- Capítulo 23: Arde, París -
Shibuya dirigió una última mirada apesadumbrada a los dos de sus músicos que iban a emprender un viaje relámpago. Comprobó que les había dado los documentos necesarios y que el taxi les esperaba.
—¡Cómo perdáis el vuelo mañana, rodarán cabezas! Tenemos un montón de compromisos que atender en la promoción francesa.
Kôji tomó la carpeta que le había pedido, poniéndose las gafas de sol que, en lugar de hacerle pasar desapercibido, conseguían que llamase aún más la atención.
—Que sí, pesado —respondió.
—Te llamaremos en cuanto lleguemos —agregó Liam, ya de camino a la salida.
Katsumi les despidió, agitando la mano mientras se resignaba a confiar en que no habría incidentes de última hora. Tanto había sido el éxito del tour que durante el último mes habían concertado nuevas fechas por el continente, no contando el equipo de producción ni los músicos con los periodos de descanso previamente estipulados.
Quizás por ello, aceptó la petición del teclista de marchar a la capital británica en un vuelo comercial normal y corriente, sumándose Kôji enseguida a la moción. Estiró los brazos poniendo rumbo a su habitación, a la par que los dos artistas avanzaban a bordo del vehículo por la ciudad danesa.
Una vez en el aeropuerto internacional de Copenhague pasaron por los controles, entrando lo antes posible en la zona de tránsito. Faltaban veinte minutos para el embarque, así que caminaron hasta la zona de compras portando las pequeñas maletas que tenían como equipaje de mano.
El cantante echó un vistazo a la prensa internacional, llamándole la atención un artículo reseñado en la portada del Daily Express, uno de los periódicos ingleses más conocidos. Decidió llevárselo al igual que un paquete de chicles sin azúcar, a los que se había vuelto adicto en su promesa de abandonar definitivamente el alquitrán y la nicotina.
—¿Dice algo interesante? —quiso saber Liam, una vez estuvieron sentados junto a la puerta correspondiente en su terminal.
—Más de lo mismo. Pero no me canso de verle sobre el papel —afirmó mientras mascaba ruidosamente, leyendo.
—¿No decías que lo del contrato aún no es oficial?—se interesó Liam.
—Alguien del club se habrá chivado a la prensa. Pero no, todavía no ha firmado, seguramente la semana que viene cuando Shibuya pueda estar presente.
Ojearon el tabloide hasta que por megafonía se anunció el embarque, no tomándoles demasiado estar en sus respectivos asientos en la cola del avión.
—La gente no deja de mirarte —comentó Liam, divertido.
—No se fijan en mí, sino en tu pelo.
Amante de los continuos cambios de look, desde hacía unos días la cabellera lacia del inglés era de un intenso color azul. Su propietario miró por la ventanilla el mosaico de luces de la torre de control, deseando reunirse con su novia.
No era el único que se moría de ganas por dar una sorpresa. Nadie les esperaba en Londres, por lo que los detalles de las inesperadas visitas eran de lo más prometedores.
- 2 -
Takuto frotaba insistentemente el lomo de Titán, haciendo que brotara espuma. La tarde era apacible y cálida dentro de lo que cabía, por lo que decidió que era el momento adecuado de darle un buen baño a su perro.
—¿Te gusta, eh? —preguntó mientras reía por el gesto del animal, deleitado por la sensación mientras su pelaje gris pasaba a ser blanco por el jabón.
Se secó las manos en los pantalones viejos que tenía puestos, tomándole del morro y mirándole a los ojos como si fuese un viejo colega; aunque mucha gente creyera que los perros eran incapaces de comprender a los humanos, el entendimiento entre Izumi y su fiel amigo era palpable.
—¡No te muevas de ahí, voy a por la manguera! Eso es, buen chico.
Se alejó unos pasos para abrir el grifo y aclararle, pero Titán no le hizo caso. Era obediente y disciplinado, mas en esta ocasión tenía un motivo muy bueno por el que abandonar su puesto.
Emitió un ladrido de alegría, saliendo disparado en dirección a la puerta del jardín.
—¿Adónde vas? —gritó el futbolista, sin terminar de desenrollar la manguera.
Su fino olfato canino detectó un olor de sobra conocido; cuando el archifamoso vocalista de Angelous abrió la puerta con sigilo para no ser descubierto y penetró en el jardín, la descomunal envergadura del perro se abalanzó sobre él, dándole un susto tremendo, chafándole el plan y haciéndole caer de espaldas sobre el césped. Sin poder ponerle remedio, pronto tuvo la porosa lengua del perro lamiendo insistentemente su cara.
—¡No me llenes de babas, bola de pelo!
Titán, entusiasmado por su presencia tras la ausencia, movía el rabo de un lado para otro mientras las almohadillas de sus patas le llenaban de jabón.
Takuto no daba crédito a la escena.
—¿Qué haces aquí? —preguntó, creyendo que estaba soñando.
—Darte una sorpresa, o al menos eso quería —rezongó, tratando de zafarse del chucho.
Acudió a socorrerle, tomando al perro de su collar y apartándole con suavidad.
—No seas tan brusco con él, que está muy contento —le dijo Izumi.
Arrodillado en el suelo con el jabonoso can entre los brazos, Takuto contempló a un Kôji despeinado, con la cara brillante, la ropa hecha un desastre y el contenido de su maleta disperso por las cercanías.
—Ve a cambiarte. Dudo que quieras ayudarme a terminar de bañarle.
Él le respondió tras quitarse de encima parte de la saliva canina que tenía adherida a las mejillas.
—¿Y por qué no voy a querer?
—Porque eres muy fino para esas cosas: odias el olor a perro mojado y mancharte. ¿A que es un señorito delicado? —le preguntó a Titán con picardía.
Kôji no se lo pensó dos veces.
—Conque delicado, ¿eh?
Se puso en pie, alejándose y chascando los dedos de la mano para que el perro le siguiera. Takuto se incorporó, intrigado.
Una vez estuvo en el borde de la piscina, el cantante consiguió sin demasiado esfuerzo que el animal volviera a tirarse sobre él, sujetándole en esta ocasión con fuerza, como si estuviera abrazándole.
—¡Os vais a enterar los dos, a ver quién es el pijo aquí! —exclamó, dejándose caer al agua en compañía del dogo.
Takuto estalló en carcajadas cuando Titán nadó asomando la cabeza hacia la zona menos profunda, desde la que podía hacer pie, y Kôji se apoyaba en el bordillo con la melena y la ropa empapadas. Sin embargo, su sonrisa compensaba lo húmedo de su estado.
—Rápido y efectivo. Ya no tiene jabón encima.
Izumi se quitó los zapatos y se sumó a la comitiva, saltando en bomba al agua, salpicándolo los alrededores. Nadaron hasta poder tocar el fondo, estrechándole Kôji con fuerza contra su cuerpo.
—Eres único, en dos minutos has conseguido revolucionarlo todo —comentó Takuto.
