- Capítulo 22: Il bacio Della Morte -

Matt, Bryan y Scott se pusieron en pie mientras todo el Stamford Bridge estallaba en una cólera silenciosa, al ser encajado el segundo tanto en las redes del Chelsea. El árbitro pitó el final del partido, y el equipo local tuvo que asimilar la obtención nuevamente de cero puntos en la Premier League, descendiendo al tercer puesto de la clasificación en la puja por la liga.

El delantero amateur, todavía dependiente en la vieja tienda de reparaciones, miró desde su posición en el estadio a Izumi. Pese a que éste había marcado el tanto del empate, ni toda su lucha había servido para derrotar a las filas del Newcastle.

—¿Qué hacemos, tratamos de verle en la salida?

—No, será mejor dejarle solo. Alguien tan competitivo como él no debe llevar demasiado bien las derrotas —respondió el portero.

Matt asintió; aunque opinaba que había que dar apoyo no sólo en los buenos momentos, Scott tenía razón. Ya tratarían de pasar un rato con su amigo cuando se disputase el próximo encuentro en Londres.

Y mientras sus antiguos compañeros se sumaban al desfile de espectadores que abandonaban el edificio, Takuto acudió a los vestuarios junto al resto de la plantilla. Su rostro expresaba a la perfección la frustración general, añadido al que se tomase aquel resultado como algo personal, olvidando que la forma en que un partido se desarrolla es cosa de once, no de uno.

Mayers les hizo sentarse en los alargados bancos de madera, aguardando hasta que todos sus jugadores se encontraban mirando al suelo con abatimiento.

—¿Qué clase de actitud es esta? —expuso con energía—. Hemos vuelto a fallar en las situaciones que tantas veces se han analizado en los entrenamientos, y no hemos sabido frenar su ataque. Acaban de comunicarme que el United ha ganado y ya nos saca siete puntos de ventaja.

El preparador entrelazó las manos tras la espalda, caminando de un lado a otro, rumiando un cúmulo de palabras dirigidas a sí mismo. Había esperado que aquel momento no se produjera, mas ya estaban en la segunda mitad de la temporada y debían fijar prioridades.

—Así están las cosas, caballeros… El club necesita saldar las deudas económicas contraías en anteriores años. Somos el único equipo inglés que sigue en la Champions, por lo que nuestros rivales están destinando todo su potencial a la competición nacional. Tendremos que hacer nosotros lo mismo en Europa.

El japonés apretó los puños, sin conseguir aguantarse por más.

—¿Quiere decir que vamos a renunciar tan pronto a la liga, entrenador?

Adam le miró. Izumi era, como siempre, la única figura de su plantel a la que no podía exigir más, pues se entregaba al cien por cien en cada disputa. Sin embargo, no quería tener un trato especial con él.

—Esto no es sólo un equipo futbolístico, el Chelsea es una institución. Comprendo lo que sientes, como máximo responsable de los resultados soy yo el más afectado, pero hay que pensar fríamente y apostar fuerte. Las arcas del club se verán incrementadas si llegamos a la final de la Champions, no digamos ya si ganáramos.

A medida que el discurso proseguía, los demás presentes fueron centrando su atención en el canoso británico.

—Si me dan a elegir, elijo la victoria en ambas competiciones, pero estamos disputando muchos partidos, prácticamente la mitad de vosotros sois internacionales con vuestras selecciones. Es ahora cuando el desgaste físico se empieza a acusar. Así que como entrenador, esta es mi siguiente indicación: lo quiero todo de vosotros, vamos a arrasar en los siguientes encuentros, pero nos centraremos en la Liga de Campeones. Y no me sirven empates o derrotas.

Greg, el capitán, tomo el turno de palabra.

—Así será.

Los demás respondieron con igual convencimiento. Tras haber insuflado ánimos en la baja moral colectiva, Mayers rompió filas.

—Mañana por la tarde os quiero aquí para visualizar las cintas de nuestro próximo rival. Es como una fortaleza infranqueable, pero hasta la más sólida de las murallas puede romperse con una buena estrategia.

Los jóvenes asintieron, dirigiéndose a las duchas. Takuto se metió bajo el agua luchando contra ese sentimiento que tanto detestaba. Sin embargo, era capaz de motivarse hasta el límite con las derrotas: su enérgica predisposición a solventar los fracasos a base de trabajo le había costado más de un disgusto antaño.

McKenzie pareció percatarse de ello, por su semblante serio y su dura mirada fija en los azulejos.

—Es parte del fútbol. Lo más difícil es asimilar que has perdido como miembro del equipo, aunque hayas hecho un buen partido.

—¿Cómo puedes estar tan tranquilo? —preguntó.

Greg cerró el grifo, tomando su toalla para secarse.

—Porque hace tiempo que aprendí la última lección que tú aún no has captado. El día en que seas capaz de desgranar un resultado en partes equitativas, sin someterte a ti mismo a la totalidad de la presión, serás un buen capitán para este equipo.

Takuto paladeó aquellas frases. Hacer frente a la derrota era, precisamente, lo único que le faltaba para terminar de madurar en su carrera deportiva. Ni las experiencias anteriormente vividas, ni las instrucciones de Mayers o los consejos de sus compañeros habían servido para pasar por encima de dicha ofuscación, mas la declaración directa y confidente de Greg lo había hecho.

Acababa de decirle que, pese a su corta trayectoria en el Chelsea, contaba con él para sucederle.

Se tragó el orgullo, interpretándolo como una cura de humildad. Se vistió y acicaló rápidamente, saliendo de allí tras despedirse de todos y cada uno de sus compañeros. Necesitaba de soledad y tranquilidad para digerir lo ocurrido.

Sorteó a algunos aficionados que esperaban a la salida de los jugadores, avanzando con su todoterreno a ritmo moderado hasta que se encontró en la carretera rumbo a casa, y una vez allí suspiró al ser recibido con canino entusiasmo.

—¿Qué tal estás, grandullón? ¿Te has aburrido mucho? —le dijo a Titán, el cual se incorporó sobre los cuartos traseros, lamiéndole la cara.

Todo seguía vacío, por lo que acudió a llenar el espacio a base de luces encendidas.

—¿Tienes hambre, chico? Ven, vamos a comer.

En apenas dos días pondría rumbo a Italia con el equipo para disputar la ida de la semifinal de la Champions contra la Lazio de Roma, y tal y como le había prometido Kôji, en esta ocasión podrían pasar más tiempo juntos.

Mientras le abría al perro una lata de carne y se la servía en su plato, pensó en el vocalista y, fugazmente, en la singular manera que éste tenía de consolarle en noches como aquella.

