomó la iniciativa, cogiéndole de la mano y asiéndola con fuerza. Sus palabras fueron directas, emitidas por una voz distinta a la que quedaba registrada en discos compactos y micrófonos: era la de su corazón.
—Sé que soy un extremista, y que muchos de mis actos sólo se pueden tachar de irracionales, pero no me arrepiento de lo ocurrido, porque no puedo mostrar respeto hacia la vida de alguien cuyo único propósito es agredir la tuya. Te lo he dicho cientos de veces, tú eres lo único que me importa. Medí cada paso para que todo fuese perfecto, porque prefiero una vida sin ti a herirte… ya que perderte sería un infierno, y el castigo me resultaría insoportable.
Takuto lo sabía. Era consciente de que esa era su forma de amar y sentir. O todo o nada. Mas si no era capaz de frenarle los pies, aquella guerra encarnizada se les iría de la manos, y no estaba dispuesto a renunciar a la felicidad conseguida. La muerte no se podía justificar, era un acto atroz que había vivido de cerca demasiadas veces, presenciándola con sólo cinco años, cuando vio el cuerpo ensangrentado de su padre en el suelo.
Aquel asesinato era intolerable, pero lo que sentía por Kôji era tan fuerte que estaba por encima de esa ética abstracta, convertida en imperante desde que la familia Nanjo supo que su heredero no sólo renunciaba a las estrictas pautas a las que le correspondía ajustarse, sino que mantenía una relación homosexual con alguien de bajo estrato social.
En el lugar en el que deambulaban desde entonces, rozando la frontera del libertinaje en un intercambio de crudos reverses, no existían más normas que la de causar la herida más profunda al bando contrario. Por ello, Izumi tenía presente una máxima: no iba a caer derrotado frente a Hirose.
—Eso es lo que él quiere, que pierdas los estribos hasta mostrar un punto débil en el que asestar la última puñalada. No debemos seguir su juego, sería caer igual de bajo —contestó.
Izumi unió la frente a la suya entrelazando las manos, refulgiendo ambos anillos entre piel y huesos.
—Tienes que confiar en mí. No puedes estar las veinticuatro horas pendiente de si me va a pasar algo, sé cuidarme yo solo. Te prometo que estaré bien. Ve a ese tour y dalo todo como sólo tú sabes hacer, prometiéndome lo mismo. Es un juramento inviolable.
Él le besó, estrechándole contra sí mientras el dogo alemán no les quitaba ojo de encima.
—Qué voy a hacer contigo… —le preguntó Takuto— ¿Lo próximo qué será, regalarme la cabeza de tu hermano puesta sobre un pedestal? —bromeó para animarle.
Kôji rió suavemente, acudiendo Titán a limpiarle las lágrimas con la lengua mientras su rabo oscilaba de un lado a otro.
—Sería un buen trofeo para exhibir, quedaría estupenda en las encimeras del salón —agregó, con la voz rota.
Iba a volver a recriminarle, con tal de asegurar que la idea iba a ser eliminada por completo de su mente, cuando oyeron la voz de Shibuya.
—¡Tortolitos, es la hora!
El cantante miró su reloj de muñeca, suspirando. Debían poner rumbo a las respectivas viviendas de los restantes músicos, y llegar a la zona privada de Heathrow.
—Te voy a echar tanto de menos…
—¡No seas exagerado! En diez días nos veremos en Holanda. Aunque a ver cómo te las vas a ingeniar, si el entrenador se entera de tu estrategia, me cuelga del larguero.
—¿Alguna vez has dudado de mis capacidades? —inquirió mientras le ayudaba a levantarse.
—No.
—Entonces, déjate hacer —afirmó.
Entre los cuatro cargaron parte de la amplia furgoneta de equipaje. Sólo con la mitad del armario que Kôji había decidido llevarse, apenas quedaba espacio en el maletero. La despedida llegó un minuto antes de lo planeado sobre papel.
—Te llamaré todos los días —le dijo Serika, abrazándole—. Y suerte en el partido, intentaré verlo por televisión.
—Vamos, marcharos ya, que tenéis miles de cosas que hacer —insistió él tras tener igual gesto con Katsumi.
Y mientras ellos dos subían a bordo del vehículo, Kôji se llevó una parte de su alma capturándola con los labios. Aspiró el aroma de manaba de sus cabellos, grabó la textura de su piel y el timbre de su voz, con tal de tenerle lo más cerca posible en las horas en que no estuviese dedicado a los conciertos.
El claxon del coche insistió, procediendo Izumi a empujarle para que se metiera dentro.
—Por cierto, no te he visto coger un cigarrillo desde antes de ayer. ¿Por qué no aprovechas y lo dejas definitivamente?
Ya una vez en su asiento, y antes de cerrar la puerta corredera, el cantante hizo apología de la sinceridad que llevaba dentro.
—Bastante voy a tener con diez días sin sexo. Si me quitas la nicotina, me subiré por las paredes.
—¡Adiós, Takuuuuu! —canturreó Katsumi cerrando la puerta, sabiendo que aquello se podía prolongar al infinito si no cortaba de raíz.
El futbolista les despidió agitando la mano, viendo a través del cristal cómo Kôji le echaba la bronca al manager por haber tenido tan poca delicadeza en un "momento especial".
—Bueno, ahora tenemos todo el espacio para nosotros dos — afirmó, hablándole al perro.
Cerró el portón del jardín, viendo de reojo la cámara de seguridad que grababa permanentemente desde varios puntos. Cogió la pelota del suelo y la lanzó para que Titán corriese a buscarla.
No se oían las voces acarameladas de su hermana y Katsumi, ni las bromas que éste solía prodigar, ni las quejas de Kôji ó el fulgor de su arrolladora personalidad. Todo estaba gris y hueco sin ellos. Se dijo que debía ser fuerte, cumplir su promesa y vencer a su arraigado temor a quedarse solo.
