- Capítulo 25: Tokyo Road -

Fue hace ya tiempo, en un lugar

y en un mundo olvidado por todos,

pero ahí vive una parte de mí

que por mucho que pase no morirá.

Era tan sólo un chico, no un hombre,

enviado a una guerra, a un país

en donde se suponía luchaba por la libertad

aún sabiéndome preso.

A veces siento que he de regresar,

a veces tengo que retomar mis pasos…

Llévame de vuelta a la carretera de Tokio.

Llévame de vuelta a la carretera de Tokio.

Bon Jovi, "Tokyo road".

Tanto la vida de un deportista profesional como la de una estrella del espectáculo tenían ciertos elementos comunes, más allá de las connotaciones propias de cada sector.

Sin duda, los más enfatizados eran los desplazamientos. Una parte nada despreciable de sus carreras transcurría cientos de kilómetros por encima de la tierra, y no metafóricamente hablando de las cumbres endiosadas de la fama, sino a bordo de aviones, medios indispensables para emular a una representación divina con ayuda de la prensa, pareciendo ser omnipresentes mediante apariciones en puntos dispares del planeta con pocos días de diferencia.

El otro nexo eran los aeropuertos: un viajero asiduo podía llegar a acusar con facilidad el síndrome de ignorar en dónde se encontraba tras el aterrizaje; y es que los aeródromos comerciales eran de las pocas cosas a nivel mundial que permanecían homogéneas, cualesquiera que fuese su ubicación.

Los mismos pasillos amplios y fríos, la misma luz artificial ya fuera de día o de noche, los mismos paneles, la misma muchedumbre recorriendo distancias hacia puertas de embarque o reclamando equipaje extraviado… si uno no atendía al lenguaje principal de la megafonía o los carteles publicitarios, posiblemente llevaría su tiempo descubrir si se estaba en Polonia, Argentina, Taiwán o Australia.

Aquel vuelo salido desde Los Ángeles con destino Tokio era uno de los tantos que Kôji y Takuto habían tomado, entre los numerosos realizados conjuntamente o bien en solitario. Sin embargo, aunque el aire seco de cabina y la simpatía estándar de los auxiliares fuesen semejantes, el trayecto tenía para ellos un significado muy especial.

Serika y Katsumi también sentían cierta emoción por retornar a su país de origen convertidos en esposos, mas para el vocalista y el delantero suponía un regreso impregnado en victoria.

Izumi miraba por la ventanilla cuando el descenso hacia Narita fue iniciado, y el bullicio de su ciudad natal quedó a la vista, convertido en una extensa mancha de contrastes urbanos.

Kôji apoyó la barbilla en su hombro, y sus miradas se encontraron. Ambos sabían lo que el otro estaba pensando. En realidad, hacían memoria.

Los recuerdos afloraron en sus mentes, reviviendo aquella noche en la que abandonaron Tokio en un vuelo regular, dejando atrás el que había sido hasta la fecha su mundo, la enigmática anfitriona de sus respectivos orígenes, marco en el que su historia de amor se había forjado.

Ese día se marcharon con un par de maletas, el poco dinero obtenido de la cesión de los derechos de autor y lo que Katsumi les había prestado, así como la sensación agridulce de tener la oportunidad de seguir luchando, aderezado con una dosis de temor hacia lo desconocido.

Algo más de un año y medio después, ahí estaban, volando en dirección contraria, renacidos de sus cenizas. Se habían reinventado, encontrando la manera no sólo de ser fieles a su proyecto en común, sino a sí mismos.

Londres les había acogido en su gris dimensión, y en ella habían decidido establecerse y seguir evolucionando. Por ello, aquel encuentro con Japón implicaba varias cosas; era como un telegrama escrito a sus compatriotas, en el que se anunciaban varias afirmaciones contundentes.

"Hemos sobrevivido a la adversidad."

"Hemos conseguido todo lo que aquí no podríamos haber hecho."

"Nuestro regreso será fugaz, pues aunque ésta siempre será nuestra casa, ya no es nuestro hogar."

Y así, todas las fans que habían seguido la trayectoria de Kôji desde el principio, aguardaban ansiosas su aparición tras haberse convertido en una estrella internacional, rompiendo en los mercados musicales de medio mundo con la banda a la que pertenecía.

Asimismo, los que creyeron que el recuerdo de Takuto Izumi había muerto junto a los destellos de su fugaz carrera, tendrían que tragarse sus palabras, dado que había desafiado a la ciencia misma, erigiéndose como lo que siempre había sido, un prodigio del fútbol cuyo entorno había sido inadecuado hasta la recalada en Inglaterra.

El país estaba conmocionado, especialmente su epicentro; era la primera vez que dos japoneses lograban tanto éxito fuera de sus fronteras en el panorama deportivo y musical, siendo aún más sangrante para la cuadriculada sociedad nipona el que sus héroes nacionales no sólo hicieran carrera en el extranjero, sino que llevaran por bandera el amor prohibido que les unía, algo que allá nunca fue posible, poniendo en evidencia el gran abismo que aún separaba oriente de occidente pese a sus esfuerzos por lograr un popurrí cultural japonés-europeo-americano.

El avión se preparó para entrar en pista, y el gesto que Kôji tuviera con él aquella noche de exilio fue repetido. Depositó su mano derecha sobre la morena de Takuto, pero de sus labios no brotó el "te quiero" contundente de entonces.

Era algo que proclamaba con cada poro de su piel.

El grupo entero y los responsables de tour pisaron tierras asiáticas, saliendo por la zona reservada a pasajeros distinguidos. Tras arreglar algunos trámites para que Titán fuese conducido hasta la casa de los Horiuchi, salieron al aire libre al encuentro de otro medio de transporte; Dave no se perdía ni un detalle, al igual que el censor de la pequeña cámara.

—¡Konichiwa, Tokio! ¿Se decía así, no? —preguntó.

Katsumi rió mientras atendía la primera llamada recibida nada más encender el móvil. Poco después, metieron el equipaje en el microbus que les llevaría directos al hotel en el centro de la ciudad, trayecto que les tomaría bastante tiempo, según las previsiones de tráfico emitidas por el canal de televisión cerrado del aeropuerto.

