- Capítulo 24: The Route 66 -
Shibuya y Takuto salieron con una sonrisa del despacho presidencial. Tras la negociación celebrada en Stamford Bridge para estudiar detalladamente el nuevo acuerdo, el delantero estampó su firma en las correspondientes páginas, pactando que permanecería en las filas del club durante las próximas ocho temporadas.
—Espero que no haya ninguna complicación contractual en el futuro, aunque me temo que seguramente Seri y yo acabaremos viviendo también en Londres. Las distancias y los negocios no se llevan demasiado bien.
Katsumi pronunció dichas palabras con humor. Había decido tiempo atrás concluir su hacer como manager tras el final de la gira de Angelous, mas seguiría representándoles a ambos indefinidamente. Así que la perspectiva de concluir sus estudios e iniciar carrera médica en la capital británica en lugar de Nueva York no le pareció demasiado descabellada.
—Yo encantado de teneros cerca. Ojalá convenciese a Yugo para que se mudara aquí también —replicó Izumi animadamente.
Tan discernido era el tono empleado, que alguien le detectó al fondo del pasillo, haciéndose notar pese a la distancia.
—Qué suerte tienen algunos, ya de vacaciones…
Takuto se dio la vuelta al reconocer la voz de su complemento de ataque, el cual había ido a recoger el parte de alta médica.
—¡Greg! Menos mal que estás aquí, pensé que no te vería antes de marcharte al Mundial.
—Agradece que no vayas a participar, o te habría pateado el culo sin piedad —bromeó McKenzie, tras darle la mano tanto a él como a Katsumi.
—¿Cómo va esa tibia? Bien, por lo que veo —quiso saber Shibuya, juzgando por su andar y el papel que portaba.
El escocés golpeó el suelo con la planta del pie, dando a entender que se encontraba en plena forma. Al sonreír se le formaban unas pequeñas arrugas de expresión alrededor de los ojos, las cuales añadían un toque de interesante madurez a su juvenil apariencia.
—Sí, perfectamente. La radiografía descartó fracturas, y aunque no debo forzar mucho podré competir.
—¿Dónde jugáis la primera fase? —quiso saber Takuto.
—En Seúl. Ya en cuartos vuestro país conocerá la furia escocesa — afirmó, orgulloso de su sangre.
—Pues deseo que llegues a la final, pese a que te necesitaremos el nueve de julio.
El delantero nipón hizo referencia a dicha fecha por ser la escogida para la disputa de la Copa Intercontinental, trofeo a partido único que, tradicionalmente, se celebraba en Tokio entre el campeón de las ligas Europeas y el ganador de la Copa Libertadores, competición en donde los grandes del fútbol argentino, brasileño, mexicano, peruano, chileno y demás pujaban por alzarse como señores de su continente.
—Haré un hueco en la agenda, ¡tienes que enseñarme tu ciudad!
—Dalo por hecho. Oye, tenemos que irnos. Intentaré ver todos los partidos por televisión.
—¿Y esas prisas? —replicó Greg, divertido.
—Tenemos un mega viaje que terminar de planificar, tomamos el primer avión en ocho horas —le informó Katsumi, pensando en la cantidad de cosas que faltaban por cerrar—. Ciento cincuenta personas, dos equipos, cuatro toneladas de hierros, cables e instrumentos, miles de kilómetros que recorrer… ¡dicho así parece un calvario, pero será emocionante!
—Entonces no os entretengo más. ¡Buena suerte!
Se despidieron, emprendiendo rumbos distintos. Izumi sabía que su compañero tendría una suerte parecida a la suya cuando jugó con la selección japonesa: eran el astro más brillante en una constelación modesta. Escocia no era una de las favoritas para llevarse el trofeo de oro, al igual que tampoco Japón, pero nadie le quitaría a su buen amigo el honor y orgullo de sudar la camiseta con el emblema de su país, para deleite de los orgullosos paisanos.
—Katsumi, ¿cuánto va a durar la gira entonces? —le preguntó ya dentro del coche.
—Un mes y dos semanas, más o menos —respondió, poniendo el motor en marcha—. Hablé antes con el Secretario Deportivo, seguramente no tendrás problemas en unirte a la plantilla en julio directamente en Tokio. Sería una estupidez ir de Los Ángeles a Londres y volar de nuevo a Japón. Al fin y al cabo, nosotros también tenemos que estar ahí en esas fechas.
—Genial.
Abandonaron el estadio, poniendo rumbo al chalet en el distrito norte, con una parada establecida.
—Estoy algo intrigado, nunca he ido de tour antes —volvió a comentarle.
Shibuya rió. Estaba seguro de que la gira norteamericana sería todo un éxito, y que posiblemente superaría en calidad a la ya de por sí excelente europea.
—Pues no sabes lo bien que nos vienes… eres el talismán de todo el equipo de producción, y el de los chicos, claro.
Izumi le miró extrañado.
—¿Yo? ¿Por?
Detuvo el coche en doble fila para comprarle un ramo de rosas a Serika, puesto que aquel día hacían seis meses de novios.
—Porque todo el mundo está expectante por comprobar a qué nivel estará Kôji sobre el escenario, y la repercusión que eso tendrá en la banda. Ahora que va a tener a su Takuto del alma todas las noches viéndole, quién sabe, puede que hasta me sorprenda a mí —respondió guiñándole un ojo.
Y mientras Katsumi escogía con una sonrisa de oreja a oreja las flores, el futbolista asimilaba la importancia de su papel en los siguientes treinta y siete días que le esperaban por los Estados Unidos.
- 2 -
Si tienes pensado conducir hacia el Oeste,
hazme caso y sigue mi ruta,
la mejor de las autopistas está esperándote.
Prepárate para la Route 66.
Te llevará desde Chicago a L.A.
recorriendo más de dos mil millas.
Prepárate para la Route 66.
Atravesarás St. Louis, bajando por Missouri,
la hermosa Oklahoma City,
verás Amarillo, Gallup, New Mexico,
Flagstaff, Arionza, no te olvides de Wynona,
Kingman, Barstow, San Bernandino…
Si te decides a embarcarte en la aventura,
creo que nos veremos en California.
Prepárate para la Route 66.
"Route 66", Bobby Troupe
Dave activó entusiasmado su cámara de vídeo, situándose al final de todos los presentes en aquella mini charla de inauguración ofrecida por Shibuya en el hotel.
—Damas y caballeros, bienvenidos a N.Y.C., punto de inicio para la última etapa de nuestro show. Hasta el momento no hemos tenido contratiempos lo que se pueda considerar importantes, así que espero que el buen ambiente y el esfuerzo colectivo se mantengan. ¡Estamos en la llamada tierra de la libertad, no del libertinaje!
La mayoría rió suavemente el comentario mientras atendían.
Takuto miraba a su alrededor sujetando la correa de Titán, el cual estaba a sus pies. Congregados en torno a Katsumi se encontraban todos los responsables del tour: coordinadores de prensa, principales técnicos, estilistas, encargados locales… Por supuesto los músicos estaban ahí, entre ellos el vocalista, sentado a su lado con las piernas cruzadas mientras se tragaba el rollo que se sabía de memoria.
—Qué sí, manager, pasa a lo entretenido antes de que me quede frito.
—Nuestro querido Kôji y su peculiar tacto para ir directamente al tema —comentó Shibuya sin perder carisma—. Bien, repasaremos entonces cuales serán las fases de la gira, si la productora nos deleita con su colaboración…
Serika le sacó la lengua coquetamente, mientras subía a la tarima y desplegaba un enorme mapa político del país en el panel de corcho. Entre los dos fueron pinchando alfileres rojos sobre las ciudades que tendrían el privilegio de acoger los quince conciertos contratados.
—Empezaremos mañana en el Madison Square Garden, y saldremos hacia Chicago, en donde nos espera la artillería pesada. Desde allí iniciaremos el desplazamiento por carretera siguiendo dirección oeste: Illinois, Missouri, Oklahoma, Texas, Nuevo México, Arizona y California —recitó Katsumi , surcando con el dedo índice los Estados que iban a atravesar.
Cinthya, amante de las motos americanas, reconoció el trazado al instante.
—¿Vamos a seguir la Ruta 66? —preguntó entusiasmada.
—Efectivamente, señorita —respondió, satisfecho por el reconocimiento del dato.
El cámara aprovechó para sacar en pantalla a la aficionada al motociclismo, poniéndose de rodillas ante ella.
—¿De qué va eso, reina?
—¡Es la ruta más conocida de los States! Metros y metros de asfalto, paisajes y soledad… ¡siempre he querido hacerla! Liam, ¿nos compramos una moto?
El teclista le indicó a su amigo que cortara, o dejara de grabarle en tan comprometida situación.
—Pero si no tengo ni idea de conducir un trasto que tenga menos de cuatro ruedas…
Shibuya intentó poner orden antes de que la reunión se le fuera de control.
—Como ha dicho Cinthya, es una ruta clásica. He creído que estaría bastante bien por eso de disfrutar del tour, y tomarlo como un descanso tras la apretadísima agenda europea. La idea es crear una comitiva formada por los trailers del escenario, quienes viajarán siempre con un día de antelación, así como el personal técnico. El grupo, Serika, acompañantes y yo iremos en un bus.