13De repente, el amor se convirtió en una casa vacía.
- 4 -
Un 737 desciende desde el cielo,
¿por qué no me llevas a Memphis
en plena madrugada?
Quiero acción, tocar en una banda ambulante.
Surcar los aires atravesando países,
buscando una oportunidad,
tocando en una banda ambulante.
Llévame del hotel al coche sin destino definido,
¡vamos, deprisa! ¿Por qué no me dejas en mi habitación?
¿No vas a darme una oportunidad?
Estoy en una banda ambulante,
surcando los aires, atravesando países,
buscando una oportunidad, tocando en una banda ambulante.
Creedence Clearwater Revival, "Travelling band"
Una gira musical internacional implicaba la coordinación no sólo de toneladas de carísimos aparatos, miles de voltios de sonido y varios escenarios en constante movimiento, que habían de ser montados siempre con dos días de antelación al evento, sino la convivencia como en una gran familia de todo el personal, en especial de los protagonistas.
Si el ambiente entre la banda no era bueno, acababa repercutiendo de una u otra forma en la destreza profesional y, por tanto, en la calidad de los directos. Katsumi les había dado una pequeña charla a los cinco sobre este punto.
"Durante los próximos cinco meses vais a vivir juntos: viajaréis juntos, comeréis juntos, incluso me atrevería a decir que podríais llegar a dormir juntos… La convivencia no es fácil, y siempre habrá que renunciar a una parte de la libertad a favor de los demás. Así que hagamos todos un esfuerzo para que podamos aprender de la experiencia y que no sea la última."
Tras el concierto en Munich y un día extra en la ciudad para las inevitables promociones en televisión, radio y prensa escrita, se encontraban alojados en un lujoso hotel del centro de Berlín.
Shibuya se quitó el albornoz para meterse en el jacuzzi de la habitación que compartía con Serika, la cual le esperaba con una sonrisa traviesa en la cara.
—Me preocupa que Kôji vuelva a las andadas. En cuanto se separa de tu hermano un par de días, se pone insoportable. Yo ya estoy inmunizado, ojalá que los chicos no tarden en estarlo también —suspiró.
Ella se estiró; se encontraban cada uno en un lado opuesto de la bañera, con las piernas entrelazadas y suntuosos montículos de burbujas rodeándoles.
—Dale una oportunidad, ha cambiado mucho —afirmó ella, rozándole los pectorales con la punta del pie.
—Tú no conoces al Kôji de las giras. ¡Freddie Kruger a su lado es un angelito! Recuerdo que una vez me mandó a paseo delante de todo el equipo porque le pedí que me acompañara a revisar el repertorio, pero claro, el señorito se encontraba… ¿cómo podría describirlo? Afirmando que arisco me quedo corto.
Se acercó a él, depositando en su mano una nuez de champú y comenzando a friccionar sobre la cabeza del manager.
—No hará nada que pueda perjudicar al transcurso del tour, porque todos los conciertos tienen que celebrarse. Si no, no podrá ver a Takuto —aseguró, mientras la espuma aparecía sobre los cabellos rubiáceos de Katsumi.
Tras rascarse pensativamente la barbilla, su novio tuvo que darle la razón.
—Pues es verdad, es muy propio de él. ¡Estupendo, ya estás diplomada en "Kôjipsicología", eso es una gran ventaja para ti!
Rió, aclarándole el pelo con el mango de la ducha.
—Me encanta lo que hemos recorrido hasta ahora, es fascinante.
—Pues no hemos hecho más que empezar… Ya verás Italia y Francia, te enamorarás de Roma y de París.
—Es una lástima. Por mucho que me enamore de ellas no habrá espacio suficiente en mi corazón… —le susurró al oído.
—¿Ah, no? ¿Y eso por qué? —ronroneó juguetonamente.
—Mmm… no lo sé, tal vez el inquilino que lo ocupa podría hacerles un hueco…
—De eso ni hablar… —concluyó Shibuya, besándola con evidentes intenciones.
Y mientras ellos seguían prolongando la luna de miel, a varias habitaciones de distancia el grupo estaba reunido en el cuarto de Brett.
Chris leía una revista, mientras que Dave y el anfitrión hablaban de las dos rubias que habían visto entre las tantas fans congregadas a la entrada del hotel.
Kôji, por su parte, había decidido combatir el bajo estado anímico a base de compañía. Llevaba un buen rato tirado sobre la cama del inglés con una guitarra entre las manos. Había conectado la Fender al amplificador y recorría a velocidad creciente el traste, concentrado en hacer escalas.
El dueño del formidable instrumento dejó de hablar para prestar atención a los sonidos creados por el japonés, fijándose en un pequeño detalle.
—¿Desde cuándo eres zurdo?
El cantante le respondió sin cesar en su empresa.
—Si hago acordes durante más de diez minutos me duele la cabeza, la prótesis es eficiente, pero me pinza los nervios. Me cuesta menos tocar con la izquierda, así que quiero aprender a puntear con la derecha.
—No se te dan nada mal las seis cuerdas. Con un poco más de práctica estarías a un nivel muy alto.
—Se nota que tienes base —afirmó el batería.
Kôji cambió la posición de la pastilla para conseguir un sonido más agudo.
—Empecé como guitarrista en un grupo del Instituto, pero me aburría. Cantando se ligaba más.
—Seguro que te llovían las chicas —rió el bajista pasando una página.
—Ah, ¿pero tú no eres gay? —preguntó de nuevo el batera.
Kôji le clavó la mirada. Se llevaba muy bien con él, pese a que sus continuos comentarios satíricos le sacan de sus casillas con relativa facilidad.