Agitó bruscamente la cabeza; lo último que necesitaba era abandonarse a pensamientos subidos de tono. Su deseo caía en picado siempre que atravesaba un mal resultado deportivo, por lo que aquel fogonazo se le antojó de lo más extraño. Quizás fuese un indicio de la conciencia semi tranquila propuesta por el escocés.

No le apetecía ver la televisión, tan solo tenderse en su cama y dejar la mente en blanco. Así que acompañó a Titán hasta que hubo devorado la ración, deseándole buenas noches tras dejarle en la terraza donde el gran danés tenía su caseta.

Subió los peldaños al piso superior, despojándose de la ropa y enfundándose una camiseta holgada. Se tiró sobre el colchón y apagó la lamparilla, centrándose en escuchar el sonido de la fauna insectívora que poblaba el jardín.

Cerró los ojos buscando la total relajación, y justo cuando estaba a punto de conseguirlo, el teléfono inalámbrico sonó, dándole un susto tremendo. Se sentó en el borde de la cama con el corazón latiendo desbocado, procediendo a atender la llamada.

—¿Sí?

A miles de kilómetros de allí, y desde la lujosa suite de hotel en la que estaba alojado, Kôji se identificó mientras se introducía en el baño caliente que se había preparado.

—Soy yo.

—¿Por qué llamas a estas horas? Ya estaba casi dormido, me has desvelado —le abroncó.

—Es que quería escucharte… —contestó.

Izumi suspiró, volviendo a tenderse con el aparato en el oído. Pese a todo, se alegraba de oírle.

—Hemos perdido.

—Ya lo sé. Pude ver el final del partido.

—¿Y por ahí como va todo?

—Nos han entregado un disco de platino esta tarde, y de resto promociones y más promociones, un coñazo. Menos mal que el primer día en Roma lo tengo casi libre.

Al futbolista le seguía pareciendo raro percibir su voz levemente metalizada. No le gustaba depender de nada ni nadie, y menos de un trasto para poder disfrazar de cercanía aquella evidente distancia.

—Llámame mañana, que necesito descansar y no tengo ganas de hablar.

Kôji sostuvo el móvil en lo alto mientras sumergía la cabeza en el agua, haciendo caso omiso de lo que acababa de oír.

—Mejor, hablar no era precisamente mi intención.

Izumi cruzó el brazo libre sobre el pecho, preparándose para lo que a continuación seguiría. De él esperaba cualquier ocurrencia.

—¿Entonces qué pretendes? ¿Tanto te gusta gastar dinero en facturas?

—No sabes lo mucho que te echo de menos, no he podido dejar de pensar en ti todo el día… seguro que estás en nuestra cama a oscuras, ¿verdad?

Él asintió con un murmullo.

—Lo que te haría si estuviese en esa cama ahora mismo… —siguió el cantante, con un tono que evolucionó de la nostalgia a la provocación.

En Londres, su intercomunicador se quedó pasmado.

—¿Me llamas para decirme eso? Eres un…

—Te desgarraría la ropa hasta que no quedase nada más que estropease tu piel, y la cubriría de besos… —siguió.

Izumi se sonrojó levemente.

—Kôji, ¿qué demonios estás insinuando?

—Anda, pon un poco de tu parte, yo tampoco he hecho esto antes.

—¿Hacer el qué? —preguntó en alta voz.

—Llevo una semana sin tabaco, necesito matar la dependencia, y mi nivel de testosterona en sangre es inversamente proporcional al de nicotina.

—¿Y a mí qué? ¡No haber vuelto a fumar!

—Se supone que tendrías que ayudarme a superarlo… —siseó, ardiendo de deseo—. Son muchos días a palo seco, voy a estallar, y apuesto a que tú también.

—Si tan desesperado estás, apáñatelas solito, yo puedo aguantar un par de días más —afirmó sin demasiada convicción.

Kôji arremetió tras haber escuchado las palabras que esperaba.

—¿Y por qué a solas cuando podemos probar cosas nuevas? Usa la imaginación, el teléfono hará el resto.

Takuto creyó morirse de la vergüenza cuando sus dudas fueron aclaradas tajantemente.

—¿¡Me estás sugiriendo que lo hagamos así!?

—¿Por qué no? Mucha gente lo hace, es otra manera de mostrar fidelidad a distancia.

Desde el continente, el líder de Angelous seguía deleitándose al recrear su esbelto y moreno cuerpo, sus mejillas teñidas y sus ojos brillantes.

—Vamos, será divertido… —insistió.

—Es que hace tanto tiempo que no me veo en la necesidad que ya ni me acuerdo de cómo era… —afirmó bajito, en referencia a la última vez que se había masturbado, dado que por su activa vida en pareja no recurría a ello.

—Eso es como montar en bici o conducir, no se olvida. ¿Y bien?

Pese a que seguía teniendo sus reservas, terminó por acceder. Aunque tratara de negarlo, él también sentía ansias por desahogarse, y mejor aquella manera que en triste e individual episodio.

—De acuerdo… —volvió a suspirar.

Kôji sonrió, dejando que las imágenes volasen por su mente.

—¿Te acuerdas de cuando lo hicimos por primera vez…? — susurró sensualmente—. El instituto estaba desierto, todos se habían ido, yo estaba recuperando el temario atrasado y tú acababas de terminar de entrenar…

Takuto hizo memoria. Aquel día le comunicaron que le mandarían a Florencia y, tras revelárselo en el aula vacía, descubrió hasta dónde era Kôji capaz de llegar con tal de hacer tangible el amor que sentía por él.

¿No te alegras por mí?

¿Alegrarme de que te alejes de mí? ¡Nunca!

Y pese a todo, años después ahí estaban.

—Claro que me acuerdo. Me hiciste daño, animal —protestó.

Sus quejas no sirvieron demasiado. El cantante se dejó llevar por el don innato que tenía para la prosa, hechizándole como un faquir a la serpiente.

—Te deseaba con todo mi ser, igual que ahora. Cuando al fin te tuve sobre mi cuerpo y pude sentir el tuyo creí perder el sentido. No dejabas de decirme que parase, pero lo querías tanto como yo. Recuerdo tu calor, el sabor del sudor, la forma en que gemías mientras te arrebataba la pureza…

Desde su dormitorio y sin nadie que le estorbase, Izumi era acariciado a base de nuevos estímulos sonoros. El también revivía dicha tarde en el centro de estudios: el murmullo de la lluvia, la entrega a la húmeda textura desconocida de esa lengua que le recorrió, rompiendo con el silencio de su cicatriz, el dolor al oponerse la estrechez a una invasión ajena, y el mágico momento en el que la sensación de unión eclipsaba a la penuria.