—¿Y nosotros? —quiso saber la coordinadora.
—Creo que es mejor que vayáis con los del equipo. La ruta es muy sencilla y nuestro conductor la conoce bien, no habrá pérdida, pero es imprescindible que las estructuras lleguen siempre a tiempo.
—Además, al haber varios días de diferencia entre ciudades, el camino es abierto, tenemos reservados hoteles la noche previa y la posterior a los espectáculos, el resto irá saliendo en camino —complementó Serika.
A todos pareció buena la proposición. Sonaba arriesgado que una banda de rock de renombre campara a sus anchas por el país, mas el aire romántico de la aventura en sí recompensaba meses de tener desglosados los días milimétricamente en apariciones y conciertos.
—Serika va a repartir los dossiers. ¿Alguien tiene alguna pregunta?
Ella hizo lo dicho, entregando una recopilación con la información necesaria para que nadie estuviese desorientado.
—Yo tengo una. ¿Nos dejarás la tarde libre? Me gustaría visitar la gran manzana —preguntó Chris.
—Sí, claro. Las promociones serán mañana por la mañana, como podéis ver en la segunda página —respondió Katsumi.
Ellos buscaron la susodicha hoja, llenándose la sala con el sonido del papel crujiendo.
—No salgáis de Manhattan, y procurad llegar como muy tarde a las doce.
Dave se guardó el pequeño aparato en el bolsillo de la cazadora, esperando a que sus colegas se terminaran de preparar para pisar la ciudad de los rascacielos por primera vez en su vida.
—¿Vosotros no queréis venir? —preguntó Liam a las dos parejas restantes.
Una encargada del hotel se ofreció para llevar al dogo alemán hasta la zona reservada para mascotas, así que mientras su dueño legítimo le hacía las últimas carantoñas, Shibuya fue despidiendo al personal, quedando a solas los nueve.
—Me encantaría haceros un recorrido guiado, he vivido prácticamente cuatro años aquí, pero es que vamos a ir a cenar con mi padre, casualmente está en la ciudad por un viaje de negocios —respondió Katsumi, tomando la mano de Serika entre las suyas.
Ella sonrió, un poco nerviosa por el trámite de conocerle en persona.
—Nosotros también estuvimos viviendo aquí, algo os podemos mostrar. ¿Vamos? —dijo Takuto mirando a Kôji.
Éste iba a responderle cuando Katsumi se lo impidió.
—No vais a poder, he reservado mesa para cinco, también os venís a la cena.
—¿Qué pinto yo cenando con tu padre, Shibuya? —espetó el cantante.
—Bastantes quebraderos de cabeza indirectos le has causado para hacer el feo. Venga, hombre, que hace un montón que no os ve a los dos…
Ante la cara de pocos amigos de Kôji, el productor echó mano de su estrategia infalible.
—Vamoooos… me hace ilusión que vengáis. ¿A que lo haréis, Taku? —preguntó, cogiéndole del brazo y poniendo voz infantil.
Los Angelous les dejaron con sus asuntos de índole familiar, deseándoles una feliz noche mientras iban de camino a los ascensores.
—¡Nos vemos luego, si es que no nos perdemos o nos arrollan las fans! —gritó Brett.
—Lo grabaré en vídeo, así podréis saber exactamente lo que nos pasó si el FBI da con la cinta —bromeó Dave.
Una vez solos los cuatro, el vocalista resopló, acorralado. Estaba en desventaja por mayoría.
—Está bien…
—¿Os parece si quedamos dentro de una hora en el hall?
—Vale. Hasta ahora —contestó Izumi.
Agarró a Kôji de la manga de la camisa, tirando de él hasta la habitación doble que les correspondía, entrando en el interior.
—¿Qué más te da? Es sólo una noche, deberías saber que a Shibuya le importa mucho que…
—Ya lo sé. Es que me apetecía estar contigo —dijo, abrazándole.
—¡Pero si no me vas a perder de vista! Anda, hay que arreglarse. Métete en la ducha primero, que tardas un montón.
—¿Y por qué no entras conmigo? —propuso con malicia.
El futbolista consiguió meterle a la fuerza bajo el grifo mientras él organizaba la ropa que se iban a poner, sacando prendas ordenadamente de la maleta y depositándolas sobre la cama.
—¿Te vas a poner corbata? —gritó, para que le oyera por encima del estruendo del agua.
—Sí. Elígela tú.
Takuto escogió un traje azul brillante para Kôji, y uno de los conjuntos adquiridos en Roma para él. Quería que esa velada fuera especial, no sólo por lo que implicara para Shibuya, sino especialmente por su hermana.
Deseaba ver de nuevo su radiante sonrisa, y hacer todo lo posible para contemplarla así de feliz.
- 3 -
Pasaban de la madrugada cuando Chris escuchó cómo llamaban a la puerta. Al abrir se encontró con su manager, cantante y respectivas parejas. Parecían llevar un par de copas encima, en especial el delantero.
—¿Qué tal lo habéis pasado? —preguntó, invitándoles a entrar.
Ellos accedieron. Brett estaba en el sofá pendiente de un reproductor musical, y Dave visualizaba en el monitor de la cámara lo que había grabado hasta la fecha.
—Estupendamente, ha superado la prueba —bromeó Katsumi, orgulloso de su chica.
Kôji, por su parte, no pudo seguir conteniéndose, soltando lo que se había guardado durante la velada.
—¡Takuto se ha puesto pedo con un solo vaso de vino!
Él le dio un codazo. Se había pasado la cena esquivando pellizcos con dobles sentidos por debajo de la mesa, e intentando ocultar su principio de embriaguez.
—¡Eso no es verdad! —protestó, sin sonar demasiado convincente.
—Eres adorable, me encanta cuando te emborrachas —replicó el cantante, estrujándole como si fuera un peluche.
Aprovechando que los recién llegados se dedicaban a quitarse chaquetas, corbatas y tacones que les incomodasen, o a otros menesteres, el batera vio el momento idóneo para tomar la carátula del disco que Brett estaba escuchando.
—¡Kôji, mira lo que me he pillado en una tienda del centro! —rió, lanzándole la caja vacía del compacto.
Éste soltó a Izumi, cogiéndola al vuelo. No tardó en reconocer la portada del que había sido su primer trabajo discográfico.
—¡Menuda pinta de pringado te sacaron! ¿Cuántos años tenías?
Serika se puso nostálgica al recordar la tarde en que se compró el disco, tras haber descubierto por casualidad en la radio al que seguía siendo su intérprete favorito.
—Yo he crecido con ese cd, ¡me trae muchos recuerdos! —afirmó.
—Seguro que hasta tenías gallos al cantar.
—Alguno que otro —afirmó Katsumi.
El bajista se cruzó de brazos, mirando seriamente a su compañero de percusión.
—Tío, no puedo creer que te lo compraras al final. ¡Definitivamente te faltan un par de luces! ¿No recuerdas que los beneficios obtenidos por la venta de los antiguos discos de Kôji van a parar al "ogro"?
—Ups… es verdad, con el cachondeo se me olvidó —se disculpó.
Brett puso en pausa el cd; lo había escuchado por completo, llamándole mucho la atención tres temas pese a no comprender el idioma.
—Hablando de él… ¿crees que tu hermano asistirá al concierto de Tokio? —le preguntó al vocalista.
Kôji observó su foto de adolescente en la cubierta del disco, lanzándoselo de nuevo a Dave.
—Si aún le quedan fuerzas, da por hecho que lo hará. Le encanta hacerse la víctima —respondió secamente.
Todos miraron al guitarrista cuando de sus ojos verdes brotó una endemoniada chispa de intencionalidad.
—Espero que lo haga, porque estoy deseando putearle, y tengo una idea para conseguirlo.
- 4 -
Los jardines de la exquisita mansión Nanjo estaban desiertos, ocupados por el rocío de la mañana en los árboles, o el murmullo de la brisa arrastrando las hojas caídas que cubrían el césped, demasiado crecido por la falta de atención.
Hirose se sentó en uno de los escalones de madera que daban al exterior, ahí donde solía entrenar antaño su golpe vertical de espadas. La enfermedad le había causado notorios estragos: tenía el cabello ribeteado por abundantes canas, y la pérdida de peso había profundizado las arrugas propias de su edad.
Se sentía cansado, no sólo físicamente, sino de la situación. A lo largo del mes y medio transcurrido desde que le trasladaran de Italia, no había sentido mejoría alguna, siendo incapaz de quitarse de la cabeza la fría mirada que su hermanastro le dirigió cuando llegó lo más lejos que jamás creyó, prolongándole la vida y, con ello, la agonía.
Mientras recibía los primeros rayos de luz en aquel lugar que, pese a todo, seguía conservando su bucólico encanto, pensó en él, y en cómo el círculo se había cerrado con dicha transfusión de sangre.
¿Por qué había estado tan ciego el padre de ambos? ¿No había visto que ignorando sus continuas muestras de rebeldía, alimentaba al demonio en el que finalmente se había convertido? Los reproches, los sermones o los guantazos con los que solía intentar hacerle entrar en razón no habían bastado para frenar a Kôji.