—Esto es alucinante, tío. Jamás había visto tanta tecnología por metro cuadrado —exclamó de nuevo el batería, ensimismado por la calidad de los pequeños aparatos que la gente llevaba consigo—. ¿Qué se siente al volver a tu tierra, Taku?

Éste se miró el reloj, ya sentado en su asiento.

—Agobio, porque tengo que estar en la concentración del equipo dentro de media hora —afirmó.

Jugarían la Intercontinental al cabo de dos días, por lo que muchos de sus compañeros, ya fuera del Mundial por eliminación de las respectivas selecciones, estaban de nuevo con el Chelsea. Tras un mes de inactividad futbolística, se moría de ganas por pisar los terrenos.

El vehículo se puso en marcha, barriendo los primeros kilómetros de la autopista con normalidad, mas al entrar en vía urbana, Katsumi dio malas noticias.

—Tenemos contratiempo: las arterias de la ciudad están taponadas por la final del Mundial. No podemos tomar una ruta alternativa, así que tendremos que armarnos de paciencia.

Serika miró directamente a su hermano, anticipándose a su cara de espanto.

—Ya hemos avisado del retraso —dijo, tranquilizándole.

Kôji miraba abstraído el paisaje de cemento a través de las gafas de sol. Estaban atascados en una de las tantas avenidas de la capital nipona, calles que había recorrido cientos de veces en las más controvertidas situaciones, ya fuera en moto, deportivo, a pie, sobrio o en otras condiciones no demasiado saludables.

Murmuró con algo de desgana cuando unas chicas le señalaron desde lo lejos, apresurándose a tapar la ventana con la cortina.

Los minutos pasaron lentamente y sin acontecimientos destacables; por ello, el que la voz de alarma fuese dada sin previo aviso resultó aún más sorpresivo.

—Liam, despierta —exclamó Cinthya agarrándole del hombro.

El teclista la miró, adormilado por el jet-lag.

—¿Qué pasa?

El rostro de ella quedó modelado por el cincel del pánico repentino.

—Creo que he roto aguas.

—¿¡Cómo!?

Cuando el gurú de Angelous se inclinó hacia las rodillas de su novia, constató que hablaba en serio; un abundante reguero de líquido amniótico se desparramaba por el suelo, y su brazo fue estrujado con fuerza al ritmo de la primera contracción.

Pálido como una pared, Liam consiguió invertir sus fuerzas en pedir auxilio en lugar de perder el sentido ahí mismo.

—¡Katsumi! ¡Ven corriendo!

—¿Va todo bien? —quiso saber él, alarmado.

El notorio quejido de la parturienta hizo que todos se giraran, y que el batera se dispusiera a filmar el momento estrella de su documental.

—¡Ya viene! —gritó ella.

Shibuya acudió como una bala, seguido de cerca por Serika.

—¡Pero si ni siquiera ha salido de cuentas! —afirmó lastimeramente Liam, mirando al manager como un cordero degollado.

El conductor preguntó si era necesario pedir una ambulancia, mas el atasco en el que estaban metidos haría imposible el acceso de un equipo clínico.

—Cada mujer es distinta, los retrasos o anticipaciones no son nada extraños —afirmó Katsumi, tratando de imprimir calma, pues la condición de primerizos era aplicable tanto a ellos como a él.

La acomodaron en el escalón que separaba el pasillo del bus de los asientos, dejando que sus dotes de productor y médico se unieran para manejar la situación.

—Brett, arranca todas las cortinas que puedas. Los demás, dadme cualquier prenda de la que os podáis deshacer. Seri, sal a la calle y pide agua caliente en alguna cafetería.

Ella asintió, cumpliendo su parte. Y mientras Takuto se despojaba de la camiseta y procedía a ayudar en lo posible, la faz de Kôji compartía el mismo tono de piel que la del futuro padre.

—¿Lo va a tener… ahora? —palideció.

Cinthya apretó la mano de su novio al igual que los dientes, soportando el dolor como mejor podía. Arrodillado a su izquierda, éste no le quitaba ojo de encima a Katsumi, el cual la había desnudado de cintura para abajo y comprobaba la dilatación.

Todos estaban entre asombrados y paralizados por la situación y la profesionalidad de Shibuya.

—¿Oye, has hecho esto antes? —preguntó Chris.

Él respiró profundamente, enumerando los pasos.

—Asistí a algunos partos en mis prácticas. No intervine, pero tranquilos, sé lo que hacer.

Les miró a los dos, sabiendo que a la velocidad con la que todo iba no daría tiempo a llegar al hospital de su familia. Había oído hablar de casos como ese; las historias de niños que nacían en taxis o coches de camino a la clínica eran abundantes.

—Cinthya, ve siguiendo mis indicaciones. No tengas miedo, todo saldrá bien, ¿de acuerdo? Confía en mí —le dijo con suavidad.

Ella seguía soportando el trance, aferrándose también a la mano de Izumi, el cual había adoptado la misma posición que Liam pero en el flanco contrario.

—¡Aquí está el agua! —exclamó Serika, tratando de no derramarla.

Llegó hasta ellos, empleando una de las camisetas cedidas para refrescarle la frente a su amiga.

—¡Qué pasada! ¡Esto permanecerá inalterable para toda la eternidad! —vociferaba Dave, haciendo zoom sobre el rostro de Cinthya.

—¡En cuanto pueda ponerme en pie, te mataré! —bramó ella, fuera de sí.

Desde un rincón relativamente alejado, Kôji y Brett observaban la escena con bastante aplomo. El cantante estaba más que habituado a la sangre y derivados, pero aquello era demasiado para su entereza. Lamentablemente, la ocurrencia de bajarse del improvisado paritorio quedaba descartada.

—Aguanta Cinthya, y cuando yo te diga, empuja —le dijo Katsumi, concentrado.

Liam trataba de calmarla, sufriendo tanto o más que ella con el estómago hecho un nudo; Takuto igualmente no la soltaba, emocionado por presenciar un momento tan especial,todo lo contrario que su pareja.

En cuanto vio que el cráneo comenzaba a asomar, Kôji decidió que era momento de sentarse en la primera fila del autobús, y aprovechar para llamar al padre de Shibuya, pidiendo que preparasen una habitación.

—Creo que voy a vomitar… —musitó, sacando el teléfono del bolsillo y haciendo lo planeado.

El resto de la comitiva la rodeaba dándole ánimos, preparando una montaña de prendas y cortinajes.