—Por ti revolucionaría al planeta entero —contestó, apartándole el flequillo mojado de la cara para besarle.
Titán les miraba, apurado por aquel medio extraño, así que entre los dos le auparon por los cuartos traseros, ayudándole a salir. Mientras el perro se sacudía para secarse, la pareja se deshacía en más recibimientos en forma de caricias.
—Ahora en serio, ¿qué haces aquí?
—Liam quería ir con la novia al ginecólogo, les van a decir si es niño o niña. Así que me ofrecí para escoltarle hasta Londres… —explicó, haciéndose el interesante.
—Sí, claro… seguro que ese fue el motivo.
—Qué más da. Estarás de arresto domiciliario las próximas veinticuatro horas, no te dejaré salir.
Observando cómo la capa de espuma seguía extendiéndose por el agua clorada a la par que su cuello era besado, Takuto se dijo que tendría que llamar al técnico de mantenimiento.
—¿Has comido?
Kôji negó con la cabeza, poniendo cara de pena.
—No… mi estómago también te echaba de menos.
Él sonrió.
—¿Quieres que te prepare algo?
—Sí, por favor. Estoy harto de caterings y servicio de habitaciones. Llevo toda la semana soñando con tus guisos.
Le tomó de la mano, tirando hacia la escalerilla.
—Salgamos de aquí, que no puedo permitirme el lujo de pillar otro resfriado. Recoge tus cosas del suelo, haré la colada.
La ropa pesaba varios kilos en tierra firme. El recién llegado dejó un reguero de agua a su paso mientras metía atropelladamente su equipaje en la maleta, quitándose lo que tenía puesto a medida que se acercaba a la entrada del chalet.
Titán estaba echado en una esquina del porche, esperando una señal para poder entrar en el interior de la casa. Sin embargo, Kôji le dio unas palmaditas en el cráneo, dedicándole unas palabras.
—No me guardes rencor y compártelo, que lo has tenido para ti solo todo este tiempo.
Cerró la puerta principal entrando al salón completamente desnudo, portando entre los brazos un amasijo de ropas empapadas. Desde que comprasen el inmueble apenas habían dispuesto del mismo para ellos dos, por lo que la ausencia de Katsumi y Serika se le antojaba incluso más irresistible.
—Esto es un gustazo. Anda que no tenía ganas de pasearme en pelotas por mi propia casa —afirmó, metiendo las prendas en el tambor de la lavadora.
—Qué basto eres… —replicó, añadiendo las suyas y echando la correspondiente dosis de detergente líquido.
Leyéndole el pensamiento por el brillo de su mirada, Takuto fue tajante.
—Olvídalo. Primero a comer.
—Vale. Pero yo te ayudo con eso.
No es que le tuviera especial aprecio a cortar verduras en la tabla, pero era la excusa perfecta para permanecer pegado a su piel el máximo tiempo posible.
- 3 -
La noche cubrió Londres con su manto. La única luz encendida en la casa terrera provenía del ático, espacio en donde se encontraba el acogedor dormitorio que compartían. Las sábanas de la cama estaban revueltas, y el quemador de esencias pronto carecería de más aceite aromático que consumir.
Takuto tenía apoyado el rostro sobre el pecho de Kôji, el cual desplegó el mapa que se había traído consigo de Dinamarca.
—Esta es la ruta —le dijo, mientras Izumi le pasaba un brazo por la cintura.
Ante ellos quedó un detallado plano de los Estados Unidos, con una serie de líneas plasmadas en rotulador rojo.
—¿Cual es el plan? —preguntó con la voz sedada.
—Te dan vacaciones el día veinte, ¿no?
El jugador asintió. Esa temporada las competiciones de liga terminaban antes de lo habitual por el Mundial de Japón-Corea. Aunque él había sido internacional absoluto por la selección nipona, y muchos apostaban por su asistencia a la competición futbolística más relevante de cuantas existían, diversos problemas entre las federaciones no lo habían hecho posible; el que no hubiese iniciado la campaña en primera división implicaba ciertas lagunas legales que prefirió obviar. Ya tendría su momento estelar para el siguiente Mundial de Alemania, pues estaba seguro de que su carrera no había hecho sino despegar.
Kôji le besó en la frente, pasando a explicarle los pormenores de la última parte del tour.
—Saldremos desde Londres a Nueva York el veinticuatro. Shibuya ha tenido una gran idea: vamos a atravesar el país sobre cuatro ruedas. Llevaremos varios trailers con los escenarios y el equipo, y nosotros tendremos uno de esos buses acondicionados. Así podremos ir un poco más a nuestro aire, y llevarnos al chucho.
—¿De verdad? —preguntó entusiasmado, trazando la ruta con el dedo sobre el papel—. De Nueva York a Los Ángeles… son muchísimos kilómetros.
—Dave se ha empeñado en hacer una especie de documental con su cámara de vídeo. Va a grabar el viaje, posiblemente salga a la venta al final de la gira en DVD.
Izumi depositó la mirada en el tatuaje que el cantante lucía, repasando su trazado lentamente. Le apetecía mucho emprender aquella aventura con ellos y compartir momentos inolvidables en la carretera, pero lo que más anhelaba era no tener que separarse por otro largo periodo de tiempo de su hermana, Katsumi y, sobre todo, de él.
Observó con curiosidad los restantes dossiers informativos que contenía la carpeta, decidiendo sacar el tema que más había meditado en las últimas jornadas. Pese a que lo habían hablado por teléfono, quería consultárselo en la intimidad que una decisión tan importante requería.
—¿Crees que haré bien si firmo el contrato?
—Por supuesto. ¿No estás seguro?
Takuto calló, reflexionando con melancolía.
—Sé que debería estarlo, es lo que siempre he querido: un equipo fantástico en el que puedo jugar y aspirar a ganar más competiciones. Supongo que es la presión de pensar que cuando se termine lo pactado…
Dejó la frase en el aire, incapaz de continuarla. No fue necesario que la terminara, pues Kôji supo a lo que refería. Dejó el plano sobre la cama, abrazándole dulcemente.
—Te angustia saber que cuando se te acabe el contrato, tendrás que colgar las botas.
Él cerró los ojos. Se sentía bien protegido por el calor de su cuerpo y su comprensión. Había dado en el clavo.
—Son ocho temporadas, aún queda mucho para retirarme, pero siento como si esos cuatro años vacíos me pesaran. Tengo la sensación de haber perdido un tiempo que no puedo recuperar.
—Cuando me pongo a pensar en esa época, me digo a mí mismo que si todo lo que hemos pasado nos ha llevado hasta aquí, bienvenido sea.
Le tomó del mentón para mirarle a los ojos.
—Vive el momento, disfruta de lo que has conseguido y de lo que queda por llegar. Cuando ya no puedas ser jugador por la edad, será cuestión de darle otra óptica.
—¿A qué te refieres?