—Te he poseído en mil ocasiones, en cientos de posturas y lugares, pero sigues conservando ese aire asustadizo de entonces… Eso me vuelve loco —añadió Kôji, mientras su anatomía comenzaba a cambiar de formas.

Izumi también había empezado a excitarse. No podía creer que estuviera haciendo eso, pero aquel que se encontraba al otro lado del teléfono siempre le conducía a superar sus propias fronteras.

—Con esa voz de acosador que pones, no me cuesta nada deducir cómo me mirarías ahora mismo —respondió, deslizando lentamente la mano mientras dejaba flexionada una pierna.

—Eso es… imagínate a mi lado, sumiso, sin escapatoria… te robaría el aliento primero con mis besos, y luego te haría perder el habla.

Kôji, sumergido por completo en aquel recipiente, encontró sin dificultad su propia exaltación al oír en el diminuto auricular del celular el primer y tenue gemido.

—Me deslizaría en tu interior, aferrándote por las caderas, acoplándonos el uno en el otro marcando el ritmo… ¿puedes sentirlo? —continuó, ya iniciada su cadencia.

Takuto, igualmente, había dado el pistoletazo de salida a la suya. Dejó de pensar en el mecánico acto en sí, mezclando el placer que estaba obteniendo con las directrices que recibía, primero esforzándose por hacer una composición virtual de un encuentro auténtico, para luego olvidarse de la práctica que estaban realizando, fundiéndose con él al compartir aquella aventura telemática.

Kôji suspiraba, improvisando más notas con las que matizar el crescendo de aquella melodía compuesta por extasiadas respiraciones. Hacer realidad con el delantero otra de sus tantas fantasías le llevaba a intensificar hasta el límite la capacidad receptiva. Habló, soltando cuantas frases candentes se le ocurrían, girando alrededor de un mismo propósito.

Una vez pasados los prolegómenos, apenas les tomó unos cuantos minutos rozar la conclusión. Metió la mitad del rostro en el agua con los párpados caídos y el teléfono firmemente agarrado mientras oía aquellos inconfundibles jadeos con los que Izumi indicaba de forma no intencionada que estaba a punto de llegar al orgasmo.

Y así sucedió. Sin darle tiempo a recordar las tristes noches en las que buscaba autosatisfacción durante la espera del cautiverio, Takuto notó el cálido líquido retenido entre los dedos, convulsionándose su torso mientras se sumía en una profunda calma.

En la austriaca ciudad de Viena, Kôji sucumbió al impulso por tanto retenido. Tras unos segundos de silencio, materializó su entusiasmo en nuevas palabras, ya con tono de voz habitual.

—¿Te ha gustado? ¿A que ha sido estupendo?

—Prefiero el vivo y en directo… —replicó Izumi, mientras buscaba entre las sombras un pañuelo de papel.

—Pero no me negarás que para emergencias…

—Eres un caso —le recriminó con una sonrisa—. Supongo que ya te he compensado por adelantado antes de que nos veamos.

El cantante sujetó la cadena plateada del tapón de la bañera con el pie, tirando de la misma para que el agua desapareciera.

—No te escaparás tan fácilmente de mí. Soy un vampiro sediento de tu sangre.

Él rió, libre de tensiones.

—Además, el sexo es bueno para los deportistas: incrementa la concentración y mejora los reflejos —insistió.

—Qué sí, qué sí… tú con tal de llevarme al huerto caminarías por encima de las aguas.

—Sin dudarlo —afirmó Kôji.

Takuto acabó por encender la luz, comprobando cuando su vista se hubo acostumbrado que eran más de las doce.

—Allá es la una, será mejor que cuelgues ya —le propuso—. Voy a dormir de un tirón esta noche.

—Y yo. Soñaré contigo protegiéndome de tanta fan histérica a balonazos.

—Te avisaré cuando llegue a Roma.

—Vale. Qué descanses, me muero por tenerte entre mis brazos.

Izumi frunció las cejas, abrumado por tanto camelo.

—Hasta luego —se despidió, apagando el inalámbrico.

Mientras Kôji se quitaba de encima los restos de jabón y demás con una ducha, el futbolista se quedó sentado en su cama otra vez, encontrándola angustiosamente grande para él solo. Así que dio un potente silbido y, en cuestión de unos segundos, Titán corrió a dormir en la habitación, privilegio que rara vez le era concedido.

—Pero sólo esta noche, ¿eh? Mañana tendré que lavar las sábanas —le dijo al can mientras le acariciaba el lomo y éste se enroscaba a sus pies.

Separados por un océano y varios países, ambos conciliaron el sueño bañados por la misma luna, pasando otra página en aquel capítulo de sus vidas que iba a repetirse cuantas veces fuese necesario, por sus respectivos compromisos profesionales.

- 2 -

Shigi miró por la cristalera que separaba el pasillo de la unidad de cuidados intensivos de la habitación, tras haber escuchado lo que el doctor tenía que comunicarle. Desde allí podía ver a Hirose, el cual seguía sedado y enchufado a varios aparatos que registraban incesantemente su delicado estado de salud.

—Entonces… es grave —dijo, sin encarar al médico.

Este asintió.

—No es un caso tan aislado como parece. Muchos pacientes acumulan estrés y ansiedad durante años, y las consecuencias suelen aparecer en el momento menos esperado. Ello ha contribuido a que la enfermedad se agudice, por no hablar de la adicción. Ha destruido su sistema inmunológico.

Shigi levantó la mirada de su protegido, dirigiéndola al encargado del tratamiento.

—¿Qué opciones hay?

—Seré franco, señor Kurauchi. Los pulmones no trabajan como debieran, y las infecciones han afectado a otros órganos vitales. Mi equipo se ha reunido para encontrar una salida, y hemos estimado que lo más apropiado sería trasladarle de inmediato a nuestra delegación en Italia, donde se cuenta con los sistemas de diálisis más especializados que existen.

—¿Diálisis? —preguntó, extrañado.

—Sí. El nivel de contaminación de su sangre es alarmante. El término empleado no es el más apropiado, pues temo que con una simple filtración no bastará. Lo más adecuado sería sustituirla en la mayor medida de lo posible por medio de transfusión directa, y someterle a un periodo inactividad para que su organismo regenere el resto. Asimismo, habría que conseguir anticuerpos de otra persona, y que éstos le sean suministrados. He ahí donde radica la principal dificultad de esta proposición que le estoy realizando.

Como responsable legal de Hirose, era al guardaespaldas a quien correspondía tener la última palabra en lo concerniente a su persona, mientras éste no se encontrase en facultades. Por ello, sintió cómo su moral se rompía en añicos al proseguir el discurso del doctor.