—No me toques los huevos, David. Me he tirado a más mujeres de las que tú nunca podrás soñar… Hasta que me saqué el carnet de socio del club de la monogamia.
Brett estalló en carcajadas ante la respuesta.
—¡Oye! ¡La única persona a la que permito que me llame David es mi madre!
Los cuatro siguieron a lo suyo hasta que Liam hizo aparición. Llevaba media hora encerrado en el cuarto de baño tiñéndose la melena de un intenso color rojizo, y llevaba su móvil en la mano.
—¿Te encuentras bien? Tienes mala cara —quiso saber el guitarrista, quien le conocía desde la adolescencia y podía captar cualquier cambio de humor en su persona.
El estrambótico teclista se sentó a los pies de la cama; seguía sin dar crédito a la noticia que acababa de recibir.
—Me acaba de llamar Cinthya…
—¿Y qué pasa? ¿Te ha dejado por otro? —volvió a bromear Dave.
—No, tío… está embarazada.
Kôji dejó de tocar abruptamente, formándose un silencio repentino que de nuevo el batería se encargó de romper.
—Te olvidaste la goma, ¿eh, chaval? —comentó, dándole una palmada en la espalda.
Chris y Brett se miraron, pues conocían los pormenores de las circunstancias que rodeaban a la mencionada.
—Ella tiene un problema de fecundidad. Los médicos dijeron que era imposible que pudiera tener hijos, ya nos habíamos hecho a la idea…
Se tumbó boca arriba sobre el colchón, demasiado feliz para expresarlo con palabras. Era evidente que no iban a desaprovechar a esa oportunidad de ser padres, a la que habían renunciado tras seis años de relación estable.
—Joder, no me lo puedo creer… —dijo más bien para sí mismo.
El guitarrista se abalanzó sobre su mejor amigo, haciéndole cosquillas.
—¡Vas a tener un pequeño Chopin! ¡Esto hay que celebrarlo, vámonos por ahí a tomar algo!
—¿No se cabreará Katsumi? —preguntó Chris, el más precavido de los cinco.
—No va a enterarse, está ocupado flotando en su nube de color rosa —afirmó el japonés, colocando la Fender y levantándose—. Voy a buscar mis gafas, necesito un trago.
—Genial, juerga clandestina —sentenció Dave frotándose las manos.
Kôji salió al pasillo tras cerciorarse de que nadie merodeaba por los alrededores; se sentía como el protagonista de Misión Imposible, hasta la pegadiza sintonía de la serie y posteriores películas sonaba con fuerza en su creativa imaginación.
Eligió del armario una de las cazadoras de D & G que se había llevado por el casting y, tras tomar sus lentes y la cartera, se reunió con los demás en el interior del ascensor. Como había supuesto, no había rastro de Shibuya y Serika, así que comprobaron que las seguidoras habían abandonado la idea de acampar ante las puertas del hotel, pudiendo salir por su propio pie a las calles de la capital alemana.
La vida nocturna berlinesa era conocida por su diversidad, mas aunque personas pertenecientes a todas las tribus urbanas hicieran de las aceras su territorio, ellos no pasaban desapercibidos, en especial aquel que se había apuntado a la escapada con tal de enfocar parte de sus pensamientos a otra cosa que no fuese el número siete del Chelsea.
—Como nos perdamos, la habremos liado, que no tenemos ni idea del idioma.
—Mi abuelo era austríaco, algo sé defenderme —comentó Chris mientras avanzaban juntos sin destino específico.
El hotel se encontraba en una amplia avenida iluminada con sobrias farolas, no demasiado lejos de la Puerta de Brandemburgo. Tras unos quince minutos, divisaron lo que parecía la entrada a una cervecería poco concurrida.
Algunos de los trabajadores se percataron de la identidad de los Angelous; estaban acostumbrados a tener clientes célebres por la cercanía con el hotel, y el que la banda fuera a ofrecer un directo al día siguiente confirmaba las identidades. Pero los alemanes tenían fama de correctos y meticulosos, acudiendo un empleado a la mesa que habían ocupado al fondo del local como si fuesen cinco turistas más.
—A ver si me acuerdo… —dudó el bajista, mirando al hombre que esperaba con un bloc en las manos para apuntar el pedido —Fünf bier, bitte.
El camarero asintió con la cabeza, retirándose.
—¿Qué demonios has dicho? —preguntó Brett, sorprendido.
—Ahora lo sabrás…
Kôji observó a su alrededor. Había grupos dispersos de personas charlando y otros jugando al billar, todo aderezado con música rock creando ambiente, haciendo del lugar un punto de encuentro agradable para las primeras horas de la madrugada.
Pronto tuvieron ante sí descomunales jarras de cerveza, suficientes para contentar hasta al alemán más exigente.
—Están invitados —dijo el camarero en un tosco inglés, enseñándoles su entrada para el concierto.
—Danke schön —respondió Chris, haciendo los demás lo mismo.
Y así, amparados por esa pizca de anonimato, alzaron las jarras para brindar.
—¿Para cuándo la boda?
—Yo no creo en el matrimonio, como si no lo supierais. Mis padres se divorciaron cuando era un crío, hay otras fórmulas de convivencia.
—Qué me vas a contar… —afirmó el vocalista.
El cristal rechinó en lo alto, formulándose los consabidos deseos de prosperidad.
—Por Liam, que va a ser un padrazo.
—¿De cuántos meses está, por cierto?
—El ginecólogo le ha dicho que tres. Como a veces le falla el período, ni nos habíamos dado cuenta.
Dieron un primer y largo sorbo, señalando Brett hacia lo alto al empezar a sonar los inconfundibles inicios del tema que había sido elegido como nuevo single para el mercado germánico. Los clientes que también les habían reconocido les dedicaron unos breves aplausos, a los que respondieron elevando las jarras, como diciendo que el próximo trago iba a su salud.