—Es como si pintases las paredes de esta habitación. Aunque su aspecto cambiase, seguiría siendo la misma. No tienes por qué dejar el fútbol, puedes sacarte la licencia y ser entrenador, por ejemplo.
Takuto esbozó una sonrisa agridulce. Ser consciente del inevitable desgaste físico de los profesionales le atormentaba, pero no se había planteado aquella idea que Kôji le había propuesto, la cual consiguió, en cierto modo, apaciguarle.
—¿Tú me ves entrenando?
—Te imagino al cargo de once mocosos en una competición de alevines, con todos los críos adorándote y un séquito de madres en las gradas devorándote con la mirada —dijo, matizando lo en serio que iban sus pensamientos con tono alegre, para animarle.
El cantante se quedó en blanco mientras su imaginación volaba libre por propia voluntad.
—Serías el cuarentón más atractivo de la galaxia —fantaseó.
—¡No te pases! —le recriminó.
Izumi suspiró, aliviado y risueño.
—¿Y tú? ¿Cómo crees que será tu futuro?
Kôji dejó la mirada suspensa en los ojos negros que tanto le fascinaban, descubriendo nuevos destellos.
—Me pasaré los fines de semana haciendo chapuzas en esta casa… y cuando sienta que se cerró la etapa musical de ahora, es posible que retome mi vocación en donde me la cercaron. Tengo casi veinte años que recuperar al piano.
—¿Te atreverías a retomarlo?
—Sería genial convertirme en el primer concertista manco de la historia —se jactó—. No lo sé, es un proyecto que no descarto. Ignoro lo que me deparará el tiempo, pero sólo tengo algo claro sobre mi vida en el futuro: que la pasaré a tu lado.
Izumi no dijo nada. ¿Cuántas veces había escuchado aquellas promesas de amor eterno?
La diferencia era que ya no las consideraba eso, meras declaraciones, sino evidencias. Por unos segundos, configuró en su mente dónde estarían los dos dentro de una o dos décadas, y la juventud en la que ahora se envolvían le pareció un mero trampolín a los que, esperaba, fuesen los años más estables y sólidos de los que finalmente conformaran sus días.
—¿Tienes que marcharte entonces mañana a París? —susurró, cambiando de tema.
—Sí, he quedado con Liam a las 6 de la tarde. Pero te lo vuelvo a repetir, deja de pensar en lo que está por llegar.
Y mientras volvía a emborracharse de sus labios, dejó que dos simples palabras murieran en el vacío tras ser pronunciadas, formando un sensual conjuro con el que le invitaba a fundirse con él una última vez antes de caer dormidos.
—Carpe diem.
Takuto se dejó llevar, permitiéndole como siempre que borrara sus dudas a base de pasión, compartiendo con él sus ilusiones, sueños y temores.
Le hizo caso, y tanto alma como raciocinio aparcaron momentáneamente el balompié con todos los pormenores que llevaba adjuntos, agradeciéndole a Kôji mediante la entrega los esfuerzos realizados por éste para conseguir alumbrarle cada vez que le atemorizaba la oscuridad.
- 4 -
Tras una media hora de conducción, Takuto pudo aparcar su todoterreno en la zona correspondiente del aeropuerto de Gatwick. Kôji fue el primero en bajar de su asiento para abrirle la puerta a Cinthya, la cual se había sumado al comité de despedida.
Mientras los tres cogían las maletas de la parte trasera del coche, el futbolista miró al peculiar dúo.
Ella derrochaba tanta simpatía y extroversión como originalidad su apariencia física. Llevaba el cabello cortísimo y teñido de un chillón color rosa, las orejas llenas de pendientes, un piercing en la lengua, otro en la ceja, botas militares a juego con los pantalones de camuflaje y una ajustada camiseta de lycra que resaltaba su avanzado estado de gestación. Parecía la escenificación customizada en carne y hueso de Tank girl.
—Déjamela, ya la llevo yo —le dijo Izumi con amabilidad, para que la futura madre no tuviera que cargar peso.
—Pero cuídamela, ¿eh? Que llevo mis mejores trapos dentro — respondió encantada, pues el delantero le parecía una ricura de ser humano.
Kôji cerró el maletero, extrañado por lo que acababa de oír.
—¿Tu ropa? Pensaba que eran más cosas de Liam.
Éste esbozó una sonrisilla nerviosa, apresurándose a aclarar las cosas mientras se tapaba la cabeza con un pasamontañas, ocultando su llamativa melena.
—Es que se ha empeñado en venir con nosotros lo que queda de gira. Suerte que he podido reservar por Internet un billete más para el mismo vuelo.
—Claro, ¡no es justo que tú estés recorriendo medio mundo mientras yo me muero del asco aquí! —se apresuró a repetir ella.
—Cariño, los médicos han dicho que debes guardar reposo…
—También dijeron que no podía quedarme embarazada, ¡y mira! —replicó poniéndose de perfil y señalándose el vientre—. Además, ¿vuestro manager no era médico?
Kôji contuvo la risa al pensar en la cara que pondría Shibuya cuando se topara con la "doble sorpresa".
—Di que sí, Cinthya —le apoyó Takuto—. ¡Defendamos nuestros derechos como víctimas de los tours mundiales!
—Míralo por el lado bueno. Así nuestro hijo irá aprendiendo pronto cómo se mueven los hilos de la industrial musical —afirmó, mirando a su novio.
Liam se echó al hombro la bolsa de ella, cogiéndola de la mano mientras procedían a las despedidas, no perdiendo la joven la ocasión de plantar un beso en la mejilla del futbolista.
—¿Voy sacando las tarjetas de embarque? —preguntó él.
—Sí, toma mi pasaporte.
Kôji le cedió el documento y el billete, quedándose a solas con Takuto en medio de una marabunta de viajeros que entraban y salían de la terminal.
—¿Me llamarás cuando estéis en París?
—Claro —respondió Izumi—. A ver si me dan las entradas de protocolo que me prometieron, hablaré mañana con la coordinadora.
El cantante le instó a que se metiera en el coche y arrancara.
—Vete ya, hay un fotógrafo merodeando. No quiero que te den la lata antes de la final.
Él sonrió, poniendo en marcha el motor. Kôji metió medio cuerpo por la ventanilla del coche para darle un último beso antes del cercano encuentro en tierras galas. Se quedó en la carretera hasta que el vehículo se perdió en la lejanía, momento en el que tomó su equipaje y entró en el edificio.
La gente murmuraba a su paso, muchos le habían reconocido pese a los esfuerzos por causar el menor impacto posible. Aunque estaba habituado a los efectos secundarios que tenía el ser un personaje público, en esta ocasión ignoró todavía más los comentarios y cuchicheos que generaba. Se reunió con su compañero y la nueva viajera, invadido por un ataque de inspiración.
Tras haber obtenido los resguardos, se dirigieron a hacer cola en la puerta de embarque, en donde formuló una pregunta, incapaz de posponer su curiosidad.