—No podemos arriesgarnos a un rechazo. Lo más adecuado es que el donante sea un familiar directo, para evitar incompatibilidades.

Shigi meditó rápidamente.

—Su hermanastra ahora pertenece a una familia coreana de hermética tradición, es imposible que acceda. ¿Podría su hijo?

El médico negó con la cabeza.

—Es menor de edad. Además de transgredir la normativa internacional, le pondríamos en peligro a él también. ¿No existe nadie más que pudiera ayudarle?

Su moreno rostro se contrajo presa del dolor, resignado a fallar a la confianza que se había depositado en él, y a los años de violenta lucha interna en el clan. Sin embargo, por encima de las represalias, había un fin que necesitaba alcanzar fuese cual fuese el precio, aunque tuviese que pasar por encima de las normas impuestas.

Se negaba a perder a Hirose, y menos de esa forma.

—Sí. Haga los preparativos para el desplazamiento esta misma noche, yo me encargaré de contactar con esa persona.

Observó su pálido y ausente gesto una última vez, antes de poner rumbo a la mansión de los Nanjo. Hizo un par de llamadas de camino y, tras haber aparcado el imponente vehículo en las afueras de la casa, presentó sus respetos al futuro heredero, el cual dedicaba las primeras horas de la tarde tras las clases a practicar con la espada.

Tatsuomi dejó el arma sobre el suelo del dôjo al escucharle llegar.

—Señorito, su padre va a ser trasladado a Europa. Hasta nuevo aviso permanecerá en el internado donde reside mi hijo. Espero que la decisión que he tomado sea de su agrado.

El chico volvió a tomar la espada, haciendo más movimientos verticales incrementando su potencia, desahogando la rabia que sentía.

—Bien. Pero antes de que me lleves ahí, quiero practicar el tiro con arco.

Shigi asintió con la cabeza, desapareciendo unos instantes para cambiarse al uniforme de Budo. Salieron a la zona del jardín donde muchos años atrás habían sido instaladas dianas para las exhibiciones que los miembros de la familia solían dar ante los jueces.

Se situó a quince metros y, tras tomar una flecha, apuntó tensando elegantemente la cuerda del arco. El proyectil cortó el aire, silbante, clavándose con limpieza justo en el centro del panel. Tras ello, tendió con una reverencia el legendario aparato al joven.

Él respiró profundamente, concentrándose. Su nivel en las artes marciales era extraordinario, tenía una capacidad innata que había sabido explotar mucho más allá de lo que su progenitor podía ver. Bajo la soledad del dôjo, se había entrenado por espacio de horas con el objetivo de superarle, cultivándose no sólo en lo físico, sino en el enriquecimiento cultural. Muchos habían sido los manuscritos leídos por Tatsuomi a escondidas de los dos adultos con los que convivía.

Cuando la flecha impactó a pocos milímetros de la suya, Shigi tuvo un presentimiento. Le había entrenado a lo largo de aquellas semanas, y sabía que el muchacho distaba de las expectativas, rebasándolas.

Conocía demasiado bien los entresijos de los Nanjo, y su despiadada metodología, como para seguir considerándole sólo un niño que obedecía lo que le ordenaban.

Le trató como lo que era: el siguiente eslabón, aquel al que su propio hijo estaba destinado a servir. Un heredero que pronto tomaría las riendas del legado.

—Usted va a hacerlo, ¿verdad? —le preguntó sobriamente, en referencia al código de honor que había permanecido enterrado en la familia por espacio de varias generaciones, convencido de que Tatsuomi lo había estudiado en el anonimato.

—Sí —respondió el adolescente, lanzando otra fecha que partió en dos la que Shigi había clavado—. Y por eso, espero que comprendas que permaneceré con Hotsuma a partir de ahora, no aceptaré que nos volváis a separar.

En silencio, ejecutaron las diversas técnicas en las que Shigi era maestro, incluido el lanzamiento en movimiento. A punto de ocultarse el sol, el guardaespaldas se despidió del director del internado dejándole al cargo del nuevo alumno, agradeciendo las molestias por una incorporación a mitad del curso en el prestigioso y disciplinario centro.

La noche cayó en Tokio. Mientras Kurauchi se embarcaba en un vuelo privado a Roma sin soltar la mano inconsciente de Hirose, el único hijo de éste último dejaba caer su maleta tras cerrar la puerta de la habitación que le habían designado.

Hotsuma se levantó del escritorio donde estaba estudiando, sin dar crédito. Hacía prácticamente cuatro años que no se veían; ambos estaban cambiados no sólo por los inevitables efectos de la pubertad, sino por la soledad y el deseo de forjar de una vez, y por sus propios medios, el camino en común que les llevaría toda la vida recorrer.

—Ha llegado la hora —le dijo Tatsuomi, eclipsándole con el fulgor de sus hermosísimos y brillantes ojos—. Júrame que me serás leal por siempre, o suicídate ahora mismo.

El guarda en ciernes tomó un afilado abrecartas de un cajón. Sin pensarlo, se abrió una brecha en la palma de la mano, tendiéndoselo a su protegido.

—Nada puede romper un pacto de sangre —respondió.

El joven Nanjo replicó con igual gesto, uniendo ambos las heridas.

Tenían mucho de lo que hablar, mucho que trazar… y mucho tiempo que aguardar con sigilo a que la ocasión idónea se presentarse.

- 3 -

Izumi ajustaba la hora en el reloj de muñeca que sus hermanos le habían regalado por su último cumpleaños. La zona internacional de Aeropuerto de Fuimicino estaba concurrida por todo tipo de pasajeros en tránsito, mas la delegación al completo del Chelsea, enfundada en soberbios trajes de etiqueta, no pasaba desapercibida.

—¡Al fin salen! —proclamó Ewans, el defensa central titular, al ver cómo el equipaje comenzaba a rodar por la cinta transportadora.

Mientras los jugadores, el entrenador, los portavoces oficiales y demás iban cogiendo sus respectivas bolsas, Takuto escribía en el móvil.

Llegaremos sobre las cinco al hotel, nos han dejado el día libre con toque de queda a las once.

En el centro de la milenaria capital italiana, Brett notó una vibración en el bolsillo de la chaqueta; Kôji le había pedido que le guardara el teléfono mientras le hacían las fotos para el reportaje.

—Tienes un mensaje —le indicó, acercándose al ciclorama.

—Ahora le echo un vistazo… esto debe estar a punto de terminar.

La reportera tomó la última instantánea del cantante, pidiendo a los demás músicos que pasaran al set a fin de realizar la sesión conjunta. Una vez el uno al lado del otro, el guitarrista le pasó el aparato.