La Corporación Jôtô seguía estando parcialmente en su poder tras la división realizada años antes, mas no se sentía satisfecho. Cualquiera hubiese pensado que Ryuichiro Nanjo le había legado la totalidad de su confianza, poniendo en sus manos lo que había construido con esfuerzo a lo largo de toda su vida, formándole dentro de la estricta tradición familiar y procurándole una educación privilegiada en las mejores universidades del mundo, pero Hirose todavía no se había repuesto del revés que le supuso la lectura pública del testamento dejado por su difunto progenitor.
Ni lo había hecho, ni nunca lo haría.
Podría haber llegado a perdonar a Kôji por tener un talento innato con la espada, podría haber hecho caso omiso de sus malas maneras, o de sus provocaciones. Incluso, habría podido intentar mantener con él una relación distante pero cordial.
Nada de eso fue posible.
Nunca le perdonaría haber pisoteado la fe de su padre, el cual, quizás, le había dejado al cargo del dôjo en un desesperado último intento de hacerle sentar la cabeza.
Y él, el mayor de los tres varones que Ryuichiro crió careciendo de figura materna, había imaginado en cientos de ocasiones cuál habría sido la reacción de su padre si se hubiese atrevido a decirle lo que deseó cuanto éste seguía con vida, y que cobardemente calló.
Padre, si deja que Kôji se marche de casa, no volverá a empuñar una espada.
Padre, desde que Kôji nos dejó, usted no ha vuelto a pisar el dôjo. ¿Por qué no se olvida de él, y entrenamos juntos como hacíamos antes?
Recordó la punzada de celos que le invadió cuando una noche entró al despacho personal del patriarca en busca de unos documentos, y se encontró en el escritorio una funda de plástico repleta de recortes de periódicos, todos ellos referentes a menciones que la súper estrella de rock había tenido en los medios escritos.
Aquel día supo que no importaba lo que hiciera, o cuántas barbaridades más se le antojaran realizar: Kôji seguiría siendo su favorito.
Padre, ¿no estará pensando en incluirle en sus voluntades? Ha fallado al nombre de esta familia, no se merece siquiera seguir llamándose Nanjo.
Incluso cuando sus sospechas acerca de la vida amorosa de su hermanastro comenzaron a surgir, hirvió de rabia al no encontrar el valor de irrumpir en los aposentos privados, y echar por la borda la entereza de primogénito que había cultivado con esfuerzo.
Padre, deje de idealizarle de una vez. Es un inmoral, merece cuantas repulsas existan… mantiene relaciones con otro hombre.
Aquel jardín en el que se encontraba sirvió de vínculo a ese regreso al pasado en el que se encontraba, uniéndole a su vez con el presente.
Recordaba los días de niñez entre los árboles, primero a solas bajo la atenta vigilancia de los guardas, cazando insectos y comportándose como un niño el tiempo que fue posible. Tras el nacimiento de Akihito todo cambió, pasando a ser su máximo responsable. Jugaban juntos, entrenaban juntos, y unidos se fueron distanciando cuando el papel de Hirose se perfiló demasiado importante como para seguir perdiendo el tiempo en su juventud.
Luego llegó el último de los hermanos, convirtiendo aquellos jardines que tanto había amado en un escenario de continuos escarceos. Rara era la noche en la que su padre no le ordenaba que saliera a buscarle, pues Kôji siempre había tenido especial habilidad para burlar los muros que cercaban la vivienda.
Y ahora, tantos años después, los mismos sauces seguían ahí, pero todo estaba vacío. Los fantasmas del recuerdo se empeñaban en permanecer levitando por doquier, convertidos en los ecos de voces guardadas en los rincones. Aquel lugar había acogido cientos de pequeñas y grandes historias; algunas de animadas competiciones deportivas, otras de deseos de prosperidad, como cuando su suicida esposa se instaló en la casa del clan, y algunas también de dolor, desgraciadamente las más abundantes.
En aquel rellano había asistido, una noche de hacía casi diez años, a la discusión más desgarradora de las que presenció en los años en que la familia Nanjo convivía al completo bajo el mismo techo.
La recordaba con lujo de detalles: como cada velada, padre e hijos se sentaron a la mesa para cenar juntos, llegando el último de éstos diez minutos después del puntual toque de queda. Tras tomar asiento sin pedir disculpas por el retraso, Kôji alzó la voz, ignorándole tanto a él como a Akihito, dirigiéndose directamente al patriarca.
—Voy a firmar un contrato con una discográfica. Quiero ser cantante.
—Te centrarás en tus estudios y perfeccionarás la técnica, en dos meses el tribunal te someterá a la prueba de nivelación. Que no se hable más del asunto.
Hirose sintió que un escalofrío le recorría cuando su hermanastro se puso en pie, osando a mirar al padre de los tres a los ojos desde lo alto, sin acobardarse, algo que él nunca había sido capaz de hacer.
—Creo que no lo has entendido. Voy a firmar ese contrato, me da igual que te parezca bien o no.
—¡Te ordeno ahora mismo que vuelvas a tu sitio! ¡Mientras vivas en esta casa, harás lo que se te diga!
—Entonces me largo de aquí.
Akihito y él intercambiaron una discreta mirada, mientras Ruyichiro y Kôji prolongaban el visceral combate de palabras el tiempo que le bastó al segundo para meter en una maleta cuando pudo y abandonarles, dejando una estela de destrucción a su paso.
Dicho momento fue determinante en la relación del patriarca para con el resto de su prole. Nada volvió a ser como antes, pese a los esfuerzos de Hirose por tratar de suplir el hueco.
Siguió flotando en su inestable océano de recuerdos y memorias, siendo observado desde la salida del dôjo por su guarda, el cual se acercó hasta él, quitándose la chaqueta y cubriéndole los hombros con ella.
—El frío de la mañana puede ser traicionero —le dijo.
Hirose se le ajustó; podía percibir en su piel el calor conservado por el tejido. Con sus hermosos ojos fijos en el jardín de sangre y lágrimas de su familia, le hizo una tenue pregunta.
—Shigi, ¿puede haber algo más triste que una casa vacía narrando a gritos los ecos de días pasados? El murmullo flota en el aire, sobreviviendo a los que ya no volverán…
Su hombre de confianza velaba por evitar que más inestabilidades sacudieran el frágil equilibrio de su protegido, evitando que éste cayera de la cuerda floja para no tentar a la suerte, puesto que quizás no fuera posible para el propio Shigi tomarle en brazos, y evitar que se estrellara contra el suelo.
Por ello, decidió que ese era el instante oportuno.
—Aunque el pasado no puede traerse de vuelta, debemos hacer del mismo una parte de nosotros, y así poder afrontar lo que depare. Por eso… creo que es hora de cerrar una etapa.
Hirose buscó su oscura mirada cuando él se sentó a su lado.
—Especifica a qué te refieres.
—Llevas demasiado tiempo persiguiendo al fantasma de tu padre, tratando de ahogar tu rencor en… él.
Shigi calló al mencionar de dicha forma a Kôji. Aún sentía remordimientos por haber hecho de mediador entre los dos frentes enemistados.
—No puedo limitarme a mirar hacia otro lado —respondió.
—¿Y eso es más importante que tu propia vida? ¿Hasta cuándo crees que resistirás otra crisis de ansiedad?
Shigi conocía varios aspectos sobre el futuro a corto plazo que había preferido no revelarle. Quería que los próximos meses fueran lo más tranquilos y apacibles para él, porque nada estaba asegurado para ambos en el alzamiento de la nueva generación.
—Si quieres consumar el deseo de Akihito y volver a atacarle, tienes que recuperar fuerzas. Permite que siga encargándome de la administración, y limítate a descansar.
—Me estás pidiendo que renuncie a lo único que me da fuerzas para no abandonar —musitó.
El protector se incorporó. Sus últimas esperanzas se desvanecieron, sabedor de la constante que en su eterno papel obtendría. Por infinito que fuera su apego, Hirose nunca llegaría a sentir lo mismo por él.
Mas para ello le habían formado, y con ello había convivido y evolucionado. No le importaba, por tanto, seguir desviviéndose en una balanza descompensada.
—Te pido que me facilites mi función, para así no abandonar también. Que mi protegido muera antes que yo sería una humillación que ni el seppuku podría mitigar.
El silencio se apoderó de ambos, convirtiéndoles en los últimos trovadores de sus cánticos, dotándoles de dicha importancia porque lo que convertía el sonido en ritmo era, precisamente, los espaciados mutismos. Y al igual que el palpitar intermitente de sus corazones, la historia de la vida que habían tejido necesitaba ahora de ese paréntesis de inactividad, preparándose para lo que sería un desenlace que, si bien no estaba perfilado, se avistaba en el horizonte como una borrasca.
- 5 -
—La nueva generación del rock inglés arrasa con su mezcla de exotismo y controversia —leyó Dave en voz alta, mientras grababa el artículo de la revista Rolling Stone con su cámara.