—¿Cómo os conocisteis? ¿En una redada policial o algo así?
Cinthya rió; no era la primera vez que les preguntaba lo mismo.
—Estaba en un pub con unos amigos —recordó Liam en voz alta —. Habíamos ido unas horas antes al concierto de un grupo alternativo, y la música que tenían pinchada de ambiente era la misma de todos los fines de semana. The Prodigy, Underworld… el boom del hard techno en Londres. Me estaba bebiendo una copa mientras los demás hablaban de lo de siempre, y empecé a fijarme en el resto de la gente, comprobando que iban a lo suyo. Entonces el DJ tuvo la gran ocurrencia de pinchar mi favorita de Los Ramones.
—"Sheena is a punk rocker"—apuntó ella.
—Me puse a cantarla a solas, pues a nadie más de mi pandilla le gustaba los clásicos. Llegué incluso a pensar que era el único que conocía la canción en todo el bar… y entonces la vi. En otra esquina estaba ella, gritando la letra de la canción como una loca por encima del escándalo.
—Yo también creía que estaba rodeada de muermos. Cuando nuestras miradas se cruzaron, supe que aquella noche había hecho bien en saltarme el toque de queda.
Kôji asentía; la rocambolesca escena que le estaban describiendo encajaba con sus expectativas.
—La invité a una cerveza y… bueno, aquí estamos cinco años después.
—Seis —corrigió ella—. Fue una juerga productiva: le di portazo al tío con el que estaba saliendo, y me fui con Liam. ¡Aún tiene la marca que le dejó el bestia de mi ex en las costillas cuando se vengó por haberle robado a la chica! ¿Quieres verla? —preguntó entusiasmada, tratando de subirle la chaqueta al teclista.
—No, no hace falta… —argumentó en respuesta—. ¿Tú, el pregonero de las buenas vibraciones, pegándote por una mujer? Me cuesta imaginarlo.
Ocuparon sus asientos en una fila de tres, sentándose Kôji en la ventanilla, su camarada en el centro y ella en pasillo por la frecuencia con la que tenía que acudir al cuarto de baño.
—A veces se hacen estupideces por amor —se justificó Liam.
—Sí, lo sé —murmuró él.
El avión cruzó veloz la pista, sobrevolando la capital británica rumbo a Francia. Una vez estabilizado el vuelo, el japonés desplegó la bandeja de plástico sujeta al respaldo, depositando en la misma su cuaderno de anotaciones y el bolígrafo que siempre llevaba encima.
—¿Qué escribes? —preguntó Cinthya.
—Unas ideas que se me han ocurrido, para que no se me olviden.
Liam le apretó levemente la mano, indicándole que no le molestase. Sabía perfectamente que cuando Kôji se sumía en el proceso creativo, lo mejor era dejarle a la deriva en sus rimas, pues la probabilidad de obtener resultados satisfactorios era altísima.
- 5 -
Debían ser las dos o tres de la madrugada, la verdad es que había perdido la noción del tiempo y le importaba bien poco lo que un reloj dictase.
Kôji se incorporó en la cama sosteniendo su guitarra acústica por el mástil. Nada más llegar al hotel, había hecho acto de presencia ante Katsumi y se había encerrado en su habitación, para meterse de lleno en lo que tenía entre manos.
No haber dejado de pensar en la inquietud mostrada por Takuto, había dado sus frutos. Siempre había vivido al límite, tomando el "todo ó nada" como una máxima, ya fuera sobre una Kawasaki rebasando la velocidad permitida ó tiñendo de sangre el legado familiar.
Por eso, la breve pero intensa conversación mantenida la noche anterior le había marcado. Izumi sentía angustia por el irremediable paso del tiempo, algo en lo que no se había detenido a pensar.
Sin embargo, lo había hecho mientras terminaba aquella canción que había empezado a componer horas antes en el avión.
Ya no eran meros adolescentes con una visión lejana del porvenir, y aunque no habían hecho sino iniciar la etapa como adultos, ahora era consciente de lo rápido que había pasado el último lustro. Decidido a convertir la curva de la vida en común de ambos en una línea recta tras demasiados altibajos, se dijo que los años seguirían corriendo veloces, y que para cuando se pudiera dar cuenta, ya habrían alcanzado la treintena.
Efectivamente todavía era joven, mas se sintió viejo al comprender otra dimensión de lo que por él sentía, nuevos matices para la palabra de la que tanto había abusado, y a la que seguía recurriendo con asiduidad.
"Siempre"
Aquel siempre implicaba seguir su trayectoria como si del sol se tratase. Había asistido a parte del amanecer de Takuto como persona, y ahora le estaba acompañando en su ascender hacia el cenit, momento en el que el astro rey más alto se encuentra, bañándolo todo con su luz. Pero la propia vida sentenciaba que incluso para el sol había un ocaso.
Y Kôji supo que no sería capaz de expresarse de mejor manera que con esa combinación de versos y acordes.
Quería decirle que estaría ahí en el cenit, en el ocaso, y en el anochecer. Adaptándose a los cambios, recibiendo a su lado la llegada de la luna, porque tal y como le había jurado, el día en que muriera, él moriría también.
Algo tan sencillo como expresar que deseaba permanecer a su lado el resto de su vida, aunque dejasen de ser los veinteañeros de la actualidad, se transformó en dos hojas de cuaderno llenas de anotaciones, correcciones y una melodía que no terminaba de convencerle.
No dormiría tranquilo hasta haberla terminado, así que tomó el material necesario, las gafas de ver y las llaves, saliendo al pasillo tras cerrar su puerta para tocar en la vecina.
Insistió un par de veces hasta que Brett abrió, recién salido de la cama.
—¿Sabes qué hora es? —le preguntó bostezando, irritado por la tardía visita.
—Quiero que oigas esto. Acabo de terminarla, pero necesito que la pulas.
El guitarrista le siguió, sentándose en el colchón mientras Kôji empuñaba su acústica y estrenaba el tema, cantándoselo por primera vez a su socio compositor.
Los efectos del sueño fueron desapareciendo paulatinamente del inglés, el cual podía percibir la magia de aquel instante como si fuese una neblina.
—Es buenísima —afirmó, buscando su instrumento.
Se sentó de nuevo con él, dispuesto a hacer aquello para lo que había nacido: plasmar en música los dictados del alma.
—Toca de nuevo el estribillo.
Kôji obedeció, encontrando la clave al instante.
—Prueba con Si bemol. Y si haces el cambio aquí… —sugirió, rasgando él mismo las cuerdas de su guitarra.
—Tienes razón. Eres un hacha reconstruyendo —le dijo el japonés.
—Eso es porque ya me he adaptado a tu metodología. Vamos a terminarla, estoy deseando que la escuchen los chicos, deberíamos grabarla cuanto antes.