—De Taku, ¿no? —quiso saber entre risas Dave, mirando la pantalla por encima del hombro—. ¿Por qué os escribís en japonés? ¡Así no hay quien se entere!

—Por eso mismo, para que entrometidos como tú no cotilleen — respondió, buscando a Katsumi con la mirada tras borrar el texto recibido.

Éste dialogaba con el jefe de prensa de la revista, siendo interrumpido por su estrella, la cual se escapó de los focos unos segundos.

—Shibuya, ¿tenemos más cosas que hacer después?

—Estoy pendiente de que me confirmen la rueda de prensa.

—Cancélalo, no cuentes conmigo hasta mañana.

Katsumi se disculpó ante el encargado con una gota de sudor frío bajándole por la frente. Mientras los técnicos ajustaban el nivel de luz, le reprendió por lo bajo.

—No empieces, por favor… tenemos un compromiso que atender.

—¿Dónde va a ser esa rueda?

—En la sala acondicionada para comparecencias que tiene el hotel.

—Ok. Pero a las seis de la tarde, haya terminado o no, desaparezco —sentenció Kôji.

—Así se habla —le apoyó Liam—. Estaba deseando venir a esta ciudad e irme al Foro a dibujar, al fin lo veré en directo y no en libros.

—Pues con ese tono de pelo te van a reconocer a diez kilómetros a la redonda —afirmó Chris.

La mujer les pidió en un correcto inglés estándar que estuviesen quietos para calibrar la distribución lumínica. Completamente erguido, y con la mirada forzada varios centímetros a lo bajo, Kôji contraatacó con un nuevo sms.

Seis y media, habitación 503. No tardes.

Los flashes se dispararon por espacio de unos veinte minutos, completando la penúltima de las anotaciones para aquel día en la apretada agenda del grupo. A la próxima jornada tendrían la noche libre para asistir al partido que el equipo londinense disputaría en tierras romanas, y al siguiente se celebraría el esperado concierto.

La gira continuaba en un trasiego de aviones, habitaciones, micrófonos y directos. Aunque comenzaban a acusar el efecto de levantarse sin tener demasiado claro en qué lugar se encontraban, la emoción por recorrer el continente de cabo a rabo suponía una ayuda considerable.

Mientras se metían en el coche con destino al cuartel general, en donde cientos de periodistas aguardaban tras un ejército de grabadoras y cámaras de televisión, Kôji hacía uso del desmaquillador que afortunadamente Serika llevaba en el bolso, pues no iba a tener tiempo de quitarse las capas de base antes de poner en marcha su plan; así que, desde el asiento del copiloto, hizo uso del espejo retrovisor ante la mirada estupefacta del chófer, el cual, pese a llevar años transportando a artistas de todo tipo, nunca se había encontrado en una situación similar.

Llegaron al prestigioso edificio por la entrada exclusiva para clientes, evitando el barullo de seguidores congregados, metiéndose directamente en la sala de conferencias. Los representantes mediáticos se levantaron para rodar, repartiéndose el turno de preguntas a medida que el traductor simultáneo satisfacía las demandas de los que preferían expresarse en el idioma latino.

Los cinco músicos se mostraron afables, respondiendo con toda la simpatía que podían reunir, mas el vocalista hizo uso de una habilidad desarrollada a lo largo del tiempo, con la que era capaz de estar al tanto de las cuestiones que le dirigían, contestar y, a la vez, no dejar de pensar en los detalles a seguir para que la velada fuese inmejorable.

- 4 -

—Me voy a hacer un par de compras con Dorians y Cheller, ¿te vienes? —preguntó Greg.

—Ya tengo planes… —respondió Izumi.

—Esta noche supongo que te toca operación balcón II, ¿no? —rió el escocés.

Apagó el teléfono y se metió la cartera en el bolsillo del chándal, abriendo la puerta para abandonar la habitación.

—Nos vemos luego, pasadlo bien —terminó, despidiéndose de su compañero.

A fin de evitar nuevos e incómodos incidentes en el ascensor, decidió subir los dos pisos de distancia a pie, contando los escalones para no aburrirse. Enumeró las placas identificativas de las puertas a medida que iba avanzando por el pasillo.

—500… 501… 502… 503, aquí está.

Antes de que pudiera tocar, dicha puerta se abrió, y unos portentosos dedos le tomaron de la sudadera arrastrándole hacia adentro. Para cuando se recuperó del sobresalto, tenía los labios de Kôji aplastando, literalmente, los suyos.

—¡Algún día me va a dar algo! —exclamó.

Se besaron sin moverse de la entrada de la suite convenientemente cerrada. Takuto creía a pies juntillas que iba a pasar las próximas horas sin salir de la cama, con pocas o ninguna prenda encima, y sin embargo el vocalista volvió a sorprenderle. No sólo ni le insinuó que estaba ansioso por recostarse sobre sus formas, sino que tomó de la mesa lo que parecían ser unas llaves y volvió a abrir la puerta.

—Vámonos —le dijo, cogiéndole de la mano.

—¿Adónde?

—A quemar Roma. Los dos solos. He alquilado un coche en recepción —sonrió, agitando las llaves—. Tenemos dos horas de esparcimiento hasta la cena, he reservado mesa en el mejor restaurante de la ciudad.

Takuto se dejó llevar por la airosa vitalidad demostrada, deshaciendo el camino esta vez en compañía.

—¿Y todo esto?—quiso saber, pegado a su torso y rodeándole la cintura con ambos brazos.

—Hace un montón que no tenemos una cita. Para una vez que te dejan tiempo libre…—respondió Kôji.

—Detente entonces en mi planta, debería cambiarme, no es cuestión de meterme en un sitio de esos con esta pinta —agregó, mirándose el chándal.

La campanita del panel de mandos indicó que ya estaban en el piso cero.

—No, mejor que vayas así. Ya sé cuál será la primera parada — afirmó, pletórico por estar a punto de realizar uno de sus sueños hedonistas.

Takuto sonrió con algo de timidez cuando algunos de sus compañeros, los cuales estaban sentados en los sofás del bar, le vieron encaminarse hacia el garaje de la mano del altísimo cantante de rock, mas la visión del coche en el que atravesarían la capital hizo que se olvidara de ello.

—¿Es este? —preguntó, alucinando.

Kôji se puso al volante del despampanante Ferrari modelo Spider. Era un descapotable deportivo color rojo, puro estilo italiano sobre cuatro ruedas. No era de la clase de vehículos que agradaba al delantero, pero tanta era su magnificencia que no puso mayores objeciones.

—¿Cuánto ha costado? —volvió a inquirir, mientras se sentaba en su asiento tapizado en cuero, asombrado con los acabados.