Tal y como relataba la conocida publicación musical, los primeros conciertos de Angelous por los Estados Unidos habían sido un éxito sin precedentes. Las iras levantadas en los sectores más conservadores de la sociedad americana por la más que evidente relación homosexual de su cantante, era equiparable a la pasión que éste y los suyos levantaban donde quiera que iban.
El avance por la Ruta 66 se había desarrollado sin problemas, pues los Estados Unidos ofrecían una ventaja para misiones como aquella: descontando las grandes ciudades, todo era descomunales llanuras salpicadas de pueblos, y de gentes sencillas que no tenían la menor intención de boicotear el tour, pues muchos ni tenían conocimiento del mismo.
Era el encanto, o la cruz, del que se decía era el país más avanzado del mundo: la diferencia entre sus estructuras sociales era abismal entre las poblaciones de las costas y el interior, tan alarmantes como las existentes entre ricos y pobres en las megalópolis de Nueva York o Los Ángeles.
Indiferentes a cuestiones políticas, el equipo continuaba haciendo kilómetros a bordo del moderno autobús. El día anterior habían entrado en Nuevo México, admirando a cada hora que pasaba sus pintorescos paisajes plagados de luz.
El batería aprovechó los momentos muertos para iniciar la grabación de aquella bitácora visual que estaba registrando, haciendo un recorrido por los asientos ocupados del vehículo.
—La nueva generación del rock inglés —parafraseó, avanzando de pie mientras el conductor mantenía la moderada velocidad—. ¿Satisfecho por la calificación, jefe?
En el monitor de la cámara apareció Katsumi, el cual estaba hablando por teléfono con Serika a su lado, inmersa en un listado de las cosas que tenían que cerrar.
—Trabajadores incansables, como ya habéis podido comprobar —dijo, hablando supuestamente al público que la cinta tendría tras su edición—. ¡Aquí tenemos al corazón inglés de Angelous! ¿Qué tramas, Brett?
El guitarrista estaba desparramado sobre dos asientos ocupado en las seis cuerdas, trabajando en su parte para el proyecto que había propuesto al inicio de la gira americana.
—Elemental, mi querido Watson —respondió, más que acostumbrado a sus ocurrencias.
—Hay que emplear el tiempo en algo —afirmó Chris, no demasiado lejos.
El reportero sintió cómo algo impactaba contra sus piernas, descendiendo el objetivo hasta toparse con el rabo de Titán moviéndose insistentemente, buscando a alguien con quien juguetear un rato.
—¡Hey, chico! ¿Por qué no nos guías hasta la mano que te da de comer?
El perro actuó como si le hubiese entendido, deshaciendo el camino hecho hasta el final del pasillo.
—¡Mirad a quién tenemos aquí! ¡Pero si es la parte exótica de Angelous!
Enfocó al cantante, el cual tenía la cara enterrada en el hombro de Takuto, dormitando por el mareo y el aburrimiento. Izumi sonrió, acariciándole el cráneo al can.
—Porque sí, damas y caballeros… aunque no lo parezca, Kôji es japonés. ¡Demuéstralo, Kôji! ¡Dinos algo en japo! —insistió Dave, poniéndose de rodillas en los asientos que precedían a los suyos, grabándole de cerca.
Éste clavó su mirada de mala leche directamente al centro de la lente, procediendo a lo pedido.
—Kutabare, baka yaro —contestó.
—Taku, ¿qué ha dicho? Me ha dado miedo —preguntó inocentemente, pasando a hacerle un primer plano.
—C-creo que es mejor que no lo sepas… —replicó, con una gota de sudor frío bajándole por la sien.
Un enorme cartel en la cuneta indicó que faltaban quinientos kilómetros para llegar a Santa Fe, sede del próximo concierto a la que llegarían con un día de antelación.
—¿Podemos parar un rato? Tengo que ir al lavabo —sugirió Cinthya.
—Sí, buena idea. ¿Podría tomar esa desviación? Parece que hay un pueblo cerca —pidió Shibuya acercándose al conductor.
El hombre asintió, a lo que Dave reaccionó apagando la cámara para bajarse el primero y estirar las piernas.
—Ahora que no hay más testigos, ¿qué demonios ha dicho? — quiso saber.
—"Qué te den, cretino" —le hizo saber Serika.
Los ingleses rieron, y Kôji trató de desperezarse.
—No lo soporto más, tanto tiempo en carretera sin estar al volante acabará por volverme loco.
—Ya verás que el aire te sienta bien —respondió Takuto, enganchándole la correa al perro.
Unos minutos después, bajaron en el área de servicio de una gasolinera. Efectivamente, se trataba de una pintoresca ciudad de no más de cinco mil habitantes, con calles amplias y de arquitectura imitando al estilo del país vecino. La avenida principal se extendía al frente, haciendo de reclamo para los cansados sentidos de los viajeros.
—Una hora libre, tropa. No os alejéis demasiado.
—¿Me acompañas? —le preguntó la embarazada a Serika, tomándola del brazo.
Ellas se pusieron en camino conversando animadamente, y Titán tiraba hacia todos lados, deseando olisquear cuantos rincones quedaran a su alcance.
—Necesito un café —protestó Kôji.
—Y él reconocer los alrededores —apuntó Takuto.
Decidieron separarse del grupo e ir a dar una vuelta, tras hacerse el vocalista con un vaso de plástico repleto de cafeína. Avanzaron por la calle sin prestar atención a las miradas curiosas de algunos transeúntes que no estaban acostumbrados a ver a dos jóvenes de tan singular aspecto, y menos a un perro tan grande.
Miraron escaparates sin entretenerse demasiado en ellos, encontrando al fin un parque lleno de árboles para deleite del dogo. Kôji tiró el envase en la papelera más cercana, viendo a lo lejos una tienda que llamó poderosamente su atención.
—Quiero ir allí —le dijo a Izumi, cogiéndole de la mano y comenzando a andar en la dirección correspondiente.
Él se dejó llevar, aunque a medida que acortaban distancias con el comercio, la idea dejó de gustarle. Ante los tres, pronto quedó el enorme letrero de fondo negro y con inconfundible logotipo de Harley Davidson.
—¿No estarás pensando en…?
Para cuando intentó frenarle, Kôji ya estaba alucinando. El punto fuerte del local era su taller de reparaciones y la venta de piezas, dado que al estar en el alcance de la Ruta 66, eran muchos los moteros que acudían allí en busca de un recambio estropeado o una revisión.
A modo de reclamo para los no conductores habituales, varios modelos montados artesanalmente estaban expuestos y preparados para su adquisición o renta.
—Es la moto más impresionante que he visto en mi vida — balbuceó.
—¿Deseaban algo?
El dueño de la tienda, un orondo y voluminoso nativo, que por su afilada barba podría haber pasado por un miembro de ZZ Top, acudió a atenderles mientras se limpiaba las manos de grasa en un paño, inmerso en la reparación de un ejemplar.
—Sólo estábamos mirando—se apresuró a responder Izumi, sujetando a Titán con fuerza para que no saludara con su habitual efusividad al desconocido.
—¿Qué modelo es ese? —preguntó Kôji, como si el futbolista no hubiese abierto la boca.
El encargado sonrió al tener la oportunidad de describir su más preciada creación, una auténtica obra de arte.
—Una Road King Classic del '78, customizada a mayor cilindrada. La monté con mis propias manos y su rugido sigue siendo como el del rey de la selva.
Apasionado de las motos desde su época de pandillero, Kôji estaba embelesado por la fortaleza del vehículo y su belleza. Acabada en chapa metálica, sus complementos de cuero, incluidos flecos y tachuelas, la convertían en una reliquia que deseaba probar cuanto antes tras años sin conducir una.
—¿Pueden alquilarse hasta Santa Fe? —quiso saber.
—La tarifa es algo más elevada de lo habitual por sus condiciones, pero sí, puede dejarla en nuestra delegación allá.
—Si nos disculpa un momento… —rogó Takuto, llevándoselo a un rincón.
Una vez allí, procedió a regañarle en voz baja.
—Me prometiste que no volverías a subirte en una moto tras el accidente.
—¡Pero si las Harley son prácticamente coches! Son las únicas motos que pueden ir marcha atrás, y muy estables, ese modelo no está pensado para carreras, sino para recorrer grandes distancias. ¡Podríamos alquilarla e ir tú y yo detrás del autobús! —prosiguió, tratando de contagiarle parte de su entusiasmo.
Ante el gesto serio de la voz de su conciencia, Kôji dejó que el ser caprichoso que llevaba dentro se revelara.
—Me mareo un montón si no conduzco… y tú irás en el asiento de atrás, no conduciré deprisa, te lo juro.
Titán le lamió la mano a Izumi, poniéndose de parte del cantante.
—En fin… seguro que acabaré por arrepentirme —suspiró.
Una sonrisa despampanante se dibujó en el rostro de Kôji al haberse salido con la suya. Buscó con ansia su pasaporte y la licencia de conducción para proceder lo antes posible al trámite y respectivo pago, mientras Takuto ponía regreso a pie hacia la gasolinera, dado que no podrían llevar al perro con ellos.
Katsumi se quedó extrañado al verle llegar solo.