El autor no dijo nada; conocía de sobra el exceso de entusiasmo por el que Brett se dejaba arrastrar. Tal vez aquel tema acabara en la recamara de posibles canciones para el próximo disco del grupo, o permanecería junto a las demás páginas repletas de ideas o fragmentos hasta ser recuperado.
De cualquiera de las formas, Kôji supo que tenía que hacérselo llegar a Izumi, y que tarde o temprano, así sería.
- 6 -
Hotsuma depositó la ofrenda de flores sobre la tumba de su madre, prendiendo a continuación unas varillas de incienso que había colocado con esmero.
El aniversario era una de las pocas ocasiones en las que estaba autorizado a abandonar el internado por unas horas, encontrando en la paz de aquel cementerio el sosiego que necesitaba. Tiempos turbulentos se aproximaban, y pocos podían comprender que la presión a la que estaba sometido se veía compensada con el profundo orgullo obtenido al ejercer con su papel.
En verdad, sólo una persona le entendía perfectamente, porque había pasado por lo mismo hacía mucho tiempo.
Ellos prolongaban la historia de los linajes en el Japón, sociedad que pese a encontrarse entre las más desarrolladas del mundo, todavía se aferraba a sus legados más tradicionistas, sepultando de privilegios encubiertos a los descendientes de la ya extinta nobleza.
Los Nanjo y los Kurauchi representaban ambos extremos. Los primeros debían ser servidos, los segundos debían ofrecer discreción y fidelidad, sin importar a qué precio.
Sabía que su hijo sufriría, pero que también conocería otras gratitudes por ostentar el título que merecía.
Shigi se acercó a él. Durante los últimos cuarenta años había servido al clan, siendo el único que había permanecido junto a Hirose. La enfermedad de su protegido remitía a pasos demasiado nimios como para ser optimista, pese a encontrarse ya en Tokio, y la declaración de intenciones del heredero le hacía ser consciente de que pronto pasaría el testigo.
Supo que posiblemente aquella sería la última vez en la que ambos podrían hablar sin distancias, ni circunstancias que les convirtiesen en enemigos potenciales.
—Ella estaría orgullosa de ti —le dijo, tras hacer una reverencia a la lápida de su esposa.
La relación entre padre e hijo no se caracterizaba por ser afectiva o estrecha, mas Shigi esperó haber hecho el mejor trabajo posible.
—Lucha contra las dudas, pues serán tus peores demonios. Combátelas con la espada de tu integridad, porque nada es más importante que tu protegido, y el único motivo de tu existencia es escudar la suya.
Hotsuma se incorporó sin mirarle a los ojos, repasando con el dedo la cicatriz que llevaba en la palma de la mano, producto del pacto de sangre.
—Sólo tengo una duda. ¿Cómo sabré vislumbrar el límite?
Obtuvo silencio, dado que aquella era la única cuestión a la que Shigi no había sabido dar respuesta, cayendo en una espiral donde el deber y lo sentimental habían confluido.
—Tatsuomi dice que entre el Señor y tú hay algo más que servidumbre, y que tu entrega como hombre supera a la que cabría esperarse —espetó el chico con dureza.
El anguloso y moreno rostro no se inmutó. Era consciente de su falta, asimilando el dolor que su maltrecho corazón recibía como una constante expiación del pecado cometido.
El joven le dejó claro que en nada podría ayudarle, pues el único campo en el que no las tenía todas consigo era peligroso, minado de tentaciones. Un terreno en el que Shigi ya se había adentrado varios kilómetros, alejándose de un Hotsuma que posiblemente caminaría sobre la frontera un largo trecho, hasta que las circunstancias dijeran en qué lado finalmente residiría.
—Cuando tu misión es amar otra vida más que la tuya, el concepto de servidumbre se diluye. Algún día comprenderás lo que te he dicho, y te recriminarás por haber empleado ese tono conmigo — contestó.
El viento sopló, arrancando algunos pétalos de los cerezos cercanos, e invitando al guarda a abandonar el recinto de la misma forma en la que lo había abordado.
Los dos supieron que cuando volvieran a verse, ya no habría marcha atrás. Por eso no se despidieron, prefiriendo conservar en el recuerdo del otro la parte de sí mismos que había muerto con aquel último encuentro.
- 8 -
La delegación del Chelsea llegó al aeropuerto parisino de Charles de Gaulle, uno de los más concurridos del planeta. Las medidas de seguridad se habían incrementado por la importancia de la final de la Champions League, siendo tanto jugadores como responsables del equipo escoltados hasta la zona de salas VIP.
—Ha habido un problema con el autocar —comunicó la responsable de relaciones públicas—. Habrá que esperar, no será más de media hora.
Mayers suspiró, resignado, pidiendo a sus hombres que mataran el tiempo como fuera posible sin abandonar el recinto.
Takuto dejó su maleta junto a la de otros compañeros; por fortuna la sala era amplia, y disponía de medios diversos con los que distraerse. Algunos sillones, una mesa de billar, un televisor…
Se acercó a la ventana para llamar por teléfono. Sin embargo, cuando respondieron al otro lado de la línea, no fue la voz de Kôji la que le esperaba, sino la de su hermana.
—¿Seri? ¿Eres tú?
—¡Hermanito! ¿Ya estás en París? ¿A qué es una ciudad maravillosa?
—No lo sé, no he salido del aeropuerto —respondió, algo nervioso por el transcendental partido, su primera final decisiva—. ¿Cómo os va todo? ¿Y Kôji?
—Está con los demás en el plató, dando un mini recital para un programa en directo. En cuanto terminen nos iremos al estadio para el concierto de esta noche.
—Vaya… Pues nada, dile que llamé, y coméntale a Katsumi que he conseguido cuatro entradas, para que se ponga en contacto con la responsable. ¿Cuándo llega Yugo?
—Hoy de madrugada. Tranquilo, iremos a recogerle. Tú concéntrate, duerme mucho, come bien y a por todas.
El delantero sonrió por los ánimos que le daban.
—Te dejo, debes estar ocupada. Deséale suerte a la banda.
—Sí. ¡Nos vemos mañana!
Tras ello, colgó. Le hacía muchísima ilusión que sus hermanos fueran a estar presentes en el partido, por lo que las horas hasta el encuentro pasarían lentas.
Apenas se hubo guardado el móvil en el bolsillo, escuchó el pintoresco acento de Greg llamándole.
—¡Taku! ¡Mira quién sale por la tele!
Se acercó hasta el grupito que se había concentrado en torno a la pantalla, inclusive el entrenador.
—No sé de qué me suena ese cantante —bromeó Mayers, haciendo que Izumi se sonrojara notoriamente.
Tal y como Serika le había dicho, la cadena francesa ofrecía en exclusiva una actuación de los Angelous en riguroso directo, ante una privilegiada audiencia de apenas cincuenta personas. El presentador del programa se acercó a los músicos para concluir las entrevistas que precedían a cada canción, hablando en inglés y traduciendo al idioma nacional.