—Olvídate del dinero. Nos va estupendamente y nos podemos permitir una tarde de lujo. Así que esa palabra no existe hasta que vuelva a amanecer.

Puso en marcha el motor, encontrando delicioso su ronroneo. Tras examinar con detenimiento la pequeña pantalla táctil, activó el GPS, buscando cual era la ubicación exacta de la calle a la que quería ir.

Les abrieron la barra que delimitaba el parking, incorporándose al tráfico de aquella ciudad mágica, cuna de la civilización occidental y estandarte del buen gusto. Los oscuros cabellos de Takuto ondeaban mientras ganaban en kilómetros por la carretera, admirando cómo por todos lados se abrían amplias avenidas salpicadas de monumentos representantes de las edades artísticas de la humanidad.

Tras unos minutos de conducción guiada por el sistema satélite, el jugador vio un enorme escaparate coronado por un letrero mundialmente conocido, cruzando los brazos con resignación al comprender el por qué de la maniobra.

—Debí suponer que tramabas algo así.

Kôji aparcó en la zona reservada para clientes y, tras echar el freno de mano y subir la capota, miró a los ojos de Izumi, adquiriendo una pose melodramática.

—Tengo que confesarte algo… en todos estos años te he sido infiel.

Takuto siguió de brazos cruzados, esperando a que terminara la parrafada.

—Hay otro hombre en mi vida, y le sigo amando aún después de muerto… su nombre es Gianni Versace —concluyó, llevándose una mano a la frente como si estuviese recitando a Shakespeare.

—Pues vete con él —respondió malhumorado, con intención de salir del descapotable.

El cantante contuvo la risa; daba por hecho que Takuto no iba a pillar la broma. Le impidió abandonar el asiento abrazándole con ternura.

—Parece mentira que te lo hayas creído… hablaba de…

—¡Ya lo sé! —respondió, crispado por haber caído en la trampa — ¿No me digas que quieres entrar?

—¡Es la mayor tienda de Versace del mundo! Siempre he querido venir aquí. Sé bueno y deja que te elija algo.

—¿¡Me vas a comprar ropa!?

Babeando ante el cristal impoluto de la firma de moda por la que daría su otro brazo, Kôji le agarró de la muñeca, metiéndole dentro.

—Te voy a renovar el armario.

Uno de los discretos dependientes les atendió en cordial inglés con acento mediterráneo; para pesar de Izumi, durante las dos horas transcurridas en el prohibitivo local, tuvo que probarse prácticamente todo el repertorio disponible.

El vestidor estaba situado en una gran habitación blanca aislada, equipada con varios espejos de diversas dimensiones, un habitáculo protegido por una cortina y una cómoda butaca central para que el acompañante aguardara. Desde la misma, el admirador vitalicio del fallecido diseñador se deleitaba con cada modelo que le veía puesto.

—¿Qué tal este? —preguntó Takuto, cansado de tantos zapatos, camisas de seda y chaquetas de talle largo.

Llevaba un traje en color oro viejo de corte juvenil, con las costuras exageradas en tonos negros, una camisa de cuello alto marrón y unas botas de punta redondeada negras y de caña. Esforzándose por no caer rendido a sus pies, el jurado anunció veredicto.

—Estas guapísimo. Te lo llevas, y el de antes también —afirmó Kôji, incorporándose, depositando en un montículo las elecciones—. Y ese jersey, y esos zapatos, y…

Mientras la lista se prolongaba hacia el infinito, Izumi reprimió el impulso de echar un vistazo a las etiquetas, sabiendo que pondría el grito en el cielo de hacerlo. El dependiente entró educadamente para ir llevando a caja las prendas.

—¿Y para usted? —quiso saber el encargado, dirigiéndose al cantante.

Kôji conocía al milímetro las tallas de la firma y sus equivalencias, así que revisó las perchas hasta dar justo con lo que andaba buscando, pidiendo por referencias la adecuada a su envergadura. Minutos después, salió del probador enfundado en las adquisiciones.

Su pasión eran los abrigos y las gafas de sol, por lo que aquella gabardina inspirada en las del ejército soviético combinaba astutamente con los pantalones de cuero, las botas de tacón grueso y las gafas de cristal ahumado en degradado.

Algunos transeúntes disminuyeron el paso para observar a la arrebatadora pareja salir de la tienda, con unas quince bolsas entre las manos. Portaban una fortuna en telas y demás materiales, pero Kôji era, literalmente, el hombre más feliz del universo.

—¿Las dejamos en el hotel? —preguntó Takuto, temiendo que alguien tratara de robarles.

—En el restaurante tienen parking privado a cubierto, no pasará nada.

De nuevo con el capó plegado, pusieron rumbo hacia la mesa que les esperaba. Los monumentos de Roma se galardonaron con estratégicas luces doradas, y el viento silbaba en sus oídos la melodía de la velocidad.

Izumi se giró desde su asiento para observarle mientras éste conducía, y sonrió. Se sentía bien con aquellas prendas a bordo del coche, porque estaba viendo a Kôji brillar más que las ruinas del lejano Coliseo reinante al final de la avenida.

Eres cínico y hermoso,

siempre montando la escenita.

Un delirio monocromático,

eres mucho más de lo que aparentas.

Me ahogo en tu vanidad,

tu risa es una enfermedad letal.

Aún siendo dulce y pervertido,

sabes que lo eres todo para mí…

Porque tú en toda tu esencia

caes desde el cielo como una estrella.

Tú en toda tu esencia,

donde y cuando te viene en gana.

Devolvió la vista al frente, instante en el que los papeles se invirtieron, pasando el conductor a contemplarle todo lo que la carretera le permitía. Le había vestido, le había proporcionado distracción alejándole de los nervios previos a la competición, y en breve pasaría la más románticas de las noches primero ante las velas, y luego en el mausoleo de su cuerpo, haciéndole parte de sí incluso más de lo que ya era.

Quiero destrozar la máquina

que hace que renuncies a tus sueños,

y penetrar en tus defensas

hasta que en tu interior no quede nada salvo yo.

Estás irresistible cuando te enfadas,

tu amor es una constante provocación,

me ahogo en tu mareante ruido,

quiero sentirte gritar…

Porque tú en toda tu esencia

caes desde el cielo como una estrella.

Tú en toda tu esencia,

donde y cuando te viene en gana14.

No se dijeron más, pues no hacía falta. Dejaron atrás el conjunto arquitectónico bajo la indicación del dispositivo del coche, dispuestos a estrenar la madrugada.

- 5 -

A las once en punto de la noche, cumpliendo a rajatabla la hora de regreso establecida para el Chelsea, Takuto y Kôji arribaron al hotel, pero no fueron directos a la 503, sino tres habitaciones más hacia la derecha.