Bebieron y bebieron entre demás comentarios y amena charla. Tras haber ingerido prácticamente un litro de cerveza per cápita, Kôji encendió otro cigarrillo, perdiendo la cuenta de los que llevaba.
—Me encanta Europa… en Japón ya me habría arrollado una horda de niñas —dijo, soltando el humo.
—Bah, si te acosan ahora nosotros las cercaremos. Hay que ser buen perdedor, no podemos competir con tu palmito —dijo Dave.
—Me conmueve esa deportividad… conmigo siempre saldrás perdiendo —respondió, con la intención de picarle.
Los tres músicos restantes formaron un corrillo alrededor, entusiasmados. Sabían que el batería no era capaz de hacer oídos sordos a esas indirectas.
—¿Te crees muy gallito, eh? Mi familia viene de Irlanda, y en nuestro pueblo los hombres resuelven sus diferencias como ha de ser, a golpe de alcohol y pulsos.
—Estupendo. ¿De qué va ese ridículo ritual? —volvió a arremeter, poniendo cara despiadada pese a que estaba a punto de echarse a reír.
—El que pierda se bebe un trago, y así sucesivamente. Quien caiga antes, se lleva la medalla al humillado de la noche.
—Chris, pide una botella de vodka. Éste se va a enterar —indicó Kôji, remangándose el brazo derecho.
Sirvieron dos pequeños vasos de cristal con el ardiente y transparente líquido, juntando las manos y mirándose, echando rayos por los ojos.
—¡Quietos…! ¡Ya! —anunció Liam, autoproclamado árbitro.
Los dos forcejearon, temblándoles los bíceps. Para cuando Dave tuvo que apretar los dientes, el brazo de Kôji condenó al suyo a yacer sobre la superficie de la mesa.
—Eres fuerte para estar tan flaco… —comentó, tomando de una vez la bebida de origen ruso.
El japonés cogió su respectivo vaso y, aunque no tenía por qué hacerlo, también se lo bebió.
—Subo la apuesta: te ganaré bebiendo lo mismo que tú, y el que pierda paga el coste de algo especial.
—¿El qué?
Le indicó con la cabeza que mirara más allá del cristal de entrada. En la acera del frente había un local de tatuajes y piercings, todavía abierto debido al éxito de la práctica en la zona.
Brett jaleó entusiasmado, deseoso de ver el resultado final de la contienda.
Veinte minutos después, Kôji se alzaba ganador elevando su puño derecho y bebiéndose el último chupito de vodka, con el que el fondillo de la botella desapareció. Dave estaba completamente asombrado por la resistencia mostrada por partida doble.
—Tío, que tengas ese brazo no me sorprende, ¡pero tu hígado debe ser de hierro! —gritó por los efectos del alcohol.
—Te daré otro consejo: nunca me subestimes. Y ahora, mi recompensa.
Se levantaron de los asientos, teniendo que ser portado en volantas el batería por dos de sus compañeros. El cantante, asimismo, decidió apoyarse sobre el hombro de Brett, susurrándole al oído.
—Que nadie descubra que soy un excelente actor… estoy colocadísimo…
El frescor de la noche les dio en la cara, ayudando a paliar la borrachera. Mientras elegía el motivo a grabar en su piel entre los gruesos catálogos, Kôji deseó por enésima vez que Takuto estuviese allí, y poder compartir con él aquella sensación.
Al fin sabía lo que era la camaradería.
- 5 -
—Destinarán toda su defensa a cercanos la delantera —afirmó Adam Mayers, poniendo en pausa la grabación del último partido de su próximo rival.
Sentados en la sala de audiovisuales, los componentes del Chelsea diseccionaban gracias a su entrenador las principales artimañas del Ajax de Amsterdam, equipo con el que competirían al cabo de dos días en la ida de cuartos de la Champions. Jugarían en casa de los holandeses, por lo que marcar cuantos tantos fuera posible era fundamental para andarse con buen pie.
—Van a ir a por nosotros —susurró Greg a su inseparable compañero de posición.
—Cuanto más difícil me lo pongan, más me divertiré —le respondió con los brazos cruzados.
En sus retinas quedó impresa la rudeza con la que Van Merek, el conocido capitán del Ajax, entraba directamente a los gemelos de un contrario.
—Mañana tendremos sesión doble de entrenamiento, partiremos a Holanda el martes a las ocho de la noche, por motivos ajenos al club resulta imposible tomar un vuelo antes —concluyó, apagando la televisión—. ¿Alguna pregunta?
—Entrenador, ¿pondremos en práctica las jugadas a balón parado que hemos ensayado? —quiso saber uno de los centrocampistas.
—Si la ocasión se presenta, por supuesto. Hemos trabajado duro y vamos a luchar por los tres puntos. Marchaos y descansad, se avecina una semana complicada.
Así era. El miércoles jugaban allá, y el sábado en casa contra el Tottenham ya en la Premier League. Izumi estaba deseando disputar un nuevo partido en la competición futbolística más importante del mundo, pero además tenía motivos extra por los que ansiaba llegar al país de los tulipanes y los molinos.
Se fueron marchando hacia los vestuarios, momento que el escocés aprovechó para hacer una proposición.
—Taku, ¿tienes algún plan para esta noche?
—Pues lo de siempre… quedarme en casa viendo la tele o limpiando, Kôji sigue fuera.
Greg sonrió.
—Vente a cenar. De paso conoces a mi mujer y nos dejas a Titán.
—¿No será problema?
—¡Qué va! A Margaret le chiflan los perros. ¿Te parece bien a las siete?
—Sí, claro. ¡Muchas gracias!