—Se nos agota el tiempo, pero seguramente muchos de vosotros les veréis esta noche en el estadio de Bercy, u os habéis perdido el programa por estar haciendo cola para coger las primeras filas. Kôji, ¿quieres añadir algo más antes de vuestro último tema? —preguntó el conductor del espacio.
El vocalista miró de refilón a Brett, y éste asintió con media sonrisa en la cara, confirmando los planes trazados en el camerino.
—Queremos cerrar esta gira europea con un detalle para los fans, por la gran acogida que ha tenido el tour en todo el continente, en especial en esta ciudad. Vamos a interpretar una nueva canción, la hemos terminado de perfilar esta misma mañana —respondió él.
—¿Adelanto de un nuevo trabajo? —quiso saber el presentador, improvisando ante aquella sorpresa.
—No… Más bien, un mensaje que no podía esperar.
Dejando que los televidentes desglosaran la misteriosa dedicatoria como gustasen, el cantante se puso la correa de la guitarra en el hombro derecho, marcando Dave con la batería el ritmo.
Kôji se dejó llevar por un presentimiento, el cual le decía que Takuto le estaba viendo en aquellos momentos. No iba mal encaminado, pues éste seguía delante del televisor, con el resto del equipo curioseando ó dándole codazos a modo de broma.
—Shhhh… ¡callaos! —ordenó el capitán de buenas maneras.
Los ruidosos obedecieron, y el sonido limpio de Angelous, en especial el emitido por la garganta de su estandarte, fue reproducido en los altavoces de miles de televisores en toda Francia, inclusive los de la descomunal pantalla de plasma para los VIP en de Gaulle.
Los punteos de la eléctrica de Brett, la suave base de teclado y la percusión contundente de bajo y batería vistieron la melodía principal trazada a golpe de la acústica, arropando esas palabras que nuevamente sólo Izumi podría comprender.
Todo resulta confuso,
quedan pocos en los que confiar,
la gente resulta superficial
y el mundo entero es un caos.
Sin ti me siento perdido,
no sé ni cómo vivir,
mi universo gira a tu alrededor,
temo caerme una y otra vez.
Pero sabes que eres mi estrella,
sabes que eres mi mar,
y que siempre te protegeré
de cualquier amenaza.
Me pregunto qué estarás haciendo,
me imagino dónde estarás,
y aunque un océano nos separe
te siento más cerca que nunca.
¿Puedes hacer que desaparezca?
¿Puedes llevarte por medio
el dolor que me dejaste entrever
cuando te descubriste ante mí?
¿Puedes hacer que desaparezca?
¿Puedes borrar por completo
lo que me dejaste entrever?
Estamos destinados al cambio,
no se puede evitar,
así que construye el final perfecto para tu historia
y compártela conmigo,
porque sin ti estaría perdido,
no sabría ni como vivir,
mi universo gira a tu alrededor,
acabaría por derrumbarme.
Siempre serás mi estrella,
siempre serás mi mar,
sabes que acudiré a salvarte
cuando ya no puedas más.
Me pregunto qué andarás haciendo,
me pregunto dónde estarás,
y aunque un océano nos separe,
te siento más cerca que nunca.
¿Puedes hacer que desaparezca?
¿Puedes llevarte por medio
el dolor que me dejaste entrever
cuando te descubriste ante mí?
¿Puedes hacer que desaparezca?
¿Puedes borrar por completo
lo que me dejaste entrever?
Mientras el vertiginoso ritmo con el que se cerraba el estribillo iba acrecentándose, Izumi se llevó la mano a los labios, conteniendo el gesto de morderse levemente las uñas. Le ardía el pecho por saber que esas palabras que ahora todos escuchaban sólo le pertenecían a él, pese a que serían coreadas en cientos de ocasiones, y escuchadas en millones de reproductores de cd's por personas a lo largo del globo.
Kôji seguía cantando con los ojos cerrados, dejándose la piel en cada sílaba, en cada álgida nota que cortaba el sonido, haciéndole sentir especial.
Nadie me previno sobre esto,
nadie me indicó lo que tenía que decir,
nadie te enseñó cuando hay que cambiar de rumbo,
nadie te advirtió cuando es mejor ceder.
Nadie te dijo cuando te has de esconder,
nadie te indicó lo que decir,
nadie te enseñó a cambiar de rumbo,
nadie te advirtió cuándo era mejor escapar.
¿Puedes hacer que desaparezca?
¿Puedes llevarte por medio
este dolor que me dejaste entrever
cuando te descubriste ante mí?
¿Puedes hacer que desaparezca?
¿Puedes borrar por completo
lo que me dejaste entrever?
El dolor que me dejaste entrever…
Haz que desaparezca.
Borra eternamente ese dolor
que me dejaste entrever.15
Y mientras el público asistente al programa se rendía ante el grupo, los compañeros de Takuto aplaudían y volvían a hacerle todo tipo de comentarios, divertidos por saber lo fácil que era conseguir color en las mejillas del jugador.
Él cruzó los brazos suavemente sobre el pecho mirando al suelo. Ahora sí que tenía auténticas ganas de arrasar el césped del Estadio de Francia, en el que se vería las caras con sus rivales holandeses.
Lo daría todo por alzarse con la victoria y conocer cuál sería el peso del trofeo al levantarlo hacia lo alto, porque tenía que ofrecerlo no sólo a su propia ansia por catapultar al equipo, sino a los que le franqueaban en su ascenso a las cimas futbolísticas.
Estaba deseando entregarle a Kôji una réplica hecha de constancia, esfuerzo y voluntad, y seguir afrontando juntos lo que aún les quedaba por recorrer en el camino de sus vidas.
- 8 -
El cartel de "entradas agotadas" fue colocado en las taquillas de Bercy por segunda noche consecutiva, cerrándose con éxito la gira europea. Las celebraciones por parte del staff se prolongaron durante toda la noche, sumándose a las mismas el recién incorporado hincha del Chelsea proveniente de Tokio.
Aún con la resaca causando estragos, los que iban a asistir a la final de la Champions League se reunieron en el cuartel general que Katsumi había montado en su habitación.
Liam y Cinthya llegaron los últimos, acudiendo ella a saludar a Yugo, al que no había podido presentarse por encontrarse descansando cuando él había llegado del aeropuerto.
—¡Encantada de conocerte! ¡Te pareces mucho a tu hermano! —le dijo, estrechándole la mano con fuerza.
Serika sonrió; agradecía tener algo de compañía femenina en aquel séquito de hombres, y su relación con la estrambótica chica era muy buena.
—En vistas a que no falta nadie, repartiré los pases aquí para evitar confusiones. Sólo se han podido conseguir cuatro para el palco, vosotros estaréis en preferente, no demasiado lejos de nosotros — comentó a los músicos mientras les entregaba los tickets.