Katsumi le pidió a Serika que le secara la frente mientras afrontaba el momento más difícil de todos, tratando de facilitar la salida del bebé sin instrumental quirúrgico ni anestesia de la que valerse.

—Ya queda poco… ¡ahora!

En el preciso instante en el que la punkie daba un último empujón acompañado de otro grito, Kôji se sumaba al estruendoso coro de voces, tratando de hacerse entender.

—Sí, Katsumi se está encargando de todo. ¿Cómo? No, no, debe estar a punto de…

Entonces, la maravillosa potencia del primer llanto del bebé resonó por el autobús.

—Ya puede comprobarlo usted mismo… iremos para allá en cuanto el atasco nos lo permita.

Armándose de valor y haciendo de tripas corazón, regresó con ellos. Takuto le instó a que se sentara a su lado, con la mirada brillante.

—¡No te va a morder, tonto! —le dijo, fascinado.

Tras cortar el cordón umbilical con una navaja esterilizada mediante la llama de un mechero, y haberle envuelto en el amasijo de camisetas, Katsumi les entregó al pequeño nacido en suelo japonés.

—Enhorabuena, está en perfecto estado —afirmó con una sonrisa.

Los padres lo tomaron con lágrimas en los ojos, olvidando momentáneamente el nerviosismo y el cansancio.

—¡No sé quién ha estado mejor, si la madre o el doctor! — exclamó David enfocando a Shibuya, completamente ensangrentado hasta los codos, pero visiblemente feliz.

Al fin los esfuerzos del chófer por conseguir que los demás conductores abriesen una brecha dieron su fruto, poniendo rumbo al hospital que los Shibuya regentaban desde hacía varias décadas.

- 2 -

Ante un motivo de tanto peso como aquél, Adam Mayers no dudó en concederle a su jugador unas cuantas horas más de permiso.

Ya había anochecido cuando a los visitantes les fue permitida la entrada a la habitación que le habían preparado a la joven madre. Era amplia y luminosa, quedando en cuestión de segundos decorada por globos y flores.

—¿Cómo te encuentras, reina? —quiso saber Dave, avanzando a trompicones por no despegar su retina del visor.

—Perfectamente. ¡Perdona lo de antes, Liam dice que te amenacé de muerte! —rió, acomodada tras haber podido limpiarse y recibir las curas pertinentes.

El padre de Katsumi felicitó a éste por la hazaña, algo que él no se tomó demasiado en serio.

—Son casualidades del azar, papá. Por cierto, tengo que comentarte una cosa… —agregó disternidamente, pasándole un brazo por los hombros.

Se lo llevó al pasillo cerrando la puerta, encontrando en aquel momento entrañable la ocasión ideal para enseñarle su alianza de casado, suavizando el posible terremoto.

La banda al completo se situó alrededor de la cama, contemplando al retoño envuelto en una mantita blanca.

—Es una monada… —suspiró Seri.

—¿A qué sí? Eso es porque salió a mí —le respondió ella.

Aunque de todos se desprendía curiosidad y simpatía para con el pequeño, Cinthya observó que alguien le miraba con especial énfasis.

—¿Quieres cogerlo, Takuto?

—Claro.

Él se sentó en la cama, tomándolo entre los brazos como un experto. Sintió que le invadía un sentimiento difícil de explicar, reviviendo con de nostalgia aquellos días en el que había acunado a sus propios hermanos cuando él mismo era un niño. El característico olor de la piel de un recién nacido, su fragilidad y necesidad de protección le enternecían como casi nada lograba hacer.

Kôji le observó, y su corazón dio un vuelco. Jamás había visto esa expresión tan afable y pura en el rostro de Izumi; la turbación provocada por ese primer encuentro con la maternidad se incrementó. Nunca había tenido contacto directo con bebés, ni los niños habían sido santos de su devoción.

Ensimismado en la dulce sonrisa de Takuto, se sobresaltó cuando éste le habló.

—Kôji, cógelo tú también.

—¿Yo? — preguntó aterrado—. Mejor no, que a mí no me gustan los…

El delantero se incorporó, caminando hacia él portando a la criatura sin dejarle escapatoria.

—Pon los brazos así… eso es —susurró, dejándole en ellos.

Kôji lo cogió con torpeza, como si fuera una reliquia que podría romperse en pedazos al menor movimiento en falso. Tanto era el apuro expresado por su rostro que Chris y Brett se mondaron de la risa, señalándole.

—¡Ni que fuera una bomba de nitrógeno!

El cantante les iba a soltar una de sus borderías cuando notó que uno de sus dedos era rodeado por la diminuta mano del niño.

—¿Cómo le llamaréis? —quiso saber Serika.

Los padres se miraron; habían pospuesto la decisión hasta el último momento.

—Ya se nos ocurrirá algo. Algún nombre japonés estaría bien, por eso de recordar que nació aquí.

Y mientras la productora procedía a enumerar una larga lista de sustantivos candidatos, Kôji continuaba perplejo, abrumado por tanta humanidad.

—Será mejor que les dejemos descansar —propuso Takuto, tomándolo de nuevo y devolviéndoselo a Cinthya.

—Vendremos por la mañana antes de las entrevistas —aseguró Brett dándole un beso a ella, y un puñezato cariñoso en el hombro a él.

Fueron abandonando la habitación, encaminándose hacia la recepción del hospital.

—Voy a salvar a Katsumi —se disculpó Seri.

—Y nosotros al autobús.

—Ok, enseguida bajamos —respondió el líder del grupo.

Ambos se sentaron en los sofás de espera del pasillo, aguardando a que el matrimonio arribara para marchar hacia el hotel.

Takuto reparó en el gesto ausente de Kôji, y supuso que debía estar pensando en algo.

Así era. En su mente fluían imágenes, especulaciones y, quizás, también algo de tristeza por una realidad que no había analizado antes.

—¿Qué te pasa? Estás muy raro.

Él le miró, sintiendo súbitamente un miedo que no podía refrenar. Izumi sabía que era capaz de entregarle cualquier cosa para hacerle feliz, lo que fuera, pero por razones obvias, había algo que escapaba de sus posibilidades.

La pregunta le asaltó una y otra vez. ¿Llegaría el momento en el que, movido por instintos, le abandonaría por una mujer?