—¿Y la "parte exótica"?
Los demás, congregados en torno al autobús al haberse agotado los sesenta minutos, se giraron al escuchar a sus espaldas el inconfundible ronroneo metálico.
Cinthya pensó que iba a desmayarse cuando vio a Kôji a bordo de la moto de sus sueños, el cual aparcó a pocos metros, quitándose el casco y sosteniendo el otro en el codo.
—¿A qué es una preciosidad? —preguntó retóricamente.
—¡Oh Dios! ¡Una custom del '78! —chilló ella, rodeándola por todos los flancos para consternación de su novio.
Agarró al cantante por los hombros, sacudiéndole.
—Kôji, ¡dame una vuelta, por favor! ¡Por favor!
Liam no puso objeción al nuevo antojo, sabiendo que se pasaría muchos meses durmiendo en el sofá si se le ocurría interponerse.
—Despacio, que no quiero perder mujer e hijo de un golpe —le dijo a su compañero.
Tras haberse aferrado a la estrecha cintura del conductor todo lo que su vientre le permitía, y con el casco cubriendo sus cabellos rosados, Cinthya emitió un alarido de felicidad cuando se alejaron con dirección a la rotonda más cercana, empleando otros diez minutos en consumar el mini recorrido.
—No me lo digas… nos seguiréis detrás, ¿verdad? —le preguntó Katsumi a Takuto mientras esperaban.
—¿A ti qué te parece? —respondió, resignado.
Tras haber reclamado Serika su derecho a ser la siguiente en recibir un paseo, y haber sido culminado el nuevo trayecto, la comitiva de Angelous estuvo preparada para terminar el desplazamiento hacia la principal ciudad del Estado. Esperaban pasar la noche en el lujoso hotel reservado en la capital, aunque la carretera les iba a deparar un par de sorpresas inesperadas.
- 5 -
Takuto observaba el paisaje desierto mientras volaban sobre el asfalto. Sentado en el amplio espacio trasero de la Harley, se había acoplado al cuerpo de Kôji, sujetándose a él por su cintura y apoyando la cabeza de lado sobre su espalda.
El viento les daba en la cara, jugando con los cabellos que se escapaban de la prisión del casco. La sensación de libertad que le invadía era extraña, pero fascinante.
Por todos lados les rodeaban extensiones de tierras rojizas, coronadas por enormes laderas montañosas erosionadas.
—Vamos a cambiar posiciones… —propuso el piloto tras desviarse ligeramente a la izquierda, comprobando que no venía nadie en dirección contraria.
Los que iban a bordo del bus saludaron efusivamente mientras eran adelantados por la moto, tomando Kôji un poco más de velocidad y situándose unos quince metros por delante del vehículo.
Aunque no le había hecho demasiada gracia al principio subirse con él, Izumi debía reconocer que se lo estaba pasando en grande. Soltó las manos, elevándolas hacia el aire y emitiendo un grito de descarga.
—¡Esto es fantástico! —proclamó.
—Nos podríamos comprar una y salir de ruta de vez en cuando. Sería genial llegar hasta Escocia de incógnito —propuso el cantante, gritando también para combatir el ruido.
—Ya veremos. Tú céntrate en la carretera.
Volvió a aferrarse a él por donde podía, permaneciendo unos cuantos minutos ocupado en disfrutar de la sensación. Sin embargo, cuando finalmente miró hacia atrás, Takuto percibió que faltaba un elemento en el conjunto.
—Kôji, no nos están siguiendo.
—¿Qué dices?
Para un momento.
Él obedeció, dejando sustenta la moto sobre los dispositivos. Tras quitarse la protección de la cabeza se ahuecó el cabello con los dedos, pues se le había quedado aplastado por la presión y el calor.
—Es verdad. ¿Tan rápido he ido?
—Será mejor que demos la vuelta, tal vez les haya pasado algo.
Esperaron por espacio de unos diez minutos, pero nada cruzó aquel sendero negro que se prolongaba hasta donde la vista alcanzaba. Para tranquilidad de ambos, en especial de Izumi, dieron con el autobús tras haber rehecho tres kilómetros a la inversa.
—¡Menos mal que os habéis dado cuenta! —comentó Brett—. Os dejasteis los teléfonos en el bus.
—Qué mala suerte… —exclamó Katsumi, visiblemente preocupado mientras observaba el daño.
Habían pisado alguna piedra o similar, pinchándose una rueda y saliéndose otra del eje, por lo que no bastaría con colocar meramente la de repuesto.
—Se ha estropeado el anclaje —afirmó el conductor—. Habrá que conseguir un recambio, pero la próxima población está a más de dos horas de camino. Dudo que podamos llegar hoy a la capital.
Kôji buscó una solución rápidamente mientras el perro se reunía con ellos.
—Nosotros podríamos llegar hasta allí y regresar con la pieza.
A Takuto le pareció bien la idea.
—Esperad aquí hasta que volvamos, queda agua en las neveras, ¿no?
—Sí, eso es lo de menos. Tenemos comida y podemos dormir dentro, pero la agenda se ha trastocado —volvió a lamentarse Shibuya.
Dave, el cual había registrado hasta el último detalle, procedió a darle ánimos.
—Míralo por el lado bueno. ¿No queríamos aventura? Será una especie de acampada al aire libre, sólo falta que aparezca una de esas plantas rodantes, como en los westerns…
Tras tomar un papel escrito por el chófer con las referencias técnicas necesarias, y haber comprobado que llevaban el móvil de Izumi encima, los dos se subieron de nuevo a la moto sin tiempo que perder.
—¡No vayas a lo loco! Prefiero un retraso en la gira a que os matéis en medio de la nada —amenazó el manager.
Y mientras los demás encajaban la situación con buen humor, la pareja se entregaba de lleno a uno de los iconos del llamado sueño americano. Nada expresaba mejor ese abstracto e irreal concepto perseguido de la libertad que aquella moto, y el paisaje onírico para el que el tiempo parecía haberse detenido.
La esencia de Nuevo México hablaba de costumbres ancestrales, propias de los indígenas expulsados de sus tierras injustamente, y del anhelo por parte de la naturaleza de recuperar a aquellos que la adoraban como la más grande de sus divinidades.
Takuto deslizó levemente una de sus manos por encima de la cintura del conductor, percibiendo su respiración y moviéndose su pecho acompasadamente con el suyo. Esa sensación le tranquilizaba tanto que se quedó dormido pese al ajetreo.
Kôji condujo, tratando de hacer movimientos lo menos bruscos posibles para no despertarle. Ignoraba cuánto tiempo había pasado desde que partieran, mas empezó a inquietarse. No sólo el mencionado pueblo no aparecía, sino que a lo lejos se divisaba un oscuro frente tormentoso. Juzgó por el color naranja que empezaba a teñir el cielo que se había hecho demasiado tarde.
Echó un vistazo rápido al tanque de gasolina y, por su experiencia, dedujo que no tendrían suficiente para la vuelta. Por si faltaban contrariedades, las primeras gotas rociaron el moreno rostro Izumi, desvelándole.
—¿Cuánto tiempo llevo dormido?
—Ahora es lo que menos importa. Estamos metidos en un buen lío. Creo que me he perdido y no nos alcanza el combustible para regresar.
Takuto sacó su móvil, comprobando que eran casi las ocho.
—Apenas me queda batería.
—Estupendo… —exclamó Kôji, desquiciado.
—Y no he cogido el cargador, siempre se me olvida.
Un ensordecedor trueno se apoderó del valle, precediendo a la cortina de agua que en cuestión de segundos les caló, recurriendo el motorista a encender las luces largas con tal de no perder mayor visibilidad.
—Tengo que parar, no veo de noche sin gafas.
—Mira, allí a lo lejos hay algo —señaló Izumi, extendiendo el brazo.
Por gracia divina, no estaba equivocado. Un panel alumbrado con las pocas bombillas que aún no se habían fundido anunciaba el único motel de carretera a muchas millas a la redonda.
—Creo que lo mejor que podemos hacer es pasar aquí la noche y llamar a Shibuya para decírselo. No estamos en condiciones de seguir.
El futbolista asintió. Dejaron el vehículo en una zona cubierta, corriendo en dirección a lo que parecía ser la recepción. Se encontraban en el típico complejo propio de las zonas rurales de los Estados Unidos: un edificio de una sola planta en la que las habitaciones estaban dispuestas sucesivamente, formando una especie de L. El nulo movimiento que se adivinaba y el poco cuidado recibido por las instalaciones indicaban que no era un lugar demasiado concurrido.
—Buenas noches, ¿tendría alguna libre? —preguntó Kôji.
El hombre que les atendió, otro paisano entrado en años y con mal humor debido a que la tormenta estropeaba la señal de televisión, le miró con gesto huraño, señalando el panel lleno de llaves que tenía detrás.
—¿Tú qué crees?
—Deme una —respondió secamente en vistas a las malas maneras.
Cuando estaba buscando su cartera entre los pantalones completamente pegados a su piel por el agua, Takuto le hizo mirar un discreto cartel al final del mostrador.
—"Sólo se acepta efectivo" —leyó en alto el vocalista, maldiciendo a continuación en su idioma natal.