—Da igual, el escándalo que voy a montar será el mismo —afirmó Dave, contemplando eufórico el pedazo de papel que le permitiría presenciar la final de finales en persona.
Kôji se ajustó la bufanda al cuello. Hacía frío en París y debía tener todo el cuidado posible para prevenir afonías o complicaciones que le afectaran la voz. Tras comprobar la hora, dio el pistoletazo de salida.
—Vámonos, mejor llegar con tiempo que hacerlo tarde.
Lanzaron una especie de grito de guerra, encaminándose a la entrada del hotel, en donde les esperaba un minibus que habían reservado exclusivamente para transportarles.
El único que había estado en París anteriormente era Shibuya, por lo que los murmullos de admiración brotaron constantemente a medida que se encaminaban a la otra punta de la ciudad, disfrutando de los monumentos más representativos de la ciudad de las luces.
—¿Qué tal han ido los exámenes? —se interesó el manager.
—Bastante bien. Me falta por saber una nota, pero seguro que podré graduarme —respondió Yugo, satisfecho por sus logros académicos.
Las cosas habían ido a mejor tras las pequeñas vacaciones en Grecia. Pese a todo, ahora lo único en lo que quería pensar era en Takuto, y en lo determinante que sería la final que estaba a punto de disputar. Posiblemente no era el más ansioso, pero sí el que mejor lo exteriorizaba.
Pocos minutos después de llegar al estadio y ocupar cada uno sus correspondientes asientos, el autocar del Chelsea irrumpía en medio de una barricada de aficionados provenientes de todas partes de Europa.
Izumi bajó del autobús, serio y concentrado, no dejando que los flashes y el griterío le intimidasen. Cuando estaba a punto de alejarse para entrar por la zona privada, escuchó unas voces familiares.
—¡Taku! ¡Taku!
Se giró, distinguiendo incrédulo a Matt, Bryan, Scott y Rob entre la masa. Una brillante sonrisa se dibujó en su cara al saber que sus amigos y compañeros de equipo amateur habían hecho el largo traslado desde Londres para animarle.
—¡Machácales! —gritó el portero.
—¡Nada de excusas, sólo nos vale que consigas esa copa! —añadió Bryan.
Él asintió con la cabeza, elevando el pulgar en señal de confirmación. Se alejó, y una vez con los demás dejó la bolsa en los vestuarios, acudiendo al césped para calentar.
El público que ya se encontraba en el interior del complejo deportivo les recibió, algunos con entusiasmo y otros con justamente lo contrario, pues la balanza de aficionados congregados se inclinaba hacia el PSV Eindhoven por la cercanía geográfica.
Mientras recorría el ancho del campo al trote para preparar músculos, vio cómo desde la zona del palco presidencial reservada para invitados, cuatro brazos extendidos le saludaban, pudiendo distinguir sin problemas las figuras de Kôji, Yugo, Serika y Katsumi. Les correspondió de igual manera, encontrando a los miembros de la banda y acompañante en la sección inferior.
Los minutos transcurrieron, dándose por finiquitada la preparación de los rivales. Las televisiones comenzaron la retransmisión, y corresponsales de medios escritos y radiofónicos asaltaron hasta el último centímetro libre del terreno, buscando la mejor posición para narrar lo que los noventa minutos siguientes deparasen.
Adam Mayers procedió a dar las últimas instrucciones a sus jugadores, los cuales, enfundados en el azul equipamiento oficial, mataban la ansiedad haciendo estiramientos o concentrándose en manías y ritos particulares.
—Hemos trabajado muy duro para llegar hasta aquí. No olvidéis que nos estamos jugando nuestro honor, sólo tenemos dos opciones: o ganar y salvar esta campaña siendo los flamantes triunfadores de Europa, o perder y cerrar el año sin ningún trofeo en nuestro haber. Para muchos de vosotros es vuestra primera final; sabéis lo que tenéis que hacer: ¡olvidar las presiones y salir ahí fuera a exhibir buen fútbol!
Los jugadores asintieron al unísono, repletos de motivación, y los once elegidos para ser titulares formaron una piña, buscando en ese instante la fuerza y energía grupal que les llevaría a la victoria.
—¡Adelante! —proclamó el capitán McKenzie.
Takuto ascendió los escalones del túnel de vestuarios con la cabeza bien alta. Cuando salió de las estructuras para pisar el césped con sus inseparables botas negras y naranja, una punzada se le clavó en el pecho.
Las gradas estaban repletas, y el rugido de los ochenta mil espectadores envolvió a los veintidós rivales, los tres árbitros y los responsables del equipo. Tras el saludo de protocolo y el sorteo de terrenos entre los capitanes, el pitido dio inicio al encuentro.
Su espíritu de lucha y sacrificio le transformaron en una máquina creada para desenvolverse en aquel ambiente extremo, en el que cada movimiento y resolución podían ser decisivos. Su esencia y espíritu quedaron centrados en el esférico y la portería contraria, reconociendo la atmósfera que tanto había anhelado desde sus comienzos en el deporte.
La descarga de adrenalina y el afán de superación le hacían sentirse vivo, disfrutando de cada segundo sin sopesar como sería el venidero, amando al fútbol desmedidamente ahora que éste le concedía la oportunidad de así hacer.
Sus piernas volaron, olvidando la temporada que habían pasado convertidas en densos bloques de piedra, levantando pasiones en todos los que admiraban la maestría de la esperanza futura para el equipo británico.
Aquélla fue una de las mejores finales vistas en los últimos años, tal y como afirmaron los medios. Lejos de los estáticos y conservadores partidos en los que los equipos preferían arriesgar poco y defender mucho, tanto Chelsea como PSV recurrieron a su punto fuerte, el ataque. Las combinaciones eran rápidas, las jugadas vertiginosas, y el balón pasaba endemoniado de la posesión de unos a los otros.
Greg gritaba a los suyos, haciendo de portavoz de las órdenes de Mayers, velando por el juego estructurado y el reforzamiento del área cuando los holandeses se introducían en la misma.
Las aficiones pudieron corear sendos tantos, ya que primero los ingleses, y luego los neerlandeses, encajaron entre las redes en dos ocasiones.
Kôji alternaba su atención del campo al marcador luminoso que se alzaba justo frente a ellos. Tenía el cuerpo en tensión, y el corazón le latía con fuerza, pues el empate parecía imposible de romper a sólo cuatro minutos para el final del partido.
Aunque no había firmado ningún gol, Takuto había servido incontables pases a sus compañeros, y su vitalidad, lejos de agotarse, parecía crecer cuanto mayor era el cansancio. Sus ojos brillaban, alentando a los demás a seguir resistiendo.
—¡A la banda! —exclamó, corriendo hacia el extremo izquierdo del campo y desmarcándose, con la intención de recuperar un pase a lo lejos y lanzar a puerta.
McKenzie tenía la posesión del esférico, pero cuando iba a lanzársela, los tacos de unas botas enemigas se clavaron en su gemelo, emitiendo un desgarrador alarido.