Ya que se negaba en rotundo a ofrecerse como conejillo de indias para la implantación experimental de un útero en su cuerpo, Kôji le respondió, sin disimular lo bajo de moral que sus propias meditaciones le habían dejado.

—No es justo…

—¿De qué hablas?

—Tú habrías sido un gran padre, el mejor. No es justo que tengas que renunciar a ello —respondió el cantante, haciéndole comprender.

Takuto esbozó una ligera sonrisa y suspiró, cruzándose de brazos.

—¿Ahora me vienes con esas? No estarás pensando en suicidarte porque no puedes quedarte embarazado, ¿verdad? —comentó reprimiendo la risa.

—Hablo en serio.

El futbolista se tomó unos segundos de silencio para analizar lo que él mismo sentía. No podía negar que le habría encantado tener descendencia, pero estaba completamente seguro de sus sentimientos, y del rumbo que anhelaba emprender en la madurez.

¿Cuándo había dejado de ser el joven cerrado en sí mismo y monotemático, entregado a un ciclo asfixiante en el que el fútbol era el único tema recurrente, para llegar a ser lo que ahora era? ¿En qué momento había descentralizado parte de su pasión por el deporte para redirigirla a su vida, valorando lo que tenía?

Le tomó de la barbilla para mirarle a los ojos.

—Cuando Serika y Katsumi tengan hijos, les querré como si fueran míos. Y tú también lo harás, aunque parezcas un oso gruñón cogiendo a sus crías por el pellejo, en plan cavernícola.

Kôji sintió que se le formaba un nudo en la garganta. Le acarició las mejillas reteniendo las lágrimas, dejando que más palabras fluyeran a través de sus labios.

—Me da lumbago de pensar en dos críos poniendo patas arriba la casa, llamando al tío Takuto para que juegue con ellos en el jardín.

—¡Y se supone que soy yo el obsesionado con envejecer! ¿No eras tú el que decías que había que vivir el presente?

El cantante le regaló una de sus encantadoras y discretas risas, esas que sólo mostraba ante él.

—Se nota que el matiz del paso del tiempo en el comentario te da lo mismo: a ti lo que te apura es que a tu hermana le regalen por Navidad un bombo, y no de percusión precisamente.

Takuto se acercó aún más a él, hablándole a susurros, visiblemente crispado por el tema.

—¡Pero si es súper joven! Como Santa Claus se adelante, le corto la "rienda del trineo" —afirmó.

Casualmente, el citado personaje apareció de mano de su mujer, tras haberse asegurado que el primer impacto y posterior disgusto de su padre no habían sido tan fuertes como esperaba.

—¿Nos vamos al hotel, parejita?

Katsumi constató tras formular la pregunta que le estaban mirando con doble intencionalidad, como si la conversación secreta girara en torno a él.

—Sí. Tengo hambre —respondió Kôji, poniéndose de pie.

Los cuatro abandonaron la planta para reunirse con Dave, Brett y Chris; mientras recorrían el pasillo, el estudiante de medicina se dijo que ahora tenía sentido el ataque de estornudos que había acusado minutos antes16.

- 3 -

La cola para acceder al Tokyo Dome, el pabellón de espectáculos más famoso de la ciudad, daba varias vueltas a la redonda.

Nadie quería perderse el cierre de la gira mundial de Angelous. Aunque había muchos fans de la banda, el principal motivo que había llevado a la inmensa mayoría de los asistentes hasta allí era el reencuentro con su ídolo.

La expectación por ver a Kôji de nuevo tras el largo periodo de ausencia era tal, que las entradas se habían vendido en cuestión de pocas horas, los índices de audiencia de los informativos se había disparado, y las escasas emisoras de radio que habían conseguido entrevistarles se habían saturado por las llamadas de los oyentes.

Miles de personas abarrotaban el lugar. Muchos iban vestidos siguiendo el look que el grupo había empleado desde sus inicios, por lo que las tonalidades oscuras y las alas de ángel caído abundaban, creadas por los numerosos aficionados al cosplay.

Desde un autobús que al fin entraba al parking reservado del estadio, Greg señaló el enorme cartel colocado sobre las puertas principales del recinto, en el que los cinco músicos salían retratados en una de las tantas sesiones de fotos a las que se habían sometido.

—Se puede respirar la tensión en el aire —bromeó.

Izumi observó algo nervioso las riadas humanas antes de que éstas quedaran atrás. Dado que Katsumi era el encargado de los asientos de protocolo, le había propuesto a sus compañeros asistir al recital, aceptando todos la oferta, inclusive el entrenador. No sólo era mejor plan que estar encerrados en el hotel la víspera de la Intercontinental, sino que muchos querían ver nuevamente al cantante en acción tras la monumental juerga compartida en París.

—Oye, ¿ese de ahí no es tu hermano? —preguntó otro de los jugadores, señalando hacia la entrada de artistas y personal.

Takuto se pegó a la ventana, comprobando que lo que le habían dicho era cierto. El mencionado saludó agitando el brazo, mientras esperaba a que la maniobra de aparcamiento se hubiera terminado.

Su acompañante aguardaba a su lado, asombrado por todo el revuelo y sin creerse todavía que iban a entrar al Dome sin hacer cola.

—Sigo sin explicarme cómo te has hecho con esas invitaciones, ¡las entradas se agotaron hace tres meses!

Yugo le miró. Lo que resultaba realmente inaudito era que Akira todavía no se hubiera enterado de la historia que giraba alrededor. Ello evidenciaba que la atención mostrada por su ya "más que amigo íntimo" hacia los cotilleos y especulaciones era nulo.

—Kôji es el novio de mi hermano, y su manager el marido de mi hermana. Hay que aprovechar los enchufes.

Al pívot le sonaban los parentescos de haberlos escuchado en algún lado, mas no siguió indagando en ello. Se apartó respetuosamente cuando los dos Izumi se abrazaron tras mes y medio sin verse.

—¿Ya has hablado con Seri? —quiso saber Takuto.

—Sí, estuve con ella y Katsumi antes, me han pedido que te dé esto.

La estrella del equipo británico tomó los quince tickets que Yugo le tendió, procediendo a repartirlos entre el resto del Chelsea.

—¡Hay que venir más a menudo a Japón, entrenador! ¡Se nos trata a las mil maravillas! —exclamó Dorians, el portero, haciendo gala de su desparpajo.