Serika recibió con entusiasmo a su hermano, achuchándole y llenándole de besos.

—¡Pero qué te han hecho! ¡Pareces una persona completamente diferente! —exclamó mientras le miraba de arriba a abajo.

—¿A que le sienta fenomenal? —afirmó el vocalista, cerrando la puerta.

Katsumi no tardó en unirse a la comitiva mientras se cepillaba los dientes. Sus ojos se abrieron al toparse con semejante impresión. Cuando hubo terminado, saludó al futbolista como merecía.

—Menos mal que te vemos hoy el pelo, en Amsterdam te monopolizaron —bromeó.

Los recién llegados dejaron los abrigos sobre una silla, sentándose en el sofá de la suite mientras hablaban.

—¿Podrías llamar a Liam para que venga? —pidió el siete del equipo inglés.

Shibuya marcó el número de la correspondiente habitación en el teléfono, y a los pocos minutos el teclista acudió, estrechándole la mano con afabilidad.

—¡Felicidades! Me enteré en Holanda, pero con tanto lío no había podido decírtelo en persona —comentó Takuto, en referencia a su futura paternidad.

—Gracias… no sé quién está más ansioso, si los padres de Cinthya o yo —respondió.

Un móvil sonó, identificándolo Kôji como el suyo por el timbre. Al mirar la pantalla comprobó que no tenía el número entrante en la agenda, cosa que le pareció muy rara, aunque por el prefijo italiano supuso que debía tratarse de algún periodista.

Salió al balcón para alejarse del ruido, contemplando las vistas al Vaticano mientras aceptaba la llamada.

Tras un tenso silencio, pudo reconocer a quien le solicitaba por su grave y aterciopelada voz.

—Señor Nanjo… soy Shigi Kurauchi.

Katsumi miró de reojo a su amigo, intrigado por la postura tensa que había adoptado nada más ponerse el aparato a la altura del oído. Sin embargo, éste hablaba demasiado bajo como para captar la conversación.

—Dame una buena razón para no colgarte ahora mismo — increpó duramente Kôji—. Si vuelves a llamarme por ese nombre, arrojo el teléfono al vacío.

No le importaba en absoluto cómo el guardaespaldas había conseguido su número privado; lo que le exasperaba era que éste se pusiera en contacto con él sin previo aviso tras lo ocurrido. Shigi siempre había estado más ligado al clan que él mismo, pues cuando fue reconocido por su padre siendo un crío, él ya se encontraba al amparo de la poderosa familia como custodiador de Hirose.

—Su hermano está muy grave. Le han trasladado a esta ciudad en la que ahora nos encontramos para tratarle. Tengo que pedirle que, por favor, se ofrezca como donante —expuso el guarda.

Kôji sintió auténticos deseos de estallar en carcajadas, controlándose por respeto a los demás.

—No logro comprender cómo alguien como tú, al que creía un hijo de puta sobrio e inteligente, se dedica a perder el tiempo pidiéndome que salve la vida de la persona a la que más odio en el planeta.

Shigi no se dejó mermar.

—Si acude a la clínica mañana a primera hora, podrá retirarse por la tarde. Le harán algunas pruebas y se realizará la transfusión. Luego tendrá que reposar por unas horas hasta recuperar fuerzas.

—Púdrete en el Infierno —respondió, a punto de apagar el teléfono.

En el extrarradio de la capital, y también desde un balcón, en su caso el de la habitación del hospital, Shigi sucumbió a todo lo que llevaba dentro. Dejó de tratar a aquel joven pretencioso y trasgresor, al que detestaba, como a un integrante de la familia a la que debía culto y respeto, para hablarle de hombre a hombre.

Mejor dicho, de hombre enamorado a hombre enamorado. Las lágrimas resbalaron raudas por su angulosa cara en el último recurso que le quedaba, tirando por la borda su honor y su renombre.

—Se lo ruego —musitó con la voz rota.

Kôji no se esperaba tan sutil declaración. Entonces, surgido de la nada, un impulso nació de su ingenio. Recordó lo que Takuto le había dicho aquella mañana en que emprendieron el tour desde Londres, tras la fuerte discusión.

No sigas su juego, sería caer igual de bajo que él.

Se dijo a sí mismo que era hora de lanzar la ofensiva definitiva, aquella que tal vez no liquidaría para siempre a su enemigo, pero que de seguro le dejaría desvalido lo que le restara de existencia.

—Dime a dónde tengo que ir —dijo al fin.

Clínica Sant'emi, dé la referencia A8 nada más entrar —respondió conteniendo los sollozos.

—Estaré allí a las siete.

Y tras ello, colgó, regresando al salón.

—¿Quién era? —quiso saber Shibuya.

—Un periodista, me ha ofrecido algo interesante. ¿Tenemos muchas cosas que haber mañana por la mañana?

—Una entrevista por la radio y un acústico en directo —confirmó Serika tras consultarlo.

—Posponlo para el jueves. Te prometo que no les fallaré.

Izumi iba a reprenderle por darles trabajo extra a los productores, pero el manager se apresuró a depositar una mano sobre su hombro, restándole importancia.

—Da igual, no creo que haya problema —comentó alegremente, oliéndose que el supuesto reportero era en realidad alguien de mayor transcendencia.

La informal reunión se prolongó hasta la una. Tras despedirse, Takuto se dispuso a pasar de nuevo la noche en habitación no correspondida, mas ya era un secreto a voces tolerado; todos sabían que su rendimiento iba a ser el de siempre, o incluso superior.

La cama de la 503 asistió a nuevos retazos de pasión, desenfreno y posterior apacibilidad, mas no a la revelación por parte del cantante de sus empeños.

Cuando hubiese consumado su ataque, se lo haría saber con orgullo, cobrándose de una estacada los veintiún años en los que habían tratado de hacerle la vida imposible.

- 6 -

Las enfermeras a cargo de la centralita alzaron el rostro cuando el eco de unos pasos firmes resonó por el pasillo. Los tacones de las botas de Kôji marcaban su avanzar frío, oculto bajo los cristales negros de las gafas y el pragmatismo con el que había cumplido su parte del acuerdo.

A8, per favore.

La encargada se apresuró a realizar las formalidades exigidas, y poco después un equipo formado por varios médicos salió a recibirle, pidiendo que les acompañara hasta la planta superior.

Shigi le vio aparecer a lo lejos custodiado por los doctores. Permaneció regio, sin saludar cuando el artista pasó a su lado, ignorándole. El guardaespaldas apretó los puños, rogando para que la tortura concluyese cuanto antes y, sobre todo, para que su señor no le guardara rencor por lo que iba a pasar.