Otro de los centrales ingleses acudió a propinarle un sonado empujón al agresor, saliendo a flote los nervios e iniciándose un pequeño tumulto en el campo, mientras Greg se retorcía en el suelo y el árbitro mandaba a detener el partido, mostrando las correspondientes tarjetas amarillas.
Takuto tomó las riendas, apartando a sus compañeros y domando a los rivales con su entereza.
—¿Podrás seguir? —le preguntó a su amigo, el cual ya estaba sobre una camilla a punto de ser sacado del terreno por los auxiliares.
—No lo sé —le respondió, dolorido—. Creo que me han roto.
Hirviendo de rabia, Izumi trató de solucionar el encuentro en sus últimas exhalaciones, mas un nuevo pitido indicó que habría cinco minutos de descanso antes de la primera parte de la prórroga.
Mayers reunió a sus hombres frente al banquillo, observando el mal aspecto de la pierna del escocés, decidiendo hacer dos cambios.
—McKenzie no puede continuar, entrenador —le comunicó el médico.
Él asintió, mirándoles a los ojos uno a uno.
—No os dejéis domar por las prisas. Será prórroga a gol de oro, el primero que marque habrá ganado, cualquier error será fatal.
Ellos se secaban el sudor, bebían agua y recibían atenciones en los cargados músculos por parte de los cuidadores.
Takuto respiraba profundamente, preparándose para la media hora más decisiva de su carrera. Sintió de nuevo la voz de Greg, el cual le miró con la misma intensidad que en el día que le conoció, cuando entre ambos surgió una complicidad que no había dejado de crecer desde entonces.
—Confío en ti. No me decepciones —le dijo, entregándole la banda de capitán.
El japonés aceptó la responsabilidad como el mayor honor que podía tener. Aunque las diferencias entre la capitanía del modesto equipo amateur en el que comenzó la andadura inglesa y la del Chelsea eran abismales, la predisposición era la misma. Sin un segundo que perder, ocupó su lugar.
—¿A qué estáis esperando? ¡Venguemos a Greg y hagámonos con esta final! —gritó en pie, mientras sus compañeros le contemplaban desde el suelo.
Los profesionales y entusiastas del fútbol se dieron cuenta de cuál era realmente la cualidad que hacía de Izumi un jugador excepcional: no era su técnica, ni su virtuosa destreza, sino la habilidad innata para arrastrar a los demás.
Como un general que lograba sacar el valor a sus atemorizados artilleros en el frente de batalla, su porte y nobleza conseguían motivar a los que tenían la suerte de acompañarle en el hito.
Adam también confiaba en él pese a su poca experiencia, así que no puso objeción. La prórroga dio inicio, pudiéndose notar en los rostros de los jugadores la fatiga. Cada jugada era vivida a ritmo de infarto, incrementándose los ánimos desde la grada.
Pese a todo, los goles no llegaron, y el árbitro anunció que se decidiría quién sería campeón de Europa por lanzamiento de penaltis.
El entrenador del Chelsea, tras habérsele sido indicado que tendría el último turno a la hora de lanzar a puerta, escogió a los que lanzarían la temida pena máxima.
Los cinco elegidos aguardaron, y el primer tanto del PSV impactó contra las redes. Jugársela a penaltis era como la ruleta rusa, más que el lanzamiento en sí, lo que decidiría la suerte del campeón y el perdedor era la templanza del que disparaba.
Uno a uno, todos los goles fueron marcados, llegando el último disparo del Eindhoven. Para regocijo de los londinenses su portero lo detuvo, dejando la victoria a un mero paso.
La casualidad, o el destino quizás, quiso que el designado por Mayers para lanzar el quinto tanto fuese Takuto. Sobre él quedaba depositado el peso de las ambiciones, ilusiones y necesidades del club: si metía aquel gol, serían campeones. Si lo fallaba y el PSV marcaba el siguiente, quedarían relegados al segundo puesto.
Serika observó a su derecha, viendo cómo Kôji sufría en silencio. Por todo lo habían vivido, y por considerarle prácticamente como a otro de sus hermanos, le apretó la mano con fuerza. Él hizo lo mismo, sin dejar de mirar al campo.
El capitán del Chelsea colocó el esférico sobre el punto de penalti, mirando al portero rival como haría un verdugo antes de cobrarse a su víctima.
El estadio entero enmudeció en un tenso silencio, mas él nunca había confiado tanto en sus posibilidades. El mundo pareció detenerse en París cuando tras cuatro zancadas chutó con elegancia, y el balón se coló por la esquina izquierda de la portería, ajustado a la escuadra en una parábola perfecta.
Los jugadores y la afición elevaron su clamor al cielo, celebrando el triunfo con emoción y sentimiento. Takuto desapareció bajo una pared de cuerpos formada por sus compañeros, los cuales trataban de asimilar la dicha.
Desde la zona del palco, tanto los músicos como los mayores seguidores del delantero daban rienda suelta a su alegría. Serika lloraba aferrada a Katsumi, Yugo apretaba los puños jaleando con deleite, y Kôji no veía el momento de colarse en los vestuarios del equipo ganador.
Tras la vuelta de honor y el recibimiento por parte de los perdedores de su recordatorio de finalistas, se procedió a la entrega del gran premio.
Izumi ayudó a Greg a subir los escalones del podio, sosteniéndole sobre su hombro mientras éste acudía a recoger la magnífica copa de Europa y la alzaba, rugiendo la afición por el gesto. Uno a uno, los jugadores recibieron su medalla, regresando al césped para prolongar las celebraciones.
Un avispado periodista y su cámara móvil fueron a la captura de uno de los más destacados protagonistas de la noche. En directo y para toda Inglaterra, le pidió a Takuto que le concediera unas palabras, accediendo él en medio del espectáculo.
—Ha sido el broche de oro para una temporada espléndida. ¿Qué se siente al ser nombrado campeón y haber portado la capitanía?
—Es algo que no se puede describir… pero esta victoria me motiva para seguir consiguiendo nuevos logros con el equipo.
—¿Entonces confirma los rumores sobre su contratación?
—Firmaré con el Chelsea para lo que reste de mi carrera —afirmó, siguiendo la técnica de acallar las especulaciones a base de verdad.
Buscando una última pregunta con la que coronar esa declaración en exclusiva, el periodista creyó encontrar la cuestión adecuada.
—Y ya para terminar, ¿quiere dedicar esta victoria a alguien?
Takuto sonrió y miró hacia la grada, en donde se encontraban las cuatro personas que le habían acompañado y apoyado desde los principios, cada uno a su manera. Todos ellos distintos, auténticos y originales, pero parte insustituible de la unidad que los cinco conformaban.
Los ojos se le llenaron de lágrimas cuando respondió, emocionado por el significado de sus propias palabras.
—Sí… a mi familia.
15Adaptación libre de la canción "Blurry" de Puddle of Mud.