—Eso depende también de vosotros —respondió Mayers, tomando la entrada y siguiendo a sus hombres, mirando con curiosidad la perfecta organización nipona.

Cuando Takuto quedó a solas con Yugo, su mirada se depositó en el chico que esperaba con algo de timidez unos pasos detrás de ellos.

—¿No me lo vas a presentar?

El rubor en su hermano pequeño apareció ante la petición, y no se evaporó hasta haberlo hecho.

—Encantado. Me gusta mucho como juegas, veo tus partidos cuando puedo —le dijo Akira tras las consabidas reverencias.

—Pues mañana lo harás en directo —contestó mediante una sonrisa, muriéndose de ganas por el inicio del encuentro—. Vamos, que los demás ya deben estar camino de la grada.

Yugo se sintió dichoso y libre de nervios, caminando junto a los dos en dirección a la zona asignada, charlando con Takuto sin parar. Pronto estuvieron situados en el palco presidencial con la expedición futbolística y la pareja de productores, los cuales habían decidido disfrutar del último concierto como meros espectadores, tras haber presenciado los anteriores en el backstage siempre al tanto de los problemas imprevistos que fueran surgiendo.

—Los walkies no abultan casi nada, pero me siento como si me hubiesen quitado un gran peso de encima —exclamó Katsumi.

De pronto vio a la persona a la que estaba esperando, indicándole que se acercara hasta ellos. Izumi se llevó una grata sorpresa al toparse con Toshiyuki Takasaka, agente de Shibuya Productions y pieza fundamental en el pasado.

—¡Takasaka! Me alegra mucho verte –—exclamó.

Takuto siempre le estaría agradecido por la paciencia y tenacidad demostradas. Nunca olvidaría que hubiese estado a su lado en el hospital cuando trató de diseccionarse la garganta, ni que hubiese tomado con él un vuelo de regreso a Tokio para encontrarse con Kôji, unas semanas antes de que éste fuese condenado a la cárcel.

Por su parte, Takasaka le correspondió. Seguía trabajando para la compañía llevando a nuevos artistas, pero no había perdido el contacto con Katsumi, estando al tanto de lo acontecido.

—El placer es mío, Izumi-kun. No tengo elogios suficientes para expresarme… me conmueve que todo haya ido a parar al cauce adecuado.

—Yo no lo llamaría así. Di mejor que al rebaño le hacía falta un buen pastor que lo guiara —bromeó Shibuya.

En aquel sector con privilegiadas vistas, se sucedieron más presentaciones y animadas charlas mientras el recinto se iba llenando. El suelo del estadio pronto quedó sepultado, conformando las cabezas del público un mosaico variopinto.

El murmullo continuo creado por los asistentes, intensificado a medida que el inicio del espectáculo se aproximaba, no permitió que otro ilustre espectador pudiera hablarle a su acompañante en tono discreto.

Hirose y Shigi ocuparon sus asientos en la grada sur del recinto, situada paralelamente al escenario. Desde allí se podía admirar la descomunal estructura plateada, compuesta de la tradicional y amplia tarima y un pequeño set secundario que se adentraba en el público, al que sólo se podía acceder por una pasarela. Una pantalla gigante proyectaría imágenes en vivo a gran resolución, permitiendo el mayor disfrute posible desde cualquier ángulo.

El guardaespaldas miraba a su alrededor con desconfianza y cierto estupor. Había accedido a ir con él por garantizar su seguridad, mas la idea le parecía una locura.

Por su parte, Hirose decidió comprobar in situ qué era lo que había llevado a su hermanastro a las cumbres del éxito. Desde que éste comenzara su andadura en el mundo del espectáculo, se había negado en rotundo a escuchar sus canciones, leer reseñas en prensa y, por supuesto, acudir a actuaciones. El conocimiento que tenía sobre su repertorio se limitaba, pues, a la audición escueta de las composiciones de las que era dueño legítimo, habiéndose desecho de los cd's inmediatamente tras ello.

Cegado por un tormento de autodestrucción, el mayor de los Nanjo hacía un último esfuerzo por ponerse en la piel de su padre, y así tratar de comprender el motivo del favoritismo y privilegios concedidos por éste aún en vida.

Se aferró a esa última esperanza de encontrar un poco de paz cuando las luces se apagaron, y el estadio entero estalló en un único clamor de histerismo.

Una lluvia de flashes salpicó el escenario, llenándose poco a poco de color y efectos, haciendo visibles a los protagonistas.

Ya dispuestos en sus posiciones, los londinenses iniciaron la sólida melodía con la que las palabras de apertura eran recibidas.

Tras unos segundos que permanecieron interminables, Tokio entera se rindió ante su particular profeta maldito.

Kôji salió a escena a paso lento, abarcando con su penetrante mirada aquel recinto en el que había debutado como cantante muchos años atrás.

Todos quedaron hechizados por su apariencia. La manera en que escogía sus atuendos para una actuación no estaba regida por la arbitrariedad, sino que cada elemento tenía un significado y una razón de ser; para esta ocasión no había sido menos.

Su traje había sido creado especialmente para él por un conocido diseñador nipón. El ajustado pantalón de vinilo se adaptaba a las formas de sus piernas infinitas, complementándose con una casaca negra larga hasta los tobillos, de corte esencialmente oriental: sin mangas, cuello mandarín alto, ribeteada por cintas y botones rojo sangre, a juego con los zapatos.

Asimismo no llevaba maquillaje, siendo los únicos adornos que portaba su alianza y el cabello lustrosamente cepillado y suelto.

Se mostró ante todos sin artificios, sin ocultar aquel brazo falso que tantos significados encerraba, consiguiendo parecer más japonés que nunca, lo cual era una verdad a medias, pues de todas las palabras que lanzó a la audiencia, ni una sola estuvo codificada en su idioma natal.

En inglés dio inicio al concierto, y en inglés lo terminaría.

La respuesta del público, conocido en todo el planeta por ser de los más apacibles y tranquilos del mundo, fue tan atronadora que hasta los restantes miembros del grupo se sorprendieron, incrementándose sus ganas de bordar la actuación final de esa gira con la que habían hecho realidad sus sueños.

Las rimas escritas del puño y letra de Kôji fueron coreadas por la masa, creándose un ambiente sobrecogedor.