Se despidieron cuando cada uno entró en su correspondiente coche. Izumi accionó la radio para distraerse en los veinte kilómetros que distanciaban Stamford Bridge del barrio donde residía. El vecino estaría fuera de Inglaterra por espacio de dos semanas y no tenía con quién dejar a su mascota aquellos dos días de competición, así que con algo de timidez le había pedido a su compañero el favor.
Una vez en el chalet, se cambió a ropa algo más formal, jugó un buen rato con el can y se devanó los sesos pensando qué podía llevar a casa de los McKenzie. Dado que no podían beber, acabó por preparar las típicas bolitas de arroz dulce que se tomaban en Japón como postre. Hizo una buena cantidad, llevándose asimismo un paquete de té verde importado.
Al ver la insistencia con la que el perro le miraba, le dio de comer una directamente de la mano.
—Más no, que el azúcar no es bueno para ti —le dijo.
Tras atarle con la correa y coger algunos de sus juguetes favoritos, le metió en la parte de atrás del todoterreno, poniéndose en marcha al domicilio de Greg.
Al escuchar el timbre de la puerta exterior, el matrimonio se apresuró a salir a recibirle. Margaret se mostró encantada de tener invitados, estrechándole cordialmente la mano mientras el otro futbolista tomaba la bandeja que Izumi les había traído.
—Greg me ha hablado mucho de ti. ¿Este es Titán? Es un perro guapísimo —afirmó, acariciándole la cabeza—. Vamos, pasa, la comida ya está servida.
Ambos delanteros se sonrieron. Uno se sentía agradecido por aquella invitación que rompía su soledad, y el otro se congratulaba por lo mismo. Lo menos que el escocés podía hacer por aquel chico del que tanto admiraba valor y fortaleza, era abrirle sus puertas cuando lo necesitara.
—Como si fuera tu casa —agregó ella, pidiéndole que se sentara a la mesa mientras traían platos desde la cocina.
Takuto sonrió mientras esperaba, observando al perro investigar cada rincón de aquel jardín desconocido. Era un lugar agradable en el que le estaban tratando con una familiaridad aplastante.
Quizás por ello les echó más de menos que nunca en la semana que había transcurrido desde que se marcharan.
- 6 -
La maquilladora aplicó la última pincelada de polvos compactos sobre el exquisito rostro que estaba tratando. La cuenta atrás había comenzado, y los técnicos se apresuraban para rematar los ajustes en la composición del espectáculo.
—¿Qué tal? —quiso saber.
Kôji se miró al espejo. Sin brillos, con las cejas bien delineadas y los ojos trabajados en los tonos oscuros que tanto le favorecían, estaba preparado para salir a escena.
—¿Me arreglarías el pelo si me pongo otra camisa? Esta no me convence.
Ella asintió, corriendo el cantante hasta los raíles repletos de ropa que había al fondo de los camerinos. Eligió una de color plateado, mucho más liviana y espectacular con las luces de los focos, quitándose la que llevaba puesta.
Katsumi pasaba por allí para comprobar que sus artistas estaban a punto. Al estar su amigo con el torso estirado y sin poder ver por la prenda que estaba enfundándose, observó cómo algo oscuro asomaba por la línea de los ajustados pantalones, en el límite de las caderas.
—¿Qué tienes ahí? —preguntó, extrañado.
—¿Dónde? —disimuló, como si la cosa no viniese a cuento.
—Ahí, debajo de la pelvis…
Shibuya iba a levantarle la nueva camisa para asegurarse que no había sido una ilusión, pero el walkie se activó, hablando la voz del jefe de sonido.
—Todo listo.
El manager dio la conformidad al responder.
—Bien, todo el mundo a sus puestos. Chicos, al escenario.
El rugido del público holandés era ensordecedor; al grito de Angelous clamaba para que la espera no se prolongara. Los controladores de iluminación hicieron una señal desde las alturas, y el técnico de la mesa de sonido se dispuso a realizar su trabajo.
En la calle izquierda del escenario, otro de los técnicos repasaba el orden de las canciones, en especial los momentos en los que debía alcanzarles a Brett y Kôji las correspondientes guitarras. Tras los ensayos, éste último había decidido participar en algunos temas tocando la eléctrica de acompañamiento.
El grupo de rock gótico, cuyas ventas seguían incrementándose por Europa y zonas de influencia, salió al escenario siendo vapuleado por el atronador entusiasmo de cincuenta mil personas.
La primera canción de la noche no se hizo esperar, y el coro formado por miles de variopintas almas recitó al unísono junto a Kôji las palabras de apertura, aquellas que le convertían en una especie de predicador, dictando a los asistentes el sermón con el que se abría la veda musical.
Somos mártires melódicos. Sufrimos para ser recordados y regocijaros. Tocamos para que nos crucifiquéis y nos beatifiquéis. Existimos para evadir la gris realidad… os cantamos para que nos permitáis soñar.
Una a una, el habitual repertorio que hasta ese momento habían interpretado fue desarrollándose. La sensación del tiempo se diluía, los juegos de colores creaban realidades alternativas, el sonido hacía las delicias de los amantes de la buena música, y aquella voz asombrosa se encargaba de añadir el toque de delirio, resultando si bien homogénea en cada recital, distinta a la vez.
Los afortunados seguidores que habían acudido esa noche se toparon con una sorpresa que nadie esperaba: una pieza instrumental en la que los músicos podían llevar sus habilidades incluso más allá. Sendos solos de batería, bajo y guitarra quedaron rematados por el del teclado. Liam siempre tocaba franqueado por dos de estos, uno para cada mano, llevando al límite la melodía valiéndose de las dos extremidades para recorrer las teclas blanquinegras.
Dos bises fueron pedidos y ofrecidos; ya a punto de concluir el concierto, Katsumi se sintió emocionado e inmensamente satisfecho. No sólo las entradas se habían agotado para todas las fechas y los ingresos se incrementaban; la calidad de la banda había mejorado tanto que nadie afirmaría que no llevaban ni un año como formación.