Después de someterle a los análisis de rigor, y a las pruebas de compatibilidad hasta el mediodía, en una habitación colindante el menor de los Nanjo se despojó de sus avituallas, poniéndose una insulsa bata de hospital y adoptando la postura que le indicaron. Contuvo la respiración cuando sintió cómo le clavaban una aguja en la columna vertebral a fin de sustraer líquido, y así obtener anticuerpos con los que reforzar las paupérrimas defensas del ingresado.

Tras ello, le trasladaron a la dependencia donde Hirose seguía sedado y conectado a la máquina de transfusión. De su brazo derecho pendía un tubo que llevaría su sangre hasta un depósito de desecho, y del otro un canal transparente de menor longitud que le enlazaría directamente a su salvación.

Kôji se acomodó en la camilla plegada bajo la insondable vigilancia de Kurauchi, el cual permanecía inmóvil en un rincón.

Le colocaron una vía tras encontrarle la vena principal, pidiéndole que trabajara constantemente la muñeca presionando sobre una pequeña pelota de goma. Unos tres litros de sangre serían transferidos, dejándole extremadamente debilitado, por lo que no debía abandonar el recinto preferiblemente hasta el día siguiente.

Todo transcurrió sin complicación ninguna. Una vez terminada la transfusión, cerró los ojos, mareado, esperando a que retiraran aquel instrumental de su carne y le suministraran algo de azúcar con la que paliar la falta de glucosa.

Era demasiado pronto como para ser optimistas con respecto a los resultados, pues sólo cabía esperar. Ya algo más recuperado de la pérdida sanguínea, Kôji habló por primera vez desde que se pudiera en manos de los especialistas.

—Déjenos a solas —solicitó secamente.

El médico de guardia comprobó una vez más el estado del enfermo y se retiró. Aunque no le hacía demasiada gracia, Shigi se vio en la obligación de hacerlo también. Cerró la puerta, quedando pegado a ella para entrar en cuanto detectara cualquier suceso sospechoso.

Sin nadie que le molestase, el vocalista observó desde su lecho el rostro de su hermano mayor.

Aunque provenían de madres diferentes y poseían características de las mismas, no podía negarse que estaban unidos por el parentesco. Contemplando a Hirose, no era difícil imaginar cómo sería la apariencia física de Kôji cuando alcanzara los cuarenta y tantos.

Esperó. El sol comenzaba a teñir de naranja cuanto encontraba a su alrededor despidiendo al atardecer, por lo que decidió incorporarse y vestirse. Acababa de calzarse la última bota cuando le escuchó murmurar.

—Por fin te despiertas… —dijo, sentándose en la camilla a su lado.

Hirose se esforzó por enfocar la vista, afectada por las jornadas transcurridas bajo los efectos de los calmantes. Su mano izquierda tembló cuando le reconoció.

—¿Q-qué haces tú aquí? —espetó indignado, tosiendo penosamente a continuación—. ¿Dónde estoy? Debo estar soñando.

—No, no lo estás. Es el mundo real. Estamos en Roma, los dos solos en esta habitación, ¿a qué es fantástico? —respondió con sorna.

El primogénito quiso incorporarse, mas le resultó inútil. Por mucho que buscase a su alrededor, no conseguía visualizar a Shigi.

—Deberías estarme agradecido… —prosiguió—. Han sustituido casi toda tu sangre por la mía, si sales con vida de este hospital será gracias a mí.

Kôji se tumbó sobre el mustio cuerpo de su hermanastro rodeándole la cintura con las piernas, cayendo la melena en cascada sobre su rostro, y presionándole las muñecas sobre la almohada con sus manos a fin de inmovilizarle.

—Ese hombre, tu guarda, debe quererte demasiado como para haberme rogado que hiciera esto por ti. Si te hubieses dedicado a corresponderle en lugar de convertirte en el perrito faldero de padre o jugar a joderme, quién sabe, igual no habrías sido un amargado.

Le sonrió con desprecio, consiguiendo que Hirose enfureciera, sin poder siquiera alzar el puño contra su bello semblante.

—Dicen que una vez superas tus límites, puedes cruzar la frontera las veces que te plazca. Yo ya me he cargado a un tío, y no me costaría nada deshacerme de ti ahora mismo, pero… —acercó los labios a su oído, susurrándole palabras envenenadas—. Lo he pensado mejor, creo que es mucho más divertido constatar que me he introducido en tu cuerpo, y que me llevarás dentro hasta el día en que te mueras.

La respiración del mayor se agitó, y sus pupilas se redujeron al mínimo por el impacto de aquella verdad clavada como un puñal en su cerebro.

—Te odio, monstruo. ¡TE ODIO! —le gritó.

Kôji elevó una ceja en su eterno tic de indiferencia, heredado directamente de la desaparecida Ayako.

—Y yo a ti —respondió con suavidad.

Tras ello, tomó el rostro de su hermano entre las manos, depositando sobre la superficie de sus labios un típico suvenir italiano, lo que por las tierras del sur las redes mafiosas bautizaban como "el beso de la muerte".

Se levantó de la camilla colocándose las gafas sobre el puente de la nariz, mirando desde lo alto cómo Hirose forcejeaba consigo mismo hasta caer de bruces al suelo, tratando de darle alcance. Pese a que aún estaba débil, Kôji decidió que era hora de marcharse.

—Y ahora, si me disculpas, me voy a ver cómo la defensa de la Lazio queda hecha trizas.

Abandonó la dependencia con sigilo, encontrando el pasillo vacío y saliendo al exterior tomando un taxi con dirección al estadio de fútbol donde Shibuya, Serika y sus compañeros de banda esperaban.

Shigi terminó la reunión con la administración del centro, cerrando pagos y papeleo. Pocos minutos después de la escapada del cantante, entró corriendo a la habitación al ver desde lo lejos que la puerta estaba entreabierta. Allí se topó con un espectáculo dantesco.

Hirose había hallado las fuerzas suficientes para arrastrarse hasta el inmaculado cuarto de baño.

Haciendo uso de una de las cuchillas de afeitar de Shigi, se había cortado las venas. Sin embargo, sus intenciones no eran las de morir patéticamente sobre dicho suelo esterilizado: sabía perfectamente que la única forma de obtener una muerte segura con ese método, era realizando un corte vertical, siguiendo el transcurso de los vasos, y que un desgarro horizontal sólo provocaría una hemorragia considerable.

Lo que quería era vaciarse hasta que la vida se lo permitiese.

Sólo buscaba eliminarle por completo, e impedir que Kôji fuera, además del dueño de sus obsesiones, dueño de sus entrañas.

14 - Ambos párrafos pertenecen a la canción de los Goo Goo Dolls "Dizzy".