Los jugadores del Chelsea disfrutaban del buen rock ofrecido, Serika dejaba que la fan que era se expresara, y Katsumi comentaba satisfecho la gran evolución del conjunto.

Dieciocho fueron los temas, llegando al fin el instante más deseado por el seno de la banda. Nadie fuera del grupo y allegados se esperaba lo que a continuación seguiría.

El intérprete tomó su micrófono, soltándolo de la base y dirigiéndose al set por medio de la pasarela, quedando a mitad del estadio en el centro mismo de todas las miradas.

Se había mojado los labios de la dulce venganza cuando su sangre pasó a correr por las venas de Hirose, pero no había tenido suficiente. Ansiaba más de ese licor, empaparse de él hasta quedar harto, bebiendo sin compartirlo con nadie.

Aunque sus camaradas, en especial Brett, habían aupado la idea del guitarrista construyéndola entre todos, la frase final pertenecía únicamente a Kôji.

Los músicos le contemplaron desde el escenario, viendo junto al resto de la audiencia cómo de él manaba una energía tal que parecía envolverle, magnetismo que le convertía en un ser único donde los hubiera.

El cañón de luz le apuntó, enmudeciendo el público para prestarle sus oídos, aunque a él poco le importaba, pues sólo quería que le escuchara una persona.

—En esta ciudad nací. En sus calles crecí y me convertí en alguien al que los que me velan se encargaron de destruir. Regreso a Tokio convertido en un espectro del ser al que adoráis, transformado en aquel al que nunca podréis llegar a comprender. Y si he muerto para resucitar ha sido por él, pero también en parte por ti… hermano.

Con la luz dándole de lleno en el rostro, Kôji no podía distinguir figuras concretas en la masa homogénea del público, pero sabía que Hirose estaba allí.

—Puedo sentirte, tuve que aprender a hacerlo. Siempre he notado cuándo estabas vigilándome sin mostrarte, intimidado quizás por mí o por tus propios temores. Ocúltate de nuevo, o trata de darme alcance, que yo volveré a zafarme de tus redes.

Takuto contuvo la respiración, saboreando cada una de sus palabras como si las estuviera pronunciando él mismo.

Por el contrario, el receptor del monólogo se ajustó las gafas para percibir su figura. La macropantalla enfocaba el rostro del cantante, reforzándose el discurso. La nueva sarta de declaraciones fue arremetida de un golpe limpio y preciso, a semejanza de los pasados combates de kendo en los que Hirose salía derrotado por su mayor rival, un niño al que sacaba más de diez años.

—Desde que tengo uso de razón, has ansiado todo lo que yo poseía, sin sopesar cual era la importancia que le daba a mis méritos. ¿Tanto anhelabas mi gloria? ¿Tanto mi talento?

Al fin se acostumbró al potente foco, distinguiendo su inconfundible compostura entre la gente, elegante pese a encontrarse a años luz de sus días de esplendor.

—¿Quieres mi fama? Te la doy. ¿El título de maestro en la espada? No me interesa. ¿Los aplausos, la libertad y la atención que nunca pedí? Tuyos también. Cometiste un grave error al tratar de destruirme, porque perdiste de antemano. Cada vez que intentabas aniquilarme, me crecía. Me he arrastrado por los suelos, he luchado y sufrido para volver a levantarme. Me he hecho más fuerte no a base de aplacar tus golpes, sino por aquello que tengo y que tú, eternamente y con todo motivo, me envidiarás…

Kôji le miró fijamente, ignorando a los que, asombrados, asistían a los últimos instantes de la sangrienta cruzada.

—Porque yo le amo. Siempre lo he hecho y siempre lo haré, y volvería a pasar por encima de vosotros de ser necesario, pues nunca he permitido que nadie me diga cómo he de hacer mi vida.

Calló unos segundos regocijándose en la verdad, tan evidente que escamaba. Ambos eran Nanjo, ambos habían demostrado con creces que los límites carecían de sentido cuando perseguían algo. Por eso disparó dicha verdad como una flecha directa a su corazón, rematándole.

—Es hora de que asimiles, hermanito, que esa independencia y el amor que profeso son, en verdad, las únicas diferencias que existen entre tú y yo. Desgraciadamente, el último grano de tu reloj de arena ya ha caído, y a mí me toca darle la vuelta al mío.

Se giró, iniciando el regreso al escenario principal. Y mientras lo hacía, miró a sus cómplices.

—Quisiste romperme quitándome esas canciones, pero no contabas con mi ejército de querubines. Llevadme con vosotros, Angelous. Volemos alto, en donde no nos puedan derribar.

El estadio se sumió en un extraño estado de shock cuando los primeros acordes surgidos del teclado de Liam, acompañados por la creciente percusión, se adueñaron del sonido.

Katsumi sonrió mientras apretaba el puño en un gesto de ánimo y ahínco, sin apartar la mirada del escenario. La banda había estado trabajando en esa parte del espectáculo durante toda la gira americana, aprovechando los descansos muertos tras las pruebas de sonido y los largos desplazamientos.

Aunque les había advertido del riesgo jurídico que entrañaba, ahora se alegraba de haberles alentado a hacerlo. Disfrutaba imaginando la cara que pondrían todos los fans cuando reconocieran la sorpresa… y por supuesto, la de Hirose.

Los riffs de guitarra y el bajo se sumaron, y los chicos pusieron toda su alma para hacer lo que Kôji les había pedido: elevarle, sumándose a ese ajuste de cuentas que ellos mismos habían vivido demasiado cerca.

El cantante devolvió el micrófono a su base, extendiendo los brazos para dejarse llevar mientras su voz hacía de hilo conductor. Tras muchas charlas y acuerdos, habían escogido tres temas de entre los que conformaban su primer disco; los cinco habían rehecho la base musical sin alterar la esencia misma de las canciones, ocupándose Kôji de adaptar las letras del japonés al inglés.

Con ello afirmaba que, pese a seguir sintiendo lo mismo que el día en que las compuso, cuando su carrera en el rock no era más que una holgada expectativa de éxito, ahora lo hacía a otro nivel.

Era su último desafío a Hirose. Le demostraría que sus movimientos para acorralarle eran inútiles, pero sobre todo que ya no estaba solo, pues pertenecía al concepto idealista de un grupo, algo que implicaba mucho más que una mera reunión de instrumentistas.