Era la magia de lo imprevisible: a veces, durante la vida, alguien se topaba con la persona adecuada en el lugar y momentos adecuados.
Aquel era el caso de Angelous: los chicos necesitaban a Kôji en el instante en que se encontraban al borde del abismo, y el propio Kôji les necesitaba a ellos para salir del suyo. Las tres variables, pues, se alinearon la noche en la que el destino quiso unirles en el viejo local de copas londinense donde nacieron como grupo.
Los cinco se situaron en el borde del escenario, uniendo las manos para hacer varias reverencias a modo de despedida. Uno a uno, pletóricos y triunfantes, regresaron al backstage en donde el caos volvía a imperar, esta vez por la preparación del desmonte de los equipos, que debían estar en la vecina Bruselas a la jornada contigua.
El cantante fue directo hasta Serika y Shibuya.
—¡Habéis estado fantásticos! —afirmó ella.
—Vámonos al hotel. Pide el coche, llama un taxi, o lo que sea, me da igual, pero cuanto antes —respondió, nervioso por un encuentro que anhelaba más que el aire que respiraba.
Katsumi rió, habiéndolo previsto.
—¿Alguien más quiere regresar al nido? —comentó en voz alta.
Los restantes miembros de la banda sonrieron con picardía.
—La verdad es que no nos gustaría irnos de Amsterdam sin probar su flora… —expuso Chris.
En vistas a que los planes apuntaban al centro de la ciudad y sus numerosos coffee shops, Kôji les despidió mientras tiraba de la muñeca de su representante.
—¡Qué pases buena noche! —le gritó Dave—. ¡No le vayas a lesionar, que el Ajax es un equipo de los duros!
—¡A las dos en la cama como muy tarde! ¡Salimos a Bélgica a las diez de la mañana! —replicó Shibuya mientras iba siendo arrastrado por el pasillo.
Serika ultimó algunos pagos a los colaboradores locales, dándose prisa por alcanzarles. Una vez los tres en el impresionante coche de cristales ahumados, Kôji le pidió a Serika que le diera su teléfono, el cual ella había guardado celosamente en el bolsillo.
—Cálmate, que te va a dar un ataque —comentó Katsumi.
Él no respondió, tecleando un mensaje corto de texto. Si el servidor de la telecomunicación no cumplía, les maldeciría por haber roto la cadena de acciones que estaba a punto de emprender.
- 7 -
Los aficionados del Chelsea que habían acudido a las inmediaciones del hotel, a la búsqueda y captura de autógrafos y fotos de sus ídolos, no cesaron en el empeño hasta que el popular Izumi convenció a los de seguridad para romper la barrera, dejando impresa su firma en todo lo que le tendieron ante las narices.
Había pasado ya varias horas, la medianoche había caído y Takuto aguardaba en su habitación, la cual compartía, como siempre, con el diez del equipo inglés. No dejaba de preguntarse qué iba a hacer el vocalista, dado que las órdenes estipuladas para las concentraciones del equipo eran concisas y estrictas: nada de pasar la noche fuera del lugar de alojamiento, nada de personas externas, y nada de actividades que restaran descanso físico.
Salvo la primera, todo apuntaba a que las restantes normas serían violadas sistemáticamente. ¿Cómo sería capaz de abandonar su habitación sin que nadie se diera cuenta? De pillarle Mayers, se ganaría la bronca del milenio.
Al fin su móvil sonó, tomándolo a toda prisa para leer el mensaje recibido.
A las 12:30 Romeo acudirá al balcón.
Frunció el ceño, releyendo para comprobar que lo había entendido.
—Greg, ¿seguro que no te importa encubrirme?
—Claro que no. Adelante, estaré callado como una tumba.
Miró su reloj, esperando a la hora indicada; cuando el minutero dictó sentencia, escuchó ruidos provenientes de las afueras. Al salir al pequeño balcón con vistas al casco histórico de la Venecia del Norte, el futbolista pudo reconocer la mano que colgaba desde la planta de arriba.
Sonrió ampliamente. Kôji había insistido hasta la saciedad para que Shibuya reservase justo la habitación que se encontraba encima de la suya. Gracias a peripecias del representante pudo ser posible, teniendo únicamente que sortear un "pequeño" obstáculo constituido por una caída al vacío si resbalaba.
—¿A qué hora es el desayuno? —preguntó a su compañero.
—A las ocho. ¡Buenas noches! —le despidió, guiñándole un ojo.
Takuto cerró la puerta de cristal para aferrarse a la mano de Kôji; tras apoyarse en la barandilla de aluminio de su balcón, dejó que tirara de su cuerpo hasta que pudo escalar y reunirse con él en la suite.
Una vez dentro, sus cuerpos fueron sometidos a un abrazo de tal inmensidad que no podrían haberlo resistido de no estar más que habituados. Aún sin desmaquillar, y con las ropas y abalorios del espectáculo puestos, Kôji le besó mil y una veces, abriendo los ojos y tomando su rostro para poder mirarle, volviendo a percibir su calor y su aroma, llenándose de él.
—Iba a volverme loco… —musitó, pleno por tenerle a su lado aunque fuese por espacio de unas pocas horas.
—Si te dijesen que tienes que asaltar el Pentágono para poder reunirte conmigo, estoy seguro de que lo conseguirías… —respondió Izumi.
Años después, sus encuentros furtivos en plenas concentraciones deportivas se repetían, con escenarios y guiones distintos, pero manteniendo al reparto principal.
Kôji le sujetó por la cintura tras haber vuelto a invadir sus labios, tendiéndole sobre la gigantesca cama de aquella exclusiva habitación. Le deseaba con cada célula de su ser, esperando encontrarse con la misma predisposición. Takuto le rodeó con los brazos y las piernas formando una maraña, recorriendo el largo y fino cuello todavía con restos de base y polvos mate.