El dueño se había vuelto a acomodar en su butaca cuando fue nuevamente reclamado, crispándose más si cabía.
—Disculpe, ¿cuánto cuesta la noche?
—Treinta dólares y cincuenta centavos.
—¿Tienen cafetería? —preguntó educadamente el futbolista, pues estaba muerto de hambre.
—Está cerrada, pero veré qué es lo que puedo hacer.
Y mientras el viejo salía en busca de sus hijas, las encargadas de cocina, Kôji desplegaba sobre la superficie del mostrador el contenido de su billetera.
—Esto es ridículo —dijo, riendo por no llorar—. Entre los dos hemos ganado una pasta este año, y la puñetera Visa no nos va a servir de nada.
—Espera, a ver qué tengo yo…
Takuto hizo lo mismo, embarcándose ambos en la surrealista situación de contar hasta la última moneda que llevaban encima, sin posibilidad alguna de acceder a un cajero automático o pagar vía banda magnética.
—Veintiocho… veintinueve… veintinueve con cincuenta. Nos falta un dólar.
En el preciso momento en el que el cantante estaba pensando en robar una de las llaves, y pasar una velada furtiva en aquel lugar perdido de la mano de Dios, recordó que tenía el cambio del café en el bolsillo trasero.
—¿Ves? ¡Por eso sigo siendo creyente! —exclamó, mostrándole el billete arrugado y mojado que milagrosamente había sobrevivido a la montura.
El hombre contó el importe con desconfianza, entregando a petición la llave de la última habitación.
—Ve yendo tú, voy a ver si puedo conseguir algo para comer.
—Pero si estamos sin blanca… —le recordó Izumi.
Kôji se colocó la melena, mirándole con expresión felina.
—Algo se me ocurrirá, soy un maestro de la improvisación.
Caminó hacia lo que se suponía debía ser el área de servicio, cruzando los dedos para poder establecer comunicación con el teléfono. En apenas unos segundos estuvo sentado a la barra del bar, buscando a alguien que le atendiera. Finalmente, obtuvo respuesta al otro lado de la línea.
—¿Shibuya? Soy yo. Oye, apenas tengo batería. Estamos en un motel, tendremos que pasar aquí la noche.
—¿Pero en qué zona estáis exactamente?
—Ni idea. Conduje en línea recta sin desviarme.
—Vale, no te preocupes. Ya he hablado con los del equipo, se han puesto en camino desde Santa Fe para venir a rescatarnos.
—¿Qué hacemos nosotros? —preguntó de nuevo, distinguiendo al fin a una joven de aspecto rollizo que se acercaba hasta él.
—Pasaremos a buscaros a primera hora. Dices que no hay más moteles y que fuiste siempre recto, ¿no?
—Sí, pero… ¿oye? ¿Hola? Ah, joder… —protestó Kôji al consumirse la poca energía que le quedaba al teléfono.
Se apresuró a adoptar la expresión más encantadora que le resultó posible, metiéndose el aparato en el interior de la cazadora.
—Me preguntaba si ya habéis cerrado la cocina.
La joven sonrió; no solían tener clientes tan apuestos.
—Claro que no. Dígame lo que desea.
—Es que tengo un pequeño problema con la no admisión de tarjetas de crédito…
—Permítame consultarlo un segundo.
Ella se adentró en la cocina, en la cual su hermana mayor le espiaba.
—¿Qué hacemos?
—¿Eres tonta? ¿No te has dado cuenta de quién es?
Kôji escuchaba los cuchicheos, disimulando hábilmente.
—Pues no.
—¡El cantante que te dije, el de las noticias!
—¡Ah, el maric…!
La jefa de fogones procedió a taparle los labios a su ayudante, antes de que pronunciara la consabida palabra.
—Que pida lo que quiera, puede que sea nuestro golpe de suerte y venga más gente después.
—Vale.
Compensando con otra forzada sonrisa lo que acababa de presenciar, el japonés aguardó con paciencia, diciéndose que era la primera ocasión en la que se alegraba por ser reconocido gracias a su condición de personaje público… independientemente de la manera en que fuera.
- 6 -
Takuto dejó sobre la mesa de noche lo que no había podido tragarse de aquel grasiento tentempié, pese a tener fama en su círculo cerrado de tener un apetito propio de león salvaje.
La habitación era bastante pobre tanto en contenido como en decoración: apenas unas cortinas raídas que preservaban la intimidad de la ventana, una lámpara con el cristal roto, una ducha en la que el agua salía ó hirviendo ó helada, y una cama de tamaño aceptable cuyos muelles se les clavaban.
Kôji se terminó el último trago del café aguado que había conseguido gratis, y estalló en carcajadas.
—Este es el sitio más cutre en el que he estado. Parece sacado de una película de terror.
—¿Y por qué te ríes?
Tan pronto hubo formulado la pregunta, Izumi encontró la respuesta. Le miró, se miró a sí mismo, y luego al espacio en el que se encontraban. Estaban sentados en la mugrienta cama completamente desnudos, pues sus ropas estaban dispersas por encima de la única mesa y el radiador, en un intento de secarlas para el día siguiente.
Teniendo en cuenta, tal y como había dicho el cantante una hora antes, que la fortuna de ambos no era nada despreciable, acabó por contagiarse de la risa.
—Sí, es cutre, pero me lo estoy pasando mejor que en cualquiera de esos cinco estrellas.
Con el cabello húmedo por el accidentado baño que se habían dado, el vocalista se tendió boca abajo, analizando en la penumbra el contenido de las sábanas.
—Me pregunto quién habrá dormido aquí, y cuánto tiempo hace que no las cambian. ¡Mira, si tiene hasta un microsistema de bichos propio!
—No seas asqueroso —le reprendió divertido, tendiéndose él también y observando de cerca el trozo de tejido en cuestión.
—No soy asqueroso, sino sincero. Además, ¿qué culpa tendrán? Somos nosotros los que estamos invadiendo su hábitat.
—¡Kôji! —le regañó entre risas, tanteando para propinarle un almohadazo.
Él se lo impidió, girando sobre sí mismo y posándose sobre el espléndido cuerpo de Takuto, apartándole el flequillo. Le contempló varios segundos en silencio, pareciéndole sumamente hermoso rodeado de tan paupérrimo entorno.
—Dentro de algunos años habrá muchos detalles que posiblemente no recordemos, pero seguro que nunca olvidaremos esta noche.
—Ni al viejo de la recepción, ni esa cosa que nos han dado para comer… —añadió Izumi.
—Quería decir que nunca olvidaremos que, mientras los demás se morían de frío esperando en la carretera, nosotros estábamos ocultos del resto del mundo ocupados en cosas más… interesantes —susurró al oído.
Se miraron a los ojos, cerrándose lentamente los párpados a medida que sus rostros se acercaban. A escasos milímetros para el encuentro, Izumi se volteó, consiguiendo que Kôji quedara tumbado de costado al igual que él, ambos frente a frente.
—No puedo creer que vayamos a hacerlo en un sitio como este — musitó el futbolista, entregándose a lo inevitable sin rechistar.
—Incluso "un sitio como este" me resulta romántico si estás a mi lado —contestó, haciéndole callar al blindarle los labios con los suyos.
Sus bocas adoptaron nuevas formas, modelándose a exigencias de la otra y fundiéndose en un intercambio de estilos y métodos.
Aunque en el lenguaje del amor físico, el sexo constituyera la principal forma de escritura, besar seguía siendo la poesía, el espíritu por el que los amantes mejor se comunicaban y expresaban para con el otro; nada podía esconder tantos significados y encerrar tanta sensualidad.
Primero lenta y pausadamente, luego acompañando cada húmedo roce con caricias, siguiendo las yemas de los dedos los contornos faciales, las siluetas de los huesos armoniosamente resaltados en la piel, o la longitud de los cabellos.
Kôji le atrajo hacia sí, tomándole de la nuca para una mayor profundidad, invadiendo cada rincón con su lengua, la cual era recibida por la otra. En contraposición, fue rodeado con los fuertes brazos que le aferraron por cintura y espalda, invitándole a hacerle suyo otra vez más.
Una vez saciado parcialmente de esos labios de los que nunca podría llegar a hartarse, pasó a besar sus pómulos, bajando por el cuello hasta llegar al pecho, deteniéndose en los pezones.
Takuto suspiraba con cada toque experto, buscando la culminación perfecta para ese día atípico y mágicamente singular. No le permitió insistir en su descenso, tomándole de la barbilla para seguir besando sus labios mientras sus respectivas excitaciones despertaban, rozándose aparentemente sin intención.
Buscó la textura de la cicatriz que el cantante portaba en su torso, desde el nacimiento de la misma hasta su muerte, prácticamente en la pelvis, encadenando con la otra cruz que le vestía, en ese caso oscura y sin relieve.
Kôji le miraba fijamente a los ojos, suspirando a cada centímetro que restaba para alcanzar la zona clave. Gimió levemente sobre su hombro cuando Izumi le tuvo entre la mano, rodeando su dureza firmemente, procediendo a darle placer conciso y a un ritmo que entre ambos establecieron.