Asimismo, su espíritu encarnado en estrofas y estribillos era ofrecido a Takuto en todo su esplendor; como siempre que cantaba, lo hacía por él y para él.

Los fans gritaron al reconocer en las primeras frases la letra de Zetsuai 1989, uno de los mayores éxitos en las listas de ventas de la historia de Japón.

Quiero sentirte aún más cerca,

tocar el fondo de tu corazón, no me dejes marchar.

La dulzura de tus besos

me hace sentir tan bien

que creo que estoy soñando.

Te abrazo con fuerza,

ardemos en las llamas del deseo,

siente ahora sin rodeos

como nos fundimos, juntos, por siempre,

haciendo nuestra la noche…

Es todo cuanto ansío.

Entrégate al fuego del amor,

no te resistas a la pasión,

pues en mi vida sólo existes tú,

es algo contra lo que no podemos luchar.

Esta noche nos pertenece a los dos,

el amanecer nunca llegará,

no tengo nada que temer porque sé que estarás aquí,

a mi lado por siempre… es amor eterno.

Un nuevo juego de luces propició al vertiginoso cambio de ritmo, tornándose más sensual tras el solo de guitarra. Kôji se dejó caer sobre las rodillas, mirando felinamente, acentuando la provocación de Nando Mo, Nando Mo. Brett se acercó a él, imitándole en postura, apoyando el cantante la espalda contra la suya mientras la mezcla de versiones continuaba.

Lo haré otra vez, y otra vez, y otra vez, y otra vez…

Lo haré otra vez, y otra vez, te lo haré más fuerte,

una y otra vez...

Lo haré otra vez, y otra vez, y otra vez, y otra vez…

Lo haré otra vez, y otra vez, te lo haré más fuerte,

una y otra vez...

Lo haré otra vez, y otra vez, te haré de nuevo el amor,

una y otra vez...

Lo haré otra vez, y otra vez, y otra vez, y otra vez.

Ambos se miraron, acercándose hasta el guitarrista, quedando los dos separados apenas por el grosor del micrófono, acompañándole él en los coros.

Lo haré otra vez, y otra vez, y otra vez, y otra vez.

Lo haré otra vez, y otra vez, te lo haré más fuerte,

una y otra vez...

Lo haré otra vez, y otra vez, te haré de nuevo el amor,

una y otra vez...

Lo haré otra vez, y otra vez, y otra vez, y otra vez.

Regresaron a sus posiciones habituales, rompiendo con nuevos estallidos sonoros la armonía del tema, pasando al siguiente.

Kôji se apartó la melena de la cara, señalando con el micro hacia la zona alta del escenario, allí en donde Liam les deleitaba con su habilidad para las teclas. Tomó el relevo, metiendo a los oyentes en un ritmo trepidante y con muchos guiños al techno barroco de los ochenta, su década predilecta.

La siguiente de las escogidas era "Dausurebaii", el primer tema que Takuto había escuchado tras la insistencia de su hermana. Pese a la transformación que ahora acusaba, el espíritu seguía siendo el mismo, un mensaje dirigido exclusivamente hacia su persona.

No sé qué debo hacer,

deambulo sin rumbo

en medio de la fría lluvia,

tratando de calmar el dolor que siento.

¿De qué tengo miedo?

¿Será que realmente te quiero?

Nunca había sentido esto antes,

mi corazón te desea sin reservas.

No puedo sacarte de mi cabeza,

esté donde esté,

haga lo que haga,

siempre pienso en ti,

y así será por siempre.

La forma en que caminas,

la manera en que me hablas,

cómo sonríes o besas…

Adoro cada detalle de ti,

este amor tiene que ser verdadero.

¿Por qué me rechazas?

Sólo quiero intentar

acercarme a tu corazón.

No me cierres las puertas y déjame entrar,

confía en mí, dame una oportunidad.

Por favor, no me des la espalda,

necesito que esta noche permanezcas a mi lado.

Te entregaré todo lo que soy,

déjame estrecharte entre mis brazos.

Por favor, no me des la espalda,

necesito que esta noche permanezcas a mi lado.

Te entregaré todo lo que soy,

déjame estrecharte entre mis brazos…

Y mientras los Angelous entretejían las versiones entre sí, llegando el apoteósico final, Hirose no pudo seguir resistiéndolo por más. Furioso y humillado, inició la salida, avanzando violentamente entre los espectadores que en pie disfrutaban del espectáculo. Shigi miró hacia el escenario una última vez antes de abandonar el recinto sin rechistar.

No eran los únicos que se marchaban del concierto sin que éste hubiese terminado. Ajenos al conocimiento de sus respectivos tutores, dos jóvenes asistentes aprovechaban la escasez de fuerzas de seguridad, concentradas en la próxima salida masiva del público, para adentrarse en los pasillos del Tokyo Dome burlando habilidosamente los controles.

El grupo siguió ofreciendo su contundente hacer en el directo. Tras una pincelada del segundo tema, regresaron a la continuación del primero.

Dime que siempre me querrás,

necesito tu corazón para que este amor

quede al fin completo.

Es cierto, sólo tengo ojos para ti,

lo que siento se hace más fuerte

cada vez que nos tocamos.

Te estrecho con fuerza,

ardemos en las llamas del deseo,

siente ahora sin rodeos

como nos fundimos, juntos, por siempre,

haciendo nuestra la noche…

Es todo lo que ansío.

Entrégate al fuego del amor,

no te resistas a la pasión,

pues en mi vida sólo existes tú,

es algo contra lo que no podemos luchar.

Esta noche nos pertenece a los dos,

el amanecer nunca llegará,

no tengo nada que temer porque sé que estarás aquí,

a mi lado por siempre… Es amor eterno.

Entrégate al fuego del amor,

no te resistas a la pasión,

pues en mi vida sólo existes tú,

es algo contra lo que no podemos luchar.

Entrégate al fuego del amor,

brillaremos en medio de la oscuridad,

y este momento nunca acabará,

nadie podrá detenernos,

tú tan sólo déjate llevar.

El amor verdadero nunca muere

y yo te querré por siempre, por siempre.

Te querré por siempre, siempre, siempre…

El estadio entero estalló en ovación cuando el recital se dio por concluido. Dave lanzó las baquetas al aire dando un grito triunfal, acudiendo a reunirse con sus compañeros.