Se desvistieron a pasos firmes y desesperados, desperdigando las prendas en un radio amplio a su alrededor. La camisa plateada acabó por caprichos del azar sobre la pantalla de la única lámpara de pared encendida, suavizando aún más la luz y creando ambiente.
Se buscaron con la vista, con el tacto, con el gusto, el oído y el olfato: se miraban a los ojos mientras recorrían las respectivas formas del otro, saboreaban la miel de los besos, se deleitaban con los suspiros y jadeos que poco a poco iban llenando el espacio, y respiraban la mezcla irrepetible que en semejante estado de ebullición emitían.
Incapaz de postergarlo por más, Kôji se colocó boca arriba en la cama, tomándole para que él hiciera lo mismo pero sobre su cuerpo, quedando Takuto tendido con la espalda sobre su torso y las piernas abiertas por fuera de las primeras.
Lo había planeado todo como sólo un amante dedicado era capaz, tomando la sustancia lubricante que esperaba en su rincón y preparándole, susurrándole que arrastrara hacia abajo las caderas para poder penetrarle con facilidad.
Desde aquella posición podía besarle al quedar sus rostros confrontados de perfil mientras le invadía, imprimiéndole la misma cadencia para que le acompañara en el éxtasis. Se dejaron llevar por un instinto cincelado a golpe de devoción y necesidad, soñando despiertos desde el cielo en el que se encontraban, sin querer despertar.
El cantante gimió al concluir en su interior, incrementando la velocidad de su mano para que él no tardase en emularle. Sintió el húmedo calor entre los dedos acompañando al rubor de las mejillas de Izumi, el cual también había obtenido merecido alivio tras días de reserva.
Recobraron el aliento y, aún con el miembro ajeno en su cuerpo, el futbolista volvió a recriminarle con un deje inevitable de dulzura.
—Te he dicho cientos de veces que no lo hagas dentro, es un engorro.
—No lo puedo evitar… me excitas demasiado —respondió, retirándose y dejándole sobre la mullida superficie.
Kôji se incorporó sobre el codo derecho para contemplarle, radiante de felicidad. El sudor que perlaba su rostro había disuelto parte de la sombra de ojos, incluso el rímel había dejado cercos por debajo de los párpados inferiores, y su melena apuntaba a todas direcciones revuelta por la laca.
—Pareces un payaso —rió Takuto.
—Dios, qué ganas tenía de verte… —respondió, abrazándole.
Con la piel cubierta de una pátina de sudor y el semen en su interior, Izumi decidió que era hora de ponerle remedio a la incomodidad.
—Vamos a la ducha.
Se metieron ambos entre el hueco azulejado, dejando que el agua corriese en abundancia. Fue en ese instante cuando el delantero reparó en algo que diez días atrás Kôji no tenía.
—¿¡Te has hecho un tatuaje!? —exclamó, poniéndose de rodillas a la altura de su zona púbica.
Él asintió. Se había hecho grabar una cruz celta en el lado izquierdo, rozando el inicio del nacimiento del vello, un lugar del que sólo dos personas tendrían conocimiento: Izumi, y el autor del dibujo permanente.
—Otra cruz… qué original eres —masculló—. ¿Cuándo te lo has hecho?
—Una apuesta con Dave, nada trascendente. Por favor, incorpórate, o me voy a empalmar de nuevo —le pidió con la nariz a punto de empezar a sangrar, dado que aquella sugerente postura en la que Takuto se encontraba dejaba campo abierto a sus libidinosas fantasías.
Izumi suspiró, llamándole pervertido, salido y cuantas palabras por el estilo encontró, disfrutando de cada una de ellas gracias a la complicidad. Pasaron un buen rato bajo el grifo, regresando a la cama una vez libres de fijadores, pigmentos colorantes y demás fluidos orgánicos.
Se tiraron desnudos sobre el colchón, apoyando Kôji su rostro sobre el pecho del futbolista.
—¿Cuándo tienes que irte?
—A las ocho he de volver a la concentración como si no hubiese pasado nada.
—Tu compañero es de lo más enrollado. Podría quedarme dormido ahora mismo, pero sería desperdiciar las horas… —comentó, mimoso.
Él peinó su larga melena con los dedos, seducido por la sensación de encontrarse en casa pese a hallarse ambos en una ciudad ajena y en una fría habitación alquilada.
—¿Qué tal el concierto?
—Como siempre. Quizás demasiado largo, estaba ansioso por marcharme de allí.
—No puedes venir al partido, ¿verdad?
Kôji negó con la cabeza.
—Estaré sobre el escenario en Bruselas a la misma hora. Pero en Roma iré, vamos a estar tres días allá. Por cierto, se han añadido dos fechas a la gira, así que no regresaremos a Londres la semana que viene para el descanso programado.
Takuto asintió, haciendo cálculos mentales.
—Entonces… volveremos a vernos otra vez en nueve días.
Permanecieron callados unos segundos; compatibilizar ambas carreras profesionales no era sencillo, pero ahora que estaban tan alto en las mismas, debían pujar por separado con tal de no perder el rumbo.
—Por qué no jugarás más en el extranjero… —protestó el vocalista.
Izumi respondió con algo de crispación.
—¿Sabes lo que cansa acumular tantos partidos fuera?
—Mmm… si te secuestro, podría llevarte conmigo dondequiera que fuera y pedir un rescate, el equipo te necesita tanto que no dudarán en pagarme tu peso en oro.
—Kôji, deja de decir chorradas —rió.
Se pasaron lo que restaba de noche hablando sobre cómo había sido aquella semana y media, inclusive los entrenamientos, el embarazo, la cesión temporal de Titán o los pormenores de los directos. Alucinado por la futura paternidad de Liam, y ya con el alba anunciando que la hora indicada había llegado, el delantero decidió que debía ponerse en camino hacia el deber.