Hizo lo mismo, provocando en Takuto una reacción semejante. Sus pupilas dilatadas se buscaban, al igual que las mejillas encendidas y los jadeos dados a cada paso, sin prisa.
Deseaba adentrarse en su interior, y dado que no tenía nada más a lo que recurrir para no procurarle dolor, cesó en su hacer y retomó la andadura, mordiendo suavemente sus abdominales y colocándose entre sus piernas para rendirle tributo como merecía.
Kôji quiso jugar a torturarle, recorriéndole con la punta de la lengua varias veces antes de introducírselo todo lo que la habilidad de su garganta le permitía; Izumi cerró los ojos, enredando los dedos en su larga cabellera y marcándole el ritmo que su deseo clamaba.
Se impregnó un dedo en saliva, estimulando cuantas otras áreas tenía a su merced, y procediendo a prepararle, sumándose las sensaciones de invasión a las de inmensurable placer.
Su pelo fue agarrado con mayor intensidad, por lo que incrementó la intensidad y la presión de su boca sobre el miembro, no deteniéndose hasta que le sintió descargarse a golpe de cadera y temblor.
Vertió el esperma sobre la palma ahuecada de su mano, acudiendo al encuentro del sudoroso y moreno semblante que le esperaba; Takuto le besó, buscando probar el sabor obtenido de la mezcla de sus esencias.
Excitado hasta los límites posibles, Kôji se sentó sobre la cama, instándole a que hiciera lo mismo enredando las piernas, quedando las pelvis confrontadas. Le tomó de la cintura, haciendo que se apoyara levemente sobre las rodillas para terminar de prepararle.
Izumi aguardó, estrechándole el rostro contra su pecho. Cuando el miembro que le iba a penetrar estuvo recubierto de la consistente sustancia, se sentó sobre el mismo, buscando el ángulo adecuado para facilitar la intromisión. Se deslizó lentamente, jadeando con los ojos cerrados mientras él presionaba sobre sus caderas.
En aquella postura podían continuar mirándose a los ojos, o hablar sin palabras, todo ello regodeado de la pasión que les había caracterizado en sus encuentros, desde que las antiguas reservas por parte de Takuto habían desaparecido con el resto de sus inseguridades personales.
Danzaron y danzaron con el vertiginoso ritmo de aquel que se encuentra en el trance más potente, el carnal. Su cálido interior impidió que pudiera retener el orgasmo más minutos, y tras los sobrehumanos esfuerzos por durar el máximo tiempo posible, le indicó que estaba cerca del final.
Izumi se zafó de la posición, rompiendo la penetración y procediendo a darle las últimas oleadas de vertiginosas sensaciones con las manos, recogiendo el fruto en sus labios.
Sorprendido y extasiado por su determinación, Kôji se agarró a las sábanas mientras alcanzaba el éxtasis, dejándose caer de espaldas sobre el colchón a continuación.
Takuto se tumbó sobre su ajetreado cuerpo, teniendo cuidado de no rozarle la erección que empezaría pronto a remitir por encontrarse excesivamente sensible.
Se miraron, recobrando paulatinamente el aliento, probándose el cantante a sí mismo de su boca, y siendo invadido por un dulce sopor.
—Estoy agotado —le aseguró con devoción—. Me encanta que me des esas sorpresas.
Izumi no dejó que, tras sus hazañas, la vergüenza se empeñara en acompañarles en la cama, así que apoyó la frente en la suya, haciendo acopio de complicidad.
—No vas a ser siempre tú el que lleve la iniciativa.
Orgulloso de él por haberse crecido tanto como persona, y por haberse transformado en el hombre al que amaba sin dejar de ser el chico al que había adorado en el pasado, Kôji supo que era llana y plenamente feliz, y que Izumi probablemente también.
Lo decían sus profundos ojos ambarinos, brillantes como el sol, la luna y todas las galaxias juntas.
—Sólo hay algo que puede que me guste más que acostarnos…—susurró.
La pieza clave del Chelsea se acomodó sobre el lecho, abrazándole Kôji desde atrás, y cubriéndose ambos con aquel caldo de cultivo en forma de edredón.
—¿El qué? —respondió, entrelazando los dedos con los suyos mientras jugaba con la alianza del cantante.
—Quedarme dormido a tu lado.
Él no dijo nada. Se entretuvo con la sencilla joya de plata, dejándola en el correspondiente anular, y accediendo a compartir con él su otra afición predilecta.
Se rindieron al cansancio, envueltos en la calidez de la atmósfera creada por sus cuerpos acoplados como en una fortaleza.
Aún quedaban varias horas para el amanecer, momento en el que el ruidoso claxon del trailer que había acudido al salvamento de los Angelous y restante personal dio con el enclave, despertándoles.
Las encargadas de la cafetería del motel vieron cómo su buena acción fue recompensada, pues a eso de las seis y media de la mañana, quince personas demandaban un desayuno cargado, quedando concentradas en el humilde establecimiento más celebridades de las que nunca jamás volverían a tener noción.
- 7 -
Todo estaba preparado para el esperado concierto de cierre. El pabellón elegido en la ciudad de Los Ángeles, abarrotado desde hacía horas, acogería la última de las fechas del tour que la banda había ofrecido por el país.
Mientras los técnicos se encargaba de concluir los últimos detalles, Shibuya conversaba a solas con Kôji en el camerino de éste.
El cantante estaba perfilándose al espejo los labios en un tono oscuro; las palabras de su manager hicieron que la barra de maquillaje le temblara levemente entre los dedos, no estropeándole el resultado final de casualidad.
—¿Lo dices en serio?
—Sí —respondió Katsumi.
Observó una última vez su reflejo antes de dedicarle toda la atención.
—No me lo puedo creer… —afirmó, procediendo a calzarse las botas.
—Será original, y seguro que le encanta. Al fin y al cabo, sigues siendo su cantante favorito. ¿No es emocionante?
—Supongo que sí.
Con unos cuantos centímetros de estatura extra ganados gracias al calzado, y listo para entrar en escena, el vocalista salió al escenario en su compañía, continuando la cómplice charla.
—Quién me iba a decir la primera vez que salimos de marcha a ligar que esto llegaría a suceder.
—Por eso nadie más que tú podría hacerlo —afirmó Shibuya, risueño, haciendo auténticos esfuerzos por aguantar dos horas más tras haber estado planeándolo en secreto durante una semana.
Se reunieron con los restantes músicos, acudiendo Titán desde el fondo del backstage a desearle buena suerte en forma de lametones.
—Ya es la hora —anunció Serika, toda una erudita del walkie talkie.
—Vamos allá… —gritó Brett.
—Me da pena pensar que es el penúltimo concierto.
—¡No digas eso y a por todas! —exclamó Cinthya, plantándole con energía un beso a su novio, el cual tocó la tripa de la suerte como antes de cada actuación.
Las luces se apagaron, y el rugido de la audiencia hizo de pregón para el recital. Haciendo gala de unas tablas envidiables sobre el escenario, Kôji cantó entregándose al público, algo en lo que se había curtido desde que era parte de la formación.
Takuto y su hermana seguían el ritmo trepidante desde el lateral derecho de la plataforma, respirando aquel ambiente sobrecogedor formado por los seguidores, coreándoles, ofreciéndoles en forma de aplausos la merecida recompensa por el trabajo que tanto los cinco como el equipo había realizado, en especial aquel que se sumó a los Izumi con sigilo, quedando entre ellos.
—Tu esfuerzo ha valido la pena. El éxito que han cosechado se debe en gran parte a ti —le susurró Serika.
Katsumi acarició su rostro, expectante por lo que a continuación iba a suceder.
—Me limité a cumplir el sueño de Madoka. Sólo les hacía falta un empujón y una racha de suerte.
El futbolista les miró. Aunque no llevaran demasiado tiempo como pareja, parecía como si se hubiesen pasado la vida juntos.
Sonrió con afecto, acudiendo la otra fémina de la comitiva hasta ellos para no perderse detalle del que sería el último tema del concierto, según estipulaciones de la programación.
Kôji solía introducir la canción que daba nombre al primer disco de Angelous, así que sus compañeros aguardaron. Sin embargo, nadie esperaba lo que a continuación seguiría, salvo una persona.
—El amor es como la lluvia: llega de improviso, y es fuente de vida. Todos necesitamos de ella, y aquel que la rechaza queda condenado al deterioro. No se le pueden cortar las alas al amor cualesquiera que sean sus expresiones. Por eso os pido que me hagáis un favor, y seáis testigos de cómo vuelve a alzar el vuelo una vez más —dijo, en referencia al público.
Las sesenta mil personas congregadas quedaron tan intrigadas como los restantes miembros de la banda y acompañantes.
Con una sonrisa digna de ser retratada, Kôji se giró hacia la zona del escenario en la que los demás disfrutaban del espectáculo, apoyando la mano en sus caderas mientras sostenía con la otra el micrófono a la altura de los labios.
Para sorpresa y deleite general, hizo con desparpajo lo que Katsumi le había pedido entre bambalinas.
—¡Hey, Seri! Al imbécil de mi mejor amigo le gustaría saber si te quieres casar con él esta misma noche.