Los cinco se situaron en el borde de la tarima, unieron sus manos y despidieron ante el público en una reverencia la gira que les había llevado por quince países, compartiendo momentos de tensión, trabajo, satisfacciones y, sobre todo, sinceridad.

Desde la zona del palco, Greg se rendía en elogios hacia el concierto, recibiendo Takuto la totalidad de los comentarios. Pronto tuvo al resto de los jugadores de la plantilla y hasta al entrenador dándole palmaditas en los hombros.

—¡Pero si el mérito no es mío! —exclamó.

Katsumi le llamó, indicándole que iban a bajar hasta los vestuarios. Se despidió de los futbolistas, puesto que acudiría a la concentración en cuanto la banda estuviese en condiciones de regresar al hotel.

Flotando en una especie de nube y ansioso por calzarse las botas al día siguiente, siguió a Shibuya, sus hermanos y acompañantes hasta el área privada.

- 4 -

El champagne corrió en abundancia por el camerino, como si se tratase de la entrega de premios de una competición automovilística. Chris y Brett auparon a Katsumi, el auténtico héroe de la jornada y maestro de ceremonias.

—¡Un nuevo brindis por el mejor productor del universo! — propuso Liam, agradecido en partida doble al manager.

Kôji y Takuto alzaron sus copas, besándose intensamente tras beber. Aunque le pudiera tocar hacerse de nuevo el anti-dopping, el delantero no quiso perderse aquel pequeño festejo cargado de emotividad.

—Mi entrenador me matará como dé positivo.

—A lo mejor con sexo se elimina el alcohol en sangre más pronto… —le respondió maliciosamente.

Katsumi logró subirse en lo alto de una mesa, haciendo ruido con su copa y un tenedor.

—Pensaréis que se me dan bien los discursos tras todas las charlas que os he dado, pero como lo pongo en duda y no he preparado nada, sólo añadiré que este año ha sido especial para mí por muchos motivos: los viejos amigos, los viejos enemigos, los proyectos, las agendas, el reconocimiento, los amores… —susurró, mirándola a ella a los ojos—. Me ha encantado conoceros y que me hayáis permitido ser uno de los vuestros. Para mí se cierra una etapa hoy, pero mi puerta siempre os estará abierta.

Ellos aplaudieron, y Shibuya tuvo que hacer acopio de voluntad para no emocionarse.

—¡Es una pena que te vayas a dedicar al fonendoscopio! ¿Quién nos llevará ahora? —preguntó con nostalgia Dave.

—Tengo un buen candidato para la sucesión… japonés también, por cierto.

Takasaka enrojeció mirando al suelo y Kôji elevó la vista al cielo, adivinando al instante quién tenía todas las papeletas para volver a ser su agente.

—Tiempo al tiempo, no sé vosotros, pero yo necesito un descanso. No pienso volver a empuñar un micro en varios meses — afirmó.

—Sí, yo me voy a pegar unas buenas vacaciones —contestó Chris.

—Y yo tengo un enano y una princesa a los que cuidar —añadió Liam, deseando llegar a la clínica en donde Cinthya guardaba reposo.

Seri sirvió la última ronda, acabándose el delicioso contenido de las botellas.

—¡Por Angelous!

El cristal rechinó, pero justo cuando el trago final iba a ser degustado, alguien entró discretamente. El responsable de seguridad se acercó hasta ellos, mostrando sus respetos hacia Kôji y procediendo a hablarle.

—Disculpe la interrupción, pero ahí afuera hay un chico que desea verle.

—Este no es un buen momento para firmar autógrafos —increpó el vocalista algo molesto.

Dada la peculiaridad del solicitante, el profesional no tuvo más remedio que volver a intentarlo.

—Lamento la insistencia, pero creo que debería reconsiderarlo… afirma ser su sobrino.

Takuto frunció el ceño, extrañado.

—¿Tu sobrino?

Kôji intuyó que de nuevo las casualidades eran meros espejismos. Tras haber azorado de aquella forma a Hirose, dudaba que el descendiente de éste quisiera verle sin un buen motivo.

Sólo le había visto en una ocasión al poco de nacer; nulo era el contacto que había tenido con la esposa de su hermanastro cuando aún vivían bajo el mismo techo, debido a lo inmenso de la mansión familiar y su falta de interés.

La curiosidad y el instinto le hicieron ceder.

—Hazle pasar.

Los allí congregados recibieron con estupor a Tatsuomi y Hotsuma. Shibuya sintió un escalofrío cuando les asoció con nuevas réplicas de sus respectivos padres. Sin embargo, de aquel joven manaba una esencia distinta, auténtica, pero notoriamente dispar a la de su progenitor.

El hijo de Hirose avanzó solemnemente hasta quedar frente al intérprete, mirándole a los ojos sin nada que ocultar. El parecido entre ambos era asombroso, como si se hubiesen encontrado en un mismo plano temporal la misma persona en dos momentos distintos de su trayectoria.

—Al fin puedo conocerte, tío Kôji. Nadie me habló de ti en todos estos años, supongo que tú sí que tenías constancia de mi existencia.

Él respondió con la misma vehemencia.

—Mentiría si no dijera que te había olvidado.

Hotsuma sostuvo la mirada del cantante cuando éste le analizó de arriba abajo, permaneciendo regio en su condición de protector y aliado.

—Saltémonos el protocolo, mi tiempo apremia y el tuyo también. Quería comunicarte algo.

—Adelante.

Los músicos no les quitaban el ojo de encima, pese a que no comprendían el idioma en el que el frío encuentro se estaba produciendo; por el contrario, los demás nipones aguardaban con cierto recelo a que el muchacho concluyera su hacer.

Tatsuomi iba a ejecutar la estrategia, ya fuera con su colaboración o sin ella. En realidad, Kôji no entraba en sus planes, pero por lo que había ido desenterrando del pasado le consideraba una víctima más, como él mismo; alguien con todo el derecho a cobrarse su parte en la restauración.

Así que le hizo la propuesta a modo de obsequio por esos lazos que compartían, puesto que en cuanto todo hubiese acabado, posiblemente el uno no volvería a saber del otro.

—Mañana pondré en marcha mi propia venganza. Y en ella hay cabida para un papel que sólo tú estás en posición de representar.

16- En Japón se dice que cuando se estornuda, es porque alguien está hablando de ti a tus espaldas