—¿Y cuando nacerá?
—Pues si está de tres meses… julio o agosto, supongo.
—Qué bien, adoro los niños —dijo risueño, atándose los zapatos.
—A lo mejor Seri y compañía se apuntan a la moda.
Takuto cogió la almohada más próxima y se la estampó sin delicadeza.
—¿Estás loco? Me muero de ganas por ser tío, pero mi hermana aún es muy joven para eso.
Tras pensarlo con rapidez, creyó oportuno enviarle un par de indirectas de advertencia al que era el representante de ambos.
El vocalista se levantó, ayudándole a ponerse la parte superior del chándal oficial, cerrándole la cremallera. Se miraron a los ojos, resistiéndose a caer bajo los efectos de la pena.
—Llámame cuando hayáis terminado, y así te cuento cómo quedó el marcador —proclamó, expectante por disputar el encuentro.
—Lo haré.
Ya una vez semi abierta la puerta, Kôji le tomó de la mano, consiguiendo que se girara para mirarle. Le habló con perspicacia, sin perder la sonrisa.
—Si marcas dos goles esta noche, dejaré de fumar —afirmó.
—Hecho.
El pasillo estaba desierto, por lo que apuraron un último beso en tierras neerlandesas. La estrella del rock le vio encaminarse hasta el ascensor, regresando a continuación a su habitación para poner algo de orden antes de la partida de Angelous.
Izumi aguardó con algo de inquietud mientras descendía a la planta baja, allá dónde se encontraba el comedor. Contaba con reunirse al resto del equipo como si hubiese bajado de su cuarto, pero el aparato hizo una parada precisamente en la planta donde se suponía tenía que haber pasado la noche con McKenzie. Las manos comenzaron a sudarle cuando las compuertas se abrieron, y el simpático semblante de Mayers surgió.
—B-buenos días, entrenador —atinó a decir.
Éste contestó con igual formalidad. Tras unos segundos de silencio, el británico le restó importancia al asunto. De no haber sido por aquel fortuito encuentro, no se habría dado ni cuenta de las aventuras amorosas de su jugador.
—Tranquilo… yo también fui joven —dijo—. Disputa un buen partido y haré la vista gorda.
Takuto se lo tomó como un reto que podría deportarle no sólo satisfacción deportiva, sino personal. Saludó a Greg y demás comitiva, dispuesto a devorar las calorías necesarias para bordar el que había sido su mejor amanecer en mucho tiempo.
- 8 -
Shigi contemplaba absorto y preocupado el paisaje desde la ventana en aquella habitación de hospital. Un médico observaba la analítica, comenzando a hacer las pertinentes preguntas al recién ingresado.
—Señor Nanjo, los resultados arrojan ciertos indicios. Estamos desconcertados, este tipo de inflamación del tejido se da en un porcentaje de la población bajísimo. ¿Desde cuándo soporta los ataques?
Hirose se colocó las gafas sin perder la compostura, respondiendo haciendo gala de su talante.
—Unos cuatro meses.
—¿Siente accesos incontrolables de tos, migrañas…? —continuó, dejando la lista en el aire.
—Sí.
El gesto del médico se torció al continuar la lectura de los datos.
—¿Consume usted algún tipo de sustancia?
Se aclaró la voz, accediendo a contestar debido a la confidencialidad de su historial.
—Opiáceos.
Shigi apretó los puños al escuchar lo último. Sin embargo, asombro y dolor se incrementaron al recibir una información que, pese a ser su guarda personal desde hacía más de tres décadas, desconocía.
—¿Podría decirme si existe algún antecedente de esta dolencia en su familia?
—Mi madre padecía una enfermedad degenerativa. Su capacidad pulmonar disminuyó un setenta por ciento. Murió al darme a luz por insuficiencia respiratoria.
Hizo unas últimas comprobaciones, auscultándole la espalda y escribiendo notas.
—Le recomiendo que permanezca aquí por un período no inferior a dos semanas, le someteremos a unas pruebas de descarte. Mi compañero le atenderá en el turno de noche.
Respetuosamente les dejó a solas. El atractivo guardaespaldas acudió sin rechistar a su llamada, pese a lo resentido que se encontraba.
—Hazle pasar.
Obedeció, saliendo al pasillo y dedicando un gesto a Tatsuomi para que abandonase la lectura y pasara. El chico se situó junto a la cama, mirándole a los ojos con tanta seriedad que no parecía tener apenas trece años.
—A partir de ahora, y hasta que vuelva a estar en condiciones, Shigi se encargará de tu entrenamiento. Es excelente en el tiro con arco. Obedece cada una de sus indicaciones como si te las estuviese dictando yo mismo.
Su hijo asintió.
—Lo haré, papá, pero recupérate lo antes posible. Quiero terminar la formación y optar al título este mismo año.
Ambos adultos parecieron sorprendidos por la declaración. Tatsuomi había dado unos pasos de regreso al pasillo cuando Hirose le interrumpió.
—Ignoraba que tu interés por las artes fuese tan notorio…
Sus ojos centellearon, signo inequívoco del guerrero que llevaba dentro, muestra que le hacía ser un auténtico Nanjo.
—Ya lo dije una vez. No dejaré que la tradición del clan se degrade aún más.
Tras ello, se marchó. El enfermo creyó poder disfrutar de un poco de tranquilidad tras la tormenta formada por las sospechas hacia su descendencia. Sin embargo, era mejor que no lanzara todavía las campanas al vuelo.
Tatsuomi hablaba muy en serio, pero no había especificado cuales eran los pormenores de sus intenciones… y no lo haría.
13- Nuno Bettencourt, "Over and out".