Ella se quedó en blanco, tardando unos segundos en girarse hacia el verdadero autor de la declaración.
Uno de los cámaras de directo buscó el ángulo idóneo para mostrar en las pantallas gigantes la imagen de la pareja cuando ella le abrazó con fuerza, tras darle respuesta afirmativa.
El público estalló en una ovación a la que se sumaron los artistas, deslumbrados ante lo inesperado.
Mientras Cinthya procedía a dar pequeños saltitos de emoción y Takuto le secaba las lágrimas a su hermana pequeña, demasiado conmocionado para llorar él también, Kôji dio la entrada para la consabida canción.
—Volad lejos… Lejos del Edén.
Dave hizo el pie rítmico, uniéndose Chris al compás y completándose la melodía con los teclados y la guitarra. La profunda voz del intérprete se ocupó de lo demás, dejándose el alma en el tema que ahora cobraba un significado especial.
Atrás quedan los recuerdos
del día en que te conocí,
las personas y sus convicciones,
o el dolor que nos quiso unir.
Disfrazado de casualidad
el destino nos tenía preparado
un desenlace especial,
fábulas de cuento que sólo tú y yo
podemos escenificar.
Somos dos niños corriendo de la mano
buscando su libertad,
huyendo de unos mayores
que jamás nos comprenderán.
Si nuestro mundo no está hecho para ellos,
huyamos a través de los bosques,
encontremos nuestro sitio
lejos del Edén.
Dónde no hay paraíso,
pero el cielo es eterno en tu compañía.
Lejos del Edén,
donde nada me importa
salvo tu eternidad.
El vocalista extendió el micrófono a lo alto para que el rugido de todos los asistentes se fundiera en una sola voz, recitando el estribillo a toda potencia.
Nos condenarán al fuego,
sé que lo harán,
y que nos desharemos en travesuras
esquivando sus reproches.
Somos dos niños soñando despiertos
con la tierra prometida
más allá del Edén.
Dos bises cerraron el evento, siendo el colofón final sendos fuegos artificiales.
Pocos minutos después de la explosión de pólvora y brillo, un helicóptero aguardaba en la plataforma privada del estadio. Uno a uno, los nueve fueron entrando en el mismo para llegar lo antes posible a la ciudad que nunca dormía, esa en la que iban a celebrar por todo lo alto el enlace que a continuación se consumaría.
La duración del vuelo sería extensa, pero merecía la pena hacerlo. Su destino no era otro que el bullicio de Las Vegas.
- 8 -
Aunque los protagonistas insistieron, Liam, Cinthya, Brett, Chris y Dave prefirieron dejar que la boda se produjera en la mayor intimidad posible, esperando en la discoteca del hotel donde iban a alojarse para comenzar los festejos.
Las Vegas, capital mundial del lujo y el derroche, les recibió con un torrente de vatios y luces de neón, pareciendo una alucinación provocada por la sequedad del desierto sobre el que se erigía.
Pasaban de las dos de la mañana. En una de las tantas capillas disponibles a lo largo y ancho de la ciudad, la pareja se dispuso a unirse, pareciendo el método elegido bastante atípico teniendo en cuenta la alta posición social de la familia de Shibuya.
Pero su entorno era atípico, las connotaciones del noviazgo de ambos también, y el rumbo que deseaba para su vida igualmente lo sería. Se convertiría en doctor, pero no por seguir la tradición, sino para preservar sonrisas infantiles, como ésas que ellos cuatro se habían visto obligados a reprimir cuando la edad adulta ni siquiera estaba avistada.
Serika y Takuto habían pasado por la traumática pérdida de sus padres, una adopción y tiempos nada fáciles hasta lo que se decía recientemente. Katsumi había encadenado una desgracia familiar tras otra, y los detalles que Kôji había dejado al descubierto sobre su infancia tampoco eran alentadores, por no mencionar los que permanecerían enterrados en su olvido.
Pese a todo, habían salido adelante, apoyándose los unos en los otros de manera singular. Y dado que ninguno de ellos jamás llegaría a poder ser considerado una persona normal, la idea de casarse de un fogonazo y en discreta compañía le pareció perfecta, acorde con la personalidad que junto a Serika había desarrollado.
Cuando la vio aparecer vestida con el improvisado atuendo del brazo de su hermano, supo que era la mujer de su vida.
Kôji aguardaba a su izquierda, observando de reojo al juez de paz. Por fortuna, en aquel lugar cualquier extravagancia estaba permitida, pues no le había dado tiempo a quitarse el maquillaje, estando su aspecto a medio camino entre madrina y padrino.
—¿Tienes los anillos? —susurró Katsumi.
—No me los has dado.
—Sí que te los di, antes, en el camerino —le inquirió por lo bajo al tiempo que ella se situaba en su posición.
Y mientras las frases de protocolo comenzaban a brotar de los labios del encargado de la capilla, el cantante buscaba con disimulo.
—¿Qué haces? —masculló Takuto manteniendo la compostura.
—Buscar las alianzas. No sé dónde las guardé.
El futbolista le metió mano en el bolsillo trasero del pantalón, lugar donde Kôji solía meter cosas sin darse cuenta, dando con la pequeña caja de terciopelo rojo.
Pudo entregársela directamente a Katsumi en el momento preciso. El trámite estaba tan estandarizado que una boda de ese tipo no duraba más de cinco minutos.
Izumi trató de contener la emoción al ver a Serika radiante, sintiéndose privilegiado por estar ahí. Las sortijas fueron engarzadas, el consabido beso dado y las firmas estampadas en el registro, tomando a continuación la pluma la otra pareja presente para dejar constancia del hecho.
Salieron juntos al exterior, tomando Shibuya a su esposa por la cintura y riendo ambos, mientras la cola de futuros contrayentes esperaba su turno para entrar.
—Qué raro suena… ¡ahora soy una Shibuya! —dijo ella, admirando el anillo en su dedo.
Takuto la achuchó, levantándola unos centímetros del suelo.
—Te llames como te llames, siempre serás mi pequeña —rió.
El recién casado y su viejo colega les contemplaron en silencio a algunos metros de distancia. Katsumi se volteó, mirándole a los ojos, desbordado en felicidad. De pronto, sintió el súbito deseo de hacer algo que, pese a los años compartidos, no había tenido ocasión de llevar a cabo.
—Kôji, yo… —dijo, buscando las palabras.
Y como no las encontró, pasó directamente a la acción.
—Qué demonios, ven aquí.
El cantante se quedó de piedra cuando Shibuya le abrazó, resumiendo con el gesto el camino de constante lucha emprendida un día cualquiera en el Instituto. Aprovechando que nadie se estaba fijando en ellos, Kôji correspondió, apresurándose a susurrarle al oído tras unos segundos.
—Suéltame ya, que mi reputación está en juego.
Katsumi volvió a reír, acudiendo al encuentro de Seri. Aún quedaban varias horas de noche, y la juerga iba a ser monumental.
—¡Vamos al hotel! ¡Viva Las Vegas!
Atravesaron sus avenidas plagadas de recreaciones de famosos monumentos, reclamos para las mentes ludópatas y adineradas, llegando por fin al exclusivo complejo turístico en donde el resto de la comitiva les esperaba.
Brindaron por un año plagado de éxitos y satisfacciones, deseando que los venideros pudieran ser incluso mejor. Rodeados del estruendo del bar y demás clientes, los cónyuges salieron a la pista de baile envueltos por los efectos de la bola de espejos.
—¡Yo también quiero bailar! —gritó Cinthya, acudiendo con el teclista a cumplir lo pedido.
Kôji se terminó su copa, mirándole a los ojos.
—No bebas más, o caerás redondo.
—Por una vez no pasa nada… ¡y mi hermana no se casa todos los días! —respondió Takuto.
Dado que eran los únicos que no se habían entregado al ecléctico sonido de la pista, el cantante le cogió de la mano, soltándole cuando estuvieron en medio de un mar de cuerpos que se convulsionaban con cada compás marcado.
Izumi se despojó del pudor, ayudado en parte por el alcohol, pero en mayor medida por sus predisposiciones. Quería divertirse en el término de las mejores vacaciones que había tenido, demostrando de una forma inédita que se sentía pleno de energía.
Nunca habían bailado juntos como cualquier otra pareja, mas nadie lo hubiese sospechado al observarles en acción: ambos cultivados en la coordinación motriz y estudiosos de sus respectivas fisonomías, hacían que los movimientos se acompasaran, ajustándose las caderas con sensualidad, siendo intercambiadas miradas repletas de erotismo, irradiando una energía imposible de describir.
Los anónimos danzantes que les rodeaban formaron un improvisado círculo, fascinados por el espectáculo; pero a ellos no les importaba, pues no les veían, ni oían, ni siquiera les percibían.
En la mente y espíritu del uno sólo había espacio para el otro. Sus labios se encontraron, no separándose en lo que restó de sesión, resistiéndose a la llegada del alba.
Nota de la autora: se recomienda preparar para el próximo capítulo el tema de las Bandas Sonoras Originales de Bronze "Zetsuai Megamix 1992", versión en inglés.
